domingo, 3 de diciembre de 2023

Proverbios del Infierno y Hombre Muerto

La voz del Diablo

 

I de VII

Emanuel Swedenborg
(1688-1772)

Una y otra vez el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) recordó que el sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772) solía recorrer las regiones de los cielos y de los infiernos y conversar con los muertos, con los demonios y con los ángeles. Precedido por premoniciones oníricas, todo comenzó una fría y brumosa noche de 1745 en las calles de Londres, cuando Swedenborg fue seguido por un desconocido que luego apareció en su cuarto. Allí el desconocido le dijo que era el Señor (Jesús o Dios) y le encomendó la tarea de rehabilitar la decadencia de la Iglesia fundando una tercera: la Nueva Jerusalén. Arduo empeño al que Swedenborg se dedicó el resto de sus días estudiando en hebreo los libros sagrados y escribiendo en latín toda su extensa y voluminosa obra basada en tales lecturas, en sus oníricos y visionarios viajes, y en sus conversaciones metafísicas.

Emecé Editores España
(Barcelona, 1996)

          El “camino de salvación” signado por Swedenborg implica la práctica de una vida ética e intelectual, a lo que el británico William Blake (1757-1827), “discípulo rebelde de Swedenborg”, añadió “el ejercicio del arte”, dice Borges. De Swedenborg
—además de “una iglesia, que es muy linda”: “una suerte de invernáculo, como de cristal”—, “Quedan algunos testimonios de sus últimos días, de su anticuado traje negro de terciopelo y de una espada con una empuñadura de forma extraña. Su régimen de vida era austero; el café, la leche y el pan eran su alimento. A cualquier hora de la noche o del día, los sirvientes lo oían caminar por su habitación, hablando con sus ángeles.” Esculpe Borges con la sierra y el martillo en “Emanuel Swedenborg”, su prefacio a Mystical Works (edición neoyorquina, sin fecha, de la New Jerusalem Church), compilado en su libro Prólogos con un prólogo de prólogos (Buenos Aires, Torres Agüero, 1975), póstumamente reunido en el volumen Obras completas IV (Barcelona, Emecé editores, 1996), donde también figura Borges, oral, libro que reúne la transcripción de las cintas magnetofónicas, a cargo de Martín Müller, de las cinco conferencias que Borges dictó, en junio de 1978, en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires; la tercera de ellas también se titula “Emanuel Swedenborg”, ídem el poema de Borges que cierra su citado prefacio a Mystical Works. Pero también en ese tomo IV figura el libro Biblioteca Personal. Prólogos, previamente publicado en Buenos Aires, en abril de 1988, por Alianza Editorial con el número 7 de la serie Alianza Literatura, y por ende allí se halla el prólogo de Borges a la Poesía completa de William Blake, libro coeditado en Barcelona, en 1986, por Hyspamérica y Orbis, con el número 4 de la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges.

   

William Blake (1807)

Retrato de Thomas Phillips

           El conocimiento heterodoxo de Swedenborg que tuvo William Blake comenzó con el hecho de que su padre era un “no conformista de tendencia swedenborgiana”, anota el poeta español Luis Cernuda (1904-1963) en su preámbulo a la edición bilingüe que en 1983 hizo la madrileña Colección Visor de Poesía de Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793), Cantos de inocencia (1789) y Cantos de experiencia (1789-1794), libros de William Blake, traducidos del inglés al castellano por Soledad Capurro. Conocimiento no exento de crítica, antagonismo, acritud, sosa cáustica y bilis negra de predicador gesticulante y callejero, como bien puede leerse, por ejemplo, en una página del citado Matrimonio del Cielo y del Infierno:

     

Colección Visor de Poesía, Volumen LXXXVII
Madrid, 1983

          “Siempre me ha parecido que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como los únicos sabios; lo hacen con una confiada insolencia nacida del razonamiento sistemático.

            “Así Swedenborg alardea de que lo que escribe es nuevo, aunque sólo es un Índice o Catálogo de libros ya publicados.

            “Un hombre llevaba consigo un mono para mostrarlo, y como era algo más sabio que el mono, se envaneció y se consideró a sí mismo más sabio que siete hombres. Así es con Swedenborg: él muestra la idiotez de las iglesias y denuncia a los hipócritas, hasta que imagina que todos son religiosos y que él es el único sobre la tierra que nunca rompió una red.

            “Ahora escucha un hecho claro: Swedenborg no ha escrito una verdad nueva.

            “Ahora escucha otro: ha escrito todas las viejas falsedades.

            “Y ahora escucha el motivo. Él conversaba con los Ángeles, que son todos religiosos, y no conversaba con los Demonios que odian todos la religión, porque él era incapaz por sus engreídos conceptos.

            “Así, los escritos de Swedenborg son una recapitulación de todas las opiniones superficiales y un análisis de las más sublimes, pero nada más.

            “He aquí otro hecho evidente: cualquier hombre de talento mecánico puede sacar de las obras de Paracelso o Jacob Böhme diez mil volúmenes de igual valor que los de Swedenborg, y de las de Dante o Shakespeare un número infinito.

            “Pero cuando lo haya hecho no le dejéis que diga que sabe más que su maestro, porque sólo sostiene una vela en pleno sol.”

II de VII

Mas si Swedenborg visitaba los cielos y los infiernos y discutía con los demonios y con los ángeles e incluso con Cristo, William Blake tuvo sus propias visiones: “ocho años tenía cuando vio un árbol poblado de ángeles”. Y antes o después, Dios mismo asomó su rostro a la ventana de su cuarto y miró al niño Blake. Y cuando ya “es alumno del grabador Basire, con el cual estudia siete años, durante los cuales traza copias de las tumbas y esculturas yacentes en la abadía de Westminster”, en ésta tiene “otra de sus visiones: un día ve a Cristo y los doce apóstoles recorriendo una de las naves”.

   

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 96

        Siendo las cosas así de tangibles y fehacientes (ídem el beso de la princesa que transformó en príncipe al horrorosísimo sapo de las cavernas de ultratumba), no sorprende que también visitara las regiones del más allá y retornara convertido en el incontestable cartógrafo de los cielos y de los infiernos: “No salió nunca de Inglaterra, pero recorrió, como Swedenborg, las regiones de los muertos y de los ángeles. Recorrió las llanuras de ardiente arena, los montes de fuego macizo, los árboles del mal y el país de tejidos laberintos. En el verano de 1827 murió cantando. Se detenía a ratos y explicaba ‘¡Esto no es mío, no es mío!’ para dar a entender que lo inspiraban los invisibles ángeles. Era fácilmente iracundo.” Cincela Borges en su citado prólogo a la Poesía completa de William Blake. De ahí que se tenga la mórbida impresión de que William Blake era un gruñón marca Diablo que descubrió la gnóstica fórmula para llegar a la Isla Perdida después mordisquear el prohibido fruto del Árbol del Conocimiento, y entonces supo, para decirlo con Umberto Eco, cómo atrapar un basilisco con la sola ayuda de un espejuelo de bolsillo y de una fe inconmovible [tanto] en el Bestiario, como en la Biblia.

        


        Uno de los títulos más célebres de William Blake es Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793). A tales páginas pertenecen los Proverbios del Infierno que tradujo al español el poeta mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950), reeditados en abril de 1994 por Fósforos, colección dirigida por Raúl Renán y Alfredo Herrera. Se trata de una pequeña caja, cuyo diseño, a partir de la idea original del poeta Carlos Isla, semeja ser una cajilla de cerillos de cocina, con hojas sueltas y sin número de páginas, coeditada en la Ciudad de México por Verdehalago, Revista quincenal de poesía y La Máquina Eléctrica.

    Aunque no se apunta en la minúscula edición de Fósforos, los setenta Proverbios del Infierno traducidos por el autor de Nostalgia de la muerte (Buenos Aires, Sur, 1938) aparecieron por primera vez, en la capital mexicana, en el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), junto a otros textos iniciales de Matrimonio del Cielo y del Infierno.

 

Edición facsimilar 
Col. Revistas Literarias Mexicanas Modernas, Vol. II, FCE
México, 1981

            En la “Visión memorable” que precede a los Proverbios del Infierno traducidos por Xavier Villaurrutia para la revista Contemporáneos, William Blake reporta su viaje al Infierno y el origen de éstos:

     “Mientras paseaba entre las llamas del Infierno, deleitado con los goces del genio que a los ángeles parece tormento y locura, recogí algunos de sus proverbios pensando que, así como los dichos de un pueblo llevan el sello de su carácter, los proverbios del Infierno muestran la naturaleza de la Sabiduría Infernal mejor que ninguna descripción de edificios o vestiduras.”

           

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 163

           Uno de tales Proverbios describe los rasgos de lo que parece un fantástico, espeluznante y luciferino ser del averno, un diablo hediondo a azufre:

      “Los ojos de fuego, la nariz de aire, la boca de agua, la barba de tierra.”

