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sábado, 7 de octubre de 2023

El gato negro y otros relatos de terror

Con la lengua de fuera y los ojos al revés

 

No pocos lectores (de la recalentada y envirulada aldea global) recordarán la infantil cantaleta de ese cuento de nunca acabar que se repite y repite hasta la consumación de todos los tiempos: “Éste era un gato con su colita de trapo y sus ojos al revés. ¿Quieres que te lo cuente otra vez? Éste era un gato con su colita de trapo...” Y así ad infinitum. Esto evoca los mil y un libros de nunca acabar dedicados a contar y a volver contar —o sea: a explotar y a difundir en español— aspectos o vertientes de la inmortal obra del norteamericano Edgar Allan Poe, quien, fallecido a los cuarenta años el 7 de octubre de 1849 en Baltimore (precisamente en una desolada, fría y oscura celda del Washington College Hospital), parece estar más vivo que nunca con su controvertida y vaporosa leyenda negra.

       

Libros del Zorro Rojo
(China, febrero de 2021)

           Uno de esos insaciables y numerosos títulos de nunca acabar es El gato negro y otros relatos de terror. Se trata de una preciosista antología impresa en China en “febrero de 2021”, editada con mucho mimo por Libros del Zorro Rojo (presente en Barcelona, Buenos Aires y Ciudad de México), “Con la colaboración del Institut Català de les Empreses Culturals” y espléndidas ilustraciones en blanco y negro del artista gráfico Luis Scafati (Mendoza, 1947), quien también ilustró la celebérrima Narración de Arthur Gordon Pym (Libros del Zorro Rojo, 2015), con prólogo y traducción de Julio Cortázar. De 2005 data la primera edición en formato más o menos bolsillo con pastas blandas y solapas; pero la presente (quizá una especie de libro objeto no sólo para bibliófilos y fetichistas) es más grande: mide 21.01 x 24.01 centímetros. Y además de que fue encuadernada en cartoné con tela negra en el lomo y de que las ilustraciones se aprecian mucho mejor (debido a la amplitud del libro y pese a que a varias las fracturan las líneas divisorias de las páginas), luce unas viñetas y dibujos de gatos en las guardas rojas, más otras en el interior y en la página aleñada a la destinada a los retratos y a los créditos del escritor y del artista gráfico.

Viñetas de Scafati

         Quizá por privilegiado antojo, el anónimo antólogo de la presente antojolía optó por reunir sólo tres de los 67 cuentos de Edgar Allan Poe: “El gato negro”, “El pozo y el péndulo” y “El entierro prematuro”, traducidos del inglés por Elvio E. Gandolfo. Y dado que en el libro únicamente se lee una brevísima ficha anónima sobre la vida y obra del autor de “El cuervo” (y otra sobre Luis Scafati), el nocturno e insomne bibliófago, aterrorizado y con los pelos de punta a la punketa de huitlacoche, se ve inducido a buscar algunos datos biográficos y bibliográficos. Muy útil, para ese desvelo con un candelabro de siete brazos, puede ser el volumen de Edgar Allan Poe editado por Cátedra en la Bibliotheca AVREA: Narrativa completa (Madrid, 2011), que comprende las celebérrimas traducciones que Julio Cortázar hizo de los 67 cuentos y de La narración de Arthur Gordon Pym; más Julius Rodman, traducido por Margarita Rigal Aragón, quien además es la erudita autora del muy documentado y extenso aparato crítico: “Edición, introducción y notas”, etc.

   

Bibliotheca AVREA, Ediciones Cátedra
(Madrid, octubre 7 de 2011)

         Con el título “The Black Cat” —apunta Margarita—, “El gato negro” se publicó el “19 de agosto de 1843” en United States Saturday Post. Y según reporta: “Algunos críticos han apuntado la presencia de elementos autobiográficos en este magistral cuento de Poe, pues de niño mató a palos un cervatillo, propiedad de Mrs. Allan”; quizá un desquite o neurótica y transpuesta descarga, pues ese míster era su autoritario, opulento, desamorado, intolerante y odioso padrastro durante su infancia, adolescencia y primera juventud.

    Con el título “The Pit and the Pendulum”, “El pozo y el péndulo”, —anota Margarita—, se publicó en “Octubre de 1842” en The Gift: A Christmas and New Year’s Present for 1843. Pero además tradujo el epígrafe en latín que lo preludia; fragmento que normalmente los traductores pasan por alto (incluidos Gandolfo y Cortázar), pues suelen limitarse a la apostilla de Poe que lo prosigue; mismo que Elvio E. Gandolfo colocó al pie de página y que a la letra reza: “Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debía alzarse sobre el emplazamiento del Club Jacobino de París.” Mientras que Cortázar lo colocó a la cabeza: después de las líneas en latín y entre paréntesis: “(Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que había de ser erigido en el emplazamiento del Club de los Jacobinos en París.)” En este sentido, Margarita Rigal Aragón traduce y apunta: “‘Aquí la malvada muchedumbre, insaciable, desde hacía mucho tiempo anhelaba el derramamiento de sangre inocente. Ahora que la patria ha sido salvada y la gruta de la muerte destruida, allí donde reinaba la nefasta muerte, florecen ahora la salud y la vida’. (Según Baudelaire, el mercado al que alude Poe es el de St. Honoré, pero no tuvo puertas y tal inscripción.)”

Baudelaire

       Dejando de lado al decimonónico introductor de la obra de Poe en el imaginario y habla francófona (nada menos que el demiurgo de Las flores del mal y de los poetas malditos), vale añadir y contrastar que Félix Martín, en la antología crítica de trece Relatos de Poe (traducidos por Doris Rolfe y Julio Gómez de la Serna) que hizo para Cátedra (Letras Universales, 1988; Mil Letras, 2009), también se lee una traducción de ese “(Cuarteto compuesto para las puertas del mercado que había de ser construido en el emplazamiento del Club de los Jacobinos de París.)” Pero no de él, sino del “traductor” y con arbitrarias perpendiculares: “Aquí la turba impía de verdugos/ alimentó con sangre de inocentes/ su gran furor y no quedó nada./ Salvada ya la patria, quebrantado/ el antro de la muerte,/ donde reinaba el crimen monstruoso/ la vida y la salud ahora florecen.” Y entre sus eruditas notas destaca la novena y última de ese relato, pues si bien se trata de un cuento fantástico en el que se narran y descuellan los pavorosos tormentos del condenado en Toledo por la sádica e inhumana Inquisición y al unísono (o quizá sobre todo) el subterráneo, pesadillesco e inaudito artilugio de paulatina tortura y muerte, brinda contexto histórico a los sucesos sólo al puntualizar una alusión que puede pasar desapercibida. Apunta telegráficamente el crítico: “El general Antonine Lasalle (1775-1809), conde de Lasalle, entró en Toledo durante la campaña de Napoleón en España, en 1808.” 

   

Mil Letras, Ediciones Cátedra
(Madrid, 2009)

              Es decir, cuando casi al final todo parece perdido y el réprobo (quien es la angustiada y atormentada voz narrativa) está punto de morir quemado y despanzurrado por las ardientes paredes metálicas que de cuadradas poco a poco se han ido cerrando en un rombo, reporta repleto de aleluyas y exultación:

   “¡Y escuché un zumbido discordante de voces humanas! ¡Resonó un fuerte toque de muchas trompetas! ¡Oí un áspero chirriar como de mil truenos! ¡Las ardientes paredes retrocedieron! Una mano extendida cogió la mía, cuando, desvanecido, caía al abismo. Era la del general Lasalle. El ejército francés acaba de entrar en Toledo. La Inquisición había caído en manos de sus enemigos.”

   

Ilustración de Luis Scafati

            Y a propósito de los incesantes cuentos de nunca acabar, Borges, en el prólogo que preludia su antología de relatos de Poe publicada en 1985, en Madrid, con el número 18 de La Biblioteca de Babel de Ediciones Siruela, sigue diciendo sobre “El pozo y el péndulo”:

 

Borges palpando la lápida de Poe
(Baltimore, 1983)

       “Hace casi setenta años, sentado en el último peldaño de una escalera que ya no existe, leí ‘The Pit and the Pendulum’; he olvidado cuántas veces lo he releído o me lo he hecho leer; sé que no he llegado a la última y que regresaré a la cárcel cuadrangular que se estrecha y al abismo del fondo.”

