lunes, 10 de octubre de 2022

Independencia

 

El verdadero animal político

 

I de VI

Editada por Tusquets en la Colección Andanzas, en marzo de 2021 apareció, en España y en México, el título Independencia, segunda entrega de la trilogía de novela negra protagonizada por Melchor Marín, “el héroe de Cambrils”, que el escritor español Javier Cercas (Cáceres, 1962) inició con Terra Alta, Premio Planeta 2019.

           

Tusquets Editores, Colección Andanzas
Primera edición mexicana: marzo de 2021

           A la puntillosa y amena trama de Independencia la preludia una especie de proemio sin título donde el poli Melchor Marín —sagaz detective que va de paisano e intrépido desfacedor de malolientes entuertos— exhibe su íntima y personal prerrogativa justiciera y sus particulares y peliculescas dotes para la violencia. Es decir, una madrugada (ya son más de la tres), solo y sin la autorización de sus mandos, llega al lujoso y variopinto burdel de un tal Papá Moon; en la barra pide al camarero un whisky (pese a que es abstemio y proclive a la Coca-Cola), quien lo reconoce por alguna ríspida y recién indagatoria. Y sin que lo busque ni lo llame se le acerca “un mulato vestido de oscuro, calvo y fortachón, de no menos de dos metros de altura”, quien le echa en cara que el juez ya “les dio la razón”. A esto Melchor le revira: “El juez no os dio la razón, capullo [...] Sólo dijo que no había pruebas contra vosotros. Pero no te preocupes, ya las encontraré. Ponme otro whisky.” El caso es que Melchor —reconocido por las putas y a quien sólo se le acerca una (“española, morena, madura, entrada en carnes”) que lleva “un corsé negro con los pechos al aire”—, le solicita al mulato que le dé entrada al despacho de su jefe, porque dizque quiere “pedirle disculpas”: “Por el juicio. Por las molestias. En fin, ya sabes.” Y en el culmen de ese diálogo privado, Melchor sorprende al padrote con una golpiza de antología y lo obliga a comprometerse a no extorsionar más y a no perseguir a las tres esclavizadas muchachitas “negras como la hulla” (dos de 17 años y una de 18), rescatadas por él, en esos instantes, con el subrepticio y paralelo apoyo de la puta de “los pechos al aire”. Es decir, “Melchor conocía a las tres. Habían nacido en Lagos, Nigeria, y sus historias no diferían en lo esencial. Las tres habían llegado a Madrid años atrás, huyendo de la miseria y con la promesa de que en España podrían estudiar. Allí les arrebataron el pasaporte y el móvil, les prohibieron ponerse en contacto con su familia y salir a la calle, les reclamaron sesenta mil euros por los gastos de viaje, y para aterrorizarlas, las sometieron a un ritual consistente en cortarles las uñas y el pelo, en afeitarles el sexo y las axilas y en forzarlas a beber un brebaje alucinógeno. A partir de entonces las obligaron a prostituirse. Fue así como empezaron un periplo por clubs de alterne de media España, en los que trabajaban de cinco de la tarde a cuatro de la madrugada con el fin de pagar la deuda que, en teoría, habían contraído con la organización que en la práctica las tenía secuestradas. Un periplo con el que Melchor había resuelto terminar allí, aquella noche.”

            Esto es así porque uno de los cometidos justicieros de Melchor Marín, policía de la Terra Alta asentado en el pueblo de Gandesa, es propinarle una golpiza al machote que maltrata y golpea a una mujer. De ahí que la voz narrativa diga de su intrínseco “vicio”: “No fallaba: individuo denunciado por pegar a una mujer en la Terra Alta, individuo que se llevaba una paliza que, al menos en comisaría, todo el mundo sabía quién le había pegado, y que a todo el mundo le obligaba a hacer la vista gorda.” Incluso, vale recordarlo, pues se lee en Terra Alta, busca en Tortosa al exmarido de Olga Ribera: un tal Luciano Barón, a quien por haberla maltratado (“Le dejaba unos moretones tremendos”) le propina una golpiza, lo humilla y lo amenaza. Resulta coherente, entonces, que cuando en julio de 2025 se hospeda, con su hija Cosette, en la casa de Domingo Vivales —el abogado que otrora lo defendió, auspició sus estudios medios por internet desde la cárcel de Quatre Camins (concluyó la secundaria en el Institut Obert de Catalunya “la víspera en que cumplía veintiún años”) y auxilió, con tejemanejes, para salir del presidio sin ficha policial rumbo al Instituto de Seguridad Pública de Cataluña, donde se hizo mosso d’esquadra— se entera, en una fortuita conversación, que el picapleitos va a “defender a un tipo acusado de maltratar a su mujer” y que éste se llama Alexis Rosa, Melchor, por su cuenta, averigua su dirección, espía su llegada y le pone una golpiza de la santa madre que lo parió. Tal es así que luego Vivales le dice que el juicio “Se ha suspendido”, porque “Ayer el tipo se cayó por las escaleras de su casa y está en el hospital, con un par de costillas rotas y hecho polvo.”

           

Javier Cercas

             Pero el subyacente leitmotiv y piedra axial de ese comportamiento justiciero es, precisamente, el impune, sádico y espeluznante asesinato de Rosario Marín, su madre; cuyo crimen (no resuelto) se narra en Terra Alta y se evoca (y despeja) en Independencia. Es decir, Melchor es hijo natural y su madre, desde siempre, ejercía la prostitución. Y cuando cumplía su condena en la cárcel de Quatre Camins (por camello, pistolero y guarura de una banda de narcos colombianos que operaba en Barcelona) ocurrió el asesinato de su progenitora. El abogado Vivales, conocido de su madre, fue quien le dio la mala noticia (sin revelarle todos los pormenores del maltrato y la violación que él conocerá cuando ya es policía e investiga el caso por su cuenta y riesgo). Y luego de un ataque de rabia, de un autodestructivo período de depresión, y de atemperase a través de la lectura de Los miserables, la inmortal novela de Victor Hugo (su vademécum vital o particular I Ching) a la que accedió a través del Francés, el bibliotecario del presidio y su mentor (La mitad de un libro la pone el autor; la otra la pones tú, le decía), cuyo título lo atrajo porque le recordó “la repetida admonición de su madre”: Si quieres ser un miserable como yo, no estudies, tomando como arquetipo la figura del inspector Jarvet, el eterno perseguidor de Jean Valjean, decide hacerse policía para atrapar a los asesinos de su madre. Debido a esa infructuosa tarea, al margen de su labor policíaca en la comisaría de Nou Barris, en Barcelona, había ido a El Llano de Molina, en Murcia, a entrevistar a Carmen Lucas, otrora amiga de su madre cuando ambas se prostituían “en los alrededores del Camp Nou”; pero Carmen Lucas sólo pudo recordar y decirle que se había subido a un auto de lujo (un BMW, al parecer) en el que iba “Una panda de niños bien que han salido a divertirse con el coche de papá.” Según le dijo, “Primero se negó a meterse tras una negociación frustrada con sus ocupantes”; “y en el que más tarde, impulsada por la desesperación de una noche sin clientes, aceptó subirse”. De ahí venía, hecho una furia, cuando en la madrugada del 18 de agosto de 2017,
manejando “a veinte kilómetros de Tarragona”, recibe otra llamada de la comisaría que le ordena desviarse “hacia Cambrils”, pues “Parece que puede haber otro atentado terrorista”. Así que Melchor, según se lee en Terra Alta, que va con las pilas cargadas de adrenalina y frustración ante la imposibilidad de hallar y castigar a los criminales que violaron, torturaron y mataron a su madre, en una escena de acción peliculesca o de popular serie televisiva donde impera la ley del revólver del viejo, lejano y salvaje Oeste, balea a cuatro yihadistas con su atronadora y humeante arma de cargo (su poderosa “Walter P99 de 9 milímetros”), “mientras una frase de Los miserables no paraba de martillearle el cerebro: ‘Era un hombre que hace el bien a tiros’”. Según reporta la voz narrativa en Terra Alta, “El balance de los ataques fue devastador: dieciséis muertos y un centenar de heridos en Barcelona; un muerto y seis heridos en Cambrils. En total, seis terroristas abatidos, cuatro de ellos por Melchor Marín. Hazaña que lo convirtió ipso facto, dada la alharaca mediática y política, en “el héroe de Cambrils”. Y por ende, para proteger su identidad y su vida, fue destinado a la comisaría de Terra Alta, donde los únicos que conocían su heroica proeza eran el subinspector Barrera y el sargento Blai, jefe de la escueta Unidad de Investigación de la Terra Alta asentada en la comisaría de Gandesa, que a la postre es quien se cuelga en el cogote los créditos y reconocimientos por la resolución del caso Adell, resulto, tras bambalinas, por el justiciero Melchor Marín, gracias al secreto y táctico empujoncito que le dio un poderoso mafioso mexicano.

