Un grato reencuentro
con la mujer que fui
I de VII
Editada, en España y en México, por el
consorcio Planeta en abril de 2021, Sira,
la quinta novela de la narradora española María Dueñas (Puertollano, Ciudad
Real, 1964), continúa la saga de las vivencias y de las intrépidas aventuras de
la protagonista aludida en el título, iniciada con el boom y las masivas ventas de su primera novela: El tiempo entre costuras (Temas de Hoy,
junio de 2009). Vale decir, entonces, que en la presente continuación: “Sira
Quiroga Martín, nacida en Madrid el 25 de junio de 1911”, quien durante la
Segunda Guerra Mundial fue, en la capital española, la sagaz espía de la
inteligencia británica oculta bajo el carisma de Arish Agoriuq (exitosa,
elegante y atractiva modista de supuesto origen marroquí), dejó de serlo tras
la capitulación del Tercer Reich, suscrita el 7 de mayo de 1945. En este
sentido, el lector, entre la primera y la segunda página del capítulo 1, tiene
noticia de que Sira Quiroga, un día de marzo de 1944, en un efímero y
subrepticio viaje de Madrid al Peñón de Gibraltar —entonces guarnición y base
del ejército británico en la guerra contra las potencias del Eje (particularmente
contra los nazis)—, se casó allí, en una sencilla y secreta ceremonia, con el
inglés y agente encubierto Marcus Logan, cuyo nombre real es Mark Bonnard; y
por ende, además de convertirse ipso
facto en súbdita del rey Jorge VI (es decir: de la corona del Imperio
Británico), pasó a llamarse Sira Bonnard.
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Autores Españoles e Iberoamericanos, Editorial Planeta México, abril de 2021 |
Al igual que en
El tiempo entre costuras, la voz
narrativa es la voz de Sira y por ende a veces recapitula circunstancias del
pasado y episodios vividos por ella en esas épocas, o evoca a sus conocidos
(particularmente en 1936) y a sus padres e incluso a sí misma; pero en este
caso, además de estar matizada por anglicismos y galicismos, vocablos y frases que
sazonan la oralidad y la postura cosmopolita que ahora presume al hablar y al ir
por aquí y por acullá, se distingue por su omnisciencia (casi de visionaria del
aleph o de automatizada Encyclopædia Britannica
o de robótica y parlante Wikipedia); es decir, Sira narra, pero su narrativa,
que sigue la nervadura, la intimidad, el pálpito y la respiración de sus pasos
y pensamientos en primera persona y paulatinamente, implica y conlleva un
sinnúmero de datos y relevante información histórica y geográfica no sólo sobre
lugares y personajes y sobre el entorno y el tiempo presente donde se va
moviendo y actuando, sino también sobre el porvenir; y que para nosotros,
aldeanos lectores de las laberínticas, recalentadas y enviruladas catacumbas de
la segunda década del siglo XXI, es historia. Tal urdimbre, desde luego y con
diestra y fina técnica de suspense, ensamblaje y palimpsesto, es obra y gracia
del arte literario de María Dueñas, auténtica contadora y costurera de mil y
una historias de nunca acabar (de la estirpe de Sherezade) y por ende:
encantadora de rejegas y descamisadas mazacuatas prietas, cuya voz y canto,
además de incidir en los sueños y en las pesadillas, encandila y apacigua a las
mortíferas y agresivas bestezuelas de la noche.
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María Dueñas con Sira (2021) |
II de VII
Centralmente, la novela Sira
se desarrolla y transcurre entre junio de 1945 y agosto de 1947; y en tal
sentido comprende 83 capítulos distribuidos en cuatro partes, cuyos rótulos
aluden los epicentros geográficos donde la protagonista vive, actúa e
interactúa: “Palestina”, “Gran Bretaña”, “España” y “Marruecos”; a lo que se
añade el “Epílogo” y la “Nota de la autora”.
La ida a
Palestina al lado de Marcus Logan obedece a que él fue destinado a Jerusalén
por el Servicio Secreto de la inteligencia británica. No obstante, la reclusión
doméstica de Sira había iniciado en Madrid, precisamente al término de su papel
de la glamurosa modista Arish Agoriuq; es decir, tras sucederse la huida de los
nazis y el desmantelamiento de los edificios y casas que usurparon en España. Antes
de volar a Palestina la pareja pasa por Londres, donde Sira conoce a su suegra,
la viuda Lady Olivia Bonnard, con quien no hace migas y cuya antipatía es mutua
y recíproca; la cual sobrevive, asistida por una decrépita sirvienta y en medio
de la pobreza y de las generalizadas carencias de la postguerra, en la vetusta
y deteriorada casona donde Marcus nació y vivió de niño con su padre (muerto de
un infarto casi a los 54 años), con su hermana (fallecida de meningitis en la
adolescencia) y con su hermano menor (“piloto de la RAF”, caído “en combate al
principio de la Batalla de Francia”, sucedida entre el 10 de mayo y el 25 de
junio de 1940); caserón que se halla en “The Boltons”, el nombre de la calle
donde se localiza en el “área de Brompton, Kensington”.
Mientras Marcus
Logan cumple con su secreta y escurridiza misión en Palestina, Sira, no del
todo recluida en el ámbito del hotel American Colony, ubicado en las inmediaciones
de Jerusalén, continúa con su insípida, vacua y gris vida doméstica, sin dar
golpe en ninguna parte, con neuróticas y frustradas ganas de largarse de ahí,
quizá a Marruecos, donde en Tetuán reside su madre (retirada de la costura y casada
con un viudo y jubilado). Tal grisura parece empezar a desquebrajarse cuando,
sin buscarlo ni preverlo, una periodista canadiense: Frances Nash, quien no
habla ni escribe ni jota del español (pero usa pantalones y maneja un jeep sin capota), le propone redactar
con ella notas informativas para Télam, la agencia argentina fundada en Buenos
Aires apenas el 14 de abril de 1945. La canadiense se informa o investiga y
escribe las notas en inglés y Sira las traduce al castellano, las cuales firman
con un pseudónimo que las asocia y suena masculino (útil y sutil para trasminar
los atavismos y prejuicios machistas que pululan en el boludo y pelotudo ámbito
del Río de la Plata): Frances Quiroga.
