domingo, 24 de junio de 2018

La Dalia Negra

Sólo era una gran actriz en la cama

Rabiosamente autobautizado el perro diabólico de la literatura negra norteamericana, James Ellroy (Los Ángeles, marzo 4 de 1948) publicó, en 1987, su best seller La Dalia Negra, que con sus novelas El gran desierto (1988), L.A. Confidencial (1990) y Jazz blanco (1992) conforman su explosivo “Cuarteto de Los Ángeles” (mucho más sonoro y explosivo que “el pedo de una palomita de maíz”). Si bien el filme L.A. Confidential (1997), basado en la homónima novela y dirigido por Curtis Hanson, gozó (y goza) de aceptación entre las variopintas y dispersas masas de empedernidos cinéfilos de la aldea global, la película The Black Dahlia (2006), basada en el homónimo libro y dirigida por el experimentado y reputado Brian de Palma, no pasó de ser un largo y somnífero churro (con pésimas actuaciones), pese al calibre y a la fama mediática de los actores protagonistas. No obstante, en diciembre de 2015, en Barcelona, con traducción al español de Albert Solé, Ediciones B publicó (salpimentada con numerosas erratas) la segunda edición de La Dalia Negra en formato de bolsillo, en cuyas cubiertas se observan los retratos de las cuatro estrellas hollywoodenses del reparto fílmico: Hilary Swank (Madeleine Linscott), Aaron Eckhart (Lee Blanchard), Scarlett Johansson (Kay Lake) y Josh Hartnett (Bucky Bleichert).
(Ediciones B de bolsillo, 2ª edición, Barcelona, diciembre de 2015)
          Ofrendada a la autora de sus días Hilliker Ellroy (1915-1958) con un tinte diabólico (“Madre: veintinueve años después, esta despedida de sangre”), y precedida por un epígrafe de Anne Sexton, La Dalia Negra se divide en un “Prólogo” y 37 capítulos distribuidos en cuatro partes: “Fuego y Hielo”, “La Treinta y Nueve y Norton”, “Kay y Madeleine” y “Elizabeth”. Situada principalmente en Los Ángeles, California, entre 1942 y 1949, la minuciosa y maniática historia ha sido escrita, evocada y narrada por el ex boxeador y ex policía Bucky Bleichert. Y el epicentro de las reminiscencias, de la intriga, de las indagaciones detectivescas, y de los múltiples recovecos, digresiones, giros sorpresivos y vueltas de tuerca es la espeluznante aparición en un descampado, la mañana del miércoles 15 de enero de 1947, del desnudo cadáver de una joven, sádicamente torturada y viviseccionada en dos partes (y con la boca rajada de un oído a otro), cuyas huellas digitales revelaron su identidad: “Elizabeth Ann Short, nacida el veintinueve de julio de 1924, en Medford, Mass.” Quien había sido “Arrestada en Santa Bárbara en septiembre de 1943” “por beber alcohol siendo menor de edad”, y por ello “la devolvieron con su madre, en Massachusetts”. 

       
Elizabeth Short
(1924-1947)
       Y en medio del amarillista y sediento escándalo periodístico, el reportero Bevo Means la etiquetó con el rimbombante apelativo de La Dalia Negra (y se hizo vox populi y moneda corriente), porque el conserje de un hotel “le dijo que Betty Short siempre llevaba vestidos negros ceñidos”, y esto le hizo pensar en La Dalia Azul, la película de 1946 protagonizada por Verónica Lake y Alan Ladd, dirigida por George Marshall, con guion de Raymond Chandler (arquetipo de la novela negra norteamericana).

Alan Ladd y Veronica Lake

Fotograma de La Dalia Azul (1946)
       En primera instancia, La Dalia Negra es la inextricable historia de una entrañable amistad y de un triángulo amoroso (Lee Blanchard-Kay Lake-Bucky Bleichert) ineludiblemente trastocado por el ingrato y cruento destino de Betty Short, una joven ligera y atractiva, que vestida de negro solía comer y beber de gorra en los bares, subsistir en pensiones de baja estofa, pedir dinero prestado, contar mentiras y fantasías, y prostituirse (sin quitarse las medias) con marineros y militares uniformados (rebosantes de galones y medallas tirando a la general Patton), y cuyo mayor sueño era ser una rutilante actriz (quizá una diosa) de la bóveda celeste del cine de Hollywood. Para eludir la pelea con Ronnie Cordero (“cocinero de tacos”), un peso medio mexicano de 19 años que lo hubiera hecho polvo y besar la lona en un santiamén (no obstante su fogueo en “combates con pesos medios mexicanos repletos de tortilla en la Sala de la Legión de Eagle Rock”), y más aún para huir del peligro que implicaba ingresar a la Armada o a la Infantería de Marina tras el bombardeo de Pearl Harbor (ocurrido el 7 de diciembre de 1941), Bucky Bleichert (“cabello oscuro, un metro noventa de flaca musculatura”, “peso ligero, 36 victorias, ninguna derrota, y ningún nulo, colocado una vez en el puesto número diez del ranking, por la revista Ring, tal vez porque a Nat Fleicher [periodista] le divertía la mueca desafiante con que solía contemplar a mis adversarios, en una exhibición de mis dientes de caballo”, dice), deja el boxeo y se incorpora al Departamento de Policía de Los Ángeles. Y allí, poco después de haberse “graduado en la Academia, en agosto de 1942”, conoce al policía y ex boxeador Lee Blanchard, “rubio, de complexión sanguínea”, un “metro ochenta y dos” de estatura y “los hombros y el tórax enormes, con las piernas gruesas y arqueadas y el nacimiento de una tripa dura e hinchada”; otrora “peso pesado, 43 victorias, 4 derrotas y 2 nulos; con anterioridad, atracción regular en el estadio de la Legión de Hollywood” y con “rápidos ascensos” policiales, “conseguidos gracias a los combates privados [con jugosas apuestas] a los cuales asistían los peces gordos de la policía y sus amigotes de la política”.

James Ellroy
             Si bien Lee Blanchard y Bucky Bleichert conocían y oían sus correspondientes leyendas de boxeadores (incluso detalles controvertidos del itinerario de su vida privada y policial) que rumorean los otros polis y alguna que otra vez se saludaban en la División Central, la amistad entre ambos tiene como preludio el violento escenario de una represión racista: a “principios de junio de 1943” les toca poner “orden” frente a las escaramuzas callejeras suscitadas tras una gresca entre marineros y “mexicanos vestidos de cuero negro en el muelle Lick de Venice”. Ese episodio, donde el patrullero Bucky Bleichert busca salir indemne sin dar ni recibir un solo golpe, transluce y hace evidente los arraigados atavismos racistas, xenófobos e idiosincrásicos que trasminan a la sociedad norteamericana de los años cuarenta, visibles en otros episodios, en lo ríspido y soez de cierto peyorativo vocabulario y en numerosos detalles a lo largo de la novela. Según Bucky Bleichert:

“Corrían rumores de que uno de los chicos había perdido un ojo. Empezaron a producirse escaramuzas tierra adentro: personal de la marina procedente de la base naval de Barranco Chávez contra los pachucos de Alpine y Palo Verde. A los periódicos llegaron noticias de que los mexicanos llevaban insignias nazis [obvio infundio de la prensa racista], además de sus navajas de muelle, y centenares de soldados, infantes de marina y marineros de uniforme cayeron sobre las zonas bajas de Los Ángeles, armados con bates de béisbol y garrotes de madera. Se suponía que en la Brew 102 Brewery, en Boyle Heights, los pachuchos se agrupaban en número similar y con armamento parecido. Cada patrullero de la División Central fue llamado al cuartel y allí se le proporcionó un casco de latón de la Primera Guerra Mundial y una tranca enorme conocida como sacudenegros [a Rosa Parks en el autobús y al reverendo Martin Luther King Jr. se les hubieran erizado los rulos a la Don King].
Rosa Parks y Martin Luther King Jr. (c. 1955)
     
Don King
         “Al caer la noche, fuimos conducidos al campo de batalla en camiones que habían sido prestados por el ejército y se nos dio una sola orden: restaurar la paz. Nos habían quitado los revólveres reglamentarios en la comisaría; los jefazos no querían que ningún 38 cayera en manos de esa asquerosa y jodida ralea mexicano-argentina, los gángsteres morenos. Cuando saltamos del camión en Evergreen y Wabash, llevando en la mano sólo un garrote de kilo y medio con el mango recubierto de cinta adhesiva para que no resbalara, me sentí diez veces más asustado de lo que jamás había estado en el ring, y no porque el caos estuviera acercándose a nosotros desde todas las direcciones.

“Me sentí aterrado, porque, en realidad, los buenos eran los malos.
“Los marineros estaban reventado a patadas todas las ventanas de Evergreen; infantes de marina con sus uniformes azules destrozaban sistemáticamente las farolas, lo cual producía cada vez más y más oscuridad en la que poder trabajar. Soldados y marineros de agua dulce habían dejado de lado su rivalidad entre las distintas armas y volcaban los coches aparcados ante una bodega al tiempo que jovencitos de la mariana vestidos con sus acampanados pantalones blancos molían a palos a un grupo de mexicanos, al que superaban con mucho en número, en un portal de al lado. En la periferia de la acción pude ver cómo unos cuantos de mis compañeros se lo pasaban en grande con gente de la Patrulla Costera y policías militares.”
Bucky Blaichert
(Josh Hartnett)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
          En su escurrida del bulto, Bucky, sin esperarlo, oye que lo llaman a voces y entonces ve a Lee Blanchard (“el otro tipo que también había salido corriendo”) “enfrentándose a tres infantes de marina de uniforme azul y un pachuco con todos sus cueros de gala”. El caso es que Bucky ayuda a Lee a tundir y a noquear al trío de infantes de marina. Y por iniciativa de Lee se ocultan dentro de los destrozos de una casa abandonada por el zafarrancho, donde se alimentan, beben y refugian durante el resto de la noche. Lee, quien conoce y lleva preso al pachuco Tomás Dos Santos, le dice: “Es el noveno de su clase que pillo en 1943”; que hay contra él “una orden de busca y captura por homicidio” (pues a una anciana le robó el bolso y al caer le dio un infarto). Según añade Lee, “Está frito. Homicidio en segundo grado es un viaje a la cámara de gas para los chicanos. Este chaval dirá el ‘Gran Adiós’ dentro de seis semanas.” Lee no se equivoca en esto ni al asegurarle a Bucky que será ascendido a sargento e ingresará a la Criminal (en su currículum descuella su mediático papel en el atraco al banco del Boulevard-Citizens sucedido el “11 de febrero de 1939”), pues luego Blanchard “fue ascendido a sargento y trasladado a la Brigada Antivicio de Highland Park a primeros de agosto” de 1943. Y el latino “Tomás Dos Santos entró a la cámara de gas una semana más tarde.” A lo que se añade que “El Consejo Ciudadano de Los Ángeles declaró ilegal la cazadora de cuero” (característica de los pachucos), corolario reglamentario y discriminativo de ese “pintoresco motín racial de Los Ángeles este”.

Durante los tres años siguientes (entre 1943 y 1946), Bucky Bleichert, hijo de inmigrantes alemanes, casi sin pena ni gloria (y nadando de a muertito) siguió “metido en un patrullero con radio de la División Central”. Etapa precedida por los golpes bajos soportados durante su instrucción policíaca, pues tuvo que confrontar “la amenaza de expulsión de la Academia cuando se descubrió que su padre [proclive al nazismo] pertenecía al Bund germano-estadounidense”. Y ante “las presiones sufridas para que denunciara ante el Departamento de Extranjeros a los chicos de ascendencia japonesa con los cuales había crecido para así asegurar su posición dentro del Departamento de Policía de Los Ángeles”, denunció a dos de ellos: Hideo Ashida y Sam Murakami, quienes fueron esposados y remitidos al campo de concentración Manzanar (ubicado al pie de Sierra Nevada en el Valle Owens, California), donde uno de ellos murió (ante al resquemor de su consciencia). Así que una mañana de 1946, en el “tablón de ascensos y cambios de puesto” de la División Central, Bucky lee que el sargento Lee Blanchard será trasladado de la Brigada Antivicio de Highland Park a la Brigada Criminal Central, con efectividad el 15 de octubre de 1946.
Entre la fauna de polis se chismorrea y apuesta sobre un posible “combate Blanchard-Bleichert”. Y se rumora (y así parece) que el verdadero “jefe de la Criminal es Ellis Loew” (asistente del fiscal del distrito, judío, político republicano, manipulador y ambicioso arribista de 35 o 36 años), y que éste “Le consiguió el puesto a Blanchard”. 
       