 II de VI

Además del proemio sin título, la novela Independencia comprende tres partes y un “Epílogo”, cada una con sus correspondientes capítulos. Aunque la mayor parte del tiempo presente de la obra transcurre en un promedio de algo más de trece días de julio de 2025, se prolonga hasta inicios de septiembre próximo, cuando, en Gandesa, empieza un nuevo ciclo escolar en el Instituto Terra Alta. En la primera página del primer capítulo, se lee que Melchor Marín, una “mañana de julio”, “como cada sábado por la mañana desde hace cuatro años (salvo cuando tiene guardia)”, ha ido al cementerio, “a las afueras de Gandesa”, a colocar “flores frescas” y a limpiar la lápida de quien fuera su mujer, quince años mayor que él: “Olga Ribera, Gandesa, 1978-2021”, con quien procreó a su hija Cosette, bautizada así por el nombre de la hija putativa de Jean Valjean.

            Olga Ribera era bibliotecaria en la Biblioteca Municipal; y en ese trabajo Melchor Marín la conoció cuando en 2017, para eludir una probable represalia yihadista, se ocultó en Gandesa y en la comisaría de Terra Alta. Y en su memoria, y porque es un empedernido lector de novelas del siglo XIX (de hecho en los capítulos iniciales, antes de dormir, le lee a su hija algunas páginas de Miguel Strogoff, la novela de Julio Verne) está estudiando a distancia biblioteconomía; o sea: “el grado de Información y Documentación en la Universitat Oberta de Catalunya”, con miras de dejar su labor de policía. De modo que está en espera de que “salga una plaza de ayudante de bibliotecario” para presentarse. Y ya con la carrera terminada podría “ser director de una biblioteca”. Por lo pronto, en su calidad de poli aficionado a la lectura, echa “una mano en la biblioteca donde había trabajado Olga” (antes de que la embistiera con un auto el entonces esposo de Rosa Adell) y es miembro del jurado de un concurso literario organizado por la Biblioteca Municipal y el Instituto Terra Alta, junto con “dos profesores, un poeta local” y “la directora de la biblioteca”. De modo que en medio de sus ocupaciones policiales lee los textos concursantes, además de que en septiembre próximo, en “la víspera del primer día del nuevo curso académico”, tendrá que dar un discurso (el primero de su vida): un “elogio de la lectura”.

            Ese caluroso sábado de julio de 2025, el exsargento Blai, al oírlo parlotear sobre sus expectativas de dejar la policía y transformarse en ratón de biblioteca, lo mira “como si acabara de comunicarle que va a someterse a una operación de cambio de sexo” y por ende le receta: “Perdóname que te lo recuerde, chaval [...] Pero tu mujer está muerta, murió hace cuatro años, entérate de una vez, que ya va siendo hora [...] Además, te vas a ahogar afuera de la comisaría. Una cosa es ayudar de vez en cuando en la biblioteca y otra es pasarte el día entero allí, ordenando libros, atendiendo a viejos, leyéndoles cuentos a los niños y llevando novelas en un carretón a la piscina, a ver si les entran ganas de leer a unos adolescentes que no piensan más que en follar, te lo digo yo, que tengo unos cuantos en casa. En fin, eso no lo aguantas tú ni una semana. Como que me llamo Blai. ¡Pero si eres el poli más poli que he visto en mi puta vida, hombre!”

            Y el exsargento Blai le suelta esa perorata porque, ahora como inspector destinado en la central de Egara (el “vasto complejo que alberga el cuartel general de los Mossos d’Esquadra”), donde es jefe del Área Central de Investigación de Personas, ha llegado desde Barcelona para que se integre, en comisión, a la Unidad de Secuestros y Extorsiones, “Sólo unos días, lo suficiente para resolver el asunto” que lo abruma y que le encargó resolver en un tris el comisario Vinebre, el mero jefe de los Mossos d’Esquadra. Es decir, han amenazado “a la alcaldesa de Barcelona con divulgar una grabación de contenido sexual”; y “si ella no quería que se divulgase, debía desembolsar trescientos mil euros”. (Amenaza a la que luego se le añaden otros trescientos mil euros y la exigencia de su dimisión.) Y el inspector Blai necesita al policía Melchor Marín, no sólo porque le resulta “el poli más poli” que conoce, sino porque, según dice: “no me fío de nadie [...] Mucho Egara, mucho Egara, pero aquello está lleno de pijos y figurines; policías de verdad, pocos.” Y además necesita que vigile y le informe sobre el sargento Vàzquez, el jefe de la escueta Unidad de Secuestros y Extorsiones, porque se le va la olla y se le aflojan los tornillos.

 III de VI

Vale subrayar que esa alcaldesa de Barcelona no es Ada Colau. Y por ello, en un pasaje aleccionador, el arquitecto Manel Puig, amigo del letrado Vivales y “uno de los tres socios de un reputado despacho de arquitectura, Pere Chimal Arquitectos”, que hace “mucha vivienda pública” con el erario del Ayuntamiento, le dice a Melchor sobre la funcionaria amenazada: “llegó al Ayuntamiento y lo primero que hizo fue abolir la ley Colau sobre vivienda. Esa que decía que todo promotor privado debía reservar el treinta por ciento del techo construido para vivienda pública. Yo nunca fui un fan de Ada Colau, que también era una actriz de primera, eso ya lo sabéis; pero lo del treinta por ciento estaba bien hecho. Y, en cuanto esta mujer lo liquidó, me dije: aquí llega una política business friendly; o sea, átate los machos que viene un gobierno de ladrones.” Coloquial indicio de la consabida y sonara corrupción y malversación de fondos en el gobierno municipal de Barcelona, ratificada en la sarcástica respuesta que Vivales le formula a Melchor cuando le pregunta: “¿Conoces a alguien en el Ayuntamiento?”: “¿En el Ayuntamiento? ¿Pero tú por quién me has tomado, chaval? Yo sólo me trato con gente honrada, y es más fácil encontrar una puta virgen que un hombre honrado en el Ayuntamiento.”

           

Ada Colau
Alcaldesa de Barcelona

      Cuando la alcaldesa acudió al jefe de los Mossos d’Esquadra, ya había recibido una amenaza en la que le exigieron trescientos mil euros por no divulgar ese vídeo sexual. Apoyada por una agencia privada de detectives, los colocaron “en un punto concreto de la playa de
Gavà”; pero no pudieron emboscar a los extorsionadores ni dieron con su pista; perdió el dinero y no recuperó la grabación.

     La pesquisa policial, por orden de Blai, la encabeza el sargento Vàzquez, jefe de Secuestros y Extorsiones, y Melchor es su segundo. No obstante, pronto Vàzquez se desentiende de la indagatoria, debido al síndrome bipolar que lo aqueja y derrumba, ídem una neurasténica y llorosa Magdalena, pese a que es un calvo hombretón que luce una “musculatura marmórea” y monta una rugiente moto de matón de vecindario. De modo que, además de auxiliarlo en su domicilio (ídem una noble monjita de la Caridad del Cobre) y encubrirlo ante Blai y sus colegas, Melchor actúa solo en la indagatoria; pero con el paralelo apoyo a distancia del inspector Blai y de varios polis de la unidad y de otras unidades de Egara.