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Sir Alan Cunningham El último Alto Comisionado del Mandato Británico de Palestina (Noviembre 25 de 1945-mayo 14 de 1948)
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Vale puntualizar y resumir que el Mandato
Británico de Palestina, cuyo gobierno militarizado, con la anuencia de la Liga
de las Naciones, se remonta a 1920, confronta una creciente incertidumbre, inestabilidad
y violencia social, dado que en medio de la población inglesa, árabe y judía,
además de oponerse a las oleadas masivas y multitudinarias de inmigrantes
judíos y a que éstos construyan más asentamientos, está en contra de la
creación del Estado de Israel. Por ende, los grupos armados sionistas, desde la
clandestinidad y el camuflaje, cometen una serie de atentados terroristas, que
pese a que algunos se focalizan en destructivos ataques contra la
infraestructura operativa del Mandato, se llevan por delante a miembros de la
población civil, incluida la judía. Uno de esos ataques estalla frente a las
narices de Sira, pues a través del reportero radiofónico Nick Soutter, amigo de
la periodista canadiense Frances Nash, estaba por iniciar un conjunto de cuatro
descafeinadas y asépticas grabaciones (sobre España) en la PBS (Palestina
Broadcasting Service), “emisora oficial del Mandato”, subsidiaria de la BBC
(British Broadcasting Corporation), la legendaria e histórica Corporación británica de radiodifusión,
institución pública con matriz en Londres desde el 18 de octubre de 1922; o
sea: también es matriz de “La Voz de Londres”, que Gonzalo Alvarado, su padre,
oía en Madrid: “La escuchaba por las noches en su salón de Hermosilla, con su
batín y una copa de brandy. ‘Estación de Londres de la BBC emitiendo para
España’, así empezaba la retransmisión que al día siguiente comentaría con sus
amigos durante el aperitivo en La Gran Peña.” Es decir, la fría mañana del 19
de enero de 1946, Sira, a bordo del “Morris del PBS”, estaba llegando al
edificio de dos plantas de la Broadcasting House cuando ocurrió la súbita
ofensiva. Según narra Sira:
“[...] El auto
avanzaba sin prisa, yo seguía cobijada en mi abrigo y mis cálidos guantes,
sumida mentalmente en los apuntes de mi patria.
“Fue entonces,
llegando a la puerta, cuando algo inesperado cruzó veloz frente a nosotros. Una
sombra, una presencia rauda, resbalosa, humana. El chófer frenó en seco y me
gritó algo que no logré entender, mi cuerpo se abalanzó con brusquedad hacia
delante por efecto de la inercia, de manera instantánea me crucé los brazos
sobre el vientre.
“La explosión
sonó brutal, el coche se sacudió como movido por la mano de un gigante furioso
y los oídos se me quedaron atronados. Todo alrededor se llenó de humo
polvoriento; de inmediato se oyeron ráfagas de metralleta, gritos broncos y
carreras, el conductor se giró hacia atrás y me agarró sin miramientos por la
cabeza, arrancándome el sombrero y obligándome a tumbarme a la vez que bramaba
en árabe e intentaba retroceder para alejarnos.
“Hecha un
ovillo sobre el asiento trasero, todo el tiempo restante permanecí con los ojos
abiertos, muda, paralizada y a la vez extrañamente serena mientras mantenía los
brazos entrelazados como tenazas sobre mi torso y las piernas dobladas encima.
Los tiros, los gritos desgarrados alrededor en hebreo, en inglés y en árabe,
las carreras, los motores de otros autos que llegaron precipitados, sus
neumáticos derrapando sobre la gravilla, las sirenas que entonces empezaron a
sonar desde la lejanía haciéndose cada vez más intensas: todo, todo me fue
indiferente. Mi frialdad era tenaz, mi quietud sólo tenía un propósito. Lo
único que me obsesionaba era que mis brazos no se movieran de su sitio, que
siguieran cobijando a mi criatura, dándole calor, aliento.”
Efectivamente,
Sira está embarazada. Y aunque ni ella ni María Dueñas apuntan la fecha del
nacimiento se infiere que el bebé: Víctor Bonnard, nació seis meses después,
precisamente el 22 de julio de 1946 (en los momentos del parto moría, al
unísono, Marcus Logan), pues fue ese día cuando ocurrió otra ofensiva aún más terrible:
el planificado, cruento y coreografiado ataque terrorista que destruyó varios
pisos del hotel King David, precisamente en el ala donde estaban los
dormitorios, los archivos y las oficinas del Mandato Británico de Palestina.
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El hotel King David después del atentado terrorista Jerusalén, julio 22 de 1946 |
Una
histórica foto del hotel King David después del estruendoso, asesino y destructivo
embate se observa en el ángulo superior izquierdo de la segunda de forros. Y
Sira lo refiere, sin precisar, en el primer párrafo del primer capítulo:
“Trescientos cincuenta kilos de explosivos depositados en los bajos de un hotel
en Jerusalén: algo infinitamente más siniestro.” |
Detalle de la segunda de forros |
III de VII
Dado el constante polvorín y “la ley marcial” impuesta en Palestina
por el Mandato inglés, Sira, en contra de su voluntad y con su bebé (ambos
súbditos del Reino Unido y con pasaporte británico) es evacuada a Londres a
inicios del heladísimo febrero de 1947. Lady Olivia Bonnard, su suegra, los
recibe en el aeropuerto y los lleva a su empobrecida casona en un “opulento
Bently” con chofer. Pese a que Lady Olivia se encariña con el bebé Víctor y lo
considera el único heredero de su estirpe y del caserón, la convivencia resulta
difícil, sobre todo por la indiferencia, el menosprecio y la grosería de la
suegra hacia la yerna. Sira no tarda, entonces, en volver a desear irse a
Marruecos, con su madre. Ni en descubrir, sin proponérselo, que lo “Lady” no es
un título nobiliario; que un añoso, oscuro y retorcido episodio de infidelidad
colocó a Sira y al nieto como los únicos herederos de la casona; y que Lady
Olivia, sabiendo esto con antelación, y sin informarle a la yerna de las
minucias del testamento de Marcus Logan, opera en la sombra desleales y
tramposos tejemanejes para quedarse, por lo menos, con un trozo de la casa
familiar.
