Memoria de una piedra sepultada entre ortigas
I de IV
En “marzo de 2013” se imprimió en México la segunda edición de Misión Olvido, la segunda novela de la escritora española María Dueñas (Puertollano, Ciudad Real, 1964) editada por el consorcio Planeta en Temas de Hoy, cuyas ediciones príncipes en España y en México datan de “septiembre de 2012”. Dividida en 45 capítulos (más los postreros “Agradecimientos”), Misión Olvido apareció bajo la impronta del globalizado boom de su primer best seller, de ahí que en el faldón de la portada se lea: “Vuelve la autora de EL TIEMPO ENTRE COSTURAS”.(Temas de Hoy, 2013) |
Allá cuelga mi vestido (1933) Óleo y collage sobre masonite de Frida Kahlo |
Intercalada en el decurso central de la obra, que va de septiembre a diciembre de 1999 sobre todo en Santa Cecilia, la vertiente narrativa que le corresponde al profesor Andrés Fontana bosqueja aspectos de su biografía, desde sus pobrísimos orígenes en un pueblo en el sur de La Mancha, donde era hijo de incultos padres casi analfabetos: él minero, violento, machista, torpe y alcohólico, y ella sirvienta en la ricachona casa de doña Manuelita —su proveedora de libros infantiles y juveniles, quien post mortem financió a cuentagotas, entre 1930 y 1935, sus estudios medios en el Instituto Cardenal Cisneros y los superiores en la Universidad Central de Madrid—, hasta los episodios en que como profesor de la Universidad de Pittsburg, orienta y promueve a su joven y atareado alumno Daniel Carter, primero para que obtenga una beca que le permita terminar sus cursos sin la imperiosa necesidad de trabajar para sobrevivir, y luego para que, con la beca Fulbright, que él le propone, a fines del verano de 1958 viaje a Madrid y explore en territorio español la ruta biográfica, geográfica y narrativa de la vida y obra de Ramón J. Sender, escritor prohibido y condenado por la dictadura franquista, con vías a realizar, al regreso y bajo su tutoría, su tesis doctoral sobre éste. De ahí que el profesor Fontana, que nunca retornó a la mojigata y represiva España de Franco, sentencie a la torera: “¡A ver cómo nos las arreglamos para envainársela a todos sin que se enteren!”
Retrato de Ramón J. Sender (2015) Óleo de Alejandro Cabeza |
Esto es así porque en contraste con su impecable imagen conservadora, rígida y reaccionaria, oculto en su “profesión de medievalista”, Domingo Cabeza de Vaca preserva recuerdos, aprecio y reconocimiento a su antiguo condiscípulo Andrés Fontana, a quien no ve desde 1935. Y como recién ha tenido contacto con él por carta, le dice, luego de sondearlo fingiendo ser un intransigente déspota del establishment: “me he comprometido con Andrés Fontana no solo a actuar como su supervisor nominal para cumplir con los requisitos formales de su beca, señor Carter, sino también a ayudarle verdaderamente en todo lo que esté en mi mano.” En este sentido, además de sincerarse con el joven gringo y de revelarle infaustos detalles de su vida durante la Guerra Civil (“La guerra me arrebató a mi novia, dos hermanos y una pierna”), de su postura de entonces, de su elección académica y de su actual ideario, para que Carter realice su pesquisa sobre la vida y obra del proscrito Ramón J. Sender, y al unísono para burlar la censura franquista, lo apunta en dos clases que él imparte y por ello le dice:
“Para que cubramos todos los requisitos académicos, le vamos a matricular en dos materias. Una será Paleografía visigoda, con especial atención al Comentario al Apocalipsis de Beato de Liébana. La imparto los lunes, martes y miércoles a las ocho de la mañana. La otra, Análisis comparativo de las Glosas Silenses y Emilianenses. Jueves y viernes, de siete y media a nueve de la noche.” Y ante los balbuceos e incipientes reparos de Carter en su torpe español, quien ya se ve encadenado a la yunta, añade: “Aunque quedará dispensado de asistir a las clases de ambas materias sin menoscabo de obtener en ellas la calificación de sobresaliente si le tengo aquí de vuelta el mes que viene y me cuenta qué tal le ha ido allá por el Alto Aragón.” Es decir, el profesor Cabeza de Vaca le da ala ancha para que vaya y venga por España sin reparos de su parte. Y con su retorcido y mordaz colmillo, para que comprenda y se sumerja con antelación en la provinciana españolidad que campea en los lares y recodos del franquismo, y como si se tratase de un irrebatible y veraz documento sociológico, le recomienda que vea Bienvenido, Míster Marshall, la satírica, paródica y cómica película dirigida por Luis García Berlanga:
“La estrenaron hace unos años, en el 53, si no recuerdo mal. Es divertida y amarga a la vez, desoladora en el fondo. Véala si tiene ocasión y reflexione después. Intente no hacer usted lo mismo que sus compatriotas en el film. Respete a este pueblo, muchacho. No pase por delante de nosotros sin pararse a entender quiénes somos. No se quede en la anécdota, no nos juzgue con simpleza. Confiamos en usted, Daniel Carter. No nos decepcione.”
