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sábado, 24 de agosto de 2024

La memoria de Shakespeare


  Ser muchos y nadie
                        
I de VI
Nacido el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina, y muerto en Ginebra, Suiza, el 14 de junio de 1986 a “consecuencia de un enfisema pulmonar y de cáncer hepático”, Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo publicó en 1974 el célebre tomo Obras completas, “un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia” impreso en Buenos Aires por Emecé (que en distintas partes del mundo y en diferentes idiomas logró sucesivas ediciones masivas en offset), con dos textos originales ex profeso: el “Prólogo” y el “Epílogo”, donde reunió 18 libros escritos entre 1923 y 1972 —revisados entre 1972 y 1974 para el tomo—, que él dedicó a doña Leonor Acevedo de Borges, su madre, quien habría de morir a los 99 años el 8 de julio de 1975, y que ella conservaba amorosamente en la cabecera de la cama donde dormía y falleció, precisamente en el legendario departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994, “a dos pasos de la Plaza San Martín”, donde madre e hijo vivieron desde 1944, pues Jorge Guillermo Borges, el padre del escritor, había fallecido a los 64 años el 24 de febrero de 1938 “a consecuencia de una hemiplejía y tras vivir ciego sus últimos años”.


(Emecé, 14ª ed., Buenos Aires, septiembre de 1984)
   
Borges y su madre doña Leonor Acevedo de Borges al pie de uno de sus
libreros en el departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994
     La memoria de Shakespeare
, por su parte, es uno de los diez libros de Borges reunidos en el póstumo tomo II de sus Obras completas, impreso en Buenos Aires, en 1989, por Emecé. Pero sólo nueve de los diez libros fueron publicados por el autor cuando aún vivía: El libro de arena (Emecé, Buenos Aires, 1975), La rosa profunda (Emecé, Buenos Aires, 1975), La moneda de hierro (Emecé, Buenos Aires, 1976), Historia de la noche (Emecé, Buenos Aires, 1977), Siete noches (FCE, México, 1980), La cifra (Emecé, Buenos Aires, 1981), Nueve ensayos dantescos (Espasa-Calpe, Madrid, 1982), Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984) —con fotografías de María Kodama— y Los conjurados (Alianza Editorial, Madrid, 1985).
   
(Emecé, Buenos Aires, febrero de 1989)
    En este sentido, en el póstumo tomo II de las Obras completas de Borges, con el título La memoria de Shakespeare, Emecé Editores y María Kodama, la viuda y heredera universal de sus derechos de autor, compilaron cuatro cuentos dispersos de su ex marido, precedidos por una minúscula y vaga nota que no precisa las fechas y los sitios donde fueron publicados por primera vez: “Comprende tres cuentos aparecidos en distintas publicaciones, anteriores a 1983, y un cuento titulado ‘La memoria de Shakespeare’ (1980) no incluido hasta ahora en libro.” No obstante, “La memoria de Shakespeare”, con un tiraje de 36 ejemplares e ilustraciones de Mirta Ripoll, se publicó en Buenos Aires, en 1982, en una plaquette editada por Dos Amigos con el número 1 de la Colección Valle de las Leñas. Y “La rosa de Paracelso” y “Tigres azules” fueron publicados en 1977 por Sedmay, en Barcelona, en un libro sin paginar titulado Rosa y Azul, con ilustraciones de Alfredo González; y luego en otro de 74 páginas editado por Swan en 1986, en Barcelona, con el número 11 de la Colección El Compás de Oro. Pero además, para enmendar las omisiones, la edición del libro La memoria de Shakespeare —“al cuidado de Sara Luisa del Carril”— impresa en 2004, en Buenos Aires, por Emecé, está precedida por una nota que a la letra dice:
 
(Emecé, Buenos Aires, agosto de 2004)
    “Este libro reúne los últimos cuatro cuentos de Jorge Luis Borges, ya recogidos en el volumen III de sus Obras Completas. Ofrecemos aquí ‘Agosto 25, 1983’ y ‘Tigres azules’, a partir de los textos del diario La Nación; ‘La rosa de Paracelso’, según fue publicado en Rosa y azul, 1977, y ‘La memoria de Shakespeare’ que se reproduce del diario Clarín. Los textos presentan leves variantes de los publicados en las Obras Completas.” Y por ende al final de cada cuento se incluyeron datos y fechas que no figuran en los citados tomos de Obras Completas: ni en la edición de 1989 ni en la edición de 2005. Es decir, al final de “Agosto 25, 1983” se lee: “[Buenos Aires, 1977]”, “En La Nación, Buenos Aires, 27 de marzo de 1983.” Y al final de “Tigres azules” se lee: “En La Nación, Buenos Aires, 19 de febrero de 1978, con el título ‘El milagro perdido’.” Y al final de “La rosa de Paracelso” se lee: “En Jorge Luis Borges, Rosa y azul, Madrid, Sedmay ediciones, 1977.” Y al final de “La memoria de Shakespeare” se lee: “En Clarín, Buenos Aires, 15 de mayo de 1980.” 
   Vale puntualizar, además, que tal “volumen III de sus Obras Completas” no es el susodicho tomo II de 1989, sino el tomo 3 editado por Emecé en 2005, en Buenos Aires, correspondiente a la redistribución y revisión de las Obras Completas de Borges en 4 volúmenes “al cuidado de Sara Luisa del Carril”. 
(Emecé, Buenos Aires, abril de 2005)