En marzo de
1947, cerca de Hyde Park, Sira localiza la dirección de Rosalinda Fox, pero su
amiga ya no vive allí ni hay datos sobre su paradero. Luego va al edificio de
la BBC a recoger un paquete remitido a ella desde Palestina. Enviado desde
Jerusalén por el reportero radiofónico Nick Soutter, se trata de la radio que
Marcus Logan le regaló cuando ambos eran residentes en el hotel American Colony
y ella estaba por preparar sus truncos programas para la PBS. Radio que ella
conservó en el apartamento del Austrian Hospice, en Jerusalén, lugar donde
vivió con su bebé y donde era vecina de la periodista canadiense Frances Nash.
En el edificio de la BBC, porque le entrega el paquete, conoce a Cora Soutter,
la ríspida ex o aún esposa de Nick, y madre de sus dos hijos. Y tras descubrir
allí las oficinas del Servicio Latinoamericano de la BBC, cuyo director es el
colombiano George Camacho y el español Ángel Ara, su segundo, Sira da un paso
al frente y les propone hablar en castellano sobre la situación en Palestina.
Se aprueban tres colaboraciones que se logran realizar, tras un agrio y breve
bloqueo maquinado, desde las tripas, por Cora Soutter.
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La vieja Casa de Radiodifusión de la BBC Londres, Inglaterra |
Pero lo relevante para ella en ese brevísimo
paso por la BBC es que recibe allí un sigiloso mensaje confidencial para
entrevistarse con emisarios de la inteligencia británica. Ella, que ahora
quiere hacer las cosas a su manera, elige que la cita sea esa “tarde a las tres
en The Dorchester”. Y escoge ese sitio porque lo observó en su búsqueda del
domicilio de Rosalinda Fox, pues según narra: “Mi referencia era The
Dorchester: me guié por aquel dato porque en la última de sus cartas Rosalinda
mencionaba que solía frecuentarlo. Qué marvellously convenient resulta, decía,
vivir junto al lado de uno de los más exclusivos hoteles de Londres.” Y añade
con su peliculesca y consabida e infalible omnisciencia (no pocas veces del
corazón): “Ése era el ambiente que a ella le chiflaba para tomar el té o un
cocktail: por aquel establecimiento, sin yo saberlo, había pasado durante la
guerra lo más pinturero del conflicto. El presidente americano Eisenhower junto
con su secretaria-chófer-amante durante el Desembarco de Normandía. El ministro
de Exteriores británico Lord Halifax, que ocupaba ocho habitaciones con su
esposa mientras, en paralelo, encontraba tiempo para serle infiel en una suite
con la espléndida Baba Metcalfe, que a su vez mantenía un idilio con el
embajador de Mussolini. Todos aquellos egregios huéspedes, no obstante, me
importaban bastante poco. Lo único que yo pretendía era dar con una amiga
esquiva, aquella mujer que había marcado en gran manera mi devenir.”
Son dos los trajeados agentes de la
inteligencia británica con quienes Sira conversa en The Dorchester. El veterano
Kavannagh, quien ya peina canas, y Dean Haines, su adjunto, rubio y
treintañero. Y como para poner sobre el tablero quién es ella en la jugada,
Kavannagh, además de trasmitirle el reconocimiento y los saludos de su ex jefe:
el capitán Alan Hillgarth, agregado naval en la embajada británica en Madrid durante
la guerra contra la expansión nazi, le resume su identidad e itinerario: “Por
refrescarnos todos un poco la memoria, según consta en nuestros archivos,
usted, la súbdita británica Sira Bonnard, anteriormente ciudadana española Sira
Quiroga, prestó sus servicios entre los años 1940 y 1945 para el Special
Operations Excecutive bajo la cobertura de la supuesta modista marroquí Arish
Agoriuq, con el nombre clave Sidi y base de operaciones en España,
trasladándose de forma ocasional a Portugal y desempeñando en todo momento su
cometido con absoluta competencia, rigor, dedicación y entereza.”
Su misión posible (y después de oír la
secretísima propuesta que se volatizará en un tris la acepte o no) es espiar a
Eva Perón y a su cortejo durante su gira por España, la cual sucederá en junio
de 1947. La razón: la esposa y emisaria de Juan Domingo Perón planea visitar
Gran Bretaña y ser recibida por Jorge VI y hospedarse en el palacio de
Buckingham. Y para tal espionaje tendrá que hacerse pasar por una reportera del
Servicio Latinoamericano de la BBC. Además de enterase de qué lado masca la
iguana, si tiene lengüetilla viperina o no, si hace el bizco frente al espejo o
no, y de considerar el coste y las implicaciones estratégicas y geopolíticas en
el contexto internacional que implica recibir (o no) a Eva Perón, la monarquía
y el gobierno británico sopesan los intereses comerciales y económicos con la
ricachona Argentina, pues según le comenta Kavannagh a Sira: “Incluso dentro de
nuestra precaria situación económica, seguimos teniendo cosas que nos interesa
venderles: aviones de guerra, pedidos millonarios para la Armada, maquinaria
diversa. Y, por supuesto, seguimos necesitando de ellos la carne para alimentar
a nuestro sufrido pueblo.”
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Segunda de forros (detelle) |
Para su misión de infiltrada en la “Gira
del Arco Iris” recibió informes sobre Evita y los miembros de su cortejo. Y se
preparó para dar el gatazo de supuesta reportera radiofónica de la BBC. Según
narra, “Una de las primeras iniciativas fue un curso acelerado de mecanografía
en unas oscuras oficinas del Whitehall. A cargo de mi aprendizaje, pegada a mi
espalda en todo momento, estuvo una secretaria madura de moñete tenso, flaca y
áspera.” [...] “Para no resultar ignorante del todo entre fotógrafos, en un
estudio de Fitzrovia me adiestraron sobre el funcionamiento y la nomenclatura
elemental de distintas cámaras, tipos de rollos y lentes, cómo usar el
obturador, el temporizador, el disparador, cómo cambiar la película. En otro
estudio de Broadcasting House me enseñaron a manejar un magnetófono de bobina
abierta, por si en algún momento viniera al caso. Una y otra vez maniobré los
controles, tanteé los cabezales e inserté y saqué los rollos de cinta magnética
hasta lograr repetirlo todo con facilidad mecánica.”
