miércoles, 14 de junio de 2023

El invitado tigre

El Tigre Amarillo gobierna a los otros 
y es el centro del mundo

I de II
Traducidos del inglés, los 16 cuentos del chino P’u Sung-Ling antologados en L’ospite tigre, aparecieron en italiano, en 1979, editados por Franco Maria Ricci con el número 17 de la serie La Biblioteca di Babele; y con el título El invitado tigre en enero de 1985 se imprimieron en español, en Madrid, con el número 12 de La Biblioteca de Babel, colección de lecturas fantásticas dirigida por Jorge Luis Borges, editada por Jacobo Siruela, en cuya segunda de forros se lee:  
La Biblioteca de Babel núm. 12
Ediciones Siruela
Madrid, enero de 1985
   “Después de algunos días pasados con Borges en Buenos Aires, el editor Franco Maria Ricci concibió la idea de una colección de literatura fantástica única en el panorama editorial contemporáneo. 
   “Cada volumen, dedicado a la obra de un escritor, sería seleccionado y prologado por el gran escritor argentino.
   “A lo largo de sus treinta títulos, el lector seguramente se verá sorprendido por una coherente reunión de textos insólitos, donde junto a las generosas fuentes orientales hallará algunos escritores secretos de Occidente y otros muy famosos que serán redescubiertos por el saber y la sensibilidad borgianos.
  “Para esta edición se ha querido respetar el diseño gráfico original, haciendo honor a la colección ideada por Ricci, así como recopilar todas las traducciones existentes de Borges para su Biblioteca personal, que será, sin duda, una apreciada rareza bibliográfica para los años futuros.”
Contraportada
  Al final, fueron 33 los títulos de La Biblioteca de Babel y no 30. Y la Biblioteca personal de Jorge Luis Borges —menos elitista por su menor costo y más popular por su distribución en estanquillos y puestos de periódicos— fue una colección de libros que la editorial argentina Hyspamérica comenzó a editar en 1984, en Buenos Aires y en Madrid, interrumpida por la muerte de Borges el 14 de junio de 1986, y que publicó 75 libros, los tres últimos sin prólogo de Borges, quien para tal colección fue asistido por María Kodama, su viuda y heredera universal de sus derechos de autor, quien colaboró con él en Breve antología anglosajona (La Ciudad, Santiago de Chile, 1978) y con fotografías en Atlas (Sudamericana, Buenos Aires, 1984). Mientras que María Esther Vázquez —amiga y amanuense de Borges, su lazarilla y ordenanza en varios viajes y colaboradora de él en Introducción a la literatura inglesa (Columba, Buenos Aires, 1965) y en Literaturas germánicas medievales (Falbo, Buenos Aires, 1965)— dice, en la “Cronología” de su libro de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, Madrid, 2001), que también colaboró con él en La Biblioteca di Babele. Y según apunta allí, también figura en un lujoso volumen (un lujo para bibliófilos que pujarían en Sotheby’s); según reseña: “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco Maria Ricci, en la colección I segni dell’uomo. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.”

Jorge Luis Borges y María Esther Vázquez en Villa Silvina
Mar del Plata, febrero de 1964
Foto: Adolfo Bioy Casares
  Ante tal rareza para adinerados, quizá valga citar dos onerosos y singulares reconocimientos de entre los muchos que Borges recibió en Europa y en el continente americano. En la misma “Cronología”, María  Esther Vázquez anota que “el 21 de marzo [de 1984, Borges] parte para un viaje de cuatro meses que inicia en Palermo (Sicilia), donde lo hacen doctor honoris causa de la Universidad y recibe una rosa de oro como homenaje a la sabiduría, que pesa medio kilo”, nada menos. 

   
Borges recibe una rosa de oro en 1984
como homenaje a la sabiduría
Universidad de Palermo, Sicilia.

Foto en Album Borges (Gallimard, París, 1999),
Iconografía comentada y anotada por
Jean Pierre Bernés.
         Y “a fines de julio [del mismo año] viaja a los Estados Unidos. Allí recibe otro doctorado honoris causa y el editor italiano Franco Maria Ricci ofrece una comida en la sala de lectura de la Biblioteca Nacional de Nueva York para 450 personas y en su transcurso entrega a Borges 84 libras esterlinas de oro, la primera de 1899, año del nacimiento de Borges y así sucesivamente las 83 restantes de cada uno de los años que le tocó vivir.” ¡Órale! ¡Qué paquete! Episodio del que Borges habla al término de la XVII entrevista reunida por María Esther Vázquez en su libro Borges, sus días y su tiempo, fechada en 1984:

(Punto de lectura, Madrid, 2001)
  “—Hablemos del premio que te han dado hace unas semanas en los Estados Unidos.

“—La invención es realmente extraña. Resulta que desde que yo nací, sin saberlo, sin que nadie lo supiera tampoco, he ganado una libra esterlina por año. Eso no parece excesivo, pero cuando al cabo de ochenta y cuatro años uno recibe un cofre con ochenta y cuatro monedas de oro donde de un lado está san Jorge...
“—Ahora el ex san Jorge, lo han defenestrado, lo han echado del Santoral.
“—Sí, pobre. De un lado, está el pobre ex san Jorge con su dragón; del otro efigies de Victoria, de Eduardo VII, de Jorge V, de Isabel II. Además, el oro tiene un valor mítico; ochenta y cuatro monedas de oro dan la sensación de un capital infinito.
“—Sobre todo por el valor de su antigüedad. ¿Quién, si no es un coleccionista o una señora casi centenaria, que haya conocido de niñita a la reina Victoria, puede conservar una moneda del año en que ella murió, en 1901?
“—¡Caramba! Uno piensa en la reina Victoria y la ve tan lejana en el tiempo y yo nací dos años antes de que ella muriera.
“—Bueno, pero pareces mucho más moderno que la reina Victoria.
“—¡Eso espero!
  “—¿Quién juntó esas libras esterlinas?
“—El editor italiano Franco Maria Ricci, quien dirige la revista de arte y literatura FMR, cuyo nombre corresponde a las iniciales de Ricci. A él se le ocurrió que la revista me diera ese premio rarísimo. Ahora bien, él inició la campaña de FMR, que ahora se venderá en los Estados Unidos, con una comida rarísima en la Biblioteca Nacional de Nueva York.
“—¿Tiene comedor la Biblioteca Nacional?
“No. Se habilitó en la sala de lectura. Había cuatrocientos cincuenta invitados. Él importó, conociendo lo que es la comida americana, cuatro cocineros de Parma y se comieron unos tortellinis no inferiores a los que nos había ofrecido en Italia. Hablaron muchas personas, me entregaron el premio y yo pensé: ‘Recibo un premio de Italia, un país que quiero tanto; me lo dan en Nueva York, una ciudad que quiero tanto, y me lo entrega Ricci, un viejo amigo y mecenas’. Todo parecía un sueño. Agradecí, al final de esa comida espléndida, desde una alta tarima, que me hacía recordar al patíbulo. Me sentí agradecido por lo singular de ese regalo. El cofre es muy lindo, del tamaño de un infolio y cada moneda tiene un nicho circular y las han puesto de tal manera que a veces se ve el santo y el dragón, o mejor dicho, el ex santo y el ex dragón. Pero el dragón da lástima porque san Jorge parece tan grande, tan poderoso con una gran lanza matando a un gusanito; no me parece equitativa esa lucha.” 
Jorge Luis Borges y Franco Maria Ricci
París, 1977

Foto en Un ensayo autobiográfico (E/GG/CL, Barcelona, 1999)
  Además del reconocimiento a Borges y de la sonora publicidad para la revista FMR en Estados Unidos, quizá el tributo de libras esterlinas: una rutilante y progresiva colección de 84 monedas de oro, propia de un curioso numismático y de un anticuario, haya obedecido al remanente autobiográfico implícito en “El oro de los tigres” (poema que cierra su poemario homónimo editado por Emecé en 1972 con ilustraciones de Raúl Russo) y al no siempre recordado hecho de que el niño Georgie coleccionaba libras esterlinas, según dijo en una entrevista que las jóvenes Patricia Somoza y Anna Lisa Marjak le hicieron en el departamento B del sexto piso de Maipú 994 en “marzo de 1985”, ex profesa para el número 1 de Diagonales, revista editada en México bajo la dirección de Juan García Ponce, autor del libro La errancia sin fin: Musil, Borges, Klossowski (Anagrama, Barcelona, 1981), que obtuvo el IX Premio Anagrama de Ensayo:



Borges charla con Juan García Ponce y Michelle Alban
México, diciembre de 1973
“—[...] El primer número de la revista está dedicado al oro.
“—¿El oro? Recuerdo que cuando era chico yo coleccionaba libras esterlinas. Claro, estaba el fulgor del oro. Además ese dragón. Y había una moneda argentina del mismo valor, pero,... era argentina. Claro, estaba simplemente el busto de la libertad con gorro frigio, y eso para un chico es menos interesante que un caballero y su dragón, ¿no? De modo que coleccionaba libras esterlinas. La libra esterlina se conseguía fácilmente en Buenos Aires. Valía —creo que el precio ha subido desde entonces— 12.50 pesos, y el dólar valía 2.50 —creo que ha subido también el precio desde entonces—. Increíblemente era un país muy barato éste [...]”
Moneda de 2 pesos conmemorativa del centenario de Borges
        Las entrevistadoras, sorteando cierto malhumor de Borges y su espontánea vena crítica, corrosiva y caprichosa ante el tópico que oiga, se le ocurra o evoque, les dice sin que le pregunten:

“[...] todo el mundo me hace preguntas de tipo político, y yo tengo que decir que no entiendo absolutamente nada de política, que no estoy afiliado a ningún partido, y no conozco a nadie en el gobierno, y que no me afilié nunca a ningún partido, ya que si pienso, en fin si trato de pensar, trato de hacerlo por mi cuenta propia y no por cuenta de... Además, desconfío de los políticos, ¡sobre todo en un régimen democrático! Imagínense: personas que se han dedicado a... bueno, a estar de acuerdo con el interlocutor, a hacer promesas, a entusiasmarse con todos los lugares que visitan, ¡a conseguir votos! ¡Muy triste conseguir votos! [...]”
 
Borges observa tigres en su laberinto
Ilustración de Olvaldo
        No obstante, ellas, que no son muy duchas en la obra, en el pensamiento y en la vida de Borges, encaminan su objetivo: 

Libro de sueños, antología de narrativa breve
seleccionada por  Jorge Luis Borges
(Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1976)
Contraportada
        “—Uno de los libros de poemas suyos se llama ‘El Oro de los Tigres’.

“—Es cierto. Pero ahí ‘el oro de los tigres’... No. Le voy a referir la anécdota de ese título. Yo perdí mi vista como lector en el año 55, después me puse a estudiar inglés antiguo, para distraerme de ser ciego. Luego fui perdiendo los colores. Lo primero que perdí fue el negro, así que no estoy nunca en la oscuridad, porque estar en la oscuridad sería estar cercado de negrura, de tiniebla. Yo no puedo estar porque yo no veo el negro... Luego perdí el rojo. Y vi el negro y el rojo como si fueran pardos. Luego me quedaron el azul, el verde y el amarillo. Pero el azul y el verde se hicieron grisáceos. Y luego me quedó el amarillo. Y yo recordé que cuando era chico, yo me demoraba horas y horas ante la jaula del tigre [de Bengala], en el Jardín Zoológico [de Palermo]. Y luego pensé ¡qué raro!, el primer color que realmente vi, el amarillo, el pelaje del tigre, es el último que veo, es el único color que me queda. [Según María Esther Vázquez, el amarillo era su color favorito y le gustaban las corbatas amarillas.] Pero ahora ha desaparecido también. Y ahora vivo en el centro de una neblina, tenuemente luminosa, pero sin formas; veo movimientos, veo luces... Pero cuando yo escribí ese libro yo pensé, el oro de los tigres, es decir, el amarillo, el primer color que yo vi realmente, —ya que me impresionó mucho el pelaje amarillo del tigre, y el último que veo—, porque seguí viendo amarillo durante un tiempo. Y luego lo perdí también. Ya no veo colores. En este momento yo no sabría decirle si la neblina que me rodea es... puede ser azulada, puede ser grisácea, puede ser verdosa. Yo no sé. Es tan vaga que admite cualquier color. ‘Admite’, para usar…


Norah y Georgie en el Jardín Zoológico
Tigre dibujado por el niño Georgie
        “—La misma palabra que Quevedo.

“—A la que se resignó Quevedo. Bueno, ¿a ver?
“—¿El ‘oro’ de los tigres hace referencia al color entonces?
“—Sí, exactamente, porque ¡me llamaron tanto la atención los tigres! Vuelvo a citar a Chesterton. Chesterton habla del tigre. Dice: ‘Un símbolo de terrible elegancia’. ¡Qué lindo el tigre! ¿No? Porque el tigre es elegante; cadencioso, ¿no? También el jaguar, pero el tigre, el tigre de Bengala, es elegante. Bueno, los felinos son elegantes en general; los gatos también. Yo tenía un gato que quería tanto y ha muerto hace 15 días. Pero parece que adolecía de extrema vejez. Había cumplido 12 años.” 
 
Borges y Beppo
       Felina alusión que evoca a Beppo, el célebre gato albino con “ojos de oro”, cuyo homónimo poema Borges publicó en La Nación el 5 de noviembre de 1978, luego compilado en su libro La cifra (Emecé, Buenos Aires, 1981), el cual reza a la letra:

    El gato blanco y célibe se mira
        en la lúcida luna del espejo
y no puede saber que esa blancura
y esos ojos de oro que no ha visto
nunca en la casa son su propia imagen.
¿Quién le dirá que el otro que lo observa
es apenas un sueño del espejo?
Me digo que esos gatos armoniosos,
el de cristal y el de caliente sangre,
son simulacros que concede al tiempo
un arquetipo eterno. Así lo afirma, 
sombra también, Plotino en las Ennéadas.
¿De qué Adán anterior al paraíso,
de qué divinidad indescifrable
somos los hombres un espejo roto?

     
(Emecé, Buenos Aires, 1981)
       Buscando alguna concreción sobre el oro o algo más amplio, las jóvenes le preguntan a Borges:

“—¿Y qué importancia tiene el oro en su obra, si es que la tiene?
“—...Yo creo que sin duda he usado muchas veces la palabra ‘oro’; es una palabra antigua, que no llama demasiado la atención. Sin duda la habré usado. Yo me había olvidado de ese libro El oro de los Tigres. Recuerdo que hay un poema mío en que yo agradezco muchas cosas, y entre ellas agradezco el oro y agrego ‘que resplandece en el verso’, es decir, el oro más bien como elemento poético, que como metal [...]”
Ilustración de Raúl Russo en
El oro de los tigres (Emecé, Buenos Aires, 1972),
poemario de Jorge Luis Borges
  Vale apuntar que Borges se refiere al verso que reza: “por el oro, que relumbra en los versos”, del “Otro poema de los dones”, reunido en su libro El otro, el mismo (Emecé, Buenos Aires, 1964). Mientras que datado en “East Lansing, 1972”, su  poema “El oro de los tigres” canta a la letra:


Hasta la hora del ocaso amarillo
cuántas veces habré mirado
al poderoso tigre de Bengala
ir y venir por el predestinado camino
detrás de los barrotes de hierro,
sin sospechar que eran su cárcel.
Después vendrían otros tigres,
        el tigre de fuego de Blake;
después vendrían otros oros,
el metal amoroso que era Zeus,
el anillo que cada nueve noches
engendra nueve anillos y éstos, nueve,
y no hay un fin.
Con los años fueron dejándome
los otros hermosos colores
y ahora sólo me quedan
la vaga luz, la inextricable sombra
y el oro del principio.
Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores
del mito y de la épica,
oh un oro más preciso, tu cabello
que ansían estas manos.
 
(Emecé, Buenos Aires, 1972)

II de II
En el prólogo de El invitado tigre, Borges dice que “de P’u Sung-Ling se sabe muy poco, salvo que fue aplazado en el examen de doctorado de letras hacia 1651”; que sus apodos literarios eran Último inmortal y Fuente de los sauces; que la mayoría de los cuentos de El invitado tigre pertenecen al Liao-Chai (que para los chinos es lo que para los occidentales son Las mil y una noches); que se tradujeron de la versión inglesa que Herbert Allen Giles publicó en Londres, en 1880: Strange Stories from a Chinese Studio; y que además de los catorce cuentos de P’u Sung-Ling, traducidos de tal libro por Isabel Cardona, se incluyeron “El espejo de viento-luna” y “Sueño de Pao-Yu”, que son dos minucias de la inmensa novela Sueño del Aposento Rojo, de Tsao-Hsueh-Chin, previamente traducidos por Borges para la citada Antología de la literatura fantástica  de 1940, elaborada por él, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, donde abundan los datos lúdicos, jocosos y apócrifos, cuyo caso más notable, para el caso, es el cuento “Historia de los dos que soñaron”, dizque traducido “De la Geschichte des Abbassidenchalifats in Aegypten (1860-62) de Gustav Weil”; un —se dice— “orientalista alemán, nacido en Sulzburg, en 1808; muerto en Friburgo, en 1889”, quien —se dice— “Tradujo al alemán los Collares de Oro, de Samachari, y Las 1001 Noches”, y quezque “Publicó una biografía de Mahoma, una introducción al Corán y una historia de los pueblos islámicos.” 
     