Joe Louis
         Y además se comadrea que Loew dice “que él probaría con Joe Louis si fuera blanco” (barrabasada y petulancia racista, pues se trata nada menos que del legendario bombardero de Detroit, campeón mundial de peso pesado que dominó el firmamento del box “durante once años y ocho meses”, entre 1937 y 1949).  
Y como “Corre la voz de que los boxeadores lo enloquecen”, se dice que Ellis Loew quiere que Bucky Bleichert sea el compañero de Lee Blanchard en la Criminal. Así que Ellis Loew, apoyado por varios jefazos de la policía, urde una campaña en la prensa para publicitar una espectacular pelea entre el par de “buenos boxeadores de pura raza blanca”: el ex boxeador Lee Blanchard (“el señor Fuego”, de “32 años”, “sargento en la prestigiosa Brigada Criminal”) y el ex boxeador Bucky Bleichert (“el señor Hielo”, de “29 años, patrullero,” que “cubre el peligroso territorio de la zona sur de Los Ángeles”). Combate boxístico que se sucederá (y sucede) el 29 de octubre de 1946 en el gimnasio de la Academia de Policía; y que al unísono implica (además de las soterradas e intestinas apuestas en el gremio policíaco) que los ciudadanos el próximo 5 de noviembre saldrán a “votar una moción de conceder cinco millones de dólares al Departamento de Policía de Los Ángeles para modernizar su equipo y proporcionar un aumento de ocho por ciento de su paga a todo el personal.”
Además de que “La División Central Criminal estaba en la sexta planta del ayuntamiento, situada entre el Departamento de Homicidios de la Policía de Los Ángeles y la División Criminal de la oficina del fiscal del distrito”, para el patrullero Bucky Bleichert, según apunta, “La Criminal era la celebridad local para un poli. La Criminal era el traje de paisano, sin necesidad de llevar abrigo ni corbata, emoción, aventura y dietas por kilometraje en tu coche de civil. La Criminal era la persecución de los tipos realmente malos y no el tener que atrapar a los borrachos y a los vagabundos que se reunían delante de la Misión de Medianoche. La Criminal era el trabajo en la oficina del fiscal del distrito, con un pie metido en la categoría de los detectives y cenas tardías con el mayor Bowron [el alcalde], cuando él estuviera de buen humor y quisiera que se le contasen historias de guerra.” De modo que Bucky supone que tras el combate boxístico podría ascender a la Criminal y convertirse en el compañero de Lee Blanchard, lugar que por el que suspira y puja el codicioso y tontorrón Johnny Vogel, hijo del sargento Fritzie Vogel, coludido, junto con el sargento Bill Koening, a los oscuros tejemanejes y manipulaciones partidistas y autócratas de Ellis Loew, quien se mueve, conspira y urde proyectando convertirse (en un futuro cercano) en el todopoderoso fiscal del distrito.
En medio de los acontecimientos y ante la expectativa de la pelea, Lee Blanchard optaría por Bucky para compañero, por ello le dice: “Personalmente, casi espero que ganes. Si pierdes, me quedaré con Johnny Vogel. Está gordo, se tira pedos, le apesta el aliento y su papi es el capullo más grande de toda la Central. Siempre le hace recados al niño prodigio judío [...]” No obstante, Bucky, cavilando entre sus dudas, posibilidades y necesidades personales (su padre, incapaz de raciocinio, de valerse por sí mismo y casi sin reconocerlo, subsiste en una sucia pocilga, pues “sufrió un ataque, perdió su trabajo y su pensión y empezó a tomar papillas para bebé a través de una paja”), planea perder la pelea y su posible puesto en la Criminal; es decir, según apunta: “liquidé mi cuenta de ahorros, cobré mis bonos del Tesoro y pedí un préstamo bancario por dos de los grandes, usando mi Chevy casi nuevo del 46 como garantía”. Y a través de un amigo (Pete Lukins) apuesta por Blanchard. De modo que dice: “Si yo mordía la lona entre los asaltos ocho al diez ganaría 8.640 dólares... lo suficiente para mantener al viejo en un asilo de primera durante dos o tres años como mínimo”.
James Ellroy
El perro diabólico de la literatura negra norteamericana
        El espléndido relato de la pelea (a la que asisten los jefazos de la policía, el poderoso capo Mickey Cohen, “y toda una colección de peces gordos vestidos de civil”) ineludiblemente evoca el relato de otras confrontaciones boxísticas (Jack London, Julio Cortázar). Y pese al daño dado y recibido, Bucky se sale con la suya: al perder la pelea (fue noqueado en el octavo round) gana “cerca de nueve mil dólares en efectivo”, y por ende acompañado de Pete Lukins instala a su padre en un asilo “que parecía apto para que en él vivieran seres humanos”. Y luego, tras una semana (y con una prodigiosa recuperación física), Bucky “ya estaba impaciente por volver al trabajo”. Entonces Lee Blanchard lo visita en su casa y le da la buena noticia: está aprobado que Bucky Bleichert sea su compañero en la Criminal, circunstancia en la que al parecer incidió el espectáculo boxístico brindado a los votantes, pues el referéndum resultó positivo y la plantilla de la policía obtuvo un ocho por ciento de aumento salarial. 

   
Fotograma de La Dalia Negra (2006)
        Antes de ser amigos, Bucky Bleichert ya había oído que Lee Blanchard (durante el juicio a Bobby de Witt) “se enamoró de una de las chicas de los ladrones” que en 1939 asaltaron el banco del Boulevard-Citizens y que “la chica se fue a vivir con él”. Pero en el inicio del trato amistoso —precisamente durante la citada noche de represión contra los pachuchos ocurrida “a principios de 1943”— es cuando Bucky tiene los primeros visos de cómo lo ve Kay Lake, pues Lee le dice: “Mi chica te vio pelear en el Olímpico y dijo que se te vería muy bien si te arreglaras los dientes y que, tal vez, pudieras vencerme.” Pero además de que luego se entera que Kay Lake sabe su nombre de pila: Dwight (y siempre lo llama así), lo que a la postre cobra relevancia y trascendencia (al unísono de la mutua atracción) es la difuminada radiografía que ella le cifra al decirle a quemarropa: “Lee y yo no nos acostamos juntos”. En este sentido, el 10 de enero de 1947, tras haber abruptamente liquidado a balazos a cuatro sospechosos (un blanco y tres negros), y en el Mirror vespertino se vociferaba: “¡Policías boxeadores en una batalla a tiros! ¡¡Cuatro delincuentes muertos!!”, y Bucky Bleichert lleva cinco años de poli y en febrero llegará a la treintena y aspira a presentarse a “las pruebas para sargento”, y Bobby de Witt, el presunto “cerebro” del atraco del Boulevard-Citizens, es una inminente amenaza para Lee y Kay (pues está a punto de volver “a Los Ángeles tras 8 años de prisión” en San Quintín, dado que “durante el juicio juró matar a Lee y a los otros hombres que lo apresaron”), ella, en la intimidad de la lujosa casa donde vive con Lee Blanchard sin casarse y sin tener sexo, le muestra a Bucky ciertos elocuentes detalles de su desnudez: 
Kay Lake
(Scarlett Johansson)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
       “Kay se hallaba desnuda bajo la ducha. Su rostro se mantuvo inexpresivo, incluso cuando nuestros ojos se encontraron. Miré su cuerpo, recorriéndolo con la vista, desde los pecosos senos con sus oscuros pezones hasta las anchas caderas y el liso estómago; entonces, ella se dio la vuelta para ofrecerme la espalda. Vi las antiguas cicatrices de cuchillo que recorrían su espalda desde los muslos hasta la columna. Logré no temblar y me fui con el íntimo deseo de que no me hubiera mostrado eso el mismo día que había matado a dos hombres.”

Esas cicatrices son indicios del oscuro pasado de Kay Lake en las redes delincuenciales y sádicas de Bobby de Witt, traficante de drogas y proxeneta, pues según ella: “Me hacía acostarme con sus amigos [y tomaba fotos] y me pegaba con un afilador de navajas.” Es decir, “Katherine Lake, [entonces] de 19 años, venía del noreste, de Sioux Falls, Dakota del Sur, y llegó a Hollywood en 1936 no en busca del estrellato sino de una educación universitaria.” Pero “Lo que consiguió fue graduarse en la universidad de los más duros criminales.” No obstante, el policía Lee Blanchard, que la rescató del fango y se la llevó a vivir con él, le costeó dos carreras.
       
El sargento Lee Blanchart y el agente Bucky Bleichert
(Aaron Eckhart y Josh Harnett)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
          La mañana del miércoles 15 de enero de 1947 el dúo dinámico (el agente Bucky Bleichert y el sargento Lee Blanchard) rastrean en una sucia casucha las andanzas sexuales de Junior Nash, un criminal de raza blanca que recién mató a una anciana en un atraco, propenso a fornicar con jóvenes negras. A través de la ventana del cuartucho en el piso superior del picadero, Bucky ve “un grupo de policías de uniforme y hombres vestidos de civil que se encontraban en la acera de Norton, a mitad de la manzana que daba a la Treinta y Nueve. Todos contemplaban algo que se encontraba entre los hierbajos de un solar vacío; dos coches patrulla y uno policial sin señales identificadoras estaban estacionados en la acera.” Al ir allí a trote veloz observan los restos del cadáver de Betty Short, cuyo espeluznante escenario Bucky Bleichert describe con pelos y señales, y cuyas implícitas menudencias (y laberínticos vasos comunicantes y entresijos) se irán paulatinamente desvelando (y armando el barroco, psicótico y macabro puzle) a lo largo de la novela.

