Mostrando entradas con la etiqueta Bioy. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bioy. Mostrar todas las entradas

domingo, 2 de diciembre de 2018

Los que aman, odian


El cuarto cerrado y el tufillo del crimen

A estas alturas del siglo XXI son más que consabidas la amistad, las afinidades electivas y las complicidades literarias que sostuvieron los escritores argentinos Adolfo Bioy Casares (1914-1999) y Jorge Luis Borges (1899-1986). En lo referente al género policíaco, además de practicarlo a cuatro manos al confluir con pseudónimos —B. Suárez Lynch: Un modelo para la muerte (Buenos Aires, Oportet y Haereses, 1946), y H. Bustos Domecq: Seis problemas para don Isidro Parodi (Buenos Aires, Sur, 1942), Dos fantasías memorables (Buenos Aires, Oportet y Haereses, 1946), Crónicas de Bustos Domecq (Buenos Aires, Losada, 1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (Buenos Aires, Librería La Ciudad, 1977)—, se propusieron, como un lúdico y hedonista tributo a sus autores y fuentes, promover la lectura de los clásicos (y sus epígonos) al editar, sin prólogo, la antología Los mejores cuentos policiales, la cual, con 16 cuentos (y traducciones de ambos), fue impresa por Emecé en 1943 en la capital argentina; y la homónima segunda serie, con 14 cuentos y sin prefacio, fue impresa por Emecé en 1951, con alguna modificación diez años después, y es la que ahora, coeditada por Alianza y Emecé, se conoce como Los mejores cuentos policiales 1, pues la antología Los mejores cuentos policiales (2), reelaboración de la primera de 1943, se coeditó, con 15 cuentos, hasta 1983, en Madrid, por Alianza Editorial y Emecé, con un “Prólogo”, que aunque firmado por los dos en “Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”, parece haber sido escrito únicamente por Borges, pues además de que el aliento es suyo, se formulan tópicos que éste repitió a lo largo de su vida (en prólogos, reseñas, entrevistas, clases y conferencias), entre ello lo relativo a la génesis del género policíaco: 
(Alianza/Emecé, Madrid, 1983)
         “A partir de 1841, fecha de la publicación de The Murders in the Rue Morgue, primer ejemplo y de algún modo arquetipo del género policial, éste se ha enriquecido y ramificado considerablemente. Edgar Allan Poe tenía el hábito de escribir relatos fantásticos; lo más probable es que al emprender la redacción del texto precitado sólo se proponía agregar, a una ya larga serie de sueños, un sueño más. No podía prever que inauguraba un género nuevo; no podía prever la vasta sombra que esa historia proyectaría. Esta historia para su autor no habrá sido muy distinta de The Fall of the House of Usher y de Berenice. Tal vez corrobora este acierto la circunstancia de que el crimen y su investigador hayan sido situados en París, lejana ciudad fuera del control de la mayoría de sus lectores [...] 

“En The Murders in the Rue Morgue, en The Purloined Letter y The Mystery of Marie Roget, Edgar Allan Poe crea la convención de un hombre pensativo y sedentario que, por medio de razonamientos, resuelve crímenes enigmáticos, y de un amigo menos inteligente, que refiere la historia. Esos dos personajes, meras abstracciones en los textos de Poe, se convertirán con el tiempo en Sherlock Holmes y en Watson, que todos conocemos y queremos. Algunos autores —baste recordar a A.E.W. Mason y a Agatha Christie— proponen un detective extranjero y un narrador inglés, más bien estólido.”
(Emecé, Buenos Aires, 1946)
         Y para contribuir aún más con la transgresión de los límites porteños de los años 40 del siglo XX, en 1945, para Emecé, Borges y Bioy empezaron a dirigir y a editar la legendaria serie policíaca El Séptimo Círculo (su dirección duró hasta 1955) —nombre elegido por Borges que alude “el círculo de los violentos en el infierno de Dante”—, misma que el 8 de agosto de 1946 publicó, con el número 31, la primera edición de Los que aman, odian, única novela policial escrita entre Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo (1903-1993), con quien se había casado el 15 de enero de 1940 (Borges entre los testigos), el año de la célebre Antología de la literatura fantástica (Buenos Aires, Sudamericana, 1940), que conformaron los tres, y el de La invención de Morel (Buenos, Aires, Losada, 1940), la novela más famosa de Bioy, prologada por Borges.

Con el equívoco y la ambigüedad que transluce el título Los que aman, odian, Silvina y Bioy se revelan contagiados por la empatía y el entusiasmo emprendido entre Adolfito y Georgie al escribir a cuatro manos como si fueran un sólo autor, y toman la estafeta de los ingredientes esenciales de la clásica narración policial para tributar al a veces llamado “género menor” y “género negro” cuando se incluyen situaciones de violencia que ineludiblemente recuerdan las tutelares narraciones negras de Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Leslie Charteris (el creador del popular Simón Templar, alias El Santo).
(Tusquets, Barcelona, septiembre de 1989)
  Al inicio de Los que aman, odian, el doctor Humberto Huberman, el narrador y protagonista, anuncia a los cuatro pestíferos vientos del Cono Sur que va a relatar “la historia del asesinato de Bosque del Mar”. A partir de tal declaración evocativa que posterga el punto nodal de la obra, se inocula la intriga y el suspense. Al insaciable lector, como gancho preliminar y para que empiece a formularse las preguntas cuyas respuestas irán cambiando con los datos y giros de la secuencia, se le atrae con el tufillo del crimen. Casi de entrada intuye que entre los personajes que deambulan en el cuarto cerrado que es el subterráneo Hotel Central (“caserón cerrado como en un barco en el fondo del mar, o más exactamente, como en un submarino que se ha ido a pique”) —ubicado en el balneario Bosque del Mar, casi frente al agitado océano y a cierta distancia de la estación ferroviaria de Salinas, a donde se va y viene en un viejo Rickenbacker— mínimamente habrá un muerto y un asesino, con sus lógicas dosis de misterio, de ambigüedades, de enredo, de engaños al lector, de truculencias, de posibles culpables, de giros sorpresivos, y con las imprescindibles e inteligentísimas inferencias y deducciones detectivescas que arma y desarma el racionicinador por antonomasia.

     
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
Foto: Mariano Roca
        La escritura de Los que aman, odian está concebida con sobriedad, mimo, esmero, humorística parodia y fina ironía. En cada uno de los 34 capítulos breves es elocuente la búsqueda de las palabras precisas y limadas. Las necesarias para contar lo debido desde una cortesía y elegancia que proyecta la psicología convencional del protagonista (a imagen y semejanza de un culto gentleman argentino con ínfulas británicas). La maniática y egocéntrica personalidad del doctor Humberto Huberman (adicto a los glóbulos de arsénico, a las citas librescas y contrario a la farmacopea alopática), no sólo implica humor en lo que respecta a su moral conservadora y a sus prejuicios de raigambre decimonónica, en sus latinajos y extranjerismos de inveterado políglota, en el hecho de que escribió la narración como una crónica testimonial para las amigas de su madre (sus únicas amigas), en sus arraigados hábitos culinarios y domésticos de señor flemático y urbano entrado en años, que se las da de respetable, de autoridad ética, con “cualidades de conductor espiritual”, de culto y descubridor de los hilos negros que, según él, ocultan los trasfondos de los hechos delictivos: “Yo era, en ese limitado mundo de Bosque del Mar, la inteligencia dominante, y mis declaraciones habían orientado la investigación.” Sino que también sus rasgos adquieren matices radiográficos cuando haciendo agua en el flébil terror a la muerte al descubrirse extraviado en medio de la tormenta de arena, entre la inclemencia y los cangrejales que rodean el Hotel Central del balneario Bosque del Mar (dizque “el paraíso del hombre de letras”), el incontinente torbellino de su monólogo expresa la dimensión de su cobardía, de su fobia e inmoralidad que oculta y maquilla tras su imagen de doctor respetable metido a detective de salón y sobremesa.

    
(Alianza/Emecé, 5a ed., Madrid, 1985)
           En tales proyecciones especulares descuella el carácter novelesco de la obra. Se trata de una ficción, de un divertimento, feliz e inocuo, frente al hecho, muchas veces jaculatorio, de que la narración policíaca, aunque no se lo proponga, siempre resulta crítica por el lance de aludir a una sociedad enferma, pestilente y corrompida que se incrimina y castiga a sí misma, muchas veces desde parámetros que ponen en tela de juicio los procedimientos arbitrarios e ilegales de la policía y los designios dudosos de la llamada “Justicia”, sobre todo cuando no se incurre en el detestable e infantil maniqueísmo (por lo regular norteamericano y de churro hollywoodense) de confrontar a los buenos (los detectives) contra los malos (los criminales). De ahí que resulte ineludible citar el lapidario epígrafe de Honoré de Balzac que preludia a El Padrino (1969), la gran novela sobre la mafia de Mario Puzo adaptada al cine: “Detrás de cada fortuna hay un crimen”.  

Atrás: Silvina Ocampo y Cecilia Boldarin
Al frente: Georgie, María Esther Vázquez, Marta Bioy Ocampo y Adolfito
Mar del Plata, febrero 21 de 1964
  El doctor Humberto Huberman ha ido al Hotel Central de Bosque del Mar a pasar unas vacaciones y para aprovechar el retiro y la soledad que le permitan escribir la adaptación cinematográfica, nada menos que del Satyricón de Cayo Petronio, “a la época actual y a la escena argentina”, encargo ex profeso de la Gaucho Film, Inc. Allí, en ese sitio rodeado de tormentas de arena, de nidos repletos de cangrejos, de arenales movedizos y de un océano enloquecido cuya marea sube vertiginosamente devorando grandes distancias, al ocurrir el envenenamiento de una fémina y mientras se dilucida si fue suicidio o asesinato y quién es el asesino o los asesinos o los cómplices, le toca permanecer encerrado con los otros vacacionistas y con el personal del hotel, a quienes luego se añaden el hombre de las pompas fúnebres, dos gendarmes, el comisario Raimundo Aubry y el doctor Cecilio Montes, su alcohólico adjunto —traídos ex profeso de Salinas en el Rickenbacker del hotel—, los encargados de las pesquisas policiales, en cuyos rasgos se proyectan las célebres sombras imaginadas en 1887 por el escocés sir Arthur Conan Doyle: Sherlock Holmes y el doctor Watson, que sin buscarlo le sugirió Edgar Allan Poe (Borges dixit). Mientras se esclarece el meollo del crimen a través de varias investigaciones e hipótesis detectivescas —no sólo de los policías—, en un margen de seis días ocurren una serie de situaciones equívocas y difusas que aparentemente señalan como culpable (o cómplice) ya a alguno, ya a otro de los circunstantes, y que continuamente dan giros y sorpresas inesperadas, quitando y añadiendo datos y matices.

       
Silvina Ocampo en 1959
Foto: Adolfo Bioy Casares
     Hay que subrayar, sintéticamente, que la naturaleza libresca y la condición de escritores que definían a Silvina Ocampo y a Adolfo Bioy Casares está lúdicamente cernida en la anécdota y en la delineación de sus personajes, e implícita en frases como la siguiente que apunta el doctor Huberman: “El destino de todos nosotros, los escritores que obedecemos al llamado de la vocación y no al afán del lucro, es una continua busca de pretextos para diferir el momento de tomar la pluma.”

 
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
  El doctor Humberto Huberman, además de médico y adaptador de obras literarias a guiones cinematográficos —Borges y Bioy publicaron dos guiones de cine en un mismo libro: Los orilleros y El paraíso de los creyentes (Buenos Aires, 1955)— es un conocedor de literatura que sostiene diálogos literarios con el comisario Raimundo Aubry; éste, al hablar sobre el laberinto de sus reflexiones detectivescas, salpica sus palabras con citas de Victor Hugo. Mary —la envenenada con estricnina diluida en una taza de chocolate— era una solterona y maniática traductora de obras policíacas que llevaba siempre consigo todos los libros traducidos por ella, las versiones originales del autor, sus versiones manuscritas, las mecanografiadas y las pruebas de imprenta. Al Hotel Central, próximo al Hotel Nuevo Ostende, no sólo cargó con todo esto, sino que también se encontraba allí traduciendo un libro de Michael Innes, mientras departía con su hermana Emilia y el novio de ésta. Y es precisamente un fragmento de una novela de Eden Phillpotts donde se habla de suicidio (desde luego tomado de un manuscrito hecha por la misma mujer), uno de los elementos clave, junto con el robo de las joyas de la envenenada, utilizados por un personaje con doble identidad (Enrique Atuel e inspector Atwell) para alterar el sentido de los hechos y el rumbo de la investigación policíaca. El solitario niño Miguel Fernández, con “cara de laucha”, sobrino de la patrona del Hotel Central, extraño y tenebroso taxidermista, tiene su habitáculo en el cuarto de los baúles (un rincón sombrío y apartado de la hostería) y utiliza como un punto de sus oscuros y cruentos juegos el Joseph K, un velero encallado en la playa. Navío, que no obstante su inutilidad, al término de la novela desaparece del mapa durante la tormenta de arena que mantuvo a los circunstantes encerrados en el hotel —con calor, falta de aire y moscas perseguidas por el matamoscas de una obesa dactilógrafa (“atareada encarnación de Muscarius, el dios que alejaba a las moscas de los alteres”)—, llevándose así los enigmas más enigmáticos del niño, pese a los secretos que revela en una póstuma carta que le deja a Paulino Rocha, el boticario de la Farmacia Los Pinos del balneario Bosque del Mar, quien le enseñara el procedimiento de “la conservación de las algas”.


Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, Los que aman, odian. Colección Andanzas núm. 101, Tusquets Editores. Barcelona, septiembre de 1989. 160 pp.


*********
Los que aman, odian (2017), película dirigida por Alejandro Maci, basada en la novela homónima de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.

