viernes, 10 de enero de 2020

El maravilloso mago de Oz

Matar y engañar y no morir en el intento

A mediados de 1900, en Chicago y en Nueva York, George M. Hill Company publicó en inglés, con las ilustraciones en color de William Wallace Denslow (1856-1915), El maravilloso mago de Oz, novela fantástica dirigida al lector infantil, escrita por el polifacético Lyman Frank Baum (1856-1919), que se hizo popular casi al unísono de la versión musical estrenada el 16 de junio de 1900 “en el teatro de Clark Street de Chicago”. (“La obra recaudó en sus primeros ocho años cerca de cinco millones y medio de dólares y fue vista por más de seis millones de personas, unos números sensacionales para su época.”) Y a la postre tal título fue el primero de una serie de catorce libros para niños (editados entre 1900 y 1920) sobre las vivencias y aventuras en el fantástico, maravilloso y caricaturesco mundo de Oz.  
   
Totó y Judy Garland en el papel de Dorothy
Fotograma de El mago de Oz (1939)
       A estas alturas del siglo XXI casi resulta tautológico recordar que generaciones y generaciones de lectores del orbe —chicos y grandes— se acercan al libro de Baum (que es el único que pulula más allá de los EU) seducidos o incitados por la celebérrima película musical producida por la Metro-Goldwyn-Mayer, cuyo estreno data de 1939, protagonizada por Judy Garland en el papel de Dorothy, la niña campesina de Kansas que, casi al inicio, melancólica y añorante canta Over the Rainbow; sin descartar, claro está, al rutilante e icónico elenco y a la perrita que caracterizó al perrito Totó. (El Totó de la película es, además, el único que se parece al modelo trazado por Denslow en el libro). 
 
Judy Garland vestida de Dorothy y leyendo en inglés
El maravilloso mago de Oz
       Y un claro ejemplo de ello es la versión en español de El maravilloso mago de Oz editada en Madrid, en 2014, con el número 15 de la serie Letras populares de Ediciones Cátedra, con iconografía en blanco y negro, bibliografía, prólogo, traducción y notas de la española Ana Belén Ramos (Córdoba, 1979). Pues si bien no es ni pretende ser una exhaustiva y erudita edición anotada, sí es un libro que resume y compendia información básica sobre la novela, sobre la trayectoria del novelista y del ilustrador, y sobre la variante fílmica, cuyo director más notable fue Victor Fleming, ultracelebérrimo, también, en la sucesiva dirección de la mastodóntica Lo que el viento se llevó (1939). En este sentido, descuella que en medio de la nota 10 de su sesudo prefacio la traductora diga: “Perrault, en Francia, designó sus cuentos de hadas con el término tradicional Contes de ma mère l’Oye.” Pues de sobra es consabido que en “enero de 1697”, cuando en París, en la “imprenta de Claude Barbin”, se concluyó el tiraje de la primera edición de los cuentos en prosa de Perrault, no llevó por título Contes de ma mère l’Oye, sino Histories ou contes du temps passé, avec des moralités; y en tal “libro no figuraba el nombre del autor”: Charles Perrault (1628-1703), sino el nombre de P. Darmancour (su hijo “Pierre Perrault Darmancour, nacido el 21 de marzo de 1678”), quien en la dedicatoria a Mademoiselle “dice que un ‘niño’ se ha complacido en componerlos”. “Esta Mademoiselle a quien van dedicados los Cuentos de antaño es Elisabeth-Charlotte d’Orléans (1676-1744), sobrina de Luis XIV, a quien llamaban ‘Mademoiselle’. Casada con el duque de Lorena en 1698, fue abuela de la reina María Antonieta, la desgraciada esposa de Luis XVI, que murió con él en la guillotina durante la Revolución francesa.” Vale añadir que sobre tales minucias históricas (y otras) puede consultarse el volumen Cuentos completos de Charles Perrault (Anaya, Madrid, 1997), con “Traducción y notas” de Joëlle Eyheramonno y Emilio Pascual, “Apéndice” de éste, “Introducción” de Gustavo Martín Garzo, y magníficas láminas en color de doce ilustradores.
   
Colección Letras populares número 15, Ediciones Cátedra
Madrid, 2014
        Recamada con alguna preciosa errata, la traducción de El maravilloso mago de Oz es aceptable, pese a varios descuidos. Por ejemplo, en el penúltimo párrafo del “Capítulo V”, “El rescate del Leñador de Hojalata”, se lee en torno al egocentrismo e individualismo de la niña: “Dorothy no dijo nada, estaba intentando descifrar cuál de sus dos amigos llevaba la razón. Llegó a la conclusión de que si podía volver a Kansas con tía Em el hecho de que el Leñador careciera de cerebro y el Espantapájaros de corazón o, por el contrario, que los dos cumplieran su deseo dejaría de tener mucha importancia.” Es decir —y es lo que previamente discuten—, quien carece de cerebro, y quiere uno, es el listillo del Espantapájaros; y quien desea un corazón, porque no lo tiene, es el  sentimentalista del Leñador de Hojalata. Y en el “Capítulo VIII”, “El Mortífero Campo de Amapolas”, cuando el grupo va en medio de ese plantío deletéreo rumbo a Ciudad Esmeralda, dice el Leñador de Hojalata: “si no conseguimos llegar a tierra, seremos arrastrados al país de la Malvada Bruja del Este, y ella nos hechizará y nos convertirá en sus esclavos.” Pero a esas alturas del relato y del viaje, la Bruja del Este ya no existe (¿quién padece Alzheimer?), fue eliminada, y por ende no puede esclavizarlos, pues cuando la casa de Dorothy, traída por los aires desde Kansas por la fuerza y las oscilaciones del tornado, cayó en el “País de los Munchkins”, la mató y así liberó de la esclavitud a esos pequeños seres que parecen gnomos azules y la creen hechicera; y después de que los restos de la Bruja del Este se esfumaron por lo rayos del sol (era muy vieja y estaba aplastada), de ella sólo quedaron los mágicos Zapatos Plateados que la Bruja del Norte, que es buena, le entrega a la niña. Vale apuntar, que la diminuta Bruja del Norte, que al principio tutela a Dorothy, le explica que “en toda la Tierra de Oz” había cuatro brujas. La del Norte y la del Sur son buenas; y como la Malvada Bruja del Este murió aplanada y se deshizo por los rayos del sol, ahora sólo queda una mala: la Malvada Bruja del Oeste, quien tiene esclavizados a los amarillos Winkies (y podría esclavizar a Dorothy y a sus amigos). 
   
