sábado, 14 de junio de 2014

Manual de zoología fantástica



El bestiario y la flor evanescente

      
                                                                                                                                  
                                                                                                                                      
Si a Jorge Luis Borges ciertos amigos y seres queridos desde la infancia le decían Georgie, él cariñosamente llamaba Margot a Margarita Guerrero, a quien dedicó su libro de ensayos Otras inquisiciones (1937-1952) (Sur, Buenos Aires, 1952), y con la cual publicó el libro de ensayos sobre José Hernández (1834-1886) y su insigne poema gauchesco: El “Martí Fierro” (Columba, Buenos Aires, 1953), y el célebre Manual de zoología fantástica (FCE, México, 1957), impreso diez años después con otro título, un nuevo prólogo y 34 nuevos textos que se sumaron a los 82: El libro de los seres imaginarios (Kier, Buenos Aires, 1967).
Margarita Guerrero en 1945
(foto: Grete Stern)
En la iconografía borgesiana habita un magnífico retrato de la bella e inasible Margarita Guerrero que la fotógrafa alemana Grete Stern (entonces exiliada en Buenos Aires) le tomó en 1945. Éste se puede observar en la página 13 de La FotoGalería del Teatro San Martín (La Azotea, Buenos Aires, 1990), crónica antológica e iconográfica de la fotógrafa, galerista y editora argentina Sara Facio; y en la página 162 del Album Jorge Luis Borges (Gallimard, París, 1999), espléndida iconografía, con 280 imágenes en color y en blanco y negro, cuya selección y laboriosos comentarios en francés se deben a Jean Pierre Bernès.
Por lo regular, los biógrafos de Borges poco o nada dicen de Margarita Guerrero. Para Emir Rodríguez Monegal, en Borges. Una biografía literaria (FCE, México, 1987), sólo es el nombre de una borrosa fémina impreso en tres de sus libros. Para Ricardo-Marcos Barnatán, en Borges. Biografía total (Temas de Hoy, Madrid, 1995), sólo es su colaboradora en El “Martín Fierro” y en el Manual de zoología fantástica, pues no menciona El libro de los seres imaginarios. Para María Esther Vázquez, en Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996), es un ser inexistente. Volodia Teitelboim, en Los dos Borges (Hermes, México, 1996), tan sólo cita su colaboración en su nota sobre el Manual de zoología fantástica. Para Alicia Jurado, en Genio y figura de Jorge Luis Borges (EUDEBA, Buenos Aires, 1997), cuya primera edición data de 1964, si bien la nombra como colaboradora en los dos primeros, no existe cuando enumera El libro de los seres imaginarios. Para James Woodall, en La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, Barcelona, 1998), era una “célebre beldad” de la que se rumoraba que pudo haber tenido una relación amorosa con el escritor y con la que aspiró a casarse; y según él, pero en esto yerra estrepitosamente, el Manual de zoología fantástica es el primer libro que dictó en su oficina de la Biblioteca Nacional, cuya dirección asumió en octubre de 1955, año en que la prescripción médica le prohibió leer y escribir. Para deshacer su argumento, a priori, sólo basta recordar que la creación del bestiario es anterior a tal puesto (pese a que se publicó en 1957) y un notorio indicio es la fecha con que el dúo dinámico rubricó el prólogo: “Martínez, 29 de enero de 1954”. Mientras que Alejandro Vaccaro, en su cronología ilustrada Una biografía en imágenes. Borges (Ediciones B, Buenos Aires, 2005), no reseña ninguno de los tres libros, pero menciona su colaboración con el escritor y ofrece pequeñas reproducciones en blanco y negro de las tres portadas de los libros donde ella participó, más un fragmento del prefacio del Manual de zoología fantástica.
Borges en 1951
(foto: Grete Stern)
