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domingo, 5 de mayo de 2024

Regreso a Ítaca

Parecido a una hoja de papel

 

I de VII

                                                                                               In memoriam Laurent Cantet

Con la coautoría del escritor cubano Leonardo Padura y del cineasta francés Laurent Cantet, en julio de 2016 se publicó en México el libro Regreso a Ítaca, número 881 de la Colección Andanzas de Tusquets Editores. Se trata de un misceláneo compendio cuyo punto gravitacional es el filme Retour à Itaque (2014); película de producción francesa dirigida por Laurent Cantet pero rodada en locaciones de La Habana con un argumento cubano y hablada con los acentos, el vocabulario y las inflexiones del popular español habanero, en base a un guion urdido entre el cineasta y Padura (a partir de un texto suyo), con la colaboración de Lucía López Coll, entrañable esposa del novelista, tributada en casi todas las dedicatorias y agradecimientos de sus libros. El 5 de septiembre de 2014, Retour à Itaque obtuvo en Venecia el Premio Venici Days otorgado por el jurado de la Semana de Autor, sección paralela de la 71 edición del Festival de Cine de Venecia; y luego, el siguiente 6 de octubre ganó el Premio Abrazo a la Mejor Película en la vigésima tercera edición del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz.

             Sobre el itinerario inicial del filme, apunta Leonardo Padura (La Habana, octubre 9 de 1955) en la página 156 del libro:

           


         “El estreno mundial de Regreso a Ítaca se produjo en el Festival de Cine de Venecia [el 31 de agosto de 2014, según Wikipedia] y en el de Toronto, en septiembre de 2013 [sic]. En la Sesión de Autores del Festival de Venecia, la película ganaría el premio de la competencia. Su tercera proyección ocurrió en el Festival de San Sebastián, en el cual no competía, pero al que la película acudió acompañada por sus cinco protagonistas [el directivo Eddy: Jorge Perugorría; el ingeniero Aldo: Pedro Julio Díaz Ferrán; la oftalmóloga Tania: Isabel Santos; el pintor Rafa: Fernando Hechavarría; y el escritor Amadeo: Néstor Jiménez]. Después llegó el XXIII Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, donde se alzó con el Premio Abrazos [sic]. Mientras, su estreno comercial fue programado para realizarse en París, en diciembre de ese mismo año, casi al mismo tiempo en que debía haber sido exhibida en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, al cual, en cuanto producción francesa de tema cubano, había sido invitada a participar fuera de competencia, en un pase único, que fue programado, anunciado... y luego cancelado.”

           

Colección Andanzas núm. 881, Tusquets Editores
México, julio de 2016

            Al margen de tales efemérides y de la frustrante y folklórica cancelación, viene a cuento ese pasaje porque el yerro en “2013” quizá haya sido un lapsus de Padura (dado el consabido refrán de que al mejor cazador se le va la libre), pero sin duda es un botón de muestra de la negligenica con que Tusquets Editores hizo, en México, la maquila del presente libro Regreso a Ítaca. Es decir, un corrector de marras pudo haber reparado ese yerro y más aún: hubiera eliminado todos los acentos que se leen en la palabra guion, cada vez que aparece en el libro. Esto, más que un descuido, resulta un anacronismo por default de los Editores, pues es difícil visualizar a un viejo lobo de mar como es Padura más aún ligado a la estrecha colaboración de la guionista de cine y televisión Lucía López Coll (La Habana, 1959), primera lectora de todo lo que escribe su compañero de vidatecleando la palabra guion con acento una y otra vez, pues no parece probable que el dúo dinámico (que vive en una isla pero no aislado en un caracol a la deriva en el ciclónico y agitado Mar Caribe) ignore que la palabra guion dejó de ser optativa: guion o guión, y por ende ahora mismo (y en 2016) se escribe sin tilde por ser un monosilábico ortográfico. Es decir, esto es así según la vigente normativa de la RAE, divulgada y popularizada a nivel global a través de la versión electrónica de la Vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española —de libre consulta en la web—, a partir de la Ortografía de la lengua española editada en 2010 por la RAE. No obstante, el reiterado uso de la palabra guion con acento, quizá podría interpretarse como una “encriptada” y lúdica protesta contra la “prepotencia” y la “dictadura” del anacrónico Reino, postura rebelde e “independentista” semejante a la del catalán converso Darío Martínez, neurocirujano de alto calibre remunerativo, cubano de nacimiento (y ex militante de la Juventud Comunista y del Partido Comunista de Cuba), exiliado y asentado exitosamente en Barcelona durante el Período Especial de los 90, quien incluso en el 2000 ya parlotea el español con un vocabulario y un deje catalán, según se lee en Como polvo en el viento (Tusquets, 2020), novela de Leonardo Padura.

            Es fácil inferir que para el cineasta francés Laurent Cantet (Melle, junio 15 de 1961- París, abril 25 de 2024) fue relevante el estreno en Francia del filme Retour à Itaque “en diciembre de 2014” (el día 3, según Wikipedia) —quien vivía a las afueras de París en una casa de película donde cocinaba platillos de película (con vinos y quesos de película) que, con los ojos de plato y la baba escurriendo, harían las delicias de Mario Conde y el Flaco Carlos, inveterados e insaciables glotones—. Pero también lo fue (quizá aún más o muy singularmente) cuando por fin se estrenó en Cuba. Al respecto, apunta Leonardo Padura en la página 127 del libro:

           

Leonardo Padura y Laurent Cantet

            “El sábado 2 de mayo de 2015, como parte del 18º Festival de Cine Francés en Cuba se produjo en la sala Charles Chaplin de La Habana el estreno público en la isla de Regreso a Ítaca, la película dirigida por Lauren Cantet, para la cual, a cuatro manos con el director y con la colaboración de Lucía López Coll, yo había escrito un guión [sic] inspirado en unos pasajes de mi libro La novela de mi vida.” De hecho, así aparece acreditado en la “Ficha técnica” que se lee en la página 21 libro: “Guión [sic]: Leonardo Padura y Laurent Cantet, con la colaboración de Lucía López Coll, inspirado en episodios de La novela de mi vida, de Leonardo Padura.”

            Y aquí, entre paréntesis, hay que enmendarle el enunciado al anónimo enciclopedista de Wikipedia, pues, hoy por hoy —ante los cuatro pestíferos vientos del disperso, variopinto y recalentado orbe del idioma español— afirma categórico sobre la película: “El argumento es una adaptación libre de un fragmento de La novela de mi vida de Leonardo Padura.” Pero esto no es precisamente así, pese a que a priori pueda parecerlo.

 II de VII

Al inicio de una de las tres vertientes narrativas que conforman La novela de mi vida (Tusquets, 2002) se ve al profesor y eventual poeta Fernando Terry Álvarez —recién llegado de Madrid tras 18 años de destierro— reunido con cinco viejos amigos, que rondan la cincuentena, en la azotea de una astroso edificio habanero, desde donde se otea el Capitolio y el mar y llega su olor. Los cinco amigos del desterrado (sin excluirlo a él) son prototipos de resistencia y resiliencia en el devenir de los consabidos márgenes y restricciones de la decadente y esclerótica dictadura de la Revolución Cubana: el poeta Álvaro Almazán (el Varo), el poeta Arcadio Ferrer (el bello Arcadio), el narrador Miguel Ángel (el Negro), el profe universitario Tomás Hernández y el ricachón Conrado, director de una empresa española de importación-exportación; más dos fallecidos: el dramaturgo Enrique Arias en 1979 y el documentalista Víctor Duarte en 1981, presentes con un par de velas encendidas. A esa recepción sólo faltó Delfina, la única mujer del grupo, especialista en artes plásticas. Esos nueve amigos conformaron, en los años 70, el grupo los Socarrones, mientras eran compinches y alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana; y esa azotea era el reducto de sus tertulias literarias y existencialistas, incluso después de concluida la carrera. Por un infundio endilgado al profesor Fernando Terry por un policía de la Seguridad del Estado que oficialmente operaba en la universidad: supuestamente sabía que Enrique Arias planeaba huir de Cuba en una lancha y debió haberlo informado a las “instancias correspondientes”, fue suspendido de su empleo en la Escuela de Letras (llevaba dos años dando clases). Y tras un opresivo y cada vez más agudo declive, se vio empujado a declararse vil “escoria antisocial” y a emprender el exilio por el puerto del Mariel en mayo de 1980. (Lo cual es una alusión a la masiva y abigarrada migración hacia los Estados Unidos marea humana, la tildaría el documentalista chino Ai Weiwei— sucedida entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980; mediático e histórico episodio llamado el éxodo del Mariel.) Luego de cuatro años de residencia en Estados Unidos, peyorativamente tildado de marielito o hispanic (un año trabajando de albañil en Miami, precedido por los tres primeros meses subsistiendo en una carpa montada en los jardines del Orange Bowl y luego: tres años de oscuro y subterráneo custodio de los fondos del Museo Guggenheim de Nueva York), se fue a España, donde desde entonces vive en el ático de un edificio en el centro madrileño. En Madrid, primero fue acomodador de libros en una biblioteca y luego profesor de español y literatura en un liceo, hasta el presente. Cuando se embarcó al exilio tenía 30 años de edad y en la actualidad tiene 48 y por ende es 1998 (o 1999). Y dado que en Cuba era un reconocido y laureado especialista en la vida y obra del poeta decimonónico, romántico, independentista y antiesclavista José María Heredia y Heredia (su tesis de licenciatura sobre la poesía de este se volvió libro de consulta para los alumnos y su tesis doctoral sobre el mismo tema se quedó trunca), tras recibir una carta donde Álvaro Almazán le informa de la probable localización de los papeles perdidos de Heredia —que Terry supone es “la presunta novela perdida” del Cantor del Niágara que por años buscó sin éxito—, obtiene, en el consulado cubano en Madrid, un permiso para regresar, un mes, a su país.