Pero el meollo de tal vertiente narrativa y de esa pintoresca estancia en la España franquista de fines de los años 50, no radica en lo que Daniel Carter vive en Madrid (apapachado y alimentado por la misma porteara que otrora le diera cobijo al adolescente y joven Andrés Fontana), ni en lo que, camuflado en un gringo papamoscas, descubre o no descubre en torno a la vida y obra de Ramón J. Sender, ni en los protocolarios reportes mensuales que le debe presentar a su tutor y padrino para seguir gozando en España la sustanciosa beca Fulbright, burlando, al unísono, la censura franquista, sino en el enamoramiento que lo sorprende y agobia en el puerto de Cartagena. Si en la vertiente narrativa que le corresponde al niño, adolescente y joven Andrés Fontana descuella el probado talento de María Dueñas para narrar las patéticas peculiaridades de la miseria y del rezago en la España de las primeras décadas del siglo XX, en la vertiente que le corresponde a Daniel Carter, aunada a ello, destaca su probada virtud para lo jocoso, paródico y risible. Habría que relatar, por ejemplo, las anécdotas de Daniel Carter, ya en Cartagena, en torno al chusco recepcionista del “hostal de la calle del Duque”, un absorto, alucinado y voraz lector de las populares novelas de vaqueros de Marcial Lafuente Estefanía. Misión Olvido (Temas de Hoy, 2013) Tercera de forros (detalle) |
La novia que se espanta de ver la vida abierta (1943) Óleo sobre tela de Frida Kahlo |
Te quiero pura, libre
irreductible: tú.
Sé que cuando te llame
entre todas las gentes del mundo,
sólo tú serás tú.
[...]
Pero el culmen del divertimento y de la hilaridad a quijada batiente de ese cómico episodio se sucede al final del guateque con que se induce, engatusa y concerta el infalible bodorrio. Léase, para ejemplificar, el siguiente pasaje, tomando en cuenta la baja estatura del promedio de los españoles y que Daniel Carter mide más de un metro ochenta:
“[El sargento Ricardo] Nieves localizó a los Carranza con una mirada presurosa. Se habían desplazado a una esquina, incómodos, descompuestos, sin saber qué hacer. Daniel, entretanto, continuaba en el centro del salón, flanqueado por los anfitriones [los Harris] mientras sostenía entre las manos el vaso vacío de un gin-tonic que acababa de beberse en tres tragos, disimulando con clase y empaque su estupor ante los halagos desorbitados que sobre su persona, raigambre y formidables perspectivas profesionales Loretta pregonaba a voz en grito en un español cada vez más pastoso.
“El sargento fronterizo [Ricardo Nieves] supo entonces que había que actuar. Inmediatamente. El farmacéutico [Carraza] y su mujer [Marichu] estaban tan desconcertados que habían perdido cualquier capacidad de reacción. Tenía que ayudarles, pero no había tiempo para sutilezas y ni subterfugios. Circunvaló por eso la estancia con pasos raudos y se colocó a la espalda de la pareja sin que percibieran su presencia. Se aproximó entonces a ellos con sigilo, hasta que su cara quedó justo entre la oreja de ella y la izquierda de él. Y tras sacarse su sempiterno Farias de entre los dientes, despachó su mensaje:
“—O se acercan al grupo de los Harris, o al gringo lo trinca la mujer del registrador para su hija Marité y la niña de ustedes se queda para vestir santos. Ándele nomás.
“Ni el pinchazo de una navaja habría espoleado a Marichu Carranza con mayor eficacia. Todavía se estaba el boticario preguntando de dónde diantres había salido aquel tipo en uniforme de la U.S. Navy que hablaba el español como Cantinflas, cuando su mujer ya lo había agarrado del brazo y lo arrastraba hacia el grupo donde el rostro de Daniel destacaba por encima de las demás cabezas.
“Del resto, una vez más, se encargó Loretta.