II de VI
El cuento “25 de Agosto, 1983” (que en el libro de 2004 y en el tomo 3 de 2005 se titula “Agosto 25, 1983”) es el primero de los cuatro cuentos que figuran en La memoria de Shakespeare, libro creado y antologado ex profeso para el póstumo volumen II de las Obras completas de Borges. Según apunta Emir Rodríguez Monegal en la página 423 de Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus texto (FCE, México, 1985) —con “Edición, introducción, prólogos y notas” del crítico uruguayo fallecido por el cáncer el 14 de noviembre de 1985—, tal cuento se publicó el 27 de marzo de 1983 en el periódico La Nación y dizque “ya había sido anticipado en italiano por Franco Maria Ricci en 1977, en un volumen homónimo de la colección La Biblioteca di Babele”. Dato curioso y equivocado, pues en la página 146 de la biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996), María Esther Vázquez, quien fue secretaria y colaboradora de Borges en Introducción a la literatura inglesa (Columba, Buenos Aires, 1965) y en Literaturas germánicas medievales (Falbo, Buenos Aires, 1965), dice que le fue dictado por el autor “en diciembre del 78”. Y según anota en la “Cronología” incluida al término de Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, España, 2001), en 1975, “En Italia, el editor Franco Maria Ricci inicia una colección titulada La Biblioteca di Babele de literatura fantástica dirigida por Borges, con la colaboración de María Esther Vázquez y que reuniría veintinueve títulos. Aparecen ese año tres volúmenes elegidos y prologados por Borges: Le morti concentriche, de Jack London; Lo specchio che fugge, de Giovanni Papini, y Storie sgradevoli, de Léon Bloy.” Pero además, en Prólogos de La Biblioteca de Babel (Alianza, Madrid, 2001), compilación prologada y anotada por Antonio Fernández Ferrer, se acredita que “Veinticinco Agosto, 1983”, en italiano y en Italia, se editó en el libro Venticinque Agosto 1983 e altri racconti inediti, impreso en 1980 con el número 19 de la serie La Biblioteca di Babele, junto con “La rosa de Paracelso”, “Tigres azules”, “Utopía de un hombre que está cansado”, “Borges igual a sí mismo (entrevista de María Esther Vázquez)”, una “Cronología” y una “Aproximación a la bibliografía borgiana”. Vale observar que Antonio Fernández Ferrer, además de ser el erudito autor de Ficciones de Borges. En las galerías del laberinto (Cátedra, Madrid, 2009), hizo la compilación de Borges A/Z, número 33 de La Biblioteca de Babel —el último de la serie—, editado en Madrid, en 1988; antología que corresponde a la versión en italiano del título Jorge Luis Borges A/Z dizionario a cura di Gianni Guadalupi, número 33 de La Biblioteca di Babele editado en Italia en 1985.   
   
(Siruela, Madrid, 1983)
       Dado el precio del libro, el limitado tiraje y la difícil distribución fuera de España, pocos mexicanos del siglo XX pudieron leer el libro Veinticinco Agosto 1983 y otros cuentos, número 2 de La Biblioteca de Babel editado en 1983, en Madrid, por Ediciones Siruela, con 136 páginas. Vale recapitular, entonces, que La Biblioteca de Babel, editada por Siruela, es la “colección de lecturas fantásticas dirigida por Jorge Luis Borges”, reedición en español de los 33 títulos que la integran, 30 de ellos prologados por Borges, dados a la luz pública entre 1983 y 1988, en cuya segunda de forros se repetía: 
    “Después de algunos días pasados con Borges en Buenos Aires, el editor Franco Maria Ricchi concibió la idea de una colección de literatura fantástica única en el panorama editorial contemporáneo.
  “Cada volumen, dedicado a la obra de un escritor, sería seleccionado y prologado por el gran escritor argentino. A lo largo de sus treinta títulos, el lector seguramente se verá sorprendido por una coherente reunión de textos insólitos, donde junto a las generosas fuentes orientales hallará algunos escritores secretos de Occidente y otros muy famosos que serán redescubiertos por el saber y la sensibilidad borgianos.
  “Para esta edición se ha querido respetar el diseño gráfico original haciendo honor a la colección ideada por Ricchi, así como recopilar todas la traducciones existentes de Borges para su Biblioteca personal, que será, sin duda, una apreciada rareza bibliográfica para los años futuros.”
   Es decir, Franco María Ricci primero los editó en italiano, impresos en Parma y en Milán entre 1975 y 1985. Pero además, en español y en Buenos Aires, Ediciones Librería de La Ciudad publicó seis títulos de la serie, entre 1978 y 1979.


III de VI
En el cuento “25 de Agosto, 1983”, Borges imagina o sueña a un Borges con 61 años cumplidos un día antes (es decir, el 24 de agosto de 1960), que llega a instalarse a la pieza 19 del hotel Las Delicias, en Adrogué. Para su sorpresa, allí se espejea con otro Borges idéntico a él, pero más viejo; un doble que al unísono es otro y él mismo, que está recostado en la cama, un día después de haber cumplido 84 años, junto al frasco vacío que implica su suicidio. La índole onírica y ambigua del encuentro se enfatiza cada vez más. Entre los dos dilucidan que hablan y se ven en un sueño. El Borges de 61 años, que vio su nombre ya escrito en el registro y subió las escaleras para encontrase con el otro, insiste en que están en la habitación 19 del hotel; pero el Borges más viejo le dice que él está soñando en el piso de la calle Maipú, en Buenos Aires, en la recámara que fue de Leonor Acevedo, su madre, y que además él está muriéndose. Los dos evocan la escritura de un lejano borrador que en realidad implica y escamotea un frustrado intento de suicidio del Borges de 1935, el día de su aniversario número 36, ocurrido allí mismo en la habitación 19 del hotel Las Delicias, en Adrogué, a donde había ido con una botella de ginebra, una novela policial y un revólver, pero no tuvo el coraje y lloró. 
   