    Vale resumir, entonces, que tres son los objetivos de Fernando Terry que pretende despejar durante esas cuatro volátiles semanas en la isla: localizar el manuscrito perdido de Heredia, descubrir cuál de sus amigos fue el que presuntamente delató que él sabía que Enrique Arias quería fugarse de Cuba en una lancha, y sondear qué vínculo puede surgir con Delfina (de 47 años), de quien está enamorado desde 1969.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

          La vetusta azota donde los cinco Socarrones, con suculenta comida y bebida, celebran el
regreso sin gloria de Fernando Terry después de unos 25 años de no reunirse allí, es la azotea del deteriorado edificio donde vivía y aún vive el poeta Álvaro Almazán, de escasa obra e inclinado al trago, quien fue el convocante y quien la bautizó: “la penúltima cena de los Socarrones”, y quien colocó y encendió las dos velas que hacen presentes al par de muertos. Y además de los episodios en flashback donde se narran ilustrativas anécdotas de las reuniones en la azotea de la época estudiantil de los años 70 (la década negra), esa vertiente narrativa de La novela de mi vida, y la obra en sí, concluye con una última cena en la azotea: la reunión de despedida, la cual se sucede durante la noche, la madrugada y el amanecer del último día, en la que los Socarrones beben, fuman y oyen la voz de Enrique Arias a través de la lectura de la copia definitiva de la Tragicomedia cubana (novela teatral), cáustico e inédito libreto, legado por el dramaturgo a Fernando Terry. Pero si bien el profesor de liceo en Madrid está obligado a marcharse de la isla al concluir el mes, no quiere irse: “Sí..., pero ahora no sé cómo irme”, le dice a Delfina, dizque “su mujer”, quien casi lo obliga “a beber el primer sorbo de su café”.

III de VII

En el libro Regreso a Ítaca, Leonardo Padura cuenta que en septiembre de 2009 estaba en España por la aparición y promoción de su novela El hombre que amaba los perros (recién publicada por Tusquets en Barcelona, luego de cinco años de trabajar en ella y a punto de perder la estabilidad emocional y la cordura: escribía como un loco para no volverme loco), donde dos productores amigos de él (uno español y otro francés) le propusieron escribir las historias de una película “que incluso [ya] tenía título: Siete días en La Habana”, y que él aceptó, pero antepuso como única condición trabajar a cuatro manos con su esposa Lucía López Coll. 7 días en La Habana se estrenó en el Festival de Cannes el “23 de mayo de 2012” (y no obtuvo ninguna presea en la sección a concurso del Premio Una cierta mirada) y comprende siete cortos (que corresponden a los siete días de la semana) dirigidos por siete directores: El yuma, por Benicio del Toro; Jam session, por Pablo Trapero; La tentación de Cecilia, por Julio Medem; Diary of beginner, por Elia Suleiman; Ritual, por Gaspar Noé; Dulce amargo, por Juan Carlos Tabío; y La fuente, por Laurent Cantet.

         

Fotograma de La fuente, corto dirigido por Laurent Cantet
que cierra el filme 7 días en La Habana (2012).

            En La  fuente se narra que la abuela Martha se despierta anunciando a voz en cuello que tuvo un sueño en el que su virgen de Oshún de bulto sobre un pedestal en un rincón de la sala debe estar sobre una fuente, allí mismo en la sala de su humilde vivienda (ubicada en el piso de un populoso edificio) y convoca y moviliza a sus vecinos (niños y grandes, de todas las razas, edades y colores) para echar abajo una pared, construir la fuente, pintar el muro de amarillo (queda naranja), acarrear agua de mar con cubetas y vaciarla a la fuente, adornarla y tributarla con una ritual celebración para la que se aportan viandas (incluso un pastel), música de cuerdas y gorgoritos de un ave maría, más percusiones, danza y devotos cantos corales de ascendencia africana, ese mismo domingo por la noche, mientras ella luce un supuesto vestido amarillo dizque igualitico al vestido de la virgen, quesque solicitado por esta, mismo que ese día le confecciona una vecina costurera luego de tomarle las medidas. La sincrética fe comunitaria, la solidaridad laboral y el trasiego de los vecinos hormiga (incluso ilícito) hacen posible la supuesta petición de la virgen. Mientras al final, la abuela Martha, solitaria y quizá satisfecha, se hunde en otro sueño al pie de su virgen de Oshún.

           

Fotograma de La fuente, corto dirigido por Laurent Cantet
que cierra el filme 7 días en La Habana (2012).

         Según cuenta Leonardo Padura en el libro: “Entre los directores que se sumaron a aquel proyecto de película coral habanera en algún momento apareció el nombre de Laurent Cantet, un realizador que me había removido unos meses antes cuando pude ver su película Entre les murs (La clase, en español), muy merecidamente coronada con la Palma de Oro de Cannes en 2008. Y si yo había puesto como condición para trabajar en Siete días... que Lucía escribiera conmigo, Cantet había esgrimido una premisa que me sorprendió: ¡aceptaba venir a filmar a Cuba porque quería trabajar conmigo! La razón de Cantet era mucho más simple que todas las mías, pero definitivamente más halagadora: había leído la traducción francesa de mi novela La novela de mi vida (no me disculpen la obligada redundancia) y se había declarado miembro de mi hipotético club de fans.” El caso es que, dice Padura, la primera vez que se vio con Cantet fue “en La Habana, a principios de 2010”; y entonces supo que el cineasta había leído las novelas policiales de Mario Conde traducidas al francés; y que quería que el corto para Siete días fuera una adaptación de la vertiente de La novela de mi vida en la que el desterrado Fernando Terry se reúne con sus viejos amigos en la vetusta azotea de La Habana. Pero Padura le dio una vuelta de tuerca a esa propuesta, pues, dice: “le propuse a Cantet que, a partir de la situación del encuentro de unos amigos en una azotea habanera, creáramos una nueva historia en la que se quebrara el tópico del exilio. O sea, en lugar de escribir un argumento sobre alguien que se va de Cuba, lo hiciéramos sobre alguien que regresa a Cuba (el personaje que se llamaría Amadeo) y... decide quedarse, ante el asombro más que justificado de los que han permanecido en el país, viviendo incluso circunstancias difíciles, y, como tantos cubanos, han visto partir a mucha gente, incluidos padres, hermanos, amigos, hijos.”  

            El caso es que Padura, en su casa en el barrio de Mantilla, se puso a teclear la “especie de argumento guionizado” que pronto tituló Vuelta a Ítaca, en cuya expectativa cinematográfica Cantet buscaba que Padura fuera uno de los intérpretes, pero el novelista rechazó esa propuesta; que, se infiere, hubiera sido la caracterización del escritor Amadeo (el único escritor del grupo de cinco viejos amigos cincuentones), que es el desterrado en Madrid durante 16 años (se fue de Cuba en 1994), el cual regresa en 2010 a La Habana decido a quedarse (para volver a escribir y sentirse escritor), pese a las autoritarias y riesgosas dificultades que esa decisión implica. Más aún porque en el “Argumento-guión” [sic] de “Vuelta a Ítaca” que se lee casi al final libro, Eddy les dice al corro reunido en la azotea, sobre la novela que Amadeo supuestamente tiene aleteando en la oquedad del coco: “Por lo que me dijo hace dos años cuando nos vimos en Madrid tiene que ver con nosotros, o con gentes como nosotros... Pal carajo, qué disparate...” No obstante, el drama existencial de ese grupo de amigos es un tema recurrente y obsesivo en la obra de Leonardo Padura, pues una y otra vez ha transpuesto en sus narraciones el drama individual, social, económico, político, existencialista, ideológico e histórico de su generación; además de en La novela de mi vida, en El hombre que amaba los perros, en Como polvo al viento, en las novelas policíacas de la saga de Mario Conde, en los argumentos de los guiones “Vuelta a Ítaca” y “Regreso a Ítaca”, cuyo médula y quintaesencia autobiográfica bosqueja en el ensayo “La generación que soñó con el futuro”, fechado en “2013” y reunido en su libro Agua por todas partes (Tusquets, 2019), en cuya portada se observa, significativamente, el cerrado encuadre, de un retrato más amplio, del niño Leonardo de la Caridad Padura Fuentes haciendo la tarea con su uniforme pioneril del ciclo escolar “1960-61”.