La conga de Jalisco |
La conga de Jalisco |
II de IV
Ese episodio de manipulación, espionaje y persuasión gringa en Cartagena da visos de que la picaresca y el padrinazgo no son cotos exclusivos del arquetipo del español, pues obviamente ese grupo de norteamericanos usaron recursos pecuniarios e infraestructura militar (y al parecer de inteligencia) para apadrinar y beneficiar a un compatriota en un efímero dilema personal sin trascendencia táctica ni logística y al unísono para regocijarse y divertirse por la libre. Y, curiosamente, la picaresca, el padrinazgo, y el poder de la influencia y de la persuasión, pese a que no son temas nodales de la obra, reptan con notoria sinuosidad por las páginas de esta novela de María Dueñas.María Dueñas |
Cathedral de Pittsburg |
Según la omnisciente voz narrativa, “A pesar de que Fontana les había hablado de lo que significaba el exilio al hilo del verso de Machado [Estos días azules y este sol de la infancia], Daniel apenas sabía nada por entonces de los numerosos catedráticos y ayudantes de la universidad española que dos décadas antes hubieron de emprender aquel amargo camino. Algunos se había marchado durante la contienda, otros lo hicieron a su término al ser destituidos de sus cargos. La mayor parte inició un periplo por la América Central y del Sur vagando de un país a otro hasta encontrar asiento permanente; un puñado de ellos se acabó estableciendo en los Estados Unidos. Hubo también quien regresó a España y se acomodó buenamente como pudo a los preceptos intransigentes del régimen. Hubo quien regresó y se mantuvo firme en sus principios a pesar de la crudeza de las represalias. Y hubo además quien nunca se fue y vivió un exilio interno, amargo, mudo [como es el caso del profesor Cabeza de Vaca]. La nómina de la diáspora intelectual fue bien nutrida y con algunos de ellos habría de reunirse Andrés Fontana tan solo unos días después.” Entre ellos vacas sagradas, como Américo Castro y Vicente Llorens. Vale observar, no obstante, el lapsus en que incurre la omnisciente voz narrativa en ese breve recuento, pues el omitido México, que no es “América Central”, no sólo fue un lugar directo y recurrente del exilio español ante la cruenta Guerra Civil y la represiva dictadura de Franco, sino que nutrió e incidió en el decurso y desarrollo de distintos ámbitos de la cultura mexicana del siglo XX, entre ellos: la educación básica, la academia universitaria, la ciencia, el arte y la producción editorial.
Arribo del Sinaia al puerto de Veracruz Junio 13 de 1939 Fondo Hermanos Mayo |
Pero esa noche de sábado esto aún es incierto: “tenía que doblar turno” para compensar a los obreros que lo han sustituido. De modo que con su instinto para la picaresca, con una sarta de mentiras y algunos dólares improvisa un caricaturesco número (quizá inverosímil) que lo saca del apuro. Es decir, lleva a los tres hispanistas a la fábrica Heinz; con mucha cháchara engaña al tontorrón vigilante diciéndole que se trata de “tres representantes europeos del sector agroalimentario” “en visita comercial a la mítica casa Heinz”.
Y como si los hispanistas fueran marcianos de tres ojos recién salidos de un platillo volador o zombis estrábicos con el botón en el ombligo, les da la bienvenida al “alma de América”, a “la esencia de la vida americana”, que no es otra cosa que “¡La hamburguesa, por supuesto!”, cuya “clave”, según les canturrea, no es la carne ni en el pan ni la lechuga ni la cebolla, sino que “La clave, señores, ¡es el kétchup! ¿Y dónde está el secreto del kétchup, el corazón del kétchup? ¡En Heinz!”.
Así que a uno de los hispanistas le rebuzna a grito pelado: “¡Pruebe, pruebe la gloria de América, profesor!”, e “insistió obligándole a meter la mano en el depósito.” Y en medio de ese picaresco cantinfleo, además de parlotearles del maravilloso funcionamiento de la maquinaria que él desconoce, les presenta a tres jóvenes obreras (quizá con tentadores cuerpos de pecado) que ya “Iban vestidas de calle, con los labios pintados, el uniforme recién quitado guardado en el bolso y el abrigo [de] cada una de un color”: “Señores, les presento a mis amigas Ruth-Ann, Gina y Mary-Lou. Las mujeres más hermosas de todo el South Side. Las empacadoras de latas de sopa más rápidas de toda la industria manufacturera mundial. Chicas, estáis ante tres hombres sabios.” Y mientras a la rubia le entrega “disimuladamente las llaves del coche de Fontana”, les ofrece “Cinco pavos para cada una si los entretenéis durante tres horas”, “Y el jueves por la tarde, os invito al cine.” Pero Mary-Lu replica que “Seis por cabeza”, “Y después del cine, a cenar.” Y Daniel Carter acepta sin “tiempo para calcular que en ello se le iba a ir el salario de una semana entera.” Así que les anuncia a los tres hispanistas, ya enfundado en su mono de obrero:
“—Mis queridos profesores, estas encantadoras señoritas ansían continuar enseñándoles las instalaciones de nuestra magnífica empresa. Y, después, se ofrecen a llevarlos a bailar. No encontrarán mejor compañía en toda la ciudad, se los aseguro. Aunque me temo que yo estaría de sobra entre ustedes, así que, si me lo permiten les voy a ir dejando.