Colección Laberinto núm. 1
Editorial Sudamericana
Buenos Aires, diciembre 24 de 1940
       Vale decir que Gustav Weil sí existió —su versión de Las mil y una noches, con una traducción sin crédito, fue editada en España, en 2003, por Edicomunicación, en un estuche con cinco tomos amarillos y “Con más de 1450
 “Ilustraciones Originales”— y Borges lo menciona en “Los traductores de las 1001 Noches”, célebre ensayo compilado en su libro Historia de la eternidad (Viau y Zona, Buenos Aires, 1936), y que “Historia de los dos que soñaron” es un cuento de Borges que había aparecido en su libro Historia universal de la infamia (Tor, Buenos Aires, 1935) —del que en un año sólo se habían vendido 37 ejemplares, Borges dixit—, atribuido o dizque transcrito de la “noche 351” “Del Libro de las 1001 Noches”, el cual revisó, corrigió y aumentó levemente en la edición impresa por Emecé en 1954 (en la Antología de 1940 el protagonista aún se llama Yacub El Magrebí). Y así corregido y dizque transcrito o perteneciente a “la noche 351” “Del Libro de las mil y una noches”, Borges lo recopiló en el Libro de sueños (Torres Agüero, Buenos Aires, 1976), antología de narrativa breve, con un “Prólogo” suyo datado en “Buenos Aires, 27 de octubre de 1975”, donde también figuran las traducciones del inglés que hizo del “Sueño infinito de Pao Yu” y de “El espejo de Viento-y-Luna”, leídos, anota, en el “Sueño del aposento rojo (c. 1754)” de “TSAO HSUE-KING”.
(Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1976)
  En la Antología de la literatura fantástica de 1940, los textos de Tsao-Hsueh-Kin figuran titulados “El espejo de viento-y-luna” y “Sueño infinito de Pao Yu” (vale observar que en la edición revisada y aumentada de 1965 su nombre aparece como Tsao Hsue-King); pero mientras que en el escueto pie de “El espejo de viento-y-luna” se dice que las fechas del nacimiento y muerte de Tsao-Hsueh-Kin son “1719-1763”, en la telegráfica y enciclopédica ficha que precede al “Sueño infinito de Pao Yu” se dice que “Tsao-Hsueh-Kin, novelista chino, nació en la provincia de Kiangsu, circa 1719; murió en 1764. Diez años antes de su muerte, empezó a escribir la vasta novela que ha determinado su gloria: El Sueño del Aposento Rojo. Como el Kin Ping Mei y otras novelas de la escuela realista, abunda en episodios oníricos y fantásticos. Hemos compulsado las versiones de Chi-Chen Wang y del doctor Franz Kuhn.” ¿Será cierto?

Pese al hermenéutico y demiúrgico preludio de Borges, resulta imposible eludir la incertidumbre de que En el invitado tigre se está accediendo a minúsculos recodos transfigurados no sólo por la investidura idiomática, estilística, cultural e idiosincrásica del orbe hispano y occidental, sino sobre todo porque se trata de versiones trasladadas del añejo inglés decimonónico, que en sus momentos fueron obtenidas de una remota y extraña lengua, ineludiblemente modificada por el paso del tiempo y por las variantes lingüísticas y dialectales. Esto se acentúa aún más porque Isabel Cardona asienta en una de sus postreras notas que los relatos del Liao-Chai provienen de una literatura oral que tradicionalmente se practicaba en los mercados y en los salones de té; y que el sello particular de P’u Sung-Ling son la sátira y la crítica; que todos sus cuentos llevan un comentario al final y que por razones que la traductora no apuntó, Herbert Allen Giles se los extirpó a los incluidos en El invitado tigre, menos a uno: “El riachuelo de dinero”, cuya brevedad reza a la letra: 
“El doméstico de cierto caballero estaba un día en el jardín de su señor, cuando descubrió un riachuelo de dinero de dos o tres pies de ancho y de aproximadamente la misma profundidad. Inmediatamente cogió dos puñados; después se abalanzó sobre el riachuelo para así intentar asegurarse el resto. Sin embargo cuando se levantó vio que todo se había deslizado bajo él, no quedando más que lo que tenía en sus manos.
“‘¡Ah!’, dice el comentarista, ‘el dinero es un medio idóneo para circular, y no está destinado a que un hombre repose sobre él y lo guarde todo para sí.’”
Jorge Luis Borges en su habitación monacal en el
departamento B del sexto piso de Maipú 994.

Foto en Album Borges (Gallimard, París, 1999)
  No pudiendo sortear los laberínticos ambages y las idiosincrásicas paradojas que implican la pátina del tiempo y el tamiz de las mil y una traducciones, el lector cuadernícola de ahora mira los caracteres impresos en las páginas: ¡qué distancia del grafismo de la antigua caligrafía china! (no obstante se puede atrapar el conjunto en un puño con un solo pase y meterlo en la diminuta faltriquera que normalmente se usa para guardar el polvo celeste). Hace tres inflexiones y continúa tras encender nueve pajuelas de incienso.

Tigre dibujado por el niño Georgie
 
Cuento del niño Jorge Luis Borges, publicado con el seudónimo Nemo, en 1913,
en la revista del Colegio Nacional Manuel Belgrano de Buenos Aires.
Georgie en 1911
  La principal maravilla de los cuentos reunidos en El invitado tigre es su mágico poder para convertir en niño (o niña) a quien se interna en ellos. El lector escucha a un eterno abuelo (que encarna el inmortal espíritu del tigre Borges) enriquecido con la milenaria sabiduría de los moralistas y filósofos chinos, quien le habla al pequeño nieto (o nieta) mientras el crepúsculo se desvanece en el amarillo horizonte de los sueños, allá, muy lejos, en la milenaria China del lejano Oriente, en el Pabellón de la Límpida Soledad, donde alguien, quizá un copista o un onírico simulacro de Ts'ui Pên (o el propio Ts'ui Pên), copia o compone 
“un volumen cíclico, circular”, laberíntico e infinito. En este sentido, oyendo y soñando lo oído podría ocurrirle exactamente lo que le sucedió a Chuang Tzu, según se lee en la Antología de 1940: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.” Breve cuento dizque tomado “Del libro de Chuang Tzu (300 A.C.)” Que también se lee en Cuentos breves y extraordinarios (Raigal, Buenos Aires, 1955), antología de Borges y Bioy, y en el susodicho Libro de sueños, pero de otra manera y con el rótulo: “El sueño de Chuang Tzu”, dizque traducido de “HERBERT ALLEN GILES, Chuang Tzu (1888)”: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.” Fórmula más sintética, más eufónica y más poética que la anterior, que Edmundo Valadés compiló (sin acreditar al traductor) en su antología El libro de la imaginación (FCE, México, 1976), y que resulta insuperable, incluso, ante la versión que Octavio Paz tradujo y publicó en Chuang-Tzu (Siruela, Madrid, 1997), breve libro con una nota preliminar suya datada en “México, abril de 1996”, donde la titula: “Sueño y realidad”, sin precisar de qué idioma lo tradujo (inglés o francés) ni de qué libro: “Soñé que era una mariposa. Volaba en el jardín de rama en rama. Sólo tenía conciencia de mi existencia de mariposa y no la tenía de mi personalidad de hombre. Desperté. Y ahora no sé si soñaba que era una mariposa o si soy una mariposa que sueña que es Chuang-Tzu.”
   