      Lo que imanta, con los pelos de punta a la ponketa de huitlacoche, la enigmática imagen de un demonio que traza William Blake en la citada “Visión memorable”:

   

Poesía completa (Hyspamérica, 1986), de William Blake
p. 234

         “Cuando volví a mi casa, sobre el abismo de los cinco sentidos, allá donde una doble llanura se desploma sobre el presente mundo, vi un poderoso demonio envuelto en nubes negras, aleteando en las paredes de las rocas; con llamas corrosivas escribió la sentencia siguiente, comprendida por el cerebro de los hombres y leída por ellos en la tierra: ¿No comprendes que cada pájaro que hiende el camino del aire es un mundo inmenso de delicias cerrado para tus cinco sentidos?”

III de VII

Quizá el desocupado lector, lectora o lectore, haya visto en la pantalla grande, en DVD, en Blue-Ray o en streaming, la película Dead Man (1995), en español: Hombre Muerto, wéstern guionizado y dirigido por el cineasta norteamericano Jim Jarmusch (Akron, Ohio, 1954), cuyo epígrafe de Henry Michaux reza: “Es preferible no viajar con un hombre muerto.” Sugestiva y por instantes distorsionada y estridente música de Neil Young con su lira eléctrica, en cuyo soundtrack en CD se llega a oír fundida al estruendo del oleaje marino, e incluso se llega a escuchar la voz del contadorcito William Blake (Johnny Depp) recitando unos versos del poeta maldito William Blake. Magnética fotografía en blanco y negro de Robby Müller. Sugerentes localizaciones, escenarios, vestuarios, y tipología de indos pieles rojas y hombres blancos (caras pálidas). Persuasivas actuaciones de Johnny Depp (William Blake) y Gary Farmer (el piel roja Xebeche, alias Nobody o sea: Nadie), etc.; en cuyo reparto descuella la breve aparición de Robert Mitchum corporificando al duro, autoritario y vengativo John Dickinson, dueño de la metalistería de Machine, avérnico e inmoral pueblo extraviado en lo profundo del salvaje y lejano Oeste, que le pone precio a la cabeza de William Blake (homónimo del poeta, pintor y grabador inglés), el joven contadorcito de Cleveland atildado como payaso de circo, quien tras un largo viaje en tren, ingenuamente llega a Machine (al término de la línea ferroviaria) en busca de empleo en las oficinas de la Dickinson Metal Works (lleva consigo una inútil carta de aceptación datada hace dos meses). Pero al enredarse en un inesperado y sorpresivo crimen en un cuarto del hotel (mueren baleados el hijo del señor Dickinson y la ex amante del vástago, ex prostituta y vendedora de flores de papel en la cantina del pueblo), se transforma ipso facto en un asesino y en un perseguido.

     


         Pues bien, el regordete y bufonesco piel roja Xebeche alias Nobody, como prefiere llamarse, está muy lejos del retorcido o convencional raciocinio de un colono sin escrúpulos de origen europeo, de esos que se mueven bajo las pulsiones de la codicia, del exceso, y de la azarosa y cruenta ley del revólver: o matas o te matan. Su idiosincrasia y psique es la de un esquizoide cuyo pensamiento y cosmovisión oscilan entre lo mágico, supersticioso, ritual, poético y mítico. Piénsese, por ejemplo, que cuando tropieza con el cuerpo de William Blake, herido por una bala cerca del corazón, trata de rehabilitarlo con el poder de sus canturreos, malabares, sahumerio y rudos apretujones sobre la herida: como hundiéndole la bala, en vez de sacársela con la punta de un arma blanca y unos tragos de aguardiente, según presupone el consabido canon cinematográfico. “Hay metal de los blancos cerca del corazón”, le dice. “Traté de sacarlo, pero está muy profundo. Mi cuchillo cortaría tu corazón y sacaría el espíritu de ahí. Estúpido, maldito hombre blanco.”

   Después de consultar la omnisciente sabiduría de las piedras, el indio piel roja, con un matiz de vidente y médium, le dice a William Blake: “Las piedras redondas bajo la tierra han hablado a través del fuego. Las cosas que son parecidas crecen así por naturaleza. Las piedras que hablan vieron mucho el sol. Unos creen que bajan con el rayo. Yo creo que están en la tierra y el rayo las hunde más.” Y luego, no menos enigmático, da por hecho que el contadorcito es un hombre muerto: “¿Mataste al hombre blanco que te mató?”. Lo cual se agudiza in extremis al enterarse, con asombro y un susto que lo catapulta hacia atrás, que el contadorcito se llama William Blake, pues ipso facto supone que corporifica al poeta y grabador inglés (una sombra, un fantasma de carne y hueso). “Tú fuiste poeta y pintor. Y ahora eres asesino de hombres blancos”, le receta; dado que en su niñez conoció, en Inglaterra, la biografía, los poemas y las imágenes del artista y poeta William Blake, luego de que unos soldados ingleses se lo llevaron de Norteamérica a Europa encerrado en una jaula en calidad de criatura salvaje para exhibición, observación y tipificación.

         De ahí que empiece a parlotearle al contadorcito William Blake citando los proverbios del poeta William Blake (que el cara pálida ignora y no comprende): “Cada noche y cada mañana algunos nacen para la miseria”. “Cada mañana y cada noche, unos nacen para un dulce placer. Otros nacen para la noche eterna.”

    Y más adelante, el indio piel roja, con su olfato de perro de caza, le advierte a William Blake que lo están siguiendo para matarlo (pese a que según él ya es un hombre muerto): “Muy seguido, el hedor del hombre blanco lo antecede.” Y entonces el contadorcito lo interroga sobre lo que deben hacer y Nobody le responde manipulando uno de los Proverbios del Infierno: “El águila perdió mucho cuando se conformó con aprender del cuervo”, que Xavier Villaurrutia tradujo así: “Nunca perdió más tiempo el águila que cuando escuchó las lecciones del cuervo”.

   Ironía a la que el piel roja vuelve a recurrir después de abandonarse —oculto bajo una enorme, negra y peluda piel de oso o de búfalo, a una fiera comunión sexual con una voraz y feraz india: “Levántate y guía tu carreta y tu arado sobre los huesos de los muertos” (“Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos”, según Villaurrutia), proverbio precedido por una de sus paródicas lisuras de autor de sus propios proverbios: “No dejes al sol hacer un hoyo en tu trasero”.

         

Fotograma de Hombre muerto (1995)

             Al inicio del vínculo con el indio, el contadorcito William Blake ignora la destreza de las armas de fuego, pese a que por un reflejo, defensivo y de autoconservación, mató al hijo del señor Dickinson. Y aunado a su presunta amnesia o dizque modesto olvido de sus versos que Xebeche le atribuye, el indio piel roja le vaticina la cifra de su destino de hombre muerto: “Esa arma sustituirá tu lengua. Aprenderás a hablar con ella y tu poesía se escribirá ahora con sangre.” Cosa que William Blake cumple al pie de la letra sin evitarlo y con la eficacia que pergeña su meteórica leyenda negra: destino de poeta maldito (muerto y sin espíritu) extraviado en el infierno del salvaje y lejano Oeste, donde escribe con sangre sus rápidos y onomatopéyicos asesinatos-poemas; incluso, en un pasaje, esgrime como suya la borrosa e inasible identidad del verdadero poeta: “¿Eres William Blake?”, le rebuzna uno del par de marshals, calvos y cazarrecompensas, que lo rastrean para matarlo. Y él responde: “Sí, lo soy. ¿Conocen mis poemas?”. Y ¡pum! ¡pum!, truenan los balazos que los borran del mapa del tesoro andante, lo cual el contadorcito rubrica con uno de los proverbios de William Blake que le oyó al vociferino Xebeche: “Algunos nacen para la noche eterna”.

 


         En el wéstern de Jim Jarmusch el lejano y salvaje Oeste es un infierno, una laxa e inmoral tierra de nadie donde los pieles rojas, los caras pálidas y los negros son unos demonios, recíprocamente desconfiados y mezquinos, que se embriagan, fornican, engañan, insultan, maldicen, manipulan, hacen trampas, roban y matan por la menor causa, precio, equívoco, capricho, orden o provocación. Recuérdese, entre otras cosas, lo relativo a Johnny The Kidd Pickett, un jovencillo pistolero de raza negra, con una cicatriz de arma blanca en el lado izquierdo del rostro, que ya ha matado a 14 personas; pero sobre todo lo que concierne a Cole Wilson, el diabólico pistolero antropófago que asesinó y se comió a sus propios padres (y que luego asesina y devora, incluso chupándose los dedos, al pistolero hablantín que dormía con un osito de peluche), vestido de negro (con botonadura plateada, balas de plata y cacha de nácar) como dicta al canon del más malo y maldito del Oeste, quien además conlleva al demoníaco ángel exterminador que le clava la última bala a la leyenda negra del contadorcito William Blake, ya en la canoa de su viaje al más allá. 