Libro del cielo y del infierno

Senderos que mil y una veces se repiten y bifurcan

I de III
La primera edición del Libro del cielo y del infierno, antología de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, impresa en Buenos Aires por Editorial Sur, data de 1960; y la segunda, impresa en la misma capital, pero por Emecé Editores, de 1999, el año de la muerte de Adolfo Bioy Casares —murió en Buenos Aires el lunes 8 de marzo— y el año de las celebraciones mundiales del centenario del nacimiento de Borges. 
(Emecé, Buenos Aires, 1999)
  En un fragmento del breve “Prólogo” que preludia al Libro del cielo y del infierno, que ambos firmaron en “Buenos Aires, 27 de diciembre de 1959”, se lee: “Hemos buscado lo esencial, sin descuidar lo vívido, lo onírico y lo paradójico. Tal vez nuestro volumen deje entrever la milenaria evolución de los conceptos de cielo y de infierno; a partir de Swedenborg se piensa en estados del alma y no en un establecimiento de premios y otro de penas.” Esto induce a observar que la miscelánea quizá no deja “entrever la milenaria evolución” de tales conceptos, y no sólo porque no parece ser (y no es) su objetivo y porque “una antología como ésta es, necesariamente, inconclusa”, breve y parcial, sino sobre todo por la forma y el sentido en que está concebida. Al margen de que Borges se decía agnóstico o ateo, y Bioy así se confesaba, la fragmentaria y arbitraria cita de libros sagrados y canónicos no fue hecha con un erudito afán historicista ni teológico ni pedagógico, sino meramente literario, como ejemplos de manifestaciones o formas de literatura fantástica, elegidos por gusto y capricho, y presentados de un modo no menos caprichoso, lúdico y fragmentario. 

   
(Sur, Buenos Aires, 1960)
        En este sentido, entre los fragmentos de los libros sagrados y religiosos (que se supone escritos o revelados por Dios a través de sus amanuenses) y sobre las religiones —digamos del Corán, de la Biblia, De Coelo et Inferno (1758) de Swedenborg, del Diccionario enciclopédico de la teología católica (1867), de la Encyclopaedia of Religion and Ethics (1928), del Catecismo de la fe musulmana (1616), etcétera—, además de que no están ordenados en forma cronológica ni temática ni hermenéuticamente anotados con rigurosidad para bosquejar o entrever la “milenaria evolución de los conceptos de cielo y de infierno”, abundan, y contrastan y tienen mayor relevancia, los textos y pasajes sin pretensiones religiosas, los que únicamente son producto de la reflexión ética y filosófica, o de la imaginación literaria, poética y lúdica, ya sea que cuestionen, afirmen, nieguen, jueguen o varíen los mitos del cielo y del infierno.  
  De ahí que en una breve entrevista de Osvaldo Ferrrari a Borges sobre el Libro del cielo y del infierno, reunida en la antología de entrevistas Diálogos (Seix Barral, Barcelona, 1992), Ferrari le diga a Borges que “una de las primeras conclusiones” que el libro le propone es que éste, “como otros autores presentados en el libro, rechaza la idea de un cielo y un infierno”. A lo que Borges responde: 
 
(Seix Barral, Barcelona, 1992)
      “Sí, porque yo personalmente no creo ser digno de recompensas ni de castigos. Ahora, un personaje de Bernard Shaw, Major Barbara, dice: ‘He dejado atrás el soborno del cielo’. Entonces, si el cielo es un soborno, el infierno es una amenaza, evidentemente, ¿no? Y ambos parecen indignos de la divinidad, ya que éticamente el soborno es una operación muy baja... y el castigo también. [...] La idea de un dios que amenaza me parece ridícula; si ya un hombre es ridículo que amenace, en una divinidad... desde luego, y la idea de un premio también está mal, porque si uno obra bien, se entiende que haber obrado bien, el tener una conciencia tranquila ya es su propio premio; y no requiere premios adicionales, y menos premios inmortales o eternos.”
   Es así que más que la “milenaria evolución de los conceptos de cielo y de infierno”, no pocos textos antologados —sucesivas variantes sobre los mismos temas— permiten vislumbrar cómo, desde distintas ópticas, las alusiones o descripciones del cielo y del infierno se repiten y bifurcan mil y una veces en visiones y formas muy parecidas: el cielo como un ámbito infinito de eterna felicidad y deleite, premio otorgado por la divinidad a los justos y bienaventurados; el laberíntico y descomunal infierno como un ámbito de torturas y castigos (cíclico o eterno) para los malvados (incluso por simples pecadillos), en donde el fuego (y sus variantes) suele ser el principal elemento para atormentar a los condenados. 
   
Ilustración en el Libro del cielo y del infierno (Emecé, 1999)
        Cabe subrayar, además, que a lo largo del libro se aprecian una serie de viñetas y reproducciones en blanco y negro de antiguos grabados, dibujos y detales de pinturas que más o menos ilustran lo que se dice en textos inmediatos, pero no se acreditan ni los títulos, ni las fechas, ni el nombre de los autores. 



II de III
(Emecé, Buenos Aires, 2002)

Jorge Luis Borges nació el 24 de agosto de 1899 y Adolfo Bioy Casares el 17 de septiembre de 1914. Y a fines de 1931 (o en 1932), al conocerse durante un almuerzo en la casa que Victoria Ocampo tenía en San Isidro, inician la prolífica y larga amistad que los signó, en cuyo mancomunado haber —además del legendario folleto (con recetas) sobre La leche cuajada de La Martona. Estudio dietético sobre las leches ácidas y del cuento policial inconcluso “El doctor Praetorius”, urdidos en 1935, en Rincón Viejo, la estancia de los Bioy en Pardo, y que son sus primeros escritos a cuatro manos, póstumamente reunidos en Museo. Textos inéditos (Emecé, Buenos Aires, 2002), con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi”— y de la revista Destiempo fundada por ambos (el primer número data de octubre de 1936, el segundo de noviembre de 1936, y el tercero y último de diciembre de 1937), descuellan los libros de cuentos que escribieron juntos: con el seudónimo de H. Bustos Domecq: Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, Buenos Aires, 1942) y Dos fantasías memorables (Oportet & Haereses, Buenos Aires, 1946), con sólo 32 páginas y cuya editorial no existía como tal; con el seudónimo de B. Suárez Lynch: Un modelo para la muerte (Oportet & Haereses, Buenos Aires, 1946), con 84 páginas y viñetas de Xul Solar. Con sus nombres propios: Los orilleros. El paraíso de los creyentes (Losada, Buenos Aires, 1955), que son un par de guiones de cine, compilados por Borges en Obras completas en colaboración (Emecé, Buenos Aires, 1979), volumen con un “Epílogo” suyo fechado en “Buenos Aires, 8 de febrero de 1979”; más los relatos: Crónicas de Bustos Domecq (Losada, Buenos Aires, 1967) y Nuevos cuentos de Bustos Domecq (Ediciones Librería La Ciudad, Buenos Aires, 1977), con ilustraciones de Fernández Chelo. 
   
Ilustración en el Libro del cielo y del infierno (Emecé, 1999)
         Y además del Libro del cielo y del infierno, se pueden enumerar las otras antologías que hicieron juntos: Los mejores cuentos policiales (Emecé, Buenos Aires, 1943), sin prólogo, cuya Segunda serie, también sin prólogo, Emecé editó en 1952, y que a la postre pasaría a ser el libro 1 (editado por Emecé en 1962 y en 1972 por Alianza Editorial), mientras que la primera serie, revisada y modificada, pasaría a ser el libro 2, coeditado por Emecé y Alianza, en 1983, en Madrid, con un “Prólogo” que los antólogos firmaron en “Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”; Prosa y verso de Francisco de Quevedo (Emecé, Buenos Aires, 1948), antología y notas del dúo dinámico, con un prólogo de Borges que éste compiló en su libro Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, Buenos Aires, 1975); Cuentos breves y extraordinarios (Raigal, Buenos Aires, 1955), antología con una breve “Nota preliminar” que ambos firmaron en “Buenos Aires, 29 de julio de 1953”; Poesía gauchesca (FCE, México, 1955), un par de gruesos tomos con “Edición, prólogo, notas y glosario” de los dos, ex profesos para la Biblioteca Americana, colección “Proyectada por Pedro Henríquez Ureña y publicada en memoria suya”, con quien Borges pergeñó su primer libro antológico a cuatro manos: Antología clásica de la literatura argentina (Kapeluz, Buenos Aires, 1937), con un “Prologo” firmado por ambos, póstumamente reunido en Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1931-1955 (Emecé, Bogotá, 2001), volumen con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi”. 
   Pero también se puede evocar la dirección de Borges y Bioy, para Emecé, entre 1945 y 1955, de la legendaria serie de novelas policiacas El Séptimo Círculo (nombre elegido por Borges, que alude “el círculo de los violentos en el Infierno de Dante”), en la que Bioy y Silvina Ocampo publicaron, en 1946, la única novela que escribieron juntos: Los que aman, odian
   
Ilustración en el Libro de sueños  (Emecé, 1999)
        Pero además con Silvina Ocampo, Borges y Bioy organizaron dos antologías: la célebre Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, Buenos Aires, 1940), con un “Prólogo” de Adolfo Bioy Casares, revisada, corregida, reordenada y aumentada en 1965, y con una “Posdata” firmada por Bioy en “Rincón Viejo, Pardo”, el “16 de marzo de 1965”; y la Antología poética argentina (Sudamericana, Buenos Aires, 1941), con un “Prólogo” de Borges, compilado, también, en el susodicho tomo de los Textos recobrados. 1931-1955
 
Boda de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
Las Flores, enero 15 de 1940
Los testigos: Jorge Luis Borges, Enrique Drago Mitre y Oscar Pardo
        Vale recordar, a modo de indicios de la amistad que los signó a lo largo de su vida, que Borges, con Enrique Drago Mitre y Oscar Pardo (empleado de Bioy), fue testigo de la boda de Silvina y Adolfito, celebrada en Las Flores, el 15 de enero de 1940, año en que el 24 de diciembre se terminó de imprimir en Buenos Aires la susodicha Antología de la literatura fantástica, número 1 de la Colección Laberinto (el número 2 fue la citada Antología poética argentina); y el año de la edición, en Losada, de La invención de Morel, la novela más célebre de Bioy, con un “Prólogo” de Borges y dedicada a él. Y póstumamente, en octubre de 2006, apareció en Buenos Aires, editado por Destino, la primera edición argentina de Borges, un ladrillesco volumen de 1663 páginas (más 16 páginas con fotos en blanco y negro), que son los expurgados diarios de Adolfo Bioy Casares —repletos de erudición, anécdotas, chismes, infidencias, ironías, burlas, mala leche y mucho humor negro y blanco—, con “Edición al cuidado de Daniel Martino”, cuyas entradas van, con notorios huecos, de “1931-1946” a “1989”, quien había editado y publicado un adelanto, en varias vertientes, dentro de la selección de 506 páginas titulada Descanso de caminantes. Diarios íntimos (Sudamericana, Buenos Aires, 2001), en cuya entrada del “Sábado, 14 de junio de 1986”, Bioy registró la noticia de la muerte de su entrañable e íntimo amigo (la cual difiere en detalles y líneas, y por ende es una variante, de la homónima entrada que se lee en el ladrillesco Borges):
   
(Sudamericana, Buenos Aires, 2001)
           “Almorcé en la Biela, con Francis. Después decidí ir hasta el quiosco de Ayacucho y Alvear, para ver si tenía Un experimento con el tiempo. Quería un ejemplar para Carlos Pujol y otro para tener de reserva. Un individuo joven, con cara de pájaro, que después supe que era el autor de un estudio sobre las Eddas que me mandaron hace meses, me saludó y me dijo, como excusándose: ‘Hoy es un día muy especial’. Cuando por segunda vez dijo esa frase le pregunté: ‘¿Por qué?’ ‘Porque falleció Borges. Esta tarde murió en Ginebra’, fueron sus exactas palabras. Seguí mi camino. Pasé por el quiosco. Fui a otro de Callao y Quintana, sintiendo que eran mis primeros pasos en un mundo sin Borges. Que a pesar de verlo tan poco últimamente yo no había perdido la costumbre de pensar: ‘Tengo que contarle esto. Esto le va a gustar. Esto le va a parecer una estupidez’. Pensé: ‘Nuestra vida transcurre por corredores entre biombos. Estamos cerca unos de otros, pero incomunicados. Cuando Borges me dijo por teléfono desde Ginebra que no iba a volver y se le quebró la voz y cortó, ¿cómo no entendí que estaba pensando en su muerte? Nunca la creemos tan cercana. La verdad es que actuamos como si fuéramos inmortales. Quizá no pueda uno vivir de otra manera. Irse a morir a una ciudad lejana... tal vez no sea tan inexplicable. Cuando me he sentido enfermo a veces deseé estar solo: como si la enfermedad y la muerte fueran vergonzosas, algo que uno quiere ocultar’.
     “Yo, que no creo en otra vida, pienso que si Borges está en otra vida y yo ahora me pongo a escribir sobre él para los diarios, me preguntará: ‘¿Tu quoque?’.”
       