(Siruela, Madrid, 1997)
        En El invitado tigre se pueden enumerar varios elementos fantásticos que una y otra vez se repiten: el deambular de los muertos como si fueran vivos; el tránsito de la vida, a través del sueño, a la región de los muertos y de ésta a la primera; las revelaciones y presagios que en los sueños se dan, a una persona o a varias, sobre un mismo hecho; la transformación de humanos en tigres; el arrancarle la cabeza o el corazón a alguien, volverle a pegar su miembro o el de otra persona y que vuelva a vivir; los poderes y los objetos mágicos de los sacerdotes (taoístas, budistas o confucianos), anacoretas y mendigos. Pero en tales vertientes se urde una crítica a la corrupta burocracia que opera en la administración del poder y en la impartición de la justicia, tanto en la tierra, como en el ámbito de los muertos.
Borges, Tigre
  Sin embargo, lo que descuella, cuando no sólo se trata de un malabar de la imaginación, es la moraleja (idealista, ingenua, maniquea) que su alegoría implica. Si los cuentos son una forma de sermón, de jalón de orejas o de recordatorio ético (teológico y gnoseológico) sobre las fuerzas del bien y del mal que se debaten a través de sus cohortes y manifestaciones, son también maneras de destacar los designios inamovibles e inescrutables de la voluntad divina, y la venturosa suerte de quienes en vida fueron buenos; es decir, de los que supieron vivir en la piedad filial y en el justo medio que cifran, por ejemplo, las doctrinas confucianas en torno al concepto de lo que tiene que ser el hombre superior: “será educado y justo, poseerá la virtud como algo imbricado en su naturaleza y permanecerá siempre en el Justo Medio. Esta idea del Justo Medio indica la necesidad de moderación en todo, hasta en lo bueno.” No sorprenda, entonces, que las conductas de los personajes sean definidas por emociones, pasiones o posturas que los tornan arquetipos de una sola pieza: la bondad, la maldad, la venganza, la envidia, los celos, la imprudencia, la abnegación.

Primera edición en Emecé
(Buenos Aires, 1954)
  La Biblioteca de Babel implica y expresa ciertos gustos literarios de Borges y al unísono desvela algunos abrevaderos de su escritura. Al observar los vaticinios y las confluencias oníricas que se suceden en los cuentos de El invitado tigre, es imposible no evocar, por ejemplo, la susodicha “Historia de los dos que soñaron”, que narra la suerte de Mohamed El Magrebí, un hombre “magnánimo y liberal” que despilfarró su rica herencia, a quien un hombre le revela la oscura ruta de su destino en medio de un sueño que lo induce a viajar desde El Cairo al lejano Isfaján, en Persia, donde inesperadamente, apaleado y en la cárcel, escucha el sueño del capitán de los serenos en cuyo meollo oye y observa el punto exacto de su casa paterna en El Cario en donde el problema de su vida y de su pobreza se resuelve. O el caso del “Sueño de Pao-Yu”, donde un hombre en un sueño se encuentra a otro que es él (un onírico espejo frente al onírico espejo condenado a repetirse ad infinitum); por ende, prefigura a “El otro”, cuento de Borges reunido en El libro de arena (Emecé, Buenos Aires, 1975), donde el personaje Borges, ciego y anciano, se encuentra y dialoga con otro —que es él de jovencito y con el don de la vista— en un sitio que es a la vez dos lugares y dos tiempos distintos: el viejo está en la onírica realidad (“frente al río Charles”, “al norte de Boston, en Cambridge”) y el joven en un sueño (frente al Ródano, en Ginebra, Suiza).



P’u Sung-Ling, El invitado tigre. Traducción del inglés al español de Isabel Cardona y Jorge Luis Borges. Dirección, antología y prólogo de Jorge Luis Borges. La Biblioteca de Babel núm. 12, Ediciones Siruela. Madrid, enero de 1985. 112 pp. 


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Enlace a "Borges y yo", poema en prosa recitado por él mismo.

Jorge Luis Borges. Voz Viva de América Latina

El único y los otros

I de V
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges Acevedo nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires, Argentina, y falleció el sábado 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza, a consecuencia de una complicación cardíaca que incidió en su deterioro físico debido al enfisema pulmonar y al cáncer hepático que padecía, y fue enterrado el siguiente miércoles 18 en el Cementerio de Plainpalais en una ceremonia luctuosa precedida por María Kodama, su viuda y heredera universal de sus derechos de autor. 
     
Héctor Bianciotti, María Kodama y Aurora Bernárdez  en el entierro de
Borges en el Cementerio de Plainpalais, miércoles 18 de junio de 1986.
        La relevancia y trascendencia de la obra de Borges hace que sea un disco de colección el viejo vinilo donde aún se oye su voz diciendo un puñado de sus versos y prosas. Se trata del número 13 de la serie de elepés Voz Viva de América Latina que editaba el Departamento de Voz Viva de la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM, gracias a un convenio con la Unión de Universidades de América Latina. La primera edición data de 1968 y de 1982 la segunda y última, objeto de la presente nota. Con el rótulo “Textos de Jorge Luis Borges”, en el cuaderno adjunto al elepé figura la antología de los poemas y prosas que la voz de Borges sigue recitando en el disco (circular eterno retorno y cuasi infinita invención de Morel), precedidos por la “Presentación” que Salvador Elizondo firmó, al término, en “Oberengadin, Suiza, 15 de febrero, 1968”. Ensayo que figura compilado en la “Nueva edición” de Borges y México (Lumen, México, 2012); no obstante, Miguel Capistrán, el chambón antólogo y presentador, no acreditó tal hecho y por ende ignoró la postrera datación, pese a que Borges y México es un compendio misceláneo cuyo objetivo es documentar e ilustrar sobre la recepción y difusión de la obra y presencia de Borges en el país mexicano; es así que con el título “El poeta” y un asterisco al pie, sólo apuntó: “Título original: ‘La poesía de Borges’, en Obras, t. I, El Colegio Nacional, 1994, pp. 39-48.”

 
(Lumen, México, 2012)
       Los 20 poemas y prosas de Borges, recitados sin orden cronológico en las dos caras del elepé, pertenecen a varios de sus libros, cuya datación de las ediciones príncipe puede cotejarse en Jorge Luis Borges: bibliografía completa (FCE, Buenos Aires, 1997), de Nicolás Helft. “El general Quiroga va en coche al muere” y “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad” a Luna de enfrente (Proa, Buenos Aires, 1925); “Fundación mítica de Buenos Aires” y “La noche que en el Sur lo velaron” a Cuaderno San Martín (Cuadernos del Plata, Buenos Aires, 1929). A Leopoldo Lugones (la onírica dedicatoria del libro), “Borges y yo”, “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74)” y “Poema de los dones” a El hacedor (Emecé, Buenos Aires, 1960); “Del rigor de la ciencia”, “Cuarteta”, “El poeta declara su nombradía” y Le regret d’Héraclite a Museo, brevísimo poemario integrado a El hacedor; “Poema conjetural”, “Página para recordar al coronel Suárez, vencedor de Junín”, “El Golem”, “Límites”, Everness y “Spinoza” a El otro, el mismo, en Obra poética 1923-1964 (Emecé, 4ª ed., Buenos Aires, 1964); y “Milonga de dos hermanos” y “Milonga de Jacinto Chiclana” a Para las seis cuerdas (Emecé, Buenos Aires, 1965). 
LP: Jorge Luis Borges. Voz Viva de América Latina
(UNAM,
2ª ed., México, 1982)
Detalle de la portada 
  La transcripción de los poemas y prosas que Borges recitó de memoria durante la grabación original (hecha en Argentina por AMB, discográfica de Buenos Aires, cuya fecha de factura no se apunta), reproduce los minúsculos cambios con que los dijo; pero también incluye una serie de anónimos pies de página en los que se citan las palabras y versos definitivos que se leen en el legendario tomo de sus Obras completas. 1923-1972, editadas por Emecé en Buenos Aires, en 1974, mismas que Borges afectuosamente dedicó a su madre, “un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia” que doña Leonor Acevedo de Borges conservó en la cabecera de su cama hasta el día de su muerte a los 99 años, sucedida el 8 de julio de 1975. A esto se suma la transcripción de los seis comentarios de Borges que se oyen en el disco, los cuales improvisó durante la grabación.