“Atónitos quedaron los hispanistas al verle salir corriendo como un loco por el pasillo del almacén. Pero las chicas, con su gracia proletaria y el desparpajo de su juventud, entre latas de alubias, cócteles y pasos de chachachá, se ocuparon de que se olvidaran pronto de él. Para siempre recordaría el trío de profesores aquel viaje a Pittsburg como un encuentro académico sin parangón.”
III de IV
El caso es que durante septiembre y diciembre de 1999 en que la doctora Blanca Perea, auspiciada por la beca de la FACMAF, ha estado ordenando y clasificando el legado del profesor Andrés Fontana, precisamente en su cubículo del Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Santa Cecilia, casi a punto de concluir, cuando en la última etapa de los años 60 observa que el profesor abandonó los temas literarios y se ocupó de pesquisas que tenían que ver con el otrora Camino Real, es decir, con la cadena de 21 misiones católicas que los franciscanos “fundaron a lo largo de toda California”, sin buscarlo ni preverlo, de pronto descubre que detrás de las siglas de la FACMAF hay una farsa, un picaresco engaño de Mago de Oz, una maquinación montada y operada tras bambalinas por el hispanista Daniel Carter. En el pueblito de San Cecilia, donde la plaza central tiene un “aire de poblachón español” y por default los encuentros no son tan casuales, Blanca Perea conoce a Daniel Carter en Meli’s Market, una tiendecilla ecológica, donde, patrocinada por Greenpeace, posaría Greta Thunberg para defender la zona verde Los Pinitos y al unísono para que la vieran y oyeran los todopoderosos de la cumbre de Davos y de Wall Street, y todas las alharaquientas tribus de las catacumbas de la aldea global preocupadas por el cambio climático y la preservación y el cuidado de los ecosistemas del planeta.
Greta Thunberg |
El doctor Luis Zárate, el atildado cuarentón que dirige el Departamento de Lenguas Modernas, invita a la doctora Blanca Perea a que imparta un curso abierto e informal de extensión universitaria sobre “aspectos de la España actual”, que se anuncia con el rótulo de Español avanzado a través de la España contemporánea (“un seminario de cuatro horas semanales a lo largo de ocho semanas”). Esto lo acuerda; pero declina participar en el panel sobre “el mes de la Hispanidad” que, le dice, en EU se celebra cada año “entre el 15 de septiembre y el 15 de octubre”. No obstante, asiste al repleto salón de actos donde se efectúa el coloquio. Y entre los variopintos ponentes ella ve a Zárate y a Carter que luego sostienen una falsa y hueca polémica que evidencia una rivalidad y antipatía personal que parece divertir a Carter.
Viene a cuento esto porque en una cena que Luis Zárate tiene con Blanca en Los Olivos, entre la resentida y envilecida cháchara contra Daniel Carter, además de detalles sobre el perfil académico de éste que ella desconocía, le chismorrea que “A finales del curso pasado”, Carter lo llamó desde Santa Bárbara y luego lo visitó en su oficina para convencerlo de que el departamento que él dirige “interviniera activamente en el asunto [de Los Pinitos] con todos sus recursos”.
Es decir, Los Pinitos es una zona verde de Santa Cecilia, de propiedad incierta desde el siglo XIX (no hay documentos que certifiquen al propietario), donde los lugareños y alumnos de la universidad suelen hacer paseos a sus anchas, excursiones y picnics, y donde ahora, las autoridades, en connivencia con una poderoso consorcio, pretenden erigir un centro comercial con juegos tragamonedas para toda la tipificada, masificada y cosificada familia consumista, y el lapso para recurrir tal proyecto vence el 22 de diciembre de 1999. Y ante la inminente destrucción de Los Pinitos (y de esto ella ha tenido noticia a través de anuncios y pancartas clavadas en lugar, del periódico universitario, de carteles en los pasillos, de la TV local y del Santa Cecilia Chronicle) se opone una ruidosa plataforma ciudadana en la que participan alumnos y maestros universitarios, pero no Luis Zárate. Y por ello, pero sobre todo por la hostilidad contra Daniel Carter, además de afirmarle a Blanca que ignora a qué “recursos” se refería, le dice: “No lo sé, no le di opción a que me lo explicara. No sé si pretendía que todos los profesores firmáramos un manifiesto, o que movilizáramos a nuestros estudiantes, o que realizáramos donaciones para la causa... Me negué a seguir escuchándole antes de que entrara en detalles. Aquel asunto entonces me resultaba indiferente en la misma medida en que me resulta hoy. Pero no podía consentir que alguien totalmente desvinculado ya de esta universidad, por muy célebre que sea fuera de ella, viniera a coaccionarme. A decime lo que yo tengo o no que hacer en mi trabajo y las medidas que debo tomar en según qué cuestiones tan ajenas a nuestras competencias.”