     

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

            O el nocturno asesinato de los tres tramperos en un claro del bosque que incita Xebeche con el contadorcito como carnada, donde una de las víctimas, el ridículamente travestido de tosca mujer, relata, alrededor de la hoguera y mientras cocina y sirve en platos metálicos, varias visiones del infierno dentro del infierno:

 

Ilustración de Arthur Rackham para
Ricitos de Oro y los tres osos

          “...con el cabello dorado [mamá osa] le hizo un suéter al osito”, dice al contar, frente a la hoguera, una chusca versión de Ricitos de Oro y los tres osos. Y luego relata un sangriento pasaje pseudohistórico, extirpado de la noche de los tiempos, que evoca el legendario y encarnizado festín caníbal de Vlad Tepes El Empalador: “Hoy recuerdo al emperador del mal, Nerón Augusto. Iba a arrasar con todos los cristianos.” “Para entretener a sus invitados, Nerón iluminaba su jardín con cuerpos de cristianos quemándose vivos en aceite atados en cruces flamantes; crucificados. Y durante la cena ordenaba que frotaran a los cristianos con hierbas de olor y ajo. Les cortaban el sexo y en costales los arrojaban a los perros salvajes.” Lo cual es signado por la cruenta y negra bendición a los frijoles sazonados con especias, leída heréticamente dizque de la Biblia, que resulta el presagio y preámbulo del asesinato a balazos de los tres tramperos: “Este día Dios te entregará en mis manos y yo te destruiré y decapitaré y daré el cadáver del anfitrión de los filisteos a las aves del aire y a las bestias de la tierra. Amén.”                    

     

Vlad Tepes almuerza rodeado de empalados

          En este sentido, el asesinato no riñe y hace íntimas migas (y danza de cachetito la macabra danza de la muerte) con algunos de los Proverbios del Infierno que parecen una apología o incitación al asesinato y a considerar el asesinato como una de las bellas artes, para deglutirlo y rumiarlo con el llevado y traído título de las memorias de Thomas de Quincey (1784-1859). “El asesinato exige, en su opinión, ser tratado estéticamente y apreciado desde un punto de vista cualitativo a la manera de una obra plástica o de un caso médico”, pontifica el heresiarca surrealista André Breton sobre De Quincey en su Antología del humor negro, urdida y prologada en 1939 e impresa al año siguiente en París, en francés, por Les Editions du Sagittaire.  

   

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

         ¡Ha llegado el tiempo de los asesinos!, podría gritarse a los cuatro pestíferos y deletéreos vientos bajo los efectos de varias onzas de Rimbaud y Diablo Verde, sintiéndose, obviamente, el más malo y maldito pistolero del viejo, lejano y salvaje Oeste, echando bala en las inmediaciones de la cantina de Machine. Véanse, si no, algunos maléficos y atronadores ejemplares de los Proverbios del Infierno de William Blake traducidos por Xavier Villaurrutia, publicados en el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), junto con otros textos iniciales del libro al que pertenecen: Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793):

   

Xavier Villaurrutia (c. 1930)

Foto: Manuel Álvarez Bravo

           “Un cuerpo muerto no venga las injurias”; “Antes asesina a un niño en su cuna que nutras deseos que no ejecutes”; “Sumerge en el río a aquel que ama el agua”; “El gusano perdona el arado que lo aplasta”; “Del agua estancada espera veneno”; “Nunca pregunta el manzano o el haya cómo crecer, ni el león al caballo cómo coger su presa”; “Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber”; “La cólera del león es la sabiduría de Dios”.

    “Era fácilmente iracundo”, vale repetir que sigue puntualizando Borges de William Blake en el susodicho prólogo a su Poesía completa.  

   

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 4

Hyspamérica Ediciones Argentina/Ediciones Orbis
Barcelona, 1986

          Pero como tan solo en unas cuantas líneas de William Blake apenas corrieron algunos chorreantes baldes de sangre, tal vez quepa sacar de la chistera un cuchillo sin hoja al que le falta el mango de Geor Christoph Lichtenberg (1742-1799), traducido del alemán por Juan Villoro en el breviario Aforismos (México, FCE, 1989): “Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña”.

IV de VII

Al vaticinio que el indio piel roja Xebeche, alias Nobady, le cifra al contadorcito de Cleveland (homónimo del poeta y grabador inglés William Blake) sobre el destino que lo arrastra en el infierno del salvaje y lejano Oeste (hombre muerto, sin espíritu, que escribirá sus poemas con sangre) mientras el impoluto cara pálida viaja en tren observando las mutaciones del desolado paisaje (mira grandes y solitarias estructuras rocosas en lontananza, carretas deshilachadas y tipis abandonados) y las características de los cambiantes pasajeros que lo observan a él—, lo preludia el presagio que al inicio del wéstern, sin decir aguas negras van, le recita, casi como un acertijo, el fogonero analfabeta maquillado de hollín, el mismo que le señala que esos cazadores del vagón (ataviados con ásperos gorros y abrigos de pieles peludas) que de pronto por las ventanas disparan sus fusiles Winchester, ya han masacrado un millón de búfalos el año pasado y que Machine es el infierno y que tal vez allí halle su tumba:

  “Mira hacia la ventana”. “¿No recuerdas esto cuando vas en un barco? Y más tarde en la noche, estabas recostado viendo el cielo y el agua en tu cabeza no era distinta del paisaje y piensas: ¿por qué será que el paisaje se mueve pero el barco está inmóvil?”.

    Palabras-espejo (en lo futuro), pero un galimatías para el pálido y lampiño contadorcito William Blake que tampoco las entiende mirándose la nariz y parando las orejas, y cuyo sentido se explica por sí solo al término del filme, cuando Xebeche ha dispuesto bocarriba, en una canoa que evoca la mítica barca de Caronte, el cuerpo moribundo del contadorcito. Canoa india preparada por el piel roja con ramas de cedro, tabaco, un retrato en miniatura del hombre muerto y otros enseres, que transportará a William Blake por el Gran Mar al ámbito donde se halla su espíritu, el sitio de donde supuestamente vino.

 

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

        Sin embargo, el sentido de las palabras-espejo empieza a prefigurarse mucho antes; por ejemplo, cuando ambos van a caballo en el bosque y se encuentran, clavados en los troncos de varios árboles, los primeros retratos hablados del rostro de William Blake con el clásico: “Se busca”, “500 dólares”. Pero ante el desconcierto y berrinche del contadorcito, Xebeche le cifra uno de sus propios proverbios: “No pararás las nubes construyendo un barco”. Lo cual irrita aún más al contadorcito cara pálida, harto de las para él ininteligibles frases (los Proverbios del Infierno de William Blake), junto con los retruécanos y proverbios de su autoría con que el piel roja le parlotea. Pero éste sólo remata, burlándose, con el repetitivo, variado y bufo estribillo del tabaco (que incluso reitera casi al término de la película): “¿Seguro que no tienes tabaco?”

V de VII

El indio piel roja Xebeche, alias Nobody, le narra al joven William Blake su índole mestiza y marginal, y el significado de su nombre y sobrenombre, y la causa de que vague solo por el solitario bosque:  

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

             “Mi sangre está mezclada. Mi madre era Ungumpe Piccana. Mi padre Absolucca. Esta mezcla no fue respetada. De niño, seguido me dejaban solo, así que pasé meses acechando a la gente alce para probar que sería buen cazador. Un día, mis parientes alces, se compadecieron y un joven alce me dio su vida. Sólo con mi cuchillo le quité su vida. Cuando iba a cortar la carne vinieron hombres blancos a mí. Eran soldados ingleses. Corté a uno, pero me dieron en la cabeza con un rifle. Todo se volvió negro. Mi espíritu pareció dejarme. Luego me llevaron al Este. En una jaula. Me llevaron a Toronto [en tren], luego a Filadelfia y luego a Nueva York. Y cada vez que llegaba a otra ciudad de algún modo, el blanco, había pasado a su gente allá, adelante de mí. Cada ciudad nueva tenía la misma gente que la anterior y no podía entender cómo una ciudad de gente podía moverse tan rápido. Finalmente, me llevaron en barco a través del Gran Mar a Inglaterra. Me pasearon ante ellos como un animal cautivo. Una exhibición. Entonces yo los remedé imitando sus modales, esperando que perdieran interés en ese joven salvaje. Pero su interés sólo aumentó. Así que me metieron a una escuela de blancos. Y ahí fue que descubrí las palabras que tú, William Blake, escribiste. Eran palabras poderosas y me hablaron. Pero hice planes cuidadosos y finalmente escapé. Una vez más crucé el gran océano. Vi muchas cosas tristes de camino a la tierra de mi pueblo. Cuando se dieron cuenta de quién era, los relatos de mis aventuras los enojaron. Me dijeron mentiroso: Xebeche. El que habla fuerte sin decir nada. Me ridiculizaron. Mi propio pueblo. Me dejaron vagar solo por la tierra. Soy Nadie.”