 
Obras completas. 1923-1972
(Emecé, 14
ª ed., Buenos Aires, 1984)
       
Borges y su madre
         Vale observar, entre paréntesis, que el conjunto de los 20 poemas y prosas, y sus correspondientes comentarios, son los mismos que la Serie El Poeta en su Voz, Colección Visor de Poesía, núm. 428, editó en Madrid, en 1999, en un disco compacto denominado Borges por él mismo (audible en YouTube); pero el homónimo librito que acompaña a éste, no incluye ningún prólogo ni las anotaciones, al pie de poemas y prosas, que figuran en el cuaderno adjunto al elepé editado por el Departamento de Voz Viva de Difusión Cultural de la UNAM. Pero además, según se observa y se deduce de la información datada por Horacio Jorge Becco en el capítulo VI, 
“Discografía”, de Jorge Luis Borges. Bibliografía total 1923-1973 (Casa Pardo, Buenos Aires, 1973), el título del disco compacto editado en Madrid por Visor de Poesía parafrasea el título: Jorge Luis Borges por él mismo, que es un disco de “Alta fidelidad”, de “33 r.p.m.” (33 revoluciones por minuto), editado en Buenos Aires, en 1967, por la citada discográfica AMB; cuya “Segunda edición con nuevos poemas”, editado en “diciembre de 1967” con una Semblanza en estuche de José Edmundo Clemente —subdirector de la Biblioteca Nacional durante la dirección de Borges (1955-1973) y coautor suyo en El lenguaje de Buenos Aires (Emecé,  Buenos Aires, 1963)—, presenta, distribuidos en el “Lado 1” y en el “Lado 2”, los susodichos 20 poemas y prosas de Borges editados en el elepé de la UNAM y en el disco compacto de Visor de Poesía. Luego de enumerar el contenido del “Lado 1” y del “Lado 2” del disco, Becco anotó: “La mayoría de los poemas están precedidos por un comentario del autor.” Y enseguida concluye con una  “Aclaración complementaria: En la primera edición, mayo 1967, se incluían los siguientes poemas, que luego fueron modificados [y excluidos]: Un soldado de Urbina; A un viejo poeta; Baltasar Gracián; El tango; Alusión a una sombra de mil ochocientos noventa y tantos; La noche cíclica; A un poeta menor de la antología.
     No obstante, curiosamente, y pese a que Becco registró las ediciones y reediciones de los libros que Borges publicó en México, en el FCE, en el lapso que comprende su Bibliografía  —con Delia Ingenieros: Antiguas literaturas germánicas (1951, 1965); con Adolfo Bioy Casares: Poesía gauchesca (1955, 2 tomos ); y con Margarita Guerrero: Manual de zoología fantástica (1957, 1966, 1971)—, no dató el elepé editado por la UNAM, en 1968, con el número 13 de la serie Voz Viva de América Latina.
 
CD: Borges por él mismo
(Col. Visor de Poesía, Madrid, 1999)
Contraportada
        Un análisis exhaustivo de los textos que se escuchan en el elepé editado por la UNAM implicaría aventurar (o no) un arduo y fatigoso ensayo globalizador. “No hay ejercicio intelectual que no sea finalmente inútil”, sentencia Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”, el primer cuento que escribió tras el legendario accidente sufrido por el autor el día de la Nochebuena de 1938 (se dio un golpe en la cabeza, padeció una septicemia y en medio del delirio de la fiebre temió por su vida y su cordura), publicado por primera vez en el número 56 de la revista Sur (mayo de 1939), luego incluido en su libro El jardín de senderos que se bifurcan (Sur, Buenos Aires, 1941). Pero si el lector es más ambicioso y erudito, tal vez busque enmendarle las páginas al espléndido Borges, el poeta (Monte Ávila, 2ª ed. corregida y aumentada, Caracas, 1974), libro con nueve ensayos de Guillermo Sucre. O tal vez (y tampoco es tarea fácil) opte por elaborar una serie de minuciosos y maniáticos ensayos, quizá al modo en que procedieron los autores (especie de conjurados tlönistas) reunidos en “Análisis de poemas”, segunda parte de Expliquémonos a Borges como poeta (Siglo XXI, México, 1984), cuya compilación y prólogo se debe a Ángel Flores: “Vanilocuencia”, por Martin S. Stabb; “Jactancia de quietud”, por Guillermo Sucre; “El general Quiroga va en coche al muere”, por Martin S. Stabb; “Insomnio”, por Zunilda Gertel; “Poema conjetural”, por Enrique Carilla; “El Golem”, por Jaime Alazraki; “Límites”, por Roberto García Pinto; “Arte poética”, por Adolfo Ruiz Díaz; “Poema de los dones”, por James Higgins; “De tigres [‘El otro tigre’, Dreamtigers]”, por Manuel Ferrer; y “Heráclito”, por Zunilda Gertel.
Borges, César Fernández Moreno y Emir Rodríguez Monegal
Montevideo, c. 1948
  Pero para la presente nota, baste decir que siempre es grato oír la voz (una voz viva ad infinitum) de uno de los grandes demiurgos y poetas de la literatura en lengua castellana del siglo XX. En Borges. Una biografía literaria (FCE, México, 1987) —con correcciones ex profesas que no se hallan en la primera versión en inglés publicada en Nueva York, en 1978, por Dutton— el uruguayo Emir Rodríguez Monegal bosqueja el “espacio encantado” que Borges creaba al decir sus conferencias con su propia voz (páginas 355-356) —antes un amigo u otra persona las leía por él—, las cuales empezó a dictar con su propia voz y de manera profesional después de que el 4 de junio de 1946 Juan Domingo Perón asumiera el poder en la Argentina, pues debido a ciertas declaraciones y firmas antiperionistas, Borges perdió el infame empleo que tenía desde el 
“8 de enero de 1938 en la Biblioteca Municipal Miguel Cané, dado que la sórdida burocracia peronista, con tal de humillarlo y obligarlo a lamer el polvo, lo nombró inspector de gallinas, huevos y conejos en un mercado municipal de la calle Córdoba (o en los arrabaleros mercados municipales). Y entre mil y una anécdotas legendarias, Monegal bosqueja una visita que le hizo, en 1956, en la Biblioteca Nacional de la calle México 564, que Borges dirigió entre 1955 y 1973, donde éste, imposibilitado para leer y escribir por sí mismo (sólo veía sombras nebulosas y el color amarillo), se mueve veloz en la penumbra, metiéndose entre recovecos y pasadizos de libros, y localizando las páginas de ciertos títulos, ya grabadas en su memoria de antemano. 
     
Borges en la Biblioteca Nacional
Foto: Sara Facio
        Según apunta Monegal en la página 388 de su biografía, “[...] la completa realidad de Borges, de la persona concreta, no se me reveló hasta el día siguiente, cuando me invitó a recorrer la Biblioteca Nacional. El edificio que Groussac había presidido ya se estaba deteriorando, pero conservaba una cierta grandeza. En ese momento yo no sabía que había sido construido para albergar a la lotería nacional y no reconocí los símbolos obvios en la ornamentación del techo. Entonces Borges me arrastró a un nervioso recorrido, deteniéndonos apenas lo bastante como para saber dónde estaba cada libro que le interesaba. Podía abrirlo en la página deseada y, sin molestarse en leer —en una hazaña de memoria que sólo era comparable a la de su ficticio Irineo Funes— citaba pasajes completos. Recorría aquellos pasillos alineados por libros; rápidamente giraba en las esquinas y se introducía en pasadizos que parecían invisibles, como meras grietas en los muros de los libros; se precipitaba hacia abajo por escaleras que terminaban abruptamente en la oscuridad. Casi no había luz en los pasillos y escaleras de la biblioteca. Procuré seguirle, tropezando, más ciego y más incierto que Borges, porque mi única guía eran mis ojos. En la oscuridad de la biblioteca, él encontraba su camino con la precisión de un acróbata que camina por el alambre tenso. Finalmente, llegué a comprender que el espacio en que estábamos insertos no era real: era un espacio compuesto de palabras, signos, símbolos. Era otro laberinto. Borges me arrastraba, me hacía descender velozmente por escaleras largas y curvas, me hacía detenerme exhausto en el centro de la oscuridad. Repentinamente, una luz aparecía al extremo de otro pasillo. Allí me aguardaba una realidad prosaica. Junto a Borges, me sonreía como un niño tras haber hecho una broma a un amigo, recuperé mi capacidad de ver: el mundo real de luces y sombras, las convenciones que yo estaba entrenado para reconocer. Salí de esa experiencia como quien emerge de aguas profundas o de un sueño, sacudido por la (otra) realidad de ese laberinto de papel.”  

