Rudy el sucio
I de II
En Barcelona, en mayo de 2013, Navona Editorial, con el número 2 de la Colección Navona Negra, lanzó al mercado español, signada por ciertas erratas, la novela El viento y la sangre, dizque originalmente escrita en inglés por un tal Martin Aloysius West, el pseudónimo de un supuesto, prolífico y marginal escritor norteamericano de narrativa negra que firmaba M.A. West —quesque nunca antes traducido en España—, quien dizque “bajo ese nombre publicó, entre 1951 y 1980, doce novelas cortas y medio centenar de cuentos”, y quien supuestamente la publicó en Estados Unidos, en 1951, a través de Howard & Brandt Publishers. La periodista Thalía Rodríguez y el escritor Alexis Ravelo, los presuntos traductores del inglés al español anunciados en el frontispicio y en la página legal, firmaron, además, un “Prólogo”, donde dizque a cuatro manos bocetan la obra y la borrosa identidad de tal novelista, quien pese a supuestos elogios, en su país y en el extranjero (particularmente en Italia y Francia), “no gozó de gran prestigio crítico entre sus contemporáneos: algunos le consideraron un mero artesano del pulp, un escritor de segunda que no merecía mayor atención; otros le juzgaron crudo y morboso”. No obstante, dizque “Sobre esta novela, Harold Diamond Scofield [en Escritores oscuros] ha escrito [en términos laudatorios]: ‘Sumergirse en las páginas de El viento y la sangre es hacer un viaje a la violencia y la degradación moral, pero también a la cara B del Capitalismo, en la que se halla grabada la cantinela de los perdedores, las víctimas anónimas del sueño americano que McCoy, Dos Pasos, Goodis o, más recientemente, Carver nos han ido mostrando a través de sus historias, cargadas de sordidez y desesperación. Sin embargo, la habilidad de West para el manejo de la intriga novelesca hace que seguirle constituya una experiencia menos árida o, en todo caso, más placentera que en el caso de los anteriores.’”
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Colección Navona Negra núm. 2, Navona Editorial Barcelona, mayo de 2013 |
Es decir, la lúdica e hilarante trama apócrifa (el cuento que atavía, maquilla y rodea a la novela), pergeñada entre el escritor Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971) y Navona Editorial, su cómplice catalán, y Thalía Rodríguez Ferrer, que prestó su nombre, se observa y aprecia a lo largo y a lo ancho del libro, desde la portada y contraportada, las solapas y la página legal. En la cuarta de forros, por ejemplo, se leen cuatro parodias o falaces porras de acostumbrado y predecible marketing: en la primera, Spicy Detective declara: “Es fascinante la idea de internarse en ese largo camino que es el destino, y M.A. West lo logra sobradamente. Una novela poderosa y ambigua.” En la segunda, Black Mask sentencia: “El cartero llama dos veces, pero M.A. West logra que llame una vez más.” En la tercena, Ellery Queen Mystery Magazine pregona: “Un rescate en toda la regla, El viento y la sangre merece los mismos elogios que una novela de Jim Thompson, sin duda alguna.” Y en la cuarta, Kasper Gutman estipula: “Definitivamente estamos delante de un autor de gran calibre. Desconocido para muchos, pero no menos importante. El viento y la sangre es una novela inquietante, los personajes están muy bien perfilados, y toda la intriga es un logro mayor.” Y no pocos despistados del minúsculo y traqueteado globo terráqueo (editores, periodistas, críticos, lectores, blogueros) se tragaron la píldora por completo y la degustaron hasta la pesadilla, la saciedad y la ansiedad, y sin indagar más allá del libro y de sus narices (en plena era de la internet) creyeron a pie juntillas que el tal M.A. West (el pseudónimo de un supuesto “autor ‘serio’ que había escrito novelas policiacas por encargo debido a motivos económicos”) era el auténtico autor de El viento y la sangre, cuya supuesta traducción al español, incluye, además, pies de página de los supuestos traductores. Esto es para morirse pataleando de risa loca o a quijada batiente. No obstante, no faltó por allí, tras revelarse la verdadera autoría, el cejijunto y serio sesudo que se sintió ninguneado en su inteligencia y en su amor propio y vio todo el embrollo como un engaño de poco monta, una estafa de mercaderes sin escrúpulos.