Esa diatriba y perorata da pie a que Blanca Perea confirme en una computadora de la biblioteca, y en los estantes, el largo currículum bibliográfico del doctor Daniel Carter: “Aquello era el trabajo de un académico de enorme solvencia”, dice casi boquiabierta, “no el quehacer de un simple profesor aburrido sin más obligaciones que acompañar a una colega recién aterrizada a visitar misiones franciscanas y a beber cerveza en un pub irlandés” (en Sonoma). Y toda esa información la incita a unir cabos en torno al paulatino acercamiento hacia ella por parte del célebre hispanista y en torno a lo que le ha venido aconteciendo alrededor de su trabajo de ordenar y clasificar el legado del oscuro profesor Andrés Fontana; que sólo le empezó a interesar a partir de una foto del “verano del 68 en el Cabo San Lucas, en la Baja California”, en la que lo ve posar con los Carter y los Cullen, jóvenes parejas con facha de pacifistas jipis de los años 60 y por ende en el Festival de Woodstock. Es decir, por un lado se topó con que a los documentos de Fontana les falta la última parte referente a las 21 misiones franciscanas del Camino Real. Por el otro, interpreta el acercamiento de Carter, con visos amistosos y afectivos, como una manera de inducirla y manipularla. Por ejemplo, parecía estar de paso en Santa Cecilia, pero luego de conocerla renta un departamento para “quedarse más tiempo del que tenía planeado”.
Y tras conversar con él en el Selma’s Café —donde se oía una rolita de Déjà vu (1970), el emblemático elepé de Crosby, Stills, Nash & Young—, antes de introducirla en la manifestación en pro de la preservación de Los Pinitos que pasa por allí con una estridencia precedida por “El chico de las rastas y el bombo, como un flautista de Hamelín alternativo”, y de reiterarle que en ese lugar solía pasear Fontana, le comparte el número de su celular y el de su casa en Santa Cecilia. El día de su 45 aniversario le regala una ilustrativa historia de California que le brinda luz sobre las misiones franciscanas. Sin que ella se lo haya dicho, sabe que estudió en la Complutense. Y así como si nada le inocula el gusanillo de la curiosidad; es decir, le pregunta si entre los papeles de Fontana ha “encontrado alguna referencia a una supuesta misión Olvido”. Y luego la lleva en su Volvo a que visite los vestigios de la minúscula misión de Sonoma y a beber cerveza en el pub irlandés. En este sentido, ante el extraño hecho de que Carter no le quiso revelar el nombre de la mujer que murió en el mismo accidente automovilístico en que falleció Andrés Fontana el 17 de mayo de 1969 (manejaba su viejo Oldsmobile y llovía), una sospecha la mueve a ir a la hemeroteca de la universidad, donde el microfilm del Santa Cecilia Chronicle le desvela el secreto mejor guardado: Aurora Carter, de 32 años, esposa del profesor Daniel Carter, murió junto al profesor Andrés Fontana, quien tenía 56 años. En medio de la constatación y del nervioso desconcierto, teclea un mensaje electrónico a la secretaria que la auxilió en Madrid pidiéndole información sobre la FACMAF. Y esa secretaria en medio de su respuesta le dice: “he rescatado de la papelera el mensaje con el núm de tel de la persona de la FACMAF con la que entonces contacté, un tío muy enrollado que hablaba perfecto español.” Según narra Blanca Perea a continuación:
Y tras conversar con él en el Selma’s Café —donde se oía una rolita de Déjà vu (1970), el emblemático elepé de Crosby, Stills, Nash & Young—, antes de introducirla en la manifestación en pro de la preservación de Los Pinitos que pasa por allí con una estridencia precedida por “El chico de las rastas y el bombo, como un flautista de Hamelín alternativo”, y de reiterarle que en ese lugar solía pasear Fontana, le comparte el número de su celular y el de su casa en Santa Cecilia. El día de su 45 aniversario le regala una ilustrativa historia de California que le brinda luz sobre las misiones franciscanas. Sin que ella se lo haya dicho, sabe que estudió en la Complutense. Y así como si nada le inocula el gusanillo de la curiosidad; es decir, le pregunta si entre los papeles