DVD de El mago de Oz (1939)
      Entre las principales diferencias entre la película y el libro descuella el hecho de que en el filme el viaje de Dorothy y Totó al mundo de Oz es un sueño de ella (tras recibir un golpe durante el tornado), signado por la añoranza de su casa en Kansas y por la postrera revaloración afectiva del querido hogar (“Hogar dulce hogar”), mientras que en el libro es literalmente un viaje a la Tierra de Oz, en cuyo mapa la Ciudad Esmeralda está en el centro. Y si bien Dorothy, en el libro, añora su pequeña casucha en el entorno árido y grisáceo de Kansas, con la tía Em y el tío Henry, está ausente la carga emotiva y sentimental de la película. Los Zapatos Plateados que la pequeña Bruja del Norte entrega a la niña Dorothy, claves para su retorno a Kansas, en el filme son rojos y de rubí (y son los objetos mágicos que codicia y desea poseer la Malvada Bruja del Oeste y por ello la persigue y acosa). En la película sólo aparece una bruja buena: Glinda, la Bruja Buena del Norte, caracterizada por Billie Burke, quien se desplaza en una burbuja (o con forma de burbuja) y con su apariencia de maternal hada madrina con corona de plata y varita mágica con una estrella en la punta repleta de gemas, tutela y protege a Dorothy al inicio, en el sembradío de flores somníferas, ante la Malvada Bruja del Oeste y al final. Y en el libro, la Bruja del Norte, cuyo nombre no se menciona, tutela a Dorothy sólo al principio y la protege con un beso en la frente que le deja una marca indeleble; y al final lo hace Glinda, la bellísima Bruja del Sur, monarca del País de los Quadlings (que son bajos, gordos, mofletudos, amables y vestidos de rojo), quien además es la Bruja que signa el regreso a Kansas de Dorothy y Totó (le revela el mágico poder de los Zapatos Plateados para viajar en un instante: con solo “dar tres golpecitos con los talones y ordenar a los zapatos que te lleven a donde quieras ir”); y más aún: con el uso de los tres poderes mágicos del Birrete Dorado y de los veloces Monos Alados, facilita y favorece el transporte y el destino de sus amigos en la Tierra de Oz: el Espantapájaros regresará a Ciudad Esmeralda, donde los verdosos habitantes lo aceptaron como su monarca tras irse el Mago de Oz en el globo areotástico que también debió transportar a Dorothy y a Totó; el León Cobarde irá a la selva “Detrás de la montaña de los Cabeza-Martillo”, porque allí lo hicieron Rey de los Animales del Bosque tras descabezar y matar a una gigantesca araña que los aterrorizaba; y el Leñador de Hojalata retornará al País de los Winkies, porque estos seres amarillos lo hicieron su Rey luego de que la Malvada Bruja del Oeste muriera al derretirse cuando súbitamente Dorothy le arrojó un balde de agua. 
Fotograma de El mago de Oz  (1939)
      En el filme, caracterizada por Margaret Hamilton, la Malvada Bruja del Oeste es verde, viste de negro, usa un sombrero puntiagudo, vuela en una veloz escoba y tiene los dos ojos. Mientras que en el libro la Malvada Bruja del Oeste lleva siempre un paraguas negro, no vuela en escoba (ni la tiene) ni restalla risotadas y sólo tiene un ojo, pero “más potente que un telescopio, y además podía verlo todo”; poder parecido a la tipificada bola de cristal con que en el filme la Bruja observa a Dorothy y a su grupo. En el libro, en Ciudad Esmeralda los habitantes y visitantes deben usar unas gafas verdes que a cada uno le asegura con una llave el Guardián de las Puertas; en la película esto no es así.
   
Baum como actor en
The Maid of Arran (1882)
(Cátedra, 2014)
         Con una “Introducción” firmada por Lyman Frank Baum en “Chicago, abril de 1900”, y dedicada a su querida esposa Maud Gage, la presente traducción y edición de la novela El maravilloso mago de Oz, además del “Colofón de la primera edición” (datado el 15 de mayo de 1900), reproduce las 24 láminas originales de William Wallace Denslow (contando la portada), pero en blanco y negro, más el dibujo de la Malvada Bruja del Oeste. Y se divide en 24 capítulos con números romanos y rótulos, más las 15 “Notas” de la traductora y prologuista. En el círculo que traza la trama de la novela (salida y regreso a Kansas) se advierte una pugna entre el Bien y el Mal, representada sobremanera por la agresiva beligerancia que en la Tierra de Oz confronta a las brujas buenas contra las brujas malas (arpías que esclavizan a los países conquistados por ellas), meollo donde a la postre triunfa el Bien que beneficia y premia a los héroes de la travesía. No obstante, no se trata de una novela moralista ni moralizante. El terrible y todopoderoso Mago de Oz, que supuestamente puede ayudar a los necesitados y desvalidos (regresar a Kansas a Dorothy y a su perrito Totó, darle un cerebro al Espantapájaros, un corazón al Leñador de Hojalata y valor al León Cobarde) es realidad un antihéroe, un estafador que busca y ha buscado beneficiarse de los demás y en grandes y desmesuradas proporciones e incluso sin ensuciarse ni marcharse las manos de ave de rapiña. Cuando el viejecillo y pequeño Mago de Oz era joven en Omaha trabajaba allí anunciando el espectáculo de un circo desde un globo aerostático; y por accidente las corrientes de aire llevaron el globo hasta ese lejano y desconocido lugar, donde los lugareños, al verlo descender de las nubes, lo creyeron “un gran mago”. Y como le tenían miedo (tal si se tratase de un pueblo ágrafo, de pensamiento mítico y supersticioso del octavo día que lo cree un poderoso semidiós), prometieron obedecerlo. Así que se convirtió en su monarca, los hizo construir para él la ciclópea y deslumbrante Ciudad Esmeralda, donde tiene un fastuoso castillo para él solo, su culo y su ombligo. Y con sus dotes de ventrílocuo y prestidigitador sin escrúpulos los persuadió para que creyeran en el uso obligatorio de las gafas verdes en Ciudad Esmeralda, so pena de perder la vista por el esplendor de las piedras preciosas. Y puesto que es un gran farsante y un gran mentiroso, procura que sus súbditos nunca lo vean y por ende la mayor parte del tiempo se la pasa escondido.
     

Oz sorprendido tran el biombo
Ilustración de W.W. Denslow
(Cátedra, 2014)
        Por si fuera poco, la autoritaria e inapelable prerrogativa para supuestamente concederle a Dorothy la ayuda que le solicita implica que ipso facto la convierte en asesina: “Mata a la Malvada Bruja del Oeste”, exclama y le ordena en la Sala del Trono, como si fuera un despótico pachá echado en su otomana (salido de una página de Las mil y una noches) y la niña un rudo mercenario de la CIA entrenado en West Point. (En la película esa sanguinaria orden queda atenuada y encubierta por el hecho de que al aterrorizado grupo le impone traerle el palo de la escoba de la bruja.) Y lo mismo le rebuzna, a cada uno por separado y representado distintas formas de manifestarse, al Espantapájaros, al Leñador de Hojalata y al León Cobarde. Pero como todo eso es un vil engaño para consumar una rancia y personal venganza sin poner en peligro su pellejo y cuando los solicitantes ya han destruido a la Malvada Bruja del Oeste (que otrora lo había derrotado y expulsado “de la tierra del Oeste”) y ya están de regreso en Ciudad Esmeralda y se empeñan en que el Mago de Oz cumpla su palabra y les conceda sus peticiones, a cada uno le da una pócima de translúcido atolito con el dedo, a cambio de que no releven a nadie que es un farsante, más un cómodo soborno en el ínterin: “mi pueblo os servirá y obedecerá hasta el más mínimo deseo”, les dice. Al listillo del Espantapájaros le otorga un cerebro quitándole la cabeza y sacándole la paja y luego metiéndole allí una mezcla de salvado con agujas y alfileres y más paja (por ende queda convertido en un cabezota pero con el cerebro dizque “salvado” y con ideas dizque agudas y dizque puntillosas). Al sollozante Leñador de Hojalata le hace una abertura en el pecho, le introduce “un bonito corazón, hecho enteramente de seda y relleno de serrín” y la cierra con un parche. Al León Cobarde quesque lo llena de valor dándole de beber en un plato el contenido de “una botella verde cuadrada”. Y como el Mago de Oz ignora dónde se localiza Kansas ni sabe qué dirección tomar para llegar allí, alista el globo aerostático para cruzar el desierto y luego verán por dónde ir, pues él, para sorpresa de Dorothy, también se irá para siempre de la Tierra de Oz. “Estoy cansado de ser un farsante”, le confiesa. “Si salgo de este palacio, mi pueblo no tardará en descubrir que no soy un mago y entonces se enfadarán conmigo por haberles engañado. Así que debo permanecer todo el día encerrado en estas habitaciones, y se hace pesado. Preferiría volver a Kansas contigo y regresar otra vez al circo.” Así, como si los habitantes de Ciudad Esmeralda no tuvieran la menor capacidad de decisión y ni un grumo de masa gris en su mollera de niños pequeños con síndrome de Down, delega el poder en el Espantapájaros y rubrica su ida con otra gran mentira: “Oz informó a su gente de que iba a hacerle una visita a su gran hermano mago que vivía en las nubes. La noticia se difundió rápidamente por la ciudad y todo el mundo fue a contemplar la maravillosa visión.” Pero al momento del despegue Totó no aparece por ningún lado y Oz termina yéndose solo.
   
