Un genio de lo intelectual
Entre los mil y un libros
en español que reúnen los tres cuentos detectivescos del escritor norteamericano
Edgar Allan Poe (1809-1849) se halla el titulado Los casos de monsieur Dupin, impreso en 2019, en España, por
Ediciones Abraxas. Con primorosas y bellas erratas, y maquetación y diseño de
portada de Vanessa Diestre (que parece ilustrar no al chevalier Dupin sino a Sherlock Holmes en París), la traducción del
inglés es de Alberto Laurent, quien la precede con un prefacio titulado “La
narrativa detectivesca de Poe”, en donde afirma: “Entre 1840 y 1845, el agudo
genio de Edgar Allan Poe produjo cinco relatos en los que quedaron postulados
para siempre los principios generales de la narración policíaca.” De ahí que la
antología esté dividida en dos partes; en la primera, homónima del libro,
figuran: “Los crímenes de la rue Morgue”, “El misterio de Marie Rogêt” y “La carta robada”; y en la segunda, rotulada
“Apéndice”, figuran: “El escarabajo de oro” y “Tú eres el hombre”.
Ediciones Abraxas (España, 2019) |
Si bien el traductor cita, en su preámbulo, un fragmento de “El cuento policial” —célebre conferencia informal de Jorge Luis Borges datada el “16 de junio de 1978” (en la Universidad de Belgrano)—, en el que se lee decirle al auditorio: “[...] Poe no quería que el género policial fuera un género realista, quería que fuera un género intelectual, un género fantástico si ustedes quieren, pero un género fantástico de la inteligencia, no de la imaginación solamente; de ambas cosas desde luego, pero sobre todo de la inteligencia.” No refiere que allí Borges, entre sus divagaciones, esboza la tesis de que “Poe ha dejado cinco ejemplos” de “cuentos de razonamiento”, “cinco cuentos policiales”, los nombra; los cuales son, precisamente, los traducidos y antologados por Alberto Laurent en Los casos de monsieur Dupin. En este sentido, parece que la idea de traducir esos cinco relatos, y antologarlos en un libro, deviene de las alusiones dichas por Borges en esa conferencia, la cual el traductor leyó en el póstumo volumen IV de las Obras completas de Borges, publicado por María Kodama, en 1996, en Barcelona, a través de Emecé Editores.
Emecé Editores (Barcelona, 1996) |
No obstante, pudieron ser siete (contando a “El hombre de la multitud” y a “La caja oblonga”), según lo que expone Margarita Rigal Aragón en “Poe y el relato policíaco” (donde bosqueja, precisamente, los postulados y los principios generales de la narración policíaca inaugurados por el norteamericano), capítulo de su extensa “Introducción general” al ladrillesco tomo de Edgar Allan Poe: Narrativa completa, publicado en Madrid, “el 7 de octubre de 2011”, por Ediciones Cátedra en la Bibliotheca AVREA, el cual agrupa, cronológicamente, las traducciones que Julio Cortázar hizo de los 67 cuentos de Poe; más La narración de Arthur Gordon Pym, traducido por éste, y Julius Rodman, traducido por ella; quien además de su erudito ensayo preliminar incluyó una “Cronología” biográfica, una “Relación de los lugares en los que Poe vivió”, una comentada “Selección bibliográfica”, y un conjunto de sesudas notas: una por cada texto de Poe compilado en el volumen.
Bibliotheca AVREA, Ediciones Cátedra (Madrid, 2011) |
Si bien Alberto Laurent también incluyó una serie de notas (pero al pie de página) en cada uno de los cinco cuentos que tradujo para Los casos de monsieur Dupin, su antología no es una edición crítica y anotada. De hecho, extrañamente —y no es peccata minuta—, no transcribió las fechas de la primera edición de cada uno de los cinco cuentos (ni se leen en la página legal): ni en el prólogo (donde habla de la génesis de la narración policíaca) ni en sus notas. Y sólo al término de cada uno colocó el título original en inglés.