Norman Thomas di Govanni y Borges
    El diálogo sobre el futuro, el olvido y los sueños que le esperan al Borges menos viejo, recuerda la conversación que sostienen los dos Borges de “El otro”, cuento de El libro de arena (Emecé, Buenos Aires, 1975) —urdido con el amanuense auxilio de Norman Thomas di Govanni—, donde al unísono, sentados en una banca frente al río, confluyen en dos tiempos y dos lugares distintos: el Borges ciego y viejo que narra se halla en 1969, en Cambridge, frente al río Charles; y el otro, el joven Borges, que puede ver, está en 1918, en Ginebra, frente al río Ródano, “un río verde y helado que corre por el centro mismo de la ciudad y que atraviesan siete puentes totalmente distintos entre sí”. El mayor en la vigilia y el menor en un sueño. 
    Pero en el caso de “25 de Agosto, 1983” la confluencia, materia y tiempo onírico queda refrendado aún más cuando el Borges más viejo concluye el diálogo profético, su último sueño y su suicido: 
     “Dejó de hablar, comprendí que había muerto. En cierto modo yo moría con él; me incliné acongojado sobre la almohada y ya no había nadie.
   “Huí de la pieza. Afuera no estaba el patio, ni las escaleras de mármol, ni la gran casa silenciosa, ni los eucaliptus, ni las estatuas, ni la glorieta, ni las fuentes, ni el portón de la verja de la quinta en el pueblo de Adrogué.
  “Afuera me esperaban otros sueños.”


IV de VI
En “Tigres azules”, el segundo cuento de La memoria de Shakespeare, Borges esboza los recuerdos de lector, los pensamientos y sueños, y el itinerario de la aventura de Alexander Craigie, la voz narrativa, un escocés radicado en el Punjab, donde es profesor de lógica occidental y estudioso de la oriental en la Universidad de Lahore, donde además consagra los domingos a un seminario sobre Spinoza. Baste decir que las minucias de la filiación libresca y los sueños de cazador que Alexander Craigie cultiva y colecciona desde la infancia ante la figura del mítico tigre, provienen de la legendaria y libresca atracción por el tigre vivida y soñada por Borges desde la niñez, presente en su obra y en sus memorias a lo largo de su vida. Todo sugiere y revela que el viejo magnetismo por el tigre es lo que hizo al profesor Craigie instalarse en Lahore. La noticia que lee a fines de 1904 sobre una variedad de tigres azules recién descubierta en la zona del delta del Ganges, más los sueños donde ve un tigre de un azul nunca antes visto por él (“sé que era casi negro”), y la información que le da un colega sobre una aldea lejana al Ganges en la que oyó hablar de los tigres azules, son, en resumen, los incentivos que lo llevan a aventurarse a esa remota y arcaica aldea de hindúes situada al pie de un cerro más ancho que alto, de la que anota con humor borgeseano: “En alguna página de Kipling tiene que estar el villorrio de mi aventura ya que en ellas está toda la India, y de algún modo todo el orbe.” 


Tigre dibujado por el pequeño Gegorgie
    En la aldea, Alexander Craigie sigue soñando con el tigre y se obstina en la caza del tigre azul, pese a que conjetura que los hindúes se lo esconden. Ante la propuesta de ir de caza a lo alto del cerro, el más viejo le advierte que la cumbre es sagrada y repleta de obstáculos mágicos: “Quienes la hollaban con pies mortales corrían el albur de ver la divinidad y de quedarse locos o ciegos.” Sin embargo, Alexander Craigie, solitario y furtivo, sube de noche a la cumbre, que resulta ser la terraza del flanco de una montaña. En el suelo descubre una nervadura de grietas y en ellas abundantes piedrecillas con el azul de sus sueños: “todas iguales, circulares, muy lisas y de pocos centímetros de diámetro”. Las piedrecillas azules, cuya maleabilidad recuerda al mercurio, tienen la virtud de multiplicarse, dividirse, sumarse o restarse a sí mismas. Esto aterroriza a los hindúes, quienes las llaman “las piedras que engendran”, cuyo azul “sólo es permitido ver en los sueños”. Alexander Craigie trata de comprender la insondable lógica de las piedras, que según él niegan la aritmética y el cálculo de probabilidades. Y el sueño que lo persigue y agobia, con el epicentro de las piedras, es la pesadilla del laberinto (de clara prosapia y estirpe borgeana) que podría abocetar Piranesi o Escher: “Una baranda y unos escalones de hierro que bajaban en espiral y luego un sótano o un sistema de sótanos que se ahondaban en otras escaleras cortadas casi a pico, en herrerías, en cerrajerías, en calabozos y en pantanos. En el fondo, en su esperada grieta, las piedras, que eran también Behemoth o Leviathan, los animales que significaban en la Escritura que el Señor es irracional. Yo me despertaba temblando y ahí estaban las piedras en el cajón, listas a transformarse.” 
   
Borges examina tigres en el laberinto
Ilustración de Osvaldo
     Así, Alexander Craigie, que fracasa en sus experimentos por entender la conducta de las piedras azules, sólo logra deshacerse de ellas y del desasosiego que le producen cuando durante un alba insomne entra en la mezquita de Wazil Khan (quizá un antiguo palacio azul que de algún modo evoca a la antigua Mezquita Azul de Estambul), y allí, pensando que “Dios y Alá son dos nombres de un solo Ser inconcebible”, pide ser librado de ellas. Un mendigo ciego se le acerca (al parecer una súbita forma adoptada por la Divinidad) y le pide de limosna las piedras azules (que quizá impliquen la secreta e insondable escritura del Dios). 
    “Mi limosna puede ser espantosa”, le dice Alexander Craigie. Pero la respuesta del ciego da visos de que la pesadilla donde el profesor Craigie se halla y queda no es menos terrible y enigmática: “No sé cuál es tu limosna, pero la mía es espantosa. Te quedas con los días y las noches, con la cordura, con los hábitos, con el mundo.” 


