domingo, 21 de junio de 2020

Un mundo feliz

Vivimos dentro de un frasco

I de V
Con el número 9 de la serie Letras populares de Ediciones Cátedra apareció en Madrid, en 2013, Un mundo feliz, la celebérrima novela del escritor británico Aldous Huxley (1894-1963), cuya primera edición en inglés: Brave New World, fue publicada en 1932, en Londres, por Chatto & Windus; y en Nueva York, por Doubleday. Jesús Isaías Gómez López (Gójar, Granada, 1965), el traductor de Un mundo feliz para Letras populares —excepto de las líneas y versos de William Shakespeare (1564-1616) insertados en la obra por Huxley—, precede su versión con un extenso y analítico ensayo, complementado por la bibliografía y por el conjunto de sus notas (en el prefacio y en la novela).  
Letras populares núm. 9, Ediciones Cátedra
Madrid, 2013
        Si bien es consabido que el rótulo Brave New World procede de un verso de la “escena única del quinto acto de La tempestad de Shakespeare”, Jesús Isaías Gómez López le recuerda al lector del siglo XXI (o le da noticia) que el título Un mundo feliz (que pulula en el globalizado inconsciente colectivo del idioma español) fue elegido por el dedo flamígero de Luis Narciso Gregorio Gutiérrez Santa Marina (1898-1980), el traductor, periodista y “poeta falangista cántabro” (que solía firmar como Luys Santamarina). La canónica y seminal versión de Santa Marina —que fue la primera que se hizo en español— apareció en Barcelona, en 1935, en la Colección Centauro de Luis Miracle, Editor; y tuvo dos ediciones, la príncipe en septiembre y la segunda en diciembre. Tal título fue retomado por el borroso Ramón Hernández para su mutilada y aséptica versión de Un mundo feliz, publicada en 1969, en Barcelona, en la Colección Rotativa, extinta serie de bolsillo de Plaza & Janés, Editores (muy popular, incluso, en Latinoamérica). Pero en el ínterin de ambas versiones estalló la cruenta Guerra Civil Española (1936-1939) y tras ella la dictadura de Francisco Franco (1939-1975) y por ende la impúdica e impune censura; o sea: “la eliminación por completo de toda huella del asunto sexual en las posteriores ediciones que Santa Marina revisa de la novela en español”. De ahí que Jesús Isaías apunte en su ensayo: “advertimos a un Santa Marina que [‘pese a su sólida formación católica’] aborda el tema sin prejuicios y con absoluta naturalidad en las dos primeras ediciones de 1935 (septiembre y diciembre), antes de la Guerra Civil, y a otro Santa Marina que, a partir de 1947, en plena dictadura franquista, elimina de la traducción toda connotación sexual para las siguientes ediciones de la novela. Por desgracia, las dos primeras ediciones de 1935 no son precisamente las que han contado con un mayor número de lectores. Desde 1947, en que volviera a editarse Un mundo feliz, en la editorial José Janés, hasta 1979, ha habido trece ediciones de la novela en las que es notoria la poderosa huella de la censura franquista. Sin duda, la inmensa mayoría de lectores de esta primera [sic] traducción de la novela de Huxley se han perdido de una parte esencial, el elemento sexual que Santa Marina sí había podido tratar en las primeras ediciones de 1935. Con todo, en líneas generales, las siguientes revisiones de Santa Marina siguen reflejando el talento, el buen gusto estilístico y el sentido de un intelectual que, en numerosas escenas, convierte la traducción en una tarea artística. La supresión del tema sexual, en cambio, hace que el resultado final pierda una perspectiva crucial de la obra original. En este sentido, considero necesaria la enumeración de diversos ejemplos, a modo ilustrativo, con los que el lector se encuentra ante esta traducción desde 1947.”

Vale resumir, entonces, que Jesús Isaías glosa a continuación escuetas líneas que contrastan lo expuesto por Santa Marina en 1935 y lo eliminado por él a partir de 1947 en la edición impresa por José Janés. Y más aún: hace un breve bosquejo y una pertinente crítica sobre las escandalosas e hipócritas amputaciones realizadas por el verdugo Ramón Hernández para su insípida versión editada en 1969 por Plaza & Janés en la colección Rotativa. 
Pero lo que Jesús Isaías no hace es precisar, pese a su largo y sesudo ensayo, a la bibliografía y a sus notas, de qué edición en inglés tradujo. Ni tampoco dice que Luys Santamarina, al pie de página de sus traducciones de las líneas y versos de Shakespeare (señaladas con cursivas), transcribió los textos en inglés e indicó las obras de donde fueron tomadas. Esto se observa en una edición impresa en México, en 1980, por Editorial Época; y pese a que no se indica en la página legal, se advierte, por las señaladas alusiones sexuales, que se trata de la legendaria versión de Un mundo feliz que Luys Santamarina tradujo en 1935. Pero además incluye una nota preliminar (sin fecha) que firma con sus siglas (“L.S.M.”), en cuya cuarta y última parte dice: 
Editorial Época
México, 1980
      “Es difícil traducir tal autor y tal libro. El contraste entre el inglés moderno y el shakespeariano, que Huxley señala en el prólogo de la traducción francesa, se pierde por completo, y no podía ser por menos. Las canciones de niños —las nursery rhymes— nada nos dicen a los hispanos que jamás las hemos oído. Y lo mismo los pormenores topográficos de Londres y del Surrey nativo.

El Cisne del Avon en la época acutal
     “Otro escollo eran los versos de Shakespeare. Los hubiera dejado en prosa de muy buena gana; pero dado el carácter mágico, de vero conjuro que el autor les presta, como suma, como quintaescencia, como arquetipo de pasiones, exigían el ritmo. Los traduje bien que mal en verso blanco; que el Cisne del Avon me perdone.”

Obras Completas de Aldous Huxley
Tomo 1
Los clásicos del siglo XX, Plaza & Janés, Editores
Barcelona, 1970
      Vale mencionar que en el tomo 1 de las Obras Completas de Aldous Huxley editado en 1970, en Barcelona, por Plaza & Janes, Editores, con un “Prólogo” (sin fecha) del crítico mallorquín Joan Estelrich (1896-1958), en cuya página legal se afirma que Brave New World es “Traducción de Ramón Hernández” —pero al término del libro contradictoriamente se dice que es “Traducción de Luys Santamarina”—, se advierte, no sólo por el referido bagaje bibliográfico en torno a las citas de las obras de Shakespeare (cosa que omitió y no hizo Ramón Hernández), que se trata de la versión censurada en 1947 por Santa Marina. No obstante, en el capítulo V de la novela se lee: Calvin Stopes y sus dieciséis sexofonistas (ídem en la versión de 1935, reedita en 1980 por Editorial Época), e incluso la palabra “sexófonos” (que también se lee en el capítulo XI, durante la proyección de Tres semanas en helicóptero). Por ende, al principio de su nota 110 (correspondiente a la novela), Jesús Isaías, si no yerra sobre Ramón Hernández, se equivoca sobre Santamarina; según apunta: “En anteriores traducciones de esta obra al español se ha optado por ‘saxofonistas’ (Luys Santa Marina y Ramón Hernández). En el original leemos: ‘CALVIN STOPES AND HIS SIXTEEN SEXOPHONISTS’.”  

   
Obras Completas de Aldous Huxley
Tomo 1
Los clásicos del siglo XX, Plaza & Janés, Editores
Barcelona, 1970
          Casi sobra añadir que en el apartado de su bibliografía: “Brave New World, en español”, Jesús Isaías enumera, con vaguedad e imprecisión, la “traducción de Luys Santamarina” editada en México, en 1998, por Editorial Porrúa. La cual se halla en el número 587 de la serie “Sepan cuantos...”, en la que también se leen las citadas y censuradas palabras “sexofonistas” y “sexófonos”. Cuya primera edición en tal serie, barata y popular en México, data de 1990 y la última de 2017; y está precedida por un “Prólogo” (sin fecha) del filósofo alemán Teodoro W. Adorno (1903-1969) y por una “Cronología” (sin firma); a lo que se agrega, para cerrar el libro, el extenso ensayo de Aldous Huxley: “Retorno a un mundo feliz” (Brave New World Revisited, 1958).

Sepan cuantos… núm. 587, Editorial Porrúa
Sexta reimpresión, México, 2016

II de V
       Si bien el rótulo Un mundo feliz elegido por Luys Santa Marina en 1935 inició y marcó un canon indeleble en el orbe del idioma español, la prologada y anotada traducción de Jesús Isaías —que lo retoma (ídem toda una secuela de traductores)—, junto a su breve revisión crítica de las traducciones de Santa Marina y de Ramón Hernández, está signada por algunos diseminados lapsus que ponen en alerta y suspicaz al lector frente a todo el andamiaje crítico y anotado; lo cual, para disipar las dudas y puesto que no se engulle en un tris ni en una sentada, implicaría hacer una laboriosa y meticulosa revisión y cotejo de todos sus asertos y citas, pues a todas luces no son del todo imputables a los subterráneos y oscuros galeotes de Ediciones Cátedra. Por ejemplo, de sobra es consabido que John F. Kennedy y Aldous Huxley fallecieron el mismo día: 22 de noviembre de 1963. No obstante, en su prólogo (página 36) Jesús Isaías dos veces afirma que esto ocurrió el “22 de noviembre de 1962”; en la segunda vez apunta: “A las cinco y media de la tarde del 22 de noviembre de 1962, cinco horas y media después del asesinato del presidente Kennedy, fallece Aldous Huxley en su hogar [...]”. 
Edición príncipe
(Chatto & Windus, London, 1932)
        Otro ejemplo se lee en el “Capítulo VIII” de la novela (página 327), donde debería leerse “Linda” en lugar de “Lenina”; pues allí, Linda, la mugrienta, alcohólica, drogadicta y obesa madre del niño John (el Salvaje), le da a leer a éste el manual técnico-científico que ella utilizara en Londres cuando, en su calidad de “Beta-Menos”, “Trabajaba en la Unidad de Fecundación” (El condicionamiento químico y bacteriológico del embrión: Instrucciones prácticas para trabajadores Betas de depósitos de embriones); mismo que llevó consigo en su “gran maleta de madera” (quizá para un ejercicio mnemónico) cuando otrora viajó de paseo al pueblo de Malpaís, en la reserva india de Nuevo México, en compañía del Director de Incubación y Condicionamiento de la Central londinense. Pero, sin proponérselo, se quedó varada y olvidada allí (entre los indios y mestizos) tras perderse y accidentarse durante una excursión a caballo; pero sobre todo por su embarazo (sorpresivo e inesperado dado el riguroso consumo de los reglamentarios anticonceptivos y por “los ejercicios maltusianos”) y por dar a luz a su hijo John; pues embarazarse, parir, amamantar a un bebé y formar una familia ha sido prohibido y condenado por la obtusa y rígida dictadura del Estado Mundial. La traducción de Jesús Isaías erradamente dice así:

“—A lo mejor no lo encuentras muy interesante —dijo Lenina—, pero es lo único que tengo —Lenina suspiró—. ¡Ay, si pudieras ver las maravillosas máquinas de leer que teníamos en Londres!”
Vale observar que en sus correspondientes versiones ni Luys Santa Marina ni el pálido y encapuchado Ramón Hernández erraron en ese fragmento. Santa Marina tradujo: “‘Temo que no lo encuentres interesante —dijo—, pero es lo único que tengo’. Suspiró. —‘¡Si pudieras ver las hermosas máquinas de leer que teníamos en Londres!’—”. Y Ramón Hernández: “—Temo que no lo encontrarás muy apasionante —dijo Linda—, pero es lo único que tengo. —Y suspiró—. ¡Si pudieras ver las estupendas máquinas de leer que teníamos en Londres!” 
Aldous Huxley
(1894-1963)

Tomo 1 de las Obras Completas de Aldous Huxley
Los clásicos del siglo XX, Plaza & Janés, Editores
Barcelona, 1970
         Pero el rasgo distintivo e inextricable de la traducción al español que hizo Jesús Isaías de Un mundo feliz (quizá ineludible) es el uso y aderezo idiosincrásico de palabras, frases, muletillas y expresiones propias del habla promedio en España. Por ejemplo, los vocablos “follón”, “hala”, “apearse” y “vale” (entre otros); o el “tío” o “tía” con que parlotean Fanny Crowne y Lenina Crowne: “Está horriblemente mal eso de salir tanto tiempo con el mismo tío”, le dice Fanny a Lenina en la página 241; o en la página 315 piensa ésta al ver el “cuerpazo” “tan macizo” del joven John (el Salvaje): “¡Qué tío tan guapo!” O en la página 365 Fanny le dice a Lenina al verla entrar “cantando en el vestuario”: “Vienes más contenta que unas castañuelas”; hilarante locución que evoca la folclórica y tipificada imagen de las Manolas y Manoletes de España. Casi sobra decir, entonces, que esas sonoras y risibles castañuelas están ausentes en las versiones de Santa Marina y Ramón Hernández. Santa Marina tradujo: “Parece que estás contenta”. Y Ramón Hernández: “Pareces encantada de la vida”.


