Rubita la revoltosa:
“yo quería ser bailarina o general”
Elena Garro (1916-1998) —la primera esposa de Octavio Paz (1914-1998)— en 1982 le dijo en una carta al crítico Emmanuel Carballo sobre las pretensiones de su escritura: “a mi medida y modestamente trato de contar una historia para divertir al público”. En su crónica autobiográfica Memorias de España 1937 (Siglo XXI, 1992) lo logró: es un libro divertido, escrito con placer y humor, aún en instantes en que cuestiona, toma partido o alude lo doloroso y cruento: los tiroteos, los bombardeos, los racionamientos, las hambrunas, los asesinatos, las purgas estalinistas, las revanchas trotskas, y las detenciones y “paseos” de la cheka (policía política de la causa republicana), por decir algo. No obstante, no elude anécdotas muy tristes y dramáticas.
(Siglo XXI, México, 1992) |
Se decía que en 1937 Elena Garro tenía 17 abriles y Octavio Paz 23 (ahora se sabe que el 11 de diciembre de ese lapso ella cumpliría 21). Ese año el joven poeta —autor de los poemarios Luna silvestre (Fábula, 1933) y Raíz del hombre (Simbad, 1937)— regresa en avión a la Ciudad de México del mítico y distante Yucatán donde en Mérida, durante cuatro meses, había laborado en una escuela secundaria para hijos de trabajadores; ambos escuchan la Epístola de Melchor Ocampo el 25 de mayo; y en plena Guerra Civil Española viajan en junio a la Península Ibérica porque el joven Paz (autor de “¡No pasarán!”, poema en contra de los fascistas y a favor de los republicanos, escrito dos meses después de iniciado el conflicto e impreso en 1936 con el sello de Simbad, cuyos ingresos, de los 3500 ejemplares, donó al Frente Popular Español radicado en México) recibió una telegráfica invitación, que incitó Pablo Neruda (1904-1973), para que asistiera al II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas que organizó (con patrocinio soviético) la Alianza de Intelectuales para la Defensa de la Cultura, el cual tuvo a Valencia como sede principal puesto que allí residía el Gobierno de la República que presidía el médico y político Juan Negrín (1892-1956). Su viaje coincide con el de otros mexicanos, protagonistas del libro y no todos miembros de la comunista LEAR (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios): Carlos Pellicer (1897-1977), Juan de la Cabada (1899-1986), Silvestre Revueltas (1899-1940), José Mancisidor (1894-1956), Fernando Gamboa (1909-1990), José Chávez Morado (1909-2002), María Luisa Vera y Susana Steel. Personajes que se observan, junto con otros (no todos identificados), en la única fotografía en blanco y negro que incluye el libro en el interior; mientras que el frontispicio fue ilustrado con un retrato de la joven Elena Garro posando de bailarina.
1. Rafael Alberti; 2. María Luisa Vera; 3. José Chávez Morado; 4. Fernando Gamboa; 5. Elena Garro; 6. Octavio Paz; 7. Susana Gamboa; 8. Silvestre Revueltas; 9. José Mancisidor. |
Croquis al revés en el libro (Siglo XXI, 1992) |
Si bien las Memorias de España tienen como márgenes principales la partida de la Ciudad de México y el regreso por el puerto de Veracruz, los episodios, el itinerario y las vicisitudes que narra y comenta la autora no siguen una secuencia pormenorizada y cronológica: va y viene por el tiempo y por el espacio. “La memoria es una forma del olvido”, dijo Borges el memorioso. Y sí: aquí bullen un puñado de reflexiones y recuerdos que han sido fermentados, seleccionados, pulidos y decantados por la pátina del tiempo no sólo íntimo, por la reminiscencia y la amnesia personal, y por la febril y entusiasta imaginación literaria de la autora. Todo es novelesco, un constante divertimento, un nuevo festín de Esopo, sobrio, exagerado, ameno, con un ritmo vertiginoso, y poco importa qué tanto sea yerro o mentira o no se ajusten otras versiones con las versiones de Elena Garro. Por ejemplo, el pintor José Chávez Morado y el museógrafo Fernando Gamboa coinciden en que la exposición que ambos montaron por primera vez en Valencia y con la cual Gamboa inició su labor museográfica era de grabado y se denominó Cien años de Grabado Político Mexicano; pero Elena Garro, en fragmentos con mucha chispa, dice que se trató de un conjunto de pequeñas fotografías, mal tomadas y en blanco y negro, de los murales de Orozco, Siqueiros y Rivera.