de Fontana ha “encontrado alguna referencia a una supuesta misión Olvido”. Y luego la lleva en su Volvo a que visite los vestigios de la minúscula misión de Sonoma y a beber cerveza en el pub irlandés. En este sentido, ante el extraño hecho de que Carter no le quiso revelar el nombre de la mujer que murió en el mismo accidente automovilístico en que falleció Andrés Fontana el 17 de mayo de 1969 (manejaba su viejo Oldsmobile y llovía), una sospecha la mueve a ir a la hemeroteca de la universidad, donde el microfilm del Santa Cecilia Chronicle le desvela el secreto mejor guardado: Aurora Carter, de 32 años, esposa del profesor Daniel Carter, murió junto al profesor Andrés Fontana, quien tenía 56 años. En medio de la constatación y del nervioso desconcierto, teclea un mensaje electrónico a la secretaria que la auxilió en Madrid pidiéndole información sobre la FACMAF. Y esa secretaria en medio de su respuesta le dice: “he rescatado de la papelera el mensaje con el núm de tel de la persona de la FACMAF con la que entonces contacté, un tío muy enrollado que hablaba perfecto español.” Según narra Blanca Perea a continuación:
“Aspiré con ansia una bocanada de oxígeno, levanté el auricular de mi viejo teléfono [la antigualla del cubículo] y marqué el número con el que Rosalía concluía su mensaje. Tal como me temía, al quinto tono saltó una voz grabada. Primero habló en su lengua. Después en la mía. Breve, rápido y conciso. Para qué más.
“Este es el contestador automático del doctor Daniel Carter, departamento de Español y Portugués de la Universidad de California, Santa Bárbara. En estos momentos me encuentro ausente por motivos profesionales. Para dejar su recado, contacte con secretaría, por favor.”
Esto provoca un airado reclamo contra Daniel Carter por parte de Blanca Perea; y él, para apaciguar y conciliar las turbulentas aguas, le da mil y una explicaciones positivas y persuasivas, pero parciales, entre las que sobresale el hecho de que, para burlar la susodicha negativa de Luis Zárate y al unísono vincular desde el anonimato al Departamento de Lenguas Modernas de la Universidad de Santa Cecilia en la defensa de Los Pinitos, tuvo (como experimentado pícaro y titiritero) que inventar la supuesta e inexistente Fundación de Acción Científica para Manuscritos Académicos Filológicos, cuyas siglas: FACMAF, en realidad son un tributo a los fallecidos el mismo día, pues significan: Fondo Aurora Carter para la Memoria de Andrés Fontana, cuyo capital, que ha subvencionado la beca de Blanca Perea, según le dice, proviene de la mitad de los ahorros del profesor Fontana heredados a Aurora, y que al morir ella le correspondieron a él; pero, dice, nunca tocó el dinero hasta ahora y para tal subterfugio y cometido.
El caso es que en tal discusión, con puntos aún oscuros para Blanca, incide la sorpresiva cita que a ambos les hace Darla, la madre de Fanny Stern, una anciana setentona en silla de ruedas, de repulsivo carácter y aspecto y aguda y sarcástica lengua viperina. Aquí vale advertir que Darla Stern, además de que fuera la secretaria del Departamento en los tiempos en que Fontana lo dirigía, era su íntima asistente y amante, y que él le tenía mucho cariño a la niña Fanny, pese al congénito retraso mental que la distingue (“torponcita”, la tilda Blanca Perea), y que además del aprecio, de los regalos, golosinas y paseos que de chiquilla le brindó el profesor, le dejó como herencia (según el testimonio de Carter) la otra mitad de su dinero, que al parecer se agotó, pues la cita que les hace Darla en su pobretón y sucio domicilio obedece al inminente regreso a España de Blanca Perea (se va en unos días: el 22 de diciembre), aunado al hecho de que al legado de Fontana le faltan los últimos documentos, los cuales ella conservó durante 30 años en cochambrosas cajas, y Darla se los ofrece en venta a Carter por un sustancioso precio: la cantidad que le permita adquirir “un apartamento de dos habitaciones en un complejo residencial para personas con necesidades especiales” (padece artrosis y a su ingenua hija, por lo visto, no le funciona del todo la sesera).