         
El editor José Rubén Falbo, Borges y María Esther Vázquez en la
presentación de Literaturas germánicas medievales (Falbo, 1965)
Buenos Aires, 1965
         Emir Rodríguez Monegal también cita un testimonio que María Esther Vázquez escribió en su libro Borges: imágenes, memorias, diálogos (Monte Ávila, Caracas, 1977), donde ésta —que fue su alumna y amiga de toda la vida, su lazarilla en varios viajes y colaboradora en Introducción a la literatura inglesa (Columba, Buenos Aires, 1965), en Literaturas germánicas medievales (Falbo, Buenos Aires, 1965) y en la colección de literatura fantástica La Biblioteca di Babele, dirigida y prologada por Borges, e impresa en italiano y en Italia (en Parma y Milán) por Franco Maria Ricci (entre 1975 y 1985), y en Madrid, en español, por Jacobo Siruela (entre 1983 y 1988)— esboza las sesiones de dictado —también lo hace en las páginas 214-215 de su biografía Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, Barcelona, 1996)— lo que da idea de lo que eran o pudieron ser los modos en que Borges concebía sus poemas, prólogos y cuentos, ya asistido por su madre, por las anónimas secretarias de la Biblioteca Nacional, o por ciertos reputados amanuenses, tales como María Kodama, Roberto Alifano, Norman Thomas di Giovanni o la propia María Esther Vázquez. Según transcribe Monegal en la página 411: “Borges tiene un insólito modo de trabajar. Dicta cinco o seis palabras, que inician una prosa o el primer verso de un poema, e inmediatamente se las hacer leer. El índice de su mano derecha sigue sobre el dorso de su mano izquierda la lectura, como si recorriera una página invisible. La frase se relee una, dos, tres, cuatro, muchas veces, hasta que encuentra la continuación y dicta otras cinco o seis palabras. En seguida se hace leer todo el escrito. Como dicta con puntuación, hay que leer diciéndosela. Se relee ese fragmento, que acompaña el movimiento de sus manos, hasta que él halla la frase siguiente. He llegado a leer una docena de veces un trozo de cinco líneas. Cada una de esas repeticiones va precedida de las disculpas de Borges que, en cierto modo, se atormenta bastante con esas supuestas molestias que hace sufrir a su escriba. Sucede así que después de dos o tres horas de trabajo se logra media carilla que ya no necesita correcciones.” 


II de V
Vale recordar que el norteamericano Norman Thomas di Giovanni, secretario y traductor de Borges a la lengua inglesa entre 1968 y 1972, fue quien lo animó y auxilió, como entrevistador y amanuense, para que escribiera en inglés las Autobiographical notes, publicadas el 19 de septiembre de 1970 en la neoyorquina revista The New Yorker, e incluidas, con el título An autobiographical essay, en The Aleph and other stories 1933-1969, antología narrativa de Borges editada en Nueva York, por Dutton, en octubre de 1970, y en 1971, en Londres, por Jonathan Cape, cuya traducción al español Borges nunca autorizó para un libro, pese a que sucesivamente sus ensayistas y biógrafos traducían y transcribían fragmentos, y a que el 17 de septiembre de 1974, con motivo de la aparición del tomo de sus Obras completas y del número 1000 del periódico bonaerense La Opinión, éste publicara “una versión castellana sin firmar” proporcionada por Emecé, “un suplemento de 23 páginas” titulado “Las memorias de Borges”. Pero ya antes, en México, en el número 10 de La Gaceta del FCE, correspondiente a octubre de 1971, José Emilio Pacheco había traducido las Autobiographical notes con el título “Borges: Memorias”. Felizmente, María Kodama, su viuda y heredera universal de sus derechos de autor, en 1999, con motivo del centenario del nacimiento de Borges, con el título Un ensayo autobiográfico, autorizó su traducción al español por Aníbal González y su coedición, en Barcelona, por Emecé, Galaxia Gutenberg y Círculo de lectores; volumen con un prólogo del traductor y un epílogo memorioso de la propia María Kodama, más una rica iconografía en sepia y en blanco y negro que reúne “más de trescientas fotografías y documentos” que son parte del legado de Jorge Luis Borges. 
(GG/CL/Emecé, Barcelona, 1999)
  Un ensayo autobiográfico se suma a los tres libros de ensayos del joven Borges que el viejo Borges nunca quiso reimprimir (los fustiga y llama “libros inmencionables” en la página 60 de sus memorias) y que María Kodama hizo reeditar por Seix Barral. Uno es Inquisiciones (Seix Barral, Buenos Aires, marzo de 1994), cuya edición príncipe de 500 ejemplares, con el sello de Editorial Proa, data de abril de 1925, en el cual hay un texto sobre el Ulises (1922) de James Joyce, donde a pesar de que el joven Borges confiesa “no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran”, afirma categórico: “soy el primer aventurero hispánico que ha arribado al libro de Joyce”; y cuyo Bloomsday (bautizado así por el 16 de junio de 1904, el día que Stephen Dedalus y Leopold Bloom realizan “su épico viaje por las calles de Dublín”) desde 1954 se conmemora dos días después de que desde 1987 se conmemora la muerte de Jorge Luis Borges. Los otros dos libros renegados por el autor, y exhumados por su viuda, son El tamaño de mi esperanza (Seix Barral, Buenos Aires, noviembre de 1993), cuya edición príncipe de Editorial Proa data de julio de 1926 y tuvo un tiraje de 500 ejemplares con ilustraciones de Xul Solar; y El idioma de los argentinos (Seix Barral, Buenos Aires, diciembre de 1994), cuya edición príncipe de 500 ejemplares editados por Manuel Gleizer en 1928 con viñetas de Xul Solar, tuvo mejor suerte, pues el ensayo homónimo del sonoro título fue incluido por Borges en los libros de ensayos que compartió con José Edmundo Clemente, subdirector de la Biblioteca Nacional durante los 18 años que Borges la dirigió (y en quien “todas las funciones administrativas recaían”): El idioma de los argentinos, El idioma de Buenos Aires (Peña, Del Giudice-Editores, Buenos Aires, 1952) y El lenguaje de Buenos Aires (Emecé, Buenos Aires, 1963); mientras que el ensayo “‘El truco’ [de El idioma de los argentinos] pasó a integrar las ‘Páginas complementarias’ de Evaristo Carriego a partir de 1955”, el libro de índole biográfica y ensayística que el joven Borges publicó con Manuel Gleizer en 1930; además de que “en los últimos años de su vida [se dice en la postrera y anónima ‘Nota del editor’ de Seix Barral de El idioma de los argentinos], Borges autorizó la traducción al francés de ‘La felicidad escrita’, ‘La fruición literaria’ y ‘El culteranismo’ para la edición de sus obras en la Bibliothèque de la Pléiade”; los cuales son dos volúmenes impresos en París, por Gallimard: el tomo I en 1993 y el tomo II en 1999, ambos editados, prologados y anotados por Jean-Pierre Bernès, quien, también para Bibliothèque de la Pléiade, prologó y anotó en francés la iconografía titulada Album Borges (Gallimard, París, 1999).     

Portada del estuche del Album Borges
(Gallimard, París, 1999)
  Cabe citar el póstumo y segundo volumen de las Obras completas de Borges, editado en Buenos Aires, en 1989, por Emecé —gracias a la autorización de María Kodama—, donde se reunieron nueve libros publicados por el autor entre 1975 y 1985, y donde se conformó el libro La memoria de Shakespeare con cuatro cuentos —no datados con precisión— que Borges había dado a conocer de manera dispersa, pero que sin embargo él no reunió para constituir con ellos un libro: “25 de Agosto, 1983”, “Tigres azules”, “La rosa de Paracelso” y el homónimo del libro. Vale decir que “Tigres azules”, con el título “El milagro perdido”, se publicó en el periódico La Nación, en Buenos Aires, el 19 de febrero de 1978; y con “La rosa de Paracelso” se editó en 1977, en Barcelona, por Sedmay Ediciones, en una plaquette sin paginar titulada Rosa y Azul, con ilustraciones de Alfredo González. “La memoria de Shakespeare” se publicó el 15 de marzo de 1980 en el periódico Clarín, de Buenos Aires, y en una plaquette homónima editada en la capital argentina, en 1982, por Dos Amigos, Col. Valle de las Leñas núm. 1, con ilustraciones de Mirta Ripoll y un tiraje de 36 ejemplares. Y “25 de Agosto, 1983”, con el título “Agosto 25, 1983” y fechado en “Buenos Aires, 1977”, se publicó el 27 de marzo de 1983 en el bonaerense periódico La Nación; y con el título “Veinticinco Agosto, 1983” en el número 2 de La Biblioteca de Babel, colección editada por Siruela, en Madrid, dirigida y prologada por Borges, cuyo rótulo Veinticinco agosto 1983 y otros cuentos, incluye “La rosa de Paracelso”, “Tigres azules”, “Utopía de un hombre que está cansado”, “Borges igual a sí mismo” (entrevista de María Esther Vázquez), “Cronología” y “Aproximación a la bibliografía borgeana”; mientras que la versión italiana en La Biblioteca di Babele apareció en 1980 con el número 19 y el título Venticinque Agosto 1983 e altri racconti inediti. Ya como libro individual, La memoria de Shakespeare fue reeditado en 2004, en Buenos Aires, por Emecé, en una “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril”, con pastas duras y sobrecubierta ilustrada con un detalle del Retrato Chandos (c. 1610), donde al inicio se dice que “Los textos presentan leves variantes con los publicados en las Obras completas”.

