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martes, 10 de marzo de 2015

Xavier Villaurrutia en persona y en obra


     Ceremonia en la catacumba
                         
I de III
Uno de los libros ensayísticos del póstumo legado de Octavio Paz (1914-1998) es Xavier Villaurrutia en persona y en obra, cuya primera edición, pergeñada por el Fondo de Cultura Económica con un tiraje de seis mil ejemplares, “se terminó de imprimir el día 25 de agosto de 1978”, compilado en Generaciones y semblanzas. Dominio mexicano (Círculo de lectores, Barcelona, 1991), volumen 4 de sus Obras completas. Edición del autor —cuya segunda edición impresa en México por el FCE, data de 1994—, pero sin las diez viñetas-calaveras del pintor Juan Soriano fechadas en 1977 (más la calavera que ilustra el frontispicio) y sin la mayor parte de la breve “Iconografía” en blanco y negro en la que hay cinco dibujos del propio Xavier Villaurrutia; un retrato de éste dibujado por Agustín Lazo, otro por Gabriel García Maroto y uno más por Carlos Orozco Romero; el dibujo de la mano del poeta trazada por José Moreno Villa; una anónima foto de “Xavier Villaurrutia a los 17 años”; y cuatro retratos del escritor, reproducidos con pésima resolución, tomados por la fotógrafa Lola Álvarez Bravo. Es decir, en el volumen 4 el ensayo de Octavio Paz sólo está ilustrado con la “Portada del primer número de la revista El hijo pródigo” (correspondiente a abril de 1943), que no figura en el libro, y con la celebérrima foto de Lola Álvarez Bravo en la que se observa, sin fecha, al poeta Jorge González Durán, a Xavier Villaurrutia y al joven Paz en el supuesto “parque Díaz Mirón de Jalapa, Ver.”
(FCE, 3ª reimpresión, México, 2003)
        El título del libro resulta sugerente y atractivo por varias razones. Un crítico dijo que Xavier Villaurrutia es un poeta para adolescentes, algo tan injusto y fuera de foco como cuando Villaurrutia decía que Walt Whitman era un “poeta para boy scouts”, puesto que también lo es para jóvenes y adultos de todas las edades y preferencias sexuales. Y como preámbulo de la prueba del añejo podría remitírsele al inicio de “El dormido despierto”, el tercer capítulo del ensayo (el plato fuerte del libro) donde Octavio Paz glosa y analiza la obra poética de Xavier Villaurrutia: “Aunque los poemas de esa época son ejercicios e imitaciones [se refiere a sus primeros poemas, publicados ‘en revistas, en 1919, cuando tenía apenas 16 años’], revelan varias cualidades que persistieron en su poesía posterior: un oído muy fino y sensible a la cadencia de la línea y al juego de los acentos y las sílabas; una sintaxis precisa y flexible; una imaginación plástica que hace de cada poema y aun de cada estrofa un pequeño universo de relaciones no sólo verbales sino visuales; un conocimiento instintivo de los límites, ese ‘saber hasta dónde se puede llegar’, de modo que en esos poemas de juventud no hay ni sentimentalismos excesivos ni retorcimientos intelectuales. En suma, una conciencia de la forma, poco frecuente en un poeta tan joven, al lado de una sensibilidad más intensa que extensa y más fina que poderosa.”

 
Xavier Villaurrutia a los 17 años
    Según afirma Octavio Paz y no se equivoca: “para la mayoría de sus lectores, Villaurrutia es el autor de unos quince o veinte poemas. ¿Poco? A mí me parece mucho. Por esos poemas recordamos las obras teatrales y volvemos a leer los ensayos de crítica poética: queremos encontrar en ellos, ya que no el secreto de su poesía, sí el de la fascinación que ejerce sobre nosotros.” Y a pesar de que “la gloria de Villaurrutia es secreta, como su poesía” —aún en el siglo XXI—, “una poesía solitaria y para solitarios” circunscrita a dispersos lectores del país mexicano, también es verdad que “Esa veintena de poemas se cuentan entre los mejores de la poesía de nuestra lengua y de su tiempo.”