El Espantapájaros, Rey de Ciudad Esmeralda
Ilustración de W.W. Denslow
(Cátedra, 2014)
      Quizá las páginas del Maravilloso mago de Oz son, sin proponérselo, una caricaturesca metáfora de los Estados Unidos, del mundo real, del predador ser humano y de su inextricable índole peleonera y belicosa. Pues el credo ético que impera en ese beligerante ámbito de selvas y autoritarias monarquías parece resumirse en la consabida frase de que el fin justifica los medios. Para salirse con la suya y vivir holgadamente a expensas de sus conquistados y supersticiosos súbditos, el supuesto Mago de Oz, en base a embustes y mentiras, construyó ese deslumbrante, fortificado y fastuoso imperio de Ciudad Esmeralda, signado por la retorcida y siniestra fama de un régimen de terror: “Hace muchos años que nadie me pide ver a Oz”, les dice el Guardián de las Puertas a los recién llegados, “agitando su cabeza con perplejidad”. “Es poderoso y terrible, y, si venís con un propósito tonto o trivial a molestar las sabias reflexiones del Gran Mago, puede que se enfade mucho y os destruya al instante.” ¡Gulp! 
Fotograma de El mago de Oz (1939)
(Cátedra, 2014)
   Aunado y consubstancial a esa facilidad para matar por capricho, aburrimiento, berrinche o malhumor, en la Tierra de Oz prolifera la ley de la selva, la ley del más fuerte, la ley del empistolado salvaje Oeste. Allí te matan o matas. O puedes matar para comer, por ejemplo, carne de ciervo o de siervo. En este sentido, pese a que Dorothy le replica al Mago que nunca ha matado a una mosca y que no podría matar a la Malvada Bruja del Oeste, lo cierto es que, dado que implícitamente el fin justifica los medios (y ella quiere regresar a Kansas con su tía Em y el tío Henry), va con su grupo al peligroso Oeste, al País de los Winkies, decidida a eliminar al maligno bicho, pese a cierta ambigüedad moral: “Supongo que debemos intentarlo”, dice, “pero de lo que estoy segura es de que yo no quiero matar a nadie, ni siquiera para volver a ver a tía Em.” 
   
El Espantapájaros observado por Dorothy y el perrito Totó
Ilustración de W.W. Denslow
(Cátedra, 2014)
         Y esa facilidad para matar sin remilgos se observa, también, tanto en el precedente viaje a Ciudad Esmeralda, como en el posterior viaje al País de los Quadlings, donde reina Glinda, la Bruja Buena del Sur. Por ejemplo, cuando el grupo va rumbo a Ciudad Esmeralda en busca del todopoderoso Mago de Oz, son atacados por un par de feroces Kalidahs, que son unos “enormes animales con cuerpo de oso y cabeza de tigre”. Y pese a que el sentimental del descorazonado Leñador de Hojalata se conmueve hasta las lágrimas por pisar un escarabajo o una hormiga (podría volver a oxidarse y petrificarse con la humedad de su llanto), no duda en blandir su hacha para destrozar el tronco de un árbol, caído sobre un precipicio, por donde corren los Kalidahs para matarlos (y quizá para comerse vivos a la niña, al perrito y al león), de modo que “a punto de terminar de cruzar, el árbol cayó con estrépito en el abismo [brillante idea defensiva y exterminadora del descerebrado Espantapájaros], llevándose con él las feas y rugientes bestias, que se destrozaron ambas con las afiladas rocas del fondo.” 
 
Los Kalidahs cayendo en el abismo
Ilustración de W.W. Denslow
(Cátedra, 2014)
       Y cuando el grupo de héroes va en pos de matar a la Malvada Bruja del Oeste con tal de que el Mago de Oz les cumpla sus fervorosos e intrínsecos deseos, la Bruja, que los mira desde la distancia con su poderoso ojo telescópico, intenta matarlos antes de que la maten a ella. Primero ordena que en la noche “una manada de grandes lobos” los hagan pedazos. Pero el Leñador de Hojalata descabeza con su hacha, uno por uno, a los 40 lobos de la feroz manada. De modo que cuando a la mañana siguiente Dorothy se despierta (durmió sin despertarse acurrucada con Totó y el León Cobarde), ve ese sanguinolento montón de 40 lobos descabezados, seguramente maloliente y horrorosísimo. Ella, más bien tranquila, desayuna allí. Imagen de sangre fría, a la Michael Corleone, que ineludiblemente recuerda la antigua y espeluznante estampa donde Vlad Tepes el Empalador, no muy lejos de su castillo y sentado en el campo frente a una rústica mesa, se dispone a almorzar carne humana al pie de un grupo de cuerpos desnudos y cadáveres empalados (su alacena alimenticia al aire libre) y de una especie de hombre de hojalata que blandiendo en lo alto un hacha le prepara un guiso (en un caldero puesto al fuego) con trozos de cuerpos despedazados en su derredor (cabezas, pies, manos, troncos). Es así que el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata, que nunca duermen ni comen, “Esperaron a que Dorothy se despertara a la mañana siguiente. La niña se asustó mucho cuando vio la gran pila de lobos peludos, pero el Leñador de Hojalata se lo contó todo. Ella le dio las gracias por salvarlos y se sentó a desayunar, después de lo cual volvieron a continuar su viaje.”
 

Vlad Tepes almuerza rodeado de empalados
Grabado en el libro de Ralf-Peter Märtin: 
Los Drácula”.
Vlad Tepes, El Empalador (Tusquets, 2014)

       Luego de la matanza de los 40 lobos, la Malvada Bruja del Oeste envía una parvada de cuervos con la orden de sacarles los ojos y hacerlos pedazos. Pero es el listillo del Espantapájaros quien asusta al primer cuervo simulando la rigidez de un espantapájaros en medio de un sembradío de maíz; y luego, uno por uno mata, retorciéndoles el cogote, a esa infame turba de nocturnas aves (40 cuervos, ¡Nunca más!). Cuando con su telescópico ojo la Bruja ve el montón de cuervos muertos, manda “un enjambre de abejas negras”. Y nuevamente descuella la astucia y el brillante plan del descerebrado Espantapájaros: le pide al Leñador de Hojalata que le saque la paja para proteger con ella a Dorothy, a Totó y al León Cobarde. Así que las burras abejas, como si fueran zumbantes suicidas kamikazes de la Segunda Guerra Mundial, se lanzan a toda máquina a picar al Leñador, pero como es de hojalata, sus aguijones se hacen añicos. Y al no poder vivir sin ellos, las mensas abejas terminan “esparcidas en una gruesa capa alrededor del Leñador, como pequeños montones de carbonilla”. Entonces la Malvada Bruja del Oeste envía “una docena de esclavos”, doce Winkies armados con “lanzas afiladas” con orden de destrozarlos. Pero el León Cobarde asusta a la tribu salvaje y asesina lanzando “un enorme rugido” y dando “un salto hacia ellos”. Frente a tales pérdidas y derrotas, la Bruja se ve impelida a usar el “conjuro del Birrete Dorado”, que sólo puede utilizarse tres veces. La primera vez que lo hizo fue para esclavizar a los amarillos Winkies; la segunda cuando derrotó y desterró al Mago de Oz. Así que luego de realizar las poses del caricaturesco rito y al unísono recitar el jocoso nonsense del conjuro, se presenta la matona banda de los Monos Alados dispuestos a cumplir esa última orden, que consiste en matar a todos menos al León, pues planea hacerlo trabajar con arreos de caballo. Los alharaquientos Monos Alados destrozan y dejan botados por allí los restos del Espantapájaros y del Leñador de Hojalata; pero con Dorothy no se atreven, pues ven en su frente la marca indeleble del beso de la Bruja Buena del Norte, lo cual implica que “la protegen los Poderes del Bien, que son más poderosos que los poderes del Mal”. 
 