El nom
de guerre (para su pasaporte y para las tarjetas de presentación) ella
misma lo elige: Livia Nash; es decir, expropia el apellido de su amiga
canadiense y al nombre de la madre de Marcus le extirpa la ele. Y como broche
de oro y como quizá era de esperar, dado que a Sira le gusta lo glamuroso y
servirse con la cuchara grande, elige un deslumbrante vestuario de diosa del
cine, como para dejar el ojo cuadrado y escurriendo la baba o como para detener
el tráfico pedaleando a media avenida con tacones de aguja, pues no compró una
modesta ropa (para nadar de a muertito y pasar desapercibida) en alguno de los
populares almacenes de la cadena Woolworth (donde se hizo de unos chuchulucos
de madera para su bebé), sino costosos vestidos de reconocido y rimbombante
diseñador. En este sentido, apunta: “Sería incorrecto decir que renové mi
vestuario, porque en realidad apenas tenía prendas que cambiar por otras
nuevas; la maleta que había traído de Jerusalén sólo contenía ropa de invierno.
A fin de abastecerme, volví a la tienda de Digby Morton en Kensington. Tuve la
buena fortuna de que el mismo modisto estuviera allí [en realidad la atendió
una empleada, y no el modisto, la vez que adquirió el ‘tailleur de tweed azul
plomo’ para asistir a la cena en casa de los padres de Dominic Hodson, amigo de
Marcus desde la infancia y su albacea testamentario], elegimos las prendas mano
a mano. Se tragó que yo era la esposa de un diplomático portugués, no le di
explicación alguna acerca de mi pasado entre costuras. Con su criterio y el mío
ensamblados, cargué un guardarropa magnífico por el que pagué una indecente
cantidad de dinero. Confesé el pecado ante mi conciencia y me di la absolución
de inmediato: iba a cobrar un salario lustroso por mi misión en España y estaba
a la espera de la imprevista liquidez por el patrimonio de Marcus. El propio
diseñador me acompañó hasta el coche.” “Tiene usted un gusto soberbio, my
dear”, le canta el diseñador autoelogiándose (y frotándose las manos con la
lengua de fuera), “Vuelva cuando quiera, siempre será bienvenida.”
IV de VII
A inicios de junio de 1947, Sira, en su papel de la reportera
radiofónica Livia Nash, arriba al aeropuerto de Barajas. Con disimulo, su
padre, Gonzalo Alvarado, y Miguela, su criada, se llevan a la casona de
Hermosilla al bebé Víctor, junto con Phillippa, la nana inglesa. Y Sira, en un
taxi, se dirige al Club de Prensa, donde se hospeda y donde al día siguiente se
hace la presentación de los periodistas extranjeros, tutelados y puestos al día
por Diego Tovar, director de la Oficina de Información Diplomática.
Pese a que su
informe final y el resultado es de calidad media (y a que por su parte la
monarquía británica no quiso recibir a la esposa de Juan Domingo Perón), Sira
cumple su cometido de espiar la personalidad, los discursos incendiarios y populistas
(“más de uno creyó escuchar ecos de una Pasionaria con acento porteño”), las
frases lapidarias, las palabrotas, la neurosis, las fobias, la inseguridad, los
caprichos, el carácter autoritario, la megalomanía, y el recargado y ostentoso vestuario
invernal de Evita en su recorrido veraniego por la empobrecida, católica y
reprimida España de Franco, el Generalísimo y dictador proclive a los largos y
somníferos protocolos, a las alharaquientas concentraciones masivas, a la
simulación, a la hipocresía, al boato, al derroche, a los excesos y a la
demagogia.
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Evita saludando al dictador Francisco Franco. En medio: Carmen Polo, esposa del Generalísimo. Atrás de ésta: Lillian Lagomarsino de Guardó, asesora de la esposa de Juan Domingo Perón. |
En ese tiempo de espionaje en la oscura
España de Franco sobresalen varios ingredientes narrativos. Uno es el
embrionario y desabrido enamoramiento de Sira por Diego Tovar, el citado funcionario
de la propaganda franquista hacia el exterior del país, quien en los instantes
de despedida, por lo que él se ha enterado de su encubierta y paralela actividad,
se distancia de ella. Al preguntarle si “de todas formas” tendrán “el reportaje
de la BBC”, Sira le responde: “Eso seguro. Pero no seré complaciente.” A lo que
él apunta: “No esperaba menos de ti.” Y “Me guiñó uno de sus ojos claros,
cómplice.” Lo cual debe ser totalmente falso e hipócrita, hueca palabrería,
pues Diego Tovar, como lacayo de la dictadura de Franco (en cuyo ámbito
antidemocrático no hay libertad de expresión ni de prensa ni ideológica), no
traicionaría a lo tonto, ni le mordería la mano al statu quo del que vive, se posiciona, y saca raja y privilegios. De
ahí que una de sus diplomáticas funciones, a través del aburguesado y ricachón agasajo
y del trato excepcional y galante, haya sido inhibir el sentido crítico de los
periodistas extranjeros e inducir sus observaciones reporteriles para la causa
franquista.
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Evita y Franco |
Pero lo que descuella
y desconcierta en su papel de supuesta enviada del Servicio Latinoamericano de
la BBC es que actúa como periodista de un medio impreso y no como una reportera
radiofónica. Veamos. Si bien dice que al regresar a Londres grabó, ante los
micrófonos de la BBC, el reportaje sobre la visita a España de Eva Perón (“allí
quedó mi voz, grabada en los surcos de tres discos de pizarra”) y que rechazó los
emolumentos (“Utilice ese dinero para contratar a algún otro de mis
compatriotas, me consta que necesitan más que yo estos trabajos”), lo que hizo
en territorio español fue sólo tomar algunos apuntes (con el moderno biro
comprado en Jerusalén), pero no hizo lo que hubiera hecho una auténtica
reportera radiofónica o alguien que finge serlo: grabar breves reportes orales
hechos por ella y fragmentos de los discursos de Evita, y editarlos, con su propia
voz, en cápsulas informativas sobre los pasos y actos protocolarios y públicos
de la esposa de Perón en varias ciudades de España (ni siquiera lo hizo cuando
Franco la condecoró con la Gran Cruz de Isabel la Católica).