 

Ilustración de Luis Scafati

       
Ilustración de Scafati

                Cabe mencionar, por otro lado, que en lo que corresponde a “El gato”, Félix Martín, entre sus notas, aporta una que brinda un significativo y singular matiz que trasmina los oscuros y sobrenaturales acontecimientos del relato. El reo que narra el cuento (preso por el asesinato de su esposa y enfático para que no lo tomen por loco) dice haber sido familiarmente aficionado a los animales y mascotas desde la infancia; noble, tierna y conmovedora inclinación que pudo enriquecer y afectivamente compartir y cultivar con la mujer que se casó con él, quien, dice, “hacía alusiones frecuentes a la antigua idea popular, según la cual todos los gatos negros eran brujas disfrazadas”. Quizá el enorme gato negro, la mascota preferida del narrador, no sea una bruja transmutada en gato (¿o tal vez sí?). Y quizá de ninguna manera ese gato negro, vuelto tuerto por el sadismo y la locura de su dueño y luego ahorcado por éste, tampoco sea una reencarnación o corporificada transmutación en el cuerpo del segundo gato negro —tuerto, enorme y con una gran mancha blanca en el pecho que semeja una acusatoria horca— que inesperada e inexplicablemente aparece sobre el cráneo del emparedado cadáver de su asesinada esposa, y cuyos terroríficos y delatores maullidos ante la policía que rastrea a su desaparecida mujer, suscitan el descubrimiento del crimen y su caída en la cárcel. El amante de los animales y del par de enormes gatos negros, si bien se dice inclinado al trago y a los nocturnos tugurios y bares de baja estofa (igual que Poe, quien además iba a los fumaderos de opio de los bajos fondos) y proclive al demonio de la perversidad, cosa que puede interpretarse como cierta psicosis que lo induce a la incontenible crueldad y al asesinato, también, quizá (¿por qué no?) puede ser víctima e instrumento de poderosas e inescrutables fuerzas infernales. Y esto se advierte (o se sospecha) no sólo porque el día que el beodo ahorcó (con remordimientos y sentimientos encontrados) al primer gato negro, su casa, donde cohabitaba con su mujer y sus mascotas, fue devorada por el fuego durante la noche; y en el único muro que quedó en pie, donde otrora se ubicaba el respaldo de su cama, apareció una inculpatoria y terrorífica imagen (o sea: la rúbrica o el ideográfico mensaje de la maligna vendetta desde el más allá). Según narra el asesino: “Me acerqué y vi, como si estuviera gravada en bajorrelieve sobre la superficie blanca, la figura de un gigantesco gato. La impresión era transmitida con una precisión maravillosa. Una cuerda rodeaba el cuello del animal.” De ahí que el signo definitorio de esas fuerzas oscuras, insondables, malignas y malévolas, esté cifrado en el nombre con que el ebrio bautiza a su querido primer gato negro: Pluto; pues sobre tal apunta Félix Martín en su tercera nota al pie de página: “Nombre referido al rey de los infiernos o Hades en la antigüedad clásica.”

 

Viñeta de Scafatti

         No obstante, ese implícito, subterráneo y casi inadvertido matiz quizá se pierde en las traducciones de Cortázar y Gandolfo, pues ambos tradujeron Plutón por Pluto.  

   

Viñeta de Scafati

             Por otra parte, con el rótulo “The Premature Burial”, “El entierro prematuro” —dice Margarita Rigal Aragón—, se publicó el “31 de julio de 1844” en Dollar Neswpaper. Y anota: “Puede que una muestra (que tuvo lugar durante la feria anual del ‘American Institute’ de Nueva York en 1843) sirviese a Poe como fuente de inspiración de esta historia; se mostraba allí un ataúd, diseñado por Christian Henry Eisenbrandt, que estaba preparado para que la persona enterrada pudiese liberarse, en caso de seguir viva, con un simple movimiento de su cabeza.”

     La crítica y editora formula esa hipótesis porque en “El entierro prematuro”, cuento narrado por la voz de un paranoico que padece una extrema y delirante fobia debido a la posibilidad de sumergirse en un estado cataléptico (cosa que ya le ha ocurrido) y que ninguna persona de su entorno (fortuito o no) lo perciba; es decir, sería enterrado vivo porque lo creerían muerto; y luego se despertaría, para morir de asfixia (pataleando, arañando y gritando) dentro del oscuro, estrecho, horrorosísimo y claustrofóbico ataúd. Y para eludir esa terrorífica experiencia que preludiaría su horrorosísima e irremediable muerte, se hace construir un féretro con comodidades, mecanismos y vías de escape, por si acaso.

 

Ilustración de Luis Scafatti

          Y si Margarita Rigal Aragón desliza la legendaria posibilidad de que Poe, para escribir “El gato negro”, se “inspiró” en la masacre a palos del cervatillo de su odioso y maltratador padrastro, si se piensa en la legendaria y novelesca imagen del adolescente Poe enamorado de Jane Stanard, la madre de un condiscípulo escolar en Richmond, quien murió pronto y cuya tumba visitaba a diario, esa supuesta aventura romántica nocturna quizá subyace en el germen de la imagen (no menos romántica, nocturna, novelesca, poeniana y cuasi necrófila) del pobre litterateur, joven y desdichado que, en Francia, va a medianoche (sin duda vestido de negro) al sepulcro de su amada (que lo menospreció, desdeñó y se casó con un ruco con poder y dinero) y descubre que aún está viva dentro del ataúd. Tal anécdota es uno de los cuatro casos de catalepsia que el narrador de “El entierro prematuro” evoca antes de contar el aleluya de su curativa pero terrorífica y onírica vivencia cataléptica:

 

Ilustración de Luis Scafati

            “En el año 1810 ocurrió un caso de inhumación en vida en Francia, acompañado de circunstancias que confirman en gran medida que lo verdadero es, por cierto, más extraño que la ficción. La heroína de la historia fue una tal Mademoiselle Victorine Lafourcade, una joven muchacha de familia ilustre, rica y de gran belleza personal. Entre sus numerosos pretendientes estaba Julien Bossuet, un pobre litterateur [‘Literato. En francés en el original.’], o periodista, de París. Sus talentos y amabilidad general habían llamado la atención de la heredera, por quien parece haber sido realmente amado; pero su orgullo de cuna parece haberla decidido finalmente a rechazarlo y a casarse con un tal Monsieur Rénelle, banquero y diplomático de cierta nota. Después del casamiento, sin embargo, este caballero la descuidó y, tal vez, incluso llegó a maltratarla. Después de pasar con él algunos años desdichados, la muchacha murió: al menos su condición se asemejaba con tanta cercanía a la muerte como para engañar a todos lo que la vieron. La enterraron, no en un panteón sino en una tumba común en la aldea donde había nacido. Lleno de desesperación, y aún inflamado por el recuerdo de un apego profundo, el amante viaja a la remota provincia donde está la aldea, con el propósito romántico de desenterrar el cadáver y hacerse dueño de sus trenzas espléndidas. Llega a la tumba. A medianoche desentierra el ataúd, lo abre, y está ocupado en la tarea de cortar el cabello, cuando lo detienen los ojos de ella al abrirse. En concreto, la dama había sido enterrada viva. La vitalidad no había partido por completo; y las caricias de su amante la despertaron del letargo que habían confundido con la muerte. El muchacho la llevó frenético a sus habitaciones en la aldea. Empleó ciertos restaurativos sugeridos por sus considerables conocimientos médicos. Por fin, ella revivió. La mujer reconoció a su protector. Se quedó con él hasta que, poco a poco, recobró la salud original. Su corazón femenino no se mantuvo inflexible, y aquella última lección de amor bastó para ablandarlo. Lo otorgó a Bossuet. No regresó con su marido, sino que ocultó su resurrección y huyó con el amante a América. Veinte años después, los dos regresaron a Francia, convencidos de que el tiempo había cambiado tanto la apariencia de la dama que sus amigos serían incapaces de reconocerla. Se equivocaron, sin embargo, porque en el primer encuentro, Monsieur Rénelle reconoció y reclamó a su esposa. Ella rechazó el reclamo; y un tribunal judicial la apoyó, decidiendo que las circunstancias peculiares, más el largo período transcurrido, habían extinguido no solo de modo natural sino también legal la autoridad del esposo.”

   

Ilustración de Luis Scafatti

   Y aquí vale comentar que a un lado de ese trasnochado y romántico episodio (casi de folletín) figura, ex profeso, una ilustración de Luis Scafati en la que el pobre literato está sacando a su amada del ataúd. Y esto es así porque el artista gráfico hizo, precisamente, ilustraciones relativas a lo que se narra en el cuento; pero al unísono bosqueja interpretaciones, dialoga con el texto.  

Ilustración de Luis Scafati

           Valdría citar la estampa donde tres rostros observan el rostro de un cadáver: uno de ellos es la inequívoca figura de la esquelética calaca con su guadaña, cabeza de calavera y capucha de monje loco y envilecido. 
O sea: Scafati va más allá de lo que se narra. 

Ilustración de Luis Scafati
(detalle)

         Por ejemplo, obsérvese la imagen del muerto con bombín quien, agarrándose dentro de su ataúd e incorporando la cabeza, observa la kilométrica fila de un fantasmagórico y larguísimo cortejo fúnebre signado al final por el réquiem de una trompeta, que es, al unísono, un artístico memento mori, una reminiscencia de la ancestral danza macabra de la antigua tradición europea.


Edgar Allan Poe, El gato negro y otros relatos de terror. Traducción del inglés de Elvio E. Gandolfo. Ilustraciones y viñetas de Luis Scafati. Libros del Zorro Rojo. China, febrero de 2021. 64 pp.

domingo, 9 de julio de 2023

La noche de Tehuantepec y otros cuentos mexicanos




El tesoro de nunca jamás


Un buen número de poetas y pintores surrealistas sintieron fascinación por los mitos y vestigios del México antiguo, por los indios y las vivas y coloridas expresiones de la cultura popular. Esto se gesta antes del legendario viaje que André Breton hizo a México, en 1938, entre cuyas derivaciones figura Souvenir du Mexique, su ensayo impreso en el número doce de la revista Minotaure, en 1939, el año en que se montó Mexique en la galería Renou et Colle, de París, la exposición de objetos y obras compiladas por él durante su estancia en territorio mexicano (entre el 18 de abril y el 1 de agosto), que incluyó piezas precortesianas, calaveras de azúcar, exvotos  (entre ellos, quizá, la media docena” que, según testimonio del entonces secretario de León Trotsky: Jean van Heijenoort, Breton sustrajo, para sí, de una iglesia baja y sombría de Cholula, Puebla), juguetes populares, fotos de Manuel Álvarez Bravo, pinturas de Frida Kahlo (el listón alrededor de una bomba), etcétera, cuyo catálogo, con prólogo de Breton, fue ilustrado en la portada con Muchacha viendo pájaros (1931), fotografía de Manuel. 
Muchacha viendo pájaros (1931)
Foto: Manuel Álvarez Bravo
  Yves Tanguy es de los primeros que se interesaron por el México precolombino y sus resabios; así, su primera muestra de pinturas en la Galerie Surréaliste, en 1927, alternó con piezas prehispánicas. 