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Porras de la cuarta de forros |
Tal vez hubiera habido otros incautos que cayeran en la trampa de ese festín de Esopo y M.A. West, desde el más allá y desde el anonimato, hubiera seguido publicando en España la traducción de sus obras. Pero el caso es que Alexis Ravelo —quizá vanidoso, entusiasmado e inducido por los sonoros reconocimientos que en 2013 recibieron dos de sus libros: el Premio Hammett a la mejor novela negra publicada en 2013 por La estrategia del pequinés (Alrevés, 2013) y el Premio Getafe de Novela Negra 2013 por La última tumba (Edaf, 2013)—, el primero de septiembre de 2014, en Ceremonias, su blog personal, publicó el artículo “El año que quise ser B. Traven o cómo nació M.A. West”, donde más o menos esboza su declaración de principios narrativos y por qué en 2012 decidió “ser Bruno Traven” y con “la máscara de M.A. West”, un supuesto “autor olvidado”, se propuso “escribir una novela negra clásica al modo de los autores norteamericanos de los años cincuenta”. “La novela tendría que acabar siendo publicada”, dice, “y los lectores habrían de leerla sin notar que había sido escrita en la parte más africana de España por un autor que no había pisado EEUU en su vida”. Es decir, y en resumidas cuentas, para el regocijo de Alexis Ravelo, más allá de sus círculos concéntricos y de ciertos enterados, nadie notó que M.A. West era el pseudónimo de “un escritor canario, español o calvo, sino sencillamente, un artesano, un escribidor”, pero con talento.
II de II
La novela El viento y la sangre —ágil y amena, con intriga y suspense y suficientes asesinatos, golpes, patadas, persecuciones, carrera de autos y giros sorpresivos— se divide en 32 breves capítulos con rótulos. Los hechos ocurren en Estados Unidos, en 1948 o en 1949, según lo denota el hecho de que el matón James Zedeon Black “había nacido el 20 de junio de 1928 en Peoria Heights”, quien murió “a un lado del camino entre Marksonville y Ashland Heights, con la cara borrada por el tiro de una 45 que no le había permitido llegar a cumplir los veintiuno”; lo cual es observado por Rudy Bambridge, el antihéroe de la obra, un pistolero delgado y treintón que estuvo en Europa, en el frente de batalla, cuando se sucedía la Segunda Guerra Mundial.
Los sucesos se desarrollan y oscilan en varios puntos de la geografía norteamericana, principalmente en la ciudad de Chicago, donde proliferan los rufianes y las familias de mafiosos; y en Marksonville, un pueblito de Dakota del Sur, ubicado “en el condado de Pennington, al noreste de Rapid City, en el camino de Ashland Heights”. La cadena de crímenes y asesinatos se desencadena en torno al secuestro de Mara Donaldson, adolescente de 14 años, hija de Nigel Donaldson, distinguido testaferro y socio de Conrado Bonazzo, un enriquecido capo de origen italiano que opera en Chicago desde su oficina de Bonazzo e Hijos Import-Export, con cuya fachada, de Nigel y de la empresa, urde su “intento infructuoso de dar a sus negocios un aire de respetabilidad”. Pues a Nigel Donaldson, con su porte aristocrático, refinado, culto y elegante, es habitual verlo fotografiado “en los periódicos, junto al alcalde y los líderes de la patronal o de los sindicatos”.