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Evita, oradora hasta la saciedad |
Y lo más
sorprendente y llamativo: siendo Eva Perón una oradora nata y con experiencia
en radio (incluso encadenan su perorata a través de Radio Nacional de España),
¡nunca la entrevistó en exclusiva para el Servicio Latinoamericano de la BBC! Y
pudo hacerlo si la monarquía británica aprobaba o no la visita de Eva a
Inglaterra, precisamente cuando al viajar de Madrid a Granada, Alberto Dodero,
el magnate y naviero argentino, la invita a que no lo haga en el avión donde se
acomoda la prensa, sino en el avión donde viaja Evita, sus allegados y algunos
funcionarios de alto pedorraje; y entonces, allí, Sira habla con ella (tête à tête), pero, ¡oh my God!, ¡no la
entrevista! Pero lo que trasciende es que Evita le elogia a Sira el conjunto
que lleva y los hermosos vestidos que le ha visto al seguirla. Y al
preguntarle: “¿Te los hicieron acá, en España?” Sira responde: “En Londres,
señora. Un modisto inglés.” Y para que el dato no se vaya por la fétida
coladera, Evita le pide a Lillian Lagomarsino de Guardó, su consejera y especie
de cabizbaja y sumisa dama de compañía, que tome nota para visitarlo cuando
vayan a Londres. La alusión del viaje a Londres sorprende a los concurrentes y
entonces Evita (llamada la Perona por
sus críticos y adversarios) truena a todo gaznate: “¡Cuando vayamos a Londres
dije, sí, no me miren con esas caras! ¡Cuando vayamos a Londres a ver al rey,
si es que nos envían la invitación oficial! ¡Y si no, los mando yo a todos a la
mierda!”
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Eva Perón y Lillian Lagomarsino de Guardó
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En su papel de espía al servicio de la
inteligencia británica, Sira, a través del galante y discreto apoyo del
sesentón Alberto Dodero, se introduce, solitaria, en el Palacio del Pardo (“me
estaba metiendo en la boca del lobo”, dice), donde husmea y critica con ironía
el vestuario de Evita, y donde obtiene confidencias del par de modistas
argentinas que la acompañan desde Buenos Aires. Por ejemplo, de “un
extravagante ropón negro que colgaba de la barra de las cortinas con capa,
capucha y enorme ruedo”, y del que comenta: “Tuve la impresión de que cabrían
tres Evas dentro”, Asunta, una de las modistas, le dice: “Es un diseño de
Madame de Gres para la casa de Bernarda Meneses, va a lucirlo con la Gran Cruz
de Isabel la Católica en el pecho durante la audiencia con el papa Pacelli, a
ver si consigue que la hagan marquesa [...] Que el Santo Padre la nombre
marquesa pontificia, eso es lo que quiere.” Desafortunadamente Eva Perón, en su
visita a la Santa Sede, sólo logró que Pío XII le obsequiara un rosario.
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Eva Perón rumbo a su audiencia con Pío XII (Ciudad del Vaticano, 1947) |
Y de
su ansiado viaje a Londres (meollo que la ponía neurasténica e insomne haciendo
constantes y perentorias llamadas telefónicas a Buenos Aires), Asunta le
revela: “Aunque no lo haya dicho en público, espera una invitación formal del
Palacio de Buckingham. Pretende que la alojen en él y que, al igual que están
haciendo en España, le den tratamiento de jefe de Estado. Están viendo fechas.
Oí comentar que podría ser antes del 20 de julio, después de Italia y Francia
[...] Y dice la Señora que, o los reyes acceden, o por allí no se asoman.” Y
para esa soñada recepción de cuento de hadas (“Cinderella from the Pampas [Cenicienta de las Pampas], la llamaría
la prestigiosa revista norteamericana Time”),
Sira se entera que Evita tiene dispuesto “un modelo un tanto especial de Ana de
Pombo”, que “lo tiene reservado por si finalmente van a Londres”, pero sólo si
“la reciben los reyes”, si no: nanay. Según observa Sira, se trata de “un
larguísimo vestido de encaje azul cielo, plagado de lentejuelas.” [...] “No
pude evitar una triste sonrisa. A mucho aspiraba la audaz Eva Perón, con esa
capa pretendidamente majestuosa que parecía sacada de un dramón de Hollywood.
Quizá nadie de su entorno le había hablado de la austeridad y la dureza de los
tiempos de Gran Bretaña, de cómo la principal obsesión del Gobierno y el pueblo
era la subsistencia. O quizá sí lo sabía, y no le importaba.”
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Madre Teresa de Calcuta |
Extrañamente,
parece que a Sira se le ablandó la sesera, pues el colonialista, altivo y
racista gobierno del Imperio Británico no es ninguna Madre Teresa de Calcuta, ni
ninguna hermanita de la caridad del cobre, cantora de cachetito del Himno a la alegría de Miguel Ríos. Habría
que recordar, por lo menos, su dominio colonial, predador y explotador, en el
India desde 1858, cuya sonora independencia se avecina y sería declarada el 15
de agosto de 1947; y su tóxica presencia y ocupación militar en Palestina, de facto desde 1917 y formalmente a
partir del 10 de agosto de 1920 por el Tratado de Sèvres, que derivaría, pese a
su contrariedad política y a sus impositivos intereses, en una guerra civil
entre árabes y judíos, sucedida entre el 14 de noviembre de 1947 y el 14 de
mayo de 1948, día de la salida del último militar británico y de la declaración
del Estado de Israel. Y aunque ella haya sido testigo del racionamiento y la
pobreza en ciertos ámbitos de Londres y de la heroicidad de ciertos sectores de
la población para confrontarla y aunque algo obnubilada o falaz se diga a sí
misma: “desde mi España desastrada y encogida, con el paso de los días era
consciente de que cada vez valoraba más Inglaterra y a los ingleses. Aunque mi
estancia entre ellos fue breve, me proporcionaron grandes lecciones de
pragmatismo, dignidad y entereza”, el intríngulis neurálgico es otro, pues además
del derroche de libras esterlinas que la inteligencia británica le paga del
erario por su trabajo de espía en la reprimida, santiguada y pobretona España
de Franco, el mismo Kavannagh le mencionó los intereses de su gobierno hacia la
Argentina de Perón: “nos interesa venderles: aviones de guerra, pedidos
millonarios para la Armada, maquinaria diversa [...] estimamos que, siendo
convenientemente orquestada, la visita de Madame Perón tal vez podría ayudar a
destensar tiranteces, limar asperezas y reconducir los vínculos entre las dos
naciones. Podría, en definitiva, convertirse para nosotros en una interesante
oportunidad estratégica.”