(Destino, Buenos Aires, 2006)
           Cabe observar que “1931-1946”, el primer capítulo del volumen Borges, es una variante de “Libros y amistad”, artículo autobiográfico de Adolfo Bioy Casares, donde esboza el inicio y el nutriente vínculo con su mentor y amigo, publicado originalmente en 1964, en francés y en París, en la legendaria compilación monográfica que L’Herne le destinó a Borges; luego reunido por Bioy en su libro de ensayos La otra aventura (Galerna, Buenos Aires, 1968); y posteriormente compilado en el susodicho Mueso y en La invención y la trama (FCE, México, 1988), antología de la obra de Bioy, con “Selección, introducción y notas de Marcelo Pichon Rivière”, que además se reutilizó en el primer libro (y a la postre el único) de las Memorias de Bioy, impresas en abril de 1994, en Barcelona, por Tusquets, editadas “Con la colaboración de Marcelo Pichon Rivière y Cristina Castro Cranwell”. Y que la última vez que Borges y Bioy se vieron y conversaron en Buenos Aires, después de no verse “durante varios años”, fue la tarde del 27 de noviembre de 1985 en la librería de Alberto Casares, ubicada en la “calle Arenales 1723, entre Rodríguez Peña y Callao”, donde se exhibieron primeras ediciones de las obras de Borges, propiedad del coleccionista y bibliófilo José Gilardoni, según precisa Juan Gasparini en su libro-reportaje Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000). Y al día siguiente, anota Edwin Williamson en Borges, una vida (Seix Barral, Buenos Aires, 2006), “Al mediodía del 28 de noviembre Borges había almorzado con su hermana Norah, en el Hotel Dorá frente a su departamento. Era una especie de despedida [para siempre, pues nunca regresó a Buenos Aires], aun cuando no mencionó que partía a Europa esa noche [ni reveló el cáncer hepático que padecía]. Después hizo su siesta de costumbre. A eso de las cinco de la tarde lo despertó su ama de llaves [Fani, la célebre criada en su departamento B del sexto piso de Maipú 994, con 38 años de servicio], y después se fue al aeropuerto en un taxi con María [Kodama]. El ‘tejedor de sueños’ estaba por emprender el ‘acto mágico’ que llevaría su vida a un fin adecuado.”

Portada de La leche cuajada de La Martona (1935), el primer texto que Borges y Bioy escribieron juntos
y foto de la última vez que conversaron en Buenos Aires, el 27 de noviembre de 1985, en la librería de
Alberto Casares, donde hubo una exposición de primeras ediciones de los libros de Jorge Luis Borges.

III de III
Puesto que Georgie era mayor y con más experiencia y celebridad, a veces se decía que Adolfito era su discípulo (en 1932 Borges cumplió 33 años y Bioy 18). Sin embargo, Borges refutaba tal cosa puntualizando la mutua retroalimentación. No obstante, si en el Libro del cielo y del infierno transpira el espíritu tutelar de Borges, visible entre los textos y fragmentos de libros y autores que solía citar y de los que eran, o fueron, de su preferencia: las enciclopedias, Swedenborg, Robert Browning, Mark Twain, Milton, Coleridge, Kafka, las versiones de Las mil y una noches, Voltaire, Robert Burton, Léon Bloy, Platón, Plotino, San Agustín, Heinrich Heine, Angelus Silesius, etcétera, sin duda se trata de la lúdica antología de dos maestros consumados, donde no extrañaría la cita apócrifa, la falsa atribución y el libro y el autor inexistentes. De ahí que Bioy, el “Lunes, 19 de septiembre” de 1960 haya apuntado en una página reunida en el ladrillesco Borges: “Come en casa Borges. Corregimos pruebas del Libro del cielo y del infierno; ponemos fechas, al pie de los textos. Libro apócrifo, potencial y acaso entretenido: El juego de las atribuciones falsas o Autores y libros apócrifos, en la obra de Borges y Bioy.”
Poemas (1922-1943)
(Losada, Buenos Aires, 1943)
Primera compilación de la obra poética de Jorge Luis Borges
           Como en otras antologías de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, éstos, ante los miles y miles de probables textos, no eludieron el gusto de autoantologarse. De Borges se lee “Del infierno y del cielo”, dizque de “Poemas (1954)”, publicado antes en Poemas (1922-1943) (Losada, Buenos Aires, 1943) —“Su primera compilación de la obra poética”, “expurgada y corregida”—, posteriormente integrado a El otro, el mismo (Emecé, Buenos Aires, 1964), donde está fechado en “1942”, incluso en el tomo de sus Obras completas. 1923-1972, cuya primera edición de Emecé data de 1974. De Bioy figura “Justo castigo”, cuento breve de Guirnalda con amores (Emecé, Buenos Aires, 1959), que revela su parentesco o ascendencia de Swedenborg, puesto que éste, además de viajar por las regiones del cielo y del infierno, hablaba con los muertos, con los ángeles y con los demonios: “Los demonios me contaron que hay un infierno para los sentimentales y los pedantes. Ahí los abandonan en un interminable palacio, más vacío que lleno, y sin ventanas. Los condenados lo recorren como si buscaran algo y, ya se sabe, al rato empiezan a decir que el mayor tormento consiste en no participar de la visión de Dios, que el dolor moral es más vivo que el físico, etcétera. Entonces los demonios los echan al mar de fuego, de donde nadie los sacará nunca.”

 
Ilustración en el Libro del cielo y del infierno (Emecé, 1999)
        De Antiguas literaturas germánicas (FCE, México, 1951), el libro que Jorge Luis Borges escribió con la colaboración de la argentina Delia Ingenieros, se leen dos fragmentos: “El cielo belicoso” y “Las llamas de su visión”, que reza a la letra: “Beda, en su Historia Eclesiástica de la Nación Inglesa, recoge la visión de Fursa, monje irlandés que había convertido a muchos sajones. Fursa vio el infierno: una hondura llena de fuero. El fuego no lo quema; un ángel le explica: ‘No te quemará el fuego que no encendiste’. En el purgatorio, los demonios arrojan contra él un ánima en llamas. Ésta le quema el rostro y un hombro. El ángel le dice: ‘Ahora te quema el fuego que encendiste. En la tierra robaste la ropa de ese pecador; ahora su castigo te alcanza’. Fursa, hasta el día de su muerte, llevó en el mentón y en un hombro los estigmas del fuego de su visión.”

Silvina Ocampo y Jorge Luis Borges
Foto: Adolfo Bioy Casares
        Y entre otros argentinos elegidos por sus todopoderosos dedos flamígeros, destaca Silvina Ocampo con dos textos: el cuento breve “Informe del cielo y del infierno”, de su libro La furia (Sur, Buenos Aires, 1959), y el pequeño poema “Un diablo melodioso”, de Poemas de amor desesperado (Sudamericana, Buenos Aires, 1949), que canta a la letra:



En los senderos grises del invierno
están las plantas del Jardín Botánico
donde canta un zorzal dulce y tiránico
que podría agravar cualquier infierno
con su canto mecánico. 
 
    Y quizá enseguida H. A. Murena, con un cuento breve, homónimo de su libro El centro del infierno (Sur, Buenos Aires, 1956); esto porque Murena, secretario de la editorial Sur, con su cuento “El gato”, fue incluido, en 1965, en la susodicha segunda edición de la Antología de la literatura fantástica
Samuel Taylor Coleridge
(1772-1834)
        Con el título “La prueba” aparece el fragmento de Samuel Taylor Coleridge que Borges utilizó como punto nodal de su ensayo “La flor de Coleridge”, reunido en Otras inquisiciones (1937-1952) (Sur, Buenos Aires, 1952), que quizá sea el texto más bello y enigmático del Libro del cielo y del infierno: “Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado ahí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?” Y que Borges, en solitario y con el mismo título de “La prueba”, también antologó en el Libro de sueños (Torres Agüero, Buenos Aires, 1976). 

   
(Torres Agüero, Buenos Aires, 1976)
        No obstante, otros lectores quizá opten por otro tipo de alusiones, no muy distintas de la ambrosía: “En el Paraíso nos atenderán las huríes, vírgenes de ojos como estrellas, de inmarcesible virginidad que renace bajo los besos y de saliva tan suave que si una gota cayera en los océanos toda el agua se endulzaría.” Se lee en Post mortem, quesque fragmento de “Le Coran (Amsterdam, 1770)”, dizque de Du Ryère. Y en “El tiempo del pájaro”, de la filóloga y medievalista María Rosa Lida de Malkiel, se lee: “La famosa Cantiga CIII de Alfonso el Sabio cuenta que un monje pide a la Virgen que le dé a conocer en vida las delicias del paraíso. Paseando por el huerto del convento halla una fuente clara y oye un pajarillo cuyo canto le embelesa; cuando vuelve al convento —a la hora de comer, según cree—, lo encuentra todo distinto y se entera de que han transcurrido trescientos años entre su partida y su regreso.” Pasaje, se lee, de “La visión de trasmundo en las literaturas hispánicas, apéndice a El otro mundo en la literatura medieval de Howard Rollin Patch (México, 1956).”
   
Ilustración en el Libro del cielo y del infierno (Emecé, 1999)
         Pero si según Swedenborg los demonios sufren con la luz y el aroma del Paraíso y están muy a gusto con las pestilencias y las nauseabundas catacumbas del Infierno, no sorprenda que haya quienes aspiren al horrorosísimo placer de un infierno cotidiano: “He pensado que algún día me llevarías a un lugar habitado por una araña del tamaño de un hombre y que pasaríamos toda la vida mirándola, aterrados.” Se lee en “Una araña muy grande”, fragmento de Los poseídos (1871-72), de Feodor Dostoievski.


Ilustración en el Libro del cielo y del infierno (Emecé, 1999)


Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, Libro del cielo y del infierno. Ilustraciones sin créditos en blanco y negro. Emecé Editores. 2ª edición. Buenos Aires, junio de 1999. 192 pp.

domingo, 9 de octubre de 2016

Bioygrafía

Todo pasado está igualmente cerca

I de XIV
Editado por Tusquets en la Colección Andanzas, el libro Bioygrafía. Vida y obra de Adolfo Bioy Casares apareció en Argentina en “abril de 2016” y en México en “junio de 2016”. Silvia Renée Arias (Tres Arroyos, Buenos Aires, 1963), su autora, apunta en su “Nota preliminar” que frecuentó a Bioy “A lo largo de los cinco últimos años de su vida” y que estuvo presente el día de su fallecimiento a sus 85 años, ocurrido en el CEMIC de Las Heras, en Buenos Aires, a las 18:50 horas del “lunes 8 de marzo de 1999” (“pude darle el beso del adiós minutos antes de que partiera definitivamente de este mundo”, dice). Pero además tiene en su haber dos libros previos a éste, donde también explora y bosqueja vertientes y entresijos de la vida y obra de Adolfito, el legendario héroe de las mujeres, esposo de Silvina Ocampo desde el 15 de enero de 1940 (hasta que ella murió, a los 90 años, “el martes 14 de diciembre de 1993”), y entrañable amigo de Jorge Luis Borges desde “1931 o 32” (hasta que éste murió, casi a los 87 años, el sábado 14 de junio de 1986): Bioy en privado, impreso en 1998, en Buenos Aires, por Lázara Grupo Editor, de escasa o nula circulación fuera de la Argentina, urdido con conversaciones que ella sostuvo con Bioy, más “testimonios de sus más queridos amigos” y “una colección de fotos de automóviles clásicos citados en varias de sus obras”; y Los Bioy, centralmente las memorias y vivencias de Jovita Iglesias, el ama de llaves y asistente doméstica de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en el piso de Posadas 1650 durante más de cinco décadas (1949-2001), finalista en España del XIV Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias, publicado en Buenos Aires por Tusquets, en 2002, en la Colección Andanzas, y en Barcelona, en 2003, en la Colección Fábula. Libros que la nutrieron y cita en las páginas de su Bioygrafía, a lo que se añade el intrínseco hecho que declara en su “Nota preliminar”: “esta Bioygrafía está basada —además de los recuerdos personales—, en material que fui guardando a lo largo de veinte años, desde aquel lejano 1994, cuando lo conocí.”
Adolfo Bioy Casares y Silvia Renée Arias
  Amén de la “Nota preliminar”, la Bioygrafía de Silvia Renée Arias comprende una breve iconografía en blanco y negro con deficiente resolución, más las postreras “Notas”, la “Bibliografía” y los “Agradecimientos”. Y está dividida en once capítulos, a su vez subdivididos en breves subcapítulos con rótulos, lo cual facilita la consulta temática y cronológica: “Capítulo I (1914-1926)”, “Capítulo II (1926-1931)”, “Capítulo III (1931-1940)”, “Capítulo IV (1940-1949)”, “Capítulo V (1950-1955)”, “Capítulo VI (1956-1967)”, “Capítulo VII (1967-1973)”, “Capítulo VIII (1974-1986)”, “Capítulo IX (1986-1992)”, “Capítulo X (1992-1996)” y “Capítulo XI (1996-1999)”.

Colección Andanzas, Tusquets Editores
México, junio de 2016
  Como a priori se puede inferir, Silvina Renée Arias esboza pormenores de la biografía de Adolfo Bioy Casares desde su nacimiento en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914 en el seno de una acaudalada familia estanciera (por las vías materna y paterna), hasta su fallecimiento. Y al unísono bosqueja detalles de su persona y personalidad, y minucias del contenido o de la escritura y edición de buena parte de los libros que publicó en vida, desde su primer libro de cuentos: Prólogo, editado en 1929 con el sello de imprenta Biblos, que él firmó como Adolfo V. Bioy (la V por su segundo nombre: Vicente), cuya edición de 300 ejemplares pagó el Dr. Bioy, su padre; hasta el último: De las cosas maravillosas, que pese haber sido editado en 1999, en Buenos Aires, por Temas Grupo Editorial, Bioy ya no vio. Sin excluir la obra editada y escrita a cuatro manos con Borges, y la novela policial urdida con Silvina Ocampo, más la póstuma edición de sus diarios a cargo de Daniel Martino: Descanso de caminantes. Diarios íntimos (Sudamericana, 2001) y el voluminoso Borges (Destino, 2006), los cuales se sumaron al primero que cuidó y editó con Bioy: De jardines ajenos (Tusquets, 1997).