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Alexis Ravelo |
Los secuestradores exigieron 20 mil de los grandes por el regreso y la vida de Mara Donaldson. Y Rudy Bambridge, el frío asesino que le sirve de detective a Conrado Bonazzo, no sabe por dónde ir para dar con los culpables y rescatar a la víctima y recuperar el botín que pagó Nigel Donaldson, hasta que Doc Martin, otro de los pistoleros de la familia, les muestra “un ejemplar del Chicago Tribune” donde se da la noticia del “hallazgo de un cadáver a muchas millas al norte de Chicago”, quien en vida era Walter Douglas, un estafador, compinche de Vinnie Miller el Cojo, con quien frecuentaba el Loop’s, un club nocturno con desnudistas, prostitutas, alcohol, drogas y tahúres, que, se infiere, es propiedad de Conrado Bonazzo. La intuición de perro de caza le indica a Rudy Bambridge que algo pueden descubrir si caen en la pocilga de Vinnie el Cojo. Y a tal casucha, endeble por con teléfono, perdida en un pobretón suburbio arrabalero, van en el rutilante “Lincoln-Zephyr Continental rojo de Doc Martin”, éste, más el gigantón gorila y deficiente mental de Giuseppe Cerruti y Rudy Bambridge, quien dirige la operación. Y para su sorpresa, allí hallan a la pubescente Mara Donaldson vendada de los ojos y atada a una cama, pero en el pornográfico y traumático instante en que Vinnie el Cojo la está violando. El fortachón de Giuseppe Cerruti lo hubiera destrozado a golpes ipso facto; pero Rudy Bambridge lo controla y ordena que éste y Doc Martin regresen a la niña a casa de su padre y que la vea un doctor de confianza de los gángsteres; mientras él, antes de literalmente hacerlo pedazos (y disponer que sus restos le den “de comer a los peces de todo el condado”), golpea y tortura al Cojo para que delate a sus cómplices, que al parecer sólo son el susodicho Walter Douglas (asesinado de cuatro balazos) y Danny Morton, otro estafador y tahúr que también frecuentaba el Loop’s, y que se ha fugado con el botín “en un Oldsmobile negro del 42”, que, al parecer, no era de su propiedad.
Conrado Bonazzo, pese a ser un duro y violento jefe de una familia de la mafia de Chicago (legendaria por Al Capone, quien en la vida real murió en 1947), asombrosamente es un imbécil para plantear tácticas e inferir y raciocinar en torno a una serie de hechos y delitos. Pero por lo menos recuerda que Danny Morton andaba liado y muy jodido por “una tal Lorna”, con quien se le veía en el Loop’s, (de la cual vivía y quien “Lo dejó tirado hace un par de años”), y que era muy amiga de “La rubia que hace el número de las plumas en el Loop’s”, dice, la cual se llama Velma Queen, según le reporta por teléfono y desde el antro un tal Dicky, quien también le proporciona los datos de su domicilio. Rudy Bambridge, ataviado en su fino traje y con la Colt en la sobaquera, deja la oficina de Conrado Bonazzo y manejando su Packard va a tal lugar sin advertir que un “Pontiac gris metalizado” ha empezado a seguirlo. Rudy, porque entonces andaba en Europa, nunca ha visto a la tal Lorna; pero sí recuerda “haber visto alguna vez el número de Velma Queen, una pelirroja de veintitantos algo rellena de caderas para su gusto, pero que sabía moverlas con estilo”. Según evoca, “A los viejos verdes les encantaba” su show de streeper: “El número finalizaba cuando Velma, dando la espalda al público, se arrancaba las dos últimas plumas, que cubrían sus generosas pero firmes nalgas.” Y “Durante el resto de la noche, la chica alternaba, sacaba copas a los clientes y se iba con alguno, o con varios, si era sábado o víspera.”
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Texto de la segunda de forros |
Apenas entra en la vivienda de dos cuartos de Velma Queen tras meter “una tarjeta de visita” en el cerrojo para correr el pestillo, Rudy Bambridge percibe “el tufo denso, acre, penetrante”; “el olor de la muerte, cuando esta era inmisericorde y sin sepultura”. Observa que en la recámara Velma Queen ha sido degollada. Y tras buscar durante “Quince minutos”, halla bajo la cama “Una caja de zapatos” “con cartas dirigidas a Velma firmadas por una tal L.” “Todas llevaban matasellos de un sitio llamado Marksonville, Dakota del Sur.” Y también había una foto de “una chica joven, vestida con uniforme de lavandera o camarera, posando ante la fachada de un local, probablemente una casa de comidas, llamada Tommy’s. En la foto no se apreciaba demasiado bien su rostro, pero tenía buena figura.” “Las cartas estaban en desorden y solo una de ellas carecía de sobre. Además, en el interior de la caja, halló la huella de un dedo impreso con sangre. Supo, casi inmediatamente, que quien le había hecho el regalito a Velma era la misma persona que se había llevado el sobre que faltaba y que, tras hacerlo, había vuelto a poner la caja en su sitio. Hubiera sido más inteligente, se le ocurrió, llevarse todas las cartas y así evitar que pudieran seguirle el rastro. Pero quien había hecho eso no era el tipo más inteligente del mundo.” Es decir, el asesino, que a todas luces es Danny Morton rastreando el paradero de Lorna, no es muy distinto del tontorrón de Conrado Bonazzo.