Edwin Williamson, por su parte, en Borges, una vida (Seix Barral, Buenos Aires, 2006), sí bosqueja algo del vínculo afectivo entre Margarita Guerrero y el escritor; dice, entre varias lecturas en las que devela la intrínseca presencia de la fémina en ciertos textos y posturas anímicas e ideológicas de Borges, que “estaba perdidamente enamorado de Margot”; y que además de bailarina y amiga de Estela Canto, de Cecilia Ingenieros y de Betina Edelberg, era aficionada al ocultismo; y Borges, intrigado por esto, “se acostumbró a acompañarla a la librería Kier de la avenida Santa Fe, especializada en esas materias. Allí los dos pasaban el tiempo hojeando con satisfacción manuales de astrología, numerología, lectura de manos, y cosas por el estilo.” Por ende, en el proceso de seducción, dice el biógrafo, Borges “ideó un proyecto lo bastante extravagante como para competir con el interés de Margot por el ocultismo. Se puso a hacer un catálogo de los animales más extraños que la mente humana hubiera soñado, y convenció a Margot de ayudarlo a reunir este bestiario curioso”.
En el CD ROM adjunto al libro del argentino Nicolás Helft: Jorge Luis Borges. Bibliografía completa (FCE, Buenos Aires, 1997), se podían apreciar en color las tapas de El “Martín Fierro” y de las ediciones príncipe del par de bestiarios en los que colaboró Margarita Guerrero. Como se apuntó líneas arriba, el Manual de zoología fantástica apareció por primera vez en México, en 1957, editado por el Fondo de Cultura Económica con el número 125 de la serie Breviarios; y El libro de los seres imaginarios fue impreso en Buenos Aires, en 1967, por Kier, que es el nombre de la susodicha librería a la que Borges iba con Margot durante su galanteo y por ende se puede suponer que Borges haya elegido tal sello editorial como un forma de evocar y reafirmar los buenos tiempos.
Inducido y persuadido por su madre, reporta Edwin Williamson (y en esto coincide con otros biógrafos, pero con otros no), el 4 de agosto de 1967 el solterón, célebre y ciego Borges se casó por lo civil con la viuda Elsa Astete Millán y por la iglesia (y a toda orquesta) el siguiente 21 de septiembre (la aciaga separación ocurría el 7 de julio de 1970). Pero al parecer, en la búsqueda de la mujer ideal (la “nueva Beatriz”, dice Edwin), el escritor pensó antes en Margot. Williamson lo boceta así: “¿quién más podría ser una compañera adecuada para casarse? En la segunda mitad de 1966, Borges había reanudado su amistad con Margarita Guerrero y la había convencido de colaborar con él para realizar una segunda edición aumentada del Manual de zoología fantástica, el bestiario de criaturas imaginarias que habían realizado durante su breve amistad amorosa a comienzos de los años cincuenta. Borges, parece, contemplaba la posibilidad de revivir su relación con Margot, ¿pero duraría semejante unión? Era improbable, a juzgar por la evidencia pasada.” Es decir, según el biógrafo, ella, otrora, súbitamente cortó la relación y Borges la pasó muy mal; Betina Edelberg, su colaboradora en los ensayos de Leopoldo Lugones (Troquel, Buenos Aires, 1955), lo vio llorar; “le afectó terriblemente, terriblemente”, “sufrió muchísimo”, “estaba destrozado”, le dijo a Edwin. Borges pensó en el suicidio y en la muerte; y fruto de tal desasosiego es el poema “Mateo, XXV, 30”, reunido en El otro, el mismo (Emecé, Buenos Aires, 1964).
Manual de zoología fantástica (2007)
Portada: Pablo Rulfo