Contraportada
  Vale subrayar, no obstante, que la biografía de Bioy escrita por Silvia Renée Arias, con grandes huecos y omisiones, y datos apenas o a medias esbozados, no es exhaustiva, y sí ligeramente polémica (por ejemplo, la infidelidad y el donjuanismo de Bioy, la descalificación de la obra de Ernesto Sabato y la recíproca antipatía, las desavenencias de él y Borges con Victoria Ocampo, y lo que se le adjudica a María Kodama como generadora del distanciamiento entre él y Borges, y la decisión de enterrarlo en Ginebra). Ni tampoco es, en torno a su obra, un libro ensayístico ni analítico, sino anecdótico, parcial, laudatorio y fragmentario, de lectura amena y envolvente, y muy poco crítico. Pero también dramática y dolorosa, por ejemplo, cuando bosqueja el declive y el deceso de Silvina Ocampo; la súbita muerte de su hija Marta tras ser atropellada por un auto cuando aún tenía 39 años y a escasas tres semanas del fallecimiento de Silvina; y las enfermedades y dolencias físicas del propio Bioy, paulatinamente agudizadas a partir de “La mañana del sábado 24 de octubre de 1992”, cuando en su piso de Posadas se cayó de un banquito al que se había subido “para buscar un rollo de hilo dental, y resbaló”. Según apunta la biógrafa: “El golpe le había producido la fractura del fémur derecho, y una parte de ese hueso se había incrustado en la pelvis. Lo que no sabemos es si Bioy tomó conocimiento de que la caída se produjo a raíz de la rotura del fémur, y en consecuencia, si en ese u otro momento, con el paso de los días, le anunciaron que padecía un cáncer en los huesos. Lo único cierto es que poco después estaba en una cama del CEMIC, con un sistema de pesas para los huesos, una tracción en la rodilla, un clavo de lado a lado, una pesa y la pierna colgada.”

Pero lo que desconcierta en la Bioygrafía y demerita el acopio y la glosa no son las erratas de la edición ni la baja calidad de las imágenes (asunto que se le puede achacar a la empresa editorial), sino los errores y descuidos de la propia autora, mismos que se observan a lo largo de su libro. Por ejemplo, en la página 28, en el bosquejo del cortejo fúnebre del ex presidente Victorino de la Plaza, fallecido el 2 de octubre de 1919, y que el niño Bioy, de cinco años, presenció, dice: “Varios hombres, entre ellos Julio A. Roca, y un grupo de señoras y señoritas de la sociedad, llevaban los cordones del féretro. El cortejo desfiló por la avenida y se detuvo en el sitio donde se ensanchaba, formando un amplio círculo. Bioy nunca olvidaría la congoja que sintió.” Pero el general Julio Argentino Roca, alias el Zorro, dos veces presidente de la Argentina, había muerto el 14 de octubre de 1914, un mes después de que Adolfito naciera. 

II de XIV
En su esbozo del primer encuentro de Borges y Bioy en la regia quinta de San Isidro, donde vivía Victoria Ocampo, sucedido, dice en la página 61 de su Bioygrafía, en “la primavera de 1931, noviembre tal vez”, apunta con presteza en la página 62: “Adolfito sí sabía de quién se trataba: [Borges] había publicado cuatro libros de ensayos, una biografía y tres poemarios, y obtenido el Segundo Premio Municipal de Prosa por El idioma de los argentinos, publicado en 1928.” Pero hacia noviembre de 1931, Borges sólo había publicado tres libros de ensayos de escaso tiraje y no cuatro: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928); y, efectivamente, una biografía (no ortodoxa): Evaristo Carriego (1930), y tres poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). Ese Segundo Premio Municipal, Borges lo alude en la página 62 de su Ensayo autobiográfico (GG/CC/Emecé, 1999), cuya primera edición en inglés data de 1970: “En 1929 [sic] ese tercer libro de ensayos ganó el segundo Premio Municipal, que consistía en tres mil pesos, lo cual en aquella época era una suma señorial de dinero.” Vale recordar que algunos biógrafos de Borges repiten más o menos esto y otros afirman que el premio fue por Cuaderno San Martín; es por ello que James Woodall apunta en la página 121 de La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998): “A principios de 1929 o a fines de ese año (no poseemos datos precisos sobre ese punto) Borges ganó un premio literario; sólo podemos decir que lo ganó, o bien por El idioma de los argentinos o bien por Cuaderno San Martín o, posiblemente, cada uno de estos haya ganado premios.” Cosa que, curiosamente, registra Horacio Jorge Becco en su “Cronología bibliográfica” incluida en Jorge Luis Borges. Bibliografía total 1923-1973 (Pardo, 1973): “1928”: “Reúne algunos ensayos en su libro, El idioma de los argentinos, con el cual mereció el Segundo Premio Municipal de Prosa”; “1929”: “El tercer libro de poemas: Cuaderno San Martín. Se le otorga el Segundo Premio Municipal de Poesía.”
Jorge Guillermo Borges y El Caudillo (Palma de Mallorca, 1921).
En la página 59 de Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987).
       Pero el caso es que en la citada página 62 de su Bioygrafía, al referirse a Fervor de Buenos Aires (1923) y a Luna de enfrente (1925), Silvia Renée Arias afirma: “Esos libros no fueron los primeros que Borges escribió, sino el cuarto y el quinto publicados.” Lo cual no es así, pues Fervor de Buenos Aires es el primero y Luna de enfrente el tercero. Líneas después, en la misma página 62, Silvia dice que el padre de Borges “escribió una novela, El caudillo, publicada por Tor”; pero si bien Ediciones Tor, con el número 3 de la Colección Megáfono, publicó, en 1935, Historia universal de la infamia —el primer libro de narrativa breve de Borges—, El Caudillo, la novela de su padre, Jorge Guillermo Borges, no la publicó Tor, sino que fue una edición privada impresa, en 1921, en Palma de Mallorca. En la página 59 de Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987), con “Recopilación y ordenamiento de Miguel de Torre Borges” y “Prólogo” de Bioy, se observa la “Portada y página 7 de El Caudillo, de Jorge G. Borges. Palma de Mallorca, 1921.” Y una foto de éste “por la época” en que la publicó. Luego, en la misma página 62 de la Bioygrafía, al referir el diálogo inicial que Borges y Bioy tuvieron en “los salones de San Isidro”, Georgie con 32 años y Adolfito con 17, la biógrafa dice que “Bioy recordaba que Borges le preguntó qué escritores prefería, y él le contestó que sentía especial preferencia por Gabriel Miró, Azorín, Cancela y Joyce. ‘Sí, Joyce es una intención, un acto de fe, una promesa, la promesa de cuando lo lean les va a gustar’, le dijo Borges.” Consabido episodio que Bioy alude en “Libros y amistad”, artículo autobiográfico escrito en francés ex profeso para el número  monográfico que L’Herne, en 1964, en París, le dedicó a Borges, y que Bioy compiló, en español, en su libro de ensayos La otra aventura, que Alberto Manguel le publicó, en 1968, en Buenos Aires, en la Editorial Galerna. Pero si bien el Ulysses de Joyce se publicó en 1922 y Borges lo había reseñado en Inquisiciones (no obstante dice allí: “Confieso no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran, confieso haberlo practicado solamente a retazos y sin embargo sé lo que es”) —y los dos, con Silvina Ocampo, elegirían un fragmento en la edición de 1940 de la Antología de la literatura fantástica, al que en la edición de 1965 añadirían otro, pese a que en ambos casos erradamente fechan el Ulysses en 1921—, la equivocada minucia de la biógrafa se lee al ubicar el Finnegan’s Wake en 1931, pues data de 1939: “Borges tenía razón: la gente admiraba a Joyce, pero no lo leía. ¿Cuántos habían leído esos mamotretos ‘oscuros y tan viejos como la vanguardia’ llamados Ulises y Finnegan’s Wake? Bioy admirada el Ulises, le atraía como a toda la gente de su época, pero con los años iba a desaprobarlo.”


III de XIV
En la página 72 de la Bioygrafía, comprendida en el “Capítulo III (1931-1940)”, cuando acaba de referir el inicio del vínculo amoroso entre Silvina Ocampo y Bioy (“Silvina iba a cumplir treinta y un años, y Adolfito, veinte”), afirma que, “en general”, los “cuentos [de él] seguían siendo meras adaptaciones de sueños”. Y líneas abajo añade: “Ya llegaría el día en que publicaría, junto a Jorge Luis Borges, en la Antología de relatos breves, la historia de Chua Tsú [sic], sobre la idea del sueño encadenado y tal vez infinito, el sueño y su indescifrable ambigüedad: ‘Chua Tzú [sic] soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre’.” Vale observar que la antología que refiere la biógrafa en cursivas no se titula así, sino Cuentos breves y extraordinarios, libro impreso por Raigal, en Buenos Aires, en 1955, tal y como aparece datado en la correspondiente nota 19. Ese lapsus remite a la página 58 donde escribe “Enciclopedia Larrouse”, en vez de Larousse; y al lapsus que comete cada vez que cita El jardín de senderos que se bifurcan (páginas 104, 109, 147 y 299), libro de cuentos de Borges editado por Sur el “30 de diciembre de 1941” (no enlistado en su “Bibliografía”), pues ella le inserta el artículo “los” antes de senderos. La versión transcrita por la biógrafa es, efectivamente, la que figura en Cuentos breves y extraordinarios, pero allí el nombre del filósofo chino no figura como “Chua Tsú” ni “Chua Tzú”, sino Chuang Tzu, de ahí que esté titulada “El sueño de Chuang Tzu”. Tal versión, hecha de la traducción inglesa de Herbert Allen Giles datada en 1889, quizá la hizo sólo Borges, pues él, en solitario y tal cual, la compiló en su Libro de sueños, antología de narrativa breve publicada en Buenos Aires, en 1976, por Torres Agüero. Pero el mero día de publicar a cuatro manos (o a seis) ese celebérrimo y minúsculo relato de Chuang Tzu llegó 15 años antes de los Cuentos breves y extraordinarios, pues en la página 240 de la susodicha Antología de la literatura fantástica, editada por Sudamericana el 24 de diciembre de 1940 (se lee en colofón), Borges, Bioy y Silvina publicaron, sin título y dizque “Del libro de Chuang Tzu (300 A.C.)”, una versión ligeramente distinta, menos bella y menos eufónica: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.” Vale añadir que en la edición de 1965 de la Antología —que es la sucesivamente reeditada hasta el presente— se reitera la misma variante de 1940, pero titulada “Sueño de la mariposa”. 
Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940)
Páginas 240-241

IV de XIV
Entre las páginas 84-85, apunta la biógrafa: “A propósito de Borges, el 29 de abril de ese año [1936] publicó en Viau y Zona su tercer libro de ensayos, Historia de la eternidad, y poco después llevó a Bioy a la casa de Manuel Peyrou, para que lo conociera. Peyrou vivía en la calle Austria, tenía treinta y dos años y era abogado como su padre, que se había recibido en la misma promoción que el Dr. Bioy, aunque Manuel no ejerció nunca.” Vale observar que Historia de la eternidad no es el “tercer libro de ensayos” de Borges, sino el sexto o el séptimo, según se vea; es decir, había publicado los siguientes cinco libros de ensayos: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos (1928), Evaristo Carriego (1930) —que es un esbozo biográfico, pero también un compendio de ensayos (con numerosas variantes y añadidos en la edición de 1955 impresa por Emecé), Discusión (1932), y luego el sexto o séptimo: Historia de la eternidad (1936), pues recogió el ensayo titulado Las kenningar, una delgada plaquette de 26 páginas editada en 1933, en Buenos Aires, por Francisco A. Colombo. Y yerra al decir que Manuel Peyrou “tenía 32 años”, pues nacido en San Nicolás de los Arroyos el 23 de mayo de 1902, en 1936 cumplió 34 años. Además, no bosqueja la hilarante y simpática anécdota de que Adolfito, ingenuo “aspirante a escritor”, leyó en Historia de la eternidad la “falsa reseña de El acercamiento a Almotásim y pidió la novela inexistente a un librero de Londres”, según apunta Edwin Williamson en la página 247 de Borges, una vida (Seix Barral, 2004).  
     
(Seix Barral, 2006)
         Y líneas abajo, en la página 85, apunta Silvia Renée Arias: “En 1936 también apareció la revista Destiempo, que Bioy publicó con Borges y Ernesto Pissavini, aunque en realidad de Pissavini —conserje, ordenanza del Dr. Bioy, a quien mucho apreciaban— utilizaron, en una broma privada, su nombre, convirtiéndolo en el director de la revista.” Y, según anota, “la revista sobrevivió a solo tres números (octubre, noviembre y diciembre de 1936)”. Pero según el bosquejo que Williamson hace entre las páginas 254-255 de su citada biografía de Borges, “el tercer número de Destiempo, planeado para diciembre [de 1936], no llegó a aparecer. Bioy, su puntual financiero, había sido llamado con urgencia a su estancia [Rincón Viejo, en Pardo] para enfrentar un brote de enfermedad que amenazaba con liquidar sus manadas de ovejas. Esto llevó a una suspensión indefinida de la revista cuando Bioy tuvo que permanecer en la estancia para poder luchar contra una propuesta de construir una carretera que pasaría por el medio de sus propiedades. A Bioy le llevaría todo un año despejar los problemas de su estancia.” Y por ende, apunta Williamson, “A fines de 1937, Borges y Bioy hicieron otro intento de lanzar Destiempo. En diciembre apareció un tercer número [el último] en el mismo formato que los anteriores [...]”. 
     
(Emecé, 2002)
       Vale señalar que en la página 49 del póstumo Museo. Textos inéditos, de Borges y Bioy, impreso en 2002, en Buenos Aires, por Emecé, con acopio, notas y “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi”, se lee al inicio del pie de página 1: “Destiempo era un pliego de seis hojas en formato mayor, desplegable como la primera Proa e ilustrado por Xul Solar. Figura como secretario Ernesto Pissavini”. Y en la página 50 se reproduce la hoja 1 del número 3 de Destiempo, datada en “Buenos Aires, Diciembre de 1937”, donde Ernesto Pissavini, efectivamente, “Figura como secretario” y no como “director”.
   