Vale resumir que en la revisión y ordenamiento de los documentos, objetos y papeles que estaban en las cajas compradas a Darla Stern, labor que hacen Carter y Blanca a toda prisa bajo la batuta de ésta, los apremia el corto tiempo por dos cosas que se sucederán (y suceden) el mismo día 22 de diciembre de 1999: el fin del lapso para recurrir el proyecto comercial en Los Pinitos y el retorno de ella a España (su vuelo está programado a las seis de la tarde en el aeropuerto de San Francisco). Así que lo relevante contra el tiempo es hallar una prueba fehaciente que impida la destrucción de esa entrañable zona verde, pues las excavadoras ya están allí en espera del arranque y estudiantes y maestros han acampado para impedirlo. Y en los previos momentos que anteceden al fin del lapso para recurrir, llega la policía dispuesta a desalojar y a cargar contra lo que se les ponga enfrente.
Puesto que la revisión documental la inician en el departamento de Daniel Carter, Luis Zárate va allí a exigirles la entrega de las cajas, que reclama como propiedad de la Universidad de Santa Cecilia. Y muy airado y con mucha malaleche los amenaza con varios reportes y chivatazos que dañarían su trayectoria y prestigio académico. Así que Daniel Carter, a modo de contraataque, saca a relucir la ardiente espina que subyace en la rivalidad y en esa perentoria exigencia: “Hace casi ocho años”, en “marzo de 1992”, el doctor Luis Zárate quiso ocupar un puesto en “Mountview University”, pero el dictamen negativo de Carter se lo impidió. Para hacerse oír entre los gritos y amenazas de los doctores, y para más o menos apaciguar a las fieras y aplicarles un bozal en un santiamén, la doctora quiebra una botella de cerveza “contra el quicio de una puerta”. Y entre lo que alega para que Zárate les dé un margen para trabajar, queda claro que de darse a conocer la inexistencia de la FACMAF, él también resultaría cuestionado, puesto que como director del Departamento de Lenguas Modernas, no verificó y dio consentimiento y luz verde al fraude.
Sólo restan tres días para la ida de la doctora “y para el fin del plazo contra el proyecto de Los Pinitos”, cuando, por el acuerdo con Luis Zárate, la revisión del contenido de las cajas se traslada a la casa de Rebecca Cullen (dizque “territorio neutral”), donde Blanca ve, con sus reduccionistas, petulantes y peyorativos prejuicios, “un gran cuadro” que le recuerda “la estética naif de Frida Kahlo”.
Pero la delirante y exhaustiva tarea parece indicar que no hay ningún documento que detenga a las excavadoras. No obstante, se presentan dos hechos que sí logran detenerlas. Por un lado, Blanca halla un sobre cerrado procedente de la Misión de Santa Bárbara, en cuyo interior hay dos textos manuscritos. Uno es una carta, fechada el “15 de mayo de 1969”, escrita por un fraile franciscano y dirigida al profesor Fontana, que da cuenta de la reciente visita que hizo éste al archivo junto a la “amable señora española que lo acompañaba” (o sea: Aurora Carter), donde le dice que al revisar los anaqueles un “simple pedazo de carta” “pasó al parecer por ustedes desapercibido, el cual, al no poder ser catalogado por carecer de datos suficientes, le hago llegar como mera curiosidad y testimonio de mi personal reconocimiento a su gran interés por la historia de nuestras queridas misiones.”
Vale subrayar que tal carta, en la presente novela de María Dueñas, figura completa e impresa con letra manuscrita; misiva que el profesor Fontana nunca leyó, puesto que además de que el sobre estaba cerrado, murió, junto con Aurora Carter, dos días después de haber sido fechada y escrita. Y tampoco leyó la hostia y carozo de la mazorca: el “pedazo de carta” que el franciscano le remitió, el cual da indicios de que el profesor no andaba desencaminado en su hipótesis de que, allí en Los Pinitos, hubo una “última misión franciscana del legendario Camino Real. La nunca catalogada, la que hacía el número veintidós: la más frágil y efímera, esa que Andrés Fontana, con fundamento o sin él, dio en llamar misión Olvido.” El venadito (1946) Óleo sobre masinote de Frida Kahlo |
Ese fragmento de carta manuscrita, que también figura completo, fue redactado por el fraile franciscano José Altimira con una letra tan diminuta que hay que leerlo con la lupa de Sherlock Holmes. Allí reporta que un grupo de indios, armados con “macanas y arcos con flechas”, destruyeron la “modesta construcción” y asesinaron a “siete neófitos” (o sea: a siete indios conversos que in illo tempore renegaron de su etnia, de su nombre indígena, de su ancestral identidad y cosmogonía, y se doblegaron y postraron a un dogma invasivo, destructor, conquistador y trasatlántico), “habiendo sido todos ellos enterrados entre pinos en la tierra basamentada de nuestra humilde misión bajo simples lozas grabadas con una cruz del Señor y las iniciales de su nombre cristiano y el año 1827 de su fatalidad.”