           

Colección Andanzas núm. 938, Tusquets Editores
México, agosto de 2019

          Pero ni tardo ni perezoso, Padura (el más empecinado Sísifo de su generación de Sísifos) tuvo listo el argumento guionizado de Vuelta a Ítaca. Y una tarde habanera de “principios de junio de 2010”, fueron convocados los actores en “una azotea del barrio habanero de El Vedado”, donde se efectuó “un protoensayo, que a la vez funcionaría como casting para el rodaje del corto, y para el cual Cantet les pidió a los intérpretes que, cuando lo creyeran orgánico, se explayaran en determinados conflictos, incluso que si lo sentían necesario se olvidaran del argumento escrito y fuesen ellos mismos, con sus experiencias y sus pasiones. Como director, sólo intervino para pedirles en algún momento que alternaran sus personajes o se ubicaran en un lugar preciso del espacio escogido. Mientras, Laurent Cantet iba recogiendo todo el proceso con su pequeña cámara personal.”

      Luego de esto, el cineasta voló de La Habana al Canadá para iniciar el rodaje de su película Foxfire (2012). Y Padura, dice: “inspirado por lo ocurrido en la azotea habanera durante el ensayo-casting, reescribí el argumento original y se lo envié a Cantet, tal como habíamos quedado...”

     Vale reiterar, entre paréntesis, que ese argumento figura antologado casi al final del presente libro con el título “Vuelta a Ítaca”, “Guión [sic] para corto del filme Siete días en La Habana”, datado al calce en Abril de 2010 y firmado en solitario por Leonardo Padura Fuentes. Fecha relevante porque casi al inicio del libreto apunta el guionista: “Una simple mirada del entorno nos dice que estamos en La Habana de 2010.”

 


               Pero la respuesta del cineasta que recibió Padura en su casa de Mantilla, nuevamente lo sorprendió y fue el germen del llevado y traído guion que luego se convertiría en la película Retour à Itaque (2014), rodada en La Habana durante “diecisiete noches en una terraza habanera” apunta Cantet en su prefacio, datado en París, diciembre de 2015, pese a que el filme inicia en la tarde de un día y termina en el siguiente amanecer, con un par de escenas en el interior del departamento (minúsculo en el texto) donde subsiste Aldo (el Negro) con su madre Fela y su hijo Yoenis, jovenzuelo y nini (ni estudia ni trabaja), novio de una tal “Leidiana, que viste de negro, al estilo gótico: t-shirt con imagen de ‘Drácula’, [y] pantalón ceñido”. Según cuenta Padura: “Unos pocos días después recibí un e-mail del director francés, remitido desde Canadá. En el mensaje [enviado el sábado 19 de junio de 2010 y que él transcribe traducido al español por María Elena Cos Villar], se disculpaba conmigo, pero, luego de ver los materiales filmados, estaba convencido de que, con aquella historia, no podía hacer un corto para Siete días en La Habana... ¡porque justo aquella historia merecía un largometraje! Clamaba por más profundidad, más espacio para el desarrollo de los conflictos, más aire para los personajes. Y aunque no tenía productor asegurado para hacer ese largometraje, definitivamente no iba a gastar aquella bala en un blanco que no le parecía el más adecuado...”

IV de VII

Datado en Abril de 2010, el “Argumento-guión” [sic] de “Vuelta a Ítaca” se lee en el libro entre las páginas 159 y 178. Y está dispuesto en tres cuadros. Mientras que entre las páginas 19 y 124, en quince escenas numeradas, se lee el argumento del guion de “Regreso a Ítaca”. Y en una preliminar nota advierten los coautores y la colaboradora: “Para facilitar la lectura del guión [sic], hemos decidido suprimir las acotaciones propias de este tipo de formato. El texto que sigue a continuación tiene una forma más literaria, pero respeta el guión [sic] original en su contenido y forma.”

            Sobre el reparto de “Personajes” en “Vuelta a Ítaca” se lee como si se tratase del preámbulo de un libreto teatral:

      “Amadeo, Aldo, Tania, Rafael (Rafa) y Eduardo (Eddy). Tienen algo más de cincuenta años. No importa especialmente el color de su piel. Son cubanos, habaneros, y viejos amigos. Amadeo es escritor y hace dieciséis años que vive en España, donde se quedó durante una gira del grupo de teatro del cual era asesor dramático; Aldo, ingeniero mecánico, interrupto, vive de hacer baterías de autos en un taller clandestino; Tania; oftalmóloga; Rafa, pintor, sin ningún talento especial; Eddy, periodista de profesión, nunca ejerció y es directivo de una empresa artística.”

      Pero además, en otra nota preliminar, se apela a la improvisación actoral: “El texto se propone como una estructura dramática en la que los actores, en la medida en que se apropien de sus personajes y del conflicto creado, puedan enriquecerlo en la puesta en escena.”

    Mientras que en “Regreso a Ítaca” se lee sobre los “Personajes”:

 

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

            
Amadeo, Aldo, Tania, Rafael (Rafa) y Eduardo (Eddy). Tienen algo más de cincuenta años. Son cubanos, habaneros, y viejos amigos. Amadeo es escritor y hace dieciséis años que vive en España, donde se quedó durante una gira del grupo de teatro del cual era asesor dramático; Aldo, negro, ingeniero mecánico, interrupto, vive de hacer baterías de autos en un taller clandestino; Tania, oftalmóloga [quien en la película —no en el guion—, experimenta una emotiva y catártica conmoción al oír los coros e iniciales acordes de California dreamin’, de The Mamas & The Papas, otrora de la música perniciosa, al igual que los Beatles, prohibida por la ortodoxia ideológica del ‘socialismo científico’, encarrerado como un bólido al comunismo, ‘la etapa superior y definitiva del desarrollo de la humanité’]; Rafa, pintor, sin ningún talento especial; Eddy, periodista de profesión, nunca ejerció y es directivo de una empresa turística del gobierno cubano.”

   


              Desde luego que en “Regreso a Ítaca” el drama de cada uno de los cinco protagonistas —y el conflicto entre ellos— está ampliado y comprende, además de variantes, más matices y tensiones. En el desarrollo de la obra, los personajes vociferan coloquiales palabrotas y lúdicas bromas con que evocan y se burlan del dogmatismo ideológico de manual socialista de su sovietizado proceso educativo, y hacen anecdóticas alusiones autobiográficas en torno a la coerción autoritaria y política con que fueron domesticados, reprimidos y manipulados en la época estudiantil del preuniversitario (repleta de prohibiciones individuales y obligaciones comunitarias). Pero también cada uno bosqueja el doloroso, visceral y traumático drama de su individualidad y de su presente fracaso (“Una generación de vencidos. Amenazados con la dispersión, la frustración, el miedo”, resume Aldo), inextricable a la consubstancial falta de libertades y de expectativas de un futuro abierto y mejor, a la indigna y humillante pobreza y mediocridad de sus ingresos profesionales con excepción de Eddy, pero por corrupto, y con el detalle de que Aldo, el creyente ideológico del supuesto Hombre Nuevo del supuesto “socialismo científico” (incluso de la supuesta validez de la guerra de Angola), labora en la clandestinidad con materiales robados por otros al Estado (no obstante: lo mismo peca el que mata la vaca, que el que le sostiene la pata); todo ello en el consuetudinario contexto del iluso y vaporoso devenir de la Cuba sovietizada de los años 70 y de las múltiples hambrunas y carencias durante el Período Especial de los años 90 (Xiomara, la entonces esposa de Aldo, en esa época “aprendió a hacer bistecs de cáscaras de toronjas” que “Sabían a mierda”), cuyo culmen es la sorpresiva e inesperada revelación de por qué Amadeo, en 1994, se quedó en España: era acosado y usado como espía y chivato por una tal Gladys, agente del Ministerio de Cultura que le causaba pavor y que lo chantajeaba, les confiesa, por los 500 dólares que le cobró “a un grupo de teatro latino en Nueva York” sin estar autorizado para hacerlo. Y se quedó en Madrid, les revela (aunque cabe la posibilidad de que sí haya soltado la sopa sobre algo puntilloso), para no espiar y delatar lo que hacía y decía el pintor Rafa (proclive a parlotear lo que no debería parlotear), excluido en el 94 de una exposición que se iba a montar en una galería parisina. Lealtad y protección al compinche (eso sí) de la que sólo estaba enterada Ángela, su mujer y amiga del grupo de la azotea, quien enfermó y murió de cáncer mientras él estaba sobreviviendo en Europa. (Algo doloroso que Tania, ignorante de las menudencias madrileñas y del trasfondo del destierro de Amadeo, le recrimina ríspida y colérica una y otra vez.) Intríngulis que está consonancia con la valoración moral y afectiva de la amistad (casi una filosófica entelequia) que Fela les formula al corro, casi jalándoles las orejas por mal portados en la clase de ética y civismo, luego de que viera a Eddy abandonar la azotea hecho un incendiario energúmeno:

   “—¿Qué le hicieron ustedes? —insiste Fela.

