miércoles, 19 de junio de 2013

Galaxia Borges




Una suerte de telaraña que une a diferentes escritores

Impreso en Buenos Aires, en 2007, por Adriana Hidalgo editora, Galaxia Borges es una antología narrativa urdida por dos porteños de distintas generaciones: Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) y Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939). Pese a la amplitud cósmica que implica el sonoro título, los antólogos delimitan su espacio a la República Argentina y de tal extensa geografía sólo han escogido a 16 autores (la selección borgeana), quienes son presentados así en la marquesina interior: “Vida y literatura de Jorge Luis Borges en los relatos de Leopoldo Lugones, Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández, Manuel Peyrou, Santiago Dabove, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo, Marta Mosquera, Alfredo Pippig, José Bianco, Luisa Mercedes Levinson, Héctor Murena, Betina Edelberg, J.R. Wilcock, Ángel Bonomini y Gloria Alcorta.”
(Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007)
Portada
   
(Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2007)
Contraportada
 
Eduardo Berti
   
Edgardo Cozarinsky
 
Borges murió en Ginebra el 14 de junio de 1986.
En la foto (captada por Eduardo Comesaña) se le ve al pie de
la Biblioteca Nacional de Buenos Aires,
que él dirigió entre 1955 y 1973.
       En su “Prólogo”, además de proclamar a los cuatro pestíferos vientos de la aldea global que Borges es “una galaxia literaria”, dicen de él en términos apoteósicos: “Sin lugar a dudas, Borges es la mayor figura que ha dado la literatura argentina. Su sola obra bastaría para encarnar una ‘edad de oro’ y exhibe un peso equivalente a lo que, en otras tradiciones, es la suma de varias individualidades. Dicho de otra forma, Borges es al mismo tiempo nuestro Tolstoi, nuestro Dostoievsky y nuestro Chejov.” Siendo así de inmensa la galáctica creación, vale citar lo que, según los astrónomos, Betina Edelberg “anotaría en 1997”: “Para Borges y sus contemporáneos el problema era escribir después de Lugones. Para los que llegamos después de Borges, la gran dificultad es salvarnos de su magia para inventar algo distinto”.

Betina Edelberg
        Betina Edelberg (1921-2010) —con quien Borges urdió los ensayos breves reunidos en Leopoldo Lugones (Troquel, 1955), libro compilado con modificaciones en el volumen de sus Obras completas en colaboración (Emecé, 1979), y “un argumento de ballet, La imagen perdida, parodia hablada del caudillismo peronista, imposible de publicar en 1953 y aún hoy prudentemente inédita” (sic)—, es el único caso de la escueta Galaxia Borges del que se presentan tres “Textos inéditos hasta la fecha, cedidos especialmente para esta antología”. “Mutante”, uno de los “Tres delirios”, es un brevísimo palimpsesto sobre la metamorfosis de Gregorio Samsa (cuyo implícito autor Borges contribuyó a introducir en la Argentina y en el orbe del español); y en los otros dos figura el propio Borges en calidad de personaje. “Xul Solar” —seudónimo de Oscar Agustín Schulz Solari (1887-1963), uno de sus legendarios amigos— tiene un asterisco que apostrofa: “Delirio nacido de un encuentro real”. Y esto mismo puede decirse del que se titula “Confidencia”, que a la letra dice: “‘Le pregunté una vez más qué había soñado y me volvió a decir que nunca soñaba. Yo no podía seguir queriendo a una mujer que nunca soñara’, me dijo Borges con su escondido tartamudeo y sacó su famoso pañuelo marchito y cubrió su entrecortada carcajada sonora.” Pues recrea una consabida y patética anécdota, que varios biógrafos han esbozado, en torno a Elsa Astete Millán, la primera esposa de Borges, con quien estuvo casado entre septiembre de 1967 y octubre de 1970.

Elsa Astete Millán y Jorge Luis Borges
         De los otros 15 autores, los antólogos eligieron un cuento en cada caso, con su correspondiente ficha bibliográfica. Pero cada uno de los 16 está precedido por una breve nota que bosqueja y sopesa minucias de su vida y obra, siempre en relación a Borges, a cuyos datos, antes del “Índice”, se les añade una “Breve nota final”. Sin embargo, no falta el bemol: además de que no se incluyó una fe de erratas, en la nota sobre Ángel Bonomini (1929-1994) le citan unas palabras a las que les mutilaron un fragmento; de él eligieron “Después de Oncativo”, cuento de Los elefantes lentos de Milán (Editorial Fraterna, 1978.) 