“En la época moderna la poesía no es ni puede ser sino un culto subterráneo, una ceremonia en la catacumba”, postula Octavio Paz casi al final de su ensayo, a propósito de la marginalidad no sólo de los poemas de Xavier Villaurrutia, asunto desarrollado por él en “Poesía y fin de siglo”, ensayo incluido en su libro La otra voz (Seix Barral, 1990) y compilado en el volumen 1 de sus Obras completas. Edición del autor: La casa de la presencia. Poesía e historia (Círculo de Lectores, Barcelona, 1991), cuya segunda edición, impresa en México por el FCE, data de 1994.
Para sumergirse en la poesía de Ramón López Velarde es indispensable el ensayo que Xavier Villaurrutia le dedicó al poeta jerezano, exhumado en el volumen Obras (FCE, 1966); “El camino de la pasión”, ensayo de Octavio Paz reunido en Cuadrivio (Joaquín Mortiz, 1965); “Un amor imposible de López Velarde”, ensayo de Gabriel Zaid publicado en el número 110 de la extinta revista Vuelta (enero de 1986); Un corazón adicto (FCE, 1989), libro de Guillermo Sheridan; y Ramón López Velarde. Álbum (UNAM/etc., 2000), de Elisa García Barragán y Luis Mario Schneider; del mismo modo, para aproximarse a la obra de Xavier Villaurrutia el ensayo de Octavio Paz es tan relevante como Xavier Villaurrutia: La comedia de la admiración (FCE, 2006), ensayo de Víctor Manuel Mendiola, y el prólogo de Alí Chumacero que inicia el citado volumen Obras (FCE, 1966), compiladas por el propio Alí Chumacero, Miguel Capistrán y Luis Mario Schneider (quien urdió la “Bibliografía”), cuya primera edición se publicó en 1953 con el título Poesía y teatro completos de Xavier Villaurrutia.
 FCE, 1ª edición, México, agosto 25 de 1978 Viñeta-calavera de Juan Soriano
  Fechado en “México, a 30 de septiembre de 1977” —casi dos meses antes de que Octavio Paz reciba “el Premio Nacional de Literatura de manos del presidente José López Portillo” (un elocuente modelo de compadrazgo, nepotismo y corrupción del poder y del PRI)—, el ensayo “Xavier Villaurrutia en persona y en obra” se divide en tres capítulos: “Xavier se escribe con equis”, “Imprevisiones y visiones” y “El dormido despierto”. Una de sus peculiaridades es que el autor, en contra de lo que anuncia el título, no se concentra exclusivamente en Xavier Villaurrutia. Tanto la perspectiva, las numerosas digresiones, el tono de cátedra pontificia y las múltiples anécdotas son personales, muy de Octavio Paz. Es decir, se trata del testimonio y del pensamiento de un poeta y ensayista angular que, siendo joven, habló e intercambió ideas y posturas con los poetas de la generación de la revista Contemporáneos (1928-1931). Por ende, el libro, sobre todo en los dos primeros capítulos, es una vertiente de la fragmentaria, matizada y dispersa autobiografía intelectual de Octavio Paz —parcialmente concentrada en Itinerario (FCE, 1993), en Vislumbres de la India (Seix Barral, 1995), en sus múltiples cartas y en Por las sendas de la memoria. Prólogos a una obra (FCE, 2011), que son los prólogos que escribió y designó para los 15 tomos de sus Obras Completas. Edición del autor; lo cual contribuye a comprender la biografía, el ideario y la herencia del poeta y ensayista y ciertos senderos, bifurcaciones, cambios de piel y episodios del curso de la historia cultural del país mexicano en el siglo XX. 

Xavier Villaurrutia (c. 1930)
Foto: Manuel Álvarez Bravo
       El evocar a Xavier Villaurrutia, como si el poeta paladeara un trocillo de madeleine remojado en té, no sólo le despierta la reminiscencia de su personalidad y de ciertos encuentros y diálogos que tuvo con él, sino también sus propios inicios como editor, cuando en 1931 era estudiante de la Escuela Nacional Preparatoria y, junto con otros jóvenes, publica la revista Barandal (1931-1932); recuerda el sitio y la forma en que conoce a Carlos Pellicer, a Salvador Novo, a Efrén Hernández, a Jorge Cuesta y a Xavier Villaurrutia; y cómo éstos dos lo invitan a una comida en El Cisne, un restaurante ubicado frente a una de las entradas del Bosque de Chapultepec, en la que estuvo presente “el grupo de Contemporáneos en pleno”; allí, en 1937, el joven Paz, según dice, asistió a una “suerte de ceremonia de iniciación”: él era el iniciado y Villaurrutia y Cuesta sus padrinos. 