Por lo que argumenta Edwin Williamson se colige que Borges inició en solitario la zoología fantástica y luego convenció a Margarita Guerrero para que se sumara al acopio. Tal inferencia no riñe con una carta que no menciona el biógrafo (al parecer no la consultó) y que se halla en el archivo del FCE, cuyo facsímil la editora publicó en forma minúscula en su Gaceta de junio de 1996, precisamente en el apartado que reproduce cuatro misivas bajo el título “Algunas cartas de Borges y a Borges en el archivo del Fondo de Cultura Económica”. En 1951, en la serie Breviarios del FCE, Borges había publicado con Delia Ingenieros Antiguas literaturas germánicas (cuya tapa original también se veía a color en el CD ROM de la Bibliografía completa); y en la carta mecanográfica que Borges le dirige a Arnaldo Orfila Reynal, entonces director del FCE, fechada en “Buenos Aires, 9 de diciembre de 1952” (y recibida 7 días después, según el sello), si bien para los efectos de la nota lo que llama la atención es la postdata, pues allí Borges reporta: “Con Betina Edelberg trabajo asiduamente en la zoología fantástica”, lo cual indica o invita a suponer que por entonces su colaboradora de cabecera aún no era Margarita Guerrero; vale la pena transcribir su meollo central, pues allí el escritor bosqueja la gestación de una miscelánea que nunca se llevó a la imprenta (quizá sí se concluyó o permanece inclusa en alguna gaveta) y que resulta muy interesante y característica de su lúdico y  estético enciclopedismo piénsese, por ejemplo, en las antologías Libro del cielo y del infierno (Sur, Buenos Aires, 1960) y Libro de sueños (Torres Agüero, Buenos Aires, 1976), además de que también alude una selección en ciernes pergeñada por Silvina Ocampo:
“Estimado amigo:
“¿Cree usted que para la nueva serie de los Breviarios podría interesar un libro, de índole antológica, sobre el principio y el fin del mundo? Sus páginas registrarían las antiguas cosmogonías de los libros sagrados, de los filósofos y de los heresiarcas y las diversas hipótesis de la ciencia. Luego vendrían las doctrinas que niegan que el mundo tuvo principio; la teoría cíclica, en sus diversas formas y, finalmente, las profecías de la astronomía y de la religión sobre la muerte del universo.
“Tenemos bastante material reunido y, en breve, podríamos entregar el trabajo.
“Por su parte, Silvina Ocampo le propone un antología de los poetas traducidos por los poetas, obra que viene preparando desde hace tiempo.
“A la espera de sus noticias, lo saludamos muy cordialmente.”
El catoblepas
La cuarta de las tales misivas también es relativa al Manual de zoología fantástica, aún en proceso; con fecha del 30 de junio de 1954 (y recibida 8 días después, según el sello), Margarita Guerrero la redactó en forma manuscrita a Arnaldo Orfila Reynal. En lo que dice sobre el dibujo para “El catoblepas” (el cual en la página 49 precede al texto en las sucesivas reediciones), cabe destacar que se eligió para ilustrar la tapa de la primera edición (el diseño de la portada de la novena reimpresión, de 2007, es de Pablo Rulfo). Y pese a que el facsímil de la revista es muy deficiente, el presente tecleador cree no haber errado en su transcripción:
“Muy estimado Señor:
“Tengo el agrado de dirigirme a Ud en nombre de Borges y en el mío propio, acusando recibo de su muy atenta del 3 del actual
“Me es grato informarle que el jueves 24 de junio fueron entregadas las ilustraciones y dos artículos más para el libro en Independencia 802. Habrá que agregar en la ilustración del ‘El Catoblepas’ el nombre del dibujante: FABRIZIO CLERICI.
“En lo relativo al giro, debido a que Borges aún se encuentra en el país, juzgo conveniente que lo haga llegar a su domicilio particular: Maipú 994 Piso 6to.
“Por último, en cuanto a la suma por Ud anunciada en un primer momento, de acuerdo con lo que me informa Borges, es de 500 dólares. (Preferiríamos dólares, en lo posible).
“En mi nombre y en el de Borges, que no puede escribirle debido a una momentánea indisposición, me permito saludarlo atentamente.
“Margarita Guerrero”
Las cuatro misivas publicadas en tal Gaceta son un indicativo del borgesiano acervo documental que obra en los archivos del FCE y que bien puede brindar nuevas luces a futuros biógrafos e investigadores y por ende a los lectores de a pie difuminados en la masa anónima de la aldea global. 


Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, Manual de zoología fantástica. Breviarios (125), FCE. 9ª reimpresión. México, 2007. 160 pp.



jueves, 5 de junio de 2014

La voz de Gabriel García Márquez



Me di cuenta que Mercedes me quería


El 30 de mayo de 1967 se terminó de imprimir en Buenos Aires, editada por Sudamericana, la primera edición de Cien años de soledad, novela central del colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, marzo 6 de 1927-México, abril 17 de 2014), Premio Nobel de Literatura 1982. Después de las dificultades (incluidas las amenazas anónimas a él y a los suyos) vividas en Nueva York durante casi seis meses como corresponsal de Prensa Latina, la agencia cubana fundada tras el triunfo de la Revolución, Gabo y Mercedes Barcha Pardo, su mujer desde el 21 de marzo de 1958, y el pequeño Rodrigo, el primer hijo de ambos, quien aún no cumplía los dos años, viajaron en autobuses y en tren rumbo a la Ciudad de México, a donde llegaron a vivir el domingo 2 de julio de 1961 (reza la leyenda), día que de un escopetazo se suicidó Ernest Hemingway. 
 
Detalle de la portada del elepé con la voz de Gabriel García Márquez
leyendo fragmentos de Cien años de soledad.
(UNAM, 3ra. ed., México, 1987)
 En 1967, en la capital mexicana, apareció un disco con la voz de Gabriel García Márquez, número 10 de Voz Viva de América Latina, colección de elepés que editaba el Departamento de Voz Viva de Difusión Cultural de la UNAM. En tal elepé la voz de Gabo lee dos bloques de fragmentos de Cien años de soledad (lado A y lado B). Y en el cuaderno adjunto se reproducen éstos, precedidos por una “Presentación” que Emmanuel Carballo fechó en “1967”, lo cual remite al hecho de que apareció cuando la novela “estaba a punto de llegar a librerías de Buenos Aires” (“se distribuyó o publicó el 5 de junio” y en 15 días ya se habían agotado “los ocho mil ejemplares de la primera edición”), y por ende es el histórico “primer ensayo sobre Cien años de soledad” (aparecería también en la Revista de la Universidad de México, correspondiente a noviembre de 1967), lo cual implica que durante el proceso de escritura el crítico mexicano, fallecido el domingo 20 de abril de 2014 (casi a los 85 años), fue uno de sus primeros lectores, pese a que no pertenecía al reducido y entrañable grupo de amigos de Gabo que solían reunirse con él por las noches en su rentada casa de San Ángel Inn (“calle de La loma número 19”), en la Ciudad de México, entre mediados de julio de 1965 y mediados de 1966 (“alrededor de doce o catorce meses”), el tiempo que tardó en redactarla, no obstante que germinó y fermentó en él durante 17 años, anota Dasso Saldívar en García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía (Alfaguara, 1997); es decir, desde que la empezara a escribir “en unas tiras largas de papel periódico en Cartagena de Indias a mediados de 1948” —pero Gabo, en Vivir para contarla (Diana, 2002), dice que fue en 1949 durante su convalecencia en Sucre—, cuyo primer título que pensó y perduró hasta 1965: La casa, remite a la casa de sus abuelos maternos, en Aracataca, donde nació y vivió los primeros diez años de su infancia. 
  Las leyendas orales y las biografías de Gabriel García Márquez rezan que si por las noches sus amigos se reunían con él en su casa, durante las mañanas y hasta el mediodía tecleaba en su Olivetti encerrado en su habitáculo: “La cueva de la mafia”, mientras las deudas de él y Mercedes fueron aumentando, pues Gabo abandonó sus empleos relativos al cine y a la publicidad e incluso empeñó el Opel blanco que había adquirido con “los tres mil dólares” del Premio Esso de Novela 1961 que ganara en Bogotá con La mala hora. Al carnicero de La Loma, por ejemplo, le debían cinco mil pesos, y al casero ocho meses de renta. Y cuando a inicios de agosto de 1966 hubo que enviarla por correo a Paco Porrúa, el editor de Sudamericana en Buenos Aires, a Gabo y a Mercedes el dinero sólo les alcanzó para remitir la mitad. Así que unos días después enviaron la otra con lo conseguido en el Monte de Piedad con las “‘tres últimas posiciones militares’: el secador de ella, el calentador de él y la batidora” de los alimentos de los niños.
      En su biografía, Dasso Saldívar apunta sobre las reuniones de Gabo y Emmanuel Carballo con el objetivo de pergeñar el prefacio del elepé: “Normalmente se veían los sábados por la tarde. Cuando García Márquez terminaba un capítulo se lo pasaba, y Carballo se lo devolvía con sus comentarios el sábado siguiente. Estos, como recordaría el mismo Carballo, eran siempre de carpintería menor, pues lo que él le daba era tan depurado, que desde un principio el crítico se encontró ‘frente a una obra maestra’, una obra que fue leyendo ‘con fascinación y gran delectación’. Desde entonces pensó que ‘sería la gran novela de él y una de las mejores novelas de la lengua de la segunda mitad del siglo. Así que nuestras conversaciones, al hilo de lo que yo iba leyendo, eran sobre la atmósfera, los personajes, las imbricaciones de las historias. Pero nada de mis comentarios podía influir en la novela’.”
Estuche con el disco compacto que reproduce la voz de Gabriel García Márquez
leyendo fragmentos de Cien años de soledad. Más un cuadernillo con los
textos y el ensayo ex profeso del crítico Emmanuel Carballo.
(UNAM, 4ta. ed. corregida, México, marzo de 1998)
       La segunda edición del elepé y su cuaderno apareció en 1977 y la tercera en 1987. La cuarta edición, de 1998, es un estuche que contiene un disco compacto con el mismo material leído por el autor en las anteriores ediciones, más un cuadernillo de pastas blandas con los fragmentos de Gabo y el mismo prólogo de Carballo, el cual, amén de su inclusión en antologías críticas sobre el colombiano, lo compiló en Protagonistas de la literatura hispanoamericana, libro editado en 1986 en la serie Textos de Humanidades de Difusión Cultural de la UNAM. 