Ilustración de W.W. Denslow
(Cátedra, 2014)
      De modo que delicadamente, como si fueran una tierna abuela tejiendo una chambrita de bebé o haciendo tru-tru, la transportan, junto con Totó, hasta las puertas del castillo de la Malvada Bruja del Oeste; y al León Cobarde lo amarran con cuerdas y así atado —igual a una bestia de circo romano, donde ineludiblemente se confrontaría a un fiero y hercúleo gladiador—, lo transportan por los aires y se lo entregan para que haga con él lo que le plazca.
 
Ilustración de W.W. Denslow
(Cátedra, 2014)
         El maravilloso mago de Oz
, fantástica novela-fábula que es un clásico de la literatura infantil y juvenil que divierte y entretiene con las aventuras y peligros que sortean los héroes de la trama; pero ineludiblemente invita a pensar en las oscuras contradicciones y perennes rasgos de la condición humana que infesta el planeta Tierra. 

L. Frank Baum, El maravilloso mago de Oz. Prólogo, bibliografía, traducción del inglés y notas de Ana Belén Ramos. Miscelánea iconográfica e ilustraciones en blanco y negro de W.W. Denslow. Letras populares núm. 15, Ediciones Cátedra. 1ª edición. Madrid, 2014. 256 pp.


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lunes, 2 de diciembre de 2019

El tiempo entre costuras

Era como estar de vuelta en casa



I de II
Editada por Ediciones Temas de Hoy (“sello editorial de Ediciones Planeta”) e impresa en España en “junio de 2009” y en México en “julio de 2010”, El tiempo entre costuras es la ópera prima de la escritora española María Dueñas (Puertollano, Ciudad Real, 1964); novela con la que hizo boom en el ámbito de la aldea global del idioma español (y más allá de ella), éxito que incidió en las superventas y en la homónima y consabida adaptación televisiva (con sus obvios cambios y variantes) “producida por Boomerang TV para el canal [español] Antena 3” (2013-2014). Serie que en México se pudo coleccionar en formato DVD y Blu-Ray y apreciar en la plataforma online Netflix.  
Ediciones Temas de Hoy
Primera edición mexicana, julio de 2010
       Dividida en “69” capítulos distribuidos en cuatro partes, más un “Epílogo”, la novela El tiempo entre costuras es el tiempo de la memoria, el tiempo de mirar hacia el pasado y contar lo que era y lo que sucedió. En sus páginas, “Sira Quiroga Martín, nacida en Madrid el 25 de junio de 1911”, es la voz narrativa, la voz cantante que evoca desde el presente y urde las mil y una minucias, vivencias, desventuras y aventuras de su vida cotidiana, personal y familiar ya pasada, inextricable al contexto de los sucesos históricos en que se ve inmersa y que trastocaron y convulsionaron a España y al Protectorado Español de Marruecos durante la Segunda República (1931-1939), la Guerra Civil (1936-1939) y la expansión nazi de la preguerra y de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). 

 
María Dueñas y su novela a los diez años
       De índole realista, El tiempo entre costuras no es una novela histórica; no obstante, para la meticulosa urdimbre de la trama, de la intriga y del suspense, y de las mil y una anécdotas e incidentes —ya en Madrid, Tánger, Tetuán y Portugal—, hizo uso de espacios geográficos y arquitectónicos, y de numerosos episodios, fechas y personajes transcritos de la historia, cuyo compendio y abrevadero, dada la experiencia y formación académica de María Dueñas, ventila en la postrera “Bibliografía”. En este sentido, descuella Rosalinda Fox, espía de la inteligencia británica y amante de José Luis Beigbeder, quien tras el levantamiento militar en Marruecos el 17 y 18 de julio de 1936, fuera nombrado, en Tetuán, Delegado de Asuntos Indígenas, y luego, el 13 de abril de 1937, Alto Comisario del Protectorado español, y, con el empoderamiento de generalísismo Francisco Franco y del cuñadísimo Ramón Serrano Suñer, primer Ministro de Asuntos Exteriores de España (lo fue entre el 9 de agosto de 1939 y el 16 de octubre de 1940).
 
Sira y su madre Dolores Quiroga
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
      El talento para la costura y la moda (de ahí el regodeo de telas, vestimentas y atavíos), Sira Quiroga lo cultivó en Madrid, desde pequeña, precisamente en el taller de doña Manuela Godina, donde su madre, Dolores, era oficiala, y por ende, a sus doce años, empezó de aprendiza. En medio de la agitación social, económica y política sucedida in crescendo tras el arribo, el 14 de abril de 1931, de la Segunda República, el taller de costura de doña Manuela empezó a venirse a menos hasta que en 1935 se vio obligado a cerrar. Luego de su breve noviazgo con Ignacio Montes, “Dos años mayor” que ella, Sira y él planean casarse el “8 de junio” de ese año. Y por ello doña Manuela “volvería a coger los hilos para” regalarle a Sira “su última obra en forma de traje de novia”. 
 
Sira y su noviecito
(Adriana Ugarte y Raúl Arévalo)
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
       Ignacio Montes recién había aprobado, por fin, las oposiciones para obtener un empleo de “funcionario” en la administración pública y pensó que un destino semejante podría ser el futuro de su inminente esposa. Así que los prometidos y enamorados fueron juntitos a la “casa Hispano-Olivetti” a adquirir una máquina de escribir para el aprendizaje de la mecanografía de la futura secretaria. Pero en ese negocio, Ramiro Arribas, “el gerente de la casa”, quien les recomienda una “Lettera 35 portátil”, empieza un galanteo y una rápida seducción que da al traste con el ilusionado matrimonio y con el incierto porvenir de mecanógrafa en alguna oficina de la “administración de la República”. 
   
Ignacio, Sira y Ramiro Arribas
(Raúl Arévalo, Adriana Ugarte y Rubén Cortada)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
      Sira ignoraba la identidad de su padre y quizá nunca hubiera sabido quién fue, si su madre, pese a que despreciaba a Ramiro Arribas y el hecho de que su hija viviera con él sin casarse, no la hubiera visitado con la noticia de que su progenitor quiere que lo conozca. En contraste con la modesta casa donde creció y vivía con su madre y su abuelo materno —sin habla, “sin piernas ni luces, mutilado de cuerpo y ánimo en la guerra de Filipinas” (1896-1898)—, Gonzalo Alvarado, su padre, vive en una lujosa casona. “Es ingeniero” y “dueño de una fundición”; tiene esposa y dos hijos varones, ya jóvenes. Además de enterarse de ciertos detalles del breve e ingrato romance vivido entre sus progenitores, el meollo de esa entrevista es que ante el dudoso porvenir de su fábrica en medio de la excitación obrera y social, Gonzalo Alvarado teme por su vida y por ende de algún modo anhela reivindicarse ante Sira, y por ello, a manera de perentoria herencia, le entrega un conjunto de joyas familiares, certificadas y notariadas; “casi ciento cincuenta mil pesetas”; y un documento notariado que da fe de que ella es su hija. 
 
