Un balneario de aguas medicinales
I de VII
En 2016 la prolífica narradora y poeta norteamericana Paulette Jiles publicó en Estados Unidos su novela News of the World a través de la editorial William Morrow and Company; sonoro best seller, traducido a otros idiomas, que dio pie a la homónima versión cinematográfica basada en el libro, estrenada en 2020 con la dirección de Paul Greengrass y la presencia estelar del celebérrimo actor Tom Hanks en la caracterización del capitán Jefferson Kyle Kidd. Wéstern visible en Netflix, la popular plataforma en streaming (plagada de churros de baja estofa y con poco cine de arte), donde se puede ver y oír con subtítulos en español bajo el rótulo Noticas del gran mundo. Esto explica, por obvias razones de mercadotecnia, que la Editorial Almuzara, que en febrero de 2021 publicó (con algunas erratas) la traducción al español de Ignacio Alonso Blanco, haya optado por ese rótulo en lugar de la traducción literal: Noticias del mundo; y que en la misma portada (con diseño de Ana Cabello) lo reafirme con un eslogan que va directo al grano de a libra: “La novela que inspiró la película protagonizada por Tom Hanks”.
(Almuzara, 2021) |
Y que lo reitere en el fragmento que en la segunda de forros cierra el bosquejo biográfico de la autora: “Jiles vive en un pequeño rancho en San Antonio, Texas (junto a la fortaleza de El Álamo). Su novela Noticias del gran mundo fue finalista en el National Book Award y vendió cuatrocientos mil ejemplares tan solo en los Estados Unidos, para después ser traducida a numerosas lenguas y adaptada al cine en la película protagonizada por Tom Hanks.” Y haciendo efemérides, y literatura, Almuzara rotula en el colofón ese título cinéfilo: “La impresión de Noticias del gran mundo concluyó el 1 de febrero de 2021. Tal día del año 1861, en el marco de la guerra civil estadounidense, el estado de Texas abandona los Estados Unidos de América para incorporarse a los desaparecidos Estados Confederados de América.”
(William Morrow, 2016) |
Y si bien en la página legal del libro editado en España por Almuzara se lee: “Título original: News of the World”, algo que chirria o extraña es la ausencia del copyright de la primera edición norteamericana, dato que por lo regular las editoriales suelen acreditar. A esto se agrega que allí se anuncia ubicado en la “Colección Novela Histórica”; pues si bien a lo largo de las páginas se transluce la minuciosa documentación histórica que hizo Paulette Jiles para urdir numerosos detalles (elípticos y resumidos) y la trama de su obra, de ninguna manera es una “Novela Histórica”.
Con algunas notas al pie
de página del traductor, la novela Noticias
del gran mundo se desarrolla en 22 capítulos numerados con palabras. Y sólo
el primero tiene un título: “Uno. Wichita Falls, Texas, invierno de 1870”. Esto
es así porque el capitán Jefferson Kyle Kidd, que es un viejo itinerante de 71
años que desde 1866 se gana la vida leyendo noticias en poblaciones del norte
de Texas, llegó de Bowie “a Wichita Falls el día 26 de febrero” de ese año y casi
enseguida se puso a clavar con chinchetas los carteles con que anuncia su
inminente lectura, cuya entrada se paga en una lata metálica con monedas de
diez centavos de dólar por cabeza. Y durante la lectura vio entre sus escuchas a
un rubio que lo observaba sentado junto
a dos indios de la tribu caddo. Pero lo más trascendente para él es que Britt
Johnson, conocido del capitán, le hace señas para hablar con él después del
término.
Paulette Jiles |
Britt Johnson es un negro liberto, que labora de transportista con un par de carretas tiradas por poderosos caballos, junto con su hijo (quien en 1864, aún menor y con un hermano y su madre, fue cautivo de los indios kiowas durante un año), más dos estibadores: Paint Crawford y Dennis Cureton, también negros libertos. El capitán Kidd supone que Britt Johnson quiere hablar de la noticia que leyó sobre “La decimoquinta enmienda”, “ratificada el 3 de febrero de este año, 1870, que [dizque] concede el sufragio a todos los hombres cualificados para acudir a las urnas, sin distinción de raza, color o previa situación de servidumbre”. Pero en lugar de esto, Britt Johnson, en medio de la tupida e incesante lluvia, y a la entrada de la caballeriza, le muestra a una niña blanca, ojiazul y rubia, ataviada de india kiowa, que trae en la carreta desde Fort Sill, en territorio piel roja al otro lado del río Rojo, donde se la entregó Samuel Hammond, el agente indio, quien, según pudo averiguar, “se trata de Johanna Leonberger, raptada hace cuatro años, cuando tenía seis, cerca de Castroville. Allá abajo, por la zona de San Antonio.” Según le informa Britt al capitán, sus padres y su hermana menor fueron asesinados por indios kiowas durante un asalto. Pero ahora “los kiowas no la quieren”, dice. “Por fin se han dado cuenta de que lo único que consiguen teniendo cautivos blancos es que los muchachos de la caballería los vapuleen. El agente indio los amenazó con quitarles sus raciones y enviar al 9° y 12° tras ellos. Fue entonces cuanto la trajeron [a Fort Sill] y la entregaron a cambio de quince mantas de la bahía de Hudson, de esas que tienen cuatro rayas, y una vajilla de plata. En realidad, alpaca. La utilizan para hacer pulseras. La entregó la banda del Cuervo Silencioso.” Y además, le dice: “El agente tenía un papel de sus parientes, Wilhelm y Anna Leonberger; sus tíos. Y me dio una moneda de oro de cincuenta dólares por devolverla a Castroville. La familia se la había enviado a través de un comandante de San Antonio destinado al norte. Tenía que entregarla a alguien como pago por devolverla a casa. Le dije que yo la sacaría del territorio indio y que la llevaría al otro lado del río Rojo. No fue fácil. Casi nos ahogamos. Eso fue ayer.”