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Mery y Agustín de Foxá |
Sira, además,
pese a su crítica a la pretensiosa y desmesurada manera de vestir de Eva, en
lugar de camuflarse de reportera con un perfil bajo en medio de los empobrecidos
y ruinosos tiempos de postguerra, también eligió un esplendente y exclusivo vestuario
como para actuar, deslumbrando, en una película de Hollywood (quizá un thriller de espías o un clásico de James
Bond). Esto lo calibra, sin conocer el trasfondo y a ojo de buen cubero, la
esposa del escritor de derechas (glotón, bufo y diplomático) Agustín de Foxá,
en ese banquete de despedida de Madrid, donde Sira dice que “Madame Perón se
había pasado por el arco del triunfo el asesoramiento de sus discretas modistas:
a su antojo y albedrío, se había vestido y peinado para una gala de la
Metro-Goldwyn-Mayer y no para una cena protocolaria en el Madrid pacato del 47”,
pues esa fémina, Mery Larrañaga, “una joven tremendamente atractiva que
destacaba por su estatura y un estilo bastante más mundano que el resto de las
castas señoras que formaban la comitiva de doña Carmen Polo”, le espeta a
bocajarro en la intimidad del solitario tocador: “No tiene aspecto de
periodista, no creo que pudiera permitirse un evening dress semejante con su
sueldo.” Y además esa Mery (resentida, mohína e insatisfecha) le comparte, tras
bambalinas y sintiéndose pitonisa, su apología y admiración por Eva Perón:
“Nada la intimida —añadió saliendo del cubículo—. No se
achica ante nadie. Ahí la tiene, sentada junto al tirano de Franco, vestida
como le da la real gana y absolutamente segura de sí misma. Jamás conocí a
ninguna mujer tan libre, tan dueña de sus opiniones, sus decisiones y sus
actos.” [...] “Cuéntelo en la BBC, que se entere el mundo —concluyó mientras nuestros tacones repicaban sobre
el mármol del lobby. Del comedor salían voces elevadas, estaban sirviendo ya el
café y los licores—. Diga a través de sus micrófonos que Evita es única y
pasará a la historia. Cuando de usted, de mí y de las bobadas de mi marido no
haya quien se acuerde, cuando la gloria de Franco se haya convertido en humo y
todos los que ahora la adulan no sean más que sombras, la memoria de Eva Perón
seguirá perviviendo.”
Pero el quid de la cuestión es el vestuario
de diosa del cine hollywoodense que Sira eligió para representar a Livia Nash,
supuesta reportera del Servicio Latinoamericano de la BBC, destinada a cubrir
la ruta que sigue Evita en su paso por la pobretona y reprimida España de
Franco. Y un ejemplo es ese vestido de noche, azul y largo, que luce cuando
arriba “a la plaza de la Lealtad” para asistir a la cena en el hotel Ritz que,
narra Sira, “ofrecía Madame Perón como gratitud por su hospitalidad al
Generalísimo antes de arrancar la tournée que nos llevaría a distintos rincones
de la Península”. De la acarreada multitud, populachera y vociferante, que
antecede a la entrada le lanzan piropos. Ella va del brazo de Diego Tovar,
refulgente en su frac; pero alguien empuja a un fotógrafo, quien, al
trastabillar, pisa el amplio borde de su largo y glamuroso vestido; y, a punto
de caer, quien la sostiene por la cintura y evita el porrazo es un policía que
va de paisano: nada menos que Ignacio Montes, el ex noviecito con quien estuvo
a punto de casarse en el Madrid de poco antes de la Guerra Civil.
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Evita en la manicura (foto: Gisèle Freund) |
Pero el vestido más deslumbrante diseñado
por Digby Morton no lo luce en la mojigata España de Franco, sino en Tánger, en
julio de 1947, cuando ha asumido el papel de Arish Bonnard, una supuesta
“couturière, recién llegada de Buenos Aires”. Según dice, es “el más vistoso de
mis modelos ingleses, con hombros desnudos y espalda al aire. Ni siquiera había
llegado a estrenarlo durante el tour de Eva Perón: lo encontré algo descarado
para nuestra modosa España.” Pero esa posterior y sorpresiva velada en Tánger
es la ocasión de lucirlo, precisamente en la Gala Estival que la Asociación
Internacional de la Prensa efectúa “en las instalaciones de la Emsallah
Garden”. Allí, al coincidir con “la plana mayor del diario España”, de Marruecos, un fotógrafo inmortalizó el momento siendo
ella la resplandeciente y llamativa gema, el recamado, onírico y maravilloso
epicentro. Según narra Sira:
“La fotografía
ocupaba media página. Ocho hombres y yo en el centro: una de las estampas que
ilustraban la crónica de la velada de la Asociación Internacional de la Prensa.
Todo un contraste mi vestido claro de cintura estrecha, mi escote y mis hombros
desnudos, con los formales varones que me parapetaban. A pie de fotografía, una
nota elocuente.
“La directiva
del diario España, con la señora
Arish Bonnard, colaboradora de doña Barbara Hutton, quien acaba de instalar su
residencia veraniega en una villa próxima al Parque Brooks a fin de preparar la
llegada a la Zona Internacional de la millonaria norteamericana.”