Ramiro Arribas y Sira Quiroga
(Rubén Cortada y Adriana Ugarte)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
         El caso es que ese dinero, y las costosas joyas, catapultan los ambiciosos devaneos de Ramiro Arribas, pues poco después le propone a Sira montar en Marruecos, “en Tánger o en el Protectorado”, una sucursal de las argentinas Academias Pitman, donde se enseñará “mecanografía, taquigrafía y contabilidad con métodos revolucionarios”. Así, ya dorada la píldora con su verborrea de encantador de víboras y mazacuatas prietas en medio de la multitudinaria plazuela, dejan “Madrid a finales de marzo de 1936” y desembarcan en “Tánger un mediodía ventoso del principio de la primavera”. Se hospedan “en el hotel Continental, sobre el puerto y al borde de la medina”, y empieza para Sira un escueto período marcado por la espera del supuesto inicio de la prometedora empresa y el frenesí erótico y festivo y las ínfulas de bon vivant de él, que concluye con un solitario vacío existencial e intempestivamente cuando Ramiro Arribas huye con el dinero y las joyas, dejándola sola, sin un clavo, y sin “liquidar la factura de los últimos meses en el hotel”. 
    Sira Quiroga, casi zombi, se escabulle del hotel con una maleta y se sube a un autobús. Cuando recobra el sentido (débil por un aborto involuntario), está postrada en una cama del Hospital de Civil de Tetuán. Y la voz de un hombre (luego sabrá que se trata del comisario Claudio Vázquez) le informa que es imposible el regreso a Madrid, pues “El tránsito con el Estrecho [de Gibraltar] está interrumpido. Han declarado el estado de guerra” (tras el inicio del alzamiento militar del 17 de julio). En el posterior diálogo que sostiene con Sira, el comisario Vázquez coteja los datos que ha investigado sobre ella y Ramiro Arribas Querol y la pone al tanto de su controvertida situación ante la policía. Que Sira llegó “a Tetuán el pasado 15 de julio procedente de Tánger”. Que “En Tánger estuvo hospedada desde el día 23 de marzo en el hotel Continental”. Que allí ella y Ramiro Arribas “dejaron una factura pendiente de mil setecientos ochenta y nueve francos franceses” y por ende la administración del hotel la ha demandado. Que en Madrid tiene “una denuncia de la casa Hispano-Olivetti por estafa de veinticuatro mil ochocientas noventa pesetas”. (Luego le dice que “La versión oficial de los hechos es que usted figura como dueña de un negocio que ha recibido una cantidad de máquinas de escribir que nunca han sido pagadas.”) Y por si fuera poco: tiene “una orden de búsqueda por la sustracción de unas joyas de considerable valor en un domicilio particular de Madrid”.
   
El comisario Vázquez y Sira Quiroga
(Francesc Garrido y Adriana Ugarte)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
         Vale resumir que el comisario Vázquez infiere e intuye que Sira es, sobre todo, “la incauta víctima de un canalla” sin escrúpulos. Así que ante el bloqueo en el Estrecho y la cruenta guerra en Madrid, le echa una mano para eludir la prisión y al unísono para que se restituya en Tetuán: le consigue una prórroga de un año para que trabaje, ahorre y liquide la deuda con el hotel Continental y le consigue alojamiento gratuito en la astrosa pensión de una tal Candelaria; no obstante, le dice, vigilará su conducta y le retendrá su pasaporte. 
     La pensión de Candelaria la matutera se ubica en la calle La Luneta, adjunta a la judería y a la medina. Una calle “estrecha, ruidosa, irregular y bullanguera, llena de gente, tabernas, cafés y bazares alborotados en los que todo se compraba y todo se vendía.”
    Hay que subrayar que la amenidad narrativa de María Dueñas, repleta de menudencias visuales, auditivas y socioculturales, está salpimentada con los modismos y coloquialismos del habla que caracterizan la idiosincrasia y los modos de hablar de sus personajes; por ejemplo, la índole popular y deslenguada de Candelaria la matutera (quien es una rechoncha y pechugona andaluza de 47 años), el origen árabe de la adolescente Jamila (criada de Candelaria y luego de Sira), y el especie de spanglish con palabras en portugués con que se expresa y parlotea hasta por los codos Rosalinda Fox.  
 
Jamila y Candelaria la matutera
(Alba Flores y Mari Carmen Sánchez)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
        El microcosmos que conforma la singular y cómica fauna refugiada en la pensión de Candelaria, además de los implícitos dramas personales que los aglutinan ahí, reflejan, al unísono y en un hilarante divertimento, las beligerantes y sangrientas confrontaciones que se suceden en España: nacionales versus republicanos. En esa estancia, Sira, al principio, no halla el modo de empezar a valerse por sí misma y remunerar su pensión. Pero, tras advertir que posee sorprendentes e indiscutibles dotes para la costura y la moda, Candelaria la matutera, con su carácter dicharachero y bonachón, olfato de perra callejera y un pálpito visionario, le propone a Sira vender, de un modo secreto y clandestino, un conjunto de pistolas que un inquilino (un supuesto “agente de aduanas”) recién dejó ocultas y abandonadas en la pensión. Con el dinero de la venta montarán un taller de alta costura en el corazón de Tetuán; Sira gestionará y llevará las riendas del taller, pero las ganancias en dinero de distinta nominación (siempre cambiadas a libras esterlinas por la matutera) se dividirán entre las dos.
   Candelaria, pese a que “El ejército tiene vigilados todos los accesos a Tetuán por carretera”, pacta la venta de las armas a ciertos “hombres que venían desde Larache a recoger la mercancía” a salto de mata y jugándose el pellejo. Candelaria, que había llevado las 19 pistolas ocultas bajo un largo gabán, fracasa en la entrega. Pero como aún es de madrugada y el negocio tiene que hacerse de un modo o de otro, con estiras y aflojas, Sira, pese al terror, se ve impelida a llevar las armas adheridas a su cuerpo con tiras de sábanas y a disfrazarse de mora con un amplio jaique y las babuchas de Jamila. En ese aventurero y arriesgado episodio a paso de tortuga rumbo a la estación del tren (donde se hace el intercambio), no exento de laberínticos vericuetos, peligros, tensión y giros inesperados, Sira, que se juega la libertad y la vida en el filo de la navaja, logra salir airosa. 
 
Sira disfrazada de mora
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
         Así, un “mediodía de octubre” de 1936, Sira Quiroga entra al sitio que será su “local de trabajo y residencia” (que ella dispuso y amuebló evocando el taller madrileño de doña Manuela): “un gran piso en la Calle Sidi Mandri [rentado al ‘hebreo Jacob Benchimol’], en un edificio con fachada de azulejos cercano al Casino Español, el Pasaje Benarroch y el hotel Nacional, no lejos de la plaza de España, la Alta Comisaría y el palacio del jalifa con sus guardias imponentes vigilando la entrada, un despliegue exótico de turbantes y capas suntuosas mecidas por el aire.” Allí, Sira, con el auxilio de la adolescente Jamila, que será su criada, se dispone a presentarse ante cierta élite como “la modista llegada de la capital de España para montar en el Protectorado la más soberbia casa de modas que la zona nunca hubiera conocido.”
 
