Colección Navona Negra núm. 16, Navona Editorial (Barcelona, 2ª edición, diciembre de 2014) |
Otto Penzler |
James Ellroy |
James M. Cain (1892-1977) |
Mickey Spillane (1918-2006) |
David Goodis (1917-1967) |
Lauren Bacall, David Goodis y Humphrey Bogart |
Jim Thompson (1906-1977) |
Patricia Highsmith (1921-1995) |
“Lenta, lentamente al viento” centralmente ocurre en Maine, más que nada en “un complejo agrícola de casi tres hectáreas llamado Coldstream Heights”, un rancho cercano a Bangor, recién adquirido por Edward Skipperton, un adinerado viejo de 52 años, asesor de empresas de profesión, cuyos médicos, tras un infarto, le recomendaron retirarse y dejar de beber y fumar. De carácter dominante y signado por fúricos arrebatos, está divorciado y tiene una hija de 19 años que estudia en un internado en Suiza (luego de “su colegio privado en Nueva York”). Su único empleado para las faenas es Andy Humbert, un lugareño que vive allí en una cabaña. Y su inmediata ambición es hacerse de un riachuelo contiguo a sus tierras “llamado Coldstream”, donde quiere “pescar de vez en cuando” y “poder presentarse como propietario de aquel paisaje y afirmar que tenía derechos ribereños”. Pero tal arroyo pertenece a Peter Frosby, un viejo con un solo hijo, que se llama como él, quien se niega a vendérselo, pese a la jugosa oferta, pues según le dice: “Los Frosby no venden sus tierras.” “Hemos tenido la misma propiedad durante casi trescientos años y el río siempre ha sido nuestro.”
El trato hosco, rudo y vengativo se traduce en la intolerancia de Skipperton cuando algún animal de los Frosby entra a su territorio, pues lo mata con su rifle, y el viejo Peter Frosby lo denuncia ante el juez. El asunto se complica cuando Margaret, su hija, arriba al rancho de vacaciones de verano y, sin que él pueda evitarlo, se hace amiga de Peter Junior. Obviamente Skipperton truena y le prohíbe tal vínculo. No obstante, la amistad sigue y llega el momento en que aprovechando la salida a un nocturno baile, Margaret se fuga con Peter Junior y desde Boston le envía una carta donde le dice que ella y su novio se aman y que se van a casar. Skipperton, agrio y furioso, no tarda en pergeñar el asesinato del viejo Peter Frosby y oculta el cadáver bajo las ropas del espantapájaros del sembradío. Lógicamente la policía y el entorno se alarman e interrogan ante la extraña desaparición del viejo Frosby e incluso hacia la medianoche del domingo en que ocurre la desaparición y el asesinato, Margaret lo llama por teléfono desde Boston.
Patricia Highsmith |
James Ellroy (Los Ángeles, 1948) |
Ficha policial de Elizabeth Short (Santa Bárbara, septiembre 23 de 1943) Apodo póstumo: La Dalia Negra Hallada muerta a los 22 años el 15 de enero de 1947 en Leimert Park, Los Ángeles, California |
DVD de L.A. Confidential (1997) |
Joyce Carol Oates (Lockport, Nueva York, 1938) |
John Nissenbaum, el abuelo de Bethany, murió “en 1972, en un asilo de Yewville”; y Cornelia, su madre, murió en 1981 creyendo que Gretel “Era basura”, “una infiel” que la abandonó cuando ella tenía 5 años y su hermana 8, y por ende nunca supo que Gretel Nissenbaum no huyó con un amante —cosa que piensan los ñoños pobladores de Ransomville—, pues “en abril de 1983” se hallaron sus restos durante un desbordamiento de “un arroyo que cruza las antiguas propiedades de los Nissenbaum”. Es decir, “quedó a la vista un esqueleto humano, virtualmente intacto pese a sus décadas de antigüedad”, que “Al parecer lo habían enterrado a menos de un kilómetro de la granja de los Nissenbaum”.