Una vertiente de las confluencias temáticas y atmosféricas es aquella donde figura Borges como personaje o donde por lo menos se le alude. Por ejemplo, Gloria Alcorta (1915-2012), a quien Borges le prologó en francés su poemario escrito en francés: La Prison de L’Enfant (Lithographies de Héctor Basaldua, Buenos Aires, 1935), prefacio compilado de manera bilingüe en el póstumo volumen de Borges: Textos recobrados 1931-1955 (Emecé, 2001). De ella presentan el “Coronel Borges”, cuento “escrito originalmente en francés” e incluido en un libro publicado en París: Le crime de doña Clara (Presses de la Renaissance, 1998), el cual, dicen los antólogos, “se traduce en esta antología por primera vez al castellano”. En el cuento (que no es una maravilla) el lúdico tributo a Borges es total. El título alude al coronel Francisco Borges (1832-1874), abuelo paterno del escritor e inicia con un epígrafe transcrito de uno de sus célebres poemas: “Fundación mítica de Buenos Aires”. En el texto, la femenina voz narrativa evoca el onírico día de su infancia en que yendo en tren a casa de su abuela, saltó de éste en la llanura al ver el nombre de un fantasmal lugar: “Borges”, donde dialoga con un viejecillo solitario que dice no ser Borges (el famoso escritor), sino el Otro (“a quien le ocurren las cosas”). Su abuela, ya en su casa, le dijo que era “el nieto del coronel” (o sea: “el Otro, el Mismo”). 
Si Gloria Alcorta es una escritora casi olvidada, Alfredo Pippig fue exhumado de la catacumba. De él eligieron “Atisbo”, cuento impreso en la revista Sur (noviembre de 1947) y de quien tanguean los antólogos: “A principios del siglo XXI, Pippig se ha borrado con asombrosa perfección de la memoria literaria: ausente de diccionarios y diversos ‘quién es quién’, sólo asoma en los estantes de alguna librería de viejo. Luis Chitarroni sostiene que una vez Fogwill lo vio.”
Georgie y Adolfito
       Santiago Dabove (1889-1951), otrora contertulio en la confitería de la Plaza del Once donde los sábados oficiaba Macedonio Fernández (1874-1952), tampoco buscó la trascendencia. Borges, en el prólogo a La invención de Morel (Losada, 1940), novela de Adolfo Bioy Casares (1914-1999), lo menciona “olvidado con injusticia” y cataloga a ambos como ejemplos de “imaginación razonada”. Fue elegido, con “Ser polvo”, en la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940), de Borges, Bioy y Silvina Ocampo (1903-1993), en cuya nota apuntaron: “Su especialidad es el cuento fantástico; recordamos: La Muerte y su Traje, Finis, El espantapájaros y la Melodía, Presciencia, El Experimento de Varinsky. Hasta ahora ha rehusado reunirlos en volumen.” Así, sólo publicó un póstumo libro de cuentos urdido por manos ajenas a él: La muerte y su traje (Editorial Alcántara, 1971), cuyo prólogo, escrito por Borges, fue recogido por el autor en Prólogos, con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975); libro compilado en el póstumo tomo IV de sus Obras completas (Emecé, 1996). Si “Ser polvo”, por figurar en la Antología (modificada en 1965 y sucesivamente reeditada) es su cuento más leído y famoso, ¿para qué incluirlo en Galaxia Borges? ¿Por qué no otro?, que obviamente no sería el “Tren”, porque Edgardo Cozarinsky 
—autor de Borges y el cine (Sur, 1974)— lo antologó en Galaxia Kafka (Adriana Hidalgo editora, 2010). 
(Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2010)
        No es el caso de “Los donguis”, de J.R. Wilcock (1919-1978), pues la versión incluida, en 1965, en la segunda edición de la Antología de la literatura fantástica es distinta a la que se lee en Galaxia Borges, la cual, apuntan los antólogos, es la que se lee en El caos (Sudamericana, 1999), “modificada respecto a la primera edición de 1974”. 