III de V
La traducción al español hecha por Jesús Isaías Gómez López de Un mundo feliz comprende los dieciocho capítulos que integran la novela, más 230 notas del traductor y ensayista. Y la precede un epígrafe en francés del filósofo ruso Nicolás Berdiaeff (1874-1948), que, extrañamente, no incluye ninguna nota sobre éste ni la traducción al pie de su texto. Así como Jesús Isaías hizo uso de traducciones ajenas de los versos de Shakespeare insertados en la obra por el novelista, o aceptó la sugerencia de un amigo suyo (Javier Hernández) para acuñar el vocablo “oligorgía” (por orgy-porgy, en el libro en inglés de Huxley), pudo incluir la traducción de ese fragmento realizada por otro traductor y pudo especificar a qué libro o ensayo pertenece.
Nicolás Berdiaeff
(1874-1948)
        Luego sigue un “Prólogo” de Aldous Huxley datado en “1946”, que, pese a las 25 notas del traductor y comentarista, éste no informa ni precisa de qué edición procede y por qué el autor lo coloco allí. 

Aldous Huxley
        Han corrido arduas disquisiciones y ríos y ríos de tinta en torno a la supuesta cualidad visionaria, futurista y profética de la distopía y del género humano de laboratorio y probeta que vive y subsiste en el supuesto futuro que bosqueja Aldous Huxley en su novela Un mundo feliz. No obstante, no se trata de un planteamiento sociológico de índole realista, sino de literatura fantástica con elementos de ciencia-ficción, salpimentada con visos paródicos, burlescos, iconoclastas, lúdicos, cómicos y eróticos, y con un dejo infantil y adolescente. Huxley no hace una escrupulosa y global injerencia en el supuesto proceso histórico que explique la instauración de la dictadura del Estado Mundial, manipulada por una decena de mafiosos y despóticos titiriteros o reyezuelos de baja estofa: los “Diez Controladores Mundiales”, de los cuales la obra sólo exhibe a uno (especie de pseudopaternal, fanfarrón y egocéntrico Mefistófeles) que vive y manipula el poder apoltronado en Londres: Mustapha Mond, “El controlador residente de la Europa Occidental”. Ni tampoco hace una analítica y global intromisión en la estructura geográfica, política, social y cultural que impera en ese solitario, expoliado y globalizado planeta Tierra, ni en las relaciones racistas, pseudorreligiosas y piramidales de esa deshumanizada distopía cuyos acontecimientos del presente ocurren en el año “632 después de Ford”. Sólo ofrece un parcial, fragmentario, disperso e incompleto bosquejo: un rompecabezas al que le faltan fichas. Y más aún: sólo brinda pinceladas y ligeros datos de la psique y de la vida íntima y sexual de sus principales personajes de castas superiores de piel blanca (apenas trazados). Y casi nada de las castas inferiores de piel oscura, con un bajísimo y preconcebido cociente intelectual (algunos rayando la idiocia o con patente idiocia), proclives al mutuo y grupal tocamiento erótico desde la infancia: los tontorrones, coreográficos y fantasmales “grupos de Bokanovsky” producidos, en masivas series, en el laboratorio: series de idénticos gemelos, fecundados, diseñados y “condicionados” (casi lobotomía) para todo tipo de trabajo fabril, servil o manual. Y sólo un esbozo del pintoresco sincretismo, de la hedionda insalubridad y del rezago generalizado que pulula en la ágrafa y supersticiosa reserva india de Nuevo México (donde se halla el pueblo de Malpaís), que es un campo de concentración bajo la férula del Estado Mundial, vigilado y vallado con cables de alta tensión para que no escape ninguno de los casi “sesenta mil indios y mestizos”, permanentemente sujetos a la violenta, mortal y represiva amenaza de las bombas de gas. Y nada de las dispersas islas del globo terráqueo a donde son exiliados los engendros de las castas superiores de piel blanca (también producidos en serie en el laboratorio, pero con mayor cociente intelectual y características físicas que los diferencian entre sí), que no obstante su temprano y extenso condicionamiento hipnopédico (y a sus puestos privilegiados en el escalafón laboral) “han alcanzado demasiada conciencia de su propia individualidad”, están en desacuerdo “con la ortodoxia”, “tienen sus propias ideas” y por ende “son alguien”. 

Fotograma de Metrópolis (1927)
        Pese a que Jesús Isaías no lo dice ni lo sugiere, al parecer en el panorama urbano y futurista de Un mundo feliz hay cierto influjo visual del panorama urbano y futurista de Metrópolis (1927), el largometraje silente y expresionista del director alemán Fritz Lang (1890-1976). Piénsese en los altísimos y descomunales rascacielos que proliferan en el Londres del año “632 después de Ford” (entre los que circulan aviones, helicópteros y taxicópteros que aterrizan en las azoteas, más los terrestres “trenes monorraíles ligeros” en los que se apiñan las castas inferiores) y en las aeronaves que se mueven por los aires de la urbe poblada de rascacielos, puentes entre las alturas de los edificios donde corren ferrocarriles y coches, y múltiples automóviles, camionetas y trenes que transitan en las atestadas avenidas que se aprecian en la película. Y más aún: en la coreografía de utilitarias, uniformadas, cosificadas y silenciosas masas de sombríos obreros que se observan en el filme: todos iguales, idénticos y cabizbajos (quizá sin conciencia de clase, de sus derechos y de su individualidad), que salen y entran en manada, a las catacumbas industriales, marchando al unísono con el mismo “condicionado” paso y con la misma “condicionada” y patética pose, sometidos al rigor y al cruento peligro de la preconcebida mecánica jornada laboral, impuesta y dictada por el ogro capitalista.

Fotograma de Metrópolis (1927)
     
Popular núm. 722, FCE
México, 2015
           Admirado y glorificado ad naueseam por cierta intelligentsia y por “condicionadas” muchedumbres de su época (la persuasiva y repetitiva mercadotecnia en los mass media hacía lo suyo), corría la leyenda y el runrún de que Aldous Huxley era “el novelista más inteligente de su tiempo”. Sin duda poesía un destacado IQ, visible (aún ahora) en la diversidad temática de sus ensayos. Pero en ello también se advierte que era un pensador proclive al sofisma; un individuo con sus particulares atavismos, prejuicios, creencias, lagunas, ignorancias, defectos y yerros. Y como prueba fehaciente allí están sus ensayos sobre los supuestos poderes metafísicos y cognoscitivos de ciertas drogas alucinógenas (el ácido lisérgico y la mescalina, por ejemplo). Y su desconocedor, racista, misógino y corrosivo libro de viaje Más allá del Golfo de México (Beyond The Mexique Bay, 1934), editado en la Ciudad de México, en 2015, por el FCE, con traducción de alguien que se oculta con un pseudónimo (“Leal Rey”), y precedido por un endogámico, crítico y ombliguista “Antiprólogo” del profesor y narrador mexicano Hernán Lara Zavala. 

     
Edhasa
Barcelona, 2009
        Así que no asombra que en “Un mundo feliz revisitado” —artículo datado en “julio de 1956”, reunido en el volumen Si mi biblioteca ardiera esta noche. Ensayos sobre arte, música, literatura y otras drogas (Edhasa, 2009), con “Selección, prólogo y traducción de Matías Serra Branford”—, Huxley diga lapidario (tal cuchillo sin hoja al que le falta el mango): “La dictadura descrita en Un mundo feliz era global y, a su particular modo, benevolente.” 
Pues a todas luces no tiene un pelo de “benevolente”. Es todo lo contrario: un globo malevolente donde no hay bibliotecas (las series de especímenes de laboratorio y probeta son condicionados a una “aversión instintiva a los libros”) ni centros culturales ni memoria histórica, ni libertad individual ni colectiva, ni libertad de pensamiento ni de creación artística ni de investigación científica. Es decir, es una perversa creación e implantación artificial dentro de un cristalino matraz (con toda una infraestructura ciclópea y numerosos utensilios tecnológicos de índole doméstica, deportiva, turística y comunicativa) articulada, manipulada y mangoneada por los diez energúmenos deshumanizados y ególatras que monopolizan y controlan el poder y las decisiones del Estado Mundial. Uno de los cuales: Mustapha Mond, rebuzna sobre la totalidad del supuesto “mundo feliz”: “todos nosotros vivimos dentro de un frasco”; “La población óptima es como un iceberg: ocho novenas partes bajo el agua y una novena parte encima”. O sea: esas subterráneas y utilitarias “ocho novenas partes” son las uniformadas, masificadas, cosificadas y pesadillescas series de gemelos idénticos (con el mismo rostro y bajísimo IQ), concebidos y diseñados en el laboratorio con el “método Bokanovsky” (la reproducción vivípara está prohibida para todas las castas y a todos les resulta inmoral, nauseabunda y obscena dado el hipnopéidco lavado de cerebro); todos condicionados en grupos —desde que son “bebés en relucientes frascos” (entre “las interminables filas de bebés en relucientes frascos”)— con las oníricas y sonoras sesiones de hipnopedia (el método neopavloviano que monótonamente repite y repite frasecitas falaces y tontorronas mientras duermen), cuyo objetivo es que no piensen más allá de sus genitales, del sexo libre y sin ataduras, del estrecho ideario pseudorreligioso preconcebido e implantado por el clero al servicio del Estado Mundial, de la dependencia y adicción al soma, de los hábitos neodeportivos y consumistas, y de los empleos subalternos para los que han sido diseñados y predestinados por la maquiavélica mente policéfala y totalitaria que organiza y orquesta la manipulación industrial del trabajo, del consumo, del pensamiento y de la inconsciencia (que en ese año “632 después de Ford” es una monstruosa hidra con diez malévolas cabezotas); con un planificado promedio de vida de seis décadas con apariencia de vivaracha y eterna juventud de 17 años; sometidos (incluso las castas superiores con mayor IQ) a una dinámica que oscila entre la jornada laboral de ocho horas, los diversos neodeportes, el consumo desmedido, el sexo con quien deseen (entre dos o más) —pero sin conformar inextricables y amorosas parejas y mucho menos familias (las mujeres fértiles, además, portan las reglamentarias cartucheras donde llevan anticonceptivos para la efímera promiscuidad que se ofrezca)—; reventones multitudinarios en odoríficos y enervantes centros nocturnos donde se oyen los sugerentes y melodiosos sexófonos (uno ocurre en el “recién inaugurado cabaré de la abadía de Westminster”, otrora la antigua e histórica iglesia anglicana, recinto de coronaciones y de sepulcros ilustres); sonoros y sensitivos sensofilmes, estereoscópicos y pornográficos, en comunales y odoríficas salas de sensocine (se transluce que se trata de churros de baja calidad que estandarizan el masificado y manipulado mal gusto); delirantes y obligatorias sesiones pseudorreligiosas que parodian el arquetipo de la última cena de Cristo (los comunitarios dizque “Servicios de Solidaridad” que orgiásticamente celebran el “Día de Ford”); e infalibles e inagotables dosis de soma (una droga sintética que produce y provee el Estado Mundial) para que las castas superiores e inferiores sientan placer y éxtasis, y así amortigüen y conjuren la angustia, el desasosiego, la ansiedad, el nerviosismo, la neurosis y la agresividad; e incluso para que se abandonen y sumerjan en la placentera inconsciencia (al parecer alucinatoria, puesto que implica un supuesto viaje de vacaciones a la falaz y feliz eternidad del instante); es decir, para que huyan del vacío existencial y de las frustraciones que conlleva el imperfecto y supuesto “mundo feliz”, donde dizque “Ahora todo el mundo es feliz”.
Fotograma de Metrópolis  (1927)
       La novena parte de ese pesadillesco iceberg lo conforman las castas superiores de piel blanca, con mayor estatura y mayor IQ, que, pese a sus privilegios y mejor diseño físico y cerebral, también están marcadas por sus limitaciones psíquicas e intelectuales. Dos elocuentes ejemplares con nombres propios son Bernard Marx y Helmholtz Watson. Ambos son especímenes de la casta “Alfa-Más”. Marx dizque es psicólogo de la Agencia Psicológica (pero el que a gritos necesita psicoanálisis y psicólogo conductista es él) y Watson es “profesor en la Escuela de Ingenieros de Emociones (Departamento de Escritura)” y redactor de “guiones de sensocine”, de articulitos periodísticos (que aprueba la censura), de poemoides y frasecitas hipnopédicas. Sin embargo, pese al supuesto alto nivel de su intelecto y raciocinio y de su personal crítica al statu quo, no pueden eludir la reprobación sistémica y el castigo que les impone Mustapha Mond, quien les habla y los trata (en su oficina) como hijos putativos y eternos niñatos con dilemas de adolescentes. Vamos, ni quiera lo intentan. Marx, desvergonzado, chilla, ruega y patalea para que no lo envíen a Islandia (prácticamente lo sacan de la oficina con camisa de fuerza). Y Watson, resignado y estoico, dobla las manitas y elige las Islas Malvinas para su exilio, que no son lejanas, puesto que en ese orbe del futuro un cohete puede trasladarlo por allí en poco tiempo. En la vida real, Charles Lindbergh (1902-1974), apenas en 1927 había cruzado el Océano Atlántico en un vuelo sin escalas de 32 horas y 33 minutos (de Nueva York a París) tripulando en solitario el legendario Espíritu de San Luis (un aeroplano semejante a los que se aprecian en la citada película Metrópolis). Pero en el orbe del año “632 después de Ford”, para ir a pasear y a curiosear al pueblo indio de Malpaís (sólo con salvoconducto membretado y firmado por el petulante Mustapha Mond) —ubicado en el corazón de la reserva india de Nuevo México—, Bernard Marx y Lenina Crowne, vuelan casi seis horas y media en el “cohete Blue Pacific” de Londres a Santa Fe. 