   “—Nada, Fela, no te preocupes..., una bobería —dice Tania.

   “—No, él no se hubiera ido por una bobería —dice Fela.

   “Los amigos se miran. La perspicacia e insistencia de la mujer los ha puesto en un aprieto. No encuentran nada que contestar, como niños cogidos en falta.

   “—Está bien, no me digan nada —acepta Fela—. Pero acuérdense de una cosa: si después de todo lo que les ha pasado en la vida, si con lo pesados e insoportables que siempre han sido, se han resistido unos a los otros como cuarenta años..., ¿vale la pena que se disgusten por una bobería, como dicen ustedes?

   “—Mira, vieja... —Aldo trata de explicarse, pero Fela, molesta, sigue como si no lo hubiera oído:

  “—Déjame terminar, que estoy hablando... Que Amadeo esté aquí es lo más importante. La amistad es lo más importante. Eso es un privilegio y..., bueno, ya acabé mi discurso. Me voy a vigilar mis frijoles...”

 

Colección Andanzas s/n, Tusquets Editores
México, 8ª reimpresión, México, febrero de 2022

         Y aquí vale señalar, entre paréntesis, un lapsus pendeji que refulge en el texto, tal negro y brillante frijolillo saltarín en la sopa de letras cubanas; raro bicho infiltrado en el ecosistema del clan, pues según apunta el escritor en la página 668 de Como polvo en el viento (pese a que allí son notorias y relevantes las contradicciones e inconsistencias en vertebrales fechas y sus datos): “Tengo siempre un grupo de lectores que generosamente me ayudan a encontrar los errores, excesos y entusiasmos innecesarios de mis textos.” Cuando Amadeo, Aldo, Rafa y Tania ya llevan un inicial rato parloteando sandeces en la azotea, llega Eddy por primera vez. Es decir, en la página 42 se lee: “por la escalera que da acceso a la azotea, Eddy hace su entrada sonriente”.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           Pero luego de haberse largado echando pestes por el áspero cuestionamiento del que fue objeto y por la fuerte discusión que tuvieron, Eddy regresa a la azotea donde los otros cuatro ya están cenando lo cocinado por Fela con la aportación monetaria de Amadeo (quien también puso el vino traído de España); pero no regresa por la escalera, como por lógica debería ser, sino que, se lee en la página 88: “Entonces se abre la puerta y aparece Eddy, otra vez con una bolsa en la mano.”

      Vale aclarar que en la película dirigida por Laurent Cantet esa cena se efectúa en el comedor del interior del departamento donde vive Aldo (con su madre y su hijo) y que Eddy regresa por el interior caminando por unas escaleras y un corto pasillo y entra al comedor cruzando un marco abierto en el que no hay puerta y donde los otros cuatro ya están sentados, cenando y hablando frente a la mesa. No obstante, en el texto del filme antologado en el libro, además de que tampoco hay una puerta que dé acceso a la azotea, la cena se lleva acabo allí mismo en la azotea y no en el interior del departamento. Es decir, en la descripción inicial del escenario, entre las páginas 23 y 24 se lee: “En el centro de la azotea hay una mesa baja con algunas cosas para comer, una botella de ron blanco, una hielera, una botella grande de refresco de cola y otra de agua.” Y en la página 83, donde Tania sirve y Aldo, Amadeo y Rafa han comenzado a probar la cena sin la presencia de Eddy, se lee: “Se escucha ruido de cubiertos y platos. La mesa baja que ha estado en el centro de la azotea se ha convertido en una larga mesa de cenar, gracias a unos soportes de hierro que le dan más altura. Un mantel de hule ahora cubre la madera. La mesa está puesta. En el centro hay una fuente de arroz blanco y otra de malangas hervidas rociadas con mojo, una olla humeante con frijoles negros, una bandeja con lascas de carne de cerdo asada. Cervezas, refrescos, vino tinto español, ron, hielo. También una canasta con rodajas de pan.”

        Quizá el extravío del hilo de la trama que suscitó ese lapsus pendeji (pese al nado sincronizado de las seis manos y las tres cabezas pedaleando en la misma sumergida bicicleta china) se deba a que al inicio de “Vuelta a Ítaca”, en la página 163, de una manera muy teatral la voz narrativa habla de una puerta: “La acción comienza como si alguien —el espectador— se asomara a la puerta de madera que da a la escalera o como si fisgoneara desde otra azotea y viera lo que ocurre con las cinco personas reunidas allí.”

V de VII

Pero regresando a la obra pictórica que Rafa hizo en el 94, este les dice a sus cuatro amiguetes del apocalipsis: “era la que era”. “Me la luché yo solo, cuando más jodido estaba esto aquí. Trabajé como un loco pintando los cuadros que iba a llevar, creo que era lo mejor que había pintado en mi puta vida [...] no era cosa del curador, a él le gustaba mi trabajo. Alguien de más arriba no me quería en esa muestra...” Lo cual fue el inicio, resume y revela, de una constante y cada vez más aguda marginación y exclusión que lo empujó a la depre, al quiebre con su mujer, a la soledad, al alcoholismo y a la pérdida de esa manera de pintar, ahora irrecuperable. Y pudo salir de la bebida, les dice, por el apoyo de la treintañera Karelia, su actual pareja, que lo conectó con un médico y un babalao (quizá comulgante de algún “santo”: ¿Changó? ¿Yemayá? Elegguá? O sea: baila yambó sobre un pie, ¡que te curas!). Y como ella es marchante, puede vender en una galería los cuadros que ahora hace. “Abstraccionismo tropical”, etiqueta Eddy. “Y esa mierda es lo que sigo haciendo”, apostrofa el pintor. “Y lo más jodido es que se vende. Barato, pero se vende [...] Lo que yo hago no es pintura, mancho telas... para ganar dinero... como una puta...”

     

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           De esa época creativa del año 94, Aldo preserva “una tela de 1,50 x 2 metros” en la que “dominan los colores oscuros, muy empastados”, donde “se ve algo así como una ciudad en penumbras, arruinada, como la ciudad oscura que los rodea en ese mismo momento” por un súbito apagón. Lienzo que Aldo saca del interior a la azotea en la penumbra del apagón y de unas velas encendidas y que Amadeo recuerda haber visto antes de irse al destierro, cuyos detalles se aprecian mejor al amanecer. Una fascinante reinterpretación de La Habana, se lee, de cuya temática, en “Vuelta Ítaca” donde la expo iba a ser en Roma, dice el artista con su escatológica viperina de coprófago hasta la médula: “Un día miré todo lo que había pintado y me pareció una mierda, una mierda de arriba abajo, a pesar de lo que decían de mí y de las exposiciones que me hacían. Entré en crisis y empecé a pintar cómo yo veía a La Habana de los apagones y la suciedad. Iba a ir a una exposición en Roma, y de pronto, nadie sabe cómo ni por qué, me sacaron de la exposición, del catálogo, de todo. Yo no les dije nada a ustedes porque no quería parecer paranoico, pero a alguien no le cuadró mi trabajo y me tachó con una cruz, ¡dale fuera! Entonces empecé a pintar esas cosas que hago ahora, cuatro brochazos y a cagar... Claro que son una mierda, pero no me busco líos...”