En este sentido, en los testimonios donde figura la impredecible Rubita (como dice Elena que la llamaba José Mancisidor), abundan los chistes, los chismes, las críticas, los sarcasmos, las aventuras, las caricaturas y los infantiles cuentos de nunca acabar como el que sigue: “En aquellos días yo era menor de edad, en España había una guerra civil y en México se daban de bofetadas en la calle los partidarios de uno y otro bando. Los mexicanos acudían a la embajada española para enrolarse en el ejército español. ‘Sí, sí, pero ¿en cuál bando?’, preguntaban los funcionarios. ‘En cualquiera, lo que quiero es ir a matar gachupines’, contestaban. Al menos eso se decía...”
Elena Garro y Octavio Paz recién casados (Barcelona, 1937) |
En este sentido, pululan las chuscas digresiones, como la siguiente, en la que Elena Garro, hija de padre español y madre mexicana, saca de la chistera una anécdota sucedida en Iguala, Guerrero, donde vivió de niña —incluso durante la Guerra Cristera (1926-1929)—, la cual, dice, en Madrid se la contó a Rafael Alberti después de narrarle la anterior, quien al oírla “se echó a reír” diciendo: “Esta chica, con esa vocecita sólo dice barbaridades”: “Yo sabía más que Rafael Alberti, porque venía de la H. Colonia Española. Le expliqué que un día del ‘Grito’ en un pueblo del sur invitaron a mi hermano menor y a mi primo Boni a ser pajes de la reina y de la princesa de los festejos patrios, porque ambos eran muy bonitos. Ésta fue la única vez que mi familia estuvo sentada en el estrado de honor en medio de los militares revolucionarios. Mi hermana mayor, Deva, y yo, nos escapamos del estrado y nos metimos entre la multitud. Como éramos muy chichas sólo vimos un techo de sombreros. De pronto llegó el ‘Grito’: ‘¡Viva México’!’... ‘¡Viva!’, coreó la multitud. ‘¡Mueran los gachupines!’... ‘¡Mueran!’, contestaron, y mi hermana y yo huimos hasta el portón cerrado de la casa a esperar el regreso de los criados, ya que jamás regresarían mis padres. Volvieron y furiosos nos dijeron: ‘¡Habéis arruinado el Grito! ¿Dónde andabais? Los militares, la reina, la plaza entera se revolvió para buscaros. ¡Sois imposibles!’”
Así que no asombra que sea Elena Garro la heroína de sí misma, la que se recuerda y trata con simpatía y afecto en cada una de las niñerías, travesuras, tonteras y burradas de escuincla burguesa que irritaban a Octavio Paz, lo cual implica y transluce la ineludible naturaleza de partícula revoltosa que la distinguía y que en 1992 aún la alentaba.
En otra carta autobiográfica fechada en Madrid (marzo 29 de 1980) —ver Protagonistas de la literatura mexicana (SEP, 1986)—, Elena Garro le dice a Emmanuel Carballo sobre su temperamento, el mal heredado de su “fatídica” familia, idéntico, dice, al de su hija Helena Paz Garro (México, diciembre 12 de 1939): “Estas partículas revoltosas producen desorden sin proponérselo y actúan siempre inesperadamente, a pesar suyo”. Sus Memorias de España lo subrayan y celebran. Y aunque en un momento, ante las constantes reprobaciones, sermones y dictados de Octavio Paz, se detiene y dice: “Durante mi matrimonio, siempre tuve la impresión de estar en un internado de reglas estrictas y regaños cotidianos, que, entre paréntesis, no me sirvieron de nada, ya que seguí siendo la misma”, en realidad no depositó dolo ni resentimiento ni frustración ni nostalgia lacrimosa. Paz es visto con gracia (como también son vistos los criticados, los enemigos, los caricaturizados y los puestos en evidencia). Lo recuerda sin enojo, con la empatía, la complicidad y la estima de esos años. Numerosos pasajes dan cuenta de ello. Y entre los episodios risibles se hallan las vivencias en el Orinoco, el barco nazi que los traía de regreso a México; lo ocurrido en París durante la custodia de Silvestre Revueltas (ahogándose de alcohol, sin un quinto y sin abrigo) y los menesteres que emprendieron ambos para conseguir el monto que cubriera lo que el músico debía en el hotel y lo del pasaje de “ese hombre tan desnudo, tan indefenso, tan herido por el cielo y por los hombres”, como en 1962 recordó Juan Vicente Melo que dijo Octavio Paz del autor de partituras como El renacuajo paseador y Homenaje a García Lorca —ver Notas sin música (FCE, 1990)—.