Vale observar que el joven Paz, no obstante su activismo, sólo había publicado tres plaquettes: Luna silvestre (Fábula, 1933), ¡No pasarán! (Simbad, 1936) —un insólito best seller de “3500 ejemplares”— y Raíz del hombre (Simbad, 1937), recién celebrada por Jorge Cuesta en Letras de México. Según Paz, “En los primeros días de enero de 1937 apareció un pequeño libro mío (Raíz del hombre). Jorge escribió un artículo y lo publicó en el número inicial de Letras de México, la revista de Barreda. La nota de Cuesta no fue del agrado de algunos de sus amigos, que veían de reojo mis poemas y mis opiniones. En ese mismo número de Letras de México, y en la misma página, apareció una nota sin firma en la que se juzgaba severamente un poema mío. Supe más tarde que había sido escrita por Bernardo Ortiz de Montellano.” No obstante, según se observa en la edición facsimilar de Letras de México editada por el FCE en 1984, el comentario de Jorge Cuesta sobre Raíz del hombre no se publicó “en el número inicial” (fechado el 15 de enero de 1937), sino en el número 2 (con fecha del primero de febrero de 1937), en las páginas 3 y 9, y junto tal artículo no hay “una nota sin firma” en la que se juzgue severamente un poema de tal librito, ni en ninguna otra parte de la revista. Lo que sí hay es un breve anuncio en la página 1 que reza: “En las Ediciones Simbad acaba de aparecer ‘Raíz del hombre’, libro de poemas de OCTAVIO PAZ, que se comenta en nuestra sección de Poesía.”
Tal olvido y pequeño infundio remiten a un turbio episodio de esa época. Según dice Paz en su ensayo sobre Villaurrutia, “La segunda campaña contra los Contemporáneos, la más violenta, ocurrió durante el régimen del general Cárdenas [...]” Pero lo que Paz no revela, quizá por pudor, es que en el ámbito privado también él se sumó a tal campaña, según lo bosqueja Christopher Domínguez Michael en la página 56 de su biografía Octavio Paz en su siglo (Aguilar, 2014): “En el momento en que estuvo más cerca de afiliarse al Partido Comunista, durante los meses previos al viaje a España cuando organizaba una escuela para trabajadores en Mérida, entre marzo y mayo de 1937, Paz se adhiere en privado a la campaña nacionalista, atizada por los demagogos del régimen, contra los Contemporáneos por cosmopolitas y arte puristas. En una carta a [Elena] Garro dice Paz, nada menos, ‘que los Contemporáneos’ merecían ‘una buena paliza’ por haber traicionado tres veces ‘a su patria, a los obreros y a la cultura’. Se habría avergonzado muchísimo recordando ese exabrupto, pues llegó más lejos, en esa misma carta: dentro de una invectiva generalizada contra todos ‘los zopilotes que engañan al pueblo’ incluye entre esas aves de rapiña a los intelectuales, tímidos zopilotes ‘que viven del cadáver de muchas cosas, surtiéndose con las sobras del banquete’.”
Menos turbio y sí poetizante y automitificador es el hecho de que en 1937, según narra Octavio Paz en Itinerario, estando de vacaciones escolares en Chinchén Itzá (entre marzo y mayo de ese año dio clases en Mérida en una “secundaria para hijos de trabajadores”), recibió, “mientras caminaba por el Juego de Pelota” y de manos de “un presuroso mensajero del hotel”, un telegrama donde su novia Elena Garro le “decía que tomase el primer avión disponible pues se me había invitado a participar en el [II] Congreso Internacional de Escritores Antifascistas que se celebraría en Valencia y en otras ciudades de España en unos días más”. Pues según acota y cita Christopher Domínguez Michael en la página 53 de su biografía: “Paz se abría enterado, por la prensa, de su invitación.”
  