Jamila y Sira en su taller de Tetuán
(Alba Flores y Adriana Ugarte)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
      En ese empeño incide, casi sin buscarlo y como dispuesto por el cielo que ilumina su buena estrella, el joven Félix Aranda, su vecino, quien vive con su horripilante madre en el mismo primer piso, exactamente en el departamento de enfrente. Pero Sira no se acerca a él porque sea su vecino, sino porque Frau Heinz, una alemana recién llegada a Tetuán, le solicita la confección de varias prendas, entre ellas “un conjunto para jugar al tenis”. Y Sira dice que sí, que lo hará; pero no sabe “cómo demonios sería un conjunto para tal actividad”. 
 
Lilí Álvarez en shorts diseñados
por Shiaparelli (1931)
        En el acopio de información para visualizar un modelo, Candelaria, a través de Jamila, le provee de varias revistas, entre ellas una en francés (idioma que Sira ignora), pero de 1931, donde alcanza a entender que se habla de “la tenista Lilí Álvarez”, de “la diseñadora Elsa Schiaparelli” y de “un lugar llamado Wimbledon”. 
Y para el colmo, Sira es torpe para el dibujo, de modo que no podría copiar un modelo, hacerlo pasar como suyo y presentarle a su clienta varios figurines para elegir. En busca de apoyo para el dibujo, Sira acude a don Anselmo, el maestro republicano retirado e inquilino de Candelaria, quien le dice que vaya a la escuela de “Mariano Bertuchi, el gran pintor de Marruecos”. Y es allí donde Félix Aranda (parlanchín, “Curioso, directo y levemente amanerado”) la reconoce como su “hermosa vecina”. Y en el diálogo, Sira le dice: “Tengo unas fotografías de hace unos años y quiero que me dibujen unos figurines basados en ellas. Como ya sabrá, soy modista. Son para un modelo que debo coser para una clienta; antes tengo que mostrárselo para que lo apruebe.” Félix se ofrece a dibujarlos. Y cuando le entrega el “encarguito”, Sira canturrea: “Tres cartulinas dibujadas en lápiz y pastel mostraban desde distintos ángulos y poses a una modelo estilizada hasta lo irreal, luciendo el estrambótico modelo de la falda que no lo era. La satisfacción debió de reflejarse en mi cara de forma instantánea.”
   
Sira Quiroga y Félix Aranda
(Adriana Ugarte y Carlos Santos)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
         El caso es que Sira Quiroga y Félix Aranda inician una complicidad amistosa, en la que él, además de ofrecerle dibujar para ella y de sugerirle estrambóticos y surrealistas diseños (y de revelarle ciertas intimidades relativas a su horrorosísima madre y a él y su sigilosa vida nocturna fuera de casa), dada su cultura, conocimientos y curiosidad infinita y chismográfica, la instruye, la culturiza, afrancesa su vocabulario con palabras y expresiones hechas, le enseña los valores monetarios, cómo elaborar una factura, e incluso bautiza a su negocio. En este sentido, Sira canturrea: “Por indicación de Félix mandé también hacer para la puerta una placa dorada con la inscripción en letra inglesa Chez Sirah-Grand couturier. En la Papelera Africana encargué una caja de tarjetas en blanco marfileño con el nombre y la dirección del negocio. Así era, según él como se denominaban las mejores casas de la moda francesa de entonces. Lo de la h final fue otro toque suyo para dotar al taller de un mayor aroma internacional, dijo. Le seguí el juego, por qué no, al fin y al cabo, a nadie dañaba con aquella folie de grandeur.”
   
Félix Aranda y Sira Quiroga
(Carlos Santos y Adriana Ugarte)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
        Entre las clientas de Sira se distinguen las esposas de militares nazis de alto pedorraje establecidos en Tetuán; pero quien cobra relevancia para ella es la inglesa Rosalinda Fox, conocida a través de su clienta alemana Frau Langenheim. La amistad entre ambas empieza a consolidarse cuando Sira la saca de un aprieto. Rosalinda acude a ella, nerviosa y sin avisar, porque requiere “un traje espectacular” para la noche de ese día, pues ha sido invitada a la recepción del cónsul alemán y será la primeva vez que públicamente asistirá “a un evento acompañando” a una persona importante para ella. Sira le explica que no tiene ningún vestido de noche en stock, que no podría prestarle alguno suyo porque dizque toda su ropa se “quedó en Madrid al estallar la guerra”, que ella confecciona sobre pedido, y que necesitaría “al menos tres o cuatro días” para hacerlo. El caso es que Rosalinda Fox se marcha con su preocupación y Sira se queda pensando en la incertidumbre de su clienta; pero al hojear “un ejemplar de primavera de Madame Figaro” la foto de una modelo le resulta “remotamente familiar”. El foco mental se le enciende y le ordena ipso facto a Jamila: “Vete volando a la casa de Frau Langenheim y pídele que localice a la señora Fox. Tiene que venir inmediatamente; dile que se trata de un asunto de máxima urgencia.”
     El meollo de la perentoria cita radica en que Sira evocó el día en que en el taller de Madrid, ante los ojos de doña Manuela, de su madre y de ella, una clienta desplegó “de una pequeña caja lo que parecía un tubo reliado de tela color sangre” y les dijo: “Quiero una copia de esto.” “Esto, señoras, es un Delphos, un vestido único. Es una creación del artista Fortuny: se hacen en Venecia y se venden en algunos establecimientos selectísimos en las grandes ciudades europeas.” Así que Sira le propone a Rosalinda Fox confeccionarle, vertiginosamente, “Un falso Delphos” que, como en un cuento de hadas, sólo le servirá para esa fulgurante noche y por ende le dice sabiendo que el evento inicia a las veinte horas: “Tendrá que venir aquí a vestirse [...] Llegue sobre las siete y media, maquillada, peinada, lista para salir, con los zapatos y las joyas que vaya a ponerse. Le aconsejo que no sean muchas ni excesivamente vistosas: el vestido no las demanda, quedará mucho más elegante con complementos sobrios, ¿me entiende?” 
 
Sira y Rosalinda Fox probándose el falso Delphos
(Adriana Ugarte y Hannah New)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
        De un modo entrañable e indeleble, Sira Quiroga narra las menudencias para confeccionar, a toda prisa y en unas horas, ese efímero “falso Delphos” con el auxilio de Jamila. Rosalinda Fox quedó esplendorosa y lista apenas diez minutos antes de las ocho. Pero es hasta al día siguiente, por la tarde, cuando imprevistamente Félix Aranda toca a su puerta para cotorrear sobre la “rubia flaca”, la “dama etérea” con la que acaba de cruzarse en el portal. Y en el parloteo, Félix le revela que la inglesa Rosalinda Fox “es la amante del teniente coronel Juan Luis Beigbeder y Atienza, alto comisario de España en Marruecos y gobernador general de las Plazas de Soberanía. El cargo militar y administrativo más importante de todo el Protectorado”, y que además le auspicia a su querida “una villa con piscina en el paseo de las Palmeras”. Pero también el muy marisabidillo la alecciona en torno al “falso Delphos”, “tumbado en el sofá mientras en sus manos mantenía la revista que había disparado” la memoria de Sira: “El creador del modelo, querida ignorante mía, es Mariano Fortuny y Madrazo, hijo del gran Mariano Fortuny, quien probablemente sea el mejor pintor del siglo XIX tras Goya. Fue un artista fantástico, muy vinculado a Marruecos, por cierto. Vino durante la guerra de África [1859-1860], quedó deslumbrado por la luz y el exotismo de esta tierra y se encargó de plasmarlo en muchos de sus cuadros; una de sus pinturas más conocidas es, de hecho, La batalla de Tetuán [1862-1864]. Pero si Fortuny padre fue un pintor magistral, el hijo es un auténtico genio. Pinta también, pero en su taller veneciano diseña además escenografías para obras de teatro, y es fotógrafo, inventor, estudioso de técnicas clásicas y diseñador de telas y vestidos, como el mítico Delphos que tú, pequeña farsante, acabas de fusilarte en una reinterpretación doméstica intuyo que de lo más lograda.”