Fotograma de La Dalia Negra (2006)
         De manera inmediata el bestial y cruel asesinato de la Dalia Negra obsesiona a Lee, pero no a Bucky, quien preferiría concentrarse en la búsqueda y captura de Junior Nash. El proceso de investigación de ese crimen, además del alharaquiento escándalo mediático, suscita en la corporación policíaca una pugna intestina en la que descuella Ellis Loew tratando de manipular y maquillar el “caso Short” para sus propósitos electorales y autócratas. Y al unísono desvela una zona soterrada, retorcida, neurótica e inmoral en la personalidad y en la psique de Lee Blanchard, adicto a la benzedrina. En la maniática obnubilación por resolver el “caso Short” (incluso rompiendo las reglas) parece que Lee trata de expiar la lacerante, rancia e infundada culpa por la desaparición de su hermana menor Laurie cuando él tenía 15 años y su padre le había ordenado vigilarla. Según le dice a Bucky ese mismo día del descubrimiento del diseccionado cadáver de Betty Short, “Laurie fue asesinada. Algún degenerado la estranguló o la cortó en pedacitos. Y yo estaba pensando cosas horribles sobre ella cuando murió. Pensaba en cómo la odiaba porque papá la veía como a una princesa y a mí como un matón barato.” “Me imaginada a mi propia hermana igual que estaba el fiambre de esta mañana y me regodeaba con ello [...]”

Elizabeth Short
(Mia Kirshner)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
         Para dar con el asesino de la Dalia Negra al margen de las investigaciones oficiales (eso parece), Lee Blanchard roba pruebas, fotografías, documentos, copias del expediente, y resguarda el material en la habitación 204 del Hotel El Nido, en Santa Mónica y Wilcox, donde además le erige un altar. En el rastreo y reconstrucción de los pasos de Betty Short previos a su asesinato, Bucky descubre que solía vagabundear y gorronear en ciertos bares acompañada de Lorna Martilkova, una adolescente de 15 años que se hacía llamar Linda Martin; quien al ser localizada y detenida llevaba en su bolso una película pornográfica en la que actúan ella y Betty. El filme lésbico, supuestamente rodado en Tijuana por “un mexicano grasiento” en noviembre de 1946, tiene por título Esclavas del infierno. Y su proyección en la sala de informes de la Criminal reúne a Ellis Loew, a varios jefazos, al jefe de la policía y a los polis que investigan el “caso Short”, entre ellos Lee Blanchard y Bucky Bleichert. Lee lleva consigo un ejemplar del Daily News donde se lee: “El cerebro del Boulevard-Citizens es liberado mañana, vuelve a Los Ángeles tras 8 años de prisión”. La película en blanco y negro corre, los policías fuman, dicen alguna tontera, y ven que Betty Short, que sólo lleva medias, ejecuta “un bailecito de aficionada” y algunas impudicias. Y de pronto Lee entra en crisis neurótica: de una patada tira una silla, vocifera, tira la pantalla y el proyector y abandona la sala. El teniente Russ Millard le ordena a Bucky que lo detenga. Lee maneja a toda velocidad rumbo a los bares de lesbianas. Bucky lo sigue en otro auto. Lee se mete al bar el Escondite de La Verne (al parecer en busca de información sobre Betty Short y la película); y para sus adentros Bucky espera que no sepa nada de Madelaine Sprague (podrían acusarlo de suprimir pruebas), habitual de ese antro, “la chica de la coraza” (hija del mafioso y ricachón Emmett Sprague) con la que él ha iniciado un secreto romance sexual en el motel Flecha Roja, quien conocía a Linda Martin y a Betty Short y solía (y suele) vestirse de negro para parecerse a la Dalia Negra (y de hecho tiene cierto parecido a ella). 

       
Madeleine Linscott y Bucky Bleichert
(Hilary Swank y Josh Hartnett)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
         Bucky alcanza a Lee en el interior de La Verne; y tras un forcejeo entre ambos, llega quemando llantas Ellis Loew, quien regaña y saca del caso a Lee Blanchard. Éste replica que quiere “ir a Tijuana para buscar al tipo de la película”; pero Loew no lo autoriza. Destina a Tijuana a la servil y dura mancuerna de sus intereses: los sargentos Fritzie Vogel y Bill Koening; mientras Bucky Bleichert (pese a que no lo quiere) seguirá en el “caso Short” por orden de Ellis Loew. 

Yendo en su auto, Bucky oye por radio que Junior Nash ha sido muerto en un asalto. Puesto que Lee movió hilos para concentrarse en el “caso Short” y hacer a un lado la búsqueda y captura de Junior Nash (“la chica muerta es un plato mucho más jugoso que Junior Nash”, le dijo), Bucky se irrita de tal modo que a toda máquina va a la Criminal en busca de Lee y en los baños lo tunde a golpes hasta dejarlo inconsciente. Esa es la última vez que lo ve con vida. Lee Blanchard no asiste a la obligatoria cita de amonestación que ambos tenían con Thad Green, el jefe de detectives. Green le encomienda a Bucky decirle a Lee que debe devolver su arma y su placa, pues ha sido suspendido por el falso informe donde “afirmaba que Junior Nash se había largado de nuestra jurisdicción”. 
Por un telefonema a Libertades Condicionales, Bucky se entera que Bobby de Witt, en vez de viajar a Los Ángeles, se ha ido a Tijuana. El teniente Russ Millard —que con Harry Sears ha regresado de Tijuana sin hallar el sitio donde dizque se filmó la película porno de Betty Short— le dice: “Blanchard está en Tijuana. Un patrullero de la frontera con el que hablamos lo vio y lo reconoció gracias a toda la publicidad del combate. Andaba con un grupo de rurales [mexicanos] que parecía bastante duro.” 
Los dos viajes que Bucky Bleichert hace a territorio mexicano son auténticas aventuras peliculescas (con una pizca de road movie), donde prolifera la pintoresca miseria y la corrupción policíaca y generalizada. En Tijuana, en su primera incursión, Bucky localiza a Bobby de Witt y lo interroga. Según le dice el ex presidiario: “Vine aquí para conseguir un poco de caballo y llevármelo a Los Ángeles antes de presentarme a mi encargado de vigilancia”; y lo más corrosivo: “lo único que hay entre Blanchard y yo es que me tiraba a Kay Lake”. De pronto alguien que no ve golpea a Bucky y lo deja inconsciente. Al recobrar el sentido va con un grupo de polis mexicanos, más los sargentos gringos Fritzie Vogel y Bill Koenig, al cuchitril donde han sido baleados Bobby de Witt y el mexicano Félix Chasco, traficante de drogas. Se ignora quién los mató.
En Los Ángeles continúa la madeja de pesquisas para dar con el asesino de la Dalia Negra y Lee Blanchard sigue sin aparecer. Y el 4 de abril de 1947, Kay Lake recibe una carta donde se le informa que Lee ha sido “expulsado oficialmente del Departamento de Policía de Los Ángeles, con efectividad del 15/3/47”. En el ínterin, Bucky Bleichert revela aún más sus particulares dotes de sabueso y detective (y su buena suerte) y por ende descubre que el tontorrón Johnny Vogel tuvo un vínculo sadomasoquista con Betty Short y que su padre el sargento Fritzie Vogel lo sabía y que además tenía en su casa un nutrido archivo para ocultar pruebas y extorsionar. 
Dado que “Blanchard había estado en Tijuana a finales de enero” de 1947, en abril Bucky regresa a México a buscarlo. En Ensenada un detective privado de San Diego, Milton Dolphine, se mete a su cuarto de hotel cuando él estaba ausente y allí lo sorprende. Según le dice Milton, el pasado marzo una supuesta mexicana (“Dolores García”) originalmente lo contrató para localizar a Lee Blanchard en Tijuana o en Ensenada. Y además de brindarle una buena cantidad de datos e informes (cuyo trasfondo y sentido a la postre se clarifican), pretende asociarse a Bucky para hallar y repartirse el dinero que Lee traía consigo (gastaba enormes cantidades). Pero lo más relevante de ese episodio es que Bucky hace que Milton lo lleve al pozo en la playa donde la policía rural mexicana arroja cadáveres. Primero obliga a Milton a que cave. Y luego, cuando aparece el uniforme de un marinero, sigue él con la pala hasta hallar los restos de su ex compañero: “y entonces apareció una piel rosada a la que el sol había quemado y unas cejas rubias cubiertas de cicatrices que me resultaron familiares. Después, Lee sonrió igual que la Dalia, con los gusanos que se arrastraban por entre sus labios y por los agujeros donde antes estaban sus ojos.”
Al regresar a Los Ángeles, Kay Lake lo persuade para que no dé parte a la policía del hallazgo de los restos de Lee y le revela el origen de esa fortuna que Blanchard dilapidaba en México y con la que construyó la casa y le costeó los estudios. En realidad, le confiesa Kay, no conoció a Lee durante el juicio a Bobby de Witt, sino antes. Bobby no participó en el atraco al banco del Boulevard-Citizens; sino que el cerebro fue Lee Blanchard, quien culpó y delató a Bobby para vengarse de lo que le hizo a ella. Cuatro fueron los ladrones; dos murieron en el asalto. Y el que quedó vivo (y había huido a Canadá) fue ejecutado por Lee (le exigía diez mil dólares). Era el hombre blanco (Baxter Fitch) que estaba con los tres negros marihuaneros que ambos mataron a balazos cuando el 10 de enero de 1947 supuestamente seguían la pista de Junior Nash y Lee había recibido un chivatazo dizque para hallar a éste (y dizque no a Baxter Fitch).
     