    Luego de la inicial entrevista con la alcaldesa, en la que están presentes Blai, Vàzquez y Melchor, lo primero que hace “el héroe de Cambrils” es informarse a través del par de entrañables compinches del abogado Vivales, amiguetes desde la mili: el citado arquitecto Manel Puig y Chicho Campà, “catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Barcelona”. Y lo hace teniendo como preludio la cena gourmet que Campà prepara en casa de Vivales y que cierran con el tabaco y los licores que consumen a lo largo de la informal charla (hasta quedar hasta las manitas canturreando a gaznate pelado y aguardentoso), y en cuyo meollo hacen una crítica y corrosiva disección del statu quo en el Ayuntamiento, de la personalidad de la alcaldesa y sus cambios de piel, del comportamiento arribista y demagogo de la estereotipada clase política, del acontecer político en Barcelona y en Cataluña, de la Generalitat y del Procés: “El Procés no ha cambiado casi nada, ni de Barcelona ni de Cataluña ni de ninguna parte: el Procés lo único que hizo fue cambiar algo, muy poquito y muy anecdótico, para que nada esencial cambiase. De eso precisamente se trataba.”

   Vale resumir que la alcaldesa (“una chica normal y corriente, nacida en una familia trabajadora y criada en La Salut...”) llegó al poder del Ayuntamiento encumbrada por un partido político fundado ex profeso por Daniel Casas al que se sumó Enric Vidal, amigos desde siempre y miembros de acaudaladas, poderosas y rancias familias catalanas. Que la alcaldesa se casó con Casas (con quien tiene “dos hijas” o “una hija”); que se separó de él “hará cosa de un año, después de que ella volviera a ganar las elecciones”. Que Casas abandonó el partido, pero Vidal no (o sea: tiene aspiraciones políticas); quien además es “el primer teniente de alcalde”; es decir, el segundo de la alcaldesa y su mano derecha, y el que puede asumir el poder si ella renuncia; pero con el que está peleada y ni se hablan. Esto lo sabe la vox populi de Barcelona (“¡Pero si viene en todos los periódicos!”), tanto como el hecho de que es el capo de las cloacas de los Vidal Boys. En este sentido, alecciona el docto Campà al pueblerino Melchor: “En el Ayuntamiento de Barcelona, el primer teniente de alcalde siempre había mandado mucho, era la mano derecha del alcalde y la persona que llevaba la maquinaria interna del Ayuntamiento. Ahora eso sigue siendo así, pero corregido y aumentado, entre otras razones porque la alcaldesa le dio desde el principio a Vidal algo que, hasta donde yo sé, no había tenido nunca un primer teniente de alcalde, para poder combatir la psicosis que ella misma había creado [el miedo colectivo y la xenofobia ante las oleadas de inmigrantes después de los atentados yihadistas de agosto de 2017] y con la que llegó a la alcaldía [...] Vidal ha hecho crecer esa área en una forma monstruosa [...] Tradicionalmente, la Guardia Urbana [sin atributos judiciales] tenía un servicio de información muy pequeño. Se encargaba de la seguridad del alcalde y poco más; el resto lo llevabais vosotros, los Mossos. Bueno, pues Vidal ha creado una servicio potentísimo, formado por no se sabe exactamente cuántos policías, en todo caso una auténtica guardia de corps que está a su exclusivo servicio y el de la alcaldesa. Y que se dedica a armar todo tipo de martingalas.”

     Tal es así que Puig dice de ese poder mafioso encastrado en el Ayuntamiento: “Son gente muy poco recomendable, los mamporreros de Vidal, de la alcaldesa y de su marido. Sirven lo mismo para un barrido que para un fregado: pegan palizas, compran policías, jueces y periodistas, preparan dossiers con los trapos sucios de todo quisqui... Así que a ver quién tiene narices de meterse con ellos. El más peligroso es el que los manda, Juan María Lomas se llama, el inspector Lomas, aunque todo el mundo le llama Hematomas, no hace falta que te diga nada más. No sé vosotros, pero yo no le tenía miedo a la policía desde la Transición, y con estos tipos he vuelto a tenérselo.”

     Vale contrastar que Puig supone, pese a las visibles fracturas, una inquebrantable complicidad y amalgama entre la alcaldesa, Casas y Vidal. Pero Campà difiere y parece constatarlo el hecho de que la alcaldesa, para confrontar la extorsión, no acudió a ninguno de sus dos supuestos aliados. En este sentido, dice Campà: “Igual que no creo que la alcaldesa sea instrumento de Casas y su familia, o no más de lo que Casas y su familia son instrumento de ella. Y lo mismo digo del Ayuntamiento. Allí la que manda es la alcaldesa. Allí y en su partido. No os engañéis. Vidal se cree muy listo, y Casas también, pero la lista de verdad es ella. Tan lista que les hace creer que los listos son ellos, que ellos son los que mandan. Tan lista que sabe hacerse como nadie la tonta. Ella es el verdadero animal político, la que tiene el instinto asesino que tienen los políticos auténticos. No os quepa duda...”

     De ahí que infiera que el objetivo último de la alcaldesa catalana es su independencia, pero no de España ni del gobierno central en Madrid ni de la monarquía, sino de Casas y Vidal: “pensad que esto ha pasado en política desde que el mundo es mundo: un don nadie llega al poder aupado por los poderosos, el poder convierte al don nadie en líder carismático (es lo que hace casi siempre el poder, por muy tonto que sea el don nadie) y el líder carismático se deshace o intenta deshacerse de los poderosos que lo auparon. Desde que el mundo es mundo.” “Es lo que suele pasarles a los políticos cuando llegan al poder, sobre todo si es por mayoría aplastante, como le ha pasado a la alcaldesa”. Lo cual Puig interpreta así: “al final lo que quiere es librarse de ellos y de todos los que la han aupado, y montar su propia compañía”. No obstante, Puig había observado sobre la complicidad de esa “mujer y su pareja de socios”: “Han creado un partido que ha cambiado de pe a pa la política catalana y la agenda de la política española; gobiernan por mayoría absoluta en el Ayuntamiento y todas las encuestas dicen que, si se presentan a las elecciones autonómicas, las ganarán.”

 

Fotogramas de Zelig (1983), película
protagonizada y dirigida por Woody Allen.

            Sin embargo, parece que la alcaldesa busca su independencia con un carisma público y con un retórico mimetismo que evoca las sucesivas metamorfosis de Zelig, el hombre camaleón de la película de Woody Allen, interpretado por él, pues Campà dice de ella: “Esa mujer es un camaleón. Si habla en una radio de derechas, parece de derechas; si habla en una radio de izquierdas, parece de izquierda; y, si habla en una radio mediopensionista, parece mediopensionista. Eso es nuestra alcaldesa: una serie de máscaras. La pregunta es qué hay detrás de todas esas máscaras. Y la respuesta es nada: las máscaras que esconden su cara son su auténtica cara. Esa mujer tiene menos convicciones que un mosquito; en lo único que cree es en acumular poder.” De ahí que observe: “¿Cómo es posible que nadie recuerde ya que esta mujer era hace cuatro días el adalid de los refugiados? Y, si alguien recuerda eso, peor que peor: ¿cómo es que nadie se lo recuerda, ahora que se ha convertido en azote de la inmigración? ¿Cómo es que nadie le pregunta por qué ha cambiado? ¿Qué pasó para que esa señora diga sobre este asunto, y sobre tantos otros, exactamente lo contrario de lo que decía hace sólo unos años?” 

   

Ayuntamiento de Barcelona

           Respuestas que resultan implícitas en el hecho de que, según dictamina Campà: “Esa mujer sabe lo que la gente quiere antes de que la gente sepa lo que quiere.” “Yo creo que empezó a saberlo después de los atentados islamistas de 2017.”

   

Fotograma de Zelig (1983), filme
dirigido y protagonizado por Woody Allen.