          Pero el sentido nodal y nom plus ultra del filme de Jim Jarmusch, es el que gira en torno al hecho quintaesencial de que para el indio piel roja Xebeche, el contadorcito de Cleveland es un hombre muerto, un muerto sin espíritu que es el poeta, pintor y grabador inglés William Blake. Así, la misión que el indio colige y se impone a sí mismo hasta las últimas consecuencias (jugarse la vida en todo momento e incluso renunciar a ella) es conducir al hombre muerto al lugar “de donde vinieron todos los espíritus. Y a donde todos los espíritus vuelven.”

          Su asumida misión de guía al más allá empieza a cobrar un rumbo más definido cuando en uno de sus personales ritos de brujo sabio, visionario y vidente, ingiere peyote, que él llama el Abuelo Peyote, el alimento del Gran Espíritu: “los poderes de la medicina te dan visiones sagradas que no son para ti, William Blake”, le dice. Y en tales visiones le mira el rostro, al hombre muerto, como si fuera el cráneo de un esqueleto, en cuyas mejillas le traza un par de símbolos semejantes a rayos, cuya críptica índole sólo entiende el indio.

        No obstante, Xebeche induce al contadorcito al ayuno: “Buscar la visión es una bendición. Para hacerlo, debemos ir sin comida, ni agua, pues todos los espíritus sagrados reconocen a aquellos que ayunan. Es bueno prepararse así para un viaje.” Ayuno, tácita e implícitamente salpimentado y reforzado con peyote, lo que explica las alucinaciones pesadillescas que luego tiene William Blake: mientras desde su diálogo y fantaseo consigo mismo se prepara para aclararle el equívoco al señor Dickinson (el dueño de la metalistería de Machine que le puso precio a su cabeza), oye aullidos y ve a hieráticos y dispersos pieles rojas maquillados de mapaches que lo observan confundidos y ocultos entre las ramas de la floresta; pero luego, en el mismo follaje, como si se tratara de un móvil y cambiante trampantojo, sólo mira a un solitario mapache que se aleja entre las matas. Más tarde halla, abandonado en un claro del bosque, a un pequeño ciervo con el sangrante y cauterizado orificio de una bala en el corazón, casi su espejo o su doble, puesto que imita su postura y sueño eterno al dormir junto al animal.

 

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

         Pero el instante climático de las vertientes míticas y poéticas de la película empieza a entreverse en las palabras que Xebeche le dice al hombre muerto al cruzar, cada uno montado en su caballo, un paraje de árboles inmensos, luego de canturrear para sí una cantaleta, con soniquete de vocalización india, que parece un sarcástico blues: “No me importa si te casaste 17 veces. Aún te amo”. Chispa que es una minucia de toda la dosis de comedia y humor (muchas veces negro) que el filme también tiene. “Te llevaré al puente hecho de aguas”, le dice Xebeche. “El espejo. Te llevarán al siguiente nivel del mundo. El lugar de donde vienes, William Blake. Donde debe estar tu espíritu. Debo ver que pases por el espejo donde el mar se une al cielo.”

VI de VII

Que había en William Blake una buena pócima de veneno, una negra toga y un matiz de vidente, oráculo de las tinieblas, herético profeta, psicótico y tóxico poeta maldito, ni duda cabe. Los Proverbios del Infierno lo refrendan. E incluso él mismo, en cierto modo (y de muchos modos) lo dijo. 

     

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 61

          En una nota de William Blake al “Discurso VIII” de Sir Joshua Reynolds (director de la Royal Academy a la que el poeta, pintor y grabador ingresó en 1778) que cita Luis Cernuda en su citado prólogo a la edición conjunta de Matrimonio del Cielo y del Infierno, Cantos de Inocencia y Cantos de Experiencia, se lee: “Sentía el mismo desprecio y aborrecimiento que siento ahora. Se burlan de la inspiración y la visión. Inspiración y visión eran entonces, son ahora, y espero que sean para siempre, mi elemento, mi morada eterna. ¿Cómo podría oír que las condenan sin devolver desprecio por desprecio?”. Intrínseca, visceral y ortodoxa declaración de principios, equivalente a la milenaria ley del talión, que ineludiblemente remite a uno de sus Proverbios (traducido por Villaurrutia): “Como el aire al pájaro o el agua al pescado, así el desprecio al despreciable.”  

         

Libro del Cielo y del Infierno ((Emecé, 1999)
p. 55

          Y si otros Proverbios del Infierno implican una apología o incitación al asesinato (y por ende a reflejar, en un espejo de piedra, que el verdadero culpable y asesino es el hipócrita lector), citados en la segunda parte de la presente cibernota, y a considerar (por capricho o sin él) el asesinato como una de las bellas artes
“Tenía ganas de envenenar a un monje”, apostilló Umberto Eco sobre la idea seminal que daría cosmológico origen a El nombre de la rosa (1980)—, su petulancia de inspirado, visionario y vidente, también se transluce en el que postula: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.” (Parecido al que reza: “Nunca sabrás lo que es suficiente a condición de que sepas lo que es más que suficiente”, según Villaurrutia.) Cuyo sentido evoca un fragmento de la carta que el enfant terrible Arthur Rimbaud (1854-1891) le dirigió, el 15 de mayo de 1871, a Paul Demény:

 

La nave de los locos núm. 27, Premià editora
Tercera edición, México, 1981

        “Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.

       “El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, agota en él todos los venenos para conservar sólo las quintaesencias. Inefable tortura en la que hay necesidad de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, en la que él llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito ¡y el supremo Sabio! Porque él llega a lo desconocido: ¡Puesto que él ha cultivado su alma, ya rica, más que ningún otro! Llega a lo desconocido, y cuando, loco, termina por perder la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innombrables: vendrán otros horribles trabajadores: ellos comenzarán por los horizontes en los que el otro se ha desplomado!” (Versión del francés al español de Marco Antonio Campos, incluida en la edición bilingüe de Una temporada en el Infierno, publicada en México, por Premià, en 1979, con traducción, prólogo, una nota y un poema suyos.)

VII de VII

En los Proverbios del Infierno de William Blake (traducidos por Xavier Villaurrutia) late una visión maldita, anarca y herética de la vida terrestre, entendida como una temporada en el Infierno, donde el hombre, ser infinitesimal, efímero, contradictorio, y plagado de debilidades y defectos, apenas vislumbra una minucia de lo cosmogónico e inescrutable que lo rodea: “El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.” La religión (católica y protestante), dueña y manipuladora del pensamiento (de los anhelos de trascendencia, de los sueños, de las pesadillas), y los hipócritas religiosos (feligreses y prelados), son una despreciable ralea digna de su flagelo y de la condenada eterna a las llamas del averno: “Las prisiones están construidas con piedras de la Ley; los burdeles con piedras de la Religión”; “Así como la oruga elige las hojas más hermosas para poner sus huevos, el sacerdote deposita su maldición sobre los mejores goces”; “La Prudencia es una vieja solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad”.

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

            Y aquí se podría recordar un pasaje del wéstern Hombre Muerto, donde un vendedor de municiones (estereotipo de religioso que manosea la religión a su antojo como si fuera el coño de una prostituta) le dice al contadorcito William Blake que las balas que vende están bendecidas por un obispo de Detroit (cosa posible); así, cuando el piel roja Xebeche asoma la cabeza y entra al tendajón con su enorme penacho de plumas y el vendedor de municiones le niega el tabaco que exhibe frente a sus narices (al blanco se lo regala), esgrime el persignarse a modo de escudo protector y su verborrea religiosa a modo de flamígera, corrosiva y xenofóbica arma infalible: “Que Jesús lave la tierra con su santa luz y lave los sitios más oscuros de salvajes y filisteos”.

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

             Y en el intento de frustrar su inminente asesinato por parte de William Blake que lo apunta de frente con su revólver (después de que primero el vendedor de municiones intentara matarlo a traición de un balazo), le dispara y vocifera su última maldición dizque creyente y religiosa: “Que Dios condene tu alma al fuego del Infierno”.