Kay Lake y Bucky Bleichert
(Scarlett Johansson y Josh Hartnett)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
       Kay Lake y Bucky Blanchard se casan “el 2 de mayo de 1947”. Y “Tras una rápida luna de miel en San Francisco”, Thad Green, en la División Central, lo asigna “al departamento de investigación científica como técnico encargado de recoger y analizar pruebas”. Kay da clases en una escuela para niños y viven en la casa edificada por Lee. Un día de 1948 se suelta un tablón del vestíbulo y en el agujero Bucky halla “dos mil dólares en billetes de cien sujetos con una goma”. Ante la enorme cantidad de dinero gastado y acumulado por Lee, Bucky se pregunta: “¿Cómo era posible que Lee hubiera comprado y amueblado esa casa, que le hubiera costeado la universidad a Kay y que siguiera conservando una suma tan importante cuando su parte del atraco no podía haber superado en mucho los cincuenta mil?”
     La respuesta a esa acumulación monetaria (y a esos interrogantes) Bucky posteriormente la encuentra sin proponérselo y lo hace en 1949 al retomar por su cuenta y riesgo la investigación del “caso Short”.
     Es decir, para decirlo rápidamente y sin desvelar todos los pasadizos, vericuetos, conjeturas, anécdotas, entresijos y minucias del embrollo detectivesco y criminal, Bucky descubre que Lee Blanchard había dado con la identidad del que parecía el único torturador y descuartizador de Betty Short. Y para no entregarlo a la policía, Lee extorsionó al viejo Emmett Sprague, el mafioso magnate que desde los años veinte “Ha construido la mitad de Hollywood y Long Beach” (y una serie de asentamientos con materiales de baja calidad en las inmediaciones del gigantesco letrero de HOLLYWOODLAND en Monte Lee), cercano al productor de cine y cineasta Mack Sennett y coludido al poderoso gángster Mickey Cohen, quien prácticamente tiene financiados y comprados los testículos de la policía de Los Ángeles. Y no porque el retorcido viejo Emmett Sprague sea precisamente el cerebro o el asesino material, sino porque el meollo del macabro y sádico crimen lo trastoca a él y a miembros clave de su perverso y psicótico núcleo familiar. Pero lo más espinoso para Bucky Bleichert es descubrir que Kay Lake supo que Lee Blanchard había dado con ese presunto único asesino de Betty Short (el verdadero quid del archivo oculto en la habitación 204 del Hotel El Nido) y que fue ella la encargada de presentarse ante el viejo Emmett Sprague para recoger los últimos cien mil dólares extorsionados, antes de que Lee se fuera a Tijuana tras la pista de Bobby de Witt para matarlo (y no para hallar el sitio donde presuntamente se había filmado la película porno de Betty Short).
      Y para poner el punto final a la presente nota, vale recapitular y añadir que Bucky Bleichert en 1949 desmonta y desentraña las minucias del crimen de la Dalia Negra (todo el siniestro y depravado intríngulis y el modus operandi) y en dos episodios da con el par de lunáticos que la torturaron, mataron y abandonaron sus restos en el descampado de la Treinta y Nueve y Norton. Pero las irregularidades de sus actos y de la investigación no oficial podrían salpicarlo. (Bucky, además, nunca llega a ser sargento ni detective, pese a que lo es con sagacidad; de “técnico encargado de recoger y analizar pruebas” es reducido a la “comisaría de la calle Newton”, “zona de guerra”, de negros que subsisten en la miseria, donde patrulla solitario, a pie y de noche.) De modo que opta por el silencio (con cierta complicidad del teniente Russ Millard, “el padre”, quien incendia el sitio donde Bucky peleó ferozmente por su vida y se vio impelido a matar al necrófilo y fetichista Georgie Tilden).  
 
Madeleine Linscott
(Hilary Swank)


Fotograma de La Dalia Negra (2006)
       No obstante, Bucky Bleichert logra detener y enviar a la cárcel a la autora confesa del asesinato de Lee Blanchard: nada menos que Madeleine Sprague, quien se disfrazó de la “mexicana” “Dolores García” para contratar en San Diego al detective privado Milton Dolphine y así disfrazada viajó a Ensenada para matarlo con un hacha y recuperar el dinero que le extorsionó a su padre; y quien además en Los Ángeles, por las noches, solía disfrazarse de la seductora
Dalia Negra y fornicar en moteles con militares uniformados ligados en los bares; y en cuya mansión Bucky vivió (durante junio de 1949) un tórrido e intenso amorío sexual y por ello Kay Lake, al descubrirlo, lo abandonó y él se recluyó en la habitación 204 del Hotel El Nido. No obstante, la distancia, la nostalgia, el amor, la reflexión y el encarcelamiento de Madeleine Sprague (y luego su condena psiquiátrica de diez años en el Hospital Estatal de Atascadero) en cierto modo lo redimen ante los ojos de Kay Lake, pues ella le escribió varias cartas y van a reunirse en Boston, luego de los siete años de policía de Bucky Bleichert (fue expulsado de la corporación policíaca y tuvo que emplearse con el vendedor de autos H.J. Caruso), donde hacia la Navidad de 1949 habrá de nacer el bebé de ambos.