Además de que los objetos desenterrados indican que se trata de los restos de Gretel, los forenses del condado de Chautauqua dictaminaron “que el esqueleto pertenecía a una mujer, aparentemente muerta por haber recibido abundantes golpes en la cabeza (con un martillo, o con el lado romo de un hacha) que le habían partido el cráneo como un melón”.
Joyce Carol Oates |
Lawrence Block (Búfalo, Nueva York, 1938) |
Croydon es trasladado a una cómoda celda del corredor de la muerte, donde pide y le proporcionan una máquina de escribir. El decurso del relato denota, mientras su defensa apela la permutación a cadena perpetua (con vías a obtener la libertad condicional), el cinismo y la intrínseca psicopatía del feminicida, que aunada a la maniática correspondencia que sostiene con varias fanáticas (les pide, para saciar sus fantasías y su onanismo, que le narren anécdotas lascivas de ellas y que le envíen fotos suyas con poses cachondas), tiene en su oculto haber el ataque, la violación y el asesinato de otras dos jóvenes, impunes feminicidios de los que nadie supo nada. En un momento de su lúcida hipocresía y de su hobby de tecleador impenitente, decide escribirle una carta a Paul Dandridge, donde le narra los sádicos y misóginos pormenores que precedieron y rodearon la violación y el asesinato de Karen. Pero tal carta no la envía, sino que decide guardarla y escribirle otra donde le miente y con la que inicia una correspondencia amistosa en la que Paul Dandridge poco a poco, para sorpresa y desconcierto del lector, se hace amigo del asesino de su hermana y definitivamente lo perdona cuando ya han transcurrido 15 años del asesinato (es decir, Croydon tiene ahora 45 años y Paul 42).
Es entonces cuando se avecina un tribunal de apelación y Paul Dandridge, a favor del preso, organiza y financia tres testimonios: el de un siquiatra, el de la maestra de cuarto curso de Croydon y el suyo, que es el más trascendente e incide en la decisión del gobernador para conmutar la pena de muerte por cadena perpetua. El dieciseisavo día de su muda a “una celda con los presos comunes”, tres gandayas lo violan y al día siguiente pide su “traslado al bloque B”, donde pasa encerrado 23 horas al día y continúa su correspondencia con Paul Dandridge, quien le envía libros de filosofía (Kierkegaard, Martin Buber) que lo inducen a llamarse a sí mismo “el Filósofo de la Cárcel” y con los que junto a su soledad y a su correspondencia con Paul, según le reporta a éste, logra construirse “una vida interior, una vida del espíritu, superior a cuanto tuve en mi vida como hombre libre...”
El caso es que William Charles Croydon se pregunta si Paul Dandridge “¿Se lo estaba tragando?” Y parece que sí, pues Paul no ceja por ganar la libertad condicional del asesino de su única hermana. Y cuando por fin lo logra y lo va a recoger en su coche a la salida de la prisión, ahí mismo en el vehículo le invita un trago de “Johnnie Walker, etiqueta negra”, que ha llevado consigo. Pero el whisky tiene algo que duerme a Croydon y cuando se despierta está atado a una silla en una cabaña en medio del bosque, semejante a la solitaria y rústica cabaña donde él, durante tres interminables días, secuestró, ató, torturó, violó y finalmente mató a Karen Dandridge. “La tumba ya está excavada” —le dice Paul— “Me ocupé de eso antes de ir a recogerte a la cárcel.” Pero Croydon, que en el fondo tampoco ha dejado ser el mismo, tiene tiempo de recitarle las cínicas y sádicas minucias de la primera carta que otrora le escribió y no le envió.