V de VI
En “La rosa de Paracelso”, el tercer cuento del libro La memoria de Shakespeare, Borges, de las cenizas de la historia hace un palimpsesto de la leyenda (leída en el tomo XIII de Thomas de Quincey) que supone que Paracelso, el alquimista y médico suizo (1493-1541), podía incendiar una rosa y revivirla de las cenizas, misma que el joven Borges alude en “La rosa”, poema de Fervor de Buenos Aires (Edición de autor, Buenos Aires, 1923), su primer libro, financiado por su padre Jorge Guillermo Borges y con una ilustración de su hermana Norah en la portada. 
Paracelso
  Paracelso, radicado en Basilea y con la facultad de transmutar la piedra en oro, pide “a su Dios, a su indeterminado Dios, a cualquier Dios”, que le envíe un discípulo. Y como si lo hubiera oído, incluso antes de que rece la solicitud, repentinamente llega a su rústico y subterráneo taller un joven, Johannes Grisebach, dispuesto a ser su discípulo; pero le pide, a cambio de entregarle su vida abandonada al aprendizaje, que ejecute, ante sus ojos, el prodigio de quemar y revivir la rosa que ha llevado consigo. Paracelso se niega y en el diálogo lo encuentra indigno de ser su discípulo. Y cuando el joven se ha ido, con una sola palabra dicha en voz baja hace renacer la rosa de un puñado de ceniza. 
La rosa de Paracelso



VI de VI
Borges y María Esther Vázquez
“La memoria de Shakespeare”,  el cuarto texto del libro, es el último cuento que escribió Borges en su vida. Esto lo afirman los biógrafos, entre ellos María Esther Vázquez, quien entre las páginas 306 y 308 de su citada biografía Borges. Esplendor y derrota, señala que fue publicado el “15 de mayo de 1980” en el diario Clarín, de Buenos Aires, y que el nombre de Hermann Soergel, el protagonista que narra el cuento, es el nombre de un crítico de Gustav Meyrinck. Cosa posible, pues El Golem (1915), novela de Gustav Meyrinck (1868-1932), es el primer libro que el joven Borges (aún en Europa) descifró en alemán, después de habérselo enseñado a sí mismo con el auxilio de un diccionario alemán-inglés y Lyriches Intermezzo (1823), de los primeros poemas de Heinrich Heine (1797-1856).  
    Pese a que en la segunda conversación de Borges el memorioso (FCE, México, 2ª ed. corregida, 1983), Borges les dice, a Antonio Carrizo y a Roy Bartholomew, que recién ha concluido el cuento “La memoria de Shakespeare” y que lo empezó en Michigan al soñar la frase “Te vendo la memoria de Shakespeare”, en realidad parece surgir de un cuento que según Hermann Soergel narra el mayor Barclay durante esa noche de los años 20 que los reúne en la taberna después de asistir al congreso shakesperiano: “En el Punjab me indicaron un pordiosero. Una tradición del Islam atribuye al rey Salomón una sortija que le permitía entender la lengua de los pájaros. Era fama que el pordiosero tenía en su poder la sortija. Su valor era tan inapreciable que no pudo nunca venderla y murió en uno de los patios de la mezquita de Wazil Kahn, en Lahore.”
   Y esto es así porque la memoria de Shakespeare es un don que se obtiene, posee y regala como un objeto mágico e invisible. Es decir, el que da la memoria la entrega sólo con decir: “Te doy la memoria de Shakespeare”. El que la acepta, la recibe; y el que la otorga, la pierde para siempre. Así, después de que el mayor Barclay se ha marchado, Daniel Thorpe, que exhuma una mórbida melancolía, le ofrece a Soergel “la sortija del rey”: “Le ofrezco la memoria de Shakespeare desde los días más pueriles y antiguos hasta los del principio de abril de 1616.” 
   Hermann Soergel, el flemático académico que supone que Shakespeare es su destino, acepta la memoria, que empieza a poseer en la medida en que Daniel Thorpe comienza a olvidarla, más aún con los estímulos de la lectura y relectura de la obra. “Shakespeare sería mío, como nadie lo fue de nadie, ni en el amor, ni en la amistad, ni siquiera en el odio. De algún modo yo sería Shakespeare. No escribiría las tragedias ni los intrincados sonetos, pero recordaría el instante en que me fueron reveladas las brujas, que también son las parcas, y aquel otro en que me fueron dadas las vastas líneas...”
   Pero al cabo de un mes, cuando “la memoria del muerto lo anima”, Hermann Soergel comprende la futilidad del bagaje, pues sólo le revela los entretelones humanos de Shakespeare, en contraposición al hecho trascendental de que “lo que importa es la obra que ejecutó con ese material deleznable”. Así, también discierne lo vano de escribir una novela biográfica, quizá tan inútil como la que escribió Daniel Thorpe. Pero además tal memoria (un vaciadero de basura semejante a la indeleble y descomunal memoria cinematográfica del memorioso Funes) se convierte en una carga terrible, pesadillesca, laberíntica y opresiva que invade y anula zonas de su propia memoria y personalidad. 
  En este sentido, Hermann Soergel se afirma a sí mismo con unas palabras que parafrasean y evocan un fragmento de “Borges y yo”: “Todas las cosas quieren perseverar en su ser, ha escrito Spinoza. La piedra quiere ser una piedra, el tigre un tigre, yo quería volver a ser Hermann Soergel.” 
 Y auxiliado con el oscuro azar que implica el directorio telefónico y el teléfono, ofrece la memoria de Shakespeare a “una voz culta” que la acepta. Y más adelante, dice, acude a la música de Bach para conjurar los rescoldos. Pero de vez en cuando, de un modo fugaz, onírico o no, descubre que no se apagan por completo.
Borges escucha la culta voz de María Kodama

Jorge Luis Borges, La memoria de Shakespeare, en Obras completas, tomo II, p. 375-392, Emecé Editores. Buenos Aires, 1989.