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           Todo lo cual, en ambos libretos, fue precedido por la cáustica, revulsiva e inesperada revelación de Amadeo: por sus cojones ha decidido quedarse en La Habana y no volver a Madrid, donde tenía hábitat y un salario de profesor, que incluso le permitió hacer turismo en otros países de Europa. Es decir, pudo regresar a Cuba por un permiso oficial (cuya temporalidad no se menciona), pero que implica y conlleva la sugerida probabilidad de que lo metan preso si rebasa el límite (quizá en un gulag tirando a la cárcel de Guantánamo) o lo regresen ipso facto agarrado de las greñas (si las tuviera) y con una sonora patada en el culo: ¡fua! Y ha decidido quedarse porque, les canta (como si también cantara boleros, pero solitario en un vaporoso y evanescente antro cubano donde sólo está él): “yo quiero volver a escribir, quiero sentir que soy escritor”. O sea, en la capital española nunca dejó de ser un extraño visitante: un alien lanzado a otro planeta, un solitario hasta las heces y la mugre de las uñas, y un simple extranjero en busca de empleo, casi un raro y diminuto espécimen caribeño semejante a esos anacrónicos, larvales e infinitesimales insectos de una plaga extraña, fanáticos del juego de pelota y del uniforme de pelotero; que además nunca dejó de sentir nostalgia por la isla perdida en las remotas Antillas, donde tenía esperando a su amada Penélope (su cómplice y fiel confidente de lo más oscuro), tejiendo y destejiendo dentro de un diminuto caracol anclado a una subterránea y ancestral piedra imán, y a los amigos de toda la vida en cuyas voces se reconoce, escucha y siente su propia, intrínseca, indeleble y barriobajera identidad cubana. Y más aún: no fue capaz de aporrear una línea que tuviera sentido para él, que es escritor hasta las cachas y los churritos del culo; y ahora supone y espera que podrá hacerlo, de nuevo, en La Habana. ¿Podrá? ¿Y en dónde va a publicar? ¿En los canales sancionados por el régimen antidemocrático y antilibertario? ¿Y en qué va a emplearse con su mácula de fugado? ¿De matarife de cerdos en una azotea habanera? ¿De clandestino asistente del ingeniero Aldo? ¿De experto en el invento callejero?

VI de VII

Por antonomasia, y sin rascarle nada, el título del libro, de la película y del guion evoca el mítico y legendario regreso de Odiseo (Ulises) a la pequeña isla griega de Ítaca. Pero el escritor Amadeo no es un héroe, sino un antihéroe y para el colmo: microscópico. Y más aún: es una víctima (ídem toda su traumada y frustrada generación) de los designios que tejen y destejen los autoritarios y ubicuos dioses del Olimpo “revolucionario” que, con mano dura, represiva y manipuladora, expolian y gobiernan Cuba desde el 1 de enero de 1959, pasando por el fórceps soviético urdido en 1961 y su pulverización con la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, al unísono del torturante racionamiento, de la escases in crescendo, y de la esclerosis económica del Período Especial de los 90.

     

Colección Andanzas núm. 470, Tusquets Editores
Barcelona, marzo de 2002

          En torno a tal fatalidad ontológica (y gnoseológica), y al hecho de que el guion está inspirado en episodios de La novela de mi vida, el libro cierra con un par de fragmentos de esa obra de Leonardo Padura editada en Barcelona, en marzo de 2002, con el número 470 de la Colección Andanzas de Tusquets Editores. El Fragmento 1 se lee en las páginas 36-43 de esa edición príncipe y el Fragmento 2 en las páginas 162-167. En el primero se ve Fernando Terry, profesor de liceo en Madrid, de 48 años, recién llegado a La Habana —tras 18 años de destierro iniciado por el puerto del Mariel en mayo de 1980— reunido con cinco viejos amigos (los Socarrones) en la azotea del vetusto y astroso edificio donde aún vive el poeta Álvaro Almazán. Y en el segundo, los Socarrones son ocho jóvenes, alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana; están en la misma azotea, el ámbito de sus particulares e íntimas tertulias literarias y existencialistas, y es la tarde del “23 de octubre de 1974”. Pero, curiosamente, y pese a que todos los caminos llevan a Padura, ningún dedo flamígero antologó el fragmento que cierra esa vertiente narrativa y que corresponde a la noche, a la madrugada y al amanecer en que los viejos Socarrones sobrevivientes y Delfina, en la azotea, despiden al profe Fernando Terry Álvarez bebiendo, fumando y leyendo la copia definitiva de la Tragicomedia cubana (novela teatral), pues ese día es el día de la partida y de su vuelo a España, puesto que concluye el mes de permiso que obtuvo en el consulado cubano en Madrid.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

            Es decir, ese dramático victimismo que se observa en los personajes reunidos en la azotea en “Regreso a Ítaca”, es semejante al trágico victimismo que Fernando Terry observa en él y en su viejo clan reunido en la azotea hasta al amanecer del día de su partida: “Con la llegada del amanecer el ensalmo se deshizo [el quimérico viaje a la setentera y mítica Isla Perdida, repleta de prohibiciones, a través de la lectura en voz alta de la Tragicomedia cubana] y Fernando pudo sentir cómo los años regresaban a ocupar su sitio irreversible en el destino de los personajes trágicos que les ha tocado vivir: sin voluntad propia, sin expectativas ni futuro discernible, cargados con el fardo de un pasado avasallante, marcado por las frustraciones, las sospechas, las distancias y los resquemores.” Y más aún: tiene “La certeza de que todos ellos han sido personajes construidos en función de un argumento moldeado por designios ajenos, encerrados en los márgenes de un tiempo demasiado preciso y un espacio inconmovible, tan parecido a una hoja de papel, le revela la tragedia irreparable que los atenaza: no han sido más que marionetas guiadas por voluntades superiores, con un destino decretado por la veleidad de los señores de Olimpo, que en su magnificencia apenas les han otorgado el consuelo de ciertas alegrías, poemas cruzados y recuerdos todavía salvables.”

    “¿Siempre ha sido así?, se pregunta entonces [ensimismado Fernando Terry], al recordar las veleidades del destino de José María Heredia, arrastrado por los flujos y reflujos de la historia, el poder y la ambición, atrapado en un torbellino tan compacto que lo llevó a sentir, con apenas veinte años, el signo novelesco que marcaba su existencia. ¿Es posible rebelarse?, se pregunta después, ya por pura retórica, sólo para abrir más la herida, pues sabe que el acto de la rebeldía es el primero que les ha sido negado, radicalmente extirpado de todas sus posibilidades y anhelos. Sólo le queda cumplir su moira, como Ulises enfrentó la suya, aun a su pesar; o como Heredia asumió la suya, hasta el final.”

 VII de VII

Según apunta Leonardo Padura en su memoriosa crónica fechada en Noviembre de 2015, “La decisión final de exhibir Regreso a Ítaca dentro de la programación del Festival de Cine Francés que se celebra anualmente en Cuba fue el resultado de una victoria colectiva de los creadores cubanos, especialmente los cineastas. Y el aplauso que cerró su exhibición, la tarde del 2 de mayo de 2015, constituyó la confirmación de que teníamos razón y de que el arte aún tiene mucho que hacer y decir en una sociedad como la cubana, necesitada de más espacios de confrontación, debate, libertad expresiva.”

            Pero además de los más de mil doscientos espectadores que aplaudieron a rabiar, puestos de pie, el día del estreno en la sala Charles Chaplin, la película, por los callejeros canales de Radio Bemba (bembita y bembón), ya había generado expectativa en la atmósfera habanera, pues según reporta Padura en un pie que se lee en la página 128: “Aunque era el estreno oficial, muchos espectadores cubanos ya habían visto la película, que unos días antes había empezado a circular en el canal de distribución clandestino y alternativo llamado ‘el paquete’. ‘El paquete’ es un compendio de productos audiovisuales, pirateados de las más disímiles plataformas, que semanalmente se prepara y se distribuye (y se vende) a los interesados a través de discos duros externos que el comprador descarga en su computadora personal. Por esta circunstancia no se produjo fuera de la sala de proyección la aglomeración de público que amenazaba producirse por las expectativas creadas por y alrededor de la cinta. ¿Fue obra de la casualidad que la película se distribuyera en ‘el paquete’ justo esa semana?”

            Según dice Padura: “aunque la película ha recibido acusaciones extra artísticas dentro y fuera de Cuba, sobre todo se ha ido convirtiendo en un paradigma, casi un documento, por su capacidad de representar una realidad y época complejas, contradictorias, dramáticas para los que más cerca o más lejos hemos compartido la vida de esa pequeña isla del Caribe a la cual pertenecemos y que, por nacimiento y cultura, nos pertenece...”