Pero también se pueden nombrar a dos disidentes del grupo surrealista: Antonin Artaud, quien en su viaje a México de 1936 vivió unos meses entre los tarahumaras y experimentó con los ritos del peyote; y Georges Bataille, quien investigó el trasfondo, “la parte maldita”, según él, de los sacrificios humanos entre los aztecas.
        
El mundo mágico de los mayas  (1963)
Caseína sobre tabla (213 x 457 cm)
Mural de Leonora Carrington
        
        Para Lourdes Andrade (1952-2002), y no sólo para ella, resulta proverbial la nómina de surrealistas (y anexas) que vivieron o estuvieron en México y que se interesaron por la cultura antigua y los indios. Baste recordar, mínimo ejemplo, que Leonora Carrington, antes de pintar el mural El mundo mágico de los mayas (1963), ex profeso para el Museo Nacional de Antropología de México, “pasó una temporada entre los indios de Chiapas en el norte de la zona maya” (Jacqueline Chénieux-Gendron, El surrealismo, México,  FCE, 1989); es decir, “En Chiapas, Carrington se quedó con Gertrude [Duby] Blom, un antropóloga suiza que vivió muchos años en San Cristóbal de las Casas. Su trabajo en el campo de los lacandones, los indios de la selva, la había convertido en pionera muy querida por sus intentos de impedir la tala indiscriminada de la selva tropical. Fue Bloom quien presentó a la artista con dos curanderos de Zinacantán, quienes le permitieron asistir a sus ceremonias y estudiar sus métodos curativos y tradicionales” (Whitney Chadwick, Leonora Carrington, la realidad de la imaginación, Singapur, Era/CONACULTA, 1994); que Benjamin Péret, el compañero de Remedios Varo y autor del poema Air mexicain (1952), tradujo al francés y publicó, en 1955, el Chilam-Balam; prologó Los tesoros del Museo Nacional de México (1953), 20 fotos de escultura azteca tomadas por Manuel Álvarez Bravo; y entre otras cosas, compiló, tradujo y prologó la Anthologie des mythes, légendes et contes populaires d’Amérique (1959); Gordon Onslow-Ford vivió casi escondido en un pueblo tarasco, lo que le permitió agenciarse algunas reliquias antiguas para su decoración doméstica; el austriaco Wolfgang Paalen, marido de la francesa Alice Rahon, editor en México de la revista DYN (seis números en inglés) y junto con el peruano César Moro: organizador de la controvertida cuarta “Exposición internacional del surrealismo” montada, en 1940, en la Galería de Arte Mexicano de Inés Amor, fue también un apasionado del arte precolombino, tanto así que entre sus virtudes descuella el hecho de que se volvió un experto del contrabando de piezas precortesianas robadas, lo que le atrajo problemas judiciales y, se dice, fue uno de los intríngulis que lo empujaron al suicidio el 24 de septiembre de 1959 “cerca del pueblo platero de Taxco, en las afueras de la Hacienda de San Francisco Cuadra”.
     
André Pieyre de Mandiargues
(1909-1991)
         
        El parisino André Pieyre de Mandiargues (1909-1991), con estudios de arqueología, se cuenta entre los que viajaron por México sin fijar domicilio. Pese a sus textos surrealistas, fue un autor independiente del grupo oficial orquestado y pontificado por André Breton. Los tres relatos reunidos en La noche de Tehuantepec y otros cuentos mexicanos, impresos en México, en 1991, por Ediciones Toledo (extinta editorial auspiciada por el pintor Francisco Toledo, en edición bilingüe: francés y español), pertenecen a su libro Deuxième Belvédère, impreso en París, en 1962, por Éditions Bernard Grasset. Los tres cuentos dan testimonio de su viaje por México y por ende implican sesgos autobiográficos. Y los tres están narrados en primera persona por la voz de un turista europeo con notable sensibilidad y sintomática erudición. Pero el matiz autobiográfico es subrayado en “La noche de Tehuantepec”; en éste son dos los viajeros: el protagonista de la anónima voz narrativa y Bona, su compañera y cómplice, personaje que ostenta el nombre de la pintora italiana Bona Tibertelli de Pisis (1926-2000), la bellísima esposa de André Pieyre de Mandiargues, con quien en realidad en 1958 viajó por territorio mexicano y en cuya capital del país expuso en la Galería de Antonio Souza, donde el pintor Francisco Toledo expuso por primera vez en México en 1959. Octavio Paz, que la cortejaba y con la que sostenía un affaire, fue el anfitrión y guía de la pareja y de ella en solitario. 
       
El pintor Francisco Toledo y, detrás de él,
El ensueño (1931), foto de Manuel Álvarez Bravo
      
       (Todavía faltaba para el legendario affaire del joven Toledo de casi 22 años y Bona de unos 35 o 36, sucedido en abril de 1962 en una escapada de París a Mallorca, que daría al traste con las pretensiones del celoso y rencoroso Octavio Paz de formalizar su relación con ella e instalarse en la India; y del episodio, no menos legendario y pasional, que, en 1965, Toledo y Bona vivieron en Juchitán, Oaxaca, durante el tiempo que duró la fiesta de La Candelaria.)
        
Bona, mujer de André Pieyre de Mandiargues
Fotos: Man Ray
          
        Los cuentos no están concebidos a través de la libre asociación, de la escritura automática, del flujo onírico, del collage, ni por medio del lúdico, azaroso y colectivo cadáver exquisito, procedimientos surrealistas por antonomasia, sino a través de un plan racional que no deja de reproducir clisés propios del arqueolgismo-etnográfico entonces en boga, derivado de las anotaciones y del afán coleccionista-fetichista de los surrealistas maravillados ante la magia, lo exótico, primitivo e insólito de los mitos, los indios, las ruinas, el arte y los objetos de la América precolombina (lo cual también implica la segregación, el rezago y la miseria de las etnias de tal presente), cuyo neodescubrimiento, en la segunda década del siglo anterior, podía iniciarse en Europa: en el Musée du Trocadéro, transformado en Musée de l’Homme en 1938; pero también por contagio o secuela del inicio de Tristes Tropiques (1955), donde Claude Lévi-Strauss, aún en ciernes, describe el curso por el Atlántico, cuando de Marsella a La Martinica y durante tres semanas de 1941, compartió con André Breton el reducido espacio de un buque que transportaba 350 expatriados que huían de la guerra y de la expansión nazi en Europa (entre ellos el belga Victor Serge y Vlady, su hijo ruso, quien en México se convertiría en un prolífico dibujante y pintor). 
André Pieyre de Mandiargue y Bona Tibertelli de Pisis
Foto: Henri Cartier-Bresson
En este sentido
, los cuentos de André Pieyre de Mandiargues son una especie de páginas de un diario de viaje, aderezadas con registros arqueológicos y etnográficos, es decir, con el asombro y el éxtasis (propio de un surrealista) ante lo que registran sus ojos y su documentado cerebro racionalista; pero al unísono son las tarjetas postales de un viajero que, pese a que no es un frívolo, su situación y mirada a priori o superficial nunca dejan de ser las de un turista extranjero venido de Europa.

         En “La noche de Tehuantepec” el narrador dice que “no se trata de un sueño”. Los detalles de su realista relato: la descripción de su llegada, del mísero pueblo, del cuartucho de hotel, del hecho de que es un martes de Semana Santa, de las tehuanas, del matriarcado y demás etcéteras y locaciones, están diciendo que, en efecto, no es un sueño. Pero al unísono hay en esa atmósfera y decurso una pulsión y ambigüedad somnolienta, que, finalmente, implica el preámbulo de un estadio, al parecer iniciático, y una efímera revelación con matices oníricos. Tal es así que esa noche, tras alejarse del ruido y del tumulto que congrega la feria que se efectúa en la plaza, frente al Ayuntamiento, la pareja de extranjeros llega a un punto, casi una quimera o un espejismo, donde hay una iglesia repleta de veladoras, una estridente orquesta de músicos con apariencia de bandoleros y un grupo de indígenas que celebran la fiesta de un rito con acentos católicos. 
Sin embargo, los europeos, pasmados ante lo extraño, desconocido y retorcido por sus ojos de etnógrafos de influjo surrealista, buscando quizá inconscientemente, o más o menos inconscientemente, una latitud de videncia (diría Rimbaud) a través de un largo, inmenso e irracional desarreglo de todos los sentidos, se dejan aturdir por una serie de raudos burritos de aguardiente o vasitos de mezcal que les brinda un hierático indio, quizá jefe de tribunal, según interpreta el narrador. 
Hay en esto cierto placentero masoquismo, si se piensa que “el verde puñal de la planta se ensartaba” en el cerebro del narrador, aturdido, también, por el fuerte y repulsivo cigarro que se ve obligado a fumar, pese a que no fuma. Sin embargo, a través de la crueldad de tal brebaje y del vaporoso humo, acceden al “espíritu de anarquía profunda” que, según Artaud ,“es la base de toda poesía”. 
Foto de la portada:
Angelito mexicano (1983), de Graciela Iturbide
       Así, son testigos de la aparición de una niña disfrazada de ángel barroco. De ahí que la portada del libro exhiba el Angelito mexicano (1983), foto de Graciela Iturbide, en cuya iconografía son notorias las niñas ataviadas de ángel. Para los mexicanos, la presencia de esa niña-ángel en medio de esa fiesta nocturna al pie de la iglesia, resulta lógica y comprensible. Pero no para los alterados y mistificados ojos de estos sedientos turistas europeos que fermentan la surrealista duda: no saben y nunca supieron “si esos hombres y mujeres pertenecían a una sociedad misteriosa, a una cofradía o si eran simples feligreses”.