James Ellroy, La Dalia Negra. Traducción del inglés al español de Albert Solé. Ediciones B de bolsillo. 2ª edición. Barcelona, diciembre de 2015. 464 pp.

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domingo, 27 de mayo de 2018

El club Dante



A la mitad del camino de la vida
en una selva oscura

El norteamericano Matthew Pearl (Nueva York, octubre 2 de 1975), autor de La sombra de Poe (Seix Barral, 2006) y del prólogo a La trilogía Dupin (Seix Barral, 2006), en 2003 publicó en inglés El club Dante, su primer best seller con el que hizo boom en los Estados Unidos (y más allá de sus fronteras), cuya traducción al español de Vicente Villacampa data de “mayo de 2004”.
(Seix Barral, México, 2004)
En la novela El club Dante, la cruenta y devastadora Guerra Civil norteamericana (1861-1865) terminó apenas hace seis meses y el asesinato del presidente Abraham Lincoln aún es noticia (recibió un disparo el 14 de abril de 1865 en un palco del Teatro Ford, en la ciudad de Washington, y murió el día 15). Y en las inmediaciones de la Universidad de Harvard, en Cambridge, no muy lejos de Boston, un grupo de emblemáticos intelectuales prepara, desde 1861, la primera traducción, del italiano al inglés, de la Divina Comedia, la obra monumental y universal de Dante Alighieri (1265-1321), probablemente escrita entre 1307 y el año de su fallecimiento. Tal grupo se denomina a sí mismo: el club Dante y cada miércoles por la noche se reúne en la casa Craigie, en Cambridge, histórica casona que muestra una “profusión de esculturas y pinturas de George Washington”, pues fue cuartel de éste al inicio de la Guerra de la Independencia (1775-1783). El club Dante está integrado por Henry Wadsworth Longfellow, poeta y figura patriarcal y tutelar que dirige y firma la traducción y quien vive en la casa Craigie; por Oliver Wendell Holmes, narrador y médico que imparte la cátedra Parkman en la facultad de Medicina de Harvard; por James Russell Lowell, poeta, profesor y cabeza de la sección de lenguas modernas y literatura en Harvard; por J.T. Fields, el exitoso y rico empresario que publicará la traducción con el rubro de su editorial; y por Georges Washington Greene, historiador enfermizo que ya chochea y tiene una particular interpretación de la vida y obra de Dante (para él, el poeta florentino sí hizo un auténtico viaje al Infierno). 
Dados los obtusos e intolerantes prejuicios protestantes, xenófobos, puritanos y antipapistas, con la figura de Augustus Manning a la cabeza —tesorero de la corporación Harvard— se entreteje una soterrada y maquiavélica conjura (que no excluye el soborno, el espionaje, el chantaje y los golpes bajos) para impedir que el profesor James Russell Lowell siga impartiendo su seminario de Dante y sobre todo para frustrar la inminente publicación en inglés de la Divina Comedia, que a toda orquesta se quiere editar como parte de los académicos e italianos festejos del sexto centenario del nacimiento del poeta florentino.
Tal virulencia intestina es trastocada cuando dos espeluznantes y escenográficos asesinatos (el de Artemus Prescott Healey, juez presidente de los tribunales de Massachusetts, y el de el reverendo Elisha Talbot, ministro de la Segunda Iglesia Unitarista de Cambridge) brindan, para el club Dante, claros indicios de estar meticulosamente inspirados en precisos pasajes del Infierno del poeta florentino, pues las causalidades y las circunstancias propician que, sin buscarlo ni quererlo, lo sepan y se involucren en la raciocinadora, detectivesca y secreta búsqueda del criminal, a quien durante un buen tiempo suponen un erudito dantista y que, según coligen en cierto momento, compite con ellos: el club traduciendo con palabras y el asesino con sangre.
Matthew Pearl
En la segunda de forros, se dice que Matthew Pearl, “En 1998, ganó el prestigioso Premio Dante de la Sociedad Dante de Estados Unidos”, y que “es responsable de la edición para la Modern Library del Infierno de Dante, traducido por Henry Wadsworth Longfellow”. Esto no resulta gratuito, pues a lo largo de la trama el autor disemina y urde sus conocimientos de la biografía y obra de Dante, e inextricable a ello, implica una rica indagación del entorno arquitectónico y geográfico de Boston y de Cambridge en el siglo XIX, de numerosas menudencias de la historia política y social norteamericana en tal centuria, así como de atavismos racistas y religiosos, y de ciertos usos y costumbres que signaban la vida cotidiana, ya en la universidad, ya en las calles y tabernas, ya en la cárcel, ya en las iglesias y en los hogares de ayuda a los veteranos de la guerra, cuyas dantescas y sangrientas trincheras también son descritas con pelos, moscas, gusanos y señales.
La investigación detectivesca que realiza el club Dante (con sus propias polémicas y tensiones), se entrecruza con la que paralelamente efectúa el patrullero Nicholas Rey, el primer policía negro de Boston (respaldado por el jefe de la policía John Kurtz), cuyo color de piel implica desventajas oficiales (no usa uniforme y va desarmado), fricciones y agresiones frente a los racistas policías blancos, pero que paulatinamente, dado su olfato y virtud para raciocinar, se une al club Dante en la búsqueda del escurridizo criminal.
Sintéticamente hay que decir, con bombo y platillo, que Matthew Pearl —autor de El último Dickens (Alfaguara, 2009)— ha creado con El club Dante un thriller magistral, inteligente, lúdico, culto y erudito, repleto de recovecos y múltiples detalles y minucias, de suspense, misterio, enigmas y numerosas intrigas, pistas falsas y engaños al lector, con acción, escenarios peliculescos y constantes giros sorpresivos, lo cual mantiene, in crescendo, enganchado y asombrado al insaciable y desocupado lector, ya paladeando la trama, ya ansioso e insomne por descubrir, entre los posibles sospechosos, al dantesco criminal; y cuando por fin es descubierta su identidad por los miembros del club Dante —entre ellos destaca el papel del médico Oliver Wendell Holmes— (y el lector tiene acceso a los motivos intrínsecos que gestaron e incitaron el psicótico y escenográfico modus operandi del asesino en cada caso), para presenciar si lo atrapan, o quién atrapa a quién, o quién muere en el acoso y persecución (si es que alguien muere), y en resumidas cuentas cómo concluye este apasionante y dinámico artilugio novelístico, que además cuenta con ilustrativas notas del traductor.