        Sin embargo, pese a lo antes dicho, otros Proverbios del Infierno de William Blake (oh paradoja) parecen un allegro de palpitación angelical y divina: las sabias y cantarinas consejas de una tierna abuela en tiempos de Navidad; o las observaciones de un benévolo y recto moralista con pulsiones puritanas y religiosas de hueso colorado (¡aleluya!): “Jamás se convertirá en estrella aquel cuyo rostro no irradie luz”; “El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti”; “El alma llena de dulce placer no puede ser manchada”; “El necio no ve el mismo árbol que el sabio”; “En tiempo de siembra, aprende; en tiempo de cosecha, enseña; en invierno, goza”; “Usa número, pesa y medida en un año de escasez”; “Como el arado obedece las palabras, Dios recompensa las plegarias”; “La abeja laboriosa no tiene tiempo para la tristeza”; “El que agradece lo que recibe soporta el peso de su abundante cosecha”; “Aquel que desea pero no obra, engendra peste”; “El pájaro, un nido; la araña, una tela; el hombre, la amistad”; “Está pronto a decir siempre tu opinión, y el ruin te evitará”; “El reloj cuenta las horas de la locura, pero ningún reloj puede contar las horas de la sabiduría”; “Exceso de pena, ríe. Exceso de alegría, llora”; “Piensa por la mañana, obra al mediodía, come por la tarde y duerme por la noche”; “Ningún pájaro se eleva demasiado alto, si vuela con sus propias alas”; “Las plegarias no aran; las alabanzas no maduran”; “El orgullo del pavo real es la gloria de Dios”; “La zorra se provee; pero Dios provee al león”; “Lubricidad del chivo, generosidad de Dios”.

          Por otro lado, el que reza: “La maldición, fortifica; la bendición relaja”, parece recordar el carozo de la mazorca de la vulgarizada apología del hombre fuerte atribuida a Friedrich Nietzsche: “Lo que no me mata, me fortalece”. (Que Efraín Huerta reviraría, quizá, con el consabido refrán a modo de poemínimo: “Lo que no mata, engorda.”)

      Pero también, entre los setenta Proverbios del Infierno que Xavier Villaurrutia tradujo al español para el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), hay algunos (verdaderas illuminations, quizá cantaría exultante algún Rimbaud de vecindario perdido en el ciberespacio) que más o menos (o totalmente) reconfortan y reconcilian al ateo de a pie, al panteísta en el laberinto, al agnóstico de bolsillo, o al esteta intelectual, con lo efímero e inescrutable de la existencia no siempre placentera ni divina: “La desnudez de la mujer es la obra de Dios”; “La Eternidad está enamorada de las obras del tiempo”; “Crear una sola flor es trabajo de siglos”; “Un pensamiento llena la inmensidad”.

 

 

Audiovisual

Jim Jarmusch, Dead Man/Hombre Muerto. DVD. Film House, México, 2006.

Neil Young, Dead Man. CD. Soundtrack de Dead Man (1995), largometraje en blanco y negro con guion y dirección de Jim Jarmusch. Cuadernillo adjunto con textos e iconografía. Vapor Records. New York, 1996.

 

Bibliografía

Bioy, Casares Adolfo y Borges, Jorge Luis, Libro del Cielo y del Infierno. Antología de textos de Emanuel Swedenborg y otros autores. Prólogo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares fechado en Buenos Aires, 27 de diciembre de 1959. Iconografía anónima y sin datar en blanco y negro. Emecé Editores. Buenos Aires, junio de 1999. 192 pp.

Blake, William, “El matrimonio del Cielo y del Infierno”, “Proverbios del Infierno”, etcétera. Traducción del inglés de Xavier Villaurrutia, en Contemporáneos núm. 6, noviembre de 1928, en Contemporáneos, tomo II (de XI), Septiembre-Diciembre de 1928, p. 213-243. Edición facsimilar. Colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas/FCE. México, abril 15 de 1981.

Blake, William, Matrimonio del Cielo y el Infierno. Los cantos de Inocencia. Los cantos de Experiencia. Traducción del inglés de Soledad Capurro. Prólogo de Luis Cernuda. Colección Visor de Poesía, Volumen LXXXVII. Madrid, 1983. 212 pp.

Blake, William, Poesía completa. Traducción del inglés de Pablo Mañé Garzón. Prefacio de la serie y prólogo de Jorge Luis Borges. Ilustraciones anónimas en blanco y negro. Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 4, Hyspamérica Ediciones Argentina/Ediciones Orbis. Barcelona, 1986. 256 pp.

Blake, William, Proverbios del infierno. Traducción del inglés de Xavier Villaurrutia. Cajita con hojas sueltas s/n de páginas. Colección Fósforos. Verdehalago/Revista quincenal de poesía/La Máquina Eléctrica. Ciudad de México, abril de 1994.

Borges, Jorge Luis, Biblioteca personal (prólogos). Alianza Literatura núm. 7, Alianza Editorial. Buenos Aires, abril de 1988. 136 pp.

Borges, Jorge Luis, Obras completas IV. Emecé Editores España. Barcelona, 1996. 550 pp.

Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo, Diálogos. Editorial Seix Barral. Barcelona, abril de 1992. 384 pp.

Breton, André, Antología del humor negro. Traducción del francés de Joaquín Jordá. Compactos núm. 33, Editorial Anagrama. Barcelona, 1991. 406 pp.

Eco, Umberto, “Apostillas a El nombre de la rosa”, p. 631-664, en El nombre de la rosa. Traducción del italiano de Ricardo Pochtar. Traducción de los textos en latín de Tomás de la Ascensión Recio García. Colección Palabra Seis núm. 2, Editorial Lumen. 2ª reimpresión de la 3ª edición mexicana. México, diciembre de 2001. 672 pp.

Lichtenberg, Geor Christoph, Aforismos. Antología, prólogo, notas y traducción del alemán de Juan Villoro. México, febrero de 1989. 304 pp.

Märtin, Ralf-Peter, Los “Drácula”. Vlad Tepes, el Empalador y sus antepasados. Traducción del alemán de Gustavo Dessal. Iconografía en blanco y negro. Fábula núm. 150, Tusquets Editores. Barcelona, noviembre de 2000. 232 pp.

Miller, Henry, El tiempo de los asesinos. Un estudio sobre Rimbaud. Traducción del inglés de Roberto Bixo. El libro de bolsillo núm. 975, Alianza Editorial. Madrid, 1983. 128 pp.

Rimbaud, Arthur, Una temporada en el infierno. Edición bilingüe. Prólogo, antología, poema, y traducción del francés de Marco Antonio Campos. Ilustraciones en blanco y negro. La nave de los locos núm. 27, Premià editora. 3ª ed., segundo semestre de 1981. 120 pp.

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Trailer de Hombre Muerto (1995), wésterm con guion y dirección de Jim Jarmusch.

 

 

jueves, 16 de noviembre de 2023

Los mares del Sur

La angustia en un puñado de ceniza

 

I de VI

Publicada en Barcelona, en noviembre de 1979, por Editorial Planeta, con un tiraje de 153 mil ejemplares, Los mares del Sur, novela negra del polígrafo español Manuel Vázquez Montalbán (nacido en la Ciudad Condal el 14 de junio de 1939 y fallecido en Bangkok el 18 de octubre de 2003), “obtuvo el Premio Planeta 1979, concedido por el siguiente jurado: Ricardo Fernández de la Reguera, José Manuel Lara, Antonio Prieto, Carlos Pujol y José María Valverde.” Quien, curiosamente, en Poesías reunidas 1909-1962, volumen de T.S. Eliot publicado en Madrid, en 1978, por Alianza Editorial, tradujo (y anotó) “La Tierra Baldía” (The Waste Land, 1922), de cuyo primer poema el asesinado Carlos Stuart Pedrell había extirpado y transcrito un verso en inglés: I read, much of the night, and go south in the winter. Que Pepe Carvalho, el detective que investiga el trasfondo de su desaparición y muerte, traduce “mentalmente: Leo hasta entrada la noche/ y en invierno viajo hacia el sur”. Mientras que Valverde lo hizo así: “Yo leo, buena parte de la noche, y en invierno me voy al sur.” En este sentido, no asombra que el verso traducido por Valverde del Premio Nobel de Literatura 1948: “te enseñaré el miedo en un puñado de polvo” (I will show you fear in a handful of dust), Sergio Beser —el políglota ratón de biblioteca que consulta Carvalho— lo traduzca así, diciéndole: “Es el verso que más me gusta de todo el poema: Te enseñaré la angustia en un puñado de ceniza.”     