       El cuento “La fiesta de San Isidro en Metepec” comprende ciertas apostillas y analogías de un turista europeo, cuya erudición indica que ha hojeado los mitos y tradiciones que devienen del México antiguo. Es el 27 de mayo; ese día, en el atrio de la iglesia, los indios celebran la fiesta del santo patrono. San Isidro, según el etnonarrador, es identificado con Tláloc, el precolombino y ancestral dios de la lluvia, costumbre que “persiste en varios lugares alrededor de Toluca”. 
El meollo es el asombro ante las maravillas que sus ojos observan, registran y mistifican, tales como las máscaras, los disfraces de mujer que portan los hombres, los pastelillos “Rodillas de Cristo”, y los símbolos de fertilidad con que celebran e invocan al dios de la lluvia durante esa (para ellos) “bacanal”. Sin embargo, el relato es concluido con una nota, típica del racionalismo francés: “Unos días más tarde llovió copiosamente. Ciertamente, ya era la temporada de lluvias”.
       En el cuento “Palenque”, también con apostillas y analogías de erudito, el narrador dice que tal sitio: vegetación y ruinas (cuyos rasgos responden, por lo menos, a las condiciones de los años 50) son una especie de jardín edénico, un paraíso artificial, onírico, donde confluyen, en inextricable simbiosis, lo hecho por la naturaleza y lo concebido por el hombre. (Ineludible no pensar en el surrealista, absurdo y fantástico “Jardín Edénico” construido por el británico Edward James en Las Pozas de Xilitla en la Huasteca potosina.)
Bona Tibertelli de Pisis, Leonora Carrington, Gilberte,
André Pieyre de Mandiargues, Edward James y su loro
        Sus observaciones de turista europeo implican la presencia de un aficionado a la arqueología y etnología, pero también a un incipiente entomólogo que resume su asombro ante el camuflaje y la metamorfosis de un insecto. Pero entre lo curioso se halla el hecho de que al bañarse en la poza “Baño de la Reina”, se pregunta: “¿Admitiré que esperábamos encontrar joyas antiguas, alguna jadeíta maya, dentro de estas petrificaciones, y no caracoles?” 

Lo cual hace pensar en el fetichismo-coleccionista de ciertos surrealistas; pero también en lo que Martica Sawin cuenta de Wolfgang Paalen en “El surrealismo etnográfico y la América indígena” —ensayo compilado en el libro-catálogo El surrealismo entre Viejo y Nuevo Mundo (Madrid, Centro Atlántico de Arte Moderno, 1989)— cuando al visitar a Onslow-Ford en su refugio del pueblito tarasco, “insistió en que excavaran bajo el muro de la parte trasera del jardín, donde pronto apareció un tesoro con utensilios mexicanos antiguos”.


André Pieyre de Mandiargues, La noche de Tehuantepec y otros cuentos mexicanos. Edición bilingüe. Traducción del francés al español de Gabriela Peyron. Ediciones Toledo. 2ª edición. México, 1991. 64 pp.



Historia abreviada de la literatura portátil

 El shandy y la cartografía de su rostro

 

No es casual que el inicio de Historia abreviada de la literatura portátil (Anagrama, 1985), novela de Enrique Vila-Matas (Barcelona, marzo 31 de 1948), tenga entre sus escenarios el número uno de la Spielgasse, frente al Cabaret Voltaire, en Zurich. El Cabaret Voltaire, reza el Manifiesto Dada de 1918, fue el sitio donde dos años antes se forjó y canonizó la palabra que bautizó al propio Tristan Tzara (1896-1963) y al movimiento de vanguardia donde fue demiurgo de demiurgos. Pero aunque en la novela el episodio referido ocurre en un supuesto invierno de 1924, cuando Dada se encuentra celebrando “el feliz quinto aniversario de su desaparición del panorama cultural”, no por ello deja de tener deudas moleculares con el dadaísmo, sino que también la historia de la sociedad secreta shandy que escribe el investigador (alter ego de Enrique Vila-Matas y, como él, residente en Barcelona) se refleja en el anagrama que titula el supuesto libro que escribió Tristan Tzara en el Sanatorio Internacional (un manicomio de Praga): Historia portátil de la literatura abreviada, como en su contenido: “El libro ofrecerá reporta Crowley a Picabia durante el inicio esbozos de las costumbres y vidas de los shandys a través de un medio más original que los habitualmente adoptados por la novela. Tzara pretende cultivar el retrato imaginario, esa forma de fantasía literaria que esconde una reflexión en su capricho y una empresa en su ornamentación.”

     

Perfume con la imagen de
Rrose Selavy (Marcel Duchamp)
Foto: Man Ray

        
Historia abreviada de la literatura portátil evoca a la matrioska y al laberinto: el prisma de los espejos en los espejos, dado que la idea de lo portátil y del artista portátil devienen de
la llamada Boîte en valise (Caja en valija) de Marcel Duchamp (1887-1968), cuyo arquetipo el alter ego del escritor resume así: “La caja-maleta de Duchamp, que contenía reproducciones en miniatura de todas sus obras, no tardó en convertirse en el anagrama de la literatura portátil y en el símbolo en el que se reconocieron los primeros shandys”. Es por ello, se infiere, que el imaginario título de Tristan Tzara y el susodicho fragmento implican y suponen en miniatura la novela de Enrique Vila-Matas.

           

Marcel Duchamp con la Boîte en valise (1942)

            Además de las anécdotas que ilustran sobre las vidas y costumbres de los shandys durante la breve existencia de su dizque “conjura secreta” (entre 1924 y 1927, que son los años del volátil estridentismo en Xalapa), el lector asiste a una serie de imaginarios retratos de pintores y artistas, cuyas obras y nombres pertenecen a la historia, pero cuya reunión y conjura son tan ficticias como imposibles. Algunos protagonistas son: Walter Benjamin, Marcel Duchamp, Francis Picabia, Tristan Tzara, Valery Larbaub, Alberto Savinio, Rita Malú, Georgia O’Keefe, Paul Klee, Ezra Pound, Erich von Stroheim, Blaise Cendras, Juan Gris, Gustav Meyrinck, César Vallejo, Federico García Lorca, Louis-Ferdinand Céline, Man Ray, Dalí, Scott Fitzgerald, Witold Gombrowicz, Paul Morand, Max Ernst, Ramón Gómez de la Serna, entre otros.

           

Rrose Sélavy (c. 1920-1921)
Foto: Man Ray

            Según el investigador, shandy es el nombre de una bebida embriagante, pero también, “en el dialecto de algunas zonas del condado de Yorkshire (donde Laurence Sterne
[1759-1767], el autor del Tristram Shandy [1759-1767], vivió gran parte de su vida), significa indistintamente alegre, voluble y chiflado”. Estas son las razones dialécticas y elementales por las que los portátiles se hacen llamar shandys. Su “sociedad secreta”, y la novela en sí, sólo tienen sentido como divagación, divertimento, embrollo de contradicciones, locura: juego imaginario cuyo sentido es el juego por el juego mismo.       

           

Enrique Vila-Matas de joven,
 cuando era alegre, voluble y chiflado

          “Viajo para conocer mi geografía”, apunta el autor en francés en el epígrafe del capítulo “Un shandy dibuja el mapa de su vida” y lo volvió a recordar en español al inicio de Suicidios ejemplares (Anagrama, 1991) al escribir (en el proemio “Viajar, perder países”) que a principios del siglo XX lo anotó un loco en las paredes de un manicomio francés. En su Historia abreviada de la literatura portátil, el alter ego del narrador dibuja un mapa en un espejo y en él emprende un viaje: nombres, siluetas, sueños, pesadillas, colecciones, historias, ciudades, calles, libros por los que viaja y deambula a la deriva, rostros que no son su rostro y son el suyo, se pierde en ellos, en sí mismo, se abandona a sus demonios; entonces postula: “Todos los shandys conforman el rostro de un shandy imaginario”. Lo cual, por caprichosa asociación y especular refracción (el espejo en el espejo), recuerda el párrafo con que concluye el “Epilogo” que cierra El hacedor (Emecé, 1960), libro de poemas y poemas en prosa de Jorge Luis Borges (1899-1986): “Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara.”

         

Borges en 1968
Foto: Eduardo Comesaña

          
En Historia abreviada de la literatura portátil son los locuaces y delirantes años 20 del siglo XX y a imagen y
semejanza de hongos alucinantes y venenosos proliferan las vanguardias. Junto a la herencia de Dada, los shandys canonizan tildes y gestos tan absurdos y caricaturescos como surrealistas. Su conjura quesque secreta —con tabla mosaica portátil— que se debe cumplir ante la amenaza de ser expulsado, es una aventura snob, de dandys con pose de enfants terribles y despreocupados que viven la quimera de exhibirse en la efímera sombra underground, pero ante “los ojos del mundo”, como “la exaltación espectacular de lo que surge y desaparece con la arrogante velocidad del relámpago de la insolencia”; es decir, sueñan con que su secta encarna “la expresión de un Yo rebelde, escandaloso, imperecedero, que se impone mostrándose”.

          El relato de sus estancias y vicisitudes en París, Londres, Port Actif, Viena, Praga, Trieste, Sevilla, tienen y no tienen que ver con la historia y la realidad. Las perspectivas paródicas y fantásticas que emplea Enrique Vila-Matas, a imagen y semejanza de un espejo deformante, reflejan, deforman y reelaboran lo que de ellas toma. De modo que el arquetipo de shandy que dibujan los rasgos del conjunto, es, al unísono, emblema y caricatura de una historia imposible.

            Los demonios adversos que suelen asediar (e incluso castrar) a un artista o escritor son llamados por los shandys: inquilinos negros u odradeks. Estos se materializan en espectros o cosas autónomas; y como dicta el lugar común, se encargan de arrebatarle concentración y creatividad al artista. Para que su odradek lo deje en paz, el shandy tendrá que abandonarse a la vagancia o a una tumbona sin hacer absolutamente nada. Por si fuera poco, los odradeks tienen sus propios demonios: los golems, que a su vez tienen los suyos: los bucarestis, “criaturas originarias de Rumania, parientes pobres del conde Drácula”.