Pero el meollo de ese diálogo es que Britt Johnson no puede
completar el encargo porque él y sus colaboradores son negros; es decir, sería
un mortal peligro transportar por esa zona y hasta el entorno de Castroville a
una niña blanca. Y el capitán Kidd asume la encomienda no por un afán
filantrópico ni monetario, sino por la abulia que lo abruma hasta los huesos, el
cogote y el cráneo: “Su vida le parecía adusta, amarga y, en cierto modo,
malograda; hacía poco que ese pensamiento había comenzado a rondar por su
cabeza. Una lenta monotonía había penetrado en él como el gas del alumbrado y
no sabía qué hacer al respecto, aparte de buscar soledad y silencio.
Últimamente siempre se sentía impaciente por concluir sus lecturas.”
Intríngulis
y leitmotiv que compagina y se embona
con la íntima y personal añoranza de que sus hijas, residentes en Georgia,
regresen a Texas, recuperen la tierra de sus ancestros españoles (se remonta a
1733) contigua a la misión de Nuestra Señora de la Purísima Concepción de Acuña,
y además ocupen la vetusta casona de los Betancur en el epicentro de San
Antonio: “la gran Casa de la Dueña”,
aún en pie y en la que residen “los descendientes de la familia Betancur”,
“envejecidos como momias y quejándose por no poder conseguir pan blanco y tener
que comer tortas”.
Fotograma de Noticias del gran mundo (2020) |
Vale resumir, entonces, que el capitán Kidd, nacido el 15 de marzo de 1798 “en Ball Ground, en las colinas de la cordillera Azul, Georgia”, luego de “concluir su periodo de aprendizaje como impresor en Macon”, instaló “su prensa en la plaza de las Islas”, en San Antonio, “también conocida como Main Plaza, en la planta baja de un moderno edifico de obra nueva perteneciente a un abogado llamado Branholme”. En su tarea de impresor se hallaba (incluso “Estudió español para así poder imprimir cualquier circular o periódico que fuese necesario”) cuando vio por primera vez, corriendo tras el lechero, a quien sería su joven y bella esposa: María Luisa Betancur y Real, miembro de una familia española de rancio abolengo, quien falleció en 1865, un año antes de que el capitán Kidd se viera obligado a emigrar al norte de Texas y a convertirse en un ambulante y azaroso lector de noticias expurgadas de diversos periódicos y de la información que a través del telégrafo divulga la Asociación de la Prensa. Es decir, durante la Guerra de Secesión que entre 1861 y 1865 confrontó a la abolicionista Unión con los esclavistas Estados Confederados, “En San Antonio, la oficina local de la Comisión de Apoyo a la Confederación lo amenazó con pena de cárcel si no invertía en bonos confederados, así que allá fue todo. Vendió su negocio de imprenta, saldó sus deudas y se echó a los caminos. María había fallecido un año antes, y fue como si se hubiese soltado algún tipo de atadura, como si se hubiera cortado la soga de amarre de un globo; el capitán, como el globo, se elevó, alejándose flotando, empujado por los vientos del destino.”
Fotograma de Noticias del gran mundo (2020) |
Para trasladar a la niña Johanna de Wichita Falls a las cercanías de Castroville, el capitán Kidd, con la “moneda de oro de cincuenta dólares” que le entrega el negro Britt Johnson (“una moneda española de ocho escudos acuñada en oro de veintidós quilates y con el borde perfectamente estriado, sin limar”), compra una carreta de segunda mano, una jardinera pintada de un “brillante color verde oscuro y con unas letras doradas a los lados que decían: Aguas Medicinales y Manantiales Termales del Este de Texas”, a la que suma el par de potros que posee y con los que ha venido haciendo sus viajes de lector de noticias: Pachá, su capón de monta, y Fancy, su yegua de tiro, que es el rocín que acarrea el carromato, mientras el orondo rocinante va amarrado en la parte de atrás. Y cuando ya están en Dallas dispuestos a pasar la noche en un par de cuartos de “un hotel de la Calle Stemmons Ferry” (mientras la viuda Gannet trata de calmar a la inquieta niña kiowa), el capitán Kidd, antes de su lectura en el teatro Broadway, escribe una carta a sus hijas Olympia y Elizabeth, quienes viven con esfuerzos en las ruinas de una “granja de New Hope Church, Georgia”. Olympia, la menor, es algo etérea y difícil; quedó viuda y sin hijos cuando Mason, su marido, recibió en Adairsville, pueblo de Georgia, un disparo de un yanqui de la Unión “durante la retirada de Johnson a Atlanta”. Y por ende vive refugiada en la granja con su hermana Elizabeth, quien tiene dos hijos y a Emory, su marido, manco del brazo derecho, pues al igual que Mason, sirvió en un regimiento de la Confederación en Georgia.