          

Alianza Tres núm. 40, Alianza Editorial
Tercera edición, Madrid, 1981

         
La novela Los mares del Sur —la cuarta de la Serie Carvalho— comprende 43 breves capítulos sin números ni rótulos, signados por un epígrafe del poeta italiano Salvatore Quasimodo, Premio Nobel de Literatura 1959: pi
ù nessuno mi porterà nel sud (ya nadie me llevará al sur). En este sentido, vale observar que al cadáver del cincuentón y riquísimo empresario barcelonés Carlos Stuart Pedrell, presuntamente asesinado a cuchilladas y aparecido, en enero de 1979, “en un descampado de la Trinidad”, “Le habían vaciado los bolsillos” y sólo le dejaron un papel, según se entera el detective (y el desocupado lector) en la primera entrevista que, un día de marzo, tiene con el abogado Jaime Viladecans Riutorts (“voz de lord inglés con acento de pijo de la Diagonal”) y Mima, la viuda (“una mujer de cuarenta y cinco años que hizo daño en el pecho a Carvalho”): “La viuda había sacado del bolso una arrugada hoja de agenda erosionada por mil manos. Alguien había escrito sobre ella con un rotulador: più nessuno mi porterà nel sud.” Cuyo sentido y ubicación bibliográfica en un viejo poemario de posguerra de Salvatore Quasimodo: La vita non é sogno (La vida no es sueño, 1949), le es vertida a Pepe Carvalho por el parlanchín, erudito e histriónico Sergio Beser, cuyo piso en San Cugat es una enorme, nutrida y alta biblioteca (“Parecía un Mefistófeles pelirrojo con acento valenciano”), quien hace un gastronómico, teatral y etílico dúo dinámico con un tal Enric Fuster, su compinche y paisano del Maestrazgo.

Salvatore Quasimodo 
(1901-1968)
Premio Nobel de Literatura 1959



 II de VI

La trama detectivesca de Los mares del Sur —ganadora en París del Prix International de Littérature Policière 1981— gira en torno al hallazgo del acuchillado cadáver del empresario Carlos Stuart Pedrell tras un año de su misteriosa y paradójica desaparición (pues nunca salió de España ni de Barcelona), tanto del ámbito familiar (dejó esposa y cinco pirrurris: un joven en Bali aún dependiente, dos chavales que hacen trial de montaña, un pequeño a punto de ser expulsado de un colegio jesuita, y una erógena adolescente en crisis existencial y ebullición erótica), como del alto pedorraje donde se movía con su estigma de donjuán irredento, pues según el testimonio de Francesc Artimbau, su pintor de cámara, los Stuart Pedrell “Podían cenar ahí donde estás tú [aplatanado y bebiendo en el estudio del artista], conmigo y con mi mujer algo que yo había guisado, o recibir en su casa a invitados como [Gregorio] López Bravo o [Laureano] López Rodó [distinguidos trepadores franquistas], o cualquier ministro del Opus, ¿entiendes? Eso da mucho poso. Esquiaban con el rey [Juan Carlos] y fumaban porros con poetas de izquierda en Lliteras.” (De ahí que entre los recortes de periódicos que Pepe Carvalho observa entre los libreros del despacho preferido del occiso se lean, pegadas con chinchetas, casi de cachetito: “las declaraciones de [Santiago] Carrillo sobre el abandono del leninismo por el PC español” y “la noticia de la boda de la duquesa de Alba con Jesús Aguirre, director general de Música”, sonoro y rimbombante bodorrio de nota rosa y de la chismografía del corazón, sucedido el 16 de marzo de 1978.) Urdimbre narrativa no exenta de peliculescos episodios de violencia: el preliminar robo de un auto de alta gama (no falta allí la chica noctámbula que se sopla “el flequillo a lo Oliva Newton-John”) y la trepidante persecución policíaca; la pela callejera que confronta Pepe Carvalho con tres mozalbetes cuchilleros de la barriada de San Magín; y el subrepticio y cruel degollamiento de Bleda, su perra, en su casa particular en Vallvidrera, donde el investigador privado, proclive a los excesos de la buena mesa, del buen tabaco y del buen alcohol, se dedica a condenar y a extinguir, en el fuego de la chimenea, los libros de su biblioteca.

           

Premio Planeta 1979

Autores Españoles e Hispanoamericanos, Editorial Planeta
Primera edición, Madrid, noviembre de 1979

           
No obstante, inextricable a lo ameno, a los matices del léxico y de cierta oralidad, a la erudición no sólo literaria, pictórica, melómana, etílica y gastronómica, al registro social, idiosincrásico y político de las postrimerías del franquismo, de la reciente transición (aún consolidándose entre soterradas nostalgias dictatoriales después de “las elecciones de junio de 1977”) y del afán democrático de la época (marcado por los asesinatos de la ETA y de los GRAPO), se advierte sobremanera que el nom plus ultra que trasmina cada página es una pulsión lúdica y libertaria, de popular y docto contador de cuentos en la plaza pública, lo cual se transluce en el gozoso divertimento que marca la tónica y el modo de narrar, que comprende no sólo la conducta sexual y desinhibida de Pepe Carvalho, y, desde luego, la manera desembarazada, un tanto informal e hilarante en que investiga, observa, conjetura e interactúa con los otros, en particular con Biscuter, su escuálido y conmovedor cocinero y asistente que subsiste en la estrechez de su despacho; con su recién adquirida perra; con Charo, la puta del Barrio Chino con la que sostiene un eventual vínculo erótico y afectivo que ya lleva ocho años; e incluso con Yes, la adolescente rubia de ojos grises, hija de los Stuart Pedrell, consumidora de mota y cocaína, que prácticamente se arroja sobre el detective para que la desnude y con quien sostiene un breve y entreverado desliz lascivo, que le hace recordar un episodio de su otrora espionaje para la CIA en los Yunaites: “Una vez en su vida se había acostado con una muchacha así, en San Francisco, veinte años atrás. Era una puericultora a la que él estaba vigilando en relación con la infiltración de agentes soviéticos entre los primeros movimientos contraculturales norteamericanos.”  

           

Manuel Vázquez Montalbán

            Paralelo a la investigación del caso Stuart Pedrell, el detective privado, por solicitud de un panadero, compungido y llorón que acude a su despacho en el ámbito de las Ramblas, localiza, en un tris, a su mujer, huida con un vasco a la Pensión Piluca; y de un modo locuaz y bufo, en el mugriento baretucho Jou-Jou (“Vengo de parte de la ETA”, le canta), incide en el alejamiento del hercúleo amante (quien para salvar el pellejo huye timorato y castañeteando la quijada) y en el regreso de ella al hogar, dulce hogar, donde la esperan sus dos niñas abandonadas, el lacrimoso cornudo, y las actividades domésticas de la panadería.  

 III de VI

Por influjo del abogado Viladecans y de los intereses empresariales de la familia y de sus poderosos socios (el estrambótico, homosexual y setentón marqués de Munt y el cincuentón Isidro Planas Ruberola, candidato y luego vicepresidente de la Patronal, la CEOE), la policía hizo mutis ante el acuchillado cadáver de Carlos Stuart Pedrell y por ello no dio con el presunto asesino o asesinos. Según el testimonio de un policía que dizque indagó el caso (contactado por Viladecans para que en privado hable con Carvalho): “La familia ha hecho lo imposible para que no siga. Dejó un tiempo prudencial y luego se movió para detener las cosas. El prestigio familiar y todo ese rollo.” Pero tres meses después del hallazgo del cadáver en un descampado de la Trinidad, Mima, su viuda, quien es la que paga al detective privado, quiere saber, le dice: “Qué hizo mi marido durante un año, durante ese año en que le creíamos en los mares del Sur y estaba quién sabe dónde y quién sabe qué burradas hacía.” Y sobre el presunto asesino, el abogado Viladecans le indica: “Bueno. Si sale el asesino, pues venga el asesino. Pero lo que nos interesa es saber qué hizo durante ese año. Comprenda que hay muchos intereses en juego.”

           


Autorretrato (1893)
Paul Gauguin

           
Gauguin en 1891

             Vale resumir que lo primero que Pepe Carvalho escucha sobre Carlos Stuart Pedrell es su obsesión por la vida y obra de Gauguin y su mítico y legendario viaje a los mares del Sur. “Él quería ser Gauguin”, le dice Mima. “Dejarlo todo y marcharse a los mares del Sur. Es decir, dejarme a mí, a sus hijos, sus negocios, su mundo social, lo que se dice todo.” Así que a través de diversos testimonios el detective constata esa obsesión; incluso al inspeccionar su despacho preferido: el “santuario” donde se recluía “A escuchar música. A leer. A recibir amigos intelectuales y artistas.” Donde observa, “pinchadas sobre las tablas [de los libreros], tarjetas postales con reproducciones de Gauguin. Y en la pared, alternados los cuadros de firma, mapas oceánicos, un inmenso Pacífico lleno de banderillas de alfiler, jalonando una ruta soñada.” Y en su abigarrado y singular escritorio de supuesto dibujante y calígrafo, además de que localiza algunos reveladores apuntes poéticos sobre esa obsesión, halla entre los “recortes de artículos”, “un poema recortado de una revista poética: Gauguin. [Que] Cuenta mediante verso libre la trayectoria de Gauguin desde que abandona su vida de burgués empleado de banca hasta que muere en las Marquesas rodeado del mundo sensorial que reprodujo en sus cuadros”. De ahí que pretendiera que el pintor Francesc Artimbau realizara un mural en su finca de Lliteras, donde “quería que le pintara algo muy primitivo, con el falso candor de Gauguin cuando pintaba a los canacos, pero trasladado a todo lo aborigen del Empordà, donde está Lliteras.” Y que en su recámara de “solitario” (desde “Hace tres años”), en la regia mansión familiar de fines del siglo XIX (heredada de una tía, incluido el elegante, flemático y culto mayordomo, conservador del inmueble que semeja un lujosísimo museo que resguarda valioso mobiliario y costosísima decoración y una repleta biblioteca de libros antiguos), exhibiera, sólo para él y su ombligo, “una excelente reproducción pintada de ¿Qué somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos?”, óleo sobre lienzo de Gauguin: D’où venos-nous? Que sommes-nous? Où allons-nous? (1897). Lo cual explica que la portada del libro editado por Planeta reproduzca un detalle de ese cuadro, datado así en la página legal: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Adónde vamos?, de Paul Gauguin, Museo de Bellas Artes, Boston (foto Oronoz)”.