Entre las anécdotas que evoca Elena Garro tienen cabida múltiples personajes históricos y legendarios: Luis Cernuda, Juan Marinello, Nicolás Guillén, Pablo Neruda, César Vallejo, Manuel Altolaguirre, Vicente Huidobro, Alejo Carpentier, León Felipe, Juan Gil Albert, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado y su madre, María Zambrano, Angélica Arenal, Tina Modotti, y un numeroso etcétera. Por ejemplo, los fotógrafos Robert Capa (Endre Friedmann) y Gerda Taro (Gerta Pohorylle), cuyos seudónimos ella escribe “Kapa” y “Tarro”, amén de que el alias completo de ésta le sonaba parecido a su nombre y le adjudica la nacionalidad húngara. No desliza análisis sobre la Guerra Civil Española (1936-1939), el marxismo, el fascismo, el nazismo, el cardenismo, la democracia, el capitalismo, la libertad, la estalinista URSS, el Congreso Antifascista y las circunstancias sociales y políticas de aquí y acullá, pero sobre ello sí inserta lúdicas apostillas que hablan de su lucidez, sentido crítico y facilidad paródica.
Puesto que en los testimonios de Elena Garro abundan los cuentos, pueden ser vistos como un conjunto de pequeños relatos. Está el que habla de Adalberto Tejeda, entonces embajador en París, soltando sonoras y hediondas flatulencias en la mesa de la comida y empeñado en no aportar nada, ni un solo quinto para el pasaje de regreso de Silvestre Revueltas; el Coronelazo Siqueiros en el frente de batalla vestido con un uniforme de “húsar austriaco” inventado por él; el día que en las trincheras de Pozo Blanco fue nombrada madrina de la Brigada 115, la brigada de los mexicanos a la que Silvestre debía escribir un himno; el episodio de cuando la delegación mexicana la puso a vigilar a Juan de la Cabada, quien debía escribir su cuento “Taurino López”, puesto que al menor descuido se escapaba al Café de la Paz para divagar con Manuel Altolaguirre; cuando de nueva cuenta la nombran vigilante pero ahora de Revueltas, que huía para hundirse en la bebida y quien la llenaba de insultos porque lo vigilaba y se recargaba en el piano para verlo producir las notas y que sólo encontró el leitmotiv de su composición ante la presencia de un soldado ruso, el mismo que a ella le regaló una muñeca Lencci vestida de ucraniana (idéntica a la que Paz no le quiso comprar en Barcelona) mientras le pedía que abandonara a su marido y se quedara con él; las absurdas noches de futbolito en París y la sesión surrealista en la casa de Robert Desnos donde “sólo se hablaba de sexo”; la vez que a escondidas compró de contrabando un paquete de cigarros Lucky Strike; o cuando sin decir nada a nadie y en pleno combate de balas “rojas” y “azules” fue a pedirle dinero a Paco Picos para comprarse dos capas españolas... O este otro que reza así: “María Luisa era la consentida de un ministro de Cárdenas [presidente de México entre 1934 y 1940], llamado Muños Cota y a quien los mexicanos llamábamos Muñoz Kótex, porque había inventado la educación sexual, lo que provocó que muchos padres indignados, al saber que subían al escritorio del maestro a sus hijos desnudos para mostrar con un puntero las partes sexuales, decidieron cortar las orejas a los profesores. Por eso hubo manifestaciones de maestros desorejados, que protestaban en el Paseo de la Reforma, en fila, muy serios, con las cabezas vendadas.”
Elena Garro, Memorias de España 1937. Siglo XXI. México, 1992. 160 pp.