Silvina Ocampo en 1959
Foto de Adolfo Bioy Casares
         Uno de los mejores cuentos de Galaxia Borges es el de Silvina Ocampo. Se trata de “Los grifos”, de Los días de la noche (Sudamericana, 1970). Además de que Borges aparece allí en su papel de frecuente comensal en el departamento de los Bioy en el quinto piso de Posadas 1650 (esto no se precisa, pero se intuye), el relato está salpimentado con ciertos ejemplares de la zoología fantástica y mítica a la que Borges fue proclive; y dada la alusión a un viaje y a un impreciso e inaccesible “paraje del Oriente”, sitio de donde son originarios los enigmáticos grifos, se advierte un eco del entorno de los “Tigres azules”, cuento de Borges, póstumamente recogido en el tomo III de sus Obras completas (Emecé, 1989) y en su libro La memoria de Shakespeare (Emecé, 2004).

   
Borges observa tigres en su laberinto
Ilustración de Osvaldo
           Excelente cuento, con visos decimonónicos, es “El límite”, de José Bianco (1908-1986), que es la versión corregida por él para su libro Páginas escogidas de José Bianco (Celtia, 1984). Entre 1936 y 1961, Bianco fue secretario y luego jefe de redacción de la revista Sur. En un pasaje de una memoria sobre Borges compilada en Ficción y reflexión (FCE, 1988), Bianco dice de él: “Cuando entré a trabajar a Sur, en mayo de 1938, pocas cosas me daban más alegría que las colaboraciones de Borges. Me parecía, en cierto modo, que justificaban la revista. Recuerdo que a consecuencia de una operación en la que estuvo a punto de morir (en aquella época no existían los antibióticos) Borges temió por su integridad mental. Durante la convalecencia y después, ya curado, decidió abordar un género nuevo, escribir algo completamente distinto de lo que había hecho hasta entonces; que no se pudiera decir: ‘Es mejor o peor que el Borges de antes’. Así nació su primer cuento fantástico de inspiración metafísica: ‘Pierre Menard, autor del Quijote’. Borges estaba tan preocupado por el texto que acababa de entregarme —quizá ni él mismo se daba cuenta clara del resultado de su talento—, que a la mañana siguiente me llamó para saber qué me había parecido. Le dije la verdad: ‘Nunca he leído nada semejante’, y me apresuré a publicarlo, encabezando el número 56 de Sur.”

(FCE, México, 1988)
          Un buen cuento es “Yzur”, de Leopoldo Lugones (1874-1938), tomado de Las fuerzas extrañas (1906). Otro, “En memoria de Paulina”, de Bioy Casares, de La trama celeste (Sur, 1948). No se puede decir lo mismo de “El Zapallo que se hizo Cosmos (Cuento del Crecimiento)”, de Macedonio Fernández, pese al rimbombante rótulo, transcrito de Papeles del Recienvenido: continuación de la nada (Proa, 1926). Ni de “La deuda mutua”, de Ricardo Güiraldes (1886-1927), incluido en su libro Cuentos de muerte y de sangre (Librería La Facultad, 1915). 

   
Macedonio Fernández
       En “El sombrero de paja”, cuento de El centro del infierno (Sur, 1956), de H.A. Murena (1923-1975), los antólogos observan un influjo de “La flor de Coleridge”, el ensayo de Borges que se lee en Otras inquisiciones (Sur, 1952). Y en “La noche repetida”, el espléndido cuento de Manuel Peyrou (1902-1974), transcrito de su libro homónimo editado por Emecé en 1953, es imposible no pensar en un lúdico guiño a Borges en el paralelo trabajo que desempeña el escribano Anselmo Ciavelli: “Respondiendo a la solicitud de algunos amigos escritores, redactaba la página bibliográfica de una revista literaria”.

De Marta Mosquera Eatsman, a quien Borges dedicó su cuento “La casa de Asterión”, incluido en El Aleph (Losada, 1949), eligieron “La cuarta memoria” (en el que señalan un remanente de “Deutsches Requiem”),  publicado en la revista Sur (febrero de 1950) y ese mismo año en un ejemplar de Cuadernos de la Quimera, “colección de nouvelles que dirigía Mallea para Emecé”. De Luisa Mercedes Levinson (1909-1988) escogieron “El sueño olvidado”, de su libro La pálida rosa del Soho (Claridad, 1956). En la nota que le destinan mencionan a La hermana de Eloísa (Ene, 1955), que Borges escribió con ella; texto no incluido en el susodicho tomo de sus Obras completas en colaboración, que sería bueno reeditar, por borgeseana curiosidad bibliográfica y porque “Fue la única obra de ficción [publicada] que Borges escribiera a ‘cuatro manos’” con una fémina.


Eduardo Berti y Edgardo Cozarinsky, Galaxia Borges. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, agosto de 2007. 228 pp.








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