Fotograma de Metrópolis (1927)
         Y la tácita, pero obvia décima parte del iceberg es la cúspide con el más alto pedorraje, el pestilente e inmoral pináculo constituido por los Diez Controladores Mundiales. En este sentido, en el Estado Mundial, detrás del falaz precepto comunitario y cuasibolchevique de que “Todo el mundo trabaja para todo el mundo” (o “todo el mundo pertenece a todo el mundo”), Mustapha Mond puede elegir y llevarse para un efímero acostón a la chica que se le antoje (por ejemplo, a la muy neumática y deseable Lenina Crowne, entre cuyos senos flamea una lúbrica T de oro, íntimo regalo del Arzocomunal Cantor de Canterbury); hacer la popularizada y generalizada señal de la T (parodia de la señal de la Cruz) sobre su cabeza y no sobre su estómago (tal y como lo hace el susodicho jerarca pseudoeclesiástico); heréticamente leer a pierna suelta (y dándole al cogote al pollo) los libros antiguos y prohibidos que resguarda y atesora en su oficina (entre ellos la Sagrada Biblia, “toda una colección de antiguos libros pornográficos” y las centenarias obras de Shakespeare); pensar, recordar y tergiversar la historia (“La historia son pamplinas”, rebuzna y repite estipulando que es una “hermosa e inspirada máxima de nuestro Ford”); y hacer, como todo un pachá de huitlacoche, lo que le dé la gana y como se le antoje entre mullidos cojines, fumarolas de incienso y sobredosis de soma, y por ende puede decidir quién tiene (o no) “libertad para ser una clavija redonda en un agujero cuadrado” (o sea: el encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de disección). “Como yo soy quien hace aquí las leyes, también puedo quebrantarlas. Con impunidad”, les rebuzna y canta autoritario a los regañados y carantoños niñatos de Watson y Marx, después de rebuznarles su ideario y su oportunista biografía, preludio de su forzoso exilio a una a isla habitada por otros réprobos que dizque son “alguien”. “Yo soy yo y ojalá no lo fuera”, sentencia, contradictorio, Bernard Marx.

   
Fotograma de Metrópolis (1927)
        El maquiavélico y trepador Mustapha Mond, que dejó la ciencia por el poder y que se proyecta al rebuznar: “La ciencia es peligrosa: tenemos que atarla minuciosamente con cadenas y ponerle un bozal”, podría decir con el añejo refrán: “Más vale ser cabeza de ratón, que cola de león.” Y puesto que en ese paradójico espléndido mundo nuevo (que bulle sin cesar dentro de un frasco de laboratorio) “Todos los hombres son físico-químicamente iguales”, el “docto” y rubio Henry Foster —quien recita esto al grupo de bobalicones alumnos adolescentes que recorren las salas del Centro de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres (un rascacielos de tan sólo 34 plantas)—, podría acotar con el proverbio decimonónico en boga entre las élites, europeizadas y blancas, del siglo XIX del México postcolonial: “Todos somos del mismo barro, pero no es lo mismo bacín que jarro.” Pues además de las utilitarias y significativas diferencias entre las castas superiores y las castas bajas, la menospreciada, constreñida y reprimida bacinilla de ese espléndido mundo nuevo es la reserva india de Nuevo México (donde se reproducen de manera vivípara las familias y las tribus de indios y mestizos, donde hay ancianos arrugadísimos y desdentados, y donde abunda la fauna salvaje y se hallan los pueblos de Santa Fe y Malpaís), que resulta un fétido, nauseabundo, vomitivo y patógeno frasco de miasma dentro del esterilizado y aséptico frasco de “felicidad”. 

IV de V
Para los objetivos fantásticos y novelísticos de Aldous Huxley resulta necesaria la existencia de la reserva india de Nuevo México, cuyo territorio, además de los pueblos de Santa Fe y Malpaís, comprende otros poblados de los que el lector sólo oye el tamborileo de su nombre: “Taos, Tesuque, Nambe, Picuris, Pojoaque, Sia, Cochiti, Laguna, Acoma, Enchanted Mesa, Zuñi, Cibola y Ojo Caliente.” Pero ante y dentro de la artificiosa idiosincrasia del espléndido mundo nuevo la reserva india es una anomalía, un reducido y reprimido vestigio de la variopinta y vivípara humanidad que otrora habitó el pestífero planeta Tierra. ¿Por qué la dictadura absolutista del Estado Mundial la ha preservado con todas sus presuntas taras e inconvenientes, si una de sus premisas fundacionales es ocultar el pasado y la historia e imponer todo lo que implica el falaz y ficticio credo de la era de la “estabilidad “después de Ford”, que es la única que importa? Pueden formularse varias respuestas. Pero por lo pronto vale decir que no todos los homúnculos creados en los laboratorios de los Centros de Incubación y Condicionamiento del Estado Mundial pueden viajar a la reserva india de Nuevo México y entrar pedaleando y restallando flatulencias y escupitajos como Pedro en su casa. En primera instancia se necesita un salvoconducto membretado que ostente la todopoderosa y flamante firma de alguna de sus “Forderías”: los Diez Controladores Mundiales, pues casi resulta tautológico decir que no hay más ruta que su culo de alcancía y que todos los caminos llevan a su culo. El salvoconducto lo refrenda, en Santa Fe, el alcaide de la reserva, que en ese año “632 después de Ford” es un parlanchín “Alfa-Menos, rubio y braquicéfalo”. De Santa Fe, donde hay un hotel con modernas comodidades al último grito londinense, a Bernard Marx y a Lenina Crowne, un “mestizo de uniforme verde, de Gamma,” los lleva en avión hasta “el valle de Malpaís”, donde se resguardan en la hospedería, situada a cierta distancia del homónimo pueblo. Es decir, la reserva india de Nuevo México es un lugar turístico, en el que sólo algunos privilegiados especímenes del espléndido mundo nuevo hacen camping en un entorno rupestre y salvaje, y donde sólo falta el rudimentario tendejón con souvenirs a la venta y una máquina de fotomatón para autorretratarse insertado en un telón de fondo: con indios con penachos en derredor, por ejemplo.
   
Indios zuñi 
        Por el fanfarrón cortejo sexual, Bernard Marx invita a Lenina Crowne al pueblo de Malpaís, pero también por sus pulsiones heterodoxas e ínfulas de ser “alguien”. Y Lenina, siempre lista con la cartuchera de anticonceptivos —y cuya prerrogativa “neumática” está cifrada en el miliunanochesco refrán que reza: “La delicia de la vida en tres cosas se cifra: en comer carne, montar sobre carne y hacer entrar la carne en la carne”— desea y acepta la aventura sexual con el “raro”. Sin embargo, pese a que se supone que Marx es un psicólogo “Alfa-Más” de la Agencia Psicológica, denota que no ve más allá de sus narices y que su cerebro carbura muy poco, pues ante Lenina, que es “Beta”, no es perspicaz ni intuitivo ni formula ninguna analítica inferencia, dado que ella, previsiblemente, todo lo que ve y halla en Malpaís le resulta abstruso, maloliente, asqueroso, inmoral y desquiciante (con excepción del paquete corporal de John el Salvaje), y por ende, durante el paseo por el pueblo, añora ansiosa las tabletas de soma que dejó olvidadas en la hospedería, y al regresar a ésta se hunde y escapa, en la cama, a un comatoso y feliz viaje de vacaciones con una buena somnífera dosis. Marx, por su parte, viendo y oyendo lo que hasta por los codos parlotean Linda y su hijo John (que son blancos y rubios), deduce que el padre natural de éste es nada menos que el Director de Incubación y Condicionamiento de la Central de Londres, mismo que, previo al viaje a la reserva india, lo amenazara con enviarlo a Islandia. Así que es Marx —con tal de vengarse y defenestrar al DIC—, quien gestiona, desde Santa Fe y vía telefónica, la autorización de Mustapha Mond para que Linda y John viajen a Londres. 
 
Indias zuñi
        En el abigarrado pintoresquismo y sincretismo, racial y cultural, de la reserva india de Nuevo México se transluce una mezcla de ancestrales y paganos resabios preeuropeos y cristianos. Parece una congelada cápsula del tiempo donde bulle la ignorancia, el atraso, la insalubridad y la involución; donde la comunidad indígena y mestiza es ágrafa, supersticiosa, endogámica, xenófoba y cerrada ante los blancos. En ese contexto, Linda, hará unos 18 o veintitantos años, fue rescatada por los indios tras caer a un barranco durante un paseo a caballo. Los indios, pese a su piel blanca y a que es una obvia aberración femenina del Estado Mundial que los aprisiona, oprime y reprime (incluso mata), la curaron y le permitieron vivir entre ellos con cierta marginalidad. Y en esa marginalidad ella dio a luz a su hijo John, que es blanco, rubio y de ojos azules. No obstante, su rescate y presencia allí son una notoria paradoja. El DIC la dio por “perdida” (o muerta) y muy campechanamente regresó a Londres. Pero los inspectores de la reserva (a las órdenes del alcaide) debieron ser quieren la rastrearan y encontraran, viva o muerta. Y debieron ser tales inspectores quienes la ubicaran, con su chiquillo o sin él, entre los indios y mestizos. Tómese en cuenta que si al fallecer en Londres, poco después de regresar con su hijo John, ella tiene sólo 44 años, pese a su imagen de astroso vejestorio (gorda, cariada, con sarro y feísima), cuando otrora el DIC la dio por “perdida” en el valle de Malpaís era una joven rubia, y, según dice él: “era muy neumática, particularmente neumática”. O sea: bastante notable (algo así como un atractivo y erógeno frijol blanco navegando en un caldoso plato de frijoles negros). Y su “gran maleta de madera” (donde llevaba su manual técnico y sus vestidos) debió quedarse en la hospedería de Malpaís y no con ella, pues obviamente no salió a cabalgar de paseo cargando su equipaje. Es absurdo. 
   