           

Leonardo Padura y Laurent Cantet

            Y por lo que sostiene, exultante y celebratorio, la película resulta o semeja una especie de manifiesto de identidad, o una declaración de principios idiosincrásicos y ontológicos: “lo singular del caso es que Laurent Cantet, siendo francés, ha hecho una película profundamente cubana y, además, visceral y necesaria: porque creo que pocas veces (me atrevo a escribirlo, y asumo las posibles reacciones), de un modo profundo y adolorido, se han mostrado en el cine los dramas existenciales y materiales de una generación de cubanos que, viviendo en la isla o dispersos por el mundo, nos revelamos hoy como los actores y sobrevivientes de una experiencia traumática que la historia, el destino, la política y la geografía nos han hecho vivir por el solo hecho de haber nacido y vivido en el país que el destino nos deparó. El país donde muchos de nosotros insistimos en seguir viviendo, creando, trabajando, porque como dice el personaje de Amadeo: ‘Este también es mi país... ¡Mi-pa-ís, coño!’ ‘Mi casa.’ La casa de todos los cubanos.”

       Circunstancia vital que el maltratado pintor Rafa comparte y reitera en “Vuelta a Ítaca”, cuando concede que Amadeo tendría que tener la consustancial libertad y el consustancial e inapelable derecho de irse de Cuba y regresar sin mayor problema en el instante en que él lo decida: “Total, alguna vez uno de nosotros tiene que poder hacer lo que quiere hacer. Tú te quedaste [en Madrid] porque te dio la gana, bien; y ahora quieres volver, pues p’alante también. Sí, qué coño, esta mierda también es tu país... Nos hemos pasado la puta vida haciendo lo que otros nos dijeron que teníamos que hacer...”

            A modo de corolario, vale apuntar que, como tributo y festejo del séptimo arte, las cinco partes que integran el libro están rotuladas como si se tratase de las secuencias de una película: “Secuencia 1: Rodar en Ítaca” (el prefacio del cineasta); “Secuencia 2: Regreso a Ítaca” (el argumento novelado del guion); “Secuencia 3: Todos los caminos conducen a Ítaca” (la crónica memoriosa de Leonardo Padura, dividida en siete partes rotuladas escenas); “Secuencia 4: Vuelta a Ítaca” (el texto del corto que nunca se rodó y que fue la base del guion del filme Retour à Itaque); y “Secuencia 5: La novela de mi vida” (el par de fragmentos de esa obra que inspiró y originó el modelo para armar y montar en la pantalla grande, o sea: el jueguecito de afinidades electivas y cinéfilas).

 

Leonardo Padura y Laurent Cantet, Regreso a Ítaca. Colección Andanzas núm. 881, Tusquets Editores. México, julio de 2016. 208 pp.

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Trailer de 7 días en La Habana (2012).

Trailer de Regreso a Ítaca (2014).

California dreamin’, The Mamas & The Papas

miércoles, 1 de mayo de 2024

Smoke & Blue in the face

El acto de leer y contar, el punto zen y lo único

 

I de III

El día de la Nochebuena de 1990, en San Francisco, California, Wayne Wang, director de cine de origen chino, leyó en el New York Times el “Cuento de Navidad de Auggie Wren”, escrito por el norteamericano Paul Auster, a quien no conocía ni como lector ni en persona. Pero el texto lo emocionó y le gustó tanto, que se propuso leer sus libros y sobre todo hacer una película basada en tal relato. En mayo de 1991, Wayne Wang visitó a Paul Auster en su estudio de Park Slope, el barrio neoyorquino en Brooklyn, donde entonces residía el novelista desde hacía más de quince años. Tal visita incluyó un tour repleto de relatos y leyendas que le contaba Paul Auster sobre la urbe, el barrio y su gente. Un almuerzo en el Jack’s, el restaurante donde Auggie Wren le narra el Cuento de Navidad al Paul del relato que publicó Paul Auster en el New York Times; y entre otros ejemplos de futuras localizaciones extraídas del cuento, una visita al verdadero estanco ubicado en el centro de Brooklyn que inspiró al verdadero Paul, sitio donde el escritor suele adquirir sus latas de Schimmelpennincks, los puritos holandeses que le place fumar. 

     


        Pero lo más importante es que a partir de tal encuentro empezaron a concebir el proyecto que, no sin vicisitudes, derivaría en lo que es la película Smoke (1995), guionizada por Paul Auster y dirigida por Wayne Wang filme que en la Berlinale de ese año obtuvo el Premio Especial del Jurado y al año siguiente el Premio Independent Spirit al Mejor primer guion— y que suscitó el rodaje de Blue in the face (1995), codirigido por Wayne Wang y Paul Auster, en base a ciertas “Notas para los actores” escritas por éste, las cuales sirvieron de arranque para las libres interpretaciones y espontáneas improvisaciones hechas por el reparto notable por los sucesivos e instantáneos cameos, lo que suscitó que Peter Newman, uno de los productores, la calificara de “un proyecto en el que los internos asumen la dirección del manicomio”.  

 

Wayne Wang, Harvey Keitel y Paul Auster

Smoke & Blue in the face, p. 208


          Entre el reparto de Blue in the face figura Harvey Keitel, quien en Smoke también caracterizó a Auggie Wren, el dependiente de la tabaquería; Mel Gorham, repitiendo a Violet, que ya no es la ligue latina de Auggie, sino la mujer con quien sale; Victor Argo, de nuevo en el papel de Vinnie, el dueño del estanco donde despacha Auggie; y entre los que no estuvieron en Smoke: el guitarrista, compositor y cantante Lou Reed, monologando (en el sitio que le corresponde a Auggie tras el mostrador) una serie de hilarantes razones y sinrazones de índole existencialoide y pseudofilosóficas; Madonna, en un fugaz aleteo de cantarina-mensajera; y el cineasta Jim Jarmusch, notorio en su papel de Bob, el fotógrafo que asiste al estanco para fumarse con Auggie su último cigarrillo; pero sobre todo por ser el director de Extraños en el Paraíso (1984), Bajo el peso de la ley (1986), Hombre muerto (1995), Coffee and Cigarettes (2003), entre otros filmes.

 

Harvey Keitel y Jim Jarmusch

Smoke & Blue in the face, p.245


         Y si una detallada enumeración de los participantes implica citar a Harvey Wang, fotógrafo que filmó una serie de secuencias documentales en video súper 8, de cuyas imágenes varios fragmentos fueron insertados entre el total de fragmentarias secuencias que conforman la película, tampoco es posible ignorar a Christopher Ivanov, el montador, a quien Paul Auster reivindica diciendo: “Wayne y yo pasamos incontables horas en la sala de montaje con Chris, probando docenas de ideas diferentes en una conversación triangular continuada, y su energía y paciencia fueron inagotables. En todos los sentidos de la palabra, él es coautor de la película.”

       

Panorama de narrativas núm. 339, Editorial Anagrama, 3ª ed.,
Barcelona, noviembre de 1996

         
En este sentido, el libro Smoke & Blue in the face, profusamente ilustrado con anónimas fotos y fotogramas en blanco y negro
—cuya primera edición de Anagrama data de noviembre de 1995 (el mismo año que en Nueva York apareció en inglés coeditado por Hyperion y Miramax)— inicia con un prólogo en el que Wayne Wang alude su descubrimiento de Paul Auster, el inicio de la amistad, y su consecuente y mutua colaboración en ambos filmes. Y enseguida el libro se divide en los dos principales apartados: Smoke y Blue in the face.  

 

Lou Reed

Smoke & Blue in the face, p. 221

        La sección de Smoke comprende tres partes: “Cómo se hizo Smoke”, una entrevista a Paul Auster realizada por Annette Insdorf, “Catedrática del Departamento de Cine de la Escuela de las Artes de la Universidad de Columbia y autora de François Truffaut”; Smoke, el guion escrito por Paul Auster, precedido por los créditos de la película, pese a que el filme y el texto difieren; y el “Cuento de Navidad de Auggie Wren”, que el narrador escribió en 1990 para el New York Times.

     

Cintillo

           
La sección de Blue in the face también comprende tres partes: “Esto es Brooklyn. No seguimos el reglamento”, un prefacio de Paul Auster en el que bosqueja ciertos incidentes y anécdotas que dieron origen a este divertimento fílmico que, sin ser continuación de Smoke, está intrínsecamente emparentado, tanto por el hecho de que el estanco
el sitio donde despacha Auggie Wren es la locación principal (el interior o la esquina que da a la calle) y por ende donde se desarrollan la mayoría de las azarosas, fragmentarias, delirantes y risibles secuencias que la constituyen, como por la circunstancia (ya mencionada) de que varios de los actores que estuvieron en el anterior reparto, repiten la caracterización que les correspondió. En este sentido, si Blue in the face es “un buñuelo relleno de aire, una hora y media de canciones, bailes y disparates”, “un himno a la gran República Popular de Brooklyn” según la define Paul Auster, la tabaquería donde despacha Auggie, ubicada en la víscera cardiaca de tal sector neoyorkino, es una bufa y distendida idealización de la vida cotidiana en Brooklyn y de los destinos cruzados que se dan cita en el estanco; es decir, sin la crudeza, la violencia y la marginación que se fermenta y empantana por allí.