           Sobre los cambios de piel de la alcaldesa y su postura sexual, quizá vale contrastar lo que ella dice de sí misma, tomando en cuenta que la mancomunada ligereza de su matrimonio también estaba en la incendiaria comidilla de la vox populi, pues según dice Puig: “todo el mundo sabía que cada uno tenía sus rollos por su cuenta, sobre todo la alcaldesa [...] y eso que ahora predica la castidad, el retorno a la familia tradicional y la necesidad de tener hijos para preservar la civilización cristiana y que los musulmanes no nos invadan y toda esa mierda xenófoba.” Lo que Campà resume así: “cuando era activista predicaba el amor libre y alardeaba de sus experiencias homosexuales [...] Esta mujer ha hecho de su propia vida un argumento político. Antes daba lecciones de moral de izquierdas y ahora de moral de derechas. El caso es dar lecciones de moral.” En este sentido, la alcaldesa, que en la primera entrevista con los tres policías elude los detalles del contenido del vídeo sexual con el que la están chantajeando, le responde a Vàzquez cuando le pregunta si sus relaciones prematrimoniales eran “normales”: “¿Me está preguntando si me he acostado con mujeres? [...] ¿Si he participado en orgías? ¿Eso me está preguntando?” Y añade, muy docta, “con un tono distinto, que, con razón o sin ella, Melchor identifica con el que emplea ante los periodistas”: “Mire sargento [...] Yo en mi vida en cometido muchos errores. Muchos. Pero he aprendido de ellos. He evolucionado. A los veinte años era un tipo de persona; ahora soy otro. A los veinte años creía en unas cosas y ahora creo en otras: entonces no creía en el matrimonio, y ahora sí creo en él; entonces no creía en la importancia de la fidelidad conyugal, y ahora sí creo en ella; entonces no creía que el cristianismo fuera importante, y ahora sí creo que lo es, y mucho... Es lo que dijo Keynes: ‘Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted?’ [...] La gente que piensa siempre lo mismo no piensa. Y yo pienso mucho, así que he cambiado mucho. Sólo hay una cosa constante en mí: soy una mujer libre. Lo fui de joven y sigo siéndolo ahora, cuando ya no soy tan joven. El espíritu gregario no es mi fuerte. Ni la corrección política. Creo que en mi vida pública he dado muestras sobradas de ello. Por lo demás, déjeme decirle que, a su edad, ya debería usted saber que la normalidad no existe. Es una estafa. En el sexo y todo lo demás.”

Águeda Bañón, activista post porno y directora de 
comunicación del Ayuntamiento de Barcelona


 IV de VI

Parece que el resentido y vengativo soplón que grabó el vídeo sexual de la alcaldesa, y los privilegiados y pudientes Daniel Casas y Enric Vidal, nunca oyeron los consabidos y arcaicos refranes que rezan: el pez por su boca muere y más pronto cae un hablador que un cojo. Resulta lógico que el soplón, acorralado y bebiendo whisky durante un largo interrogatorio clandestino al que lo somete Melchor en una solitaria masía, suelte la sopa y toda la recontrasopa (y muchísimo de su patética y lastimosa autobiografía) inducido por su personal e intrínseca venganza contra “los tres tenores”: Casas, Vidal y Rosell; aunado esto a la supuesta promesa y compromiso de que el rudo poli (sin jurisdicción en Andorra) lo va a ayudar a salir librado del embrollo delictivo en que se encuentra. Pero Daniel Casas y Enric Vidal, en sus correspondientes entrevistas con el policía que los investiga, incurren en sorprendentes infidencias y pedanterías que, quizá, si fueran de carne y hueso, eludirían decir y vociferar a toda costa, dada la posición que tienen en el ámbito de la alta sociedad catalana, de los lucrativos negocios en Cataluña, y del poder y la política en Barcelona.

            El parlanchín y locuaz Daniel Casas, con fama de ser el cerebro gris de la alcaldesa y de operar en lo oscurito, es “accionista principal y propietario de varias empresas [entre ellas 12TV, órgano de propaganda al servicio de su ex], la más conocida de las cuales es Clave Barcelona [donde Melchor lo entrevista], una consultora especializada en mejora de reputación, comunicación corporativa y asesoramiento de empresas privadas del sector tecnológico.” Esto concuerda con la especie de declaración de principios que, según recita el soplón, alguna vez le dijo: “Hay que quedarse en una posición discreta, en la penumbra, en un segundo plano”; “Que sean los pobres desgraciados que no pueden elegir los que salgan en los periódicos y en la tele, lo que dejen que los focos los achicharren. Nosotros, mientras tanto, a lo nuestro...” No obstante, ante el poli, Daniel Casas coloca los proyectores hacia su ego y subestima a su exmujer sin ningún escrúpulo y se pavonea de ser el estratega que la encumbró en el Ayuntamiento, de “que el poder municipal no es poder de verdad”, de que sin él ella no es nadie y de que en política no tiene futuro. Por ejemplo, le dice: “Mira, Virginia no es un político, no tiene madera de político. Nunca la tuvo. En realidad, se metió en política porque se casó conmigo, porque yo la convencí de que se metiera, porque a mí me interesaba; si no hubiera sido por eso, habría hecho otra cosa, habría seguido con la matraca de los refugiados o algo así. Esa es la verdad.” Y agrega, sin que venga al caso, y para aliñar la supuesta “borrachera” de su exmujer, pero sobre todo por su irrefrenable pulsión de bocazas: “Te diré más. Los catalanes no sabemos hacer política. Sabemos hacer algunas cosas, pero política no. Haciendo política somos pésimos. ¿Y sabes por qué? Pues porque desde hace siglos el poder político no ha estado en Cataluña. Eso significa que estamos poco familiarizados con él, que no sabemos manejarlo, que en el fondo nos da miedo. Y también significa que, cuando lo tenemos, nos emborrachamos. Claro, el poder emborracha siempre, pero, si nunca lo has probado, emborracha mucho más. ¿Te acuerdas del Procés? Bueno, pues el Procés fue en parte, en grandísima parte, el resultado de una borrachera de poder... Pero estábamos hablando de otra cosa, ¿no?” Así que para sacar al buey de la barranca, donde se metió solito, y encaminarlo por donde Melchor quiere, lo induce a que le revele el nombre del que hizo la grabación de la orgía donde se le ve a él, a Vidal, a Rosell y a la alcaldesa: “Claro. Se llamaba Ricky Ramírez. Virginia tiene razón: él fue quien nos grabó. Era un compañero de carrera en Esade.” Y luego añade, también sin que el poli le pregunte: “hace un par de meses me enteré de que había muerto. Me lo contó Enric, que sí mantuvo el contacto con Ricky. Pregúntale a él.” No obstante, la alcaldesa, en la primera y única entrevista que tuvo con Blai, Vàzquez y Melchor, sólo dijo sobre el borroso personaje que hizo la grabación (con una cámara oculta en un cuarto aleñado y sin que ella lo supiera con antelación): “No sé quién era, sólo estuve con él esa noche. Dani nunca me habló de él, que yo recuerde [...] En fin, sigo insistiendo en que lo que deberíamos hacer es pagar.”

            Pero Enric Vidal, el “primer teniente de alcalde de Barcelona”, es todavía más verborreico y más propenso a las infidencias que Daniel Casas y muchísimo más avieso y ambicioso. Vidal cita a Melchor en el restaurante La Balsa. Y cuando el poli llega después de la comida y de una entrevista que a Vidal le hizo Denis Burton, un inglés que “es corresponsal del diario The Guardian y está escribiendo un libro sobre Barcelona”, los halla en una charla off the record en la que el primer teniente de alcalde vocea un chorro de opiniones y juicios que no debería de revelarle a un periodista que podría utilizarlas, pese a que el reportero le diga que no lo hará. Por ejemplo, le recita una frase que, dice, decía su padre: “El catalán que no quiere la independencia, no tiene corazón; el que la quiere, no tiene cabeza.” Primero le pide que no la cite. Y luego que si quiere citarla, lo haga, pero que no se la atribuya a su padre, porque “Pensarán que era un cínico redomado. Es lo que era, claro, pero...” Y luego, y sin que venga el caso y para lucir sus barrabasadas supremacistas, ladra sus miopes y cínicas falacias: “Mira, Denis, nosotros no podemos tener ideales, ni siquiera ideas. Ideas políticas, digo. Eso es un lujo que no podemos permitirnos.” Y ante la pregunta que le hace el corresponsal: “Cuando dice ‘nosotros’, ¿a quién se refiere?”. El fanfarrón contesta de perlas: “A nosotros. A los que mandamos. A los que tenemos el dinero y el poder, suponiendo que sean dos cosas distintas. Las ideas son para los intelectuales, y los ideales para la gente humilde; pero, en nuestro caso, serían una irresponsabilidad. Y sobre todo en un lugar como este.”