(UNAM, México, 1986)
        La principal diferencia entre el cuaderno de los elepés y el cuadernillo del disco compacto, radica en que en los primeros los textos de Gabo son exhibidos en dos bloques que corresponden al lado A y al lado B del acetato; mientras que en el cuadernillo a los pasajes se les han intercalado una serie de asteriscos que indican que se trata de distintos fragmentos en cada bloque. En este sentido, se puede apreciar que el track uno del disco compacto (antes lado A) incluye cuatro fragmentos que la voz de Gabriel García Márquez lee de corrido como si fuera un solo párrafo; y el track dos del compacto (antes lado B) comprende un par de fragmentos que la voz lee del mismo modo.

Estuche del disco compacto que reproduce la voz de Gabriel García Márquez
leyendo fragmentos de Cien años de soledad. Más un cuadernillo con los
textos y el ensayo de Emmanuel Carballo; y un DVD con el documental
conmemorativo producido por el Canal 22 del CONACULTA.
(UNAM, 5ta. ed. corregida, México, marzo de 2007)
     La quinta edición: un librito-estuche de pastas duras, datado “en marzo de 2007”, conserva algunos de los asteriscos; pero su trascendencia radica en que se hizo en el contexto celebratorio de los 80 años de Gabo y los 40 años de Cien años de soledad. Así, el diseño de Vicente Rojo Cama, además del uso de varias fotos en blanco y negro que Rogelio Cuéllar le tomó al escritor (en solitario o con miembros de su familia), empleó tipografía y viñetas otrora concebidas por su padre (Vicente Rojo) para ilustrar las cubiertas de la primera edición de la novela, las cuales, como se atrasaron en su viaje de México a Buenos Aires, no fueron aplicadas en la edición príncipe, sino en la segunda, impresa en “junio de 1967”. En las fichas curriculares del novelista y del crítico hay varios yerros; por ejemplo, se dice que Gabo en México “publicó sus primeras novelas Los funerales de la Mamá Grande (1962) y El coronel no tiene quien le escriba (1963)”. Y si en la anterior edición Emmanuel Carballo aún repetía que “Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1928” —error repetido durante muchos años por solaperos, críticos, profesores y lectores— en la presente se ha enmendado el gazapo y es lo único que se le cambió.