II de III
Octavio Paz, en los dos capítulos iniciales de Xavier Villaurrutia en persona y en obra, no elabora una biografía crítica y minuciosa del protagonista de su ensayo. No introduce al lector en su ascendencia y genealogía familiar, ni desmenuza su infancia y crecimiento e íntimos episodios, ni el trayecto de su formación académica, literaria e intelectual. Con el resumen de las personales vivencias que tienen que ver con él —por ejemplo, las tertulias en el Café París; su comentario a Nostalgia de la muerte (Sur, Buenos Aires, 1938) que inicia sus colaboraciones en Sur, la revista argentina que patrocinaba y dirigía Victoria Ocampo; los polémicos y viscerales sucesos que rodearon la edición de la antología Laurel (Séneca, México, 1941) —que Paz ampliaría en el “Epílogo” a la segunda edición de Laurel publicada por Trillas en 1986; o la noticia del fallecimiento de Xavier Villaurrutia que en París le da el pintor Rufino Tamayo (según la versión oficial murió de un infarto a los 47 años, en la Ciudad de México, el 25 de diciembre de 1950)—, sólo delinea una semblanza, un bosquejo del poeta que no riñe con la imagen pública que tuvo. Pero también Paz, junto al relato de su propio aprendizaje, vierte una serie de comentarios fustigantes que trascienden, incluso, la postura moral, ideológica y política de la generación de Contemporáneos.
 
Colección Linterna Mágica núm. 1, Editorial Trillas
México, julio 22 de 1986
  Escrito con una “prosa que, más de una vez, se acerca al poema” y que al término del ensayo llega a confundirse con la poesía en prosa, Octavio Paz vierte una lectura sintética, fragmentaria, sesgada y crítica de la vida y obra del autor de “Nocturno de la estatua”. Para ello empleó, además de su sentido analítico y crítico, el bagaje libresco, erudito y anecdótico archivado en su memoria y el citado volumen de las Obras reunidas de Xavier Villaurrutia, de cuyos compiladores dice: “Debemos darles las gracias: en México no es frecuente ocuparse de los escritores fallecidos. Nosotros cumplimos al pie de la letra la máxima terrible: ‘hay que matar bien a los muertos’.” Lo cual es un franco yerro. Piénsese en Salvador Díaz Mirón, en Ramón López Velarde, en Manuel Maples Arce, el los poetas de Contemporáneos, etcétera, y sobre todo en el propio Octavio Paz, que ya muerto es fuente inagotable de sucesivos y numerosos libros que conforman una descomunal e incesante biblioteca imposible de leer, completa, por un solo lector.

Página interior del volumen Obras de Xavier Villaurrutia
FCE, 1ª reimpresión, México, octubre 10 de 1974
  Octavio Paz dice que el teatro de Xavier Villaurrutia carece de teatralidad y que es anacrónico y artificial en su vocabulario y por ende no lo salva ni tampoco salva su crítica teatral. De la prosa rescata sólo las páginas escritas a manera de diario y el cuento “Mauricio Leal”. De la crítica literaria, no sin reparos, sólo aprueba algunos ensayos; por ejemplo, “el dedicado a López Velarde” e “Introducción a la poesía mexicana”. De la crítica de arte afirma que “muchos de los textos sobre las artes plásticas son excelentes”; entre ellos la nota sobre la fotografía de Manuel Álvarez Bravo y el artículo sobre Rufino Tamayo. Pone como camote el ensayo “El blanco y el negro de Orozco”; y “Pintura sin mancha” le parece “un ensayo memorable”. No obstante, observa: “A su cultura plástica le faltó la experiencia de los grandes museos europeos. Sin embargo, las reproducciones, los libros y el trato con los pintores mexicanos y sus obras, suplieron en parte esta deficiencia.”