Delphos de Mariano Fortuny y Madrazo


II de II
      Al oír, “Una tarde de mediados de julio” de 1937, en las escaleras y en un departamento aledaño del edificio donde vive y tiene su taller de costura, el estridente y feliz arribo de unos familiares de los Herrera que huyeron de la “zona roja” en España, Sira Quiroga se ilusiona con la posibilidad de rescatar a su madre de la guerra en Madrid y traerla a Tetuán, capital del Protectorado español en Marruecos. Con tal propósito en mente, Sira, que ha ahorrado para saldar la deuda con el hotel Continental, planea pedir otra prórroga al gerente; y para ello el comisario Claudio Vázquez le extiende un salvoconducto para que vaya a Tánger a resolver esa cuestión y le da su pasaporte. (Tiene doce horas para ir y venir). Pero Sira no viaja en La Valenciana, el autobús que rutinariamente de ida y vuelta hace el trayecto de unos 70 kilómetros entre Tetuán y Tánger, como era su intención, sino inesperadamente con la hablantina Rosalinda Fox, que maneja un descapotable Dodge Roadster negro (“un regalo del director de la Banca Hassan de Tetuán que Juan Luis” Beigbeder decidió que sea de ella y que no es el “automóvil rojo intenso”, el “coche inglés con volante a la derecha”, el “Austin 7” con que Rosalinda Fox llegó manejando y se fue tristona y preocupada de su taller el día que luego Sira tuvo la súbita idea de hacer el “falso Delphos” y la sacó de apuros; ni mucho menos el “automóvil negro, brillante, imponente, con banderines en su parte delantera”, que en la noche de ese día pasó a recogerla, y de cuyo “lado del copiloto” vio descender, desde la ventana de su taller, “un hombre uniformado”, “quien abrió con rapidez la puerta trasera” y “Se mantuvo marcial a su espera hasta que ella, elegante y majestuosa, salió a la calle y se acercó al auto con pasos breves.”)
 
Juan Luis Beigbeder y Rosalinda Fox luciendo el falso Delphos
(Tristán Ulloa y Hannah New)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
         Poco después de que Sira salda la deuda con el hotel Continental (no logró la prórroga) y que el comisario Vázquez le haya dejado de manera definitiva su pasaporte y extendido otro salvoconducto para viajar a Tánger, y ya encarriladas las migas y las mutuas confidencias biográficas entre la española y la inglesa (quien tiene un hijo de 5 años viviendo con ella y un esposo británico en Calcuta), llega el momento, ese mismo verano de 1937, en que Rosalinda Fox le propone a Sira llevarla con un inglés que sabe del contacto para sacar a su madre de la beligerante “zona roja” en Madrid y traerla a Tetuán. Ese inglés es el gibraltareño Leo Martin, “director del Bank of London and South America en Tánger”, quien desde su oficina habla por teléfono con Eric Gordon, residente en Londres y que otrora trabajaba en la sucursal bancaria en Madrid. Y ese Eric Gordon es quien conoce a “un periodista que ha regresado a Inglaterra”, “herido”, al parecer, pero podría “facilitarles el contacto con el hombre que se dedica a evacuar refugiados”. Pero ese periodista inglés solicita hablar directamente por teléfono con Rosalinda Fox, a quien formula sus condiciones, mismas que ella le resume a Sira: “Una entrevista personal con Juan Luis [Beigbeder] y unas semanas de acceso preferente a la vida oficial de Tetuán. A cambio, se compromete a ponernos en contacto con la persona que necesitamos en Madrid.”
   
Félix Aranda, Rosalinda Fox y Marcus Logan
(Carlos Santos, Hannah New y Peter Vives)
        Vale resumir que Marcus Logan, el presunto periodista inglés, que efectivamente llega a Tetuán maltratado del cuerpo y del rostro, cumple al pie de la letra su promesa y sin cobrar un quinto por ello. Y se va de Tetuán cuando la madre de Sira está a punto de llegar. Y si esa estancia en el Protectorado queda signada por el mutuo y reticente enamoramiento entre Marcus Logan y Sira Quiroga, un modo galante y amistoso (al parecer) se sucede cuando él le pide a ella, a manera de recompensa por sus servicios, que lo acompañe a la recepción de Ramón Serrano Suñer, el poderoso y maquiavélico cuñadísimo de Francisco Franco, donde ella podrá ayudarlo “a identificar a personas relevantes”. El evento de gala, presidido por el coronel Juan Luis Beigbeder, será en la Alta Comisaría y en ella estarán presentes los mandos nazis con sus deslumbrantes esposas. Sira, que nunca ha asistido a un suceso de tal envergadura, se confecciona un vestido ex profeso. Y Félix Aranda, en el ínterin, le brinda información sobre el currículum y la leyenda de Ramón Serrano Suñer y sobre la fauna que asistirá a la recepción y por ello apunta Sira: “así, a lo largo de varias noches, Félix me fue desgranando los perfiles de los invitados más destacados, y uno a uno fui memorizando sus nombres, puestos y cargos y, en numerosas ocasiones, también sus caras gracias al despliegue de periódicos, revistas, fotografías y anuarios que él trajo. De esa manera supe dónde vivían, a qué se dedicaban, cuántos posibles tenían y cuáles eran sus posiciones en el orden local.”
   
Félix Aranda y Sira Quiroga en Tetuán
(Carlos Santos y Adriana Ugarte)
      Pero además, Félix Aranda, lúdico y dicharachero, le da minuciosas instrucciones protocolarias para que no se comporte como una mona fuera de la jaula ni riegue el tepache en el mantel, en su vestido o en la corbata de un nazi: “No hables con la boca llena, no hagas ruido al comer y no te limpies con la manga, ni te metas el tenedor hasta la campanilla, ni te bebas el vino de un trago, ni alces la copa chisteando al camarero para que te la vuelva a llenar.” [...] “Si algo te causa asombro o te complace enormemente, di sólo ‘admirable’, ‘impresionante’ o un adjetivo similar; en ningún momento muestres tu entusiasmo con aspavientos, ni con palmadas en el muslo o frases como ‘talmente un milagro’, ‘arrea mi madre’ o ‘me he quedao pasmá’. Si algún comentario te parece gracioso, no te rías a carcajadas enseñando las muelas del juicio ni dobles el cuerpo sujetándote la barriga. Tan sólo sonríe, pestañea y evita comentario alguno. Y no des tu opinión cuanto no te la pidan, ni hagas intervenciones indiscretas del tipo ‘¿usted quién es, buen hombre?’ o ‘no me diga que esa gorda es su señora’.”
 