Dennis Lehane (Dorchester, Boston, Massachusetts, 1965) |
“Quedarse sin perros” se desarrolla en Edén, un pueblo mal avenido de Carolina del Sur, en cuyo entorno oscilan ex combatientes en Vietnam y jaurías de perros salvajes y por ello el Gran Bobby Vargas, el alcalde —por instancia del gobernador y de los inversores que han proyectado la edificación del “Edén Falls, un gran parque en plan carnaval, con montañas rusas y toboganes de agua y cosas así”— busca tiradores que los eliminen. Elgin Bern, ex combatiente en Vietnam y albañil en las obras del Edén Falls, sería un cazador ideal. Pero éste no se interesa por el trabajo y en cambio, Blue, su amigo y coterráneo desde la infancia y un friki y marginado en el pueblo (se da por supuesto que “Nunca ha estado bien de la cabeza”), sí acepta y desempeña el oficio que parece perfecto para él (pues desde chico se entrenó torturando y matando insectos y animales) y que aspira proseguir en Australia con su rifle que luce una nueva y potente mira telescópica y un sistema de amplificación de luz para operaciones nocturnas. Elgin Bern tiene por novia a Shelley Briggs, que es recepcionista en Auto Emporium, negocio del ricachón Perkin Lut. Y al unísono tiene encuentros subrepticios con Jewel Lut, la esposa de éste, pero con mayor jocosidad e ímpetu sexual que con Shelley Briggs. Jewel, además, también es contemporánea de Elgin y Blue, puesto que los tres se criaron en el pobretón “parque de caravanas”. Y para Blue, que es de baja estatura, feo y flacucho y que nunca ha tenido una novia, Jewel es la mujer de sus sueños. Así que luego de la violenta y vergonzosa escena pública en la que Perkin Lut golpea a Jewel en el Chuck’s Diner (se oyó “un follón de vasos y platos caídos” y “Jewel estaba ya en el suelo, con los codos rodeados de añicos de cristal y de porcelana”), Blue, tras amenazar a Perkin, se siente flotando y realizado cuando Jewel, “con un buen cardenal marrón debajo del ojo”, se refugia un par de días en su caravana, que es una sucia y estrecha pocilga que hiede a podredumbre y a perro muerto. Jewel, como lo previó Elgin, regresa a la seguridad y comodidad que le brindan los dólares de Perkin Lut. Pero días después aparece asesinada en las obras en ciernes del Edén Falls: “Encontraron su cuerpo colgado del andamio que habían levantado junto al esqueleto de las montañas rusas. Estaba desnuda, colgada boca abajo de una cuerda atada a sus tobillos. El cuello tenía un corte tan profundo que el forense dijo que era un milagro que la cabeza todavía estuviera engancha al cuerpo cuando lo encontraron. El ayudante del forense, un tipo llamado Chris Gleason, cuanto se tomaba unas copas explicaba que en el coche fúnebre se les había caído la cabeza cuando bajaban por la calle mayor hacia la morgue. Decía que había oído un grito.”
Dennis Lehane |
Por otra parte, antes de que Elgin Bern desapareciera para siempre de allí y nunca nadie supiera más de él, las obras del futuro parque de diversiones quedaron truncas. Pero “El esqueleto de Edén Falls sigue asentado en la media hectárea de tierra que queda justo al este de Brimmer’s Point, cubierto de un óxido grueso como la carne. Hay quien dice que fue por el nivel de yodo que el inspector de medio ambiente encontró en el agua subterránea lo que ahuyentó a los inversores iniciales. Otros, que fue el hundimiento de la economía estatal, o el fracaso del gobernador en las elecciones. Algunos dicen que Edén Falls era un nombre sencillamente estúpido, demasiado bíblico. Y luego, claro, había muchos que afirmaban que lo que ahuyentó a todos los trabajadores fue el fantasma de Jewel Lut.”