     

Smoke & Blue in the face, p. 303

         La segunda parte correspondiente a la sección Blue in the face, son las “Notas para los actores” escritas por Paul Auster, divididas en dos segmentos: “Julio” y “Octubre”; lo cual alude el hecho de que las escenas fueron rodadas durante tres días de cada mes. Cada una de las “Notas para los actores”, ya sea que haya sido suprimida en el filme o no, está acompañada, al pie, por una serie de anecdóticos comentarios del mismo Auster, escritos después de realizada la película. Y por último, con los créditos por delante, figura la transcripción del filme Blue in the face; es decir, de lo pergeñado entre el guionista (que aquí, pese a él, se revela como un creador de gags), los directores, actores, fotógrafos, montador, etcétera.

       

Paul Auster y Wayne Wang

Smoke & Blue in the face (Anagrama, 1996)
p. 217

          
Es evidente que a través de la entrevista a Paul Auster
—Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2006—, de los prólogos, los guiones, las notas y los comentarios, se desvelan y comprenden algunos intríngulis que oscilan alrededor y detrás de los procesos de rodaje y montaje y del resultado final de ambos filmes, como es, en Smoke, la relevante particularidad del Cuento de Navidad que en el Jack’s le narra Auggie Wren al escritor Paul Benjamin (el alter ego de Auster que también tiene su estudio en Park Slope y que fue caracterizado por William Hurt) para que éste lo publique en el New York Times, cuyas retrospectivas imágenes en blanco y negro y la voz en off de Auggie, serían, según el guion, intercaladas entre el diálogo que tête à tête sostienen en el Jack’s. (Vale observar, entre paréntesis, que Benjamin es el segundo nombre de Paul Auster y el pseudónimo con que en 1976 publicó su primera novela: Juego de presión.) Pero luego las dificultades para sincronizar el alterno montaje de los fragmentos de ambas secuencias paralelas, hizo que primero se montara la secuencia de la charla en el restaurante y después sin la voz en off de Auggie, pero con una rolita de Tom Waits de fondo: Innocent when you dream (78), la retrospectiva secuencia en blanco y negro de las escenas del Cuento de Navidad que a Paul Benjamin le relata Auggie Wren.

II de III

Tanto Wayne Wang, como Paul Auster, narran que desde el primer día que se vieron y deambularon por Brooklyn tuvieron la certeza de que iban a ser grandes amigos. Quizá esto fue una especie de elemento premonitorio y de buen augurio que signó el hecho de que en la trama de Smoke, pero también en la de Blue in the face, la calidez humana y el valor de la amistad tienen gran trascendencia. Si no hubiera sido así, el papel de Auster en Smoke hubiera concluido con su guion; es decir, en contra de la costumbre siguió de cerca el rodaje y el montaje, tanto, que el hecho de estar ahí y de meter su cuchara una y otra vez, es una de las razones por las que él y Wang empezaron a pergeñar el plan y las notas de lo que luego sería Blue in the face. La atmósfera amistosa, según Auster, se hizo extensiva entre el equipo de producción y el reparto. (Daniel Auster, el hijo que el escritor y guionista tuvo con la escritora Lydia Davis, su primera esposa, hizo un fugaz cameo como ladrón de libros.) Así, cabe decir que la cálida complicidad de Siri Hustvedt, la segunda esposa de Auster desde 1981, también está presente en las ideas que dieron origen al primer guion de Smoke que escribió el novelista, y detrás del cuestionario de Blue in the face ubicado en la secuencia denominada “Fundación Bosco”, concebida en un momento en que Paul Auster sentía que el cansancio lo había dejado sin una gota de creatividad.

     

Smoke & Blue in the face, p. 49

            En principio Smoke es una celebración del acto de fumar, marcada por la circunstancia de que los personajes (no todos fumadores empedernidos) se dan cita en ese minúsculo recodo de Brooklyn: el estanco donde despacha Auggie Wren. Esto es así, pese a que no falta algún sesgo moralista en contra de tal placentero y pernicioso hábito, como es, por ejemplo, el que encarna Vinnie, el dueño de la tabaquería, que ya lleva dos infartos, pero que sin embargo no puede dejar sus adorados puros. “Estos cabrones me matarán cualquier día”, dice, llevándose una buena dosis. O el que corporifica el propio Auggie en una escena que se lee en el guion (eliminada en la película), donde al disponerse a proseguir su lectura de Crimen y castigo, en obvia connotación con el título, sufre un ataque de “tos de fumador profunda y prolongada. Se golpea el pecho. No le sirve. Se pone de pie, aporreando la mesa mientras el ataque de tos continúa. Empieza a tambalearse por la cocina. Maldiciendo entre jadeos. Movido por la rabia, tira todo lo que hay sobre la mesa: vaso, botella, libro, restos de la cena. La tos se calma, luego vuelve a empezar. Él se agarra al fregadero y escupe dentro.”

       

Mira Sorvino

Smoke & Blue in the face, p. 20
4

          En cuanto a que la calidez humana y el valor de la amistad es un ingrediente cualitativo que se desliza y trasmina a lo largo de Smoke, esto se puede observar en las siguientes particularidades: Auggie Wren no es un tipo del todo ejemplar: hace alrededor de diecinueve años robó una alhaja para Ruby MacNutt, su único verdadero amor; fechoría que lo obligó a renunciar a la universidad, abandonándose, a través de la marina, durante cuatro años en el azar de la guerra, con tal de no ir a la cárcel. Y otro de sus latrocinios, según dice, data de 1976, cuando se hizo de su primera y única cámara fotográfica; y en 1990
el presente hace lo posible por vender al margen de la ley (o sea: de contrabando) varias cajas de puros cubanos. No obstante es, con todo y su humor negro y su cáustica lengua bífida y aceitada, un buenazo, un tipo de buen corazón y sin grandes aspiraciones. Sin necesitarlo, tiene empleado a Jimmy Rose, un disminuido mental que aporta ciertos cómicos matices. Por hacerle un gratuito favor al escritor Paul Benjamin emplea, también sin necesitarlo, a Rashid, un negro de diecisiete años. Ruby MacNutt, la citada ex mujer de Auggie que otrora lo traicionara con otro, le llega, después de dieciocho años y medio de no verla, con el cuento de que él es el padre de Felicity, una joven de dieciocho años que subsiste en un mísero agujero no muy lejos de allí enfrascada con un inepto y lo peor: con un embarazo de cuatro meses y sujeta al infierno del crack. No obstante, Auggie, después de varios estiras y aflojas, de ciertos giros inesperados y de intuir que Felicity no es su hija, no duda en donarle a Ruby MacNutt cinco mil dólares en efectivo, quizá para la efímera recuperación de la chica en una clínica de desintoxicación; cantidad que representa la única fortuna que poseía, un ahorro de tres años, con la que tal vez hubiera podido reactivar o potenciar su contrabando de puros cubanos.

         

Smoke & Blue in the face, p. 82

           
En este sentido, sólo por pasar un buen rato y por celebrar y ayudar a un amigo que no halla el tema y la resolución de un relato, Auggie Wren le narra a Paul Benjamin el Cuento de Navidad que éste necesita escribir para su inminente publicación en el New York Times. Y sea el relato verdad o mentira, o una mezcla de ambas cosas, en éste, Auggie, donde también es protagonista, por igual es un buenazo que no se raja con la policía cuando un negro mozalbete se roba del estanco unas revistas de mujeres desnudas; esto sólo por el hecho de conmoverse y deducir, a través de ciertas fotos infantiles y de la licencia de manejo que halla en la cartera que el ladronzuelo dejó caer en su apresurada huida, que se trata de “Un pobre chaval de Brooklyn sin mucha suerte”. 

         

Smoke & Blue in the face, p. 157

         Y cuando el mero día de Navidad por fin decide devolverle la cartera, guiándose por la dirección de la licencia, y quien le responde desde el interior y le abre la puerta es la abuela Ethel
una anciana ciega, se deja llevar en un juego de mutua complicidad y mutuos aparentes engaños, cuyo trasfondo implica hacer lo posible aportando víveres, calidez, ternura y muchos cuentos para que la abuela Ethel pase una buena tarde y una agradable cena de Navidad, pese a que Auggie, al ver en el baño un grupo de seis o siete cámaras fotográficas de 35 milímetros (robadas, sin duda), no puede eludir la tentación de robarse una.