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miércoles, 1 de mayo de 2024

Smoke & Blue in the face

El acto de leer y contar, el punto zen y lo único

 

I de III

El día de la Nochebuena de 1990, en San Francisco, California, Wayne Wang, director de cine de origen chino, leyó en el New York Times el “Cuento de Navidad de Auggie Wren”, escrito por el norteamericano Paul Auster, a quien no conocía ni como lector ni en persona. Pero el texto lo emocionó y le gustó tanto, que se propuso leer sus libros y sobre todo hacer una película basada en tal relato. En mayo de 1991, Wayne Wang visitó a Paul Auster en su estudio de Park Slope, el barrio neoyorquino en Brooklyn, donde entonces residía el novelista desde hacía más de quince años. Tal visita incluyó un tour repleto de relatos y leyendas que le contaba Paul Auster sobre la urbe, el barrio y su gente. Un almuerzo en el Jack’s, el restaurante donde Auggie Wren le narra el Cuento de Navidad al Paul del relato que publicó Paul Auster en el New York Times; y entre otros ejemplos de futuras localizaciones extraídas del cuento, una visita al verdadero estanco ubicado en el centro de Brooklyn que inspiró al verdadero Paul, sitio donde el escritor suele adquirir sus latas de Schimmelpennincks, los puritos holandeses que le place fumar. 

     


        Pero lo más importante es que a partir de tal encuentro empezaron a concebir el proyecto que, no sin vicisitudes, derivaría en lo que es la película Smoke (1995), guionizada por Paul Auster y dirigida por Wayne Wang filme que en la Berlinale de ese año obtuvo el Premio Especial del Jurado y al año siguiente el Premio Independent Spirit al Mejor primer guion— y que suscitó el rodaje de Blue in the face (1995), codirigido por Wayne Wang y Paul Auster, en base a ciertas “Notas para los actores” escritas por éste, las cuales sirvieron de arranque para las libres interpretaciones y espontáneas improvisaciones hechas por el reparto notable por los sucesivos e instantáneos cameos, lo que suscitó que Peter Newman, uno de los productores, la calificara de “un proyecto en el que los internos asumen la dirección del manicomio”.  

 

Wayne Wang, Harvey Keitel y Paul Auster

Smoke & Blue in the face, p. 208


          Entre el reparto de Blue in the face figura Harvey Keitel, quien en Smoke también caracterizó a Auggie Wren, el dependiente de la tabaquería; Mel Gorham, repitiendo a Violet, que ya no es la ligue latina de Auggie, sino la mujer con quien sale; Victor Argo, de nuevo en el papel de Vinnie, el dueño del estanco donde despacha Auggie; y entre los que no estuvieron en Smoke: el guitarrista, compositor y cantante Lou Reed, monologando (en el sitio que le corresponde a Auggie tras el mostrador) una serie de hilarantes razones y sinrazones de índole existencialoide y pseudofilosóficas; Madonna, en un fugaz aleteo de cantarina-mensajera; y el cineasta Jim Jarmusch, notorio en su papel de Bob, el fotógrafo que asiste al estanco para fumarse con Auggie su último cigarrillo; pero sobre todo por ser el director de Extraños en el Paraíso (1984), Bajo el peso de la ley (1986), Hombre muerto (1995), Coffee and Cigarettes (2003), entre otros filmes.

 

Harvey Keitel y Jim Jarmusch

Smoke & Blue in the face, p.245


         Y si una detallada enumeración de los participantes implica citar a Harvey Wang, fotógrafo que filmó una serie de secuencias documentales en video súper 8, de cuyas imágenes varios fragmentos fueron insertados entre el total de fragmentarias secuencias que conforman la película, tampoco es posible ignorar a Christopher Ivanov, el montador, a quien Paul Auster reivindica diciendo: “Wayne y yo pasamos incontables horas en la sala de montaje con Chris, probando docenas de ideas diferentes en una conversación triangular continuada, y su energía y paciencia fueron inagotables. En todos los sentidos de la palabra, él es coautor de la película.”

       

Panorama de narrativas núm. 339, Editorial Anagrama, 3ª ed.,
Barcelona, noviembre de 1996

         
En este sentido, el libro Smoke & Blue in the face, profusamente ilustrado con anónimas fotos y fotogramas en blanco y negro
—cuya primera edición de Anagrama data de noviembre de 1995 (el mismo año que en Nueva York apareció en inglés coeditado por Hyperion y Miramax)— inicia con un prólogo en el que Wayne Wang alude su descubrimiento de Paul Auster, el inicio de la amistad, y su consecuente y mutua colaboración en ambos filmes. Y enseguida el libro se divide en los dos principales apartados: Smoke y Blue in the face.  

 

Lou Reed

Smoke & Blue in the face, p. 221

        La sección de Smoke comprende tres partes: “Cómo se hizo Smoke”, una entrevista a Paul Auster realizada por Annette Insdorf, “Catedrática del Departamento de Cine de la Escuela de las Artes de la Universidad de Columbia y autora de François Truffaut”; Smoke, el guion escrito por Paul Auster, precedido por los créditos de la película, pese a que el filme y el texto difieren; y el “Cuento de Navidad de Auggie Wren”, que el narrador escribió en 1990 para el New York Times.

     

Cintillo

           
La sección de Blue in the face también comprende tres partes: “Esto es Brooklyn. No seguimos el reglamento”, un prefacio de Paul Auster en el que bosqueja ciertos incidentes y anécdotas que dieron origen a este divertimento fílmico que, sin ser continuación de Smoke, está intrínsecamente emparentado, tanto por el hecho de que el estanco
el sitio donde despacha Auggie Wren es la locación principal (el interior o la esquina que da a la calle) y por ende donde se desarrollan la mayoría de las azarosas, fragmentarias, delirantes y risibles secuencias que la constituyen, como por la circunstancia (ya mencionada) de que varios de los actores que estuvieron en el anterior reparto, repiten la caracterización que les correspondió. En este sentido, si Blue in the face es “un buñuelo relleno de aire, una hora y media de canciones, bailes y disparates”, “un himno a la gran República Popular de Brooklyn” según la define Paul Auster, la tabaquería donde despacha Auggie, ubicada en la víscera cardiaca de tal sector neoyorkino, es una bufa y distendida idealización de la vida cotidiana en Brooklyn y de los destinos cruzados que se dan cita en el estanco; es decir, sin la crudeza, la violencia y la marginación que se fermenta y empantana por allí.