Indio zuñi
        Y absurdo o inverosímil resulta que haya sido el indio Popé quien llevó, al muy sucio y descuidado jacal de Linda, el viejo y estropeado ejemplar de las Obras completas de Shakespeare, que el niño John empezó a leer a sus 12 años. Ese ejemplar dizque estaba abandonado “en uno de los cofres de la Kiva de los Antílopes”. Puede que haya sido así. Algún blanco pudo haberlo dejado por allí, antes o después del inicio de la Era Ford, o pudo ser hurtado a un forastero de otra época. Pero Popé es iletrado y Linda, además de su nula inteligencia de “Beta-Menos”, no tiene ningún interés intelectual ni poético. No entiende a Shakespeare. Tras echarle una hojeada le “parece todo un disparate”, “Incivilizado”. No obstante, dictamina que a John le servirá para practicar la lectura. En tal inverosimilitud converge el relevante hecho de que Popé y Linda son incontinentes bebedores de mezcal (empinan el codo hasta dormir la despatarrada mona) y suelen abandonarse a las alucinaciones del peyote. Popé la visita para beber, intoxicarse y fornicar con ella en el camastro del jacal. Y por ello el niño John lo odia e intenta atacarlo. Y Linda, dado su libertino “condicionamiento” forjado desde la cuna en el espléndido mundo nuevo, fornica no sólo con Pope, sino con cualquier indio o mestizo que la visite. Para Linda, ayuntar con quien se le antoje y sin lazos afectivos, no es promiscuidad, sino una aceptable norma civilizada y de cohesión social. 
     
India zuñi
        Y aquí vale preguntarse ¿por qué Linda no engendró un bastardo mestizo o toda una prole de bastardos mestizos?, si desde que llegó no dejó de liarse con el nativo que se le pusiera enfrente, pues en algún momento, alcoholizada o no, tuvo que quedarse sin los anticonceptivos que traía en su cartuchera reglamentaria, del mismo modo que se le agotaron las pastillas de su añorado soma. Desenfreno sexual que agudiza y exacerba el desdén de las indígenas hacia ella (incapaz de tejer y remendar entre ellas) y por ende, tres indias, por revolcarse con “sus hombres”, se meten en su choza, la apañan y la golpean con un látigo y hasta tunden a John, quien entonces era un mocoso que intenta defender a su madre. 
Por esa mala fama los chiquillos “le hicieron a Linda una canción que no dejaban de cantar”. John les tiró piedras y los escuincles lo apedrearon y le dieron en la cara. Ese bullying, pese a que John jugaba con ellos, se hizo extensivo a las burlas por los harapos que vestía y por ser hijo de la popular y despreciada ramera. Y ya muchacho se refrenda y signa su marginalidad, distancia, ensimismamiento y soledad ante la tribu, cuando entre los jóvenes indios intenta bajar a la subterránea “Kiva de los Antílopes”, donde les serán revelados ciertos secretos de la etnia. Los gritos de un indio mayor —que preludian su expulsión con empujones y golpes, risotadas y lluvia de piedras— son muy reveladores: “¡Eso no es para ti, peliblanco! ¡No es para el hijo de la perra!”.
   
Viejo zuñi
      La excepción de ese consubstancial y generalizado rechazo y hostigamiento es el buen trato del anciano Mitsima, que le habla en “lengua india”; y además de enseñarle a hacer arcos y flechas para la caza, a sus 15 años le enseña el oficio de la alfarería tradicional de Malpaís. No obstante, John —que se siente indio y viste y lleva el pelo trenzado como ellos— hace patente su frustración por tener prohibido corporificar al flagelado protagonista de la cruenta danza de las serpientes negras (un rito de hombría y de fertilidad de la tierra) que se representa en la plaza de Malpaís y que observan, horrorizados, Marx y Lenina. Es entonces cuando el muchacho John ve a Lenina por primera vez y queda boquiabierto y flechado; mello que luego incide en que se entusiasme e ilusione ante la propuesta de Marx de viajar a Londres con su madre. “¡Oh, espléndido mundo nuevo que alberga tan bellas criaturas! ¡Vayámonos ya!”, dice exultante (parafraseando a Shakespeare) al saber, por el propio Marx, que Lenina no está casada con él “para siempre”. Según la voz narrativa: “Dio un fuerte suspiro y se quedó en silencio, mirando boquiabierto. Acaba de ver, por primera vez en su vida, la cara de una muchacha cuyas mejillas no eran de color de chocolate o de piel de perro, cuyos cabellos eran castaños y ondulados, y cuya expresión (¡pasmosa novedad!) era de un benévolo interés.”
     Sin embargo, esa mutua y visual atracción es el preludio de una serie de equívocos y malentendidos, y de un cómico enredo escenográfico que revela, además de la recíproca ausencia de empatía y falta de suspicacia, las limitaciones personales, intuitivas e idiosincrásicas de cada uno, totalmente antagónicas. Lenina Crowne, “condicionada” para la liberalidad sexual en un orbe de laboratorio y probeta donde no hay parejas ni matrimonios ni familias ni enamoramiento, lo que espera y busca del Salvaje, con su cartuchera de anticonceptivos y una buena dosis de soma, es un lúbrico acostón o una serie de voluptuosos acostones y punto (o sea: pa lo que te truje, Chincha, y sanseacabó). John el Salvaje, por su parte, contrario a las adicciones y a la promiscuidad de su madre, y frente al hecho de que la tradicional y ritual monogamia entre las familias de indios y mestizos de Malpaís es quebrantada por los polígamos, posee —inextricable a su inmadurez, a su falta de experiencia, a su reducido ideario y a su nula perspicacia—, un conjunto de prejuicios, complejos y represiones psíquicas que obnubilan su estrecho concepto de sí mismo, de la mujer, del amor, del sexo, de la pareja, del mundo, de la vida, de la muerte y del cosmos.  
   
El Cisne del Avon
         Vale observar que en su habla y perspectiva, John el Salvaje suele citar los versos que evoca de su particular lectura e interpretación de las obras de Shakespeare (su refugio y guarida ante el bullying de la tribu india, pues él es el único que lee desde chiquillo), e incluso rememorando los versos y pasajes de Shakespeare equipara y evalúa lo que vive, oye, dialoga y observa en Londres. No obstante, en la praxis del día a día, confrontado a las vicisitudes del espléndido mundo nuevo, ese bagaje literario, fuera del tamiz de loro de pueblo, de nada le sirve más allá de sus divagaciones y fantasías. Ante Lenina, que toma la iniciativa y lo busca en su cuarto, él, deslumbrado y atontado, se siente “indigno”. Elude que ella lo bese en la boca y le canta, farfullando, su idealizado objetivo de casare con ella “para siempre”: “En Malpaís hay que ofrecerle a la chica la piel de un puma o de un lobo si la pides en matrimonio”. Le dice. Y más aún, le enfatiza dizque sumiso: “Barrería el suelo si me lo pides”. Pero cuando Lenina se lanza al agasajo carnal y se desnuda, John se aterroriza, se torna violento, misógino y machista. En este sentido, además de insultarla gritándole con su florido vocabulario shakesperiano (“¡Impúdica ramera! ¡Impúdica ramera! El demonio de la lujuria con su gordo trasero y su croqueta de patata...”, etcétera), la tira al suelo de un empujón. Y luego la corre de su cuarto amenazándola estentóreamente (“¡Vete de mi vista o te mato!”) y le planta un estrepitoso manazo en la espalda, cuya dolorosa y ardiente impronta Lenina observa, reflejada en el espejo del baño, al volver su cabeza “por encima de su hombro izquierdo”: “la huella de una mano abierta, nítida y escarlata, en su carne nacarada”.
     El dramático corolario de ese ingrato malentendido (narrado con jocosidad por Huxley) se lee al final de la novela. Puesto que en el espléndido mundo nuevo no vuela una mosca ni nadie respira ni da un paso sin la autorización de uno de los Diez Controladores Mundiales, el Salvaje —que en Londres es una llamativa curiosidad antropológica de salón— no obtiene el permiso de “su Fordería” Mustapha Mond para irse “a las islas” con sus jóvenes amiguetes Helmholtz Watson y Bernard Marx, y ordena que se quede allí “para continuar con el experimento”. Así que John el Salvaje, ya sin sus compinches y luego de purgarse y dizque “purificarse” de tanta “civilización”, a la manera india, ingiriendo “un poco de mostaza con agua caliente”, decide huir a un ámbito expiatorio y dizque solitario, porque según él no es nadie “para vivir en la visible presencia de Dios”; y según colige: “El único sito donde él se merecía vivir era una asquerosa pocilga, en un hoyo escondido bajo tierra.” Pero el Salvaje, que compra herramientas y alimentos de la nefasta “civilización”, no va muy lejos de Londres ni de los visibles rascacielos, ni se hunde en un pestilente chiquero ni se entierra ni clausura en una cueva subterránea. En el condado de Surrey, cerca de las poblaciones de Puttenham y Elstead, elige de ermita un viejo faro (quizá emulando a un asceta de arcaico y legendario cuño indio), donde se someterá a extremas autodisciplinas y dizque  “purificaciones”; cuyas menudencias, además de parodiar el arquetipo del mítico Simeón el Estilita (c. 359-459), denotan su índole supersticiosa, masoquista, ingenua y psicótica. Según la voz narrativa: “Su primera noche en la ermita fue, deliberadamente, una noche en vela. Se pasó las horas de rodillas, rezando, ya a ese Cielo al que el culpable Claudio había perdido perdón, o a Awonawilona en zuñi; ya a Jesús y Pookong o a su propio animal guardián, el águila. A ratos habría los brazos en cruz y los mantenía así durante muchos minutos, aguantando un dolor que aumentaba gradualmente hasta convertirse en una trémula y angustiosa agonía. Los mantenía así, en voluntaria crucifixión, mientras con los dientes apretados y el sudor chorreándole por la cara repetía sin cesar, hasta casi desfallecer de dolor: ‘¡Oh, perdóname! ¡Oh, purifícame! ¡Oh, ayúdame a ser bueno!’”
 
Plancha metálica del siglo VI que muestra a Simeón el Estilita sobre su columna.
La serpiente representa al demonio tratando de tentarlo.
Museo del Louvre
        John el Salvaje, que supone que con ese martirio se ganó “el derecho de habitar el faro”, comienza a prepararse para ello. Además de algún cultivo que piensa cosechar en primavera, empieza a fabricarse un arco y flechas para cazar conejos y aves acuáticas. Pero al descubrirse a sí mismo cantando en esa labor, se dice que “no había ido allí para cantar y divertirse, sino para escapar lejos de la inmunda contaminación de la vida civilizada, para purificarse y hacerse bueno, para subsanar sus errores de una manera activa.” De modo que, “desnudo hasta la cintura”, se azota “con un látigo de cuerdas anudadas”. Patética, dolorosa y lacerante escena a campo abierto, observada por “tres peones de labranza Delta-Menos de uno de los grupos Bokanovsky de Puttenham, que dio la casualidad que se dirigían en camión hacia Elstead”. Ven, con ojos de plato y la quijada caída, que “Tenía la espalda horizontalmente veteada con surcos granates, y entre los verdugones corrían hilos de sangre. El conductor del camión paró a un lado de la carretera y, con sus dos compañeros, contempló boquiabierto el extraordinario espectáculo. Uno, dos, tres... Contaron los azotes. Al octavo, el joven interrumpió su autocastigo para salir corriendo hacia el bosque a vomitar violentamente. [El masoco y crédulo Salvaje, además, previamente se purgó tomando mostaza en agua caliente.] Cuando terminó, volvió a coger el látigo y continuó azotándose: nueve, diez, once, doce...”
   
Flagelante
     “Tres días después, como buitres carroñeros, llegaron los periodistas.” La fama del Salvaje, entonces, corre como reguero de pólvora entre la chismografía londinense y aún más allá: en el continente europeo (y tácitamente en los rascacielos y sótanos del poder del Estado Mundial); fenómeno de circo mediático, exacerbado, aún más, con el sensofilme estereoscópico titulado El Salvaje de Surrey que filma, camuflado, un “experto de la Compañía Productora de Sensofilmes”. Docuchurro que “doce días después” “podía verse, oírse y sentirse en todas las salas de sensocines de primera categoría de Europa occidental”. 
    Vale señalar que el leitmotiv e ímpetu central de la autoflagelación del Salvaje, la filmada por el sensocineasta con “cámaras telescópicas”, lo incitan las pulsiones y ensoñaciones sexuales que no puede eludir al recordar y desear —somnoliento y recostado— a la suculenta Lenina, a quien ve “desnuda y tangible”, diciéndole seductoras palabras. La consecutiva escena de autoflagelación, misógina y lastimera, habla por sí sola de la represión psíquica, del desorden mental y moral que lo agobia, de su ignorancia de sí mismo, y de lo que contradictoriamente bulle en su cuerpo y en su interior: 
    “—¡Ramera! ¡Ramera! —gritaba a cada azote, como si fuera a Lenina (¡y con qué frenesí, sin saberlo, deseaba que lo fuera!), la blanca, cálida, perfumada, infame Lenina, a quien flagelaba—. ¡Ramera! —Y después, con voz desesperada—: ¡Ay, Linda, perdóname! ¡Perdóname, Dios mío! Soy malo. Soy perverso. Soy... No, no... ¡Tú, tú, ramera, ramera!”
   