En la ruta de Chicago a Marksonville, Rudy Bambridge ve, por el espejo retrovisor de su Packard, que el Pontiac gris no deja de seguirlo a cierta distancia. Ya en Marksonville, en “La avenida Roosevelt”, que es la calle central del cinematográfico pueblito, localiza el Tommy’s, un pequeño merendero que pertenece a Helen y Tom Hidden. Y tras instalarse en el Hotel Jefferson, va allí a observar y a probar una rebanada de “la mejor tarta de manzana del condado de Pennington”, según le recomendó el conserje del hotel, donde se registró como “Taylor Stevens, de Casper, Wyoming, representante de Dexter & Co. Ltd., mayorista en suministros de albañilería”. En el Tommy’s, ve que Lorna Moore es la única camarera, que le gustan “sus ojos azules y redondos, su pelo negro cortado à la garçon, sus mejillas llenas”, y “el gesto amable de su boca”. Ve que está “algo flaca, pero a él le gustaban las mujeres flacas”. En el breve diálogo que tiene con ella (buscando datos) le dice que está “de paso”, rumbo “a Rapid City, por negocios”, que se hospeda “en el Jefferson”, que es “Taylor Stevens, de Casper, Wyoming”, y que volverá otra vez “para tomar otro trozo de aquella ‘deliciosa tarta’, probablemente a la vuelta”.
El caso es que en ese momento ya Danny Morton está alojado en la habitación 21 del Motel Amberson, que se halla a las afueras de Marksonville, al pie de la carretera que va hacia Ashland Heights. Llegó desde Chicago manejando el “Oldsmobile negro del 42”, con un “revólver Smith & Wesson del calibre 38” “En el bolsillo derecho de su chaqueta de tweed” y el maletín de médico con los “Veinte mil dólares” del secuestro, que ha contado y dispuesto con ligas en fajos de “500 dólares”. Ya hizo una llamada telefónica a Lorna Moore, quien no quiere saber nada de él. Sin embargo, ella le concede sólo diez minutos y por ende se encontrarán en el motel después de las diez de la noche.
Pasadas las 22:30, Lorna Moore, manejando la camioneta Ford de los Hidden, va allí protegida del frío en un “grueso abrigo gris bajo el cual llevaba aún su uniforme de camarera”. En la ríspida conversación que tienen, Danny le pide perdón; le ruega que se vaya con él a rehacer sus vidas, “probablemente a Canadá”, donde podrán tener “Una ferretería o un almacén... Algo tranquilo en un sitio tranquilo”, pues ahora tiene “mucho dinero”, “Veinte de los grandes”. Antes de irse, hay un forcejeo y Lorna aprieta “algo que llevaba en el bolsillo de su chaqueta, mientras el miedo dejaba paso a la ira en sus gélidos ojos azules.”
Obviamente, Rudy Bambridge la siguió en su Packard y a él lo siguió el Pontiac gris. Rudy supuso que habría un encuentro íntimo, quizá sexual, y por ello hace un tiempito en el bar del motel, luego de localizar en el estacionamiento el Oldsmobile del que habló el chofer de Nigel Donaldson cuando el pasado domingo ocurrió el secuestro en Chicago cometido por un par de encapuchados que lo interceptaron y se llevaron a la niña, y después de sobornar y presionar al andrajoso y somnoliento recepcionista mexicano. (Descubre así que Danny Morton se registró con el nombre de Chester Arthur y que se alberga en la habitación 21.) Y cuando va a la habitación 21, ve que hubo una leve lucha, que alguien mató a Danny Morton de una puñalada en el pecho y que los “20.000 dólares en billetes usados” no están por ningún sitio.