  Además del disco compacto que preserva la voz que Gabo tenía en 1967, figura un DVD con el programa televisivo que el Canal 22 (el canal del CONACULTA) sumó a los aniversarios, cuyo epicentro tuvo lugar el lunes 26 de marzo de 2007, en Cartagena de Indias, Colombia, durante el homenaje que se le rindió en la apertura del IV Congreso Internacional de la Lengua Española, cuando el escritor recibió el primer ejemplar (de un millón) de la Edición Conmemorativa de Cien años de soledad (con correcciones suyas ex profesas), editada por la Real Academia Española, la Asociación de Academias de la Lengua Española y Alfaguara. 
  Tal programa televisivo: Muchos años después... Gabo en México, cuyo productor y realizador es Jordi Arenas, si bien es laudatorio y levemente crítico, no es de lo mejor. Pero entre la recitada o más o menos actuada lectura de fragmentos de Cien años de soledad (por la actriz María Isabel Benet), y entre el puzzle de las diversas y fragmentarias opiniones y testimonios (Fabrizio Mejía, Raúl Renán, Carlos A. de la Sierra, Emmanuel Carballo, María Luisa Elío, Carlos Monsiváis, David Martín del Campo, Claudio Isaac, José María Pérez Gay, Gonzalo Celorio, Oscar Chávez, María Luisa Mendoza, Margo Glantz, Guadalupe Loaeza y Homero Aridjis), descuella la imagen y la voz del propio Gabriel García Márquez, quien en su primera aparición declara: “yo hacía tiempo que tenía la idea de que debía escribir una novela en la cual sucediera todo. Y sabía que en ese suceder todo, debía estar toda esa memoria de Aracataca, las fantasías, las supersticiones”.
 En la entrevista de “Septiembre de 1973” que Elena Poniatowska le hizo a Gabriel García Márquez y que ella compiló en el tomo I de Todo México (Diana, 1990), Gabo cuenta que “el libro ejerció un poder mágico sobre todos aquellos que de un modo u otro estuvieron en contacto con él”; y entre ello descuella su testimonio del hechizo que causó con una lectura de varios fragmentos de Cien años de soledad ante un público heterogéneo y que ahora se puede palpar oyendo su voz grabada en el disco compacto. Según Gabo, a sus amigos no les leía nada:
Elena Poniatowska y Gabriel García Márquez
 “Nunca les leí nada porque yo no leo absolutamente nada de lo que estoy escribiendo; los borradores jamás los he dejado ni tocar, ni leer, ni los leo yo, pero sí hablaba mucho de lo que estaba haciendo y ellos, enloquecidos con lo que yo les contaba cada noche decían: ‘¡Esto va a ser sensacional!’. Y hubo un momento en que pensé: ‘¡Caramba, a lo mejor, todos estos gritos de Álvaro y estos entusiasmos de María Luisa Elío me han hipnotizado y estoy trabajando en esto apasionadamente, sin darme cuenta que de pronto me he metido en una nube de fantasía acompañado por estos amigos, y esto no sirve para nada ni le va interesar a nadie!’. Entonces, yo, que nunca me había presentado y todavía ahora nunca me presento en público ni doy conferencias ni hago lecturas ni nada, me llamaron causalmente en esos días al OPIC, —es algo como la sección cultural de la Secretaría de Relaciones Exteriores—, y me preguntaron si quería dar una conferencia y yo les dije que no, que una conferencia no, pero sí quería hacer una lectura de capítulos de una novela en preparación. Para ello, hice una cosa muy curiosa: una lista de gente muy disímil; las personas que conocí cuando hice las revistas Sucesos y La Familia, en las que jamás escribí una línea, sí, sí, las de Gustavo Alatriste, Elena, las dirigí durante dos años, los obreros tipógrafos y linotipistas de un taller de imprenta en el cual también trabajé, secretarias, estudiantes y toda la gente que había conocido en alguna parte, en el cine, en la publicidad, además de mis amigos los intelectuales, personas de todos los niveles culturales y sociales, ¿verdad?, y realmente configuré un público disímbolo. En el OPIC no lo supieron. No llevé un sólo capítulo de Cien años de soledad, sino que seleccioné párrafos de distintos capítulos porque tenía interés de saber si era buena la idea y no algo que Álvaro Mutis me había metido en la cabeza. Yo quería saber si valía la pena seguirla escribiendo porque ya no veía nada; tenía la impresión de que no había en el mundo más que lo que escribía y quería poner los pies sobre la tierra. Me senté a leer en el escenario iluminado; la platea con ‘mi’ público seleccionado, completamente a oscuras. Empecé a leer, no recuerdo bien qué capítulo, pero yo leía y leía y a partir de un momento se produjo un tal silencio en la sala y era tal la tensión que yo sentía, que me aterroricé. Interrumpí la lectura y traté de mirar algo en la oscuridad y después de unos segundos percibí los rostros de los que estaban en primera fila y al contrario, vi que tenían los ojos así —los abre muy grandes— y entonces seguí mi lectura muy tranquilo.
“Realmente la gente estaba como suspendida; no volaba una mosca. Cuando terminé y bajé del escenario, la primera persona que me abrazó fue Mercedes, con una cara —yo tengo la impresión desde que me casé que ese es el único día que me di cuenta que Mercedes me quería— porque me miró ¡con una cara!... Ella tenía por lo menos un año de estar llevando recursos a la casa para que yo pudiera escribir, y el día de la lectura la expresión en su rostro me dio gran seguridad de que el libro iba por donde tenía que ir.”
Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha Pardo


Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Estuche-librito de 72 páginas; prólogo de Emmanuel Carballo; fragmentos de Cien años de soledad; iconografía en blanco y negro. Más un disco compacto y un DVD. Serie Voz Viva de América Latina, Difusión Cultural de la UNAM. 5ª edición. México, 2007.