Flagelante
(Grabado del Medioevo)
       Vale añadir que el sensofilme atrae a toda una horda de ansiosos y babeantes voyeristas que se desplazan en manadas de helicópteros a presenciar “El show del látigo”; y coreando a gaznate pelado se lo demandan: “¡El show del látigo! ¡El show del látigo! ¡El show del látigo!” El número se desata cuando —¡Ford, mío! ¡Hágase tu voluntad!— llegan en helicóptero el rubio Henry Foster y la muy neumática y despampanante Lenina Crowne. Pues el Salvaje, ni tardo ni perezoso se lanza contra ella azotándola con “su látigo de cuerdas anudadas”, y gritándole estentóreas palabrotas: “¡Ramera!”, “¡Arde, lujuria, arde!”, “¡Oh, la carne!”, “¡Muere! ¡Muere!”  
   El clímax y la catarsis orgiástica del violento numerito, no obstante, se desencadenan cuando entre los voyeristas se desata una especie de hipnótico delirio y psicosis colectiva. Según la voz narrativa:
   “Arrastrados por la horrorosa fascinación del dolor e íntimamente impelidos por el hábito de cooperación, por ese deseo de unánime expiación que su condicionamiento había implantado en ellos de un modo tan inexpugnable, empezaron a imitar el frenesí de sus gestos, golpeándose unos a otros tal y como el Salvaje golpeaba su propia carne rebelde o aquella rolliza encarnación de la inmoralidad que se retorcía entre la maleza, a sus pies.
   “—¡Muere, muere, muere! —seguía gritando el Salvaje. Entonces, de pronto, alguien empezó a cantar: ‘Oligorgía’, y al momento todos repitieron el estribillo y empezaron a bailar. ‘Oligorgía’, dando vueltas sin parar, golpeándose unos a otros al compás de seis por ocho. ‘Oligorgía...’
    “Fue después de la medianoche cuando el último de los helicópteros emprendió el vuelo. Atontado por el soma, y exhausto por el prolongado frenesí de sensualidad, el Salvaje [¡que era abstemio, virgen y puritano!] yacía durmiendo en el brezal. El sol estaba ya muy alto cuando despertó. Siguió tumbado un momento, parpadeando ante la luz con indiferencia de búho; luego, súbitamente, lo recordó todo.
    “—¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! —y se tapó los ojos con una mano.”
    Vale añadir que con su escenográfico suicidio John el Salvaje pone punto final al fardo de sus complejos e infundadas culpas y al “experimento” de “su Fordería”, pues resulta lógico que el todopoderoso y autoritario Mustapha Mond no dejó de observarlo en un burbujeante tubo de ensayo. Tómese en cuenta que ninguna fuerza represiva fue por él, que nadie detuvo el circo mediático en el entorno del faro ni la transitoria locura grupal. Pero pudo suceder, si alguien daba la orden, que llegara la policía que vela por la “COMUNIDAD, IDENTIDAD, ESTABILIDAD” (según reza “la divisa del Estado Mundial”), lista para que nadie, fuera de sí y sin control, riegue el tepache o haga pipí a un lado de la bacinilla. Piénsese, por ejemplo, que para contener la trifulca grupal que provoca John el Salvaje en el Hospital de Moribundos de Park Lane al lanzar por la ventana las dosis de soma, la policía, para contener y apaciguar a la multitud de idénticos gemelos Deltas, llega, intimidatoria, “con sus máscaras con hocicos de puercos y ojos saltones”, y actúa con método:
Policías de Taiwán con máscaras
   “[...] Tres agentes que portaban aparatos pulverizadores en la espalda bombardearon espesas nubes de vapor de soma por los aires. Otros dos se encargaban del aparato de música sintética portátil. Otros cuatro, armados con pistolas de agua cargadas con un potente anestésico, se habían abierto paso en la multitud y derribaban metódicamente, con un chorro tras otro, a los más violentos.” [...] 
    “Harto de sus chillidos [del psicólogo Bernard Marx], uno de los policías le lanzó un disparo con su pistola de agua. Bernard estuvo tambaleándose durante uno o dos segundos. Sus piernas parecían haber perdido los huesos, los tendones y los músculos; parecían haberse convertido en simples palillos de gelatina que al final se hacían agua. Se desplomó en el suelo como un bulto.
   “Súbitamente, una voz empezó a hablar desde el aparato de música sintética. La Voz de la Razón, la Voz de los Buenos Sentimientos. La cinta sonora formulaba su discurso sintético antidisturbios número 2 (grado medio). Directamente desde las entrañas de un inexistente corazón, la voz decía:
   “—¡Amigos míos, amigos míos!
   “Era una voz tan conmovedora, con aquel matiz de reproche tan infinitamente tierno que, detrás de sus máscaras antigás, hasta los ojos de los policías rebosaban de lágrimas al instante.” 
    [...]
   “Dos minutos después, la voz y los vapores de soma habían producido su efecto. Llorando, los Deltas se besaban y acariciaban unos a otros: media docena de gemelos juntos en un amplio abrazo. Incluso Helmholtz y el Salvaje estaban a punto de llorar. El Tesorero Central hizo llegar una nueva provisión de pastilleros con soma. Se repartieron apresuradamente y, al son de la abaritonada despedida de la cariñosísima voz, los gemelos se dispersaron, lloriqueando como si se les partiese el alma.” 

V de V
El lector puede preguntarse qué fue de los jóvenes Helmholtz Watson y Bernard Marx exiliados, al parecer, en una misma isla. Y qué ocurre en esas ínsulas, que son prisiones, donde están agrupados los humanoides, de castas superiores, que desarrollaron una marcada individualidad y capacidad de pensar más allá del dogma y de sus narices, pese a haber sido preconcebidos y procreados en los laboratorios de los Centros de Incubación y Condicionamiento del Estado Mundial y a su consecutivo, dizque “sabihondo” y dizque infalible condicionamiento hipnopédico. ¿Cómo los ubicuos y dizque omniscientes Diez Controladores Mundiales dirigen y orquestan el control y la dictatorial vigilancia en el interior de ese disperso archipiélago de soledades? ¿De qué tipo de limitadas libertades gozan? ¿Cómo transcurre su cotidianidad de ser “alguien”? ¿Les brindan reguladas dosis del adictivo e imprescindible soma? ¿Siguen con su apariencia de jovenzuelos de 17 años hasta el inicio de la sexta década?, pues en el caso de la madre del Salvaje no fue así. ¿Continúan sometidos y contentos con su ombligo y consigo mismos? ¿Son puros ejemplares machos o también hay hembras? ¿Y si acaso hay hembras fértiles, aún están obligadas al “condicionado” uso de los anticonceptivos? ¿Formulan algún tipo de filosofía radical y de pensamiento emancipador? ¿Son parte de alguna clandestina y subterránea resistencia? ¿Organizarán alguna revolución social y política que derroque a la “benevolente” dictadura del Estado Mundial? 
Henry Ford
(1863-1947)
        Vale decir, por último, que en esa oscura y malévola Era Ford, el consubstancial Dios al que adoran y tributan las castas superiores e inferiores a través de la ficticia, impuesta, obligatoria y única pseudorreligión (el fordismo) —la religión es el opio de los pueblos, Karl Marx dixit—, no parece ser el norteamericano Henry Ford (1863-1947), introductor, en la vida real, de la cinta de montaje en la fabricación de autos y con ello precursor de la industrial producción en masa, específicamente, en el contexto de la novela, del celebérrimo Modelo T (fabricado por la Ford Motor Company entre 1908 y 1927) —de ahí que los humanoides, producidos en masa y en series, se persignen (quizá con el dedo eréctil) haciendo la señal de la T (parodia de la señal de la Cruz), que el símbolo de la T se observe por todas partes (en lo alto de la Torre de Charing-T, por ejemplo), y que en el laboratorio los envases para varones sean etiquetados con una T—, sino que el mero e intangible Dios (el supuesto ser divino tras el pestilente cómodo de sus “Forderías”) —ubicuo, tácito e implícito— parece ser el ruso Iván Pávlov (1849-1936), pues el “método neopavloviano” trasmina el “método de la hipnopedia” con que dogmáticamente son “condicionadas” —desde que son “interminables filas de bebés en frascos”— las castas superiores e inferiores, tanto en su conducta, individual y grupal, como en sus limitadas y preconcebidas facultades físicas y niveles cognoscitivos.  



Iván Pávlov
(1848-1936)
  


Aldous Huxley, Un mundo feliz. Traducción del inglés al español, prólogo, notas y bibliografía de Jesús Isaías Gómez López. Letras populares núm. 9, Ediciones Cátedra. Madrid, 2013. 496 pp.


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Metrópolis (1927), largometraje dirigido por Fritz Lang (versión restaurada y con rótulos en español).

domingo, 26 de abril de 2020

Tiempos recios

Rapsodia del crimen de arte acá

I de IV
Editada por Alfaguara, en octubre de 2019 apareció en la Ciudad de México la primera edición mexicana de Tiempos recios, decimonovena novela del escritor peruano Mario Vargas Llosa (Arequipa, marzo 28 de 1936), Premio Nobel de Literatura 2010, a la que se le otorgó, en Madrid, el Premio Francisco Umbral al Libro del Año 2019.
   
Primera edición mexicana
Alfaguara, octubre de 2019
         La novela Tiempos recios comprende treinta y dos capítulos numerados con romanos, enmarcados por un preludio denominado “Antes” y un epílogo titulado “Después”. Vistos en conjunto, el preludio y el epílogo comprimen y revelan la tónica y la esencia intrínseca de la obra, que es un artilugio literario para discurrir por distintos puntos de vista (y no sólo en torno a un mismo suceso), por diferentes voces e ideas, tiempos y lugares. Urdido con documentación histórica, en “Antes”, con una enciclopédica e impersonal perspectiva omnisciente, el novelista bosqueja las señas de identidad de los personajes extirpados de la exhumada realidad histórica, las fechas y los datos elementales que dan visos de por qué, en las oligopólicas e imperialistas entrañas de los megalómanos y colonialistas Estados Unidos de América se pergeñó, entre la extinta United Fruit Company, el petulante gobierno norteamericano y la bélica y sucia CIA —antes de que se entroncara y cundiera la Guerra Fría y el macartismo en los años 50—, una mentirosa, propagandística y difamatoria conspiración política, mafiosa, criminal, asesina, racista y mercenaria para impedir que en Guatemala se construyera un ámbito democrático y reformista, abierto al capitalismo y al libre comercio, primero frente al gobierno democrático del presidente Juan José Arévalo (1945-1951), emanado de las urnas y de la Revolución de Octubre (el movimiento cívico-militar que el 20 de octubre de 1944 derrocó el gobierno del general Federico Ponce Vaides), y luego encarnizada y belicosamente contra gobierno democrático del coronel Jacobo Árbenz (1951-1954), promotor e instaurador de una ley agraria (“el Decreto 900”), promulgada “el 17 de junio de 1952”, que expropió terrenos inactivos de la United Fruit, además de obligarla a pagar impuestos, cosa que nunca había hecho desde que en el siglo XIX, en Centroamérica y en el Caribe, paulatinamente la creara Sam Zemurray (1877-1961), un aventurero gringo de origen ruso y judío, quien para maquillar y encubrir de humanismo civilizatorio su sanguinario emporio trasnacional contrató, en 1948 y en un rutilante rascacielos de Manhattan, los servicios, el ideario y los nefandos tejemanejes y contactos políticos, jurídicos y empresariales de Edward Louis Bernays (1891-1995), judío de origen vienés y sobrino de Sigmund Freud (1856-1939), dizque el padre “de la publicidad y las relaciones públicas”, autor del canónico libro: Propaganda (1928), del que el novelista, a través de la voz narrativa, extrae un elocuente botón de muestra: “La consciente e inteligente manipulación de los hábitos organizados y las opiniones de las masas es un elemento importante de la sociedad democrática. Quienes manipulan este desconocido mecanismo de la sociedad constituyen un gobierno invisible que es el verdadero poder en nuestro país... La inteligente minoría necesita hacer uso continuo y sistemático de la propaganda.” O sea, se trata de la manipulación industrial de las conciencias en las sociedades de consumo por un grupo minoritario en la cúpula, diría Hans Magnus Enzensberger; de la estandarización y cosificación del estereotipo del hombre masificado, del hombre masa
       