Matthew Pearl, El club Dante. Notas y traducción del inglés al español de Vicente Villacampa. Seix Barral. 4ª reimpresión. México, noviembre de 2004. 472 pp.


jueves, 10 de mayo de 2018

Leche del sueño


Las cosas son de quien más las necesita

En abril de 2013, el Fondo de Cultura Económica publicó dos póstumas ediciones de Leche del sueño, delgado libro de la pintora y escritora británica Leonora Carrington (1917-2011), que reúne nueve cuentos para niños escritos e ilustrados por ella. Con dos mil ejemplares de tiraje, uno es la edición facsimilar de las páginas de una “Libreta” concebida, principalmente, para el divertimento infantil y doméstico del par de hijos que en la Ciudad de México tuvo con el fotógrafo húngaro Emerico Chiki Weisz (1912-2007): Gabriel (julio 14 de 1946), poeta y doctor en literatura comparada, y Pablo (noviembre 14 de 1947), pintor y médico de profesión, donde la artista escribió a mano, en español y con descuidos y fallas ortográficas y sintácticas, lo cual transluce el poco dominio que tenía del idioma. Con un estuche-caja de cartón, pastas duras forradas en piel negra y logo y rótulos repujados, la edición facsimilar de Leche del sueño (25.3 x 29.2 cm), diseñada por Miguel Venegas, está precedida por “Entre cuentos y bestias sin nombre”, breve prefacio de Gabriel Weisz firmado en “Coyoacán, 4 de diciembre de 2012”, donde le habla de tú a su madre, evoca su niñez en la casa de la calle Chihuahua y alude cierta lectura de algunos de los cuentos de la “Libreta” que su hijo Pablo, en compañía de su hijo Daniel, le hizo a su abuela Leonora cuando aún no estaba tan viejita y aún no se había “alejado a un mundo completamente ajeno”. Luego sigue el prólogo del narrador Ignacio Padilla: “Contar cuentos cóncavos”. Y a continuación figura el contenido de la “Libreta” dispuesto del siguiente modo alterno: en una página se halla la transcripción del cuento con caracteres de imprenta, supeditada lo más posible a la caprichosa manera con que lo escribió Leonora Carrington (lo cual facilita la lectura), y en la siguiente página se aprecia la reproducción facsímil de la página correspondiente, con su letra manuscrita caligrafiada con pluma con tinta sepia (más varias correcciones con lápiz que no se incluyen en la transcripción) y las ilustraciones, en sepia y/o con colores, e incluso con la reproducción de ciertas marcas, arrugas y trazos que el hojeo, el uso y el tiempo dejaron en las hojas de la “Libreta” original. Vale decir que las viñetas y dibujos, algunos contrapunteados con su letra de niña y su torpe español de chiquilla traviesa que aún no aprende a escribir bien, oscilan entre sencillos trazos infantiles (que parodian los garabatos que los niños hacen en cuadernos y paredes) e ilustraciones naïf de kindergarten o muy elaboradas con su magistral virtud y toque personal de pintora surrealista reconocida en todo el globo terráqueo. 
Detalle de la portada del estuche de la edición facsímil de Leche del sueño (FCE, 2013),
 “Libreta con textos e ilustraciones de Leonora Carrington
   
Leonora Carrington con sus hijos Gabriel y Pablo
   


Emerico Chiki Weisz con sus hijos Gabriel y Pablo
Alejandro Jodorowsky
        Y por último, a modo de epílogo, la “Libreta” es cerrada por “Las cosas son de quien más las necesita”, nota evocativa y autobiográfica del polígrafo, mimo, cineasta y director teatral Alejandro Jodorowsky (Tocopilla, Chile, febrero 17 de 1929), donde alude la entrañable y nutriente amistad que cultivó, en México, con Leonora Carrington en los ya lejanos años 60 del siglo XX. Así que “cuando me iba a vivir a París [dice], me regaló un libro de cuentos escritos e ilustrados por ella, con los que había entretenido a sus hijos, Gaby y Pablo [y por ende quizá daten de los años 50]. Empasté esa reliquia; la encuaderné con tapas de cuero negro, agregándole las cartas que la Maga me había enviado.” Pasaron 20 años, se apunta en la contraportada del estuche, y “Un día [dice Jodorowsky] me vino a visitar Gaby. Movido por un sentimiento que me era incomprensible, le mostré el valioso tesoro. ‘Es una lástima que sea sólo yo el que conozca esta maravilla’, le dije. Y de pronto, como un rayo lúcido que me atravesara la cabeza y estallara en mi corazón, me di cuenta de que era absolutamente injusto que yo fuera dueño de unos cuentos que le pertenecían a él... Vi en la mirada de Gaby cuánto le dolía no poseer ese esencial recuerdo, por lo que le entregué los cuentos diciéndole: ‘Esto te pertenece, llévatelo’... Fue tan grande su emoción que simplemente apretó el libro contra su pecho en silencio y se fue. Hasta el día de hoy no lo he vuelto a ver [...] Darle a ese niño adulto los cuentos, me hizo sentir como si extrajera de mi cuerpo una víscera sagrada que él necesitaba más que yo.” 
Portada de Leche del sueño (FCE, 2013), de Leonora Carrington
Adaptación infantil en la serie
Los especiales de A la orilla del viento 
        La otra edición de Leche del sueño (18.2 x 18.1), con pastas duras, seis mil ejemplares de tiraje y sin ningún prólogo ni nota, fue publicada en la serie Los especiales de A la orilla del viento. Se trata de una atractiva y vistosa “adaptación infantil” de los nueve cuentos cuyos títulos son: “Juan sin cabeza”, “El niño Jorge”, “Humberto el Bonito”, “El monstruo de Chihuahua”, “El cuento feo de las carnitas”, “Cuento feo del té de manzanilla”, “Negro cuento de la mujer blanca”, “La gelatina y el zopilote” y “Cuento repugnante de las rosas”. Si en la edición facsimilar no se acredita al autor de la transcripción (quizá fue Eliana Pasarán, la editora), en la “adaptación infantil” tampoco se precisa quién la pergeñó (quizá fue Mariana Mendía, la editora, o tal vez Gabriel Weisz). Impresos a dos tintas y con una buena manipulación y edición de las ilustraciones creadas por Leonora Carrington (cuyo diseño es del susodicho Miguel Venegas), los nueve cuentos fueron corregidos y aumentados con algunas palabras, e incluso con notorios cambios, como es el caso de “La gelatina y el zopilote”, que en su versión manuscrita dice “jaletina”; o el caso del final de “El cuento feo de las carnitas”, cuyo humorístico detalle escatológico fue adecentado; o el caso de la conversión en moraleja del elíptico y cortante fin del “Cuento feo del té de manzanilla”. En fin.

Ilustración de Leonora Carrington en  la adaptación infantil de
“El cuento feo de las carnitas [Cuento del señor José Horna, por Norita]
   


Ilustración de Leonora Carrigton en la adaptación infantil de
“El Monstruo de Chihuahua”
   
Ilustración de Leonora Carrigton en la adaptación infantil de
“El Monstruo de Chihuahua”
     
Ilustración de Leonora Carrigton en la adaptación infantil de
“El Monstruo de Chihuahua”
      Vale observar que ni Gabriel Weisz ni Ignacio Padilla ni Alejandro Jodorowsky ni los editores revelan que cinco versiones de los nueve cuentos de la “Libreta” fueron publicadas, en 1962, en la revista S.NOB, cuyas anónimas enmiendas (quizá de Salvador Elizondo) siguen a pie juntillas las versiones manuscritas, amén de que las ilustraciones a tinta negra que las acompañan, concebidas ex profeso por Leonora Carrington para S.NOB, no son las que trazó en la “Libreta”. 