Todo indica que ese viernes por la noche Lorna Moore liquidó a Danny Morton, que se hizo del botín y se fue. No obstante, los posteriores acontecimientos revelan que no fue así. Y en el ínterin, el sheriff Legins se quiebra la cabeza para tratar de resolver el asesinato ocurrido en el Motel Amberson, que es “su primer homicidio” “en sus quince años de servicio” en Marksonville; pero se sabe “de memoria el manual”, que aplica con “sus dos ayudantes”, e interroga y anota “sus observaciones”. Y las noticias y avances de la investigación (vendrán forenses del condado de Pennington) se los comenta a Tom Hidden en la cocina del Tommy’s, mientras éste monda papas con un filoso chuchillo que se le podría ir en un descuido.
Tras descubrir el cadáver de Danny Morton, el par de matones del Pontiac persiguen a toda máquina a Rudy Bambridge en su Packard. En la carrera, Rudy se adelanta en una curva, los embosca y hace salir de la carretera al Pontiac, que se estrella entre las piedras y los arbustos; y en el pleito, Rudy, que es un gángster de acción que sabe dar puñetazos y patadas, mata de un balazo al susodicho James Zedeon Black, mientras su compinche logra huir a toda pastilla en el Pontiac. Ya en su cuarto del Hotel Jefferson, Rudy extrae de la cartera del jovenzuelo una identificación de éste (quien era un grandulón e infantiloide débil mental semejante al infantiloide y débil mental de Giuseppe Cerruti); y entre varios objetos, halla una tarjeta que le revela la identidad de Bob, su cómplice de mediana edad: el dentista Robert Hospers, con consultorio en la avenida Bryan, en Peoria, Illinois.
Al día siguiente, el sábado, Rudy Bambridge intercepta en la calle a Lorna Moore y, mostrándole la Colt en su sobaquera, se la lleva en su Packard lejos del pueblo hasta una zona boscosa, donde del áspero interrogatorio que le hace infiere que ella no mató a Danny Morton ni se robó el botín. Un inesperado cazador aparece en el escenario armado con una escopeta y en el instante en que Rudy lo mata de un balazo en la garganta, Lorna lo golpea con una piedra en la “la parte posterior de su cráneo”; lo deja inconsciente y huye. Tras recuperar el sentido cuando ya lo rodea “la penumbra del atardecer” de ese sábado, Rudy Bambridge ve que Lorna Moore lo golpeó con “una piedra puntiaguda del tamaño de un melón”. Y según deduce, el mensaje de la “chica lista” significa: “no quiero volver a verte; sigue tu camino y yo seguiré el mío”. Así que Rudy el sucio, que da por supuesto que el dinero quedó “enterrado en algún punto entre Illinois y Dakota del Sur”, regresa en su Packard a Chicago.
(Vale observar, no obstante, que resulta increíble el súbito golpe con que Lorna Moore noquea al gángster; pues si bien Rudy Bambridge la deja de ver porque gira en un segundo para madrugar de un solo balazo al imprevisto cazador, a Lorna debió ocuparle más tiempo agacharse, tomar la piedra del suelo con las dos manos, levantarla a la altura de su cara o sobre su cabeza y sorrajarla con fuerza en la parte posterior del cráneo del mafioso.)