Edward Louis Bernays
        Y en el postrero “Después”, a modo de lúdico leitmotiv, el propio novelista, “don Mario”, se presenta como un escritor que “no muy lejos de Langley”, “entre Washington D.C. y Virginia”, donde “está la casa matriz de la CIA”, recaba información y contrasta y completa anecdóticos matices para el libro que el desocupado lector tiene en sus manos y está a punto de concluir. Es decir, en calidad de personaje de su novela (el mismo que en la página 337 dice haber llegado “a Piura en el año 1946, a mis diez años de edad”), Mario Vargas Llosa se halla por esos lares en la peculiar casa de la anciana Marta Borrero Parra con el objetivo de entrevistarla, gracias a la mediación de dos de los tres conocidos de él a quienes dedicó su libro: “Soledad Álvarez, una antigua amiga dominicana que es, además una magnífica poeta, y Tony Raful, poeta, periodista e historiador dominicano”. 
    En la novela, Marta Borrero Parra fue la muchachita guatemalteca que “a fines de 1949”, a sus 15 años de edad recién cumplidos, frente al quebranto moral y prejuicioso de su atávico y conservador padre el doctor Arturo Borrero Lamas, se descubrió embarazada, nada menos que por un contemporáneo suyo y amigo cercano desde la niñez (en el marista Colegio San José de los Infantes) que participaba en las anacrónicas partidas sabatinas de rocambor: el médico Efrén García Ardiles, en las que el corro solía charlar y chismear sobre la situación política en Guatemala. En 1955, tras abandonar a su pequeño hijo en la casa de su marido, Marta Borrero Parra, apodada Miss Guatemala desde que nació bellísima, quiso que su padre la perdonara y le diera cobijo. 
 
Carlos Castillo Armas y Richard Nixon
         Pero ante el rotundo rechazo y agresivo desprecio, fue directamente a la Casa Presidencial a pedirle apoyo al presidente de la República de Guatemala, el coronel Carlos Castillo Armas, nada menos que el cabecilla de las tropas mercenarias (el eufemístico Ejército Liberacionista), que con la participación y manipulación del Departamento de Estado de los Estados Unidos de América (a cargo de John Foster Dulles), de la CIA (a cargo del hermano de éste Allen Dulles), del embajador gringo (John Emil Peurifoy), de la Iglesia católica (mangoneada por el arzobispo Mariano Rossell y Arellano), y de sobornados y traidores mandos militares del ejército guatemalteco, propició el golpe militar y la renuncia, transmitida por radio en cadena nacional, del presidente Jacobo Árbenz, precisamente la noche del 27 de junio de 1954; acosado, además, por una orquestada, embustera y calumniadora propaganda (auspiciada por la United Fruit Company y liderada por Bernays) esparcida a través de relevantes mass media norteamericanos (“que leen y escuchan los demócratas”): “en The New York Times o en The Washington Post o en el semanario Time” (dizque progresistas y liberales), que lo acusaba y tipificaba de “comunista” y de querer convertir a Guatemala (un empobrecido, débil, pequeño y saqueado país bananero) en un peligrosísimo y beligerante satélite de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas).
     
Jacobo Árbenz la noche de su renuncia
(Guatemala, junio 27 de 1954)
        Desde la primera noche que la recibió en la Casa Presidencial, Marta Borrero Parra fue la popular querida del coronel Carlos Castillo Armas (casado con Odilia Palomo), a quien incluso le puso casi chica. Y cuando en el escenario de esa dictadura guatemalteca aparece el teniente coronel Johnny Abbes García en calidad de agregado militar de la embajada dominicana en Guatemala, cuya secreta misión es matar a ese dictadorzuelo por órdenes del Chivo, es decir, del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo Molina, el dictador de República Dominicana desde 1930 (que también colaboró, con dinero y armamento, en la caída de Jacobo Árbenz), persuadida por un tal Mike, gringo y encubierto agente de la CIA compinchado con Johnny Abbes García, a espaldas de su amante el presidente Carlos Castillo Armas, no tarda en convertirse en espía e informante de “la Madrastra” (la CIA), seducida y enganchada por unos dólares que ella no tiene ni nadie le da.  
   
Trujillo y Johnny Abbes García
        Y cuando la noche del 26 de julio de 1957 ocurre el asesinato del presidente y dictador Carlos Castillo Armas, sin saber quién lo mató, e ignorante de por qué y para qué, Miss Guatemala, advertida por Mike de que su vida corre peligro y por ende tiene que huir ipso facto, es llevada subrepticiamente a San Salvador en un auto que maneja el cubano Carlos Gacel Castro (“el hombre más feo del mundo”), pistolero de Johnny Abbes García, quien más adelante, cuando ya patéticamente se ha satisfecho sexualmente con ella, le revela que tras el asesinato del Cara de Hacha (Castillo Armas), el teniente coronel Enrique Trinidad Oliva, jefe de Seguridad Nacional del gobierno de Guatemala, ordenó su detención acusándola de participar en el magnicidio. La tácita e implícita razón de esto: está compinchado con Odilia Palomo y aspira a convertirse en el presidente de ese país bananero. 
     
Carlos Castillo Armas y Odilia Palomo
        En Ciudad Trujillo, capital de República Dominicana, Marta Borrero Parra es la consabida amante del teniente coronel Johnny Abbes García, quien tiene por esposa a una lésbica y sádica mujer, mientras él, experto en torturas, asesinatos, masacres y exterminios, es ahora jefe del SIM (Servicio de Inteligencia Militar). En Ciudad Trujillo, Miss Guatemala se convierte en una popular comentarista política en la Voz Dominicana, una poderosa radiodifusora del régimen dictatorial con cobertura en Centroamérica y el Caribe, donde sus demagógicos temas son la adulación del gobierno del coronel Carlos Castillo Armas, el incendiario linchamiento del comunismo, y la apología y magnificación de todas las dictaduras militares, las del presente y las del pasado, incluidas las dictaduras del Cono Sur. Y por si fuera poco, el susodicho agente de la CIA, el mimético y escurridizo gringo llamado Mike, reaparece ante ella y por la información que le requiere le paga los convenientes y pactados dólares.
   
Trujillo manipulando al Negro
      La venturosa estancia en Ciudad Trujillo se interrumpe luego de que en 1960, el Negro (Héctor Bienvenido Trujillo Molina), el presidente fantoche de República Dominicana, la cita en el Palacio Nacional, donde le ofrece un cheque en blanco a cambio de servicios sexuales. Pero Marta Borrero Parra se siente ofendida no sólo por la impúdica manera con que la recorre y desnuda con los ojos, sino por la brutal forma en que le expone el trato. De modo que ataca al Negro y éste la encierra en un sótano del Palacio Nacional, donde pasa 48 horas cautiva en ese claustrofóbico y asfixiante cuartucho donde sólo hay una silla y un foco, nada que beber ni comer, ni dónde recostarse ni dónde hacer sus necesidades corporales. Del encierro y de las alucinantes pesadillas la rescata el propio Generalísimo en compañía de Abbes García. Y el modo en que Trujillo insulta, zarandea y humilla a su hermano, es una minucia de la repulsiva personalidad de ese legendario dictador que Mario Vargas Llosa explora, disecciona y mata en su celebérrima novela La fiesta del Chivo (Alfaguara, 2000). Luego de la escueta y timorata disculpa que el Generalísimo le ordena rebuznar al Negro, le vocifera: “Ésa es una pobre y mediocre manera de pedir perdón [...] Debiste decir, más bien: Me porté como un cerdo maleducado y un matón, y con las rodillas en el suelo, le pido perdón por haberla ofendido con esa grosería que le hice.” Y luego ladra rabioso e imperativo: “Ahora puedes irte [...] Pero, antes, recuerda una cosa muy importante, Negro. Tú no existes. Recuérdalo bien, sobre todo cuando te vengan ganas de hacer estupideces como la que le hiciste a esta señora. Tú no existes. Eres una invención mía. Y así como te inventé, te puede desinventar en cualquier momento.”
     
Richard Nixon y el dictador Trujillo
       Así que el teniente coronel Johnny Abbes García, obedeciendo las órdenes del Chivo, le dice a la maltrecha y casi desfalleciente Miss Guatemala: “Primero, pasa unos días en el Hotel Jaragua, tratada a cuerpo de rey por el Generalísimo”. Y añade “bajando mucho la voz”, casi en secreto (pues las paredes oyen y él es las paredes y las orejas del Chivo): “Apenas estés bien, hay que sacarte de aquí. El Jefe ha ofendido moralmente al Negro Trujillo y éste, que es un mulato rencoroso, tratará de hacerte matar. Ahora cálmate, descansa y recupérate. Hablaré con Mike y veremos la manera de que salgas de acá cuanto antes.”
     Vale inferir, entonces, que algo o mucho hizo el gringo Mike para salvar y beneficiar a Marta Borrero Parra en su papel de espía e informante de la CIA, pues en la susodicha entrevista en su casa que el personaje Mario Vargas Llosa narra en “Después”, éste observa elocuentes evidencias de sus andanzas por todo el globo terráqueo, de su irreductible filiación ideológica anticomunista y de su cercanía con las derechas del poder más poderoso de la recalentada y envirulada aldea global. En ese sentido, reporta de esa vivaz y serpentina viejecilla que tenía 83 años recién cumplidos cuando el megalómano, racista y nefasto Donald Trump llegó al cómodo de la Casa Blanca el 20 de enero de 2017: 
     
Donald Trump en el cómodo de la Casa Blanca
        “Está sentada junto a una gran foto en la que aparece abrazada con los Bush de tres generaciones, los dos que fueron presidentes de Estados Unidos y Jeb, el ex gobernador de Florida. Me dice que ella ha sido una activa militante del Partido Republicano, está afiliada a él, igual que al Partido Ortodoxo de los exiliados cubanos, y todavía trabaja para los republicanos entre los votantes latinos en todas las campañas electorales de los Estados Unidos, su segunda patria, a la que quiere tanto como a Guatemala. Ahora está muy contenta, no sólo porque Donald Trump se halla en la Casa Blanca haciendo lo que es debido, sino también porque unos bonos de China que, no me quedó muy claro, compró o heredó, han sido finalmente reconocidos por el gobierno de Beijing. De modo que, si todo sale bien, pronto será millonaria. Ya no le servirá de mucho por los años y achaques que tiene encima, pero dejará ese dinero en un fondo a las organizaciones anticomunistas de todo el mundo.” 

II de IV
Aunado al perfil íntimo y psicológico de sus protagonistas, y a la proclividad del autor por los diminutivos, los interrogantes y los apodos, en Tiempos recios también descuella el talento de Mario Vargas Llosa para narrar controvertidos y escabrosos entresijos de algunos de sus personajes, entre los que destaca Johnny Abbes García y sus recurrentes palabrotas y perversiones sexuales. Pero, sin duda, lo más relevante es lo que rodea y concierne a la personalidad y al ideario íntimo, democrático, humanista, reformista y liberal de Jacobo Árbenz (incluidas ciertas debilidades, contradicciones y episodios oscuros); e inextricable a ello: el modo mafioso, criminal, conspirativo e infamante en que se pergeña su caída y su renuncia, trasmitida por Radio Nacional la noche del 27 de junio de 1954; así como el asedio y el acoso que, desde sus intereses y trincheras, protagonizan el coronel Carlos Castillo Armas, el arzobispo Mariano Rossell y Arellano, la United Fruit Company, la CIA (“Operación PBSuccess”) y John Emil Peurifoy, el embajador norteamericano en Guatemala, empeñado en descarrilar al Cara de Hacha y sus mercenarios, y en encausar y subsidiar un corrupto, manipulable y supuesto “golpe institucional”.
   