         

Manifestación del independentismo en Barcelona

           
Y luego de despotricar contra el Procés, al que considera un engañoso artificio creado por él y los suyos, niega que las manifestaciones del “Procés fueran manifestaciones”, a las que nunca fue: “Eran desfiles. ¿No te acuerdas? Todo el mundo uniformado, todo el mundo en su sitio, preparado para lo que ordenasen los organizadores, todo el mundo sabiendo qué debía hacer, todo listo para que lo filmasen las cámaras... ¿Cómo va a ser eso una manifestación? Y por eso nos fueron tan útiles. La gente, créeme, hace lo que se le dice, sobre todo si tienes de tu lado el dinero y el poder político, como teníamos nosotros, y encima tienes televisiones, radios, periódicos, redes sociales y todo lo que hay tener. A la gente es facilísimo sacarla de casa, sobre todo ahora. El problema es volver a meterla. [...] El problema fue que se nos escapó de las manos. [...] Nosotros teníamos en la Generalitat a nuestro hombre, que era Artur Mas. Un buen chaval. El heredero del patriarca Pujol [el controvertido presidente de la Generalitat entre 1980 y 2003, inclinado a la autocracia y a esconder el dinero en extranjeros paraísos fiscales] y el chico de los recados de su familia. Uno de los nuestros, que hasta hablaba castellano en su casa, como nosotros. Pero las cosas se liaron y a Mas le echaron de la presidencia y dejó a Puigdemont, un don nadie de provincia que no pintaba nada y no tenía poder ni predicamento. Todos dábamos por hecho que Mas lo controlaría sin problemas, pero nos equivocamos. Porque Puigdemont era un creyente, un talibán que se tomaba completamente en serio lo que para nosotros era sólo un juego, una añagaza, una estratagema destinada a salir bien parados de la crisis. Para él no era así: él estaba dispuesto a llegar hasta donde hiciera falta, o tenía más miedo de no hacerlo que de hacerlo. Total, un desastre.”

          

Carles Puigdemont firmando la 
Declaración de independencia de Cataluña
Octubre 10 de 2017

          
El caso es que en esa indagatoria, y cuando ya el reportero británico se fue, el incontinente Enric Vidal le resume al policía su verborreica y descarada declaración de principios supremacistas y gansteriles, porque además de envanecerse con la cloaca en la que chapotea en el Ayuntamiento, quiere desactivar y corromper al “héroe de Cambrils”, pues en un momento le ofrece el puesto represor que tiene Hematomas a la cabeza de los Vidal Boys: “Cuando se trata de política, sin ir más lejos, todo el mundo se llena la boca de Maquiavelo, y yo no digo que esté mal. Pero Montaigne es mucho más serio, mucho más radical, mucho mejor. Por ejemplo, él dice que el bien público exige que se traicione, que se mienta y que se asesine, y que para eso la política tiene que estar en manos de la gente más fuerte y con menos escrúpulos, gente capaz de sacrificar su honor y su conciencia por el bienestar del país. Qué te parece, ¿eh? Yo nunca he asesinado a nadie, desde luego [después se verá que sí, a quién, cuándo y cómo], pero lo otro más o menos sí lo he hecho. ¿Y sabes por qué? Porque yo no me engaño, porque yo sé muy bien que en política hay que hacer cosas que nadie quiere hacer, hay que ensuciarse las manos, pactar con el diablo si hace falta. Esa es la realidad, y quien no la conoce no debería dedicarse a la política, porque no sabe lo que es el poder.” Y añade casi repitiendo lo que a Melchor le dijo Casas: “Y, sí, ya sé que hay quien dice que los catalanes no sabemos manejar el poder, que no sabemos lo que es, que nos da miedo y que por eso somos malos haciendo política.” Y como Melchor, luego de oírle decir otras gratuitas linduras, le espeta a quemarropa: “¿Por qué me cuenta todo esto?” Vidal dizque se explica: “Lo que quiero decir es que yo puedo ser un hijo de puta, no digo que no. Pero no estoy chantajeando a Virginia. Piénsalo bien. ¿Qué ganaría con ello?” Entonces el policía le dispara ipso facto, en la cara, la conjetura que fermenta y que luego corroborará, en secreto, a través de la pormenorizada y larga delación que le hace Ricky Ramírez: “Conseguir que dimita y ponerse en su lugar [...] Y, de paso, acabar con su carrera política.”

            Ese garbanzo de a libra transluce que el gansterzuelo Enric Vidal, pese a su índole megalómana y supremacista y a dárselas de muy chipocludo y chingonauta, es incapaz de hacer alianzas y política democrática para asumir el poder en el Ayuntamiento de Barcelona y que pretende hacerlo a través, no de una maquiavélica intriga palaciega o partidaria, sino de una artimaña mafiosa y delincuencial, pues según le dice a Melchor en esa entrevista, el poder (implícitamente catalán) no está en el gobierno de Cataluña, sino en el gobierno de la ciudad de Barcelona; criterio en el que subyace la pretensión y el delirante espejismo de crear su propia “independencia” autocrática: una ciudad-estado que gire en torno a él, a su poder absoluto y al culto a su personalidad: “Ahora el poder no lo tienen sólo los estados; lo tenemos también las ciudades. Casi te diría que sobre todo lo tenemos las ciudades. Dime, ¿qué es más importante, Barcelona o Cataluña, que no es un estado, pero casi, porque tiene casi tanto poder como un estado? Mil veces más Barcelona. Y nosotros manejamos poder, vaya si lo manejamos. Poder del de verdad. O por lo menos estamos aprendiendo a manejarlo. Eso la primera que lo entendió fue Margaret Thatcher, y por eso canceló el área metropolitana de Londres: no quería que la ciudad volara sola, al margen de su país, y la ató corto para que no le hiciera sombra. Y eso es lo que hizo aquí Jordi Pujol con Barcelona. O lo que intentó hacer.”

 V de VI

A través de la creíble y triste historia que minuciosamente narra y desembucha el “cándido” y bocón Ricky Ramírez —de quien el desalmado Vidal sugiere un suicidio, pese a dizque el forense dijo que murió de un infarto y por ello dizque se hizo “cargo de los gastos del funeral y del entierro, porque él no tenía dónde caerse muerto”—, Melchor (y con él el desocupado lector) se entera que su difunto padre, miembro de una humilde familia oriunda de Albacete, que “al final de la dictadura y durante la Transición estuvo metido en las luchas obreras de Hospitalet” y fue un activo sindicalista de la UGT que ocupó “cargos cada vez más importantes, hasta que en los años noventa fue diputado en el Parlamento catalán. Diputado por el Partido Socialista... Estuvo allí ocho años, dos legislaturas, y se hizo conocido como azote de la corrupción”; y luego, por ello y para que no les pisara los sucios y pestilentes callos con su explosiva oratoria de kamikaze, los socialistas de Barcelona lo enviaron al “Congreso de los Diputados, en Madrid, en el centro del poder político”. Y allí estuvo, nadando de a muertito, hasta que un mediático y variopinto escándalo de corrupción en torno a las “tarjetas fantasmas” terminó con su carrera política y con sus privilegios pecuniarios; e incluso con los de su hijo, pues Ricky se vio impelido a dejar la universidad en el último año. Es decir, su padre, que por esa maraña estuvo en la cárcel y murió en la pobreza, pretendiendo que su retoño se educara y encumbrara entre la crème de la crème de la burguesía catalana, le financiaba sus estudios profesionales, no en una modesta universidad pública, sino en la costosa Esade, “la escuela de negocios adonde la élite catalana manda a sus cachorros para que aprendan cómo hacer dinero. Y cómo se conserva...” Y allí, en las aulas y pasillos de Esade, fue donde el soplón conoció y fue condiscípulo de “los tres tenores”: Daniel Casas, Enric Vidal y Gonzalo Rosell. De los que dice en la masía donde lo interroga el policía Melchor Marín: “Los tres son sobre todo unos hijos de papá. Unos hijos de puta también, pero sobre todo unos hijos de papá. Nacieron así y así morirán.” Y canta una ancestral y atávica cantaleta una oda al dinero que refleja la maníaca obsesión por acumularlo que caracteriza a Ricky Ramírez, pese a sus consecutivos fracasos: “Mi padre decía que Cataluña siempre ha estado en manos de un puñado de familias. Ellos mandaban antes del franquismo, mandan después del franquismo y mandarán cuando tú y yo estemos muertos y enterrados... El dinero es una cosa mágica, una cosa inmortal y trascendente. El dinero es la hostia. Es algo muchísimo más fuerte que el poder, porque el poder depende de él, y además sobrevive a todo, empezando por los cambios de poder. Bueno, pues mis tres amigos pertenecen a ese puñado de familias catalanas. Por eso me empeñé en ser amigo suyo.” Y porque su padre le machacaba al oído: “Arrímate a los buenos y serás uno de ellos.”