Guerra de Secesión (1861-1862) |
Esa larga misiva, pese a que se centra en inquietudes familiares, el capitán Kidd la inicia escribiendo con un criterio reporteril, de mensajero de noticias: “Las nuevas instituciones del Senado y la Cámara de Representantes del estado de Texas acaban de promulgar una ley que prohíbe a la población civil portar armas cortas, es decir, pistolas”. Y la respuesta a su carta el capitán Kidd la lee después del siguiente primero de abril, sentado en los escalones de la oficina de Correos de San Antonio, cuando ya ha cumplido 72 años y dejado a la niña Johanna en la granja de sus tíos Leonberger, quienes viven “en un arrabal llamado D’Hanis”, a 15 millas hacia al Oeste de Castroville, que a su vez está a 15 millas al Oeste de San Antonio. En esa misiva, escrita por su hija Elizabeth, lee que sus hijas, casi sin dinero, sólo podrán regresar “dentro de dos años”. Así que el capitán Kidd, luego de rescatar a Johanna del maltrato de sus tíos, sigue su vida de lector itinerante por el norte de Texas, pero ahora auxiliado por la legendaria niña Cautiva haciendo la tarea de recaudadora de las monedas de diez centavos que caen tintineando en el bote, hasta que tres años después (o sea: en 1873), ya instaladas sus hijas en la vieja y desocupada casona de los Betancur, “el capitán dejó de salir por los caminos tejanos”.
Johanna/Cigarra (Helena Zengel) |
Durante esa fraterna vida familiar, según cuenta la voz narrativa, Johanna, que se considera una india kiowa (llamada Ay-ti-Podle, o sea: Cigarra, cuyo canto indica que se acerca el tiempo de la fruta madura; hija del indio Remolino y de la india Tres Lunares), “Nunca aprendió a valorar esas cosas que los blancos tanto estimaban” y “seguiría siendo una kiowa hasta el fin de sus días”. No obstante, aprendió a comportarse como niña blanca y a montar a la amazona; y poco a poco aprendió el idioma del capitán Kidd, a quien cariñosamente llama kontah (abuelo), “aunque siempre hablaba con un ligero acento y siempre con problemas para pronunciar el fonema /r/.” Y con ese jocoso y peculiar modo de hablar con acento y yerros gramaticales, convino, motu proprio, su matrimonio con el futuro ganadero John Calley. O sea, cuando tenía unos quince años llegó cabalgando a San Antonio el tal John Calley y fue a presentarle sus respetos al capitán Kidd. Y en la escena del primer encuentro en la puerta de la casona, John Calley quedó flechado ante la metamorfosis de Johanna Kidd y empezó el galanteo correspondido casi ipso facto. Por ello Johana le dijo al despedirlo: “Aquí está tu somblelo. Nos gustalía mucho que vinieses a cena’.”
Edmund J. Davis |
Vale recapitular que John Calley es el joven a caballo de barba negra y piel oscura y ojos negros que, a la cabeza de un variopinto grupo de desarrapados salteadores con buenos caballos y bien armados con carabinas Spencer (“esas nuevas carabinas de repetición de cañón corto”), a ella, entonces una chiquilla india de diez años que no entendía el habla de los blancos, le regaló “un caramelo masticable lleno de pelusa” y al capitán le cobró medio dólar por entrar al poblado de Durand para hacer su lectura, no sin que uno de los bandoleros le cantara el incendiario polvorín político contra el gobernador de Texas; o sea: contra Edmund Jackson Davis, quien en la vida real fue el decimocuarto gobernador de Texas, entre el 8 de enero de 1870 y el 15 de enero de 1874: “Nadie que haya votado a Davis va a entrar en el condado de Erath”. Lo cual en cierto modo es ratificado por John Calley diciéndole al capitán que en Durand “no hay ninguna autoridad local”: “No hay sheriff. Los hombres de Davis echaron al último. No hay juez de paz, no hay alcalde y no hay ni comisarios ni comisionados ni nada. Davis y el ejército de los Estados Unidos los quitaron a todos. Todos habían servido en el ejército confederado, o como funcionarios bajo el Gobierno de la confederación, así que ese fue su final. Pero el señor Davis no ha enviado a nadie para sustituirlos. Así que nos encargamos nosotros de la tarea. Usted responde ante nosotros.”