Y en “El dormido despierto”, el tercer capítulo del ensayo, donde bosqueja y analiza los poemas de Villaurrutia, además de aludir una serie de relaciones, paralelismos y distancias entre éste y Giorgio de Chirico, Jules Superville, Rainer Maria Rilke, Martin Heidegger, José Gorostiza, Bernardo Ortiz de Montellano y otros, sostiene que en sus “poemas el tema de la muerte está asociado estrechamente al del sueño y ambos a la noche”; y que “en la segunda sección de Nostalgia de la muerte se encuentran probablemente los mejores poemas de Villaurrutia”, entre los que menciona el “Nocturno en que habla la muerte”, el “Nocturno de los ángeles”, el “Nocturno rosa” y el “Nocturno mar”. 
Vale observar que en la edición príncipe de Nostalgia de la muerte, editada en 1938, en Buenos Aires, por Sur (gracias a los oficios de Alfonso Reyes), Villaurrutia integró los diez Nocturnos editados por Fábula, en México, en 1931, según se lee en la “Bibliografía” de Obras; plaquette que Paz fecha en 1933, cuyos diez poemas, dice, son “el núcleo” de tal libro, cuya segunda y definitiva edición aumentada se editó en 1946, en México, por Ediciones Mictlán.
  Y entre las postreras reflexiones de Paz que iluminan y trastocan la manera de leer la poesía de Villaurrutia, apunta que “Villaurrutia no se propuso en sus poemas la transmutación de esto en aquello —la llama en hielo, el vacío en plenitud— sino percibir y expresar el momento del tránsito entre los opuestos. El instante paradójico en que la nieve comienza a obscurecerse pero sin ser sombra todavía. Estados fronterizos en los que asistimos a una suerte de desdoblamiento universal. En ese desdoblamiento no somos testigos, como quería Nicolás de Cusa, de la coincidencia de los opuestos sino de su coexistencia. La palabra que define a esta tentativa es la preposición entre. En esa zona vertiginosa y provisional que se abre entre dos realidades, ese entre que es el puente colgante sobre el vacío del lenguaje, al borde del precipicio, en la orilla arenosa y estéril, allí se planta la poesía de Villaurrutia, echa raíces y crece. Prodigioso árbol transparente hecho de reflejos, sombras, ecos.
“El entre no es un espacio sino lo que está entre un espacio y otro; tampoco es tiempo sino el momento que parpadea ente el antes y el después. El entre no está aquí ni es ahora. El entre no tiene cuerpo ni substancia. Su reino es el pueblo fantasmal de las antinomias y las paradojas. El entre dura lo que dura el relámpago. A su luz el hombre puede verse como el arco instantáneo que une al esto y al aquello sin unirlos realmente y sin ser ni el uno ni el otro —o siendo ambos al mismo tiempo sin ser ninguno. El hombre: dormido despierto, llama fría, copo de sombra, eternidad puntual... El estado intermedio, que no es ni esto ni aquello pero que está entre esto y aquello, entre lo racional y lo irracional, la noche y el día, la vigilia y el sueño, la vida y la muerte, ¿qué es? [...]”



III de III

Xavier Villaurrutia en su casa de la Avenida Juárez
Foto: Lola Álvarez Bravo
La primera de las susodichas cuatro fotos que Lola Álvarez Bravo le hizo a Xavier Villaurrutia está datada en 1939, donde se le ve, de medio cuerpo, asomado a la ventada de “su casa de la avenida Juárez”. En la cuarta está sentado, con la mirada sesgada y los brazos cruzados, en un sillón de “las oficinas de Bellas Artes, en 1951”. Tal imagen recuerda, por su leve parecido y el singular detalle de las afeminadas uñas de las delicadas manos, el retrato pictórico (óleo sobre tela) que Juan Soriano realizó en 1940.
Xavier Villaurrutia en las oficinas de Bellas Artes (1951)
Foto: Lola Álvarez Bravo
       
Retrato de Xavier Villaurrutia (1940)
Óleo sobre tela de Juan Soriano
Colección Museo Nacional de Arte
     


   
Xavier Villaurrutia en el supuesto “parque Díaz Mirón de Jalapa, Ver., en 1942
Foto: Lola Álvarez Bravo
       La segunda es el célebre retrato donde Xavier Villaurrutia está sentado, en una banca de madera, en medio de la floresta y con una flor entre las manos; imagen incluida, sin fecha de la toma, en Escritores y artistas de México, libro de retratos fotográficos en blanco y negro (con aceptable aunque no impecable resolución e impresión) que Lola Álvarez Bravo realizó entre 1930 y 1980, editado por el FCE en “julio de 1982 con un tiraje de tres mil ejemplares, el cual tendría que reeditarse y ampliarse —al igual que el acervo retratístico antologado en Kati Horna. Recuento de una obra (CENIDIAP, etc., 1995), pues las nuevas generaciones desconocen todo ese excelente y valioso bagaje, pero con una impecable y óptica resolución y no con la media que se observa en el libro que antologa un conjunto de retratos de escritores, en blanco y negro, concebidos por el fotógrafo Rogelio Cuéllar: El rostro de las letras (La Cabra Ediciones/CONACULTA, 2014). Y la tercera foto es la citada al inicio de la nota, donde figuran, de pie y entre la floresta, Jorge González Durán, Villaurrutia y el joven Paz, cuyos pies rezan que fueron tomadas “en 1942”, “en el parque Díaz Mirón de Jalapa, Ver.” En su ensayo, Octavio Paz apunta que hicieron un pequeño viaje a Xalapa; pero no relata (frente al insomnio, la ansiedad y el desconcierto de la mitología xalapeña) a qué fueron, quiénes iban, cuánto duró el viaje y cuál fue el itinerario. 