Y ese trozo de carta se torna en el documento que detiene a las excavadoras cuando en Los Pinitos, de un modo imprevisto, aparecen los vestigios de ese “minúsculo cementerio de la misión”; las piedras “grabadas con torpeza”: las iniciales, la cruz y el año “1827”.
Así que ya “pasadas las once y media de la mañana”, Daniel Carter, Blanca Perea y el coaccionado e inducido Luis Zárate ya están en Los Pinitos para efectuar el público y mediático anuncio ante “las cámaras de la televisión local” y los miembros de la plataforma: estudiantes, maestros y lugareños que se hallan congregados allí para impedir el paso de las excavadoras (“Todos llevaban sobre sus ropas las camisetas naranjas reivindicativas”). El trío dinámico acuerda que sea ella la portavoz que exponga en español y que Zárate traduzca al inglés. Y en el meollo de su discurso argumenta:
María Dueñas |
IV de IV
En el citado faldón de la portada de Misión Olvido también se lee la siguiente frase en letra manuscrita: La mejor historia está siempre por vivir. Quizá. Porque rumbo al aeropuerto de San Francisco, Blanca Perea y Daniel Carter, quien la lleva en su Volvo, inician el preludio de un vínculo amoroso que parece prometedor. Pero tal vez no sea así. ¿Cómo saberlo? Y todo resulte incierto, vaporoso y evanescente, tal y como quizá ocurra con la defensa de Los Pinitos, pues en el país de la Coca-Cola y de las hamburguesas envueltas en plástico, de Disneylandia, de los casinos de Las Vegas, de la Segunda Enmienda, de la industria de las armas y su contrabando territorial y extraterritorial, del alto consumo de drogas y alcohol, de Wall Street y los grandes centros comerciales sin dilemas éticos ante la contaminación y el impacto ambiental y sociocultural, apenas está por iniciar “el complejísimo entramado jurídico que arrancaría una vez se presentara el recurso” antes de las dos de la tarde de ese día.Pero lo que resulta curioso es el hecho de que Blanca Perea, que tanto cuestionó la manipulación de Daniel Carter, también manipula e incurre en cierta picaresca. En alguna de las cajas que Daniel Carter le compró a Darla Stern hallan una cruz que, por lógica y por muy rústica e inútil que sea, forma parte del legado de Fontana, de sus objetos personales, puesto que luego de la revisión, el contenido de las cajas pasó al resguardo que obra en la Universidad de Santa Cecilia. Se trata de “Una humilde cruz de madera, apenas dos palos mal atados con un cordel hecho hilachos.” Primero ella y Carter la usan a modo de talismán o vigilante y protector fetiche de su pesquisa. Y luego ella se la queda. Y como si ofreciera un souvenir se la regala al mentado de Luis Zárate, a quien Los Pinitos y el legado de Fontana le importan un vil comino hundiéndose en el excusado; es decir, como si esa cruz fuera una baratija, un yoyo o la olvidada resortera de un chamaco que disfrazado de apache masacraba pájaros entre Los Pinitos.
Misión Olvido (Temas de Hoy, 2013) Segunda de forros (detalle) |
Las dos Fridas (1939) Óleo sobre tela de Frida Kahlo |
“Volví al despacho apretando el paso por los pasillos mientras mi convicción ganaba peso. Entré en tromba, me arrodillé ante uno de los montones de papeles y comencé a hurgar en sus entrañas a dos manos. Hasta que apareció. Una hoja de papel amarillenta en la que Fontana, con la tipografía de las antiguas máquinas, había mecanografiado una estrofa de un poema de Luis Cernuda. Un breve documento más, archivado como tantos entre sus escritos.
“Los cuatro versos iniciales del poema Donde habite el olvido, con unas anotaciones adicionales.
“Y entre ellos, la evidencia.” Que en esa página de la novela se lee completa, con una tipografía que imita los tipos del anacrónico artefacto con que fue tecleado por el profesor:
“Donde habite el olvido,
“En los vastos jardines sin aurora
“s i n a u r o r a
“aurora – a-u-r-o-r-a – Aurora
“sin aurora sin Aurora
“AURORA A – U – R – O – R - A
“Donde yo sólo sea memoria de una piedra sepultada
“entre ortigas
“Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios.
“A – U – R – O – A
“aurora
“Sin Aurora
“Jardines sin aurora
“Sin Aurora
“Aurora
“Tú”
(FCE, 2002) |
El suicidio de Dorothy Hale (c. 1938) Óleo sobre masonite de Frida Kahlo |
Autorretrato con pelo cortado (1940) Óleo sobre tela de Frida Kahlo |
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