V de VII
Pero dentro de las mil y una aventuras en esa incursión en la
España de Franco, destaca el hecho de que Sira Bonnard, representado el papel
de la atractiva reportera Livia Nash (quien dosifica el coqueteo y sabe seducir
y usar sus encantos femeninos cuando es necesario), sin buscarlo ni preverlo,
coincide, inesperadamente, con Ramiro Arribas haciéndose pasar por un tal Román
Altares, supuesto empresario argentino que parlotea con fluido acento de
porteño del Cono Sur. Ese bataclano sin escrúpulos, oculto en su facha de
impecable galán, es el canalla que frustró su inminente boda con Ignacio
Montes, el méndigo que le doró la píldora para irse con él a Tánger poco antes
del estallido de la Guerra Civil, el que tras robarle las joyas y el dinero que
le dio su padre, la abandonó estando embarazada y obligada a pagar las deudas
del hotel Continental y por ende quedó bajo custodia de la policía del
Protectorado de Español de Marruecos. De un vistazo ambos se reconocen. Y
Ramiro Arribas no tarda en acercársele para sacar provecho de ella: quiere que
le facilite un recomendado encuentro con Alberto Dodero, el millonario y
naviero argentino que acompaña a Eva Perón. Sira se niega. Y él intenta
coaccionarla y chantajearla, incluso seduciendo (y luego secuestrando) a la
nana del bebé Víctor. Y es en ese enredo donde Sira actúa con el arrojo, la
estrategia y el instinto detectivesco que la distingue, sin excluir el toque y
remate invisible de su índole de costurera. Camuflada de española común y corriente,
se introduce en la recámara del hotel donde se hospeda Ramiro y con su
habilidad con la aguja y el hilo, deja, oculta en el neceser, nada menos que la
Gran Cruz de Isabel la Católica, misma que ella rescatara en un astroso y
mugriento caserío gitano, tras haber sido robada al hermano de Eva Perón,
aficionado al sexo, a la parranda, a la bebida y a los lupanares. Pero además
de sembrar la Gran Cruz en el neceser de Ramiro, sin haberlo previsto, rescata
de esa recámara a la nana de Víctor, quien es una cándida e incauta muchachita
que aún ronda la veintena. Pero lo que sí previó Sira con esa acción
inculpatoria fue que la policía, a través de Ignacio Montes, le echara el
guante y lo encarcelara.
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Tercera de forros (detalle) |
Pero Ramiro Arribas
es un astuto delincuente que deja ese hotel antes de que lo apañen. De modo
que, habiendo urdido otra trampa para que la policía por fin lo atrape, Sira le
asegura que la entrevista con Alberto Dodero la tendrá en el Hornero, el barco del magnate que se
halla en el puerto de Barcelona cuando ya casi concluye en España la gira de
Eva Perón (y pasa el día 25 de junio de 1947 sin que nadie se acuerde del aniversario
36 de Sira, ni siquiera ella). Para emboscarlo, la policía arriba al muelle de
un modo peliculesco y estrepitoso; pero Ramiro es hábil y ágil y por ello logra
colarse en el buque sin que lo atrapen. A lo que se agrega el hecho de que en
ese navío, por ser argentino y en el que se transportaron las toneladas de ayuda
a la España de Franco, la policía del régimen no tiene jurisdicción. Y además de
que así se elude un escándalo periodístico y un conflicto internacional con la Argentina
de Perón, todo indica que el pelotudo de Ramiro Arribas, en su papel de Román Altares,
retornará a Buenos Aires.
VI de VII
Sira regresa a Londres con su padre, Gonzalo Alvarado, con la
nana Phillippa y el bebé Víctor, y se instalan en la achacosa casona de Lady
Olivia Bonnard. Y una vez cerrados sus compromisos con la BBC y con la
inteligencia británica, Sira entra, cada vez más, en una neurosis y en un vacío
existencial, egoísta y egocéntrico, en el que se entroncan dos contrariedades:
ante la antipatía recíproca que media entre Sira y Lady Olivia, su padre y su
suegra se hacen amiguetes y se enamoran, pese a que ella no habla español ni él
inglés. Y Sira, sola y solitaria en el inframundo, siente que no hace nada y que
es del todo inútil. Así que cuando de nuevo Kavannagh solicita sus servicios, ni
tarda ni perezosa se engancha, aún antes de saber de qué se trata. Sólo sabe
que no lo hará para la inteligencia del gobierno británico, sino para una
compañía de seguros.
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Barbara Hutton La pobre niña rica |
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Barbara Hutton |
La
multimillonaria y caprichosa Barbara Hutton, dueña de la cadena de almacenes
Woolworth (menospreciados por Lady Olivia Bonnard), recién ha adquirido un
palacio en Tánger: el Sidi Hosni, ubicado en la medina. Su misión: investigar
el entorno físico y humano de esa residencia, pues la pobre niña rica, el día de la inauguración, lucirá unas
valiosísimas esmeraldas montadas en una tiara (que puede ser gargantilla), cuyo
origen, según le cuentea el parlanchín inglés que la contrata por dos mil
libras esterlinas contantes y sonantes, pertenecieron “a la familia Romanov”,
que eran “de la gran duquesa Maria Pavlovna cuando salieron de Rusia”, y dizque
“Se dice incluso que en el pasado pudieron pertenecer a Catalina la Grande”.
Puesto que
Gonzalo Alvarado, el padre de Sira, decidió quedarse en Londres con Lady Olivia
Bonnard, Sira, con su bebé Víctor y la nana Phillippa, viajan a Marruecos un
espléndido día de julio de 1947. Al respecto, narra Sira:
“Tánger empezó
a desplegarse ante mis ojos blanca y compacta, recortada contra el cielo
luminoso como un montón de pequeños cubos amontonados. A pesar de los esfuerzos
por resistirme, no pude evitar rememorar otra llegada semejante. Once años
atrás y unos cuantos meses habían transcurrido desde que Ramiro y yo cruzamos
el Estrecho con ese mismo rumbo, cuando yo era una joven sometida e incauta.
Ahora no viajaba ningún hombre a mi lado, sino que llevaba a mi cargo a un
niño, a una niñera y un equipaje voluminoso. Y heridas en el alma. Y una tarea
concreta.
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Félix Aranda y Sira Quiroga (Carlos Santos y Adriana Ugarte) Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014) |
“Me emocionó identificar a la figura que
nos saludaba desde el muelle, agitando los brazos con aspavientos. Vestido de
lino tostado, con una pajarita de fantasía y gafas nuevas, allí estaba Félix
Aranda, mi vecino en los viejos tiempos del taller en Sidi Mandri.” Taller de
alta costura que ella pudo montar en Tetuán con la complicidad y el bonachón apoyo
de Candelaria la Matutera, donde conoció a Rosalinda Fox y donde le hiciera el
efímero falso Delphos que luego luciría al lado de Juan Luis Beigbeder,
entonces Alto Comisario del Protectorado Español de Marruecos.