  En el libro Octavio Paz, entre la imagen y el hombre (CONACULTA, 2010), iconografía en blanco y negro seleccionada y comentada por Rafael Vargas, se aprecia tal imagen (con mayor amplitud y con mucho mejor resolución que en el libro de Paz y que en su citado volumen 4 de sus Obras completas. Edición del autor), donde también está datada en “1942”, “en el Parque Salvador Díaz Mirón”, “en Xalapa”. Según dice Rafael Vargas en su prólogo, Paz y Lola Álvarez Bravo “se conocieron alrededor de 1939, por la misma época en que comenzó la amistad entre Paz y Juan Soriano, para quien Lola, trece años mayor, se había convertido en una suerte de confidente y hermana protectora.
Jorge González Durán, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz en el
supuesto 
 “parque Díaz Mirón de Jalapa, Ver., en 1942
Foto: Lola Álvarez Bravo
      “Lola fotografía a Octavio Paz por primera vez en septiembre de 1942 en el parque Salvador Díaz Mirón, en Xalapa, ciudad a la que ambos habían viajado junto con Xavier Villaurrutia, Jorge González Durán y algunos otros escritores, como parte de las giras culturales por los estados organizadas por Benito Coquet, entonces jefe del Departamento de Educación Extraescolar y Estética, de la Secretaría de Educación Pública.

“En realidad, esa imagen es menos un retrato que el afortunado producto fotográfico de tal circunstancia, pero es importante tenerla presente para señalar el trato y la cercanía entre ambos.”
Vale acotar que en Xalapa, la capital del Estado de Veracruz, no existe ningún “Parque Salvador Díaz Mirón” y que es probable que se trate del parque Los Berros, si es que la foto no fue tomada en el jardín interior de la Quinta Rosa, a donde pudo ir el grupo de visita, y donde ahora hay una moderna casa central y dispersos bungalows amueblados que se rentan a estudiantes y extranjeros, cuyo amplio jardín interior, en los años 40 del siglo XX, tenía otras características y dimensiones. Desde el siglo XIX el lugar donde se trazó e hizo el parque Los Berros ya era conocido por tal mote. Pese a que tiene por nombre “Miguel Hidalgo y Costilla”, nadie lo llama así (la monumental efigie del cura de Dolores data del 8 de mayo de 1955); sólo lo hacen los políticos y funcionarios cuando frente a la estatua del Padre de la Patria (que enarbola el estandarte de la Virgen de Guadalupe), frente a uniformados niños de primaria en posición “de firmes” (acarreados allí ex profeso), lanzan discursos, cantan el Himno Nacional y conmemoran los días prescritos por el santoral patriótico-nacionalista. Quizá el error de Octavio Paz (si es que es un error) lo suscitó el hecho de que en la calle Hidalgo, frente al parque Los Berros —que nunca se ha llamado Díaz Mirón— se encuentra el muro exterior de la Quinta Rosa que otrora habitó el autor del compungido y lacrimoso “Paquito”, en cuya entrada hay un anónimo busto del poeta y una placa que reza: 
“En esta casa vivió el insigne poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón, cuando escribió Lascas. Publicada en esta ciudad en 1901. Gracias a la amistosa intervención de don Teodoro A. Dehesa, gobernador del Estado.
“Placa colocada durante la gestión del H. Ayuntamiento de Xalapa, año 1960.”
Cabe añadir que una de las calles que circundan al parque Los Berros, que no es muy grande, se llama Salvador Díaz Mirón y en ella está la primaria homónima, inaugurada el 20 de noviembre de 1956 por Marco Antonio Muñoz, entonces gobernador del Estado de Veracruz.
Octavio Paz observa en su libro: “El Gobierno mexicano, gran embalsamador y petrificador de celebridades, ha mostrado una soberana indiferencia ante la obra y la memoria de Villaurrutia. Tal vez haya sido mejor así: se ha salvado de la estatua grotesca y de la calleja con su nombre. (En México las grandes avenidas y las plazas pertenecen por derecho propio, iba a decir: por derecho de pernada, a los ex presidentes y a los poderosos. Las calles de nuestras ciudades, como si fueran reses, han sido herradas con nombres no pocas veces infames.)” 
No le faltan razones a Octavio Paz (piénsese en el nombre del autoritario genocida Gustavo Díaz Ordaz); no obstante, el nombre del poeta y ensayista, Premio Nobel de Literatura 1990, es el nombre de bibliotecas, centros culturales, librerías, escuelas, aulas, auditorios y calles en numerosos puntos del país. El rescate y la edición de los escritos y dibujos de Xavier Villaurrutia y el establecimiento de un premio nacional de literatura que desde 1955 lleva su nombre, fue obra, en primera instancia, de intelectuales y escritores, y no del gobierno; aunque ahora éste lo subsidia con una suma a través del INBA y del llevado y traído CONACULTA. 
Pero si Octavio Paz hubiera contado con suficientes pormenores la anécdota de la visita a Xalapa y de las fotografías tomadas por Lola Álvarez Bravo en el supuesto “parque Díaz Mirón”, quizá hubiera ocurrido algo para el regocijo y el divertimento memorial y visual de los xalapeños, advenedizos y turistas culturales que no muy despistados arriban a la “gloriosa” y “egregia” Atenas Veracruzana, donde no nada más hay desfalcos en el erario y en fondos públicos (el Instituto de Pensiones del Estado es un escandaloso e impune ejemplo), matan a periodistas, secuestran y desaparecen gente y donde, según el gobernador Javier Duarte de Ochoa, las finanzas públicas están sanas y boyantes y sólo hay robos de frutsis y pingüinos en las tiendas Oxxo. Además del busto de piedra de Salvador Díaz Mirón que se observa en la entrada de la Quinta Rosa (hay otro de bronce en el Paraninfo de viejo Colegio Preparatorio de Xalapa y una estatua suya en la avenida Díaz Mirón del puerto de Veracruz en cuyo dedo flamígero la canalla le suele colgar un yoyo o un calzón), hubo un busto del poeta y diplomático Manuel Maples Arce que se veía desde “noviembre de 1981” en la minúscula plaza que se ubica a un costado de la Biblioteca de la Ciudad, en pleno Centro Histórico, y del que desde fines de febrero de 2005, luego de ser robado por el metal (pese a los rondines policíacos y a la cercanía del Cuartel de Policías San José), sólo queda la solitaria, desconsolada, polvorienta y sucia base de piedra (regularmente pintarrajeada de grafitis) en cuyo hueco, donde estuvo la placa de metal alusiva, el negligente municipio priísta colocó otra que sólo rebuzna: “Plaza Manuel Maples Arce”, “Estridentópolis 2012”.
Yo, inmortalizado en la base donde estuvo la cabeza de Manuel Maples Arce
Xalapa, marzo 26 de 2009
  Por otra parte, en la histórica Ex Hacienda de El Lencero, en las cercanías de Xalapa, hay una casona-museo donde se erigió una “charamusca” que evoca la figura y la estancia de Gabriela Mistral (1889-1957), Premio Nobel de Literatura 1945; en este sentido, tal vez a las bancas del parque Los Berros, o a las “callejas” del mismo, algún Honorable Ayuntamiento ya las hubiera bautizado, con su correspondiente y fulgurante plaquita, con los nombres de “Xavier Villaurrutia”, “Octavio Paz”, “Lola Álvarez Bravo” y “Jorge González Durán”, en memoria y celebración de su impronta y de ese singular y efímero paseo. Ni tarda ni perezosa, la canalla (“infame turba de nocturnas aves” de rapiña) ya habría hecho de las suyas.   