Sam Zemurray
(1877-1961)
Fundador y presidente de la United Fruit Company
        En el mismo sentido, figuran los episodios peliculescos y las cinematográficas escenas bélicas sucedidas durante la invasión militar y mercenaria, por tierra, mar y aire, y por las ondas hertzianas a través de la mercenaria Radio Liberación. Y desde luego, el episodio audaz, defensivo, patriótico e idealista que encabeza y protagoniza el joven Crispín Carrasquilla, cadete de la Escuela Politécnica (donde otrora se formaron el coronel Carlos Castillo Armas y el coronel Jacobo Árbenz y otros militares cercanos a él), precisamente tras caer, el 25 de junio de 1954, “una bomba en el patio de honor de la Escuela Politécnica”, lanzada por uno de los dos Thunderbolt, pilotados por un par de gringos rapaces, que ese día causaron destrozos, muertos y heridos en la capital guatemalteca, pero también en Chiquimula y Zacapa.
   
El presidente Jacobo Árbenz y la plana mayor del Ejército de Guatemala
       Y entre los capítulos y episodios peliculescos, hay que contar el destino del teniente coronel Enrique Trinidad Oliva, jefe de Seguridad Nacional durante el régimen del dictadorzuelo Carlos Castillo Armas, desde que se avecina y ocurre el asesinato de éste, hasta que se sucede el suyo (perpetrado por una camuflada joven de una facción guerrillera y subterránea), después de cinco años de cárcel, de un tiempo con la facha de un hediondo y desarrapado vagabundo tras la amnistía que lo puso de patitas en la calle y sin un clavo en el bolsillo; y luego de que con otro nombre y otra apariencia trabajara para el Turco (Ahmed Kurony), un poderoso capo, corruptor sistémico y narcotraficante que controla el mercado de la cocaína y clandestinas casas de juego en Guatemala. Y, desde luego, el destino fatal de Johnny Abbes García, desde que “once días después del asesinato de Trujillo” (ocurrido el 30 de mayo de 1961) el presidente de República Dominicana, Joaquín Balaguer, lo destituye del SIM y de su rango militar y lo manda en un tris al exilio dándole un incierto y vaporoso empleo: cónsul en Tokio, hasta que luego de deambular por Suiza (donde tenía una cuenta secreta con más de un millón de dólares), París y Canadá, cuando en su papel de distinguido asesor militar del dictador de Haití (François Duvalier, alias Papa Doc) ya lleva un par de años impartiendo “clases sobre temas de seguridad” e infalibles técnicas de terrorismo y tortura en la Academia Militar de Pétionville, se sucede su espeluznante asesinato (narrado con sangrientos pelos y señales), junto con su nueva esposa y sus dos pequeñas hijas. Despiadada masacre ordenada por Papa Doc, y ejecutada sin chistar por sanguinarios y desalmados tonton macoutes que despotrican en créole y francés, tras descubrirlo involucrado en una estúpida conspiración liderada por el coronel Max Dominique y su esposa Dedé (Marie-Denise), hija de Papa Doc, quien mandó a éstos al exilio en la España del dictador Francisco Franco (donde Max Dominique será el “nuevo embajador”) e hizo “fusilar a diecinueve oficiales del Ejército por haber formado parte de un connato golpista”.
 
François Duvalier
        Vale apuntar que en esa postrera conversación que el personaje Mario Vargas Llosa tiene en “Después” con la parlanchina anciana Marta Borrero Parra, ella le comenta y matiza el destino triste, legendario y dramático de Jacobo Árbenz, ex presidente de Guatemala, y de su estirpe familiar condenada al exilio y al estigma:
    “—Esos años de exilio debieron ser terribles para él y su familia —suspira de nuevo—. Por todas partes donde iba, la izquierda y los comunistas le echaban en cara que hubiera sido un cobarde, que en vez de pelear renunciara y se fuera al extranjero. Fidel Castro se dio el gusto, incluso, de insultarlo en persona, en un discurso, por no haber resistido a Castillo Armas, yéndose a la montaña a formar guerrillas. Es decir, por no haberse hecho matar.
 
Jacobo Árbez y familia en el exilio
     “—¿O sea que ahora comprende usted que Árbenz nunca fue un comunista? —le pregunto—. Que era más bien un demócrata, algo ingenuo tal vez, que quería hacer de Guatemala un país moderno, una democracia capitalista. Aunque, ya en el exilio, se inscribiera en el Partido Guatemalteco del Trabajo, nunca fue un comunista de verdad. 
   “—Era un ingenuo, sí, pero al que lo rojos manipulaban a su gusto —me corrige—. A mí me dan pena él y su familia sólo por los años del exilio. Yendo de un lado al otro sin poder echar raíces en ninguna parte: México, Checoslovaquia, Rusia, China, Uruguay. En todas partes lo maltrataban y parece que hasta hambre pasó. Y, encima, las tragedias familiares. Su hija Arabella, que era tan hermosa, según todos los que la conocieron, se enamoró de Jaime Bravo, un torero muy mediocre, que encima la engañaba, y terminó pegándose un tiro en una boîte donde él estaba con la amante. Y hasta parece que la propia mujer de Árbenz, la famosa María Cristina Vilanova, que se [las] daba de intelectual y de artista, lo engañaba con un cubano, su profesor de alemán. Y que él lo supo y tuvo que tragarse los cuernos, calladito. Y, para colmo, su otra hija, Leonora, que estuvo en varios manicomios, también se suicidó hace pocos años. Todo eso acabó de destruirlo. Se entregó a la bebida y en una de esas borracheras terminó ahogándose en su propia bañera, allá en México. O, tal vez, suicidándose. En fin, espero que antes de morir se arrepintiera de sus crímenes y Dios pudiera acogerlo en su seno.”
   
María Cristina Vilanova y Jacobo Árbenez
       Según apunta el personaje Mario Vargas Llosa casi al término del libro, “Esa misma noche [luego de su entrevista con la parlanchina anciana Marta Borrero Parra], Soledad Álvarez y yo nos vamos a comentar la experiencia en un restaurant de Washington, el Café Milano, en Georgetown, un lugar muy animado, siempre lleno de gente muy ruidosa, donde se comen buenas pastas y se toman excelentes vinos italianos. Hemos pedido un reservado y aquí podemos charlar tranquilamente.”
    Y entre lo que conversan, destaca la compartida conclusión de los tres. Y la especie de evaluación y corte de caja que expresa y resume las ideas y la visión crítica y catedrática del auténtico Mario Vargas Llosa, coleccionista de doctorados y hacedor de novelas, libretos, ensayos, artículos periodísticos y conferencias magistrales:
   
Mario Vargas Llosa
       “Los tres coincidimos en que fue una gran torpeza de Estados Unidos preparar ese golpe militar contra Árbenz poniendo como testaferro al coronel Castillo Armas a la cabeza de la conspiración. El triunfo que obtuvieron fue pasajero, inútil y contraproducente. Hizo recrudecer el antinorteamericanismo en toda América Latina y fortaleció a los partidos marxistas, trotskistas y fidelistas. Y sirvió para radicalizar y empujar hacia el comunismo al Movimiento 26 de Julio de Fidel Castro. Éste sacó las conclusiones más obvias de lo ocurrido en Guatemala. No hay que olvidar que el segundo hombre de la Revolución cubana, el Che Guevara, estaba en Guatemala durante la invasión, vendiendo enciclopedias de casa en casa para mantenerse. Allí conoció a la peruana Hilda Gadea, su primera mujer, y, cuando la invasión de Castillo Armas, trató de enrolarse en las milicias populares que Árbenz nunca llegó a formar. Y tuvo que asilarse en la embajada argentina para no caer en las redadas que desató la histeria anticomunista reinante en el país aquellos días. Pero de allí extrajo probablemente unas conclusiones que resultaron trágicas para Cuba: una revolución de verdad tenía que liquidar al Ejército para consolidarse, lo que explica sin duda esos fusilamientos masivos de militares en la Fortaleza de la Cabaña que el propio Ernesto Guevara dirigió. Y de allí saldría también la idea de que era indispensable para la Cuba revolucionaria aliarse con la Unión Soviética y asumir el comunismo, si la isla quería blindarse contra las presiones, boicots y posibles agresiones de los Estados Unidos. Otra hubiera podido ser la historia de Cuba si Estados Unidos aceptaba la modernización y democratización de Guatemala que intentaron Arévalo y Árbenz. Esa democratización y modernización era lo que decía querer Fidel Castro para la sociedad cubana cuando el asalto al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba. Estaba lejos entonces de los extremos colectivistas y dictatoriales que petrificarían a Cuba hasta ahora en una dictadura anacrónica y soldada contra todo asomo de libertad. Testimonio de ello es su discurso La historia me absolverá, leído ante el tribunal que lo juzgó por aquella intentona. Pero no menos grave fueron los efectos de la victoria de Castillo Armas para el resto de América Latina, y sobre toda Guatemala, donde, por varias décadas, proliferaron las guerrillas y el terrorismo y los gobiernos dictatoriales de militares que asesinaban, torturaban y saqueaban sus países, haciendo retroceder la opción democrática par medio siglo más. Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó por decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos, pues contribuyó a popularizar el mito de la revolución armada y el socialismo en toda América Latina. Jóvenes de por lo menos tres generaciones mataron y se hicieron matar por otro sueño imposible, más radical y trágico todavía que el de Jacobo Árbenz.” 

III de IV
Vale observar que en la portada de Tiempos recios se aprecia un detalle central de Dualidad (1964), mural de Rufino Tamayo, donde una especie de descomunal, mítica y pesadillesca serpiente emplumada pelea a muerte con una especie de descomunal jaguar. 
     
Dualidad (1964)
Mural de Rufino Tamayo
       No obstante, Gloriosa victoria, mural de Diego Rivera, datado el 7 de noviembre de 1954, hubiera sido muchísimo más idóneo y preciso para ilustrar los forros de la novela, dado que el epicentro y su narrativa están en consonancia con lo que minuciosamente se narra en la obra de Mario Vargas Llosa. 

       
Gloriosa victoria (1954)
Mural de Diego Rivera
        En el centro del mural, en medio de indígenas maniatados y derrumbados, torturados y masacrados (menores de edad entre ellos), John Foster Dulles, el secretario de Estado de los Estados Unidos de América, posa con sombrero y ropas de campaña y mira directa y desafiante a los ojos del espectador (que son los escrutadores ojos del planeta y de la historia); al unísono, con su manaza izquierda sostiene una bomba aérea encajada en territorio guatemalteco formando un charco de sangre, la cual, en su vertical superficie cóncava, tiene trazado el fantasmal y sonriente rostro del presidente norteamericano Dwight Eisenhower, anuente testigo (desde el cómodo de la Casa Blanca) del cruento e impositivo hecho; y con la manaza derecha estrecha la mano del coronel Carlos Castillo Armas, cabecilla visible de las tropas militares y mercenarias que el 18 de junio de 1954 iniciaron el ataque y la invasión de Guatemala, por tierra, mar y aire. El coronel Carlos Castillo Armas (alias Cara de Hacha) hace una servil reverencia al estrechar la manaza del secretario de Estado norteamericano (nótese el anillo de oro en la mano izquierda con que abanica y sostiene su quepis); mientras en el bolsillo izquierdo de su chaqueta asoma un fajo de dólares y en el cinto deja ver la amenazante cacha de una pistola. Vale subrayar, que esa vestimenta de paisano, con la camisa a cuadros y el arma, es idéntica o semejante a la que usó, según documentan algunas fotografías de la época que ahora se pueden localizar en la web.

El coronel Carlos Castillo Armas
       Según se lee en “Antes”, el preludio de la novela de Mario Vargas Llosa, los hermanos John Foster Dulles y Allen Dulles eran “miembros de la importante firma de abogados Sullivan & Cromwell de Nueva York”, y a través de los oficios de Edward L. Bernays convinieron “en ser apoderados de la empresa”; es decir, de la United Fruit Company, también “llamada la Frutera y apodada el Pulpo”. En este sentido, vale observar que colocado detrás del hombro derecho de John Foster Dulles, su hermano Allen Dulles, director de la CIA, le secretea algo al oído (algo que debe ser inmoral, deslenguado, nauseabundo y sanguinario); su manaza derecha, indicando posesión, agarra un silla en la que hay una penca de plátanos verdes embalados y listos para el transporte, y junto a éstos, se ve un costal repleto de semillas con el rótulo “MADE IN USA”; y en la bolsa de cuero que lleva terciada sobre la chaqueta y la cadera, asoman fajos de dólares y por ende se logra ver que con la manaza izquierda soborna y gratifica con billetes a los mandos y oficiales militares que se hallan detrás y sobre la cabeza de Castillo Armas (véase que el militar con gorra de plato es el coronel Elfego Monzón, jefe de la Junta Militar tras la dimisión del coronel Carlos Enrique Díaz de León, presidente provisional y efímero sucesor de Jacobo Árbenz); y al unísono, el par de soldados que están detrás de la espalda de Castillo Armas, con una servil y perruna inclinación y con las palmas hacia arriba en actitud de viles limosneros, reciben su correspondiente fajo de los dedos flamígeros del Carnicero de Grecia.