       

Narrativas Hispánicas núm. 23, Editorial Anagrama
(Barcelona, 1985)
Ilustración de Jacques-Henri Lartigue:
Gran Prix Automobile (La Beule, 1929)

            A imagen y
semejanza de un artista o poeta maldito, el shandy vive la “necesidad de soledad, junto con la amargura por la propia soledad”. Comulga con la soltería y con el sexo sin ataduras (vil máquina soltera especializada en la polimorfa cópula). Necesita concentrarse en su trabajo, aislarse, sumergirse en él. “O está uno sumergido o la atención flota lejos”, reporta el investigador que escribió el pintor cubista Juan Gris. Es por ello que la conjura shandy, para huir de sus demonios, se instala en el Bahnhof Zoo, un submarino inmóvil ubicado en el puerto de Dinard, en Inglaterra, donde sin moverse realizan un laberíntico viaje por las profundidades del mar: historias dentro de las historias, digresiones dentro de las digresiones. Meollos tan absurdos y risibles, como la tienda de campaña que Céline instala en medio de la habitación de un hotel; o la expedición secreta al Sanatorio Internacional; o la Antología negra, el libro de mitos y leyendas apócrifas que escribió Blaise Cendras a partir de las anécdotas que les oía a los shandys, en Praga; pero que sin embargo fue recibido por la crítica francesa, en pleno 1972, como “la primera oportunidad para el gran público de conocer la literatura popular africana”. Lo que recuerda que en Xalapa, califato de Sergio Pitol, aún a mediados de 2022 el presente libro de Enrique Vila-Matas sigue siendo la primera oportunidad para el gran público de conocer la popular y nunca olvidada Historia abreviada de la literatura portátil.

 

Enrique Vila-Matas y Sergio Pitol de avioncito

Enrique Vila-Matas, Historia abreviada de la literatura portátilColección Narrativas Hispánicas núm. 23, Editorial Anagrama. Barcelona, 1985. 128 pp.

 

 

miércoles, 18 de enero de 2023

Las fiestas de Frida y Diego

Me he de comer esa tuna
                               
I de III
De 1994 data la primera edición de Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas (tal año también se imprimió en inglés). Y de 2007 es la presente edición de Editorial Patria impresa en Japón. Con portada de Carlos Aguirre y diseño de Julio Vega, se trata de un vistoso libro con sobrecubiertas y pastas duras e iconografía a color y en blanco y negro (casi toda reproducida en términos aceptables), donde destaca el anecdotario memorioso y gastronómico de Guadalupe Rivera Marín (México, octubre 23 de 1924-enero 15 de 2023) —hija de Lupe Marín (1895-1983) y del pintor Diego Rivera (1886-1957)—, lo cual condimenta y sazona el carozo de la mazorca: “más de 100 recetas de la comida tradicional [auténticos delirios para el paladar y la gula] que a Diego le gustaba y que a Frida [dizque] le encantaba preparar”, “adaptadas por Laura B. de Caraza Campos”. Todo ello ilustrado con el montaje escenográfico de numerosas exquisiteces culinarias dirigido por Marie-Pierre Colle Corcuera, cuyos detalles fueron puestos en página a través de las imágenes en color de Ignacio Urquiza, fotógrafo de publicidad.
(Editorial Patria, 3ª ed., Japón, 2007)
  Para no desentonar con la tradición y el folclor, no faltan los prietitos en la sopa de letras e imágenes; por ejemplo, en la página 137 se reproduce a color el cuadro de Frida: Naturaleza muerta con pitahayas (óleo sobre lámina, 1938) —según dice Martha Zamora en la página 301 de su edición de autor del volumen Frida, el pincel de la angustia (México, 1987), “Se desconoce su paradero”—, pero lo que debería estar a la derecha está en la izquierda y viceversa. Y en la página 218 la reproducción en color de Naturaleza viva (óleo sobre masonite, 1952) está mutilada en la parte inferior. Y en la página 46 se dice que se ven “Peras con anís”, pero lo que se aprecia en la foto a color son tunas verdes y no blancas, como deberían ser, según se indica en la receta correspondiente: “Tunas blancas al anís”. 

Naturaleza muerta con pitahayas (1938),
óleo sobre lámina de Frida Kahlo.

Así se reproduce en la página 137 de Las fiestas de Frida y Diego,
pero lo que debería estar a a la derecha está en la izquierda y viceversa.
       
Naturaleza viva (1952),
óleo sobre masonite de Frida Kahlo.

Así se reproduce en la página 218 de Las fiestas de Frida y Diego,
con la parte inferior mutilada.
     
Dizque “Peras con anís (pues son tunas verdes),
imagen correspondiente a la receta “Tunas blancas al anís
que se lee en Las fiestas de Frida y Diego (2007).
Foto: Ignacio Urquiza
      Otros pies de foto resultan sospechosos; por ejemplo, bajo la imagen a color y actual de una vendedora de flores con mandil y pelo cano (pero no viejita ni muy viejecita) se dice que es “La marchante, vendedora de flores del mercado de Coyoacán que le vendía a Frida sus flores favoritas”. ¿Será? ¿Habrá vivido tanto tan conservada? La misma duda surge cuando se leen otros pies de fotos a color: la rústica mesa con la “Comida en casa de don Tomás Teutli y su esposa, doña Rosa, en Teotihuacan”, a donde la narradora dice que fue y comió con Frida en marzo de 1943 durante una salida furtiva de la Casa Azul.

En el ámbito del recelo, llaman mucho la atención dos pies: “Un rincón de la azotea de Tina Modotti con el tequila y los limones listos para servirse”; y “La mesa del banquete de bodas de Diego y Frida, recreado para la fotografía en la azotea de Tina Modotti”. 
Frida Kahlo y Diego Rivera el día de su boda
Agosto 21 de 1929
Foto de estudio atribuida a Víctor Reyes
  Tal matrimonio se efectuó el 21 de agosto de 1929 en el registro civil de la Villa de Coyoacán, a unos pasos de la Casa Azul. Desde fines de 1926, Tina vivía hasta el centro de la Ciudad de México, en el quinto piso del Edificio Zamora (la Torre de Pisa) ubicado en la esquina de Atenas y Abraham González 31, departamento que por alrededor de tres meses compartió con el líder cubano Julio Antonio Mella, precisamente hasta que pasadas las 10:40 de la noche del 10 de enero de 1929 fue balaceado en Abraham González, al parecer, por órdenes de Gerardo Machado, el dictador de Cuba (en septiembre de 1928, en el puerto de Veracruz, Mella —cuyo nombre real era Nicanor MacPartland— intentó organizar una guerrilla para derrocar tal dictadura y en La Habana recién se le difamaba de haber “profanado la bandera cubana durante un acto en la ciudad de México” ocurrido el 15 de diciembre de 1928); comenzó entonces un embarazoso y difícil proceso judicial y político contra Tina, que además de suscitar el registro y el saqueo de su hábitat por policías sin escrúpulos (se llevaron papeles, fotos y cartas íntimas), fue ensuciado con difamaciones en la prensa derechista, con encono en el Excélsior. Al término fue absuelta de participar en el crimen. Pero a escasos siete meses del asesinato de Mella y luego de tal embrollo judicial que incidía en su temor de que la expulsaran del país aplicándole el artículo 33 de la Constitución (lo que finalmente ocurrió casi un mes después de que el 5 febrero de 1930 se sucediera el fallido atentado contra el presidente Pascual Ortiz Rubio, precisamente el día que asumió el cargo y se le involucrara el día 7), ¿por qué se efectuó allí tal juerga? ¿Acaso porque el Edificio Zamora era “refugio de escritores, artistas y radicales bohemios”? Pues si en el departamento de Tina confluían comunistas (entre ellos miembros extranjeros del Comité Central del estalinista PCM), exiliados latinoamericanos y algunos otros que celebraban francachelas (como los condiscípulos de Julio Antonio Mella en la facultad de derecho de la Universidad Nacional), por la época de la boda de Diego y Frida, ante la efervescencia social en medio de la Guerra Cristera y del Maximato y de la inminencia de las elecciones presidenciales tras el asesinato del presidente electo Álvaro Obregón el 17 de julio de 1928 en el restaurante La Bombilla en San Ángel, además de que habían ocurrido asesinatos de comunistas y una redada en el PCM y la clausura del periódico El Machete el pasado 6 de junio, el gobierno de Emilio Portes Gil —presidente interino entre el 1 de diciembre de 1928 y el 5 de febrero de 1930— amenazaba “con deportar a los todos los comunistas extranjeros”.

Campesinos leyendo El Machete (México, 1929)
Foto: Tina Modotti
Margaret Hooks, en Tina Modotti: fotógrafa y revolucionaria (Plaza & Janés, 1998), dice que el “modesto departamento” de Tina tenía “tres habitaciones con pisos de madera y techos altos”, cuyo “cuarto de servicio” en la azotea convirtió “en un sencillo estudio que dominaba la maravillosa vista de los volcanes”; y que entre sus vecinos figuraron o figuraban las hermanas Campobello (Nellie y Gloria); Bruno Traven (¿con tal identidad?), autor de El tesoro de la Sierra Madre (1927); y dos cercanos amigos de Tina: Frances Toor (la Paca), directora de la revista bilingüe Mexican Folkways, cuyo departamento también estaba en el quinto piso y las oficinas de la publicación en la planta baja, donde Diego, Mella y Tina colaboraban y donde ésta, hacia principios de 1927, ya fungía como “editora auxiliar” (según Margaret, la aventura erótica entre Diego y Tina data de la primera mitad de 1927, cuando ella fotografiaba los murales de la SEP); y Carleton Beals, célebre periodista de la época y corresponsal de The Nation, quien en 1925 tuvo un breve amorío con Mercedes, la hermana mayor de Tina, y quien además fue testigo de los últimos minutos de Mella en el quirófano de la Cruz Roja.  