John
Calley, que a los 17 años era combatiente en la Guerra de Secesión, asistió a
la lectura que el capitán Kidd empezó a las ocho de la noche en el “nuevo
edificio comercial” de Durand (rentado ex
profeso por un dólar pagado con calderilla). Pese a que la Ley Marcial (del
supuesto “gobierno de la reconstrucción”) prohíbe portar armas cortas, varios
de los asistentes las llevan y por ende el “soldado del ejército
estadounidense” que los cachea a la entrada, apila en un asiento “siete u ocho
revólveres y una de esas diminutas pistolas de dos disparos”. Y pese a que el
capitán Kidd tuvo el cuidado de que ningún artículo mencionara “la situación
política en Texas”; o sea: “a Davis o a Hamilton, ni el asunto del derecho al
voto de los negros en Texas, lo ocupación militar o la política de
pacificación”, su lectura fue interrumpida por una risible, pero sintomática y
violenta pelea entre partidarios de las dos facciones republicanas que
vociferan y berrean contra el “chaquetero Hamilton y el corrupto Davis”
(“¡Cuando Davis haya terminado su legislatura, cada uno de sus malditos
compinches tendrá el camino pavimentado hasta la puerta de casa!”), que hizo
que el militar se esfumara como por arte de birlibirloque y que las monedas de
diez centavos cayeran del bote y se desparramaran por el suelo; y entonces John
Calley (ahora con la barba recortada, buena ropa y buenas botas) se presentó al
capitán y lo auxilió para reunirlas pues, humillado, las recogía a cuatro
patas. “No deberíamos haberle cobrado esta mañana. Lo lamento.” Le dijo John
Calley.
Por lo
poco que se lee en la parte postrera de la novela, el matrimonio entre Johanna
y John Calley fue venturoso: “entraron en el nuevo siglo, conduciendo ganado a
través [de] los pastos de Texas. Vivieron para ver a un avión aterrizar en
Uvalde. Fueron de la mano, acompañados por sus dos hijos ya crecidos, para ver
el aparato golpear el suelo tejano y al piloto salir caminando tranquilamente,
como si hubiese hecho todo aquello a propósito.”
También
se lee que en algún momento Olympia se volvió a casar, “lo cual fue un alivio
para todos”. Y Elizabeth se entregó a la crianza de sus dos hijos y a la
documentación y estudio para recuperar la tierra de sus ancestros aledaña a la
misión de la Concepción. Emory, su marido manco, con cierto empeño, “adquirió
la tienda de ropa de Leon Moke y la convirtió en una imprenta”, donde, con
alguna asesoría de su suegro, “trabajaba con gran interés y deleite manejando
su nueva Babcock, una prensa rotativa, mientras el capitán se sentaba en un
escritorio atestado con clavijas de composición e inspeccionaba cada tirada”.
Con
anterioridad, cuando con la Cautiva
aún recorría los caminos y pueblos del norte de Texas, el capitán Kidd había
comenzado “a recoger por escrito palabras en lengua kiowa con la intención de
elaborar un diccionario, pero se sintió abrumado por la dificultad de concretar
la miríada de tonos diacríticos y acabó apartando el proyecto.” Años después,
ya casada Johanna y él retirado en la Casa
de la Dueña, lo volvió a retomar “hasta que tuvo problemas de visión”. Es
decir, al parecer no lo concluyó. Y al parecer fue un tranquilo nonagenario o
quizá centenario. Y su críptica forma de salir de la escena del gran mundo no pudo ser menos lúdica y
poética: “En su testamento, el capitán Kidd pidió ser enterrado con su uniforme
de mensajero. Lo había conservado desde 1814. Dijo que tenía que entregar un
mensaje. Su contenido se desconoce.”
Cuando se sucedía “la guerra
de 1812, que duró hasta 1815”, el joven Jefferson Kyle Kidd, integrado a las
milicias de las colinas de Georgia, “marchó hacia el oeste para combatir a las
órdenes del general Andrew Jackson en la batalla de Horseshoe Bend, Alabama”,
la cual ocurrió en la vida real, y en la novela, “El 27 de marzo de 1814”. Allí
“recibió un disparo en la zona exterior de su cadera derecha que desgarró sus
pantalones caseros dibujando una larga línea de tela quemada, carne despedazada
y sangre roja y brillante”. Por una intrépida hazaña en esa histórica batalla,
a sus 16 años fue nombrado sargento. Y poco después, “En Pensacola, el ejército
le encargó el traslado de prisioneros.” Infame y cruel tarea en la que
“Aprendió todas las técnicas de interrogatorio y los códigos secretos con los
que los prisioneros británicos se comunicaban entre sí; también a emplear
llaves de lucha libre para someter a un prisionero rebelde, como la llave del
pulgar. Aprendió el uso de los grilletes y esposas de hierro y el mantenimiento
de las prisiones en las cálidas arenas del golfo de Florida. Pocos meses
después logró salir de la unidad del capitán preboste, apartase de la autoridad
de su comandante en jefe e ingresar al cuerpo de mensajeros. Los corredores.”