Detalle del número 3 de Destiempo (diciembre, 1937)
En Museo. Textos inéditos (Emecé, 2002)
         Por si no bastara, en la misma página 85, tras nombrar cuatro cuentos de Bioy que “unos meses después integrarían Luis Greve, muerto”, la biógrafa dice que éste es “su quinto libro”, pero es el sexto, como bien puede recordarse: Prólogo (1929), 17 disparos contra lo porvenir (1933) —que firmó con el pseudónimo de Martín Sacastrú, y cuya edición también pagó su padre—, Caos (1934), La nueva tormenta o La vida múltiple de Juan Ruteno (1935), La estatua casera (1936) y Luis Greve, muerto (1937), editado por Destiempo, editorial financiada por Bioy “a pesar del fracaso de la revista”. Pero además, Borges comentó los dos últimos en la revista Sur: La estatua casera en el número 18, de marzo de 1936; y Luis Greve, muerto en el número 39, de diciembre de 1937; artículos póstumamente compilados en Borges en Sur (Emecé, 1999) por Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi.

V de XIV
En la página 94 de su Bioygrafía, sin precisar el lugar y el tiempo, pero ubicándolo más o menos entre 1936 y 1937, Silvia Renée Arias apunta: “Bioy se abocó a planear con Borges un cuento que sería el origen de los Seis problemas para don Isidro Parodi.” Libro publicado por Sur en 1942, firmado con el pseudónimo de H. Bustos Domecq. Y enseguida bosqueja: “La idea fue de Borges. Trata de un filántropo (en algunas fuentes alemán, en otras holandés), en todo caso, del doctor Pretorius, un sádico director de un colegio que, a través de juegos en los que no faltan la música y los bailes, tortura y mata niños que integran una colonia de vacaciones. Muchos años después Daniel Martino, albacea de Bioy, encontró ese cuento inacabado entre sus papeles y fue publicado el 4 de noviembre de 1990 en el diario La Nación, según consta en la bibliografía del propio Martino, bajo el título ‘El doctor Pretorius’.” No obstante, la biógrafa no precisa ni data el libro donde se halla tal bibliografía y el único que consigna de Daniel Martino en su propia “Bibliografía” es anterior a 1990: ABC de Adolfo Bioy Casares, editado en Buenos Aires, por Emecé, en 1989.
     
(París, 1964)
         Aquí vale recordar que, para el caso, la fuente primigenia de la evocación de ese seminal e inconcluso intento de cuento a cuatro manos es el propio Bioy, que precisamente lo refiere en el citado artículo memorioso y autobiográfico “Lettres et amitiés”, escrito en francés,
ex profeso para el número IV de la revista L’Herne (Paris, 1964), y luego incluido en español en La otra aventura (Galerna, 1968), donde el doctor no es “Pretorius”, sino “Praetorius”. Bioy apunta allí:
 
(Galerna, 1968)
    “En 1935 o 36 fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos.
    “Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo.
    “Intentamos también un soneto enumerativo, en cuyos tercetos no recuerdo cómo justificamos el verso
    los molinos, los ángeles las eles
    “y proyectamos un cuento policial —las ideas eran de Borges— que trataba de un doctor Praetorius, un alemán vasto y suave, director de un colegio, donde por medios hedónicos (juegos obligatorios, música a toda hora), torturaba y mataba niños. Este argumento, nunca escrito, es el punto de partida de toda la obra de Bustos Domecq y Suárez Lynch.” 
   
Portada de La leche cuajada de La Martona (c. 1935-1937).
En la foto: Borges y Bioy en la librería de Alberto Casares,  la 
última vez
que se vieron en Buenos Aires (noviembre 27 de 1985).

En la p. 24 de Museo se dice que la viñeta es “la marca del ganado” y también
“el logo de la Industria Láctea La Martona, fundada en 1889”.
Y en la siguiente página se lee:
“Según Daniel Martino el folleto tuvo dos ediciones y se repartió en la
cadena de lecherías La Martona (dato de Gastón Gallo).
         Vale señalar que esa “estancia en Pardo” es Rincón Viejo, propiedad del padre de Bioy, donde Adolfito, dice, entrevió “el argumento de La invención de Morel”, y que por entonces empezaba a administrar; y el “folleto comercial” que Borges y él escribieron es el legendario folleto de La leche cuajada de la Martona (nombre de la poderosa empresa lechera fundada por el padre de Marta Casares, la madre de Bioy, quien le puso ese nombre en homenaje a su hija), compilado, junto con el fragmento inconcluso de “El doctor Praetorius”, en el susodicho Museo. Textos inéditos, libro que no cita Silvina Renée Arias y que al parecer no consultó. En Mueso, el folleto está datado entre corchetes en “[invierno de 1935 o 1936]”; y en su correspondiente pie de página se lee: “Este es el primer trabajo que Borges y Bioy realizaron en común, anterior a la publicación de Destiempo, octubre de 1936. En L’Herne (1964), Bioy da la fecha 1934-1935. En 1968, corrige por 1935-1936.” En Museo, el texto titulado “El doctor Praetorius” está precedido por un pasaje del citado fragmento de “Libros y amistad” (que además, completo, preludia el acopio del libro), cuyo pie de página 1 remite a La otra aventura; mientras que en el pie de página 2 se lee: “En el texto de La Nación dice ‘Preetorius’, pero Bioy Casares, que revisó las pruebas de La otra aventura, 1983, escribe ‘Praetorius’.” Ciertamente, La otra aventura tuvo una segunda edición en 1983, en Emecé, cuya tercera edición Emecé imprimió en 2004; pero el artículo “Libros y amistad” y por ende el nombre del doctor Praetorius ya estaba allí en la primera edición que hizo Galerna en 1968, en cuya “Nota preliminar”, fechada en “Buenos Aires, julio de 1968”, Bioy apuntó: “En cuanto a los artículos, bastará decir que la revista L’Herne publicó Letras y amistad [sic] en el número dedicado a Jorge Luis Borges y que los demás aparecieron en La Nación.” Y el nombre de “Preetorius” que aluden las editoras de Museo se confirma en la “Bibliografía” que Daniel Martino elaboró para la edición conjunta de La invención de Morel, Plan de evasión y La trama celeste, editada en Caracas, en 2002, en el número 225 de la Biblioteca Ayacucho; allí, en la página 379, en el apartado “b. Primeras apariciones”, se lee: “‘El doctor Preetorius’. La Nación, 4 de noviembre de 1990.” Y más aún, en la “Cronología”, en la entrada de “1935”, anota Martino: “Hacia mediados de ese año, escribe, junto a Borges, un folleto sobre la leche cuajada, un soneto y tres páginas de un cuento (‘El doctor Preetorius’) que no concluirán.” No obstante, en Museo, en el asterisco al término del fragmento inconcluso titulado “El doctor Praetorius”, apuntaron las editoras: “En La Nación, Buenos Aires, 4 de noviembre de 1990, con el título ‘El joven Bustos Domecq’, por Daniel Martino. Y en: Unicornio, Mar del Plata, Año 1, N° 2, agosto-septiembre de 1992, con el título ‘El joven Bustos Domecq’, por Daniel Martino.” Pero lo no menos curioso y revelador es el pie de página 3, que corresponde a la datación del texto entre corchetes: “[Pardo, Provincia de Buenos Aires, invierno de 1935 o 1936]”: “Nótese que en 1935 se estrenó La novia de Frankenstein, película dirigida por James Whale, donde aparece el malvado doctor Praetorius que pretende crear a una compañera para el monstruo.” No obstante, en el filme, caracterizado por Ernest Thesiger, el doctor no es “Praetorius”, sino Pretorius.
(Colección Andanzas núm. 210, Tusquets Editores, abril de 1994)
En la foto: Bioy en Rincón Viejo, su estancia paterna en Pardo,
provincia de Buenos Aires (noviembre de 1971).
         Silvia Renée Arias quizá retomó y optó por el nombre del “doctor Pretorius” al leer el libro 1 de las Memorias de Bioy (y a la postre el único) —que cita varias veces—, publicado en abril de 1994, en Barcelona, por Tusquets Editores, con el número 210 de la Colección Andanzas, urdido “Con la colaboración de Marcelo Pichon Rivière y Cristina Castro Cranwell”, donde figura así: “doctor Pretorius” (quizá debido a una “enmienda” de los editores de Tusquets), pese a que es claro y evidente el uso, con técnica de collage y palimpsesto, del citado artículo “Libros y amistad” y de la “Autocronología” que Bioy escribió para Guía de Bioy Casares, libro ensayístico de Suzanne Jill Levine, editado en 1982, en Madrid, por Fundamentos. “Autocronología” que Bioy revisó y amplió para La invención y la trama, antología de su obra con “Selección, introducción y notas de Marcelo Pichon Rivière”, publicado en 1988, en México, por el FCE en la serie Tierra Firme; donde también se halla el artículo “Libros y amistad”, tal y como apareció, en 1968, en La otra aventura; en este sentido, en su revisada “Autocronología”, Adolfo Bioy Casares reitera entre lo que corresponde a “1937”:  

     “En invierno, Borges pasa una semana en el campo conmigo. Escribimos un folleto sobre la leche cuajada (nuestro primer trabajo en colaboración). Planeamos un cuento, que nunca escribiremos, que es el origen de los ‘Seis problemas para don Isidro Parodi’, sobre un filántropo alemán, el doctor Praetorius, que por medios hedónicos —música, juegos incesantes— mata niños.”  
    Al parecer, ese fecha de “1937” obedece a lo que Bioy apunta y recuerda en “Aprendizaje”, artículo memorioso y autobiográfico, erradamente incluido en La invención y la trama antes que “Libros y amistad” y que Marcelo Pichon Rivière no data en ninguna nota del volumen, amén de que su antología carece de bibliografía y de que sus notas suelen ser vagas y con poca o nula precisión bibliográfica. Dice Bioy en “Aprendizaje”, tácita e implícitamente aludiendo a “Libros y amistad”:
(FCE, 1988)
        “En un artículo sobre Borges digo:

“En 1935 o 36 —ahora descubro que fue en 1937— fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos. Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo fui un escritor más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo.” 
   
Imagen en Borges (Destino, 2006).

El pie de  foto  de Daniel Martino reza:

“Cubierta de la edición original (1935) del folleto
Leche cuajada, primera colaboración entre Borges y ABC.
La ilustración es de Silvina Ocampo.
        Quizá esa falta de datación en “Aprendizaje” se deba a lo que el antólogo apunta al final de su nota a la “Autocronología” de Bioy, dispuesta al término de la sección “Escritos autobiográficos”, que agrupa los artículos: “Adolfo Bioy, después del 900”, “Aprendizaje”, “Libros y amistad” y “Autocronología”. Marcelo Pichon Rivière dice allí e ineludiblemente da indicios de lo que unos años después conformarían el citado libro 1 de las Memorias de Adolfo Bioy Casares: 
“El autor de estas notas trabajó con Bioy Casares en un borrador de sus memorias. Durante 1985, todos los sábados por la mañana, Bioy hablaba al grabador, dictaba al amanuense, corregía, y volvía a hablar y a dictar. El resultado no fue satisfactorio. Como una forma de que muchas revelaciones no se pierdan, se ha decidido insertar ciertos tramos de esa autobiografía en este libro.
“Los fragmentos grabados (y luego, por supuesto, corregidos por Bioy) y esta autocronología, no dejan de ser fragmentarios, pero conforman —junto a los escritos mencionados— un texto provisorio. Un conjunto de revelaciones que ayudan a conocer los diarios afanes que acompañan las invenciones, ficciones y sátiras de Adolfo Bioy Casares.”