(Emecé, Buenos Aires, 2004)
       Al citado volumen II de las Obras completas de Borges, se añadió el póstumo volumen IV, editado en 1996, en Barcelona, por Emecé, que compila cuatro libros publicados entre 1975 y 1988. Se colige que el volumen III del conjunto de IV es el tomo de las Obras completas en colaboración, cuyo copyright heredó María Kodama y cuya primera edición de Emecé data de 1979, por ello Borges firmó el “Epílogo” en “Buenos Aires, 8 de febrero de 1979”. Vale observar que con excepción de éste ladrillesco volumen de 1058 páginas (que en realidad no es completo), las Obras completas de Borges fueron revisadas y reordenadas por Emecé en cuatro tomos impresos en Buenos Aires, en 2005, en una “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril”.

     
(Emecé, 5ª ed., Barcelona, 1998)
        Y ya encarrerado el gato, vale comentar que gracias a los oficios y autorizaciones de María Kodama, el lector de Borges del siglo XXI cuenta con otras exhumaciones y misceláneos acopios de la arqueología borgeana. Por ejemplo, Borges en Revista Multicolor. Obras, reseñas y traducciones inéditas de Jorge Luis Borges. Diario Crítica: Revista Multicolor de los Sábados. 1933-1934 (Atlántida, Buenos Aires, 1995), resultado de la “Investigación y recopilación” de Irma Zagara. O Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1919-1929 (Emecé, Barcelona, 1997), con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril”, quien con Mercedes Rubio de Socchi cuidó la edición de los siguientes dos títulos: Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1931-1955 (Emecé, Bogotá, 2001) y Jorge Luis Borges. Textos recobrados. 1956-1986 (Emecé, Buenos Aires, 2003). Trilogía que tal vez no sea del todo exhaustiva o total, pues, por ejemplo, en el “Capítulo 26” de Borges, una vida (Seix Barral, Buenos Aires, 2006), Edwin Williamson alude a “Elsa” —poema no recobrado— que Borges escribió en Harvard, en 1967, cuyo leitmotiv es su vínculo con Elsa Astete Millán, con quien entonces recién se había casado a toda orquesta el 21 de septiembre de 1967 en la “elegante iglesia de Nuestra Señora de las Victorias”, en la avenida Santa Fe de Buenos Aires, el cual “se publicó en la primera edición de Elogio de la sombra, 1969, pero fue omitido en las Obras completas, 1974”. Vale añadir que la susodicha mancuerna de editoras de Emecé no fue muy diestra en el cuidado de la edición de los textos que se leen en la valiosa y útil antología Borges en Sur. 1931-1980 (Emecé, Buenos Aires, 1999). 



Elsa Astete Millán y Borges
     


III de V
No obstante, María Kodama, la viuda y flamante heredera de los derechos de autor Borges, no siempre ha sido bien ponderada, según se lee en Borges: la posesión póstuma (Foca, Madrid, 2000), corrosivo y crítico libro-reportaje de Juan Gasparini. Pero también en la citada biografía de María Esther Vázquez, donde bosqueja ciertos intríngulis alrededor de la última enfermedad y muerte del escritor en Ginebra, Suiza, y su entierro en el Cementerio de Plainpalais; por ejemplo, apunta entre las páginas 330-331: “El mismo día del sepelio en Ginebra, apareció en el diario La Nación de Buenos Aires una carta de Norah: ‘Me he enterado por los diarios que mi hermano ha muerto en Ginebra, lejos de nosotros y de muchos amigos, de una enfermedad terrible que no sabíamos que tuviera. Me extraña mucho que su última voluntad fuera ser enterrado ahí, ya que siempre quiso estar con sus antepasados y con nuestra madre en la Recoleta (no en el Cementerio Británico como dice el apoderado). Aunque él esté muerto, los recuerdos de toda una vida nos siguen uniendo.’”
     
Norah y su hermano Jorge Luis Borges
         Y entre otras anécdotas desagradables, María Esther Vázquez habla sobre el previo y apresurado matrimonio de Borges con María Kodama (se casaron desde Europa, por poder, “el 26 de abril de 1986”, “en Colonia Rojas Silva, un poblado del Chaco Paraguayo”, ella con 49 años y él con 86 y desahuciado); sobre el cambio testamentario y el polémico destino de su herencia; sobre el maltrato a la criada Fani (Epifanía Uveda de Robledo) que sirvió a Borges y a su madre durante 38 años; sobre los celos de María Kodama ante la joven Viviana Aguilar, empleada de la librería La Ciudad, que atraía a Borges y por ende quería que fuera su secretaria y lo acompañara “en sus viajes por Latinoamérica”. Y entre otras cosas relata que la viuda de Borges ordenó al editor B. del Carril, de Emecé, extirpar el nombre de María Esther Vázquez del “Poema de los dones” (escrito, dice, en “diciembre de 1958”), pues Borges, que lo incluyó en El hacedor, se lo había dedicado: “Dedicatoria que persistió hasta su muerte”; cosa que los viejos lectores de Borges, que son legión, sí pueden constatar en ediciones y reediciones de varios acopios.

Páginas 118-119 de la antología de Jorge Luis Borges: Obra poética, 1923-1977
(Emecé/Alianza, Col. Alianza Tres núm. 48, 
3ª ed. ampliada, Madrid, 1983)



IV de V
No obstante los numerosos libros que recogen los diálogos y las entrevistas con Borges (incluidas las videograbaciones y los documentales televisivos y fílmicos, algunos localizables en DVD o en YouTube), innumerables lectores del siglo XXI nunca sabrán a ciencia cierta cómo fueron sus charlas, sus pláticas con los alumnos que asistieron a las clases de literatura inglesa y norteamericana que dio, entre 1956 y 1968, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pese a que ya existe un título que compila la transcripción de 25 clases dadas por él, en 1966, en tal casa de estudios: Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (Emecé, Buenos Aires, 2000), cuya investigación, edición y notas se deben a los tocayos Martín Arias y Martín Hadis.
(Emecé, Buenos Aires, 2000)
  Nunca, en algún recinto o universidad de Europa, de los Estados Unidos o de Latinoamérica, podrán asistir a sus coloquios, seminarios y conferencias, pese a los libros de tal índole que él publicó en vida: Borges oral (Emecé/EB, Buenos Aires, 1979) y Siete noches (FCE, México, 1980). O a los póstumos, como Arte poética (Crítica, Barcelona, 2000), que reúne seis conferencias sobre poesía (y otras cosas) que Borges dijo (en inglés) en la Universidad de Harvard (Cambridge, Massachusetts), en su papel de invitado a dictar las Norton Lectures (Charles Eliot Norton Poetry Lectures), correspondientes al ciclo 1967-1968. O El aprendizaje del escritor (Lumen, Buenos Aires, 2014), con “Edición de Norman Thomas di Giovanni, Daniel Halpern y Frank MacShane”, que reúne cuatro charlas que Borges dio (en inglés) en “la primavera de 1971” “a los estudiantes inscriptos en el programa de escritura de la Universidad de Columbia”.

Borges, Octavio Paz y Salvador Elizondo
México, abril de 1981
  Nunca tendrán la privilegiada experiencia de hablar personalmente con él, como fue el temprano caso de Alfonso Reyes, embajador de México en Buenos Aires entre 1927 y 1930, aunque el joven y el viejo Borges siempre lo vieron como un maestro de estilo. Según dice éste en la página 63 de Un ensayo autobiográfico: “solía invitarme a cenar cada domingo a la embajada”. Fruto de tal amistad es el hecho de que Alfonso Reyes financió, en 1929, la edición del citado Cuaderno San Martín, el tercer poemario del joven Borges, precisamente en el número 2 de la Colección Cuadernos del Plata, donde también, por mediación de Borges, en 1929 se publicó Papeles de Recienvenido, miscelánea de Macedonio Fernández (otro de los maestros de su juventud tras su regreso familiar a Buenos Aires el 24 de marzo de 1921 luego de siete años en Europa, cuya legendaria tertulia, sabatina y nocturna, confluiría en la confitería La Perla, en la esquina de Rivadavia y Jujuy, en el barrio del Once), de la cual dice en la página 59 de Un ensayo autobiográfico: “yo mismo intervine, recopilando y ordenando los capítulos”.