Faena que desempeñó entre 1814 y 1815 y que lo marcó de por vida como mensajero
de noticias y luego impresor: “Le encantaba imprimir, sentía que hacía lo
correcto al expedir información al mundo. Independientemente de cuál fuese su
contenido.” De ahí que atesorara como trofeo su uniforme de mensajero durante
todo el inescrutable porvenir y que lo haya requerido para presentarse y
cuadrarse con él en el más allá, pues implica y simboliza la simiente de su
aprendizaje y trabajo en la imprenta, de su distinguida participación en su “segunda
guerra”, y de su tarea de itinerante lector de noticias en los pueblos del
norte de Texas, en la última etapa acompañado de la Cautiva. En este sentido, se lee sobre su primigenia actividad
en el cuerpo de mensajeros durante la guerra de 1812, también llamada guerra
anglo-estadounidense:
General Andrew Jackson |
“Allí por fin hizo algo que de verdad le gustaba: llevar información en persona, solo, a través de las tierras salvajes del sur; mensajes, órdenes, mapas. El ejército de Jackson [quien sería el séptimo presidente de EU, entre el 4 de marzo de 1829 y el 4 de marzo de 1837] no disponía de ningún tipo de sistema de comunicación, no como la Armada. El capitán Kidd [entonces sargento] ya superaba los seis pies de altura y tenía músculos de corredor. Tenía buenos pulmones y conocía el territorio [...]
“Correr
era un gozo vivificante. Se sentía como un banderín bordado con alguna insignia
real que portaba los mensajes de gran importancia a él confiados. Le habían
dado una placa del cuerpo de corredores hecha de un metal plateado. La frotó
con grasa de panceta, cubriéndola después de polvo para que no brillase y
delatase su posición al correr por las colinas del interior o en las llanuras
costeras, arenosas y repletas de palmas. También le dieron una pistola de
chispa, pero era un objeto pesado y el pie de gato siempre estaba enganchándose
en algo, así que decidió descargarla y guardarla en su mochila.”
Pistola de chispa |
General Zachary Taylor |
Por su papel en ese cuerpo de mensajeros, cuando se sucedía la intervención estadounidense en México; o sea: la guerra de Estados Unidos-México o guerra mexicano-estadounidense (que históricamente ocurrió entre el 23 de mayo de 1846 y el 2 de febrero de 1848), el impresor Jefferson Kyle Kidd, residente en San Antonio, fue llamado a filas “a pesar de su edad. Tenía que organizar el sistema de comunicaciones de las fuerzas de Taylor, y con ese fin le facilitaron una pequeña prensa portátil para imprimir las órdenes del día. Nunca había visto una prensa tan diminuta. Redactaba las órdenes de Taylor, se las entregaba al capitán Walker, de los rangers de Texas, y los jinetes de este partían a galope tendido para llevar los mensajes desde puerto Isabel, en el golfo de México, hasta la ubicación del ejército acampado en el norte de Matamoros, a orillas del río Grande.” El general Zachary Taylor en persona —quien en la vida real sería el doceavo presidente de los Estados Unidos (entre el 4 de marzo de 1849 hasta su muerte acaecida el 9 de julio de 1850)— “lo nombró, nominalmente, capitán de la 2° división para que pudiese organizar el cuerpo de mensajeros y conseguir cualquier cosa que necesitase: papel, tinta o caballos. Su servicio en la guerra de 1812 lo avalaba en el cargo. A partir de entonces sería conocido como capitán Kidd.”
Curiosamente, pese a rondar la cincuentena, en sus divagaciones mentales, en medio de esa contienda bélica, el capitán Kidd abriga un idealismo ingenuo y anacrónico sobre el poder de la divulgación informativa, casi adolescente y trasnochado: “Si la gente tenía un verdadero conocimiento del mundo quizá no recurriese a las armas y así, a lo mejor, podría dedicarse a facilitar información relativa a lugares lejanos y entonces el mundo sería un lugar más tranquilo. Lo pensaba en serio. Esa ilusión duró desde los cuarenta y nueve hasta los sesenta y cinco años.”
Batalla de la Resaca de Guerrero (Brownsville, Texas, mayo 9 de 1846) |
Lo cual asombra y resulta contradictorio, pues, por ejemplo, el capitán Kidd, “presente en la batalla de la Resaca de Guerrero” —la cual históricamente ocurrió el 9 de mayo de 1846 en Brownsville, Texas, y en la que fue derrotada la tropa mexicana bajo el mando de Mariano Arista—, fue testigo de la consabida conducta que signa al género humano que guerrea entre sí desde la noche de los tiempos. Es decir, “uno de los proyectiles de doce libras disparado por la artillería de Arista atravesó la tienda de apoyo logístico e hizo pedazos la mesa colocada frente a él, a tres pies de distancia. El combustible de las lámparas roció la lona con grandes gotas transparentes. Un comandante se levantó y se quedó quieto, con una astilla de madera atravesándole el cuello [...] Contra todo pronóstico el oficial sobrevivió.” Y luego el capitán Kidd oyó “Las llamadas de alarma de la guardia enemiga cuando los hombres desbordaron las líneas de Arista.” Y después vio regresar a las huestes del general Taylor “vitoreando por el botín conseguido: la mesa de plata del general mexicano [José Mariano Martín Buenaventura Ignacio Nepomuceno García de Arista Nuez], su escritorio y el estandarte del batallón de Tampico. ¿Qué sentido tiene ganar una batalla sin su correspondiente saqueo? Uno los vence primero y se lleva sus cosas después... Es el abecé del mundo militar.” Que allí convalida el capitán Jefferson Kyle Kidd.