     


¿Qué somos? ¿Adónde vamos? ¿De dónde venimos?
 (1897)
Paul Gauguin

            Pero además de la idílica ruta soñada y marcada con banderas en el mapa del océano Pacífico: “Abu Dhabi, Ceilán, Bangkok, Sumatra, Java, Bali, las Marquesas...”, la secretaria de ese despacho preferido, con su disfraz “de ex alumna de monjas”, le informa que su patrón tenía planeado “Un viaje a Tahití.” “A través de Aerojet. Una agencia.” Y que incluso había “solicitado cheques de viaje por una cantidad muy importante”, que “cubría los gastos de un año o más fuera del país”.

IV de VI

Pepe Carvalho descubre, en su indagatoria de sabueso rastreador y callejero, que el empresario Carlos Stuart Pedrell —miembro de la “Sociedad Anónima Tablex, dedicada a la producción de contraplacado, Industrial Lechera Argumosa, Construcciones Ibéricas S.A., consejero del Banco Atlántico, vocal de la cámara de Comercio e Industria, consejero de Construcciones y Desguaces Privasa...” y de “Quince sociedades más”—, al que se le “atribuían un buen puñado de especulaciones, pero sobre todo la de San Magín, barrio de”, llevó, oculta, una marginal vida de topo gris con el nombre de Antonio Porqueres, precisamente en La ciudad satélite de San Magín, inaugurada por Franco el 24 de junio de 1966. Según ve mientras avanza a pie: “San Magín crecía al fondo de una calle desfiladero entre acantilados de edificios diferenciables, donde coexistía el erosionado funcionalismo arquitectónico para pobres de los años cincuenta con la colmena prefabricada de los últimos años.” Se trata de una “urbanización de doce manzanas iguales, diríase que colocadas por el prodigio de una grúa omnipotente.” Y según lee en “el libro que le había prestado el morellense” Sergio Beser: “A fines de los años cincuenta, y dentro de la política de expansión especulativa del alcalde Porcioles, la sociedad Construcciones Iberisa (ver Munt, marqués de, Planas Ruberola, Stuart Pedrell) compra a bajo precio descampados, solares donde se ubicaba alguna industria venida a menos y huertos familiares del llamado camp de Sant Magí, zona dependiente del municipio de Hospitalet. Entre el camp de Sant Magí y los límites urbanos de Hospitalet quedaba una amplia zona de terreno libre con lo que se demuestra una vez más la tendencia anular de la especulación del suelo. Se compra terreno urbanizable situado bastante más allá de los límites urbanos para revaluar la zona que queda entre las nuevas urbanizaciones y el anterior límite urbano. Construcciones Iberisa construyó un barrio entero en Sant Magí y al mismo tiempo adquirió también a bajo precio los terrenos que quedaban entre el nuevo barrio y la ciudad de Hospitalet. En un segundo plan de construcciones, esa tierra de nadie también fue urbanizada y multiplicó por mil la inversión inicial de la Constructora...” “San Magín fue mayoritariamente poblado por proletariado inmigrante. El alcantarillado no quedó totalmente instalado hasta cinco años después del funcionamiento del barrio. Falta total de servicios asistenciales. Reivindicación de un ambulatorio del seguro de enfermedad. De diez a doce mil habitantes. Menuda pieza estabas hecho, Stuart Pedrell.” Comenta para sí el reflexivo detective, que también evoca un episodio de su humilde infancia cuando la topografía de la zona era un rústico territorio de contrabandistas de comestibles (y de quizá algo más).

            En su indagatoria en el barrio de San Magín, Pepe Carvalho descubre que ese mujeriego y sibarita de la alta burguesía que participó (y sacó provecho) del hacinamiento y de las deficiencias de la urbanización franquista, con la falsa identidad de Antonio Porqueres vivió en uno de esos patéticos departamentuchos, donde todavía están las cosas que dejó y por ende el detective las examina y olfatea, e incluso duerme allí una noche. Que al local de las Comisiones Obreras de San Magín —no muy distante de la iglesia donde cunden los “carteles petitorios de ya inutilizadas y superadas amnistías” (quizá entre ellos el que reza: “Libertad para Carrillo”) y “un cartel en italiano anunciado Cristo se detuvo en Éboli” (1979)— el tal Antonio Porqueres solía acudir con una joven del barrio; que allí le decían el Contable (porque hacía la contabilidad en el almacén “casa Nabuco”); y que a esa joven (activista, antinuclear, contestaria) y obrera del metal en la SEAT, le dijo que “Él estaba en contra de los Pactos de la Moncloa”. Y pese a que físicamente esa joven, bajita y cuerpo de uva, es la antípoda de las bellísimas féminas de clase alta que solía seducir y frecuentar (entre más jóvenes, mejor), ella, Ana Briongos, que allí en San Magín comparte departamento con dos amigas, todavía está embarazada del que creía se llamaba Antonio Porqueres y que pese a que por Carvalho se entera de su dramático asesinato y de que en realidad era “el constructor de San Magín”, ella ya, desde antes, estaba dispuesta a prescindir del apoyo económico y filial de él: “Yo soy la madre y el padre”, le canta sobre su notorio embarazo.   

   Y, desde luego, allí en el laberinto de San Magín, el detective da con la identidad del par de rijosos ejemplares del lumpemproletariado que acuchillaron al tal Antonio Porqueres, amante de Ana Briongos y progenitor del bebé nonato. Pero, ojo, no lo mataron ni tiraron su cadáver “en un solar, en la otra punta de la ciudad”: “Nadie le dejó tirado en ningún solar. Lo dejamos malherido y él se fue.” Puntualiza el lidercillo. Y por ende, Pepe Carvalho, quien es muy ducho para atar cabos, barajar hipótesis e inferir, supone que tal vez solicitó auxilio por teléfono. Y entre varias posibilidades opta por la más sonada de sus amantes: Lita Vilardell —acaudalada y treintañera belleza ojiazul de rancia y legendaria ascendencia esclavista—, con quien sostuvo una relación de casi diez años. Por ende, a eso de las tres de la madrugada, Carvalho la llama y de manera perentoria le solicita hablar con ella en ese preciso momento, quien, ¡oh sorpresa!, está en la cama nada menos que con Jaime Viladecans Riutorts, el elegante y exquisito abogado de la familia Stuart Pedrell, otrora condiscípulo y amigo del occiso.

     


Mujeres en la playa
 (1892)
Paul Gauguin

            Y en la charla con el detective, Lita Vilardell suelta la sopa, pese al reparo del abogado: “No se podía hacer nada”, dice. “¿Qué más da? Lo sabe todo y no sabe nada. Es su palabra contra la nuestra. No se ha equivocado en nada [...] Estábamos juntos. En la cama por más señas cuando llegó su llamada. Si me hubiese llamado desde los mismísimos mares del Sur no me habría parecido una llamada más lejana, más absurda. Primero no quise ir. Pero su voz era preocupante. Fuimos los dos a buscarle. No quería ir a ningún hospital. Le hicimos la oferta de dejarlo en la puerta y que nos diera tiempo de marcharnos. No quiso. Pedía un médico amigo. Pensamos a quién podíamos llamar. No nos dio tiempo. Se murió.”

     


Mujeres tahitianas con flores de mango (1899)
Paul Gauguin

          Así que entre ambos, compinchados para eludir el escándalo mediático que podría salpicar su imagen pública y sus intereses individuales y sociales, acordaron abandonar el cadáver acuchillado (ya desangrado) en un solar de la Trinidad y dejarle en las ropas (que no eran las suyas) esa enigmática e irónica línea en italiano: più nessuno mi porterà nel sud (ya nadie me llevará al sur: ¿la escribió Lita o Viladecans?), que quizá implique un resentimiento y una venganza personal que encubre algo comprometedor (tal vez lo dejaron morir o se les murió al no actuar con la prontitud y la decisión que requería la gravedad del herido), pues Lita Vilardell le dice al detective, en corto y cuando el abogado Viladecans ya se ha ido (luego de que proponerle un pago a cambio de que los borre de la historia): “Tal vez le sorprenda. Pero una amante puede sentirse más humillada que la mujer propia cuando se convierte en la olvidada y vieja concubina de un harén.”