Octavio Paz, Xavier Villaurrutia en persona y en obra. Dibujos y fotografías en blanco y negro. FCE. México, agosto 25 de 1978. 104 pp.

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Enlace a "Amor condusse noi an una morte", poema de Xavier Villaurrutia en la voz de Alberto Dallal. Introducción de Tedi López Mills.

jueves, 27 de marzo de 2014

Octavio Paz. Las palabras del árbol




Mi árbol y yo


Octavio Paz nació el 31 de marzo de 1914 y falleció el domingo 19 de abril de 1998, un mes después de que apareciera la primera edición de Octavio Paz. Las palabras del árbol, libro de la mexicana de origen polaco Elena Poniatowska (París, mayo 19 de 1932), donde le rindió y le rinde pleitesía al Premio Nobel de Literatura 1990, al poeta y otrora director de las revistas Plural (1971-1976) y Vuelta (1976-1998), quien en vida, además de virtuoso, siempre fue polémico y beligerante, capaz de desencadenar encendidas y arduas discusiones intelectuales, insultos, panfletos, riñas de callejón, deificaciones y demonizaciones. 
      “¡Qué bueno que sigas gallito [le celebra Elena Poniatowska en una página ante le coraje y el ímpetu que preservaba en la vejez], que no se te vean trazas de convertirte en una solemne estatua de ti mismo!”
  Octavio Paz, “el peor de todos”, alguna vez fue quemado en efigie durante un abominable y ciego auto de fe cuya ardiente multitud vociferaba: “¡Reagan rapaz/ tu amigo es Octavio Paz!” El mismo que no podía presentarse en un restaurante de lujo, sin que uno a uno de los espontáneos admiradores lo tributaran en fila india y brindaran por él enviándole a su mesa una serie de las mejores botellas.
 Sabedora de su propia celebridad y prestigio en la república de las letras mexicanas, Elena Poniatowska, teniendo como eje la vida y obra de Octavio Paz y hablándole de tú, ha urdido una crónica memoriosa, personal, autocomplaciente, fragmentaria, cuyos 25 mil ejemplares de la primera edición prefiguraron su instantánea índole de best seller.
(Plaza & Janés, México, marzo de 1998)
  Ilustrado en la portada con una foto que Lola Álvarez Bravo le tomó a Octavio Paz, en Central Park, en Nueva York, en “septiembre de 1945”, Elena Poniatowska inicia su libro evocando una fiesta de 1953 (el año en que empezó a hacer periodismo) en casa de los papis del joven Carlos Fuentes, sitio donde le fue presentado el poeta Octavio Paz (recién regresado del extranjero). A partir de tal encuentro (inicio de la recíproca amistad), la crónica memoriosa deambula por dos principales linderos que son, al unísono y entreverados entre sí, el mismo lindero. 
Octavio Paz entrevistado por Elena Poniatowska
tras su ingreso al Colegio Nacional en 1967
Foto: Héctor García
  Por un lado, la novelista y versátil entrevistadora recuerda un puñado de episodios que dan cuenta de ciertas vivencias, entrevistas, aventuras y aprendizajes que compartió con el poeta, desde los años felices del principio, pasando por el tiempo en que la relación se enfrió y distanció, lejanía signada por un rudo comentario al hígado que Paz publicó en el número 82 de la revista Vuelta (septiembre de 1983) en contra de la novela sobre la vida y obra de Tina Modotti que ya desde entonces pergeñaba Elena Poniatowska (misma que publicaría en 1992, en Ediciones Era, con el título Tinísima), hasta el momento en que Marie-José Tramini, la esposa de Octavio Paz, con su virtud conciliadora, dio pie a la distensión y reinicio del diálogo directo.
Octavio Paz y Marie-José en 1971
Foto: Nadine Markova
      Por otro lado, Elena hace un sintético y apretado recuento de algunos de los principales sucesos que registra la más elemental y consabida cronología del poeta, resumida, por ejemplo y de modo didáctico, por Alberto Ruy Sánchez en Una introducción a Octavio Paz (Joaquín Mortiz, 1990), la cual fue corregida y aumentada para su edición en la serie Breviarios del FCE, impresa en octubre de 2013 con 5 mil ejemplares. Es decir, desde su nacimiento en la casa que su abuelo paterno Ireneo Paz Flores tenía en Mixcoac, pasando por su temprana infancia en Estados Unidos en pos de su padre Octavio Paz Solórzano; el regreso a México; el período en San Ildefonso y las tempranas revistas juveniles; el abandono de la Facultad de Derecho y su ida a Yucatán; su boda con Elena Garro y el viaje a la España de 1937 en plena Guerra Civil (con motivo del Segundo Congreso Internacional de Escritores e Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura) y la primera estancia en Europa. Y entre otros episodios, la beca Guggenheim y su retorno a los Estados Unidos. Su inicio en el Servicio Exterior Mexicano. Su primera etapa en París. El movimiento Poesía en Voz Alta y su libreto teatral “La hija de Rappaccini. Los años de embajador de México en la India y su renuncia en 1968 tras la masacre de estudiantes del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. Su ingreso al Colegio Nacional en 1967. Su divorcio de Elena Garro en 1959 y su boda con Marie-José Tramini en 1964. Las fundaciones y objetivos de las revistas Plural y Vuelta. Los numerosos premios, desde el Villaurrutia de 1956, hasta el Nobel de 1990. Su incursión en la televisión mexicana, desde los Nuevos Filósofos (1978), hasta “El siglo XX: la experiencia de la libertad” (1990). El “Coloquio de Invierno” (1992) del grupo de intelectuales orgánicos de la revista Nexos y el intríngulis del patrocinio (con fondos de la UNAM y del CONACULTA) que provocó el enojo y la furia mediática de Octavio Paz porque no lo invitaron a tiempo. La glosa (y a veces la cita) de algunos de sus libros de poesía y ensayo, desde los primeros, hasta Vislumbres de la India (Seix Barral, 1995) y sus Obras completas coeditadas por Círculo de Lectores, de Barcelona, y el FCE, de México; más el comentario de su presencia en el ciberespacio y en una abrumadora bibliografía que se ocupa de su obra. Pero no llega al incendio que la noche del 21 de diciembre de 1996 consumió parte de la biblioteca del escritor en su casa en Paseo de la Reforma 369; ni a su legado reunido en la incipiente Fundación Octavio Paz, inaugurada el 17 de diciembre de 1997 en la Casa de Alvarado (donde hoy se halla la Fonoteca Nacional), ubicada en Francisco Sosa 383, en el Barrio de Santa Catarina, en el corazón de Coyoacán; ni mucho menos a la reseña de su muerte por el cáncer, ni a las multitudinarias honras fúnebres en el Palacio de Bellas Artes.
 