Cuando el capitán Kidd
observó por primera vez a la chiquilla kiowa en la carreta del negro Britt Johnson,
constató que “La niña parecía tener unos diez años” (“Esta niña parece de mal
fiar, además de malvada”, dijo al verla) y que “estaba ataviada al estilo
indio, con un vestido recto de piel de ciervo que lucía cuatro filas de dientes
de wapití cosidos en la pechera. Una gruesa manta le cubría los hombros. Tenía
el cabello del color del azúcar de acre y dos moños bajos sujetaban sus bucles
con minúsculas agujas; entre ellos pendía en diagonal una rémige de águila real
atada con un hilo delgado. Estaba sentada, guardando una compostura perfecta, y
lucía la pluma y un collar de abalorios de cristal como si fueran preciados
ornamentos. Tenía los ojos azules y su tez mostraba ese extraño color brillante
que adopta la piel clara cuando está quemada y curtida por el sol. Su rostro no
era más expresivo que una castaña.”
Johanna/Cigarra (Helena Zengel) |
Esa vestimenta india le fue arrancada, y cambiada, en Wichita Falls por las matronas que la asearon y despiojaron con fuerza y determinación. Pero lo que no pudieron quitarle fue su rostro inexpresivo, ni su tendencia a permanecer inmóvil como figura sedente esculpida en piedra, ni su hábito de caminar descalza (ahora con los zapatos colgados del pescuezo), ni su gusto y deleite de bañarse en paños menores en las pozas de los ríos. Y si bien a lo largo de la travesía hasta la granja de sus tíos Leonberger se observa el paulatino aprecio que va mediando y creciendo entre ambos viajeros, al unísono se ve que para nada es una niña inútil e inactiva, pues además de las manualidades y de las labores domésticas y culinarias que desempeña por sí misma (a veces acompañándose con melodías o cantos en kiowa), incluso ante Pachá y Fancy (y frente al par de gallinas que ella le roba al fabricante de duelas y escobas de Durand), es, por antonomasia, una niña guerrera con un ágil instinto guerrero y destreza para moverse en silencio entre la floresta. Capaz de improvisar y armar con celeridad un trashumante travois (“Especie de trineo formado por varas cruzadas que los indios de las Praderas solían emplear para transportar sus pertenencias”), dado que “El mayor orgullo de los kiowas era salir adelante sin nada, empleando cualquier cosa que tuviesen a la mano; para ellos casi era un motivo de vanidad su pericia para andar sin agua, alimento o refugio. La vida no era segura [...]” De ahí que la omnisciente voz narrativa apunte: “Su familia y su tribu habían combatido contra los utes, sus enemigos ancestrales, y los caddos. Habían mantenido una larga guerra de guerrillas, primero contra los colonos y los rangers de Texas y después contra el ejército estadounidense. Bastante a menudo se habían enfrentado a los poderosos y tenaces males de las llanuras: el hambre, los tornados y la escarlatina. No necesita que nadie le dijese nada, solo que había enemigos persiguiéndolos, y eso ya se lo imaginaba.”
Indios americanos con travois de caballo |
Lo cual se desencadena la noche del “5 de marzo” tras la lectura del capitán en el teatro Broadway de Dallas, pues al concluirla se le acerca el rubio que vio durante su lectura en Wichita Falls en compañía del par de indios caddos. El rubio, que le pareció verlo entre la audiencia de su lectura en Spanish Fort, dice llamarse Almay; y con brusquedad y amenazas pretende comprarle (o arrebatarle) a la chavala: “¿Cuándo quiere por la niña?”, “Las niñas rubias son mercancía de primera; de primera clase.” El caso es que con un engaño a ese tratante de niñas blancas, el capitán Kidd logra escabullirse y salir huyendo con Johanna en la parte posterior de la carreta, corriendo y dando tumbos durante toda la noche (ella envuelta en su jorongo mexicano). Y ya al amanecer, medio ocultos en una parte alta del entorno del río Brazos, mientras la niña prepara el almuerzo y el capitán se toma un breve e inquieto descanso, Almay y el par de indios caddos empiezan a amagarlos a balazos y a voces. Enfrentamiento de violencia y acción en el que descuella el papel protagónico de la niña guerrera, no sólo al indicarle al capitán que los cartuchos de perdigones del rifle pueden ser cargados de un modo letal con las monedas de diez centavos recaudadas durante sus lecturas. Cosa que la niña hace a su lado, codo con codo, sonriente y con prontitud.