VI de XIV
No obstante a que Emecé en 1943 había publicado Los mejores cuentos policiales, antología de Bioy y Borges, donde de éste se incluyó el magistral “La muerte y la brújula”, en la página 107 de la Bioygrafía se lee: “A pesar de que en principio la editorial [Emecé] no había querido aceptar por entender que una novela policial no era literatura, ‘El Séptimo Círculo’ fue la primera en su género de habla hispana, y Borges y Bioy la dirigirían hasta fines de la década del cincuenta, al cabo de los cuales editarían unas cien obras.” Pero Daniel Martino, en su “Cronología” urdida para la citada edición conjunta en el número 221 de la Biblioteca Ayacucho, apunta en la entrada de “1945”: “Febrero: aparece, traducido por J.R. Wilcock, La bestia debe morir, primer volumen de El séptimo círculo, colección (1945-1955) dirigida junto a Borges.” Cuyo nombre al parecer eligió Borges porque remitía al círculo de los violentos, según el Infierno de Dante. Vale añadir que La bestia debe morir apareció en inglés, en 1938, firmada por Nicholas Blake, pseudónimo del poeta británico Cecil Day-Lewis. Y que Los que aman, odian, la única novela policial escrita por Bioy y Silvina Ocampo, apareció, en El Séptimo Círculo, el 8 de agosto de 1946. 
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
Foto de Mariano Roca que ilustra la 2
ª de forros de
Los que aman, odian (Tusquets, 1989).
         Luego, en la página 114 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias apunta que “Perón asumió [el poder] el 4 de junio de aquel año” de 1946 y que “Pocas semanas después Jorge Luis Borges —al cabo de casi nueve años de trabajo en la biblioteca Miguel Cané, en la calle Carlos Calvo— fue ‘ascendido’ a inspector de Aves, Conejos y Huevos en los mercados municipales.” Aquí vale recordar que Borges mismo fue quien acuñó la leyenda de que trabajó nueve años en la Biblioteca Miguel Cané, y lo hizo desde que renunció, según se lee en el discurso con que agradeció el banquete de desagravio y en su honor que le brindaron los miembros de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) “en el Marconi, en Plaza Once”: “Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo curso clasifiqué un número infinito de libros”. Discurso —firmado el “8 de agosto de 1946”— que preparó “para la ocasión”, recuerda el propio Borges en la página 78 de su citado Ensayo autobiográfico, pero que, dice, “sabiendo que era demasiado tímido para leerlo yo mismo, le pedí a mi amigo Pedro Henríquez Ureña que lo hiciera por mí”; no obstante, Pedro Henríquez Ureña, con quien Borges publicó su primer libro antológico a cuatro manos: Antología clásica de la literatura argentina (Kapeluz, 1937), había muerto de un infarto, el 11 de mayo de ese año mientras viajaba en un tranvía. Discurso que Borges publicó el 15 de agosto de 1946 en Argentina Libre y en el número 142 de la revista Sur, correspondiente a agosto de 1946, y que figura antologado en tres libros: Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por su autor (Celtia, 1982), con prólogo de Alicia Jurado; Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, 1985), con edición, prefacios y notas de Emir Rodríguez Monegal; y en el citado Borges en Sur. Pero si bien ese número nueve obedece a que Borges equiparaba esos supuestos nueve años con los nueve círculos del Infierno de Dante, cuyas vivencias transmutaría en el argumento kafkiano, laberíntico, pesadillesco, metafísico, infinito, desolado y eterno que se entrevé en su cuento “La Biblioteca de Babel”, a estas alturas del siglo XXI ya es muy consabido que en realidad fue un empleado menor en la Biblioteca Miguel Cané un promedio de ocho años; por ejemplo, Edwin Williamson, en la página 261 de su citada biografía apunta que “El 8 de enero de 1938 empezó a trabajar en el Biblioteca Miguel Cané”; y en la página 327 refiere que presentó su renuncia en la Municipalidad al día siguiente de que el 15 de julio de 1946 se enterara de que había sido “ascendido” a “inspector de aves y conejos en los mercados”. 

       
(Colección Andanzas núm. 261, Tusquets Editores, 1996)
       Pero quizá ese número nueve obedezca, también, a la peculiaridad que María Esther Vázquez apunta en la página 175 de Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), biografía que, dice Silvia Renée Arias, le gustaba mucho a Bioy: “Borges hubiera deseado nacer a los nueve meses de gestación; tenía una predilección supersticiosa por el tres y sus múltiplos. Se advertía en los actos más triviales: cuando viajaba en avión, en el momento de despegue, recatadamente, daba tres golpecitos con los nudillos en el brazo del asiento. Cuando uno le preguntaba el por qué, evadía la respuesta con una sonrisita maliciosa y hablaba de las virtudes mágicas del tres, del nueve y del treinta y tres. Recordaba que Adán nació a los treinta y tres años y que Jesucristo murió a esa edad. En cuando al número nueve, los versos del poema que cierra su libro El oro de los tigres, dicen: ‘El anillo que cada nueve noches/ Engendra nueve anillos y éstos, nueve...’.”


VII de XIV
En la página 121 de su Bioygrafía, al comenzar “Amor en París: Bioy y Garro”, que es el primer subcapítulo del “Capítulo V (1950-1955)”, apunta Silvia Renée Arias:
“El mexicano Octavio Paz le dedicó a Silvina Ocampo, en 1946, el poema ‘Arcos’, y ella a su vez, “Frente al Sena”, donde rememora el Río de la Plata. Si bien se conocieron en París, Silvina ya sabía quién era él por referencias de amigos, y le parecía una persona encantadora. Por su parte, Bioy no conoció a Octavio Paz sino cuatro años después y fue en el Hotel George V de París, el más elegante de la ciudad. Y también a Helena Garro, su esposa.
  “Helena y Octavio tenían una hija de nueve años, Laura Elena, apodada La Chata. Helena (después dejaría caer la ‘h’ de su nombre, nosotros lo hacemos a partir de ahora) tenía veintinueve años. Bioy todavía no había cumplido treinta y cinco. Ella era una joven alegre, popular, ajena a los convencionalismos, sofisticada en su vestimenta, dueña de una distinguida belleza y, al parecer, una destacada escritora.” 
       
Octavio Paz, Elena Garro y su hija Laura Helena Paz Garro
(París, Francia)
Foto en Memorias (Océano, 2003)
   
Elena Garro de joven
        Aquí se observan varias imprecisiones. El poema “Arcos” está fechado por Paz en “1947” y no en “1946”. Y ese viaje a Europa y a París que Bioy hizo en compañía de Silvina Ocampo y de Genca (Angélica García Victorica), sobrina de Silvina y amante de Adolfito, que al inicio del presente capítulo parece que data de 1950, empezó en “Enero de 1949, en un viaje que iba a durar cinco meses”, cuando emprendieron “una travesía rumbo a Estados Unidos en un barco de la compañía Moore McCormack”, se lee en la página 117 de la Bioygrafía. Es decir, sin que diga las razones del por qué, dice que Bioy conoció a Elena Garro en París, en 1949; pero también conoció a Octavio Paz; de ahí que la biógrafa apunte que “Bioy todavía no había cumplido treinta y cinco” (cosa que ocurriría el 15 de septiembre de ese año). Pero yerra cuando dice que Elena Garro “tenía veintinueve años”, pues nacida en Puebla el 11 de diciembre de 1916, a fines de 1949 cumpliría 33. Es verdad que durante toda su vida de dramaturga, narradora y polemista, Garro dijo haber nacido en 1920, de ahí que esto se repitiera ad nauseam. Elena Garro murió en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998. Y según apunta Lucía Melgar en la “Nota aclaratoria” que precede a su “Cronología” urdida para el volumen I de las póstumas Obras reunidas de Elena Garro, tomo editado en México, en 2006, por el FCE, “Casi al final de su vida”, la publicación de su testamento “aclara que nació en 1916”. 

   
Dedicatoria en el anverso
      Al parecer el nombre real de Elena Garro era María Helena Garro Navarro y desde joven prescindía de la hache muda. Pero el segundo nombre de la hija que tuvo con Octavio Paz, sí lleva la hache: Laura Helena Paz Garro. Muerta el 30 de marzo de 2014, un día antes de que se cumpliera el centenario del nacimiento de su padre, había nacido el 12 de diciembre de 1939; por ende, cuando su madre y Bioy se conocieron en París aún tenía 8 años. Notable poetisa menor que solía firmar sus libros sin su primer nombre, en 2003 publicó unas polémicas Memorias, editadas en México por Océano y con iconografía en blanco y negro, donde, para el caso, aborda el amorío de su madre con Adolfito. Libro que Silvia no consultó. Esto se observa, por ejemplo, cuando en la página 150 refiere la última vez que Bioy y Elena Garro se vieron, dice. Episodio sucedido en Nueva York, cuando Adolfito, desde “principios de enero de 1957” se encontraba allí acompañando a su padre “en un viaje que iba a durar dos meses”, pues el Dr. Bioy presidía “la Embajada argentina ante la ONU” (y allí Octavio Paz estaba “comisionado en la delegación mexicana”):  

   
Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Helena Paz Garro
(Nueva York, 1957)
          “Una foto atestigua el encuentro de Bioy y Garro. Sentados en una confitería, tomando café, aparecen de un mismo lado de la mesa, y frente a ellos Octavio y su hija la Chata, en cuya sonrisa Bioy tiene posada una mirada que se diría tierna. Muchos años después Bioy confesaría que, aunque era muy probable que Octavio Paz hubiese sabido de sus amores con la que por entonces era su mujer, porque habían sido ‘grandes amigos’, nunca habían habla de eso: ‘Era algo tácito’.”  
 
(Océano, 2003)
      Además de que en las Memorias de Helena Paz Garro se reproduce esa célebre foto divida en dos partes: en la página 390 se ve el ángulo donde posan Octavio Paz y su hija y en la página 414 donde posan Bioy y Elena Garro, en sus anécdotas y evocaciones, repletas de infidencias, veneno y mala leche, testimonia que su padre sí sabía del amorío de Bioy y Elena Garro y que además impidió que ella se fuera a la Argentina a reunirse con él. En este sentido, se lee en la página 302:
“También pienso, después de haber visto cómo se vengó de una querida que lo abandonó por otro, años después, cuando volvimos a París, que en su mentalidad de niño excesivamente mimado por su madre, y también muy querido por los Paz, se había acostumbrado a ser una especie de reyecito en su hogar, y no toleraba la más mínima ofensa. Para él era normal tener amantes, amigos, aventuras, cosas que no le permitía a mi madre, a quien nunca le perdonó que prefiriera a Bioy Casares.
“A pesar de su aparente liberalismo, y hasta de inmoralidad sobre el amor en sus libros de ensayos, una cosa era la letra impresa y otra que le quitaran algo que, a lo mejor, no amaba, pero sí admiraba y, en todo caso, le pertenecía, como mi madre.”
En la citada página 150 de la Bioygrafía, en lo referente a 1957, dice la biógrafa: “Elena había escrito Un hogar sólido, obra teatral en un acto, que se representaría en julio de ese mismo año y sería publicada como libro, con el mismo título, un año después.” Según apunta el historiador y crítico teatral Antonio Magaña-Esquivel en el libro V de Teatro mexicano del siglo XX (FCE, 1970), cuando Octavio Paz “aparecía como director literario, en el cuarto programa, de Poesía en Voz Alta, se montaron tres pequeñas obras, en un acto, de ella: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Fueron estrenadas en el Teatro Moderno [de la capital mexicana] el 19 de julio de 1957, también bajo la dirección de Héctor Mendoza.” Quien dirigió “en el Teatro del Caballito, en 1956, en el segundo programa de Poesía en Voz Alta”, la puesta en escena de La hija de Rappaccini, adaptación teatral del cuento homónimo de Nathaniel Hawthorne hecha por Octavio Paz. Y, efectivamente, el libreto teatral “Un hogar sólido” se publicó, en 1958, en un libro homónimo que reunió seis libretos de un acto. Fue el primer libro de Elena Garro, editado en Xalapa por la Universidad Veracruzana con el número 5 de la Colección Ficción, que había iniciado ese año con la publicación de la novela Polvos de arroz, de Sergio Galindo, y donde Gabriel García Márquez publicaría, en 1962, con el número 34 de la serie, Los funerales de la mamá grande, su primer libro de cuentos y su primer libro editado en México, apenas un año después de haberse instalado en la capital del país, donde “desde julio de 1965 hasta julio o agosto de 1966” escribiría Cien años de soledad (Sudamericana, 1967); editora universitaria y provinciana, fundada y dirigida por Sergio Galindo, que en 1964 publicó La semana de colores, el primer libro de cuentos de Elena Garro, con el número 58 de la Colección Ficción, luego de que obtuviera el sonoro Premio Xavier Villaurrutia por Los recuerdos del porvenir (Joaquín Mortiz, 1963), su primera novela, que según la leyenda, Octavio Paz, pese a que estaban divorciados desde “el 15 de julio de 1959”, sacó del baúl y llevó a la editorial. Pero sólo hasta el “3 de enero de 1983”, en la misma Colección Ficción, ya sin número, se publicó la segunda edición de Un hogar sólido, aumentada con seis libretos e ilustrada con dibujos del pintor Juan Soriano, de quien es la viñeta de la portada de la edición príncipe.
(Sudamericana, 1965)
         Entre las páginas 164-165 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias alude la inclusión de “Un hogar sólido” en la segunda edición, revisada y aumentada, de la Antología de la literatura fantástica, impresa en Buenos Aries, por Sudamericana, en 1965. No es difícil inferir que tal incorporación la promovió Bioy el amoroso, quien por ende también incidió para que “Un hogar sólido” se publicara en el número 251 de la revista Sur, correspondiente a marzo-abril de 1958. Dato y episodio que, curiosamente, omite la biógrafa.

     En este sentido, vale subrayar que en el fragmentario, breve y disperso esbozo del vínculo erótico y afectivo entre Bioy y Elena Garro, descuellan los amorosos pasajes de varias misivas que él le envió a ella (en un lapso de 20 años), y que, según data, la biógrafa leyó en las “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro”, publicadas por Pascal Beltrán del Río el “30 de noviembre de 1997” en el periódico bonaerense La Nación. Es decir, se entrevé que no consultó el archivo, abierto a los investigadores, de la “correspondencia y manuscritos que Garro vendió [en 1997] a la Universidad de Princeton, enriquecido después por Helena Paz, con diarios, memorias y otros documentos”.
Y entre las páginas 149-150, la biógrafa apunta: “Ese viaje a Nueva York [iniciado ‘a principios de enero de 1957’], que sería el último que emprendería con su padre [y ‘que iba a durar dos meses’], quedaría para siempre en el recuerdo de Bioy también a causa de haberle permitido reencontrarse con Elena Garro, quien un año antes había sido la artífice, junto a Octavio Paz, de la publicación, en México, de su libro Historia prodigiosa, que en la Argentina se publicaría en 1961.” Cierto, la primera edición de Historia prodigiosa se publicó en México en 1956 y la segunda edición la publicó Emecé en Buenos Aires, en 1961, y la biógrafa la cita en su “Bibliografía”; pero omite la sobria pero preciosista y cuidada tercera edición, impresa en Madrid, en 1991, por las Ediciones de la Universidad de Alcalá de Henares —ya como rimbombante Premio Cervantes 1990— y en el contexto de las inminentes celebraciones del Quinto Centenario. Y también omite algunos de los detalles que Bioy bosqueja en la “Nota preliminar” con que la signó:
(EUAH, 1991)
         “Todas las piezas incluidas en el presente volumen corresponden al género fantástico, salvo la última —en mi opinión, la mejor—, que es una alegoría. Cabe la advertencia, porque el Homenaje a Francisco Almeyra acaso parezca trunco a los lectores que esperan materia sobrenatural. En Pardo, en marzo o abril de 1952, en un momento de extrema desolación, pensé que para quienes mueren durante una tiranía el tirano es eterno y entreví mi relato de unitarios y federales. Dos veces, en el año 1954, lo publiqué: en la revista Sur y, por separado, en un librito de la editorial Destiempo.