Las camaradas Tina Modotti y Frida Kahlo
(México, 1928)
  Según Margaret Hooks, “Tina les prestó el estudio que tenía en la azotea para llevar a cabo la fiesta” de la boda; y que se dice que Rivera sacó la pistola para darle “al fonógrafo y desistió sólo cuando Tina le dijo que se lo había prestado un amigo”. Y entre las pintorescas anécdotas, Margaret afirma que desde fines de 1927 Tina tenía carnet del PCM y que fue ella —y no el pintor— quien hacia 1928 introdujo a Frida a tal militancia; que fue en su departamento donde en alguna borrachera Frida y Diego se conocieron (él sacó la pistola y perforó una foto); que Tina alentó a Frida “a vestir de manera más sobria, como era ‘propio’ de una comunista”: con “falda y blusa sencillas, un estilo que era el sello particular de Tina”; más o menos a imagen y semejanza a como Diego las pintó (“testimonio de su amistad”), en 1928, repartiendo municiones y armas a los milicianos en el panel En el arsenal —ubicado en el tercer piso de los murales de la SEP (contando la planta baja), y que es la escena que inicia el Corrido de la Revolución Proletaria—, donde también se ven los rostros de otros comunistas: David Alfaro Siqueiros, Julio Antonio Mella y Vittorio Vidali, y donde el broche que lleva Frida en la camisola, con la hoz y el martillo, fue “un obsequio de Tina”; vestimenta muy parecida a la que Frida, con 21 años de edad, llevaba puesta cuando Tina Modotti la fotografió en una imagen que se muestra en la página 187 del susodicho libro de Margaret Hooks, cuyo pie reza: “Diego Rivera y Frida Kahlo con miembros del Sindicato de Pintores, Escultores y Grabadores Revolucionarios durante la manifestación del Primero de Mayo, 1929.” 

Detalle del panel En el arsenal (1928),  fresco de Diego Rivera,
primera escena del Corrido de la Revolución Proletaria,
ubicado en el tercer piso de la Secretaría de Educación Pública.
   
Diego Rivera y Frida Kahlo con miembros del Sindicato de Pintores, Escultores y
Grabadores Revolucionarios durante la manifestación del primero de mayo de 1929

Foto: Tina Modotti
       Hayden Herrera, en la página 93 de Frida: una biografía de Frida Kahlo (Diana, 9ª ed., marzo de 1991), dice que “Andrés Henestrosa recuerda que la fiesta se llevó a cabo en la azotea de la casa de Tina Modotti. ‘Había prendas de ropa interior tendidas en la azotea para que se secaran. Daban buen ambiente para una boda’.” Tal cachonda y odorífica aseveración (quizá imaginaria y onanista) remite a la belleza natural de Tina, a su leyenda de femme fatal y libertina devoradora de hombres, y desde luego a la serie de retratos de su rostro y de desnudos en la azotea que le hizo Edward Weston, sin olvidar los desnudos alegóricos (La tierra dormida y Germinación) en los murales que Diego Rivera pintó al fresco, en 1926, en la ex Hacienda de Chapingo.

Tina Modotti en la azotea (Ciudad de México, 1924)
Foto: Edward Weston
  Pero Hayden también anota que Frida dijo que la bacanal del bodorrio se efectuó en otro lado: “Ese día nos hicieron una fiesta en la casa de Roberto Montenegro. Diego se puso una borrachera tan espantosa con tequila que sacó la pistola y rompió el dedo meñique de un hombre, además de otras cosas. Luego nos peleamos. Salí llorando y me fui a mi casa. Pasaron unos días hasta que Diego fue a recogerme y me llevó a la casa ubicada en el número 104 de Reforma.”

Frida Kahlo y Diego Rivera
(San Ángel, 1941)
Foto: Nickolas Muray
Dice Margaret Hooks que en junio de 1929 en el PCM “comenzaron las purgas de ‘derechistas’ acusados de extrema cercanía con el gobierno ‘burgués’ y de trotskistas”, y que en tal entorno donde sobresalían los comunistas extranjeros (Vittorio Vidali, Joseph Freeman), Diego ya estaba en la mira, pues era conocida su simpatía hacia Trotsky.

Entre las páginas 191 y 196 de Tina Modotti. Una mujer sin país. Las cartas a Edward Weston y otros papeles personales (Cal y Arena, 2ª ed., 2001), Antonio Saborit tradujo del inglés una carta de ella a Weston, en cuya postdata del 18 de septiembre de 1929 hay un pasaje donde brevemente alude la recién boda de Diego y Frida, y el meollo de su acérrima postura y disciplina estalinista y por ende de su distancia del pintor, quien, dice, acababa de ser expulsado del Partido Comunista Mexicano:
Tina Modotti y Edward Weston celebrando su “aniversario
México, 1924

Foto de estudio de autor anónimo
“[...] ¿No te había dicho que Diego se casó? Eso iba a hacer. Una muchacha encantadora de diecinueve años, de padre alemán y madre mexicana; pintora. ¡A VER QUÉ SALE! Su nueva dirección es: Paseo de la Reforma 104.

“Pero la noticia más sorprendente sobre D[iego] es otra, que mañana llegará a todos los rincones del mundo, sin duda tú te vas a enterar antes de que esta carta llegue: Diego fue expulsado del partido. La decisión se tomó apenas anoche. Razones: que los numerosos trabajos que aceptó últimamente del gobierno —decorar el Palacio Nacional, la Dirección de Bellas Artes, decorar la nueva Secretaría de Salubridad— son incompatibles con un militante activo del p[artido]. No obstante el p[artido] no le pedía que dejara su puesto, lo único que le pidieron fue que se manifestara públicamente diciendo que asumir estos trabajos no le impedía luchar en contra del actual gobierno reaccionario. Toda la actitud de él últimamente ha sido muy pasiva en lo relacionado con el p[artido] y no quiso firmar la declaración, por lo que lo expulsaron. No queda otra alternativa. Te das cuenta que este asunto tiene muchos flancos, todos sabemos que él es mucho mejor pintor que miembro del p[artido] por lo que el p[artido] no le pedía que abandonara la pintura, no, lo único que le pidieron que hiciera era una declaración y hasta ahí. Todos sabemos que el gob. le confió todos estos trabajos precisamente para sobornarlo y para poder decir: ¡Los rojos dicen que somos reaccionarios, pero vean, permitimos que Diego Rivera pinte todos los martillos y las hoces que quiera en los edificios públicos! ¿Ves la ambigüedad de su postura?
“Yo creo que su salida del partido le hará más daño a él que al p[artido]. Se le considerará, y eso es lo que es, un traidor. No tengo que agregar que yo también lo veré como tal, y a partir de ahora toda mi relación con él se limitará a nuestras transacciones fotográficas. Por lo tanto te agradeceré que trates directamente con él lo relacionado con su trabajo.
Hasta luego querido”.


II de III
Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas (2007)
Contraportada

En las Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas abundan las fotos de la recreación de ciertas bebidas y platillos de la cocina tradicional de México y de ciertos ingredientes y recipientes de la artesanía mexicana, como pueden ser la “Cazuela con mole poblano y los ingredientes para su preparación en la cocina de la Casa Azul”; “La tradicional capirotada servida en un platón poblano de vidrio prensado”; las “Guayabas en sancocho servidas en un platón de Tzintzuntzan pintado a mano”; la “Sopa de ostiones servida en un plato de barro de Michoacán; el vaso pintado a mano es poblano”; las “Chalupas verdes y rojas en un plato oaxaqueño”; el “Atole de fresa servido en loza pintada a mano de Guanajuato”; las “Enchiladas tapatías en un platón oaxaqueño; el collar de plata es de Yalalag”; la “Sopa de flor de calabaza servida en una sopera poblana”; el “Consomé de gallina con sus guarniciones”; la “Sopa seca de fideos con rodajas de aguacate”; las “Lenguas de gato y rompope en una jarra de Guadalajara”; los “Merenguitos servidos en una dulcera de Michoacán”; el “Pan de muerto y calaveras para las fiestas de noviembre”, en cuyas etiquetas se leen los nombres de “Diego” (la más grande), “Frida” (la mediana), y “Piquitos” y “Ruth” (las más pequeñas); esto último es así porque a Guadalupe Rivera Marín le decían de cariño Pico o Piquitos, mientras que a Ruth, su hermana menor, le decían Chapo, por prieta linda, es decir, por dizque ser más negra que el chapopote. 
Diego Rivera con su hija Guadalupe Rivera Marín (c. 1927)
  Pero también en el volumen hay imágenes de vistas de interiores y exteriores, de objetos y de otros montajes escenográficos, como la imagen a color de la “Naturaleza muerta con maíz, inspirada en un cuadro de Frida”; la “Naturaleza muerta con bandera mexicana inspirada en un cuadro” de la misma artista; el “Rebozo tricolor anudado para celebrar las fiestas patrias”; “El comedor de la casa colonial de Antonio y Francesca Saldívar, en el que se recreó la decoración de Frida para las fiestas patrias”; “La mesa puesta [en una trajinera] para almorzar en los canales” de Xochimilco; las “Trajineras en los canales de Xochimilco y marchantes en sus chalupas”; “La pirámide del Sol en Teotihuacan”; “El Anahuacalli, el estudio que Diego mandó construir con piedra volcánica en San Pablo Tepetlapa”; una “Santa Cruz [que] protege a los albañiles durante la construcción”; los “Arcos de entrada al zócalo [más bien al parque] de Coyoacán donde Frida paseaba en las mañanas”; “Una canasta con el almuerzo, como las que Frida le preparaba a Diego cuanto éste estaba pintando los murales, en el patio de la Casa Azul”; los “Camarones en escabeche en el comedor de la Casa Azul”; los “Jarritos de Michoacán con el delicioso caldo de camarón”; la “Preparación de las tortillas en la cocina de la Casa Azul”; “La mesa puesta en honor de Frida, para celebrar su cumpleaños, con un mantel de plástico de vivos colores, del tipo que ella adoraba”; una “vista del patio [...] desde el comedor de la Casa Azul”, en cuya mesa hay “Mouse de mamey”; “Una calavera con el nombre de Frida”; el “Altar de muertos en honor de Frida en el Museo estudio de Diego Rivera” (en San Ángel Inn); la “Pieza central [un foto de la pintora] del altar de muertos dedicado a” ella; “Los pinceles de Frida [que] aún cuelgan del trastero en su estudio de la Casa Azul”; “Un rincón de la cocina [de ésta], decorada con azulejos poblanos y amarillos. [Donde] El nombre de Frida está formado con ollitas de barro”; el “Detalle de uno de los vestidos de tehuana de Frida”; el “Álbum de fotografías de Frida que se exhibe en el Museo Frida Kahlo”; “Una hoja de la libreta donde Frida apuntaba las pinturas que vendía”; un “Guardapelo con un retrato de Frida”; un “Detalle de la decoración del comedor en la Casa Azul”; los “Gaznates y mostachos sobre la mesa [repleta y rodeada de objetos], en un rincón del estudio de Diego, en la Casa Azul, que se construyó para Frida”; unos “Niños [de yeso policromado] vestidos para la fiesta de La Candelaria en el mercado de Coyoacán”; una perspectiva de “El patio de la Casa Azul”; la “Alacena de madera pintada a mano en el comedor. La mesa también está pintada de amarillo, que era el color favorito de Frida para la decoración de la Casa Azul”. Tal color: “el profundo azul cobalto” 
—dice Guadalupe Rivera Marín— era “considerado protector contra los espíritus malignos acompañado del rojo y el verde”.
Autorretrato con marco  o Frame (c. 1939),
óleo sobre aluminio con cristal sobrepuesto, de Frida Kahlo
Autorretrato con chango y loro (1942),
óleo sobre masonite de Frida Kahlo
       