Fotograma de Noticias del gran mundo (2020) |
Esto le permite al capitán, casi sin parque, eliminar al rubio de un disparo: “Las monedas de diez centavos salieron rugiendo del cañón a una velocidad de seiscientos pies por segundo, produciendo una llamarada de dos pies de largo. La humareda de pólvora se expandió formando una densa nube y la culata golpeó el hombre del capitán casi con fuerza suficiente para dislocarlo. Acertó en la frente de Almay con una carga de flamantes monedas de diez centavos estadounidenses. Las monedas, al salir de la camisa de papel, volaron de canto, de modo que al llegar a la frente de Almay parecía como si de pronto le hubiesen imprimido unos guiones. El rubio cayó hacia atrás, con la cabeza en dirección al fondo de la garganta. El capitán sólo podía ver las suelas de sus botas.” Otro disparo semejante dio “contra la zona posterior de un caddo herido”. Pero el par de pieles rojas salieron huyendo al oír la voz de la niña entonando “el triunfal cántico kiowa, el cántico de arrancar cabelleras”. Cosa que la niña guerrera ya iba a ejecutar con el “cuchillo de carnicero” con el que momentos antes cortara “la panceta con mucha pericia”: “La niña se encaramó en un saliente rocoso, con sus sayas y enaguas recogidas como un pantalón turco y el cuchillo de monte sostenido en lo alto. Ya había cubierto la mitad del recorrido cuando el capitán la alcanzó, sujetando por la falda.” “No, cariño, nosotros no... Eso no se hace”, le dijo. “No. De ninguna manera. Nada de arrancar cabelleras. —La levantó llevándola sobre cornisas rocosas, y después continuaron andando. Añadió—: Ese acto se considera muy poco cortés.”
Ese peligroso y
violento capítulo de la travesía, el capitán Kidd lo etiqueta como si se
tratase del titular impreso en alguno de los periódicos que compra para hacer
sus lecturas de noticias en los pueblos del norte de Texas: “Gran Tiroteo de
los Diez Centavos en el Brazos, a orillas del manantial Carlyle”. Y
jubilosamente lo parafrasea, dándoselas de bandido (o de caballero andante rescatador de una princesa cautiva), cuando acaba de rescatar a la niña kiowa de la tiranía del
par de ogros: sus tíos Leonberger: “Y si alguien tiene algo que decir, le
pegaremos un tiro de diez centavos.”
Pero si la inmoral tarea de los matones caddos a sueldo de un proxeneta sin escrúpulos le hace pensar, con asombro, en “La agresividad y la depravación humana”, esto también se refleja, como un continuo ad infinitum y perenne telón de fondo del statu quo posterior a la cruenta y destructiva Guerra de Secesión, y en la latente amenaza que no sólo implica el pillaje y los asesinatos cometidos por las tribus de pieles rojas. Por ejemplo, “Los comanches asesinaron a Britt Johnson, Paint Crawford y Dennis Cureton en 1871, durante un viaje de transporte, cerca de Graham, en el norte de Texas.” O el pintoresco caso, casi del novelesco y hollywoodense salvaje y lejano Oeste, que en Lampasas protagoniza la banda de los hermanos Horrell, quienes le parlotean del caos y el desgobierno emponzoñado en el pueblo: “El gobernador Davis echó a to’s los que eran de la Confederación y nunca los reemplazó. Algunos militares pasan a veces por aquí. Supongo que probablemente esos sí pondrían ojeciones” (a sus crímenes y fechorías). Le recita el bandolero Merritt al capitán Kidd, empeñado, con su banda de cinco hermanos Horrell con los que imponen la ley del revólver, que en el aguardentoso (y prostibulario) salón La Gema, y no en el salón El Gran Oeste, lea noticias de viva voz sobre su infame turba de nocturnas aves (que nunca se han reportado): que “cuente cómo perseguimos a los indeseables pieles rojas y to’ eso, y los hermanos Higgins cruelmente asesinados, et cetera. Y a pesar de los despiadados agentes del estado esos de Davis y to’ eso.” Y además le declara, fanfarroneado, que para salir en los periódicos del Este, han matado “a un buen montón de mexicanos”, como si se tratase de serpientes de cascabel, conejos de la mala suerte o Speedys Gonzales correteando por el desierto.
Speedy Gonzales |
Y según se lee en la parte postrera de la obra: “Los Horrell continuaron perpetrando su oleada de crímenes en la Texas central y Nuevo México hasta que varios fueron muertos en el Tiroteo de la Plaza de Lampasas, en 1877. Debido a ese suceso, por fin aparecieron en los periódicos del este.”
Y también se observa, semejante a un fétido aliento de
alcantarilla que no cesa, en el relato con que los tíos Leonberger le ilustran
al capitán el sanguinario asesinato de los padres de Johanna y de su hermana
menor, tomando en cuenta que son germanos de origen asentados en una comunidad
de alemanes que no hablan bien el inglés. En este sentido, le dice el tío Wilhelm
Leonberger sobre su hermano Jan y su esposa Greta: “Los encontramos con los
sesos desparramados [...] Los salvajes les sacaron el cerebro y los rellenaron
con hierbas. Los cráneos. Como si fuesen nidos de gallina.” “A su madre
hicieron atrocidades.” “Después, mataron despedazando.” Y la tía Anna, la
esposa de Wilhelm, añade sobre la menor: “A la hermana pequeña mataron al
cortarle la garganta [...] La colgaron por una pierna en un gran árbol del
Sabinal, donde está la tienda [...] La persecución no los atrapó. Los hombres
todos fueron a perseguir. Reventaron sus caballos persiguiendo.”