Vale observar, entonces, que según la
datación cronológica que reporta Margarita Rigal Aragón en Narrativa completa, “El hombre de la multitud” (“The Man of the
Crowd”) es la narración número 27 de Poe, publicada en “Diciembre de 1840” en Burton’s Gentelman’s Magazine. En su
“Introducción general” dice que “se ha dicho que es en realidad la primera
historia detectivesca de Poe”; lo cual parece reiterar en su correspondiente
nota: “Esta narración es considerada como el germen de los relatos detectivescos
de Poe.” Y al parecer es así, pues “El hombre de la multitud” está narrado por
la voz de un observador que, desde la mesa de un café en el epicentro del
multitudinario Londres, inicia el obsesivo seguimiento (detectivesco) de un
individuo, cuyos rasgos y facha le llaman poderosamente la atención. Imbuido en
una visual atmósfera dickensiana de costumbres multitudinarias e individuales,
ese seguimiento y espionaje traza un círculo: inicia una noche a través del
cristal de una ventana del “café D...” y concluye en la noche del día siguiente
en las inmediaciones de “ese punto donde se concentra la actividad comercial de
la populosa ciudad”: “la calle de hotel D...” Es obvio que ese germen de detective anónimo no posee las
virtudes analíticas y deductivas del chevalier
Auguste Dupin; pero eso sí: a imagen y semejanza de un cultivado y sabiondo (de
cuño poeniano) exhibe o saca a colación sus conocimientos librescos, filosóficos,
culteranos y políglotas. Y por ser un convaleciente que ha pasado “varios meses
de enfermedad”, se siente en “el reverso exacto del ennui”: con una excitación del pensamiento y de los sentidos (y de
las pupilas de los ojos) que lo hace verse “capaz de leer la historia de muchos
años en el breve intervalo de una mirada”. El individuo de la multitud (en
incesante movimiento) que frente a la ventana del café magnetiza y concentra su
atención parece ser un sesentón (o setentón) en situación de calle (vagabundo del alba, lo llamaría el poeta
Efraín Huerta). Pero lo que lo atrae sobremanera es la expresión de su rostro; según narra: “Me acuerdo de que, al contemplarla,
mi primer pensamiento fue que, si Retzch la hubiera visto, la hubiera preferido
a sus propias encarnaciones pictóricas del demonio.” Es decir, se trata de
alguien cuyo rictus y arraigados rasgos faciales pueden representar el
arquetipo del mal y de la maldad. Y quizá se trate de algún dikensiano malvado:
ladrón o asesino, pues cuando ya va siguiéndolo de cerca, casi pisándole los
talones y bufando en sus orejas, dice el germen
de detective: “Tenía ahora una buena oportunidad para examinarlo. Era de escasa
estatura, flaco y aparentemente muy débil. Vestía ropas tan sucias como
harapientas; pero, cuando la luz del farol lo alumbraba de lleno, puede
advertir que su camisa, aunque sucia, era de excelente tela, y, si mis ojos no
me engañaban, a través de un desgarrón del abrigo de segunda mano que lo
envolvía apretadamente alcancé a ver el resplandor de un diamante y de un
puñal. Estas observaciones enardecieron mi curiosidad y resolví seguir al
desconocido a donde quiera que fuese.” Y sí: lo sigue durante toda la noche;
incluso durante su estancia en “uno de los enormes templos suburbanos de la
Intemperancia, uno de los palacios del demonio Ginebra”, ubicado en algún
suburbio de los bajos fondos londinenses, del que emergen a la altura del
amanecer. Lo cual preludia la intempestiva interrupción del seguimiento (casi
un tope de borrego contra la piedra: Spinoza
entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra
eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre, reza Borges) y su conjetura
final: “Este viejo”, dice, “representa el arquetipo y el genio del profundo
crimen. Se niega a estar solo. Es el
hombre de la multitud. Sería vano seguirlo, pues nada más aprenderé sobre
él y sus acciones. El peor corazón del mundo es un libro más repelente que el Hortulus Animae¹ [¹El Hortulus Animae cum Oratiunculis Aliquibis
Superadditis, de Grünninger. Nota al pie de Poe], y quizá sea una de las
grandes mercedes de Dios el que ‘er lässt
sich nicht lesen’ [no se puede leer].” Vale observar que Cortázar no
tradujo los vocablos ajenos al idioma de Shakespeare que se leen en el cuento,
ni siquiera el epígrafe en francés atribuido al filósofo y moralista La Bruyère. Pero Margarita Rigal Aragón sí lo tradujo y reza
(deslizando el retintín a lo largo de las volutas y vaivenes del cuento): “Ese
terrible mal: ser incapaz de estar solo.”