Macedonio Fernández
(1874-1952)
  Nunca podrán realizar el viaje que emprendieron muchos de los lectores y entrevistadores que, para oír al oráculo, llegaron al departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 (que fue el domicilio de Borges y su madre desde 1947 hasta la muerte de ambos) o a la calle México 564, donde está la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, que Borges dirigió durante 18 años, entre 1955 y 1973, donde dictó poemas, ensayos, prólogos y cuentos suyos, y donde impartió cursos de literatura y formó un círculo de estudio del anglosajón y del islandés antiguo. Y en cuyo mes de diciembre de ese último año, en compañía de Claude Hornos de Acevedo, viajó a México para recibir en la Capilla Alfonsina la primera entrega del Premio Alfonso Reyes. 

Borges, José Emilio Pacheco y Claude Hornos de Acevedo
México, diciembre de 1973
  Nunca cultivarán con él el “diálogo socrático”, especial vivencia intelectual a la que el Borges ciego y sabio era proclive y que por las latitudes mexicanas sostuvo con notables escritores: Octavio Paz, Salvador Elizondo, Juan José Arreola, Juan García Ponce, José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Carlos Montemayor, entre otros.


Juan José Arreola y Jorge Luis Borges
México, diciembre de 1973



V de V 
En el poema en prosa “Borges y yo” se lee una determinante cifra gnoseológica (y se oye en el disco con la voz de Borges): “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy)”. Casi resulta tautológico decir que mucho del Borges hombre (el de carne y hueso) quedó en el Borges literario (“No sé cuál de los dos escribe esta página”, dice al término en su falaz y deliberada confusión parecida a la del “Poema de los dones”: “Groussac o Borges”) y que sin el primero no se explica el segundo. Así, se tiene la certeza de que la inextricable voz que eternamente habla en el elepé es la voz de Borges y su doble (el otro, él mismo), y que sus textos (con elementos de su autobiografía personal, íntima, fantástica y metafísica) conllevan la pátina de una laberíntica e incesante permutación y desdoblamiento de su individualidad, única en el universo. Es la voz del viejo Borges que ve lejana la voz del joven Borges de la “Fundación mítica de Buenos Aires”: “Lo releo y me parece escrito por otra persona, por una persona que no me es antipática, pero que, ciertamente, no es el Borges que está hablando ahora”, dice en el elepé. Pero está allí en la primera persona, en la fugaz impronta de Hipólito Yrigoyen (“político radical” en cuya campaña a la presidencia de la república el joven Borges de 1928 participó creando “un comité de jóvenes intelectuales”); en la manzana fundacional: el barrio de Palermo, que fue el mítico barrio de su infancia: el barrio de la casa art noveau de dos plantas y un par de patios (calle Serrano 2135), donde estaba la biblioteca paterna de “ilimitados libros ingleses”, “un jardín con una alta bomba de molino” y una verja con lanzas —que fue el ámbito de los juegos con su hermana Norah— “y al otro lado del jardín un terreno vacío”; casa no muy distante del Zoológico de Palermo, donde solía ir, llevado por su madre, a observar al tigre y dibujarlo. Y el ámbito del redescubrimiento y fervor de Buenos Aires tras el regreso de Europa el 24 de marzo de 1921 (aún impregnado de la bruma del ultraísmo); el ámbito de la tutela de Macedonio Fernández, de las legendarias esquinas rosadas, de los compadritos (“famosos por sus peleas a cuchillo”), del idioma de los argentinos, de la biografía de Evaristo Carriego, escrita con el apoyo de los tres mil pesos del segundo Premio Municipal de Literatura que obtuvo con Cuaderno San Martín, que además le sirvieron para comprar, “de segunda mano”, su querida edición de 1911 de la Encyclopædia Britannica, que él siempre conservó en su casa. La voz que en 1960 escribe, y recita en la dedicatoria de El hacedor, que llega en un sueño hasta un rincón de la Biblioteca Nacional para obsequiarle a Leopoldo Lugones su colección de versos y prosas, pese a que éste se había suicidado en 1938, el año que murió su padre y el año del accidente que desencadenó su voz narrativa, que es la erudita voz que en “El acercamiento a Almotásim” reseña la inexistente novela policíaca de un abogado hindú y sus contactos con el mito del Simurg, dizque leído en “el venerado Coloquio de los pájaros de Farid ud-din Attar”, místico persa del siglo XIII, y la voz de los grandes cuentos reunidos en Ficciones (Sur, Buenos Aires, 1944) y en El Aleph (Losada, Buenos Aires, 1949); “son, supongo, mis dos libros principales”, dice en la página 78 de Un ensayo autobiográfico
     
Jorge Luis Borges
(1899-1986)
        Es la voz de “El suicida” que termina diciendo: “Borraré la acumulación del pasado./ Haré polvo la historia, polvo el polvo./ Estoy mirando el último poniente./ Oigo el último pájaro./ Lego la nada a nadie.” La voz del “Buenos Aires” tan íntimo y personal, que “Es, en la deshabitada noche, cierta esquina del Once en la que Macedonio Fernández, que ha muerto, sigue explicándome que la muerte es una falacia.” Es la voz que en el instante de morir, en sus poemas épicos, traza el coraje y el valor de ciertos héroes legendarios de la historia argentina: “El general Quiroga va en coche al muere”, donde El Tigre de los llanos, el caudillo Juan Facundo Quiroga muere asesinado (diciembre de 1835) por una caterva de gauchos (incluso atraviesa el umbral del infierno); la del “Poema conjetural”, donde Francisco Laprida, asesinado por los montoneros de Aldao el 22 de septiembre de 1829, hace una introspección sobre lo que implica su muerte. Panteón de héroes que en el elepé incluye el memento mori de un par de sus ancestros: “Página para recordar al coronel Suárez, vencedor de Junín”, donde el bisnieto, además de cantar las hazañas y el coraje de su bisabuelo materno, es el médium que da voz a la voz del coronel Suárez que habla desde el más allá; y “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges (1833-74)”, quien se deja matar guerreando en la batalla, mientras Fanny, su joven esposa: Frances Anne Haslam (1842-1935) —la abuela inglesa de quien el niño Georgie aprendió el inglés (sin saber aún que el modo con que hablaba con ella era el inglés)— aún estaba embarazada del que sería el padre del renombrado escritor: Jorge Guillermo Borges Haslam (1874-1938), abogado, maestro de psicología, aficionado a la filosofía y escritor amateur que escribió El caudillo, una novela que pocos han leído, impresa en 1921, en edición de autor, en Palma de Mallorca.
      Es la voz del Borges que se perpetúa en los Borges de sus ficciones (“Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, “El Aleph”, “El Zahir”, “El otro”, etcétera). La voz que solía ocultarse bajo la máscara de las reseñas y bibliografías apócrifas y de las falsas atribuciones, como ocurrió con los textos del citado Museo, brevísimo poemario en El hacedor, que reúne seis textos breves con sus respectivos quiméricos pies, originalmente publicados así por Borges en Anales de Buenos Aires, revista que dirigió entre 1946 y 1948. 
   
Borges en la Capilla Alsonsina
México, diciembre de 1973
Foto: Rogelio Cuéllar
        Uno de ellos, Le regret d’Héraclite, además de la alteridad, de la mágica virtud de transfigurarse en otros a través de la literatura (nadie desciende a las mismas aguas), implica el infructuoso y eterno anhelo ser amado por la inasible y evanescente mujer ideal: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca/ Aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach”; en la misma medida en que un fragmento de “El Zahir” implica a todos los hombres ante lo insondable: “si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos y qué es el mundo”; o en la exultación límite ante el inefable hallazgo infinitesimal y cosmogónico: “En una noche del Islam que se llama la Noche de las Noches se abren de par en par las secretas puertas del cielo y es más dulce el agua en los cátaros; si esas puertas se abrieran, no sentiría lo que esa tarde sentí”, dice la voz de Borges en un pasaje revelador de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, lo que también se aprecia en un fugaz fragmento de un pie de página del mismo cuento, precisamente cuando la voz alude el efluvio y la comunión erótica y la imaginaria posibilidad de ser William Shakespeare (y por ende: Borges y los otros, entre ellos la infinita y laberíntica serie de los consabidos y diminutos nanohomúnculos umbelíferos: los mil y un Borgitos habidos y por haber): “Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre. Todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare.” 


Jorge Luis Borges. Voz Viva de América Latina. Elepé donde se oye la voz de Borges recitar y hablar. Más un cuaderno de 16 páginas con los poemas, prosas y comentarios del recital y una serie de anónimas notas al pie; conjunto precedido por la presentación de Salvador Elizondo. Serie Voz Viva de América Latina núm. 13, Departamento de Voz Viva de Difusión Cultural de la UNAM. 2ª edición. México, 1982.


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