Naturaleza muerta (1942),
óleo sobre lámina de Frida Kahlo
     
La novia que se espanta de ver la vida abierta (1943),
óleo sobre tela de Frida Kahlo
        Además del citado óleo sobre lámina: Naturaleza muerta con pitahayas (1938), hay reproducciones a color de otras pinturas de Frida, que están allí porque la narradora, en su mayoría, las alude en sus anécdotas: Autorretrato con marco o Frame (óleo sobre aluminio con cristal sobrepuesto, c. 1938) —que es el cuadro (“con marco integrado y dos pájaros”) que le compró el Louvre cuando en 1939 participó en Mexique, en la Galería Renou & Colle de París, la exposición colectiva y antológica inicialmente pergeñada por André Breton durante su viaje al país mexicano (entre abril 18 y agosto 1 de 1938)—; Autorretrato con chango y loro (óleo sobre masonite, 1942); Naturaleza muerta (tondo, óleo sobre lámina, 1942) —hecha por encargo para la esposa del general Manuel Ávila Camacho, pero luego rechazada por ella debido a que le pareció obscena—; La novia que se espanta al ver la vida abierta (óleo sobre tela, 1943) y el susodicho Naturaleza viva (óleo sobre masonite, 1952).

Diego y Frida en el comedor de la Casa Azul (1941)
Foto: Emmy Lou Packard
Frida en el portón de la iglesia de Coyoacán (1937)
Foto: Fritz Henle
Por si fueran pocas las delicias y los canapés, en el disperso tentempié visual se observan conocidos retratos fotográficos; por ejemplo: la imagen de la joven Frida que Guillermo Kahlo, su padre, le tomó y fechó el 16 de octubre de 1932 (Matilde Calderón, su madre, había fallecido el pasado 15 de septiembre); la foto que Emmy Lou Packard, en 1941, les tomó a Diego y a Frida en el comedor de la Casa Azul; Frida en el jardín de ésta, foto sin fecha de Guillermo Zamora, de quien también se ve otra donde está con Diego, al pie del estudio de ella en la Casa Azul; Frida en el mismo ámbito del jardín, pero en otro punto y bajo una perspectiva más amplia, donde se le ve con uno de sus perros xoloescuincles (o itzcuintlis) y que es una imagen de una serie que allí le hizo Gisèle Freund en 1951; una de las llevadas y traídas fotos de estudio que documentan la boda de Frida y Diego, atribuidas a Víctor Reyes; una de las imágenes que Fritz Henle le hizo, en 1937, al pie del regio portón de madera de la iglesia de Coyoacán, donde con su rebozo en la cabeza semeja una hermosa devota saliendo de misa; Diego y Frida besándose en un andamio frente a los murales en proceso de él en Detroit (por ende es 1932), la cual, según se dice vagamente en los “créditos”, fue “tomada por el fotógrafo de [la] Ford Motor Company para el Instituto de Arte de Detroit”; y, entre otras imágenes, figura uno de los espléndidos retratos donde Frida Kahlo posa con un sencillo rebozo de campesina mexicana, grandes aretes de reminiscencias aztecas y un collar de gruesas piedras (quizá de jade), que Imogen Cunningham le tomó en San Francisco en 1930. 

Frida Kahlo en San Francisco (1930)
Foto: Imogen Cunningham

III de III
La voz que articula y le da sentido a Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas es la voz de Guadalupe Rivera Marín, quien en 2006 condujo y cocinó en una serie de trece programas televisivos del Canal 22 (canal del CONACULTA): La cocina de Diego y Frida. El sabor de un mundo, mientras charlaba con un singular invitado no menos parlanchín: Gilberto Aceves Navarro, Ofelia Medina, José Luis Cuevas, Gerardo Estrada, etcétera. Es decir, luego de un par de anecdotarios preliminares de Guadalupe Rivera Marín: “Una historia de familia” y “La vida al lado de Frida”, siguen los siguientes doce capítulos, donde en cada uno, amén de algunas vivencias personales salpimentadas con detalles culinarios, memoriosos y costumbristas, bosqueja un banquete o un festín ocurrido en cada mes del año (varias veces relativo a una arraigada celebración tradicional de la cultura mexicana), cada uno complementado por su menú y sus correspondientes recetas y los modos de hacerse y servirse, pues según dice y lo puntualiza a lo largo del libro, entre 1942 y 1943 ella vivió más de un año en la Casa Azul de Coyoacán, y por ende Frida es el epicentro de sus evocaciones y de las recetas: “Agosto: La fiesta de bodas de Frida y Diego”, “Septiembre: Las fiestas patrias”, “Octubre: Mi fiesta de cumpleaños”, “Noviembre: Días de Todos los Santos y de Fieles Difuntos”, “Diciembre: Las posadas y el fin de año”, “Enero: La Rosca de Reyes”, “Febrero: Un bautizo, el día de La Candelaria”, “Marzo: Teotihuacan, donde viven el Sol y la Luna”, “Abril: Xochimilco: un paseo en trajinera”, “Mayo: La fiesta de la Santa Cruz”, “Junio: La comida de manteles largos” y “Julio: El cumpleaños de Frida”.
Diego mordiendo un taco de albañil
Diego con su hija Ruth a punto de romper el hueso de la buena suerte
tras devorar una pechuga de guajolote en mole poblano (México, 1955)
Foto: Héctor García
   A ojo de buen cubero, lo más certero entre lo certero son las recetas, pues las reminiscencias y los datos que bosqueja Guadalupe Rivera Marín no están exentos de leyendas, omisiones y errores. 

Diego Rivera y su hija Guadalupe Rivera Marín
  Se dice que el muralista era un gran fabulador. Y esto también se alude casi al inicio de Encuentros con Diego Rivera (Siglo XXI, 1993), volumen polifónico, misceláneo e iconográfico —no exento de yerros y contradicciones— coordinado por ella y su erudito sobrino Juan Rafael Coronel Rivera: “Mi padre lo inventaba todo, todos los días, afirma su propia hija Guadalupe Rivera Marín [...] con una mezcla de asombro y de admiración, que además define el descomunal espíritu creativo que animaba al artista.” Pues de tal palo, tal astilla, dado que ella no canta mal las rancheras (incluidas las que cantaba Frida a todo tequila y gaznate pelado con Concha Michel e Isabel Villaseñor, la estrella de Maguey, capítulo de ¡Que viva México!, el filme cuyo rodaje y edición Serguei Eisenstein no concluyó), que es artista de la cocina y de la palabra. Por ejemplo, en Las fiestas de Frida y Diego afirma que cuando Rivera pintaba La Creación (1922-1923) en el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria, “José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo iniciaban otros murales en el claustro del ex colegio jesuita; los estudiantes —entre ellos Frida— agredían de palabra y obra no sólo a Diego sino a los demás pintores, cuyas obras y motivos no les convencían y querían destruirlos a como diera lugar.”

 
Credencial escolar de Frida Kahlo (1922)
       
Frida y los Cachuchas
      Quizá la adolescente Frida y sus compinches los Cachuchas (entre ellos su novio Alejandro Gómez Arias, futuro líder estudiantil que pugnaría por la autonomía universitaria) estaban entre tales lenguaraces y rijosos (ella estudió allí entre inicios de 1922 y el 17 de septiembre de 1925, día del fatídico accidente), pero Rufino Tamayo no pintó ningún mural en San Ildefonso y el primero que hizo, El canto y la música, data de 1933 y lo plasmó en el entonces Conservatorio Nacional de Música, ubicado muy cerca de allí, en la calle Moneda del actual Centro Histórico de la Ciudad de México.