El domingo por la tarde, en Peoria, Illinois, Rudy Bambridge localiza el consultorio del dentista Robert Hospers y ve que enfrente está estacionado el Pontiac gris, en cuya carrocería observa “dos impactos de bala” que alcanzó a darle en la huida. Al subir al piso superior donde se halla la vivienda, el zumbido de las moscas le anuncia lo que luego encuentra en el interior: el cadáver del “doctor Robert Hospers, médico dentista, sentado en el sofá de su cuarto de estar. Tenía una férula que le inmovilizaba la nariz y los ojos amoratados [al parecer por los golpes que recibió al salirse de la carretera tras el volante del Pontiac gris]. Su cabeza estaba echada hacia atrás y su boca había quedado abierta, como si se dispusiera a someterse a uno de sus propios exámenes. Eso le confería un aspecto ciertamente ridículo. Las manos descansaban sobre los muslos y, en el centro del pecho, tenía un solo y limpio agujero, el que había hecho la bala al atravesarle. No había más señales de lucha.” Según deduce: “A Bob se lo había cargado un amigo, o alguien a quien él consideraba un amigo.”
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Alexis Ravelo |
Esto vasta, tras descubrir que Nigel Donaldson tiene deudas y pérdidas financieras, para que Rudy Bambridge hile los últimos cabos de su indagación y raciocinación. Y a la manera de la mejor tradición de una novela de Agatha Christie y de miles de novelas policíacas, le pide por teléfono a Conrado Bonazzo que cite en su oficina, la noche de ese mismo domingo, a Nigel Donaldson, donde ante el desconcierto de éste y la sorpresa del capo, revela y reconstruye el por qué y el trasfondo del secuestro de la pequeña Mara, ocurrido un domingo en que su padre estaba en Peoria, Illinois, con Mariela Dogson, su amante negra, donde le había puesto casa y era paciente del dentista Robert Hospers.
Ese mismo domingo por la mañana, en su cuarto de la pensión de Miss Vanneson, en Marksonville, “Lorna sintió frío”, lo cual le recuerda el frío que sintió el viernes por la noche en la habitación 21 donde se hospedó Danny Morton, quien se negó a prender la estufa. Así que se disfraza de Velma Queen y va en la Ford de sus patrones al Motel Amberson con la intención de rentar el cuarto 21. Coquetea con el recepcionista mexicano, a quien se le escurre la baba al ver “la sonrisa de aquella pelirroja tan elegante”; le dice que tal cuarto aún está precintado, pero le renta la habitación contigua, la 22. Y en un santiamén, tras quitarse la peluca, Lorna se introduce en la habitación 21 y dentro de la estufa halla el botín y se lo lleva “en la pequeña bolsa de viaje que llevaba consigo”. Lo cual también resulta inverosímil, pues además de que el experimentado sabueso de Rudy Bambridge rápidamente olfateó y buscó por todos los rincones de la habitación 21, la policía estuvo allí, que amén de hurgar y trazar el croquis del cadáver y llevárselo, decomisó los objetos del asesinado. Pues además no se trata de un simple “fajo de billetes”, sino de un visible bonche, inocultable bajo la almohada, según se lee en el primer capítulo de la novela cuando Danny Morton lo cuenta y ordena:
“Tras asegurarse de que persianas y cortinas estaban echadas, se quitó la chaqueta, abrió el maletín y comprobó que el dinero continuaba allí. Durante un buen rato se aplicó a la tarea de alisar uno a uno los billetes, reunirlos en fajos y atarlos con dos tiras de goma cada uno. Cuando vació completamente el maletín, observó las dos filas de veinte fajos de billetes cada una que habían quedado sobre la colcha. Cuarenta fajos. En cada fajo, 500 dólares. Eso daba un total de veinte mil dólares en viejos billetes de diverso valor.”
Pero el caso es que Lorna Moore divide el botín en dos partes iguales: una se la lleva consigo, lejos de Marksonville, rumbo a su futuro, pues ella se va de allí en “un autobús de línea, con destino a Manitoba, en Canadá”. Llevándose, además, el secreto de la identidad del imprevisto y circunstancial asesino de Danny Morton. Y la otra parte se las deja en el Tommy’s, a Tom y a Helen Hidden, en una caja de zapatos, junto con una cariñosa nota de agradecimiento por todo lo que hicieron por ella, procurándola y queriéndola, durante el año y medio que vivió en el pueblo y que “había sido la mejor época de su vida”.
M.A. West, El viento y la sangre. Colección Navona Negra núm. 2, Navona Editorial. Barcelona, mayo de 2013. 152 pp.