       

Smoke & Blue in the face, p. 42


        
Rashid, el negro adolescente que casi sin pensarlo hurtó el botín (¡cinco mil ochocientos catorce dólares!) de un par de verdaderos y peligrosos delincuentes, sin que se lo pidan, salva al distraído de Paul Benjamin de morir atropellado o de convertirse en un tullido o en un imbécil vegetal. Paul Benjamin, para corresponderle, le invita unas limonadas y le da cobijo en su departamento de Park Slope, pese a que después de tres noches ya esté harto de que la presencia del negro trastoque su intimidad y su tiempo de escritor. Sin embargo, más adelante no elude la posibilidad de ayudarlo a resolver sus problemas personales y familiares, y ante los rateros que de pronto, al buscar a Rashid para recuperar el botín, le propinan una golpiza marca diablo; es decir, Paul Benjamin resiste el embate y no delata al negro.

 

Smoke & Blue in the face, p. 305

          Pero es ante el infortunio de Auggie Wren donde se hace todavía más patente el valor de la amistad. Auggie, sin necesitarlo y por apoyar a ambos, le dio empleo a Rashid en el estanco. El negro, absorto en la contemplación de una revista porno, provoca que Auggie pierda, por un derrame de agua, sus cajas de Montecristos, los puros cubanos con los que pretendía doblar su inversión de cinco mil dólares, su única fortuna ahorrada en tres años. Paul Benjamin, al enterarse y pese a que Rashid alega que el botín confiscado a los vándalos constituye todo su futuro, lo induce a entregarle a Auggie cinco mil dólares, de ese botín, para saldar la pérdida de las cajas de puros. “Mejor conservar a los amigos que preocuparse por los enemigos”, le dice. “Ahora tienes amigos, ¿recuerdas? Pórtate bien y todo saldrá bien.”

III de III

Pero también Smoke es una celebración del acto de leer y contar en forma hablada y escrita. Auggie Wren, pese a ser un simple empleado de un estanco de barrio, siempre está leyendo un buen libro; el de Dostoievski, por ejemplo. Pero además, como pícaro y maestro del improvisado y evanescente cuento oral, inventa eróticos prodigios sobre los puros a un ingenuo e inminente papá (escena suprimida en la versión fílmica). “Una mujer es sólo una mujer, pero un cigarro puro es fumar”, le recita al despedirlo asegurándole que son “inmortales palabras de Ruyard Kipling”. “¿Qué quiere decir eso?”, le pregunta el joven papá. “Ni puta idea. Pero suena bien, ¿no?” Es la respuesta.  

   

Smoke & Blue in the face, p. 36

       Pero lo más notable es el
Cuento de Navidad que Auggie Wren le narra y le regala a Paul Benjamin en el Jack’s, cuyo origen e intríngulis, ya lo apuntó el reseñista de marras, resulta ambiguo: entre la posible mentira y la probable verdad. Ante tal equívoco, Paul Benjamin le canta: “La mentira es un verdadero talento, Auggie. Para inventar una buena historia, una persona tiene que saber apretar todos los botones adecuados. (Pausa) Yo diría que tú estás en lo más alto, entre los maestros.” Calificación superlativa que no tarda en ganarse el negro Rashid, pues todo el tiempo se la pasa cambiándose de nombre y contando mil y una mentiras que son viles y vulgares cuentos de nunca acabar; pero además, como lector, se devora Las misteriosas barricadas, de Paul Benjamin. Y dado que es un dibujante nato, el día que cumple sus 17 añotes escoge de regalo varios libros con imágenes de Rembrandt y Edward Hopper, y las cartas de Van Gogh. Cyrus Cole, por su parte, le narra a Rashid la historia de la pérdida de su brazo izquierdo como si fuera una parábola religiosa y moralista. Paul Benjamin, lector y escritor que había dejado de escribir desde la trágica muerte de su esposa, recupera su voz: vuelve a entregarse a la escritura, además de darle forma escrita al Cuento de Navidad que le narra Auggie. Pero también, en medio de ciertas charlas, cuenta de manera oral algunas historias, como la de Sir Walter Raleigh y la fórmula con que resuelve el modo de medir el peso del humo. La del joven que al esquiar en los Alpes, por una inescrutable coincidencia, halla bajo el hielo el cuerpo intacto de su progenitor extraviado hace veinte años y por ende ahora su padre es más joven que él. La de Bajtín atrapado en Leningrado en 1942, con mucho tabaco y sin papel para forjarlo; así, quizá en la antesala de la muerte, poco a poco se fuma su libro: las hojas del manuscrito en el que había invertido diez años de trabajo.

     

Smoke & Blue in the face, p. 155

            Difícil es concebir de carne y hueso a un empleado de una minúscula tabaquería de Brooklyn que lee atentamente Las investigaciones filosóficas de Ludwig Wittgenstein, mientras a su alrededor berrean y dicen burradas los vagos y castradores de Cronos de la OTB (Oficina de apuestas). Y también resulta dudoso que Auggie o Vinnie
el dueño del estanco, que es un vulgar comerciante, haya (o hayan) colocado entre la estantería (como si tuvieran el ojo clínico de un decorador o escenógrafo de un set cinematográfico) varios retratos de iconos fumando que rinden tributo al cine y al tabaco: “Groucho Marx, George Burns, Clint Eastwood, Edward G. Robinson, Orson Welles, Charles Laughton, el monstruo de Frankenstein, Leslie Caron, Ernie Kovacs.” En este sentido, quizá hubiera sido mucho más coherente que los retratos fueran de los legendarios peloteros de los Brooklyn Dodgers (tal vez en pose de fumadores) que habitaron en el barrio.  

   

Smoke & Blue in the face, p. 209

       


          Pero lo que sí persuade y descuella es el singular rasgo de Auggie Wren: su curiosa afición fotográfica. No hace la foto de cualquier cosa, ni es un disparador locuaz, compulsivo e incontinente. Todos los días coloca el trípode y su cámara fotográfica frente a “la esquina de la calle 3 con la Séptima Avenida”, el sitio su sitio donde se ubica el estanco. Enfoca; espera que den las ocho de la mañana y hace una única toma. Corre el año 1990 y tal afición la empezó en 1977. Tiene ya catorce álbumes. En cada página coloca seis fotos, cada una con la fecha en una etiqueta colocada en la parte superior derecha. Esto lo hace día a día: llueva, nieve o truene. “Es mi proyecto”, dice, “la obra de mi vida”. “Por eso no puedo cogerme vacaciones nunca. Tengo que estar en mi sitio todas las mañanas. Todas las mañanas en el mismo sitio a la misma hora.” 

 


      Aparentemente se trata, siempre, de la misma imagen: “más de cuatro mil fotos del mismo sitio”. Pero en realidad plantea y desarrolla, desde un mismo encuadre directo y minimalista, un sutil y obsesivo registro de los casi imperceptibles cambios del tiempo natural y del tiempo humano, e incluso de sí mismo y de las conjunciones del azar en un punto fijo, que lo hace parecer un poeta lírico (por lo que dice del sentido de su trabajo), pero también una especie de mutación infraterrenal de un maestro zen inclinado al panteísmo (por aquello de la arcana e inescrutable metempsicosis): le basta estar concentrado en un mismo punto, el mismo y distinto, para estar en todos lados y en ninguno. 

   


         
Smoke & Blue in the face, p. 54

              Y son lo suficientemente distintas y únicas esas imágenes que parecen un absurdo, incomprensible y abrumador delirio de la repetición, que al ir hojeando despacio las fotos de 1987, Paul Benjamin se encuentra, de pronto, con una imagen de Ellen con paraguas cruzando por allí: su dulce, entrañable y querida amada, muerta trágicamente en una balacera 
(dolorosa pérdida que lo dejara con un vacío existencial, con un hueco en el estómago y en el corazón, más solo que la hez de la canalla, y sin su voz de escritor), cuya fotogénica presencia lo conmueve hasta las lágrimas (Ellen iba embarazada) y le hace comprender el sentido de lo único y de la imagen única e irrepetible.

 

Smoke & Blue in the face, p. 57

 

Paul Auster, Smoke & Blue in the face. Prólogo de Wayne Wang. Traducción del inglés al español de Maribel de Juan. Iconografía anónima en blanco y negro. Panorama de narrativas núm. 339, Editorial Anagrama. 3ª edición. Barcelona, noviembre de 1996. 312 pp.

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Trailer de Smoke (1995), película dirigida por Wayne Wang con guion de Paul Auster.

“Cuento de Navidad de Auggie Wren”, pasaje de Smoke (1995) doblado al español.