     

Smoke & Blue in the face, p. 303

         La segunda parte correspondiente a la sección Blue in the face, son las “Notas para los actores” escritas por Paul Auster, divididas en dos segmentos: “Julio” y “Octubre”; lo cual alude el hecho de que las escenas fueron rodadas durante tres días de cada mes. Cada una de las “Notas para los actores”, ya sea que haya sido suprimida en el filme o no, está acompañada, al pie, por una serie de anecdóticos comentarios del mismo Auster, escritos después de realizada la película. Y por último, con los créditos por delante, figura la transcripción del filme Blue in the face; es decir, de lo pergeñado entre el guionista (que aquí, pese a él, se revela como un creador de gags), los directores, actores, fotógrafos, montador, etcétera.

       

Paul Auster y Wayne Wang

Smoke & Blue in the face (Anagrama, 1996)
p. 217

          
Es evidente que a través de la entrevista a Paul Auster
—Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006—, de los prólogos, los guiones, las notas y los comentarios, se desvelan y comprenden algunos intríngulis que oscilan alrededor y detrás de los procesos de rodaje y montaje y del resultado final de ambos filmes, como es, en Smoke, la relevante particularidad del Cuento de Navidad que en el Jack’s le narra Auggie Wren al escritor Paul Benjamin (el alter ego de Auster que también tiene su estudio en Park Slope y que fue caracterizado por William Hurt) para que éste lo publique en el New York Times, cuyas retrospectivas imágenes en blanco y negro y la voz en off de Auggie, serían, según el guion, intercaladas entre el diálogo que tête à tête sostienen en el Jack’s. (Vale observar, entre paréntesis, que Benjamin es el segundo nombre de Paul Auster y el pseudónimo con que en 1976 publicó su primera novela: Juego de presión.) Pero luego las dificultades para sincronizar el alterno montaje de los fragmentos de ambas secuencias paralelas, hizo que primero se montara la secuencia de la charla en el restaurante y después sin la voz en off de Auggie, pero con una rolita de Tom Waits de fondo: Innocent when you dream (78), la retrospectiva secuencia en blanco y negro de las escenas del Cuento de Navidad que a Paul Benjamin le relata Auggie Wren.

II de III

Tanto Wayne Wang, como Paul Auster, narran que desde el primer día que se vieron y deambularon por Brooklyn tuvieron la certeza de que iban a ser grandes amigos. Quizá esto fue una especie de elemento premonitorio y de buen augurio que signó el hecho de que en la trama de Smoke, pero también en la de Blue in the face, la calidez humana y el valor de la amistad tienen gran trascendencia. Si no hubiera sido así, el papel de Auster en Smoke hubiera concluido con su guion; es decir, en contra de la costumbre siguió de cerca el rodaje y el montaje, tanto, que el hecho de estar ahí y de meter su cuchara una y otra vez, es una de las razones por las que él y Wang empezaron a pergeñar el plan y las notas de lo que luego sería Blue in the face. La atmósfera amistosa, según Auster, se hizo extensiva entre el equipo de producción y el reparto. (Daniel Auster, el hijo que el escritor y guionista tuvo con la escritora Lydia Davis, su primera esposa, hizo un fugaz cameo como ladrón de libros.) Así, cabe decir que la cálida complicidad de Siri Hustvedt, la segunda esposa de Auster desde 1981, también está presente en las ideas que dieron origen al primer guion de Smoke que escribió el novelista, y detrás del cuestionario de Blue in the face ubicado en la secuencia denominada “Fundación Bosco”, concebida en un momento en que Paul Auster sentía que el cansancio lo había dejado sin una gota de creatividad.

     

Smoke & Blue in the face, p. 49

            En principio Smoke es una celebración del acto de fumar, marcada por la circunstancia de que los personajes (no todos fumadores empedernidos) se dan cita en ese minúsculo recodo de Brooklyn: el estanco donde despacha Auggie Wren. Esto es así, pese a que no falta algún sesgo moralista en contra de tal placentero y pernicioso hábito, como es, por ejemplo, el que encarna Vinnie, el dueño de la tabaquería, que ya lleva dos infartos, pero que sin embargo no puede dejar sus adorados puros. “Estos cabrones me matarán cualquier día”, dice, llevándose una buena dosis. O el que corporifica el propio Auggie en una escena que se lee en el guion (eliminada en la película), donde al disponerse a proseguir su lectura de Crimen y castigo, en obvia connotación con el título, sufre un ataque de “tos de fumador profunda y prolongada. Se golpea el pecho. No le sirve. Se pone de pie, aporreando la mesa mientras el ataque de tos continúa. Empieza a tambalearse por la cocina. Maldiciendo entre jadeos. Movido por la rabia, tira todo lo que hay sobre la mesa: vaso, botella, libro, restos de la cena. La tos se calma, luego vuelve a empezar. Él se agarra al fregadero y escupe dentro.”