Historia prodigiosa apareció en México, en 1956, con un pie de imprenta de Obregón; pocos ejemplares llegaron a Buenos Aires. En esta edición, como en la argentina de 1961, agrego a la serie original un nuevo cuento, Los dos lados.”  
     Cuyo título en el interior del libro es “De los dos lados”; y según la citada bibliografía de Daniel Martino, con el título “De cada lado”, se publicó antes en La Habana, en 1956, en el número 5 de Ciclón.
   
Adolfito y su madre Marta Casares
(Buenos Aires, c. 1950)
          Vale añadir que en su Bioygrafía la autora bosqueja el deterioro físico de Marta Casares en 1952, la madre de Adolfito, debido al cáncer que padecía, quien falleció, apunta en la página 137, el “lunes 25 de agosto” de ese año y fue enterrada “Al día siguiente, a las once de la mañana, en la Recoleta”. Y “Esa misma noche, a las 20.25, se oyó en la ciudad un agudo toque de clarín. Una extensa columna portadora de antorchas desfiló desde la Avenida 9 de Julio y Moreno hasta la sede de la Confederación del Trabajo. Era un homenaje a Eva Perón, muerta un mes antes [el 26 de julio]. Esto le hizo pensar a Bioy, como él mismo contaría en numerosas oportunidades, que porque había muerto ‘paralelamente’ a Evita, en épocas del gobierno de Perón, su madre, como el poeta Francisco Almeyra, degollado por un soldado rosista, había muerto pensando que habría dictadura para siempre. A modo de homenaje, entonces, se puso a escribir ‘Homenaje a Francisco Almeyra’, una especie de metáfora sobre las dictaduras en general.”

VIII de XIV
En la página 138 de la Bioygrafía se lee: “En los primeros días de marzo de 1953, el Dr. Bioy —que tras la muerte de su esposa se había mudado por unos meses con su hijo y Silvina a Aguado 2863, aunque seguían frecuentando la casa de Santa Fe y Ecuador— se reunió con ellos en Mar del Plata, y todavía estaban allí cuando el 8 de mayo la policía del régimen peronista se llevó detenida a Victoria Ocampo, acusándola de ocultar armas que, por su puesto, como recordaba María Esther Vázquez, jamás encontraron. Victoria pasó casi un mes en la cárcel femenina El Buen Pastor, de San Telmo, recluida entre prostitutas y delincuentes comunes. Según dirá después, allí su vida tocó fondo. También Norah, la hermana de Borges, y su madre, doña Leonor, de setenta y siete años, fueron detenidas y arrestadas —aunque temporalmente—, acusadas de escándalo público.” 
Josefina Dorado, Bioy, Victoria Ocampo y Borges
(Mar del Plata, marzo 17 de 1935)

Foto en Borges (Destino, 2006). 

Según el pie:“Al dorso de la fotografía, de mano de ABC, se lee:
Ese mismo año 1935, dos o tres meses después.
comenzó la colaboración de JLB y ABC
”.
  Cierto es que la reclusión de Victoria Ocampo en la cárcel de mujeres El Buen Pastor, acusada de participar “en un atentado”, se sucedió entre el 8 de mayo y el 2 junio de 1953; encierro que suscitó protestas y críticas de intelectuales contra el régimen de Perón, tanto en Argentina, en Estados Unidos y en Francia, según lo bosquejan Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine entre las páginas 253-256 de su biografía Victoria Ocampo (Circe bolsillo, 1998). Pero el arresto de doña Leonor y de su hija Norah ocurrió “El 8 de septiembre de 1948” y no en 1953, por ende la madre de Borges, nacida en 1876, tenía 72 años y no 77. Tal episodio lo esboza María Esther Vázquez entre las páginas 197-198 de su citada biografía de Borges. Según dice: “Leonor Acevedo de Borges y su hija Norah estaban en la calle Florida con un grupo de amigas. De pronto, todas empezaron a cantar el Himno nacional al mismo tiempo que repartían panfletos objetando la reforma de la Constitución (por la cual Perón podría ser reelegido). La gente, queriendo enterarse de qué pasaba, las rodeó. Llegó la policía y, como no tenían permiso para hacer una reunión en ‘la vía pública’, se las llevaron a la comisaría de la calle Lavalle. De la comisaría fueron derivadas a la cárcel El Buen Pastor, donde iban a parar delincuentes comunes, prostitutas y presas políticas. Norah y Adela Grondona estuvieron un mes confinadas y Leonor, como ya tenía 72 años, se la condenó a treinta días de arresto domiciliario.”

Doña Leonor y su hijo Borges en la entrada de Maipú 994, en cuyo
departamento B del sexto piso vivían desde mediados de los años 40.
        En la misma página 138 de la Bioygrafía, después del párrafo anterior, se lee: “Ese mismo año [1953] Silvina recibió el segundo Premio Nacional por Los nombres; aunque lo publicaría diez años después, Elena Garro escribió Recuerdos del porvenir en Berna, Suiza, una novela sobre las revueltas de los cristeros en México, y se publicó la traducción francesa de La invención de Morel. Desde entonces y hasta fines de 1967, Laffont sería el editor francés de Bioy Casares. Sin embargo, no había indicios de que El sueño de los héroes fuera a publicarse. Losada había editado La invención de Morel, pero una discusión había provocado un distanciamiento. Aunque ese libro se había agotado rápidamente, en lugar de lanzar una segunda edición, Losada le había dicho a Bioy que era el dueño del libro y que podía hacer con él lo que quisiera. Justo a él que, como Silvina, era incapaz de tomarse el desagradable trabajo de ofrecer sus propios libros.”

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
  Vale observar que Silvina Ocampo, con su poemario Los nombres, publicado en Buenos Aires, en 1953, por Emecé, obtuvo el segundo Premio Nacional de Poesía de 1953, año en que, según decía la propia Elena Garro, escribió, en Berna, Suiza, su novela Los recuerdos del porvenir y la guardó en un baúl. Y Losada publicó en Buenos Aires, en noviembre de 1940, la primera edición de La invención de Morel; cuya traducción al francés, según dice Bioy en su citada “Autocronología”, se publicó en 1953; no obstante, en la página 129 de sus Memorias, dice aludiendo a Robert Laffont, su editor francés en París: “Laffont publicó en 1952 La invención de Morel.” Pero si en realidad hubo ese pleito con Losada que impedía publicar la segunda edición de La invención de Morel, lo cierto es que la segunda edición la había editado Sur en 1948 y la tercera Emecé en 1953. Y si en 1953 “no había indicios de que El sueño de los héroes fuera a publicarse”, tal libro lo editó la “perdularia” y dizque renuente Losada en 1954. 

Y al inicio del siguiente párrafo de la misma página 138 la biógrafa apunta: “También ese año [1953] Torres Ríos y Torre Nilsson filmaron El crimen de Oribe con el argumento de El perjurio de la nieve. Este hecho mereció un festejo que se llevó a cabo en el departamento de Santa Fe y Ecuador.” Y enseguida esboza algunas menudencias irrisorias de tal celebración. Vale observar que el cuento “El perjurio de la nieve” lo editó Emecé, en 1944, en los Cuadernos de la Quimera, y luego fue incluido en La trama celeste, libro editado por Sur en 1948. Pero El crimen de Oribe, filme en blanco y negro, data de 1950 y su estreno ocurrió el 13 de abril de tal año y por ende no fue rodado en 1953.

IX de XIV
En la página 139 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias dice que Bioy y Silvina Ocampo viajaron a Europa “desde mediados de julio hasta fines de noviembre” de 1953. Y en la página 141 cuenta que, en París, Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, quienes se habían casado “hacía un año”, invitaron a comer a Bioy; pero la boda de Aurora Bernárdez y Julio Cortázar ocurrió el 22 de agosto de 1953, se lee en la página 98 de Julio Cortázar. La biografía (Seix Barral, 1998), de Mario Goloboff, quien corroboró la fecha con Aurora. Y según apunta de Cortázar en la misma página 141: “Hacía unos ocho años que había publicado en Sur, a instancias de Borges —que ya en ese tiempo colaboraba en la revista—, ‘Casa tomada’, un cuento en los que muchos veían la imagen del peronismo como invasión de la casa paterna. Ese cuento estaba incluido en Bestiario, libro que a Bioy le había gustado mucho.” 
En ese párrafo la biógrafa olvida que Borges colaboraba en la revista Sur desde el primer número, editado en enero de 1931. Y si bien “Casa tomada” había sido incluido en Bestiario, libro impreso en 1951, en Buenos Aires, por Sudamericana, no fue “publicado en Sur”, sino en el número 11 de la revista Los Anales de Buenos Aires, correspondiente a diciembre de 1946; o sea: casi siete años antes y no “Hacía unos ocho años”. Curiosamente, en la página 108 de Museo se reproduce en blanco y negro la portada de ese número 11, donde, en la nómina de colaboradores, está enlistado Julio Cortázar.  
     
Portada del núm. 11 de Los Anales de Buenos Aires (diciembre de 1946)
Imagen en Museo. Textos inéditos (Emecé, 2002)
       
Aurora Bernárdez  y Julio Cortázar
   Según apunta María Esther Vázquez en la página 196 de su citada biografía: “En marzo de 1946 Borges se hizo cargo de la dirección de Los Anales de Buenos Aires, revista literaria que ya había sacado dos números.” Borges, dice, publicó “a sus contemporáneos de talento, incluyendo a sus amigos y a los que no lo eran”. “Pero Borges descubrió también a nuevos escritores y entre estos desconocidos hubo dos realmente importantes: el uruguayo Felisberto Hernández, que era pianista y se ganaba la vida ofreciendo conciertos, y el argentino Julio Cortázar, de quien publicó ‘Casa tomada’.” Y en la página 197 anota: “Los Anales de Buenos Aires editó veintitrés números. El primero, en enero de 1946; el último, que Borges tampoco organizó, apareció en diciembre de 1948 y estuvo dedicado a Juan Ramón Jiménez.”
Vale recordar que al inicio del celebérrimo prólogo que Borges escribió ex profeso para los Cuentos de Cortázar, número 1 de la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, libro editado en 1985, en Madrid, por Hyspamérica, vagamente rememora el episodio:
“Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde ‘Casa tomada’ con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.”
      Y según dice Silvina Renée Arias en la citada página 141 de su Bioygrafía: “sin duda lo más importante de aquel viaje fue que en noviembre [Adolfito y Silvina Ocampo] regresaron a Buenos Aires con Marta, una beba de cuatro meses, hija de Bioy y de María Teresa von der Lahr. Su nacimiento, producido el 8 de julio de ese 1954, había tenido lugar —según un hijo de Margot Bioy, prima de Adolfito— en Pau, Francia, en la clínica de Eduardo Bioy.”
   
Marta Bioy Ocampo en el piso de Posadas
(septiembre de 1960)
Foto: Adolfo Bioy Casares
          O sea que en “Una niña llegada de París: Marta Bioy”, el subcapítulo donde se lee esto, inicia así en la página 139:
      “En mayo de 1953, un mes después de pasar unos días en Mar del Plata, Jovita Iglesias se casó con José Pepe Montes, que por entonces realizaba trabajos en Obras Sanitarias [y que también sería empleado de los Bioy hasta el fin]. La fiesta tuvo lugar en el patio de la casa donde vivían, en el barrio de Villa Urquiza. Poco más tarde se instalarían definitivamente con Silvina y Bioy en el piso de Posadas.
      “El viaje que los Bioy hicieron aquel año a Europa se prolongaría desde mediados de julio hasta fines de noviembre.”
      Es decir, Silvia Renée Arias, en la página 139, inicia el primer párrafo de ese subcapítulo situándolo en “mayo de 1953” y en el siguiente párrafo (y en el par de páginas que siguen) habla del viaje que los Bioy hicieron aquel año a Europa” (desde mediados de julio hasta fines de noviembre”); y es allí donde radica el yerro que suscita los yerros subsiguientes, pues empieza hablando de hechos ocurridos en “mayo de 1953” (hasta fines de noviembre”) y luego,  en el transcurso y sin especificarlo debidamente, salta a 1954. Y esto sólo advierte cuando en la página 141 refiere la fecha del nacimiento de Marta Bioy Ocampo: 8 de julio de 1954.
 
(Nueva Imagen, 1983)
      Y en lo que concierne a Julio Cortázar, en la página 198 de la Bioygrafía la autora dice: “A propósito de buenos libros, en marzo de 1982 Vlady Kociancich le dio a Bioy un ejemplar de Deshoras, de Julio Cortázar, donde en uno de sus cuentos (‘Diario para un cuento’) Cortázar había escrito: ‘Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y lo estimé como persona, [...]’.” Pero además de que Deshoras se publicó casi un año después, “en febrero de 1983”, en México, por Editorial Nueva Imagen, la primera entrada de esa especie de diario que es “Diario para un cuento” está fechada el “2 de febrero, 1982”, y allí es donde Cortázar escribió: “me gustaría ser Adolfo Bioy Casares” y “Quisiera ser Bioy”, etcétera. Por si no bastara, en la página 199 también yerra al decir que “el autor de Rayuela murió en París” “el 12 de febrero de 1994”, pues fue diez años antes. 