Vale resumir,
entonces, y sin desvelar todos los sucedidos, ni la cronología, ni el total de
los ingredientes del carozo de la mazorca, que ese regreso a Marruecos es la
parte más entrañable de la novela, la más conmovedora y peliaguda. Pues
paralelo a su secreta tarea detectivesca, que es un divertimento con registro antropológico, y entrecruzándose con
ella, Sira se reencuentra con sus seres queridos (y sus inextricables y
consustanciales modos de parlotear); además del hablantín de Félix Aranda, anquilosado
y mediocre pintor que ahora vive en Tánger (“empleado en la Oficina de
Abastecimientos, negociado de Estadística”), también se reencuentra con su
madre Dolores y con Candelaria la Matutera, ambas residentes en Tetuán, una en
una minúscula casita con su marido viudo y jubilado, y la otra haciendo agua en
la desvencijada y miserable pensión de La Luneta. A través de la reciprocidad,
y de reglas no escritas, establecen una fraterna red de apoyo y convivencia.
Más aún cuando en el escenario de Tánger, sin preverlo ni esperarlo, reaparece el
villano de Ramiro Arribas, con más saña y violencia, decidido a sacar una buena
suma (¡diez mil dólares!) tras secuestrar al bebé Víctor y a la nana Phillippa.
Coaccionada así, Sira trata de conseguir esa cantidad que no tiene. Pero en el
inter, para desfacer el entuerto y rescatar a las víctimas, reaparece el
comisario Claudio Vázquez, ahora retirado; quien con el apoyo de otro policía
en retiro, más Nick Soutter (quien estaba en los micrófonos de Gibraltar Radio
dando parte de la inminente independencia de la India), de un hostelero y de un
par de patrulleros de la Policía Internacional, logran acosarlo y atraparlo,
pero porque se cayó en la huida.
VII de VII
En El tiempo entre
costuras, el lector pudo apreciar la buena estrella de Sira para sortear
sus mil y una aventuras (a veces jugándose el pellejo) y su virtud teatral e
histriónica para actuar e improvisar. Y la presente novela lo reitera. En este
sentido, una vez localizado el palacio de Barbara Hutton, sin saber cómo podrá
infiltrarse allí, sin buscarlo ni preverlo se le presenta la oportunidad de
hacerse pasar por la esperada costurera que ajustará las nuevas cortinas de
Sidi Hosni. Pero esta vez, Sira no se pone al frente de la máquina de coser,
sino que hace que en una pieza de la casa que renta cerca del Parque Brooks,
tres costureras asturianas instalen allí sus propias máquinas de coser: la
costurera Maruja Peña, más “una vecina suya y una sobrina”. No obstante, dice:
“volver a tener entre las manos aquellos preciosos tejidos, estar de nuevo
rodeada de telas, agujas, tijeras e hilos me generó una especie de emoción
momentánea, como un grato reencuentro con la mujer que fui algún día”.
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Paquita, Sira y su madre (Pepa Rus, Adriana Ugarte y Elvira Mínguez) Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014) |
Situación que, inesperadamente, abre y potencia los vectores cuando la rusa Ira
Belline, la afrancesada ama de llaves de Sidi Hosni, le solicita a la couturière Arish Bonnard, el diseño y la
realización de “un vestuario acorde con el sitio”, “un caprichoso guardarropa
con aroma moruno”, exclusivo y ex profeso
para que la princesa lo luzca en su
palacio de Tánger. Para confeccionarlo, Sira le pide a Félix que le reúna
revistas donde se aprecien vestidos de princesas moras.
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Barbara Hutton en su palacio de Tánger |
Y aunque Sira cumple
con el encargo y Barbara Hutton lució, en agosto de 1947, una de sus
“creaciones en suntuosa seda india” y “su tiara de esmeraldas en la fiesta de
inauguración del palacio de la casbah”, en la presente novela ella no se coloca ante la máquina de coser (para esos vestidos morunos quienes lo hacen son seis costureras del patio Pinto, donde vive Maruja Peña, cada
una con su propia máquina), ni se le ve, como en El tiempo entre costuras, haciendo paso a paso una magnética y
artística labor, como aquella vez que, prácticamente de la nada, hizo surgir,
auxiliada por Jamila, la sirvienta mora, el inefable, efímero y falso Delphos
que una sola noche lució Rosalinda Fox de un deslumbrante e indeleble modo.
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Jamila y Sira (Alba Flores y Adriana Ugarte) Fotograma de El tiempo entre costuras (2013-2014) |
En la presente
novela, en ese reencuentro con la mujer que fue, Sira, además de representar el
papel de la couturière Arish Bonnard,
es la fémina alfa, la mandamás, la patrona de una sola pieza: ama y señora de
todas las Petras. O sea: dirige a toda la orquesta a su servicio: a las seis costureras
que laboran en su casa; a Félix Aranda, su informante e investigador de
cabecera que la auxilia con diversas tareas; a Candelaria la Matutera, quien
casi en bancarrota con su pensión de La Luneta, es la cocinera de los delirios
gastronómicos de rechupete; a la nanny
inglesa que, huérfana de todo, se encarga del bebé; y tiene, además, a un par
de fantasmales sirvientas moras que incorporó Félix.
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María Dueñas, escritora alfa |
La posibilidad de convertirse en empresaria
alfa, con un amoroso matiz (lo cual quizá signifique: “esta historia continuará”),
se lee en el “Epílogo”:
“El fin de la contienda mundial había
convertido al noroeste de África en uno de los grandes centros de
comunicaciones del planeta, un puente de conexiones entre América y decenas de
naciones en Europa. Usando antiguas infraestructuras militares o implantando
nuevas construcciones, adelantos electrónicos y antenas, entre los transmisores
y los receptores comenzaban a fluir mensajes e ideas, propaganda e intriga. La
poderosa RCA norteamericana acababa de instalar una estación repetidora en el
cercano cerro del Charf; Radio Tánger Internacional y Pan American Radio
difundían ya sus programas conviviendo con emisoras más modestas. Entre
seriales, inocentes concursos, publicidad comercial y música en apariencia
inocua, ya fuera en árabe o francés, inglés o español, el potencial de la radio
para moldear opiniones seguía empujando.
“Con aquella propuesta despedimos el verano
[en agosto de 1947].
“Sin decir ni sí ni no, agarrados por la
cintura regresamos caminando hasta mi casa. Nick tenía la experiencia, yo el
dinero que llegaría tras la venta de la casa de The Boltons, a ninguno de los
dos nos disgustaba la idea de emprender algo juntos. El mundo se preparaba para
una guerra heladora y por él necesariamente habríamos de transitar unos y
otros, entre costuras o entre las ondas.”
María Dueñas, Sira.
Autores Españoles e Iberoamericanos, Editorial Planeta. México, abril de 2021.
644 pp.