       

Mira Sorvino

Smoke & Blue in the face, p. 20
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          En cuanto a que la calidez humana y el valor de la amistad es un ingrediente cualitativo que se desliza y trasmina a lo largo de Smoke, esto se puede observar en las siguientes particularidades: Auggie Wren no es un tipo del todo ejemplar: hace alrededor de diecinueve años robó una alhaja para Ruby MacNutt, su único verdadero amor; fechoría que lo obligó a renunciar a la universidad, abandonándose, a través de la marina, durante cuatro años en el azar de la guerra, con tal de no ir a la cárcel. Y otro de sus latrocinios, según dice, data de 1976, cuando se hizo de su primera y única cámara fotográfica; y en 1990
el presente hace lo posible por vender al margen de la ley (o sea: de contrabando) varias cajas de puros cubanos. No obstante es, con todo y su humor negro y su cáustica lengua bífida y aceitada, un buenazo, un tipo de buen corazón y sin grandes aspiraciones. Sin necesitarlo, tiene empleado a Jimmy Rose, un disminuido mental que aporta ciertos cómicos matices. Por hacerle un gratuito favor al escritor Paul Benjamin emplea, también sin necesitarlo, a Rashid, un negro de diecisiete años. Ruby MacNutt, la citada ex mujer de Auggie que otrora lo traicionara con otro, le llega, después de dieciocho años y medio de no verla, con el cuento de que él es el padre de Felicity, una joven de dieciocho años que subsiste en un mísero agujero no muy lejos de allí enfrascada con un inepto y lo peor: con un embarazo de cuatro meses y sujeta al infierno del crack. No obstante, Auggie, después de varios estiras y aflojas, de ciertos giros inesperados y de intuir que Felicity no es su hija, no duda en donarle a Ruby MacNutt cinco mil dólares en efectivo, quizá para la efímera recuperación de la chica en una clínica de desintoxicación; cantidad que representa la única fortuna que poseía, un ahorro de tres años, con la que tal vez hubiera podido reactivar o potenciar su contrabando de puros cubanos.

         

Smoke & Blue in the face, p. 82

           
En este sentido, sólo por pasar un buen rato y por celebrar y ayudar a un amigo que no halla el tema y la resolución de un relato, Auggie Wren le narra a Paul Benjamin el Cuento de Navidad que éste necesita escribir para su inminente publicación en el New York Times. Y sea el relato verdad o mentira, o una mezcla de ambas cosas, en éste, Auggie, donde también es protagonista, por igual es un buenazo que no se raja con la policía cuando un negro mozalbete se roba del estanco unas revistas de mujeres desnudas; esto sólo por el hecho de conmoverse y deducir, a través de ciertas fotos infantiles y de la licencia de manejo que halla en la cartera que el ladronzuelo dejó caer en su apresurada huida, que se trata de “Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte”. 

         

Smoke & Blue in the face, p. 157

         Y cuando el mero día de Navidad por fin decide devolverle la cartera, guiándose por la dirección de la licencia, y quien le responde desde el interior y le abre la puerta es la abuela Ethel
una anciana ciega, se deja llevar en un juego de mutua complicidad y mutuos aparentes engaños, cuyo trasfondo implica hacer lo posible aportando víveres, calidez, ternura y muchos cuentos para que la abuela Ethel pase una buena tarde y una agradable cena de Navidad, pese a que Auggie, al ver en el baño un grupo de seis o siete cámaras fotográficas de 35 milímetros (robadas, sin duda), no puede eludir la tentación de robarse una.

       

Smoke & Blue in the face, p. 42


        
Rashid, el negro adolescente que casi sin pensarlo hurtó el botín (¡cinco mil ochocientos catorce dólares!) de un par de verdaderos y peligrosos delincuentes, sin que se lo pidan, salva al distraído de Paul Benjamin de morir atropellado o de convertirse en un tullido o en un imbécil vegetal. Paul Benjamin, para corresponderle, le invita unas limonadas y le da cobijo en su departamento de Park Slope, pese a que después de tres noches ya esté harto de que la presencia del negro trastoque su intimidad y su tiempo de escritor. Sin embargo, más adelante no elude la posibilidad de ayudarlo a resolver sus problemas personales y familiares, y ante los rateros que de pronto, al buscar a Rashid para recuperar el botín, le propinan una golpiza marca diablo; es decir, Paul Benjamin resiste el embate y no delata al negro.

 

Smoke & Blue in the face, p. 305

          Pero es ante el infortunio de Auggie Wren donde se hace todavía más patente el valor de la amistad. Auggie, sin necesitarlo y por apoyar a ambos, le dio empleo a Rashid en el estanco. El negro, absorto en la contemplación de una revista porno, provoca que Auggie pierda, por un derrame de agua, sus cajas de Montecristos, los puros cubanos con los que pretendía doblar su inversión de cinco mil dólares, su única fortuna ahorrada en tres años. Paul Benjamin, al enterarse y pese a que Rashid alega que el botín confiscado a los vándalos constituye todo su futuro, lo induce a entregarle a Auggie cinco mil dólares, de ese botín, para saldar la pérdida de las cajas de puros. “Mejor conservar a los amigos que preocuparse por los enemigos”, le dice. “Ahora tienes amigos, ¿recuerdas? Pórtate bien y todo saldrá bien.”

III de III

Pero también Smoke es una celebración del acto de leer y contar en forma hablada y escrita. Auggie Wren, pese a ser un simple empleado de un estanco de barrio, siempre está leyendo un buen libro; el de Dostoievski, por ejemplo. Pero además, como pícaro y maestro del improvisado y evanescente cuento oral, inventa eróticos prodigios sobre los puros a un ingenuo e inminente papá (escena suprimida en la versión fílmica). “Una mujer es sólo una mujer, pero un cigarro puro es fumar”, le recita al despedirlo asegurándole que son “inmortales palabras de Ruyard Kipling”. “¿Qué quiere decir eso?”, le pregunta el joven papá. “Ni puta idea. Pero suena bien, ¿no?” Es la respuesta.  