     
John Emil Peurifoy
Es decir, de John Emil Peurifoy, el embajador norteamericano en Guatemala que jugó un maquiavélico y corruptor papel en la conspiración para urdir y manipular el golpe militar contra el presidente Jacobo Árbenz; e incluso, y pese a su criterio y a sus objeciones, en la asunción presidencial del vulgar e inculto dictadorzuelo Carlos Castillo Armas, del que sin duda, por excrementicio y por lo que se lee en la novela, hubiera dicho de éste lo mismo que dijo Howard Hunt, agente de la CIA (becario Guggenheim en 1946 y consabido fontanero en el histórico Watergate que el 8 de agosto de 1974 suscitó la caída y la renuncia del presidente Richard Nixon), y participante en la “Operación Éxito (PBSuccess)” que defendió la candidatura del Cara de Hacha, a quien sus coterráneos en la Escuela Politécnica apodaban “Caca” (por Carlos Castillo): “Míster Caca es algo aindiado y, no se olviden, la gran mayoría de los guatemaltecos son indios. ¡Estarán felices con el!”  

     Detrás del grupo central se observan las hojas de una plantación de plátanos que se prolonga en lontananza hasta las faldas del Volcán de Fuego. En el ángulo superior, del lado izquierdo del mural (visto de frente), asoma la proa y el borde de un barco atracado; tiene estampada una bandera norteamericana y míseros y esclavizados indios cabizbajos cargan hacia él enormes y embaladas pencas de plátanos verdes (uno con el calzón desarrapado), lo cual indica que paralelas e interminables filas de indios en harapos, salidas de lo profundo de la infinita plantación, lo están rellenando de la fruta que las buenas conciencias norteamericanas disfrutarán y disfrutan en su placentero, sacrosanto y cómodo “hogar dulce hogar”, ya en el desayuno, en la cena, o de postre o de simple golosina, no sólo para los chiquillos rubios, mofletudos y regordetes. En el ángulo inferior izquierdo, a los pies de un soldado malencarado y armado con una pistola, una metralleta y un rifle, yacen los cadáveres de una pareja de indios: hombre y mujer; ella sin huipil; es decir, yace bocabajo sobre el cuerpo de él, con la espalda desnuda y la larga cabellera sobre la cabeza; tiene las manos atadas hacia atrás, y sobre sus glúteos, para denigrarla aún más, el soldado reposa la culata de su fusil. 
Visto de frente, en el fondo del cuadro, del lado derecho de la plantación de plátanos y del Volcán de Fuego, asoma la Catedral de Guatemala, y junto a ella, el Palacio Nacional. Y ya en el ángulo superior derecho, detrás de una celda enrejada y signada por la bandera de Guatemala, un grupo de prisioneros guatemaltecos (sin duda presos políticos) observa los trágicos y dramáticos sucesos provocados en su país por la cruenta invasión imperialista, militar y mercenaria. Debajo de la celda, hay un grupo de milicianos atrincherados tras una cerca de troncos; dos se ven desfallecientes y a punto de caer; y otros dos empuñan un machete en actitud guerrera y de combate; y junto a éstos, una miliciana de camisa roja empuña una metralleta y dirige su mirada hacia los ojos del jefe de la CIA. (Su rostro sereno es el rostro de la joven Rina Lazo, una de los Fridos; pintora comunista, guatemalteca de nacimiento y asistente de Diego Rivera, junto a Ana Teresa Ordiales Fierro, en la factura del presente mural, quien por petición del muralista pintó la susodicha bandera de su país.) Del otro lado de la cerca, hacia el frente del espectador, tres dolientes indígenas lloran frente a su muertos masacrados y tirados en la tierra: dos mujeres inclinadas y un niño que se cubre los ojos con los puños; en los cadáveres yacentes se observan indicios de tortura y detención forzada; y los bancos derribados aluden el violento estropicio de la invasión y el bombardeo. Y entre la barricada de milicianos, y el grupo de militares sobornados por los gringos, se enarbola la ominosa y detestable figura del arzobispo Mariano Rossell y Arellano, dizque bendiciendo, con la Biblia abierta y la señal de la Cruz, a los masacrados y vejados en sus derechos humanos más elementales y esenciales. 
El arzobispo Mariano Rossel y Arellano
y el coronel Carlos Castillo Armas
(Guatemala, 1954)
          Según cuenta la novela de Mario Vargas Llosa, el arzobispo Mariano Rossell y Arellano fue condecorado “por su apoyo a la revolución liberacionista”; es decir, al eufemístico Ejército Liberacionista, las sanguinarias tropas mercenarias, asesinas y militares que encabezó el coronel Carlos Castillo Armas, cuya premio mayor fue la presidencia de la República de Guatemala, a la que siempre aspiró con sus turbias y delincuenciales maquinaciones, apoyadas, financiadas y orquestadas por la CIA, la United Fruit Company y el gobierno de los Estados Unidos de América; negra y sucia maquinación en cuya propaganda, logística y entrenamiento también participaron y contribuyeron Juan Manuel Gálvez (presidente de Honduras), Anastasio Somoza (dictador de Nicaragua) y Leónidas Trujillo (dictador de República Dominicana). Y dado que en su hipócrita campaña católica (contra el supuesto comunista Jacobo Árbenz) el arzobispo Rossell se abanderó con el Cristo Negro de Esquipulas, para asombro del realismo mágico y de la historia, el Cristo Negro, una figura de bulto que en la realidad se resguarda en la Basílica de Esquipulas, fue proclamado “General del Ejército de la Liberación Nacional con los entorchados correspondientes”.


IV de IV
Quizá vale recordar que, si bien ahora en páginas de la web desde cualquier parte del globo terráqueo (desbastado y asediado por el terrible Covid-19, la depresión económica, la corrupción sistémica y el cambio climático) se puede observar y analizar la narrativa y el simbolismo del mural Gloriosa victoria, era (o es) bastante legendario, puesto que además de que se daba por perdido desde finales de los años 50 del siglo XX, en las biografías y en las iconografías de la obra mural de Diego Rivera por lo regular no se reproduce, ni se dice nada o casi nada sobre él. Por ejemplo, en Diego Rivera. Obra mural completa (Taschen, 2007), que es un pesado y grandote volumen (44.07 x 29.08 cm) con hojas desplegables y 674 páginas, sólo se lee una breve información en la “Cronología”, urdida entre los críticos, curadores e historiadores de arte Juan Rafael Coronel Rivera, Luis-Martín Lozano y María Estela Duarte. En este sentido, en lo que corresponde al año “1954”, se lee:
Imagen incluida en el libro de Raquel Tibol:
Frida Kahlo, una vida abierta (Oasis, 1983).

En el pie de foto consignó:

El viernes 2 de julio de 1954 más de diez mil personas desfilaron
desde la Plaza de Santo Domingo al Zócalo, pasando por la Alameda
Central, para protestar por la caída del gobierno democrático de
Jacobo Árbenz en Guatemala. Desde su silla de ruedas Frida se
unió al coro multitudinario que exigía:
¡Gringos asesinos, fuera de Guatemala!
      “El 13 de julio fallece la pintora Frida Kahlo, y sus restos son velados en el Palacio de Bellas Artes. [La sorpresiva colocación de la bandera comunista sobre el ataúd por uno de los Fridos, el esposo de Rina Lazo, suscitó el despido del director del INBA (Instituto Nacional de Bellas Artes).] El 25 de septiembre, Diego Rivera es finalmente readmitido en las filas del Partido Comunista Mexicano. A juzgar por las fotografías de la época, ese año comienza a trabajar en su estudio de Altavista [el hoy Museo Diego Rivera y Frida Kahlo], en San Ángel, una pintura de formato mural con tema político.

   
Diego Rivera, Juan O'Gorman y Frida Kahlo
(México, julio 2 de 1954)
       “Tras ser derrocado el gobierno del presidente guatemalteco Jacobo Árbenz, los intereses capitalistas de empresarios estadounidenses propiciaron la intervención militar en el país centroamericano, lo que resultó en el bombardeo a la ciudad de Guatemala. [En realidad la invasión militar y el bombardeo ocurrieron antes de la caída de Jacobo Árbenz.] Éste fue el tema que Rivera eligió para el encargo que le solicitó el Frente Nacional de Artes Plásticas de México, que deseaba integrar la obra en una exposición de arte mexicano a celebrarse en la República de Polonia. [Entonces bajo la dictatorial y totalitaria férula de la Unión Soviética.] Rivera resolvió la pintura a la manera de un mural trasportable de 2,60 x 4,50 m; lo tituló Gloriosa victoria y lo terminó el 7 de noviembre [de 1954]. En la composición pintó al coronel Castillo Armas en actitud sumisa frente al canciller de Estados Unidos, Fuster Dulles, y junto al embajador estadounidense en aquel país. El proyecto estuvo nuevamente involucrado en la polémica entre el artista y el personal de la embajada de Guatemala en México. Como Pesadilla de guerra [y sueño de paz (1950-1951)], el mural Gloriosa victoria se dio por perdido durante muchos años. En el año 2005, la entonces presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes de México, Sari Bermúdez, confirmó físicamente, tras varias gestiones, que el mural se encuentra en buenas condiciones en las bodegas del Museo Estatal de Bellas Artes A.S. Pushkin, en Moscú, desde 1958, como una donación del propio pintor. Durante la investigación de la obra mural de Diego Rivera, que se llevó a cabo en el Museo de Arte Moderno de México, en preparación a este libro, se descubrió una fotografía donde Diego Rivera está pintando en su estudio de Altavista, en San Ángel, a la modelo Lucía Retes en 1954; la fotografía también muestra una pintura de formato mural aún en proceso. Ahora sabemos que este proyecto [de] mural, nunca antes documentado, está pintado en la parte posterior, de la misma tela, en que Rivera ejecutó el mural de Gloriosa victoria; y por lo tanto también se encuentra en el Museo Estatal de Bellas Artes A.S. Pushkin, de Moscú. Todo parece indicar que esta composición inconclusa, con trazos de dibujo y pintura al óleo fue la primera propuesta iconográfica para el mural Gloriosa victoria, la cual se advierte con mayor dinamismo y marcados puntos de fuga en el manejo del espacio, así como el uso de una retórica gestual más violenta, que la versión final que el muralista terminó.”
    Cabe preguntarse, no obstante, si esa presunta donación al Museo Pushkin, datada por los críticos en “1958”, no es una fecha errada, pues si bien Diego Rivera, en compañía de Emma Hurtado, su cuarta y última esposa desde el “29 de julio de 1955”, en el mes siguiente viajó a Moscú para someterse a un tratamiento médico por el cáncer que padecía en los testículos y sólo regresó a México hasta el “4 de abril de 1956”, murió en su casa de San Ángel el 27 de noviembre de 1957. ¿O acaso fue una donación post mortem? ¿O lo donó durante su última estancia en la Unión Soviética?
   
Diego convaleciente con su esposa Emma Hurtado
(Moscú, invierno 1955-1956)
       Pero el caso es que Gloriosa victoria, título que con las imágenes cuestiona y pone en entredicho la cínica y envilecida declaración de John Foster Dulles tras el triunfo de la invasión mercenaria, sólo se exhibió en México por primera vez hasta el 27 de septiembre de 2007, día de la inauguración de la muestra “Diego Rivera, Epopeya Mural”, montada en el Museo del Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, en cuya curaduría participó el citado Juan Rafael Coronel Rivera, nieto del muralista, e hijo del pintor Rafael Coronel y de la arquitecta Ruth Rivera Marín, una de las dos hijas que Diego Rivera tuvo con la celebérrima y legendaria Lupe Marín.

Diego Rivera retratando a su hija Ruth (San Ángel, 1948)



Mario Vargas Llosa, Tiempos recios. Narrativa Hispánica, Alfaguara. Primera edición mexicana. México, octubre de 2019. 360 pp.