Elena Poniatowska y Octavio Paz en Atlixco, Puebla (1970)
Foto: Héctor García
  Durante toda la fragmentaria retrospectiva, Elena le habla de tú a Paz, tal si se tratara de una larga carta o de un largo e íntimo monólogo donde charla con el poeta y que únicamente le dirige a él. Ya cuando evoca sus andanzas particulares, lecturas y aprendizajes; ya al reseñar y transcribir las dedicatorias de los libros que a ella le obsequió el propio Paz; algunas cartas que mutuamente se enviaron desde el extranjero; la diseminada colección o antología de fragmentos con árboles hallados en los poemas del autor de La estación violenta (FCE, 1958); al bosquejar y transcribir fragmentos de varias entrevistas que ella le hizo en distintos tiempos; y entre otras cosas, cuando boceta e inserta ciertos pasajes de Octavio Paz y de diferentes autores, como es el caso de una respuesta de Carlos Monsiváis, suscitada durante la legendaria polémica que éste sostuvo con el poeta en 1977.
Pero aunado a la carencia de análisis y de perspectiva crítica (pese a algunos tímidos, sentimentales, esporádicos y breves señalamientos), lo que marca la tónica del libro es la extrema adoración e idolatría de Elena Poniatowska hacia Octavio Paz, el exultante y melcochoso panegírico con que una y mil veces lo deifica. Si es verdad que alguna vez Juan José Arreola dijo que a Octavio Paz le decían “el becerro de oro”, “porque todos acudían a adorarlo”, Elena Poniatowska lo hace hasta el hartazgo, siempre aderezando sus líneas y citas con mil y una zalamerías, chistecitos sentimentaloides y expresiones populares, condimento y relleno tolerable si el lector es cómplice de su estilo y de su condición sentimental y arbórea que ella misma radiografía y cifra al decir: “Ya de por sí las mujeres somos sauces llorones en la orillita de la catarata desbordante del sentimiento.”
El árbol es la constante que más atrae a Elena Poniatowska en la poesía de Octavio Paz; de ahí que vea sus poemas como las hojas de un gran árbol y al mismo poeta corporificado en la figura de uno: “en vez de piernas tienes tronco y hojas de árbol en vez de cabellos”. Tótem, demiurgo y oráculo al que acudían de rodillas y en fila india los iniciados, ungidos y aborregados de la generación (no toda perdida) de la periodista y narradora: “Éramos muchos los que íbamos a buscarte; para todos nosotros eras una arboleda, un bosque que camina. Nos arrimábamos al buen árbol para que tu buena sombra nos cobijara, como esos borregos que se apelotonan en el vacío de la llanura bajo la redondez del único árbol.” “Éramos jóvenes, no pesábamos, teníamos agua en los ojos; la única mirada definitiva era la tuya y en cierta forma pendíamos de ella como la miseria sobre el mundo.”
En este sentido, si Las palabras del árbol es también una declaración de amor de Elena Poniatowska hacia la obra del poeta y al hombre, lo es también por Marie-José, la esposa y viuda de Octavio Paz de la que éste dijo: “Yo me buscaba a mí mismo y en esa búsqueda encontré a mi complemento contradictorio, a ese tú que se vuelve yo: las dos sílabas de la palabra ‘tuyo’.” “Después de nacer es lo más importante que me ha pasado.” Así, Elena Poniatowska ve a Marie-José como la bella “árbola” del poeta; incluso en una imagen que implica el final feliz y por siempre jamás de un sonoro cuento de hadas de los hermanos Grimm: “Huele a jabón, huele a ropa recién lavada. Huele bonito. Su cabello es larguísmo y rubio. Todas las noches se asoma al balcón como Rapunzel y Octavio sube por el cabello de Marie-José hasta entrar a la recámara. Son madejas de cabello fuerte, hermoso, macizo. Una enramada.”
Marie-José y Octavio Paz en Atlixco, Puebla (1970)
Foto: María García
    Cabe decir que los postreros listados de “Premios, distinciones y obras” de Octavio Paz apoyan y guían la lectura, más aún si se trata de un lector recién iniciado en la vida y obra del multipremiado y polémico poeta, ensayista, articulista y editor. A esto se añade el hecho de que la nutrida antología de fotos en blanco y negro (legible la mayoría de las veces, pero no muy óptima ni bien datada) ofrece un contrapunto visual que ilustra un buen número de los episodios y de las anécdotas que aborda Elena Poniatowska, pese a que no falta el duende. Por ejemplo, hay una foto de Lola Álvarez Bravo tomada en 1942, en Xalapa, en la que confluyen tres poetas: Jorge González Durán (1918-1986), Xavier Villaurrutia (1903-1950) y el joven Paz, misma que fue publicada en la iconografía del ensayo que a éste, el “25 de agosto de 1978”, el FCE le editó: Xavier Villaurrutia en persona y en obra; el pie de la oscura foto de tal libro reza que fue captada “en el parque Díaz Mirón de Jalapa, Ver.”, lo cual es un error suscitado, quizá, por el hecho de que frente al parque Hidalgo (así se llama, pero desde siempre la vox populi le dice “Los Berros”) se localiza el muro de la Quinta Rosa que habitó el poeta Salvador Díaz Mirón (1853-1928), autor del célebre “Paquito”, en cuya entrada hay una anónima escultura de su cabeza (reproduce su greña y su mostacho a la Nietzsche) y una placa que dice: 
 “En esta casa vivió el insigne poeta veracruzano Salvador Díaz Mirón, cuando escribió Lascas. Publicado en esta ciudad en 1901. Gracias a la amistosa intervención de don Teodoro A. Dehesa, gobernador del Estado.
 “Placa colocada durante la gestión del H. Ayuntamiento de Xalapa, año 1960.”
  Pero el pie de la oscura foto reproducida en Las palabras del árbol, además de omitir el sitio donde fue realizada, rebautizó a Jorge González Durán como “José González Hurón”.
Jorge González Durán, Xavier Villaurrutia y Octavio Paz en Xalapa
Septiembre de 1942
Foto: Lola Álvarez Bravo
  Vale añadir que tal foto de Lola Álvarez Bravo (1907-1993), con el mismo mal encuadre del lado izquierdo, con mucho mejor resolución y sin los ángulos recortados, se observa en Octavio Paz, entre la imagen y el hombre (CONACULTA, 2010), iconografía en blanco y negro antologada y prologada por Rafael Vargas, quien repite el yerro del nombre del parque. Según él, “Lola fotografía a Octavio Paz por primera vez en septiembre de 1942 en el parque Salvador Díaz Mirón, en Xalapa, ciudad a la que ambos habían viajado junto con Xavier Villaurrutia, Jorge González Durán y algunos otros escritores, como parte de las giras culturales por los estados organizadas por Benito Coquet, entonces jefe del Departamento de Educación Extraescolar y Estética, de la Secretaría de Educación Pública.”

Elena Poniatowska, Octavio Paz. Las palabras del árbol. Iconografía en blanco y negro. Plaza & Janés Editores. México, marzo de 1998. 238 pp.