Edgar Allan Poe |
Margarita Rigal Aragón, la crítica y editora de Narrativa completa, apunta que “Los crímenes de la calle Morgue” (“The Murders of the Rue Morgue”) es el relato 28 de Poe, publicado en “Abril de 1841” en Graham’s Lady’s and Gentelman’s Magazine. El cual, con “El misterio de Marie Rogêt” y “La carta robada”, conformó la consabida y trascendental trilogía detectivesca protagonizada por el marisabidillo y genio de la raciocinación C. Auguste Dupin. “El misterio de Marie Rogêt” (“The Mystery of Marie Rogêt”), apunta, es el relato 37 y se publicó “Entre noviembre y diciembre de 1842 y febrero de 1843” en Ladies’ Companion. Y según dice siguiendo a Mabbot: “este cuento es de una gran trascendencia para la historia de la literatura, pues se trata del primer intento de resolver (empleando para ello la ficción) un asesinato real”. En la trama, el prefecto de la policía parisina le promete “una recompensa económica” por resolver el crimen. “Había nacido así” —alecciona Margarita—, “el ‘asesor’ o ‘consultor’ de la policía, que posteriormente sería aprovechado por Arthur Conan Doyle para crear al mundialmente famoso Sherlock Holmes.” Pero en “Esta ocasión el chevalier no visita la escena del crimen, sino que intenta resolverlo a través de las distintas noticias que habían aparecido en la prensa; con ello”, apunta, “nace también el detective de ‘sillón’.” No obstante, “es el [relato] menos interesante para ser leído”, Borges dixit; quien con el pseudónimo de H. Bustos Domecq y a cuatro manos con Adolfo Bioy Casares, crearía al detective de sillón Isidro Parodi, quien desde una celda de la Penitenciaría de Buenos Aires resuelve abstrusos crímenes. Y “La carta robada” (“The Purloined Letter”), el relato número 50 de Poe, fue publicado en “Septiembre de 1844” en The Gift; y resulta todo lo contrario que el anterior, pues según afirma Margarita: “es una de las historias más famosas de Poe, considerado por algunos como el mejor de todos sus relatos y por muchos, incluido él mismo, como su mejor cuento de raciocinio.” Esto último quizá también lo compartiría Borges, pues “La carta robada” fue seleccionada por él en cuatro antologías. Primero, con Adolfo Bioy Casares y sin prefacio, en Los mejores cuentos policiales (Buenos Aires, Emecé Editores, 1943); la cual, con cambios en la selección, se reeditó con el rótulo Los mejores cuentos policiales (2) (Madrid, Alianza/Emecé, 1983), signada por un “Prólogo” datado por ambos en “Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”, que es una canónica reseña y celebración del angular aporte de Poe, misma que empieza diciendo: “A partir de 1841, fecha de la publicación de The Murders in the Rue Morgue, primer ejemplo y de algún modo arquetipo del género policial, éste se ha enriquecido y ramificado considerablemente.” Luego, con un “Prólogo” suyo, figura en la antología de cinco cuentos de Poe titulada, precisamente, La carta robada, número número 18 de La Biblioteca de Babel, colección de lecturas fantásticas dirigida por Jorge Luis Borges (a petición de Franco Maria Ricci), editada en Madrid, en 1985, por Ediciones Siruela. Y, por último, en la antología de nueve relatos de Poe titulada Cuentos, número 65 de la serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges (que dirigía con el auxilio de María Kodama), editada en Madrid, en 1986 (año de su fallecimiento) por Hyspamérica, en cuyo “Prólogo” repite: “De un solo cuento suyo que data de 1841, The Murders in the Rue Morgue, que aparece en este volumen, procede todo el género policial: Robert Louis Stevenson, William Wilkie Collins, Arthur Conan Doyle, Gilbert Keith Chesterton, Nicholas Blake y tanto otros.”
Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 65 Hyspamérica Ediciones (Madrid, 1986) |
“El escarabajo de oro” (“The Gold Bug”), el relato número 40 de Poe, apunta la crítica y editora de Narrativa completa, fue “Publicado en dos entregas”, en The Dollar Newspaper, “los días 21 y 28 de junio de 1843”. Y sobre él dice: “Junto con ‘Los crímenes de la calle Morgue’ es, posiblemente, el cuento más famoso de Poe y uno de los mejor conseguidos del autor, que atrae la atención tanto de adultos como de jóvenes. Poe usó la figura de un famoso pirata, el capitán William Kidd, como fuente inspiración más directa.”
“La caja oblonga” (“The Oblong Box”), el relato número
49 de Poe, se publicó en “Septiembre de 1844” en Godey’s Lady’s Book. Y según apunta Margarita: “Al igual que en
[el] caso de ‘El misterio de Marie Rogêt’, la inspiración le vino a Poe de la mano de una
historia real, la del asesinato del impresor Samuel Adams (17 de septiembre de
1841) a manos de John C. Colt; Colt colocó el cuerpo sin vida de Adams,
recubierto de sal, en una caja de madera y lo embarcó a Saint Luis. En esta
ocasión, sin embargo, no era la intención del escritor la de resolver el
crimen, que ya había sido solventado por las autoridades.” [...] “Este relato
es considerado por la crítica, en general, como una de las piezas menores de
Poe. Se trata, sin embargo, de una excelente muestra del humor de Poe, en la
que prueba cómo sabe combinar los elementos reales con los ficticios, dando
también cuentas de su buen hacer en el arte de mistificar, y con la que ayuda,
no sabemos si de manera consciente o no, a inventar la figura del detective
‘despistado’, desarrollada con gran éxito en personajes de la cultura popular
tales como el Inspector Clousseau, el detective Colombo o el Inspector Gadget.”
Lo más probable es que Poe, con “La caja oblonga”, no
se propuso incidir en la creación de “la figura del detective despistado”; ni
mucho menos pretendió, con tal cliché, influir en el incierto devenir
televisivo y cinematográfico y de los dibujos animados del siglo XX.
El anónimo personaje que narra en “La caja oblonga” se
embarca, en Charleston, en el paquebote Independence,
con destino a Nueva York. Pero nunca llega en esa embarcación, dado el violento
naufragio acaecido no muy lejos de Roanoke Island, adonde arriba el grupo de
sobrevivientes a bordo de una chalupa, luego de cuatro días a la deriva, entre
ellos el capitán Hardy y el narrador. Antes de iniciar el trunco viaje en el Independence, el narrador ve que en la
lista de pasajeros se halla el nombre de Cornelius Wyatt, un joven pintor, ex
condiscípulo suyo “en la Universidad de C...” (Quizá Charlottesville, donde aún
está la Universidad de Virginia en la que el joven Poe fue un controvertido y
pendenciero alumno durante diez meses de 1826.) Pero también ve que su nombre
figura en tres camarotes, e indaga que con el artista viajarán sus dos hermanas
y su esposa. Más una criada y un supuesto exceso de equipaje, según deduce y
supone con un notorio esfuerzo mental. La enfermiza y perruna intriga del
narrador inicia al unísono de sus obsesivas observaciones y del espionaje
pseudodetectivesco en torno a lo que hace y no hace su amigo (y su prole), que
muy cercano no es, pese a que dice que solían “andar siempre juntos”, dado que
nunca había visto a su hermosísima esposa, “la más encantadora y cultivada de
las mujeres”, sin duda una sílfide con un
tentador cuerpo de pecado.
El caso es que en el meollo del relato descuella el
hecho de que ese personaje que observa y espía no posee las virtudes
analíticas, deductivas y estratégicas del raciocinador Auguste Dupin. De modo
que su roma inteligencia quizá sea semejante a la inteligencia del instruido y
culto amigo del chevalier, pues es
incapaz de ver más allá de su nariz.