            Pero el meollo es que Melchor Marín, en su detectivesca investigación de solitario sabueso rastreador, localiza y entrevista a Herminia Prat, la exesposa de Ricky Ramírez, una ceramista con taller en su casa, que además da clases en “la escuela de arte de Torroella de Montgrí”, a quien le resulta inverosímil el supuesto suicidio de su exmarido: “Ricky no era de los que se suicidan. Era un superviviente. Hubiera sido capaz de vivir debajo de un puente antes que suicidarse. Eso te lo aseguro.” Y le da la pista que lo lleva al estrecho y mugroso cuchitril de su actual novia en el Raval: Marga Isern (la telefónica voz femenina que a la alcaldesa le antepuso un tercer pago y la dimisión). Y luego del agreste diálogo que tiene con esa infeliz novia con antecedentes penales por trapicheo con marihuana, quien le asegura que Ricky murió “De un ataque al corazón”, la empieza a seguir y por ello la ve charlar en un bar con Hematomas. Y ya en la madrugada, al regresar a pie de la cena con el Francés (en cuyo locutorio en el Raval le hicieron a Marga Isern una tarjeta SIM a nombre de un tal Farooq Hoque, para usarla en la segunda extorsión que la alcaldesa debería canalizar en criptomonedas), puesto que dejó su auto cerca del edificio donde subsiste esa Marga (a quien el Francés le clavaría algo más que el diente), sin preverlo ni buscarlo la ve salir en un auto al que sigue en el suyo hasta que ya en el amanecer entra en Sant Julià de Lòria, un pueblo en Andorra, donde en una masía a las afueras se esconde el supuesto suicida Ricky Ramírez.

            En su larga y pormenoriza autobiografía, Ricky Ramírez le cuenta a Melchor Marín que otrora montó un negocio de paquetería, cuya ruina implicó la ruina de la familia de Herminia Prat y la de su matrimonio; que se empeñó en la minería de bitcoins cuando se podía hacer desde una computadora casera; que tras fracasar en ello se dedicó al trapicheo de mota y le echaba la mano con la contabilidad a un par de pequeños negocios del barrio; pero antes anduvo en la compra y venta de bitcoins, hasta que en una desastrosa operación provocó que los matones de un narco gallego le dieran una golpiza que lo remitió al hospital. Fue por entonces cuando, con la muerte de su progenitor, le cayó su inesperada y desconocida herencia y pensó en forrarse en un santiamén chantajeando a “los tres tenores” con los vídeos pornográficos que su padre, al morir, le dejó en “una caja de seguridad del Banco Santander de Barcelona”, cuya renta siguió pagando en secreto desde la cárcel y después de salir de ella, pese a que “su pensión de jubilado”, en la casita donde se refugió en el pueblo de Torredembarra, “ni siquiera le alcanzaba para que una asistenta fuera a limpiar su piso y cocinarle dos veces por semana”.

            A través de un anónimo correo electrónico, el cándido Ricky Ramírez, en el mes de mayo, intentó chantajear primero a Daniel Casas, porque le pareció “el más vulnerable”, pues Gonzalo Rosell se había “convertido en regidor del PP en el Ayuntamiento” y “hacía tiempo que Vidal había dejado de ser líder del grupo socialista en el Ayuntamiento, se había integrado en el partido de la alcaldesa y ocupaba el cargo que ocupa ahora...” Pero Casas no respondió a su email. Y “Una tarde, poco después de mandar aquel mensaje a Casas”, dos matones de los Vidal Boys lo esperaron en la puerta del edificio donde vivía; le dieron una paliza y luego llegó Hematomas con Enric Vidal, al que no veía desde “Hacía casi veinte años”; quien, con rudeza y amenazas, direccionó la extorsión hacia la alcaldesa asegurándole: “Nosotros te hemos pillado en seguida”; “pero los Mossos no te van a pillar, porque te enseñaremos todo para que no te pillen.” Y le impuso la brillante idea de “protegerlo”, haciéndolo figurar oficialmente muerto y con una nueva identidad.

            Vale resumir que en la época estudiantil en que Ricky Ramírez se hizo compinche de “los tres tenores”, establecieron por costumbre que las francachelas y bailongos sabatinos terminaran en un abandonado “local de León XIII”, propiedad de la familia Casas, a donde, con engaños y una droga en el licor, llevaban a alguna desconocida jovencita. La violaban entre los tres, mientras Ricky, el voyeur de las orgías, hacía una grabación con una cámara oculta en un habitáculo adjunto al cuarto donde se sucedían los violentos abusos sexuales. El caso del vídeo de la alcaldesa rompe la regla, porque, le revela Ricky a Melchor, “no es la violación de una mujer por tres hombres sino la violación de tres hombres por una mujer...”: “Allí ellos quedan como unos peleles, a ratos están como hechizados, pero nada más, ya te digo que parecen víctimas, no verdugos.” Pero un caso todavía más rompedor y trascendente es cuando Ricky le relata las minucias de la violenta, sádica y espeluznante violación en grupo de una prostituta que terminó en golpes, tortura y asesinato. “Me acuerdo muy bien de aquella mujer, no hay un solo día que no me acuerde de ella... Tenía unos cuarenta años, conservaba un buen cuerpo y debía de haber sido guapa, iba muy pintada, era morena...”, le dice. “Ahora me acuerdo de otro detalle: íbamos en el BMW del padre de Vidal, no en el coche de ninguno de mis amigos, lo recuerdo porque el BMW era un coche muy grande y tenía los cristales de las ventanillas tintados, lo que se llama un chochazo.” El paroxismo extremo e irreflexivo de ese acto criminal descolocó a “los tres tenores”. Y fue Ricky el que propuso llamar a su padre, entonces diputado socialista, para que los auxiliara. El padre de Ricky los mandó a casa; los comprometió a no revelar a nadie lo sucedido allí. Y se hizo cargo de limpiar el local de León XIII (obviamente en secreto atesoró los vídeos) y del traslado y abandono del cadáver en “un descampado de La Sagrera, en Sant Andreu”, sitio donde la policía lo halló y del que hicieron su agosto los periódicos. Y cuyo nombre es indeleble para Ricky porque lo rastreó en internet: Rosario Marín. 

            Sin decirle nada a nadie, en el más absoluto secreto, Melchor Marín, el justiciero “héroe de Cambrils” consuma su venganza en el lugar donde Ricky y los tres violadores y asesinos de su madre solían ver los vídeos. Se trata de una solitaria cabaña ubicada en La Pleta de Bolvir, exleonera del padre de Enric Vidal. Según les comenta el inspector Blai a Melchor y al sargento Vàzquez: “Todo indica que fue un cortocircuito. Pero por lo visto la casa era de madera y, con este calor, ardió como una yesca. Encima era de noche, así debió pillarlos durmiendo, porque no se salvó ni uno. La casa estaba en medio del bosque, y cuando los bomberos llegaron ya era un montón de ceniza.” Allí encontraron los restos de “los tres tenores”, más los de Hematomas y el de un individuo aún no identificado. Según Vàzquez, “Hematomas debió subir a La Pleta de Bolvir por su cuenta” y “Los tres tenores fueron en el mismo coche. Torrent y Estellés los seguían, pero los perdieron a la salida de Barcelona. Normal, era viernes por la tarde y los túneles de Vallvidrera estaban colapsados.” No obstante, extraña y resulta muy raro, dada la calaña gansteril y mafiosa del primer teniente de alcalde, que “los tres tenores” se hayan desplazado sin ninguna pistolera escolta de los Vidal Boys.