Guadalupe Rivera Marín
  Según Lupe Rivera Marín (quien estudiaba derecho y era novia del futuro presidente Luis Echeverría), el padre de Frida departió con ellas (y otros comensales e invitados) la rosca de reyes de enero de 1943, pero Guillermo Kahlo había fallecido el 14 de abril de 1941. Por ende también yerra cuando narra que semanas después, antes del día de La Candelaria (2 de febrero), durante una visita a las librerías de viejo “ocurrió algo muy curioso; en una de ellas encontramos el álbum formado con las fotografías tomadas por el padre de Frida, Guillermo Kahlo, en 1910, con motivo de las fiestas del Centenario de la Independencia. Fue una grata sorpresa, pues las fotos estaban en perfectas condiciones y permitían apreciar la congruencia que existía en aquella época entre la arquitectura y el paisaje, en tanto el centro de la ciudad, con sus monumentos y edificios señoriales, parecía formar parte —en menor escala— de cualquier país europeo. El álbum fue un gran obsequio para el ilustre fotógrafo.”

Guillermo Kahlo (1872-1941)
Autorretrato
  Dice la narradora que su abuela materna, Isabel Preciado, le regaló dos tomos decimonónicos titulados Recetas clásicas para las señoras de la casa, que “las damas tapatías de su época” utilizaban para cocinar; y que Frida le mostró en la Casa Azul, y tiempo después también le regaló, el Nuevo cocinero mejicano; libro que, según dice, había sido de doña Matilde, la madre de la pintora (cosa curiosa, pues Matilde Calderón y González, si bien era iletrada cuando el 21 de febrero de 1898 se casó con Guillermo Kahlo Kaufmann, luego aprendió a leer y a escribir con dificultades), del cual en la página 15 se observan las pequeñas reproducciones en color de dos páginas, donde se lee que fue impreso en París, en 1888, por la Librería de Chevalier Bouret; y que en la Ciudad Luz tenía una dirección: “Rue Visconti, 23”; y en la Ciudad de los Palacios otra: “Cinco de Mayo, 14”.

Isabel Preciado y Francisco Marín
(Guadalajara, 1924)
Foto: Edward Weston
       
Matilde Calderón y González
(1876-1932)
     
Nuevo cocinero mejicano (1888)
     
Nuevo cocinero mexicano (1888)
   
La otra fiesta:
doña Matilde, mamá de Frida, dándole de comer a los perros de la Casa Azul

(junio 30 de 1932)
          Con la misma sazón de la leyenda —aroma y sabor que impregna cada amena y deliciosa página (incluidas las recetas)— la narradora dice que su madre Lupe Marín (quien otrora le preparó a Diego “una sopa de ídolos para vengarse de su indiferencia con el mantenimiento de su casa y de sus hijas”) enseñó a cocinar a Frida, lección que por igual se puntualiza en el susodicho volumen Encuentros con Diego Rivera; por ejemplo, en un rótulo que figura al pie de una pequeña reproducción de un cuadro de la artista: “Lupe Marín enseñó a Frida a preparar la comida favorita de Rivera. En agradecimiento, Frida pintó para ella este retrato en 1929”. También narra que hubo ocasiones en que cocinaron juntas; por ejemplo, en la casa de Tampico 8, cerca de Chapultepec, que hacia 1930 compartieron con Diego y Frida, quienes ocuparon la planta baja, en tanto que en el tercer piso se instalaron las niñas Pico y Chapo, el poeta Jorge Cuesta y Lupe Marín, quien el 13 de marzo de tal año parió al bebé Lucio Antonio Cuesta Marín, el único hijo que tuvo con el más triste de los alquimistas, mas no cuenta una palabra de esto ni del grave deterioro psíquico que la fémina sufrió después del nacimiento; pero sí dice que Lupe Marín cocinó para la comilona de las bodas de Diego y Frida (aunque también afirma que hubo botanas y platillos preparados por las cocineras de un mercado), quesque celebrada en la azotea del edificio de la calle Abraham González donde Tina Modotti vivía en el quinto piso, quien para ello hizo arreglitos “con los vivos colores de cientos de banderitas y hojas de papel picado, donde pendían del pico de tiernas palomas mensajes de amor.”

     
Lupe Marín y su hija Guadalupe Rivera Marín
      
         Guadalupe Rivera Marín, además, cuenta que se armó una bronca de película o de consabido churro hollywoodense y atolito con el dedo (para turistas, dieguistas, tinistas y fridomaníacos de hueso colorado): 
“La azotea de la casa de Tina, adornada profusamente con papel picado y serpentinas, se convirtió en un sitio alegre, lleno de color y sabor pueblerino. La concurrencia, acompañada por la música que un conjunto de mariachis tocaba sin cesar, esperaba la llegada de los novios entre tragos de tequila y mordidas de chicharrón con aguacate. El drama empezó en el preciso momento en que Lupe no pudo reprimir los celos y la emoción triunfó sobre sus buenas maneras; airada retó a Frida haciéndole notar sus defectos físicos:
“—Tú —le dijo a Frida— tienes las piernas flacas; yo, en cambio, mira qué piernas tengo.
“En seguida alzó las faldas de la novia y mostró a la concurrencia el defecto de Frida, consecuencia del ataque de poliomielitis ocurrido en su niñez.
“Frida respondió al agravio dando un buen empujón a Lupe, quien perdió el equilibrio y cayó al suelo. Diego las separó para evitar que corriera sangre.”
Pareja no identificada, Lupe Marín y Frida Kahlo con el rostro autorrecortado
Hotel Barbizon Plaza, Nueva York, 1933
Foto: Lucienne Bloch
  Hilarante anécdota que remite a otra no menos legendaria, risible y peliculesca donde también dizque estuvieron a punto de agarrarse del chongo y desgreñarse a patadas, rasguños y mordiscos, y que según Guadalupe Rivera Marín ocurrió en 1925, pero al parecer se equivoca de año, pues el fatal accidente en el camión que destrozó a la muchachita Frida sucedió el 17 de septiembre de 1925 y fue durante tal dolorosa y larga convalecencia cuando comenzó a pintar postrada en la cama. Posteriormente, dando el gatazo de rápida y excelente recuperación, fue a enseñarle varios cuadros a Diego, quien por entonces aún pintaba en los muros de la SEP y al parecer fue cuando germinó o se inoculó el gusanillo que los haría casarse el 21 de agosto de 1929 (hay quienes dicen que se reconocieron antes de tal reencuentro en la SEP: durante una fiesta en casa de Tina Modotti, de quien también se dice que introdujo a Frida en la Liga de Juventudes Comunistas). En 1928 —alrededor de un año antes de su matrimonio con la pintora, Diego ya se había separado de Lupe Marín, quien no obstante sus dos pequeñas hijas, había iniciado su relación amorosa con el poeta Jorge Cuesta, mientras el muralista aún estaba en Rusia celebrando el décimo aniversario de la Revolución de Octubre— pintó a Frida en el citado panel En el arsenal repartiendo armas y municiones junto con Tina Modotti. 
Lupe Marín y Frida Kahlo
La susodicha y peliculesca anécdota del pleito en la SEP, Guadalupe Rivera Marín la narra así: 

“Cuando Frida sanó, con algunas de sus obras bajo el brazo y ya decidida a cambiar la ciencia por el arte [había soñado con estudiar medicina], fue a buscar a Diego Rivera, quien ya pintaba en la Secretaría de Educación Pública [lo hizo en la planta baja y en el primero y en el segundo piso, entre 1923 y 1928]. Quería conocer la opinión del maestro y, de ser posible, que la aceptara como ayudante. Diego le aconsejó que continuara como pintora y le auguró un gran éxito artístico.
“Al dar por terminada la entrevista, apareció Lupe Marín cargando la canasta con la comida de su famoso marido. Furiosa, al reconocer a Frida, estuvo a punto de tirarle los platos a la cabeza para así calmar sus celos inauditos. Diego, entre risa y susto nervioso, intervino y separó a las dos fieras que peleaban por él.”




Guadalupe Rivera Marín y otros, Las fiestas de Frida y Diego. Recuerdos y recetas. Iconografía a color y en blanco y negro. Grupo Editorial Patria, 3ª edición. Japón, 2007. 224 pp.
Martha Zamora, Frida, el pincel de la angustia. Iconografía a color y en blanco y negro. 1ª edición de autor. México, 1987. 408 pp.
Margaret Hooks, Tina Modotti. Fotógrafa y revolucionaria. Traducción del inglés al español de Susana de los Ángeles Moreno y Margarita González. Iconografía en blanco y negro. Plaza & Janés, 1ª edición en español. México, noviembre de 1998.
Raquel Tibol, Palabras de Siqueiros. Selección, prólogo y notas de Raquel Tibol. FCE. México, 1996. 542 pp.
Hayden Herrera, Frida: una biografía de Frida Kahlo. Traducción del inglés al español de Angelika Scherp. Iconografía a color y en blanco y negro. Editorial Diana, 9ª impresión. México, marzo de 1991. 440 pp.
Antonio Saborit, Tina Modotti. Una mujer sin país. Las cartas a Edward Weston y otros papeles personales. Iconografía en blanco y negro. Traducción del inglés al español, edición y notas de Antonio Saborit. Cal y Arena, 2ª edición corregida y aumentada. México, diciembre de 2001. 288 pp.
Pablo Ortiz Monasterio y otros, Frida Kahlo. Sus fotos. Iconografía en sepia y a color. Editorial RM. China, 2010. 524 pp.

Nota: la información de los pies de las imágenes corresponde a la bibliografía consultada.