Es decir, pese a que lo observa, no logra desentrañar por qué la supuesta
esposa del pintor es inculta y fea, y no bella y cultísima; y por qué, por las
noches, la presunta cónyuge sale del camarote del marido y ocupa el vacío
camarote de la criada; mientras él pasa las horas de la noche encerrado con la
caja oblonga (que, supone, resguarda un valioso lienzo: quizá “una copia de La última cena de Leonardo”), que fue el
último cargamento en incorporarse para la travesía. No sorprende, entonces, que
cuando ya el Independence está a
punto de naufragar, el narrador, desde la chalupa con los otros sobrevivientes,
crea, por instantes, que el pintor se salvará al arrastrar la caja oblonga
hasta la borda, atarse a ella y lanzarse así al mar. Y es el capitán Hardy el
que le da un indicio del trasfondo del suicidio que en esos instantes se
desarrolla frente sus ojos cuando le dice que “volverán a subir a la
superficie... pero no antes de que la sal
se disuelva.” Y un mes después de ese trágico episodio, el narrador cuenta
que casualmente se encontró en Broadway con el capitán Hardy, quien entonces le
resume los dramáticos sucesos tras bambalinas que él, pese a observar y espiar,
no pudo descubrir ni inferir.
Julio Cortázar |
En la danza de las fechas, che Cortázar apunta, en su correspondiente nota, que “La caja oblonga” se publicó en “septiembre de 1844” en el mismo medio que registra Margarita Rigal Aragón. Y su lapidaria (y quizá mojigata) paráfrasis revela lo que imagina que ocurría por las noches cuando el pintor Cornelius Wyatt se encerraba, solo, con la caja oblonga; en cuyo interior yacía el curvilíneo, frío y fétido cadáver de su auténtica consorte, “parcialmente embalsamado y colocado entre espesas capas de sal en una caja de dimensiones adecuadas”: “Otra transparente presencia de la necrofilia, que se muestra sin ambages y en su forma más repugnante.”
“Tú eres el hombre” (“Thou Art The Man”) es el relato 52 de Poe y se publicó en “Noviembre de 1844” en Godey’s Lady’s Book. Según reporta la editora de Narrativa completa: “Para buena parte de la crítica poeniana, en este relato humorístico Poe pretendía burlarse de sus tres cuentos policiacos en los que Dupin es el protagonista. Hasta se ha llegado a hablar de deconstrucción del género policiaco de la mano de su propio creador. Constituye, sin embargo, como el lector comprobará, otra excelente muestra de la deuda de este género para con Poe, pues introduce aquí el entorno rural que hasta entonces había estado ausente.”
Páginas de Espuma (México, noviembre de 2018) |
Vale observar que Margarita Rigal Aragón, pese a su patente y sobrada erudición, también incurre en varios lapsus (a lo que se añaden algunas erratas a lo largo del volumen), bastante nimios, por cierto, pero que pudieron corregirse. Por ejemplo, botón de muestra uno: en la página 56 apunta: “Unos pocos meses antes de la publicación de ‘Los crímenes’ [en ‘Abril de 1841’], aparecía en el Saturday Evening Post de Filadelfia una reseña literaria escrita por Poe, en la que comentaba los primeros capítulos de Barnaby Rudge de Dickens [...]” Sin embargo, no fue “Unos meses antes”, sino al inicio del siguiente mes, pues se publicó el “1 de mayo de 1841”, según se lee en la página 291 del volumen de Edgar Allan Poe: Ensayos completos I (México, Páginas de Espuma, 2018). Botón de muestra dos: entre las páginas 59 y 60 apunta: “También con anterioridad a ‘La carta robada’ [publicada en ‘Septiembre de 1844’], Poe había publicado otras dos piezas que algunos críticos consideran como de ‘pseudo-razonamiento’, pero que son de una importancia fundamental en el desarrollo de la ficción detectivesca; se trata de ‘La caja oblonga’ (septiembre, 1844) y ‘Tú eres el hombre’ (noviembre, 1844)”. Es decir, si