            Vale recapitular que Melchor persuadió a Ricky para que, a través de Vidal, “los tres tenores” se reunieran con él en la cabaña de La Pleta de Bolvir, donde les diría algo sobre las grabaciones que aún no había revelado; algo sobre el chantaje a la alcaldesa que Vidal debería de saber antes de que se venciera el término antepuesto para la dimisión, que es el inminente sábado; o sea: la reunión será “Mañana por la noche. Antes de que venza el plazo del chantaje”. El sábado llegó (Melchor ya tenía tres días sin dormir) y la alcaldesa no renunció, pese a que aún el jueves y el viernes planeaba hacer pública su renuncia en una rueda de prensa. Y como no se pagó el monto de la tercera extorsión y los delincuentes no difundieron el vídeo sexual, Blai supone la posibilidad de que no lo tuvieran. Conjetura que apoya Vàzquez, así como el hecho de que “Si iban de farol, les ha salido de puta madre”, pues “Se han llevado el pastón de los dos rescates”; no obstante, dice: “nosotros seguiremos buscando la pasta. Aunque francamente, ahora mismo me parece bastante difícil que la encontremos. Sean quienes sean, esos cabrones seguro que ya han cogido las de Villadiego y a estas alturas vete a saber dónde andan.” Y también concuerda con Blai cuando declara: “Caso cerrado, como dice el inspector Gadget. ¿No, Vàzquez?” Lo cual implica que ya “el héroe de Cambrils” puede irse de rositas “a la paz de la Terra Alta”; donde, por fin, puede volver a releer Los miserables sin remordimientos ni sentimientos de culpa; y, donde luego, ya en septiembre (dejando atrás el súbito fallecimiento de Vivales por un cáncer secreto, cuyo sepelio convocó a una multitudinaria, variopinta y estrafalaria corte de los milagros), se reencuentra con el inspector Blai, pues dejó a los pijos y figurines de Egara; es decir, la jefatura del Área Central de Investigación de Personas, y aceptó “el puesto de jefe de la comisaría de la Terra Alta”, libre desde el pasado mayo.

            Vale añadir que Melchor, para despistar al inspector Blai, tuvo que desdecirse de las conjeturas básicas que le había comunicado durante la investigación. Por ejemplo, le dice sobre “los tres tenores” calcinados: “no creo que ninguno de los tres estuviese metido en la extorsión”. Y sobre Marga Isern, la novia de Ricky, quien “hizo en un locutorio una tarjeta SIM a nombre de Farooq Hoque”, le dice: “Es falso”. “El dueño del locutorio me engaño. Está enamorado de esa mujer, pero ella no le hace caso y él quiso vengarse contándome esa milonga”. Y sobre el hecho de que Marga dialogó con Hematomas, le asegura que “no se veían por lo de la alcaldesa”, sino “Porque Marga Isern era desde hace tiempo una confidente de Hematomas. La reclutó cuando estuvo en la cárcel. En el barrio es del dominio público.” Y como broche de oro: por teléfono persuadió a la alcaldesa de que no renunciara, comprometiéndose a entregarle el vídeo en su casa “mañana por la mañana”. Y luego de entregárselo en la mano, le antepone un pacto de silencio que incluye a Blai: “Usted y yo no hemos hablado, ni nos hemos visto. Nadie le ha devuelto el vídeo. ¿De acuerdo?”

 VI de VI

Al matiz lúdico e hilarante que implican los modismos y el habla deslenguado de buen parte de los personajes (sobre todo Blai y Vàzquez), se añade la índole fantástica que conlleva el hecho de que en Independencia se comenta Terra Alta, la novela de Javier Cercas donde Melchor Marín figura como “el héroe de Cambrils” que en Gandesa resolvió el caso Adell. El primero que lo hace es el comisario Fuster, precisamente el lunes de julio de 2025 que “el héroe de Cambrils” llega a Egara para integrarse a la Unidad Central de Secuestros y Extorsiones que investigará el chantaje a la alcaldesa. El comisario Fuster, aún ubicado en Información, fue quien en 2017 le recomendó a Melchor que se ocultara en la Terra Alta. Y ocho años después “le asegura que sigue siendo un símbolo vital para el cuerpo” y que “Es verdad que ahora mismo no hay ninguna razón para pensar que corra usted peligro, pero tenga por seguro que los yihadistas no le han olvidado.” El caso es que al final de ese diálogo de saludo y bienvenida, el comisario Fuster le pregunta sobre la novela Terra Alta, cuyo “autor se llama Javier Cercas”. Según le dice, “Mi mujer la ha leído [...] Dice que no está mal.” Pero Melchor ni sabía de su existencia ni la ha leído porque “no lee novedades literarias” (pero sí los textos inéditos del concurso de amateurs).

            La segunda persona que menciona la Terra Alta de Javier Cercas es la periodista Verónica, “la encargada de prensa del cuerpo”, quien con la anuencia del comisario Fuster, “unos meses después de los ataques islamistas de 2017, se desplazó hasta la Terra Alta para pedirle un favor: la televisión pública catalana estaba preparando un reportaje sobre los atentados, y los responsables querían entrevistarle”. Pero Melchor se negó, pese al ofrecimiento de aparecer de espaldas y con la voz distorsionada. Y ahora, en julio de 2025, Melchor y el sargento Vàzquez acuden al bar Roure, donde ella quiere que le confirmen si están “investigando un chantaje a la alcaldesa”. Y les adelanta que Roger Galí, “Un periodista del Ara”, va a publicar un artículo sobre los “rumores de que están extorsionando a la alcaldesa con un vídeo sexual” y que los Mossos d’Esquadra andan “detrás de los extorsionadores”. Verónica, además, le dice a Melchor que un amigo de ella, el cineasta Isaki Lacuesta, “tiene ganas de rodar una peli sobre los atentados de 2017”, que “Será un documental, nada de inventar nada, para qué.” Donde, si acepta, podría “desmentir lo que es mentira y confirmar lo es verdad” en la novela de Javier Cercas, donde se habla “sobre Melchor o sobre un tipo que se llama como Melchor y se parece bastante a Melchor... Se titula Terra Alta.” Pero “Melchor no contesta.” Es decir, se niega. (Vale comentar, entre paréntesis, que Isaki Lacuesta es el director de la película Un año, una noche basada en Paz, Amor y Death Metal, libro testimonial del español Ramón González editado por Tusquets el 2 de octubre de 2018, que aborda el ataque yihadista sucedido el viernes 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclán de París, filme que el jueves 17 de febrero de 2022 obtuvo en la Berlinale el Premio del Jurado Ecuménico.)

Javier Cercas

            Cuando el policía Melchor Marín va a la oficina de Clave Barcelona para entrevistar a Daniel Casas (donde en la pared hay “un Tàpies de gran tamaño, presidido por un calcetín auténtico, arrugado y pegado”, que quizá oculta el objetivo de una cámara), este lo recibe cantándole: “déjame que te diga que para mí es un honor recibirte. Uno no tiene cada día en su casa al héroe de Cambrils”. Aunque ya se publicó en Ara el reportaje sobre la extorsión a la alcaldesa, la fuente informativa de Casas sobre su vida le parece que es la novela de Javier Cercas, pues, adulador, le dice que el gobierno “debería haberte hecho un monumento. Me refiero a Cataluña en general. Si fuéramos norteamericanos, ya se habrían estrenado un par de series y un par de películas sobre lo de Cambrils, y David Fincher y Christopher Nolan se habrían dado bofetadas por firmarlas. En cambio nosotros tenemos que conformarnos con la novelita de Javier Cercas. Qué desastre, Dios santo, qué falta de autoestima. Y luego hay quien quiere que los catalanes seamos independientes.” Pero las minucias de la obra que Daniel Casas trata de cotejar con el hermético Melchor revelan lo que también translucen los comentarios sobre la novela que en su correspondiente entrevista le hace Enric Vidal: que la novela Terra Alta de ese Javier Cercas es exactamente la misma obra escrita por el narrador de carne y hueso.

           


              En este sentido, casi al final de Independencia, Rosa Adell —la heredera universal del imperio del fundador y exdueño de Gráficas Adell—, quien tiene la edad que tendría Olga Ribera si aún estuviera viva y que infructuosamente trata de seducir a Melchor, le dice que tome el libro que lleva en su auto, “ahí detrás”:  
“Melchor lo coge. El libro es una novela. La portada muestra a un hombre y a una niña cogidos de la mano y recortados contra un crepúsculo pálido, distante, nuboso y azul. Lee el nombre del autor y el título: Terra Alta.” Es decir, se trata de la misma portada con que Planeta la publicó en noviembre de 2019, en España y en México, con el cintillo rojo y los caracteres en blanco: “Premio Planeta 2019”.

 


Javier Cercas, Independencia. Terra Alta II. Colección Andanzas, Tusquets Editores. Primera edición mexicana. Ciudad de México, marzo de 2021. 400 pp.