Marcus Logan y Sira Quiroga
(Peter Vives y Adriana Ugarte)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
        Ya en la pomposa recepción plagada de uniformes y cruces gamadas, Marcus Logan le pide a Sira que se acerque y vea qué le están mostrando un grupo de nazis a Ramón Serrano Suñer; y ella le pide que averigüe dónde está Rosalinda Fox, puesto que no la ve por ningún lado. Pero el punto culminante de su capacidad para la improvisación y teatralización se puntualiza al azar, cuando Sira, en busca de un lavabo, se introduce en la Alta Comisaria y en un breve extravío, ante unas voces que se acercan por un pasillo, se mete a una sala en la que se ve impelida a ocultarse tirada bajo un sofá. Allí oye una sigilosa conversación, a espaldas de Beigbeder, entre el alemán Johannes Bernhardt y Serrano Suñer, en la que pactan un “crédito sustancioso del gobierno alemán” al ejército de Francisco Franco a cambio de facilitar la instalación de unas grandes antenas para “interceptar el tráfico aéreo y marítimo en el Estrecho y contrarrestar la presencia de los ingleses en Gibraltar”. Y según le informa Sira al supuesto periodista Marcus Logan: “Están negociando su montaje junto a las ruinas de Tamuda, a unos kilómetros de aquí.” Y que “Toda la gestión se hará a través de la empresa HISMA, de la que es socio principal Johannes Bernhardt.”
 
Rosalinda Fox y Sira Quiroga
(Hannah New y Adriana Ugarte)

Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
        Rosalinda Fox se va de Tetuán a Madrid un día antes del “3 de septiembre de 1939”, puesto que el 9 de agosto el coronel José Luis Beigbeder había sido nombrado Ministro de Asuntos Exteriores. (Ella vivirá en una onerosa residencia rentada “en la calle Casado del Alisal, entre el parque del Retiro y el Museo del Prado, a un paso de la iglesia de los Jerónimos.” Y Juan Luis Beigbeder “en un destartalado palacete anexo al ministerio”, cuya sede es “el viejo palacio de Santa Cruz”, otrora Cárcel de Corte.) Y no obstante a algunas cartas de Rosalinda Fox enviadas desde España, Sira no la vuelve a ver hasta que de manera furtiva y clandestina el primero de septiembre de 1940 la cita en Tánger, a las 19 horas, en el Dean’s Bar, donde, ocultas en la bodeguita, le propone espiar para los ingleses. Según le dice Rosalinda Fox: “Estamos ayudando a montar en Madrid una red de colaboradores clandestinos asociados al Servicio Secreto británico. Colaboradores desvinculados de la vida política, diplomática o militar. Gente poco conocida que, bajo la apariencia de una vida normal, se entere de cosas y después las transmita al SOE.” O sea: al “Special Operations Executive. Una nueva organización dentro del Servicio Secreto recién creada por Churchill, destinada a asuntos relacionas con la guerra y al margen de los operativos de siempre. Están captando gente por toda Europa. Digamos que se trata de un servicio de espionaje poco ortodoxo. Poco convencional.” Es decir, los ingleses, para que espíe a los militares alemanes, le instalarán un suntuoso taller en Madrid y coserá “para las mujeres de los altos cargos nazis”. Un tanto indecisa ante los argumentos de Rosalinda Fox, Sira Quiroga opta por aceptar tras el consentimiento de su madre, quien se queda a cargo del taller de costura en Tetuán. 
   
Sira Quiroga caracterizando a Arish Agoriuq
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
          Sira, muy elegante y con un ostentoso equipaje, arriba a Madrid, al hotel Palace (repleto de nazis), “un mediodía de septiembre de 1940”. Porta un pasaporte marroquí que acredita su nueva identidad: Arish Agoriuq (su nombre al revés). El lujoso y amplio taller estará en un “alquilado piso en la calle Núñez de Balboa”, donde será asistida por Dora y Martina, “dos jóvenes de diecisiete y diecinueve años que entienden y hablan alemán”, quienes tomarán nota de las habladurías de sus clientas nazis. Durante el previo acopio de las telas y enseres para el taller en Madrid, Sira, en “la Legación Americana en Tánger”, es instruida, en una larga charla, comida y sobremesa, por “Alan Hillgarth, agregado naval de la embajada británica en Madrid y coordinador de las actividades del Servicio Secreto en España.” De todas las instrucciones, con visos de película de espías (ahora Sira es “la agente especial del SOE con nombre clave Sidi y base de operaciones en España”), descuella el modo en que, a través de la representación gráfica del código morse, ella encriptará la información en los contornos de supuestos patrones: de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda. Modalidad que Sira resuelve rápido y con creces.
   
Arish Agoriuq y sus dos asistentes en el taller de Madrid
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
           Pero el episodio más peliagudo de su espionaje para el “Servicio Secreto británico en España”, no ocurre en Madrid, sino en Portugal, donde en Lisboa vive Rosalinda Fox, tras la sonora defenestración de Juan Luis Beigbeder en octubre de 1940. Allí, en dos semanas de mayo de 1941, sola y sin cobertura del espionaje británico, tiene por misión seducir e indagar al empresario y galante Manuel da Silva, pues al parecer está haciendo un doble juego con los ingleses y los alemanes, y ella tiene que indagar qué es lo que maquina con los nazis. (Entretanto, doña Manuela y el par de chicas bilingües, se quedan a cargo del taller de Madrid.) Así que Sira Quiroga, con la máscara y la personalidad de Arish Agoriuq, se acerca a Manuel da Silva dizque para comprarle telas difíciles de adquirir en España, como la seda de Macao.) En ese peligroso espionaje (Manuel da Silva actúa como un frío y sanguinario gánster con dos pistoleros a sueldo) su destino se entrecruza con el destino de Marcus Logan, sin que ninguno de los dos lo haya premeditado. Sira, con habilidad, osadía y suerte, se entera de las menudencias de los secretos y ventajosos contratos con los rústicos propietarios de “unas minas en la Beira”, mismos que orquesta Manuel da Silva para enajenar la venta del wolframio (o “baba de lobo”) sólo a los nazis y al unísono excluir a los británicos y asesinar a varios ingleses entrometidos e indeseables. (Esa palabrita: “wolframio” le evoca a Sira una de las previas indicaciones que le formulara Alan Hillgarth en la Legación Americana en Tánger: “Un mineral de importancia vital para la manufactura de componentes destinados a los proyectiles de artillería para la guerra.”[...] “Recuerde: wol-fra-mio. Y a veces también se llama tungsteno. Aquí está anotado, en la sección Bernhardt —dijo señalando con el dedo el documento”, que ella tendrá que memorizar, con todo el legajo informativo, y luego destruir.) 
   
Sira Quiroga caracterizando a Arish Agoriuq
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
        Pero el colofón de ese capítulo de espionaje lo pergeña Sira Quiroga para reivindicarse a sí misma; por un lado, entregándole a Alan Hillgarth su estropeado “cuaderno de patrones” donde encriptó todas las minucias acordadas entre Manuel da Silva, los mineros de la Beira, los nazis y el empresario alemán Johannes Bernhardt; pormenores de los que no se enteró ni pudo informarle con antelación el curtido y británico agente del SIS (Secret Intelligence Service) que la madrugó, el sagaz y supuesto “pata negra”, el “agente de absoluta solidez con bastantes años de experiencia” con quien ella coincidió en Portugal y regresó a Madrid en un auto durante la madrugada, luego de burlar, en el tren nocturno, a los pistoleros de Manuel da Silva que querían matarla. Por el otro, haciendo coincidir en una reunión, sin advertirles para qué, a Alan Hillgarth y su esposa, a Marcus Logan, y a su padre Gonzalo Alvarado.  
   
Sira y Marcus huyendo de los pistoleros
Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014)
      Vale concluir la nota diciendo que en el “Epílogo” de El tiempo entre costuras, María Dueñas, a través de su memoriosa protagonista Sira Quiroga, incita al lector a elegir e imaginar cuál pudo ser el destino de ella y Marcus Logan. 



María Dueñas, El tiempo entre costuras. Ediciones Temas de Hoy. 1ª edición mexicana. México, julio de 2010. 640 pp.


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