leemos bien lo apuntado por ella (incluso en la glosa cronológica de los 67 relatos), no fue con “anterioridad”, pues “La carta robada” y “La caja oblonga” se publicaron en “Septiembre de 1844”, y “Tú eres el hombre” en “Noviembre de 1844”. Botón de muestra tres: hablando sobre “Tú eres el hombre” dice en la página 60: “La forma de resolución sigue un procedimiento similar al de ‘La carta robada’: hasta el final no se nos explica el método analítico seguido para desenmascarar al culpable.” Pues, ojo, es todo lo contrario: al final de ambos cuentos ¡sí! “se nos explica el método analítico”. En “La carta robada”, Dupin se lo cuenta a su íntimo y nocturno amigo (y por ende al lector), quien es la voz narrativa y el transcriptor de la entrecomillada voz del chevalier Dupin. Y en “Tú eres el hombre” lo hace la voz cantante del relato, quien es el único residente de la aldea de Rattleborough que tiene una mirada detectivesca, perspicaz y analítica, y por tanto ha desentrañado, como un buen detective, los actos criminales, la impostura y los movimientos ocultos del camuflado e hipócrita Charley Goodfellow, el asesino del ricachón Barnabas Shuttleworthy, quien se había puesto al frente de la búsqueda del cadáver y de la imputación del presunto asesino. Y para desenmascararlo ante la embriagada comunidad (y liberar de la cárcel al supuesto criminal: el sobrino y heredero del asesinado), le tiende una macabra y jocosa trampa con el cadáver y un truco de ventriloquía y de ilusionismo teatral y escenográfico.
Esto
resulta ser una especie de modus operandi
o recurso narrativo de Poe, pues en “Los crímenes de la rue Morgue” el chevalier Dupin, una vez desentrañado el
caso del par de espeluznantes asesinatos en el cuarto cerrado (cliché de la narrativa negra inaugurado por Poe),
puntualmente le detalla a su amigo y acompañante su procedimiento de
observación, análisis e inferencia —que es la prueba en acto del método de
raciocinación utilizado por él: el completo
tratado sobre la ciencia de raciocinio expuesto en la primera parte del
cuento, cuyas páginas, apunta Margarita, son “consideradas tediosas”—. Y en “El
escarabajo de oro”, una vez que en la isla de Sullivan el tal William Legrand
(un raciocinador a la altura de Auguste Dupin), con ayuda de su esclavo Júpiter
y de su admirador y amigo de la cercana población de Charleston (quien es la
voz narrativa), han localizado, desenterrado, trasladado, contado y ordenado el
miliunanochesco tesoro pirata que otrora enterró y ocultó el capitán Kidd (con
dos cadáveres), le explica al amigo (y al unísono al desocupado lector) los
pormenores del rocambolesco método para descifrar el abstruso criptograma que
yacía oculto en el sucio pedazo de pergamino donde pareció trazar una calavera
al dibujar el escarabajo; pero también le cuenta sus detectivescas andanzas
para localizar el sitio. Y, al término, le revela el toque teatral, lúdico,
socarrón y escenográfico que implica el hecho de que, para burlarse y reírse de
ese amigo y del supersticioso y tontorrón Júpiter —quienes lo creían loco—, para
dizque atinarle al punto exacto donde estaba enterrado el tesoro bajo la arena,
de pura chusca puntada hizo utilizar el escarabajo dorado. Es decir, hizo subir
al timorato y rezongón Júpiter por el tronco de un altísimo tulipanero,
llevando con él el escarabajo (bicho que le da terror y cree de oro macizo y de
infecta y mala entraña), localizar allí una añosa calavera clavada, introducir el
insecto por una de las horrorosísimas cuencas del cráneo, y hacerlo bajar atado
a una cuerda como si fuera una especie de yoyo (en lugar de una plomada).
Edgar Allan Poe, Los casos de monsieur Dupin. Antología, prólogo, traducción y notas de Alberto Laurent. Ediciones Abraxas. España, 2019. 248 pp.