X de XIV
En la página 153 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias apunta: “Pocos meses después, a mediados de 1960, [Bioy] asistió en Río de Janeiro, Brasil, a la reunión del PEN Club. Más de una noche comió en el restaurante italiano de Copacabana junto a Alberto Moravia y su mujer, Elsa Morante, y también con Giorgio Bassani y otros. Llevó un diario sobre esta estadía de apenas una semana, del 23 al 30 de julio, bajo el título Unos días en el Brasil, que se imprimió sólo en trescientos ejemplares, para los amigos, porque muchos de los allí mencionados todavía estaban vivos y Bioy decía no tener la intención de ofender a nadie. Once años después de la muerte de Bioy, sería reeditado por La Compañía de los Libros, y algunas críticas le darían la razón a Bioy acerca de su temor a la ofensa. No serían pocos los que juzgarían que allí se revela un Bioy maledicente, como en su Borges [Destino, 2006], que ocultaba, bajo su cortesía en sociedad, un ánimo de venganza que practicaba en sus diarios. Pero como siempre, lo redimían, de alguna manera, el sentido del humor y la ironía.”
(Destino, 2006)
        No obstante, yerra al decir que se publicó “Once años después de la muerte de Bioy”, pues no sólo él aún vivito y coleando fue editado en 1991, con el título Unos días en el Brasil (Diario de viaje), en la serie Escritura de Hoy del Grupo Editor Latinoamericano.



XI de XIV
Entre las páginas 156-157 de la Bioygrafía apunta: 
        “Sin embargo, lo curioso de El lado de la sombra es que incluye ‘Un viaje o el mago inmortal’, que Bioy escribió en un hotel de Portofino mientras leía a Dante, y que es casi idéntico a ‘La puerta condenada’, que unos pocos años antes había escrito Julio Cortázar mientras leía un libro de vampiros en una casa en un bosque de Francia. En la introducción a un exhaustivo trabajo, observa Vlady Kociancich: 
“‘Salvo como truco de la memoria, ¿interesa que una página de Maupassant se filtrara en El negro del Narciso, de Joseph Conrad? ¿Deslumbra menos El Aleph de Borges porque sigue las huellas de El cuento más hermoso del mundo de Kipling? Reflejos de una común identidad irisan la máscara bruñida de toda obra literaria. Nadie lo ignora. Tampoco dos autores argentinos, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar. A ellos, sin embargo, estas livianas coincidencias un día se les dieron con creces. Escribieron dos cuentos idénticos...’.”
Borges y Vlady Kociancich (c. 1960)
Foto: Adolfo Bioy Casares
En Borges (Destino, 2006)
        Según la correspondiente nota, ese ensayo de Vlady Kociancich apareció el “10 de febrero de 1994” en el periódico porteño Clarín. Habría que precisar qué página de Maupassant se “filtra” en esa novela de Joseph Conrad, quizá como una especie de consciente y translúcido palimpsesto. Pero es una enorme mentira que la visión cósmica y simultánea que el personaje Borges vislumbra en el sótano a través del diminuto Aleph “sigue la huellas” de ese cuento de Kipling, donde se narra un caso de metempsicosis y sus fragmentarias, inconscientes y evanescentes manifestaciones oníricas, con cuyos episodios —que son anécdotas de anteriores reencarnaciones de un joven aprendiz de escritor—, un escritor pretende redactar “El cuento más hermoso del mundo”. En “El Aleph”, a partir de las imágenes que el poeta Carlos Argentino Daneri ve a través de esa “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, está componiendo el larguísimo e interminable poema La Tierra, que es “una descripción del planeta”; es decir, “se proponía versificar toda la redondez del planeta”. Pero esto no es metempsicosis. Y “Un viaje o el mago inmortal” y “La puerta condenada” no son “dos cuentos idénticos”. Cierto es que ambos poseen situaciones y planteamientos muy parecidos, por la tácita e implícita razón de que Bioy tributa a Cortázar (e incluso lo parafrasea cuando el personaje argentino, en Montevideo, juraría haberle ordenado al taxista: “Al hotel Cervantes”); pero el cuento de Cortázar es mucho mejor y muy eufónico, amén de que fue incluido entre los nueve cuentos que integraron Final del juego, libro editado en México, en 1956, en la colección Los presentes, que editaba y dirigía Juan José Arreola.

 
(Emecé, 1962)
         El libro El lado de la sombra, donde se incluyó “Un viaje o el mago inmortal”, lo editó Emecé, en Buenos Aires, en 1962. En la página 157, la biógrafa comenta y cita un fragmento de una reseña sobre El lado de la sombra que Alicia Jurado publicó “en Sur”, en “agosto de 1963”. Y, según dice, pese a lo laudatorio, “esta reseña no agradó a Bioy”. No obstante, la biógrafa, como en otros pasajes de su libro, descuida y contradice la sucesión cronológica, pues luego de aludir ciertas anotaciones de Bioy “en su diario”, bosqueja que Bioy se disponía a hablar con Alicia Jurado en “julio de 1963” sobre su reseña publicada en “agosto de 1963”, o sea: el mes siguiente: “Registró también que le comentó su disconformidad a Silvina, aclarándole que iba a hablar con Alicia, y le pidió que no dijera nada por su cuenta. Pero esa misma noche (era julio de 1963), yendo a una comida para despedir a Leónidas de Vedia que partía de viaje, pasaron a buscar a Alicia y lo primero que le dijo Silvina fue que su reseña no les había gustado nada por parecerles que no le hacía justicia ni era generosa.”  


XII de XIV
En la página 176 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias dice: “las historias de amor no eran incumbencia de la literatura de Borges, mientras que ya sabemos lo importante que resultaban en” la obra de Bioy. Cierto es que “las historias de amor” no son programáticas en “la literatura de Borges”, pero el tema del amor, sus formas y variantes sí están presentes, de manera dispersa y muchas veces tácita e implícita, a lo largo de su obra (poemas, cuentos, ensayos, prólogos, conferencias, dedicatorias). Baste recordar, por ejemplo, que el personaje Borges que en “El Aleph” asiste a la casa de la calle Garay cada “30 de abril”, lo hace porque considera ese día la conmemoración del cumpleaños de Beatriz Viterbo, fallecida en 1929, prima hermana del poeta Carlos Argentino Daneri, de la que Borges sigue infructuosa y patéticamente enamorado, y de la que él, en la visión simultánea del universo que le brinda el Aleph, ve “cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino”. O que en medio de un pie de página de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges, o el personaje Borges, anota: “Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre.” El cual, en la versión de la Antología de la literatura fantástica de 1940, dice: “Todos los hombres, en el instante poderoso del coito, son el mismo hombre.” O que en la serie de íntimas respuestas a la inicial pregunta “¿Qué será Buenos Aires?”, que se leen en su poema “Buenos Aires”, incluido en Elogio de la sombra (Emecé, 1969), hay un versículo que reza: “Es la mano de Norah, trazando el rostro de una/ amiga que es también el de un ángel.” Y otro: “Es el día que dejamos a una mujer y el día en/ que una mujer nos dejó.” O que en el cuento “La intrusa”, dos rústicos “orilleros antiguos” y decimonónicos, los Nilsen, que son hermanos, comparten los favores sexuales de una misma mujer y al final uno la mata. O que en “El muerto”, en el destino fatal del compadrito Benjamín Otálora, se le haya “permitido el amor” de “la mujer de pelo reluciente”, que no es otra que la mujer de su jefe: el bandolero y forajido Azevedo Bandeira. O que en “Le regret d’Heraclite”, versículo en El hacedor (Emecé 1960), se lea: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.” O que en la primera de las “Tankas” de El oro de los tigres (Emecé, 1972) cante: “Alto en la cumbre/ Todo el jardín es luna,/ Luna de oro./ Más preciso es el roce/ De tu boca en la sombra.” Y al final del homónimo poema que cierra tal poemario, el viejo y ciego poeta revela: “Con los años fueron dejándome/ los otros hermosos colores/ y ahora sólo me quedan/ la vaga luz, la inextricable sombra/ y el oro del principio./ Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores/ del mito y de la épica,/ oh un oro más preciso, tu cabello/ que ansían estas manos.” Y entre numerosos y azarosos ejemplos podría transcribirse “Ausencia”, poema de Fervor de Buenos Aires (1923), su primer libro; y por lo menos el final de “Haydee Lange” (de quien otrora estuvo enamorado y con la que soñó y quiso casarse), poema de Los conjurados (Alianza, 1985), su último poemario: “Esas cosas,/ sin nombrarte te nombran.”
Haydée Lange y Borges, de barba y boina, recuperándose
del accidente sufrido el 24 de diciembre de 1938.


En Borges. Fotografias y manuscritos (Renglón, 1987)
        Y ¿cómo olvidar “La flor de Coleridge”?, fragmento y comentario que se lee en su ensayo reunido en Otras inquisiciones (1937-1952) (Sur, 1952); según apunta, ignora si esa “nota” Coleridge “la escribió a fines del siglo XVIII o a principios del XIX. Dice, literalmente: ‘Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?’

“No sé qué opinará mi lector de esa imaginación; yo la juzgo perfecta. Usarla como base de otras invenciones felices, parece previsiblemente imposible; tiene la integridad y la unidad de un terminus ad quem, de una meta. Claro está que los es; en el orden de la literatura, como en los otros, no hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y un manantial de una infinita serie de efectos. Detrás de la invención de Coleridge está la general y antigua invención de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor.”

XIII de XIV
En la página 193 de la Bioygrafía apunta: “En lo que respecta a la literatura, Nuevos cuentos de Bustos Domecq estaba casi listo para ser publicado al año siguiente, en 1978”. Pero tal libro no se publicó en 1978, sino en 1977, en Buenos Aires, por las Ediciones Librería La Ciudad, con ilustraciones de Fernández Chelo. Una minucia, claro está, que recuerda otra que se lee en la página 231: “Aquellos viajes por México y Uruguay se coronaron con otra grata sorpresa: Bioy supo que su candidatura al Premio Cervantes había sido propuesta por la Academia de Letras de México y la de Uruguay, dos países que tanto quería.” Pero si bien la uruguaya se llama Academia Nacional de Letras de Uruguay, la de México se denomina Academia Mexicana de la Lengua.
Luego, en la página 206, anota: “A fines de diciembre de 1983, cuando el radical Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación, al cabo de una dictadura criminal, el período más negro de la historia argentina, Bioy se sintió esperanzado y escéptico.” Pero Raúl Alfonsín no inició su presidencia “A fines de diciembre de 1983”, sino el 10 de diciembre.
“Elvira de Alvear, amiga de Borges de la alta sociedad y autora
de un libro de poemas para el que éste escribió un prólogo. Solía
visitar a Borges en la Biblioteca Miguel Cané. Murió loca en
1959. En su memoria, Borges escribió un poema que fue inscrito
en su lápida. Fue tal vez el modelo de Beatriz Viterbo en su
relato El Aleph.


Foto y pie en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/E, 1999).
El poema 
“Elvira de Alvear” se lee en El hacedor (1960)
y el prólogo a Reposo (Gleizer, 1937), el poemario de
Elvira de Alvear, se halla compilado en el volumen
 Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1931-1955 (Emecé, 2001).
          Y en la página 209 dice: “Algunas interpretaciones —alentando la inevitable comparación— observaron que su ‘nóumeno’ se aproximaba mucho al aleph de Borges.” Y sintéticamente, apoyada por esas lecturas que no precisa, discurre un poco por esa falaz vertiente. 

     
Página legal e índice de Historias desaforadas
(
1ª reimpresión en Alianza Tres, Madrid, 1988)
En su 
“Autocronología” para La invención y la trama (FCE, 1988)
Bioy apunta en la entrada de 
“1986”: “Concluyo 'El nóumeno'”, con minúscula
y acento en la o. Y en la página 196 de sus Memorias (Tusquets, 1994) lo cita
con mayúscula y acento en la u: 
“El Nóumeno”.
Y según reporta Daniel Martino en su citada bibliografía para la Biblioteca Ayacucho,

“El Nóumeno”, además de en Historias desaforadas (Emecé, 1986),
se publicó el mismo año en el número 42 de Crisis.
          Pero basta leer “El Nóumeno”, cuento de Bioy incluido en Historias desaforadas (Emecé, 1986), para advertir que el tema de un “cinematógrafo unipersonal” etiquetado El Nóumeno de M. Canter (un artilugio de feria o parque de diversiones para adolescentes remisos que se toman al pie de la letra eso de que se trata de “Una novedad bastante vieja: la máquina de pensar de Raimundo Lulio, puesta al día”), al que se accede “en el Parque Japonés”, previo pago del boleto y de manera individual, y donde en “Menos de un cuarto de hora” dizque cada uno descubre algo único de sí mismo, muy poco o casi nada tiene que ver con la visión cósmica, mágica, minuciosa y simultánea que brinda el minúsculo y esférico Aleph en la parte inferior del decimonoveno escalón de la escalera del oscuro sótano de la casa de la calle Garay, donde vivió Beatriz Viterbo y donde vive el poeta Carlos Argentino Daneri y que está a punto de ser derruida por las ambiciones expansionistas de Zunino y Zungri.


XIV de XIV
Silvia Renée Arias
Foto en la 2
ª  de forros de la Bioygrafía (Tusquets, 2016)

Corolario. Lo expuesto arbitrariamente a cuentagotas no agrupa todo el cúmulo de equivocaciones y descuidos que se leen en la Bioygrafía de Silvia Renée Arias. No obstante, vale repetirlo, su lectura es amena y absorbente. Pero con la inesperada sorpresa del errado bagaje —muy cuestionable en una biógrafa— incita al lector a la suspicacia, al continuo estado de alerta y al cotejo. 


Silvia Renée Arias, Bioygrafía. Vida y obra de Adolfo Bioy Casares. Iconografía en blanco y negro. Colección Andanzas, Tusquets Editores. 1ª edición mexicana. México, junio de 2016. 344 pp.