 

domingo, 2 de octubre de 2022

Armablanca



Cuchillo sin hoja al que le falta el mango
(el 68 no se olvida)


José Revueltas
(1914-1976)
Además de “a Enrique Rocha”, no es fortuito que José Agustín (Acapulco, agosto 19 de 1944) haya dedicado su novela Armablanca (Planeta, 2006) “a José Revueltas, a treinta años de su muerte”, pues éste le sirvió de modelo para pergeñar a su personaje José Cordero, quien en la obra es un legendario y mítico comunista, ensayista y narrador involucrado con el movimiento estudiantil de 1968, en cuyas huestes ha vertido opiniones, consejos, asesoría y análisis.
Pese a los entresijos trágicos, dramáticos, críticos e históricos, Armablanca está escrita con enorme desenfado y ligereza, como un divertimento muy mexicano y popular, cuyo localismo (cultural y social) y tesitura callejera están bajo la condena de no ser debidamente traducidas a otro idioma; es decir, además de que las tácitas y elípticas alusiones y los sobrentendidos no pueden ser captados por quienes ignoren la historia, el devenir y el contexto mexicano, el lenguaje que predomina, matiza y sazona al puzzle narrativo es el habla de la calle, sin pelos en la lengua, repleto de frases hechas, de palabrejas, de contracciones, de vulgarismos y leperadas (ídem a las del reputado Gober Precioso y a las del no menos reputado Niño Verde).
(Planeta, 2006)
     A esto se añade que Dionisio, el protagonista, quien en 1968 tiene 28 años, es un culto chef del restaurante Armablanca (sabe de cocina, de química, de literatura y de música) donde elabora sofisticados platillos (muy pero muy distantes de la canasta básica), cuya enumeración o descripción también le agrega su pizca de sabor y color a la urdiembre narrativa. 
Y dado que Dionisio es el vástago de Luis Ignacio Amador, un célebre compositor de la trova yucateca (“después de Guti Cárdenas y Palmerín siempre seguía” él) y a veces toca e improvisa en el piano del restaurante, continuamente salpimenta su populachera labia y pensamiento con dicharachos y frases extirpadas de la literatura y de consabidas y populares canciones, incluso en inglés.
    La novela Armablanca comprende doce capítulos con título, distribuidos en tres partes. La primera y la tercera se llaman “1968” y la segunda “1962”, lo cual denota los dos principales marcos temporales en que se desarrolla. 

José Agustín
(foto: Rogelio Cuéllar)
Seis años antes del presente, el 9 de septiembre de 1962, Dionisio estuvo a un paso de casarse con Carmen Benavides Uscanga, pero ella no llegó, pues inesperada y furtivamente se vio impelida a huir del país, en tanto que el ilusionado novio y las honorables y rutilantes familias se quedaron vestidas y alborotadas al pie de la Iglesia de Chimalistac.
La razón: la intrépida fémina llevaba una doble vida; en una era una cómoda y convencional pequeñoburguesa mantenida por su papá y alumna de sociología en la UNAM; y en la otra era una guerrillera (e ineludiblemente ladrona, terrorista y asesina) del microbiano y clandestino brazo armado del Partido Comunista Bolchevique Mexicano, explosiva y torpe célula que apenas unas horas antes del frustrado casorio yerra en un sanguinario y espeluznante intento de secuestro a un corrupto y corruptor líder obrero.
Seis años después de esto, precisamente el 13 de agosto de 1968 (día de una gran manifestación), en su boyante Armablanca (ubicado en “una casona porfiriana de dos pisos en el Paseo de la Reforma esquina con Varsovia, a un lado de la zona rosa”, desde donde se ve El Ángel de la Independencia y el Hotel María Isabel), Dionisio se entera que a principios del año Carmen ha retornado de Estados Unidos a México, pero en calidad de esposa de José Cordero (ella con 28 años y él con 54), quien es rastreado por la PGR y por la Dirección Federal de Seguridad, dirigida por el coronel José María Barros Piedras (cuyo modelo es don Fernando Gutiérrez Barrios, fallecido ex gobernador de Veracruz), padrino y benefactor para que el restaurante Armablanca se consolidara como tal, y que se supone es el más chic del momento (adornado con pinturas de David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Carlos Mérida y Diego Rivera; “muebles exquisitos” adquiridos por una productora ejecutiva del cine, quien además y para lucirlos allí “como en una casa”, “le compró a Carlos Pellicer una biblioteca completa, con todo y libreros, que tenía en Tepoztlán”), donde todos los comensales parlotean y discuten sobre la rebelión estudiantil, y a donde suelen ir luminarias de la política, de la farándula, del periodismo y de la cultura, como bien lo ejemplifican Agustín Yáñez, “secretario de Educación”, quien llega con Martín Luis Guzmán y Salvador Novo, a la sazón célebre cocinero de filosos epigramas y de su propio restaurante: La Capilla, en Coyoacán; o las figuras del Excélsior (el principal periódico de la época): Julio Scherer García, Hero Rodríguez Toro y Manuel Becerra Acosta; o “el editor Joaquín Díez-Canedo [quien] comía en una gran mesa con Ramón Xirau, Jaime García Terrés, Vicente Leñero, Pepe Alvarado y Bernardo Giner de los Ríos”; mientras en otra mesa departen el “doctor Ignacio Chávez con un grupo de extranjeros”.
El caso es que el Trancas, “secretario particular del procurador general de Justicia”, coterráneo y casi hermano de Dionisio y codueño del Armablanca, es quien le da noticia del regreso de Carmen con José Cordero. Y además de advertirle que a éste se le busca por todos los rincones y recovecos para encerrarlo e interrogarlo, también le revela todo lo que se urde en el autoritario y represor gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz (tras bambalinas y sobre la superficie) para desacreditar, corromper y atacar a los estudiantes y su Consejo Nacional de Huelga.  
El movimiento estudiantil de 1968, a través del incipiente, esquemático y limitado bosquejo de José Agustín, es protagonista novelístico y en ello destacan y se suceden dos fechas transcritas de la historia del México del siglo XX, cuando dos grandes, nutridas y vociferantes manifestaciones del mes de agosto de tal fatídico año marcharon y llegaron hasta el Zócalo de la capital del país: la del martes 13, que es el día en que José Cordero abandona su minúsculo escondite en Ciudad Universitaria y ya no puede retornar a él (por la persecución y el cerco policíaco y militar); y la del martes 27, cuando sale del cuarto de azotea del Armablanca (pese a que no debía hacerlo) para unirse a los sonoros, festivos y carnavalescos contingentes que pasan frente al restaurante, pero lo detienen en la noche.
Si la mayor parte de las veces la novela de José Agustín es juguetona, malhablada y relajienta, también, con libertina frivolidad y en el mismo tenor, discurre por los enredos sexuales, melodramáticos y telenoveleros que entretejen el dipsómano Cordero, Carmen y su doble juego, Dionisio y lo que tiene que callar y simular, el Trancas y sus pesquisas y acosos, y Lucrecia, una locuaz y algo jipiteca cantante y fumadora de mota, con virtudes para el disfraz y el mimetismo.

José Agustín y su Armablanca
       Y si a lo largo de la trama se suscitan varias intrigas y preguntas, como, por ejemplo, si el Trancas y sus agentes secretos atraparán a José Cordero o no; o si Carmen se quedará con Dionisio o se irá a Cuba con su esposo; quizá la que más descuella es la que implica el nombre del restaurante, pues es el íntimo apodo con que el cocinero otrora bautizó a su ex prometida, a quien veía (y aún ve) como un “arma blanca”: “bella y peligrosa”. 
Es decir, gracias al entrenamiento que le brindó la Macha, una vieja criada de su casa familiar, desde pequeña Carmen es hábil con el manejo de los cuchillos, tan diestra que puede ofrecer espontáneos malabares y espectáculos circenses y peliculescos, como delinear con puñales la silueta del Trancas (¡gulp!).
Así que el ingenuo, perruno y boquiabierto lector, mientras deambula por las páginas, puede preguntarse cuándo y contra quién usará “el pequeño cuchillo con forma de cruz y empuñadura de oro” que, como un amuleto y una latente amenaza, siempre lleva consigo y que antes de morir le regaló la sirvienta.


José Agustín, Armablanca. Serie Autores Españoles e Iberoamericanos, Editorial Planeta. México, 2006. 224 pp.