Elmore Leonard (1925-2013) |
“Cuando las mujeres salen a bailar” ocurre en South Florida, donde Lourdes, una colombiana de 35 años, por recomendación de Viviana (también colombiana) llega a trabajar a una mansión de “Ocean Drive, a pocas manzanas de la de Donald Trump” (el folclórico, petulante y nefasto candidato republicano que ganó el retrete de la Casa Blanca, célebre no sólo porque odia y discrimina a los inmigrantes mexicanos). Su empleadora es la “señora Mahmood, esposa del doctor Wasim Mahmood”, un adinerado y lujurioso cirujano plástico, pakistaní y musulmán de nacimiento, a quien le gusta bañarse desnudo en la alberca y andar en pelotas por la casa, luciendo su “extraño pene negro” en medio de las asustadizas criadas filipinas. Su empleadora, una gringa con “el cabello rojo corto” que no aparenta “más de treinta”, la quiere de asistente personal; le ofrece un trato ligero (le pide que la llame Ginger) y no tarda en confesarle que fue stripper y que así, contoneándose por dinero, conoció a su marido el doctor Wasim Mahmood: “me sacaba más bailándoles encima a los tíos, o participando en fiestas privadas [...] y entonces tenía veintisiete años, ya era más vieja que todas las demás. Woz [el doctor Mahmood] llegaba con sus colegas, todos de traje y corbata, tan empeñados en no parecer del tercer mundo. La primera vez agitó un billete de cincuenta en el aire para llamarme y yo le dediqué un poco de strip hop tribal de bien cerquita. Le dije: ‘Doctor, si te vuelves a poner los ojos en sus cuencas me verás mejor.’ Le encaba que le hablara así. Más o menos a la cuarta visita le hice lo que se conoce como la paja del millón de dólares y me convertí en la señora Mahmood.”
La señora Mahmood quiere saber sobre el asesinato del señor Zimmer, del que le habló Viviana. Así que Lourdes le dice: “Despareció unos cuantos días, hasta que encontraron su hormigonera cerca de Hialeah, junto a un montón de cemento. No había ninguna razón para que estuviera allí, porque no tenía ningún encargo para entregar por esa zona. Así que la policía hizo reventar el cemento y dentro encontró al señor Zimmer.”
El caso es que en las más o menos íntimas charlas, la señora Mahmood le dice a su asistente: “El mayor error de mi vida ha sido casarme con un tipo de otra cultura, con una toalla en la cabeza.” Y en medio de la cháchara, Lourdes le apostrofa: “No quiere seguir con él”, “pero quiere vivir en esta casa”. Y más aún, porque deduce que la ex stripper sabe o intuye el meollo del asesinato del señor Zimmer, le brinda una ayudita preguntándole: “¿Cómo se sentiría si a su marido le cayera encima una carga de cemento fresco encima?” “¿Cuánto cuesta hoy día una carga de cemento fresco?”, le pregunta la señora Mahmood. “Treinta mil”, le contesta Lourdes ipso facto. No obstante, el acuerdo queda en “casi veinte mil en efectivo hoy, ahora mismo”.
Elmore Leonard |
Y “tras una salida informal con sus viejas amigas para tomar unas copas”, la viuda Mahmood, al regresar a la intimidad de su casa en Ocean Drive, ve que “En la encimera había ron y cócteles, limas, un cuenco lleno de cubitos de hielo.” Y que “Del patio llegaba un ritmo latino [una cumbia]. Siguió aquel sonido para acercarse a un círculo de velas encendidas, donde vio a Lourdes con un bañador verde [que es suyo y no de su asistente], moviéndose al ritmo de la música con los brazos en alto, batiendo las caderas con sutileza.” “Sentados a la mesa había dos tipos fumando que no hicieron ademán de levantarse al ver a la señora Mahmood.” Se trata de los colombianos, del par de sicarios, que están allí para cobrarse el plus. “Es una fiesta para ti, Ginger” —le dice Lourdes, usando el nom de guerre con que la llaman sus amigas— “Los colombianos han venido a verte bailar.”
Enrique de Hériz (Barcelona, 1964) |