Rompecabezas/Modelo para armar
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Dedicada “A Patricia” (su esposa) e impresa por primera vez en Barcelona, en 1965, en la serie Biblioteca Formentor de la Editorial Seix Barral (cuyas cubiertas fueron ilustradas por Antoni Tàpies), La casa verde —una de las grandes novelas del peruano Mario Vargas Llosa— ganó en 1966 el Premio de la Crítica Española y en 1967 el Premio Nacional de Novela del Perú y en Venezuela el Premio Internacional de Literatura “Rómulo Gallegos”. Desde entonces, en el contexto del boom de la literatura latinoamericana y más allá de él (y en otros idiomas) ha sido reeditada numerosas veces.(Nueva Imagen, México, 2006) |
“Me llevaron a inventar esta historia los recuerdos de una choza prostibularia, pintada de verde, que coloreaba el arenal de Piura el año de 1946, y la deslumbrante Amazonía de aventureros, soldados, aguarunas, huambisas, shapras, misioneros y traficantes de caucho y pieles que conocí en 1958, en un viaje de unas semanas por el Alto Marañón.
“Pero, probablemente, la deuda mayor que contraje al escribirla fue con William Faulkner, en cuyos libros descubrí las hechicerías de la forma de la ficción, la sinfonía de puntos de vista, ambigüedades, matices, tonalidades y perspectivas de que una astuta construcción y un estilo cuidado podían dotar a una historia.
“Escribí esta novela en París, entre 1962 y 1965, sufriendo y gozando como un lunático, en un hotelito del Barrio Latino —el Hôtel Wetter— y en una buhardilla de la rue de Tournon, que colindaba con el piso donde había vivido el gran Gérard Philipe, a quien el inquilino que me antecedió, el crítico argentino Damián Bayón, oyó muchos días, ensayar, horas enteras, un solo parlamento de El Cid de Corneille.”
(Seix Barral, 18ª ed., Barcelona, 1979) |
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Una de tales intrincadas, laberínticas, fragmentarias y polifónicas historias es la que oscila en torno al prostíbulo que alude el título de la novela La casa verde. La primera Casa Verde, edificada en los aledaños arenales de Piura, la construyó don Anselmo, un hombretón entonces joven y fornido, con dinero (quien parece surgido de la nada), aficionado al trago y al arpa. Ésta desaparece con el fallecimiento de Toñita, la infantil, tierna y dulce adolescente (ciega y sin lengua) que don Anselmo se robara y encerrara en la torre de la Casa Verde, pues la noticia de su muerte (antes de acabar de parir a la futura Chunga), desvela —ante los ojos de la comunidad de Piura y de Juana Baura (la humilde lavandera de la Gallinacera que la prohijara tras el espeluznante asesinato de los Quiroga, los ricos padres adoptivos de la pequeña)— la identidad del furtivo rufián que, de la Plaza de Armas que colinda con La Estrella del Norte, se la había robado y secuestrado, y por ende, una airada multitud, precedida por el Padre García, marcha hasta la Casa Verde y la incendia. Vale recordar que pasajes de tal fragmentaria y trágica historia figuran seleccionados y leídos por la voz de Mario Vargas Llosa en la grabación editada por la UNAM en la serie Voz Viva de América Latina, cuya primera edición en elepé data de 1968 y la segunda, en disco compacto, de 1998, en cuyo cuadernillo adjunto, además de los pasajes leídos por la voz del autor, se halla un largo y erudito ensayo preliminar que José Emilio Pacheco firmó en la “Universidad de Essex, enero de 1968”, a quien el peruano le dedicó, junto a su esposa Cristina Pacheco (antes Romo), su Historia de un deicidio (Barral Editores/Monte Ávila Editores, Caracas, 1971), el voluminoso ensayo que escribió sobre la vida y milagros de Gabriel García Márquez, cuyas posibles reediciones al parecer fueron prohibidas tras el legendario pleito, sucedido “el 12 de febrero de 1976” en el aeropuerto de la Ciudad de México, que truncó la amistad personal que desde 1967 cultivaban Gabo y Mario. No obstante, sí permitió su inserción en el tomo VI de sus Obras completas, Ensayos literarios I (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2005) y que breves fragmentos fueran incluidos entre los prefacios de la Edición Conmemorativa de Cien años de soledad (¡un millón de ejemplares!), impresa en Colombia en “marzo de 2007”, por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Pero además, en su citado Diccionario del amante de América Latina (Paidós, 2006) —amén de las varias elogiosas alusiones—, figura un apologético ensayo sobre Cien años de soledad (que abarca la obra y la leyenda biográfica acuñada y propagada por el propio Gabo) y una nota sobre Aracataca, el pueblito donde éste nació el 6 de marzo de 1927.
(Paidós, Barcelona, 2006) |
Esta segunda Casa Verde es la que conocen y frecuentan “los inconquistables” de Piura: Lituma y los León: sus primos José y el Mono, mangaches del barrio de la Mangachería, y Josefino Rojas, gallinazo del extinto barrio de la Gallinacera, compinches bohemios, vividores y alharaquientos, que suelen vociferar y variar un lépero himno con el que pregonan la desfachatez de su mezquina identidad: “eran los inconquistables, no sabían trabajar, sólo chupar, sólo timbear, eran los inconquistables y ahora iban a culear”.
El punto de contacto entre Piura y Santa María de Nieva lo corporifican Lituma y Bonifacia, quien termina de habitanta (con el apodo de la Selvática) en la segunda Casa Verde, pues en una de las fragmentarias vertientes narrativas, Lituma es un honorable policía (un cachaco) que labora en Santa María de Nieva, en el Alto Marañón, donde conoce a Bonifacia (la futura Selvática) y se casa con ella en la iglesita y a toda orquesta, una indígena aguaruna de ojos verdes (quien en Piura dice ignorar su lengua nativa) llevada a vivir de pequeña a la Misión, en Santa María de Nieva, donde unas monjas católicas se dedican a evangelizar a un grupo de niñas indias, a enseñarles el español y ciertas labores manuales, costumbres, hábitos e idiosincrasia que las convierten en unas inadaptadas en sus originarias comunidades y por ende, dado el embrollo de corrupción que impera y domina allí entre el poder (gubernamental, militar, policíaco) y los traficantes y comerciantes de caucho y pieles, suscita que las indígenas “civilizadas” a la fuerza (las monjas las cazan y secuestran con el auxilio de los guardas civiles), terminen su infame destino en el esclavizante servicio doméstico en alguna ciudad (Iquitos, por ejemplo) y, en el peor de los casos, en los burdeles.
(Tusquets, Barcelona, 1971) |