Portada de la edición facsímil de la revista S.NOB
Del número 1 al 7, junio-octubre de 1962
Dibujo de Leonora Carrigton
       
De pie:  dos jóvenes y Gabriel Weisz Carrington
Sentados: Salvador Elizondo, María Reyero, Leonora Carrington,
Marie-José y Octavio Paz
       Dirigida por Salvador Elizondo (1936-2006), la revista S.NOB sólo publicó siete números datados en 1962, cuya edición facsimilar apareció en “septiembre de 2004”, coeditada por Editorial Aldus y el FONCA del CONACULTA. Los primeros seis números se hicieron con el patrocinio del productor de cine Gustavo Alatriste (1922-2006) y el séptimo con el subsidio del británico Edward James (1907-1984), el excéntrico mecenas y coleccionista de arte que erigió las construcciones surrealistas de Las Pozas de Xilitla en la Huasteca potosina y en cuyo “Castillo”, la casona en la calle Ocampo del pueblo donde vivía su administrador Plutarco Gastélum (1914-1991), Leonora pintó en un muro un par de fantásticas figuras femeninas, desnudas y con cabeza de anubis-carnero barbado. 

Leonora Carrington pintando en un muro del “Castillo”,
la casona de Edward James en Xilitla
     Quizá no fue casualidad, pero Alejandro Jodorowsky colaboró con un artículo, en su sección “Science fiction”, en cada uno de los primeros seis números de S.NOB; mientras que Leonora Carrington también colaboró en seis números, pero del siguiente modo: el número 1 de S.NOB data del “20 de junio” y en él no publicó; el número 2 data del “27 de junio” y allí Leonora inaugura su sección “Children’s corner” con “El cuento feo de la manzanilla”; el número 3 data del “4 de julio” y en la sección “La ciudad” publicó el cuento fantástico-surrealista “De cómo fundé una industria o el sarcófago de huele”, que ella escribió en español y que posteriormente compiló en su libro El séptimo caballo y otros cuentos (Siglo XXI, México, 1992), cuya primera edición en inglés apareció en Nueva York, en 1988, publicada por E.P. Dutton; el número 4 data del “11 de julio” y en él prosigue su sección “Children’s corner” con el “Cuento negro de la mujer blanca” (cuyo ritmo suena mejor que la versión que se lee en la “adaptación infantil”); el número 5 data del “18 de julio” y en la sección “Children’s corner” figura “El cuento feo de las carnitas”, del que entre paréntesis se dice que fue escrito “en colaboración con José Horna”, lo cual puede ser cierto o una íntima broma, pues el español José Horna (1909-1963), esposo de la fotógrafa húngara Kati Horna (1912-2000), quien también colaboró en S.NOB con la sección fotográfica “Fetiche”, fueron amigos cercanos de Leonora, desde que en 1943 llegó de Nueva York a México casada con el poeta y periodista mexicano Renato Leduc (1897-1986). Y es por ello que cuando en 1946 abandonó a éste para irse con Emerico Chiki Weisz, primero se refugió en el departamento que Remedios Varo (1908-1963) y Benjamin Péret (1899-1959) tenían en la calle Gabino Barreda, en la Colonia San Rafael; pero cuando ese mismo año se casó con Chiki, festejaron la boda en la casa que los Horna tenían en la calle Tabasco de la Colonia Roma. 

     
Leonora Carrington el día de su boda, en 1946, en casa de los Horna
en la calle Tabasco 198, Colonia Roma, Ciudad de México
Foto: Kati Horna
     
En la ventana: Benjamin Péret y Miriam Wolf
Sentados: Kati Horna, Chiki y Leonora (día de su boda), y Gunther Gerszo
     
Día de la boda de Emerico Chiki Weisz y Leonra Carrington
Detrás: Gerardo Lizárraga, José Horna, Remedios Varo y Gunther Gerszo
Al frente: Chiki, Leonora, Benjamin Péret y Miriam Wolf
Foto: Kati Horna
        Además de las celebérrimas fotos en blanco y negro de Kati Horna que documentan tal boda, hay ejemplos de obra artística que visiblemente aluden e implican la retroalimentación y colaboración que hubo entre los miembros de ese legendario grupo de exiliados europeos (y anexas). Un ejemplo es la cuna de madera, con forma de barco de vela, que hacia 1949 diseñó, talló y ensambló José Horna, incluyendo red, cordón y argollas de metal, cuyos fantásticos decorados al óleo en la quilla los pintó Leonora Carrington. Además de que tal obra ahora pertenece al acervo del MUNAL, hay una foto de Kati Horna donde se ve a su hija, la pequeña Norita, dentro de la cuna. Viene a cuento esto porque en la edición facsimilar de la “Libreta” “El cuento feo de las carnitas” tiene por subtítulo, escrito a mano por la autora: “Cuento de señor José Horna por Norita” (sin la ele en “de”); y en la anónima corrección a lápiz (quizá de Jodorowsky), además de la raya sobre el subtítulo, se apunta: “En colaboración con José Horna”. Por ende se colige que la pequeña Norita, anunciada como intérprete por Leonora, también fue destinataria de los cuentos de la “Libreta”. De modo que en la “adaptación infantil” de Leche del sueño el subtítulo de “El cuento feo de las carnitas”, que no figura en el índice, pero sí en el interior, proclama entre paréntesis: “Cuento del señor José Horna, por Norita”.

La cuna (c. 1949)
José Horna diseñó y ensambló
(madera tallada, red, cordón y argollas de metal)
Leonora Carrington pintó al óleo
     
Norita Horna en la cuna (México, c. 1949)
Foto: Kati Horna
         Regresando al desglose de Leonora Carrington en S.NOB, en el número 6 datado el “25 de julio”, en “Children’s corner” se lee “El monstruo de Chihuahua”, pero sólo el primer párrafo, pues tal cuento se complementa con ilustraciones y fragmentos escritos a mano. El número 7 de S.NOB, el último, en mayor medida dedicado a las drogas, apareció hasta el “15 de octubre” y en “Children’s corner” figura el cuento “Juan sin cabeza”. Pero además la portada fue ilustrada con un espléndido dibujo a tinta de Leonora Carrington, que también ilustra la portada de la edición facsimilar de S.NOB (pero a dos tintas). Por si fuera poco, “Cuando cumplí cincuenta años”, el artículo autobiográfico de Edward James, donde bosqueja su conocimiento de los hongos alucinógenos de la sierra de Oaxaca y un mal viaje que tuvo en una habitación de un hotel de la Ciudad de México, está ilustrado con un retrato fotográfico sin crédito perteneciente a una serie que Kati Horna le hizo en 1962, más un dibujo de José Horna, dos de Leonora Carrington y una pésima reproducción del Cristo muerto (c. 1431) de Andrea Mantegna, pintor del Quattrocento. Vale añadir que Edward James, controvertido amigo de la pintora y coleccionista de su obra, fue quien promovió la primera muestra individual de ella en la Galería Pierre Matisse de Nueva York en 1948, cuyo folleto prologó.

Edward James (México, 1962)
Foto: Kati Horna

Ilustración de Leonora Carrigton en la adaptación infantil del
“Negro cuento de la mujer blanca”


Leonora Carrington, Leche del sueño. Edición facsimilar. Iconografía a color. Notas de Gabriel Weisz, Ignacio Padilla y Alejandro Jodorowsky. FCE. México, abril de 2013. S/n de p.

Leonora Carrington, Leche del sueño. Adaptación infantil. Iconografía a color. Los especiales de A la orilla del viento, FCE. México, abril de 2013. 45 pp.