   

Smoke & Blue in the face, p. 36

       Pero lo más notable es el
Cuento de Navidad que Auggie Wren le narra y le regala a Paul Benjamin en el Jack’s, cuyo origen e intríngulis, ya lo apuntó el reseñista de marras, resulta ambiguo: entre la posible mentira y la probable verdad. Ante tal equívoco, Paul Benjamin le canta: “La mentira es un verdadero talento, Auggie. Para inventar una buena historia, una persona tiene que saber apretar todos los botones adecuados. (Pausa) Yo diría que tú estás en lo más alto, entre los maestros.” Calificación superlativa que no tarda en ganarse el negro Rashid, pues todo el tiempo se la pasa cambiándose de nombre y contando mil y una mentiras que son viles y vulgares cuentos de nunca acabar; pero además, como lector, se devora Las misteriosas barricadas, de Paul Benjamin. Y dado que es un dibujante nato, el día que cumple sus 17 añotes escoge de regalo varios libros con imágenes de Rembrandt y Edward Hopper, y las cartas de Van Gogh. Cyrus Cole, por su parte, le narra a Rashid la historia de la pérdida de su brazo izquierdo como si fuera una parábola religiosa y moralista. Paul Benjamin, lector y escritor que había dejado de escribir desde la trágica muerte de su esposa, recupera su voz: vuelve a entregarse a la escritura, además de darle forma escrita al Cuento de Navidad que le narra Auggie. Pero también, en medio de ciertas charlas, cuenta de manera oral algunas historias, como la de Sir Walter Raleigh y la fórmula con que resuelve el modo de medir el peso del humo. La del joven que al esquiar en los Alpes, por una inescrutable coincidencia, halla bajo el hielo el cuerpo intacto de su progenitor extraviado hace veinte años y por ende ahora su padre es más joven que él. La de Bajtín atrapado en Leningrado en 1942, con mucho tabaco y sin papel para forjarlo; así, quizá en la antesala de la muerte, poco a poco se fuma su libro: las hojas del manuscrito en el que había invertido diez años de trabajo.

     

Smoke & Blue in the face, p. 155

            Difícil es concebir de carne y hueso a un empleado de una minúscula tabaquería de Brooklyn que lee atentamente Las investigaciones filosóficas de Ludwig Wittgenstein, mientras a su alrededor berrean y dicen burradas los vagos y castradores de Cronos de la OTB (Oficina de apuestas). Y también resulta dudoso que Auggie o Vinnie
el dueño del estanco, que es un vulgar comerciante, haya (o hayan) colocado entre la estantería (como si tuvieran el ojo clínico de un decorador o escenógrafo de un set cinematográfico) varios retratos de iconos fumando que rinden tributo al cine y al tabaco: “Groucho Marx, George Burns, Clint Eastwood, Edward G. Robinson, Orson Welles, Charles Laughton, el monstruo de Frankenstein, Leslie Caron, Ernie Kovacs.” En este sentido, quizá hubiera sido mucho más coherente que los retratos fueran de los legendarios peloteros de los Brooklyn Dodgers (tal vez en pose de fumadores) que habitaron en el barrio.  

   

Smoke & Blue in the face, p. 209

       


          Pero lo que sí persuade y descuella es el singular rasgo de Auggie Wren: su curiosa afición fotográfica. No hace la foto de cualquier cosa, ni es un disparador locuaz, compulsivo e incontinente. Todos los días coloca el trípode y su cámara fotográfica frente a “la esquina de la calle 3 con la Séptima Avenida”, el sitio su sitio donde se ubica el estanco. Enfoca; espera que den las ocho de la mañana y hace una única toma. Corre el año 1990 y tal afición la empezó en 1977. Tiene ya catorce álbumes. En cada página coloca seis fotos, cada una con la fecha en una etiqueta colocada en la parte superior derecha. Esto lo hace día a día: llueva, nieve o truene. “Es mi proyecto”, dice, “la obra de mi vida”. “Por eso no puedo cogerme vacaciones nunca. Tengo que estar en mi sitio todas las mañanas. Todas las mañanas en el mismo sitio a la misma hora.” 

 


      Aparentemente se trata, siempre, de la misma imagen: “más de cuatro mil fotos del mismo sitio”. Pero en realidad plantea y desarrolla, desde un mismo encuadre directo y minimalista, un sutil y obsesivo registro de los casi imperceptibles cambios del tiempo natural y del tiempo humano, e incluso de sí mismo y de las conjunciones del azar en un punto fijo, que lo hace parecer un poeta lírico (por lo que dice del sentido de su trabajo), pero también una especie de mutación infraterrenal de un maestro zen inclinado al panteísmo (por aquello de la arcana e inescrutable metempsicosis): le basta estar concentrado en un mismo punto, el mismo y distinto, para estar en todos lados y en ninguno. 

   


         
Smoke & Blue in the face, p. 54

              Y son lo suficientemente distintas y únicas esas imágenes que parecen un absurdo, incomprensible y abrumador delirio de la repetición, que al ir hojeando despacio las fotos de 1987, Paul Benjamin se encuentra, de pronto, con una imagen de Ellen con paraguas cruzando por allí: su dulce, entrañable y querida amada, muerta trágicamente en una balacera 
(dolorosa pérdida que lo dejara con un vacío existencial, con un hueco en el estómago y en el corazón, más solo que la hez de la canalla, y sin su voz de escritor), cuya fotogénica presencia lo conmueve hasta las lágrimas (Ellen iba embarazada) y le hace comprender el sentido de lo único y de la imagen única e irrepetible.

 

Smoke & Blue in the face, p. 57

 

Paul Auster, Smoke & Blue in the face. Prólogo de Wayne Wang. Traducción del inglés al español de Maribel de Juan. Iconografía anónima en blanco y negro. Panorama de narrativas núm. 339, Editorial Anagrama. 3ª edición. Barcelona, noviembre de 1996. 312 pp.

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Trailer de Smoke (1995)

“Cuento de Navidad de Auggie Wren”, pasaje de Smoke (1995) doblado al español.