 V de VI

Pepe Carvalho redacta y le entrega su informe a Mima, la viuda. (Vale puntualizar que el detective privado nunca accede al informe forense de la policía y sólo se entera que a Stuart Pedrell “Le clavaron varios navajazos. Parecían haber actuado dos manos. Una mano blanda, indecisa. Una mano firme, asesina.” Lo cual más o menos embona con la confesión del medio hermano de Ana Briongos: “El Quisquilla, el chiquito al que usted le rompió el brazo, le dio una cuchillada. A mí de pronto se me escapó el brazo y le di otra.” No obstante, no se sabe en qué partes del cuerpo le encajaron las hojas, si fueron sólo dos cuchilladas o más, si tocaron órganos vitales y si murió por esas heridas que nadie atendió: ¡ni siquiera el herido!, o por otra negligencia o daño colateral.) Y además de los pormenores que le resume de manera oral (donde salen a relucir los hechos clandestinos de Adela Vilardell y del abogado Viladecans), le dice sobre el cobro: “Hay una factura razonada en la última hoja. En total trescientas mil pesetas y a cambio tiene usted la seguridad de que nadie va a tocarles ni un céntimo del patrimonio.” Y esto parece que se lo dice como si hubiera pactado, por una buena cantidad, el silencio de Ana Briongos embarazada de Carlos Stuart Pedrell, media hermana del imprudente cuchillero principal, un mozalbete que empezó su carrera delictiva a los 14 años con el robo de una moto. Delincuente juvenil de poca monta y atavismos machistas, cuya media hermana y padre, “acomodador de un cine en La Bordeta” (cuya esposa hace la limpieza en el mismo lugar) y vecino de la barriada de San Magín, tratan de protegerlo de la policía (y del probable juicio y condena) durante la indagatoria del detective privado.

            —Es un buen negocio [le dice la viuda a Carvalho], sobre todo si la chica no reclama la paternidad de mi marido.

            “—No reclamará por la cuenta que le trae. A no ser que usted quiera poner este informe en manos de la policía y vayan en busca de su hermano. Entonces saldrá todo.

            “—Es decir...

            “—Es decir que si quiere tener la fiesta, la honra y la fortuna en paz tendrá que dejar impune este crimen.

            —Aunque no hubiera aparecido lo de la chica, yo no habría movido ni un dedo para que la policía encontrara al asesino.”

           

Maria Montez

         
Jeanne Moreau

            Pero quizá lo más llamativo de ese diálogo es que la viuda (con un “parecido compartido por Maria Montez y Jeanne Moreau”) le anuncia que viajará a los mares del Sur (en Bali aún está el mayor de sus hijos gastándose lo que ella le envía), que hará la ruta que su marido dejó trazado en el mapa. “Y en una agencia de viajes. El recorrido estaba muy bien estudiado. Conseguí que se me pasara a mí el abono y así salvé el anticipo.” Y la lúbrica cereza del pastel es que invita a Pepe Carvalho a viajar con ella. Viaje que él rechaza (pese a las comuniones onanistas donde la convoca) y que implica que no pocas féminas aprecian en él algún tipo de atractivo y refuerzo afrodisíaco. “Pon un poco de Gary Cooper en tu vida, chica, pensó Carvalho”, espejeándose en la estrella de cine al saludar de mano a la hija de los Stuart Pedrell por primera vez.

       

Gary Cooper

            Recuérdese, por ejemplo, la entrega sexual y el asedio de la adolescente Yes en busca de la incestuosa figura paterna (“¿sabes que se te parece?”, le dice hojeando unas fotos de su progenitor al que supone víctima sobre todo de su odiada madre, a quien no duda en quemarle su libro favorito: La balada del café triste); o la ansiosa, desesperada y neurótica cachondería de Charo; o a Teresa Marsé, quien luego de verlo entrar en su boutique en busca de información, colgó sus “brazos del cuello de Carvalho y le introdujo la lengua hasta la campanilla”. Teresa Marsé, además de la lengua de tirabuzón y de proporcionarle algunos rumores, datos y detalles, le habla de la época en que ella “era una virtuosa esposa de honrado industrial” y asistía, al igual que el acaudalado matrimonio Stuart Pedrell, “a reuniones de matrimonios católicos dirigidos por un tal Jordi Pujol”, el célebre político y luego corrompido presidente de la Generalitat de Cataluña entre el 8 de mayo de 1980 y el 20 de diciembre de 2003.

Jordi Pujol


VI de VI

Vale observar que el curso de los acontecimientos y de la indagatoria de la muerte de Carlos Stuart Pedrell sugiere varios interrogantes: ¿por qué su instinto de autoconservación y sobrevivencia no funcionó y no fue, motu proprio, a un hospital? ¿Por qué, siendo un pachá extraordinariamente rico, sibarita y libertino, no contaba con un médico de confianza que lo auxiliara, tras bambalinas, con urgencia y discreción? ¿Ese semental y promiscuo cincuentón estaba exento del miedo a la muerte, a los padecimientos venéreos y a la crónica enfermedad? “Tenía demasiado tiempo de contemplarse el ombligo e ir de aquí para allá detrás de las mujeres”, le testimonia el marqués de Munt, el socio más opulento e incisivo de la triada (Munt-Planas-Stuart Pedrell) desde hace un cuarto de siglo, y al igual que Planas, muy interesado en que la indagatoria y el informe del detective no los raspe ni salga a la luz pública. ¿Por qué no hizo ese viaje soñado a los mares del Sur, si era su obsesión existencial de larga data y lo tenía todo meticulosamente planificado? ¿Por qué llevar esa subterránea vida gris, de topo de alcantarilla, en el paupérrimo barrio obrero de San Magín? Pues, al parecer, durante esa incógnita estancia de un año no hizo ninguna labor reivindicativa ni filantrópica. Y en ese último renglón, en la indagatoria inicial de sus actividades empresariales en más de quince sociedades, sólo descuella, como escuálidos y paupérrimos frijolillos en la sopa de letras catalanas, lo que Pepe Carvalho les comenta a Biscuter y a Charo durante la cena en el Túnel: “Lo más sorprendente es que dos de ellas son editoriales de mala muerte: una se dedica a los libros de poemas y la otra a una revista de la izquierda cultural. Por lo visto, le gustaban las obras de caridad.” Labor que el pintor Artimbau le matiza: “Stuart Pedrell ayudaba a dos editoriales de mala muerte, pero no demasiado. Cubría los déficits anuales. Una miseria para él.” Pero además le dice: “Me consta que escribía versos que nunca publicó”. ¿Acaso sería el verdadero autor del citado poema Gauguin, “recortado de una revista poética”, “cuyo nombre no le dijo nada a Carvalho”?   

           


Paul Gauguin
Autorretrato (1893)

           Pese a la íntima planificación del viaje soñado, quizá en un momento decidió no hacerlo por cierta frustración (y quizá implícita angustia) que la novela no ahonda pero sí toca brevemente, al parecer, pues el detective Pepe Carvalho, al entrevistar a Nisa Pascual —“la última teenager [adolescente] en la vida conocida de Stuart Pedrell”, quien toma una “clase de Meditación Artística” y es alta y rubia, “delgada y pecosa, con una larga trenza que le llegaba hasta las raíces del culo y un candor de virgen en los ojos grandes y azules rodeados de tantas pecas que eran pura mancha”, le dice que Carlos no se puso en contacto con ella durante su desaparición, que ella creía que se había ido de viaje a los mares del Sur... “y luego apareció muerto”. Y no contactó con ella porque, le dice:

     “[...] La verdad es que estaba muy enfadado conmigo. Me propuso que la acompañara y me negué. Si hubiera sido un viaje corto, de dos meses, yo habría ido. Pero era un viaje por tiempo indefinido. Yo le quería mucho. Era tierno, desvalido. Pero no entraba en mis planes buscar el paraíso perdido.

      “—Cuando usted no quiso acompañarle, ¿varió el proyecto?

      “—Llegó a decir que no se iba. Pero de pronto desapareció y supuse que finalmente se había decidido. Necesitaba aquel viaje. Era su obsesión. Había días en que era inaguantable [...]”   

 

Manuel Vázquez Montalbán, Los mares del Sur. Premio Planeta 1979. Autores Españoles e Hispanoamericanos, Editorial Planeta. Primera edición: noviembre de 1979. Barcelona, 288 pp.