Pero además, esos tíos Leonberger,
en su granja particular, no cantan mal las rancheras a cogote pelado. Pues el
capitán Kidd ve que son excluidos por los religiosos y fraternos miembros de
“la comunidad de D’Hanis” reunida, ex
profeso, para celebrar “la liberación de uno de los suyos de manos de los
salvajes”. Es decir, nadie les dirige la palabra, porque esos tíos Leonberger,
duros de roer, no son peritas en dulce. Adolph, uno de los comensales de esa bienvenida,
le revela al capitán Kidd de qué lado masca la iguana; es decir, esos tíos
tenían un sobrino, sin adoptar, que huyó de ellos a Frío, “por el camino de
Nueces”, “Porque lo hacían trabajar como un chino.” Y por esa apestosa y
supurante mala entraña no cree que adopten a la niña Johanna, porque “entonces
estarían obligados por ley a mantenerla y, según la costumbre, a proporcionarle
una dote.” Y le aconseja al capitán, casi a quemarropa, agarrándolo por una
manga: “No puede dejarla aquí.”
El tío Wilhelm Leonberger (Neil Sandilands) |
Así que el capitán Kidd se va y regresa de San Antonio con la zozobra del posible maltrato; atosigado y desbordado, además, por la dolorosa nostalgia de tener que abandonar para siempre a su “querida niña guerrera”. Y efectivamente, la conjetura del tal Adolph se cumple al pie de la letrina, pues oculto en la nocturna oscuridad la ve realizando un duro y patético trajo de mula de noria:
“Ya era de noche cuando llegó a D’Hanis. Tomó el
camino que llevaba a la granja de los Leonberger y pensó que, quizá, entonces
se alegrasen de librarse de ella. O puede que no. No tenía idea de si iba a ser
uno y otro modo. Dudaba que lograsen hacerla trabajar. Quizá propinándole unas
buenas palizas...
“Al acercarse a la granja, se detuvo
en un pequeño mezquital. Se veía luz en la ventana. Permaneció un rato sentado
en silencio, con la nariz apoyada en los nudillos, pensando.
“Entonces vio a Johanna sola, en el
herboso y llano campo. Cargaba varios ronzales de cuero sobre los hombros y
caminaba con torpeza debido al caldero que tenía que sujetar con ambas manos.
La habían enviado al exterior, sola y después del anochecer, a recoger los
caballos. Trastabillaba andando sobre la hierba abrileña. Llamaba a los
animales en kiowa, en voz baja, con gran discreción. Avanzaba a trompicones sobre
un terreno irregular soportando el peso de los ronzales y un caldero de madera
lleno de maíz sin descascarillar, con su cabello rubio oscuro cayendo como
cuerdas sobre sus hombros. Solo tenía diez años y la habían enviado a la
oscuridad de la noche cargada con veinte libras de arreos y maíz, además del
pesado cubo de madera. A un paraje desconocido para ella.
“El capitán se levantó. La llamó.
“—¡Johanna!
“La niña se volvió. Se detuvo y clavó su
mirada en la jardinera, en Pachá y en el capitán. La alta hierba siseaba bajo
el dobladillo de su falda, del mismo vestido que llevase la última vez; ni
siquiera la habían bañado o cambiado de ropa.” A
lo que se agrega, cuando la ve de cerca, “las oscuras líneas rojas a lo largo
de sus manos y antebrazos. Pertenecían a una tralla. La ira que lo embargó hizo
que casi se quedase congelado, que casi perdiera el control.”
“—Vámonos
—le dijo, con voz calmada—. No pasa nada. Vámonos y ya está. Tira ese maldito
caldero.”
Como se ve: un tema
medular de Noticias del gran mundo
es el amor filial. El capitán Kidd, además de incidir en el reencuentro, la
cercanía y la convivencia familiar y amorosa con sus dos hijas y sus seres
queridos, es un padre amoroso, protector, educativo, civilizador y entrañable
con Johanna; y, al unísono, ella es una entrañable y amorosa hija con él. Eso
es patente en el decurso de la trama y queda enfatizado en la postrera anécdota
que rodea la boda entre Johanna y John Calley que, en la Casa de la Dueña, un día de enero oficia el pastor episcopal de St.
Joseph. Antes de dejar la recámara donde ambos dialogan, ella, ya vestida de
novia, le pregunta al capitán: “Kontah,
¿cuáles son el mejores lecciones para
casalse?” Y la jocosa respuesta de él
no puede ser menos íntima y evocativa de lo que ambos vivieron entre Wichita
Falls y la granja de los tíos Leonberger: “Bien, vamos a ver [...] Una: no
vayas por ahí arrancado cabelleras. Dos: no comas con las manos. Tres: no mates
a los pollos del vecino.” Es decir, el segundo consejo alude su elemental
hábito kiowa al alimentarse; el tercero es una broma en torno al hecho de que
ella, por cuenta propia, robó, degolló y cocinó a Penélope y a Amelia, el par de
nutridas (y nutrientes) gallinas del susodicho fabricante de escobas y duelas
de Durand. Y el primer consejo alude el final del “Gran Tiroteo de los Diez Centavos en el Brazos”; que
además, por lo que se lee, se convirtió en una leyenda acuñada y propagada por
el capitán y ella después de rescatarla de las garras y el látigo de sus tíos
Leonberger:
Fotograma de Noticias del gran mundo (2020) |
“Johanna y él salieron de San Antonio dirigiéndose de nuevo al norte, hacia Wichita Falls, Bowie y Fort Belknap. De vez en cuando viajaron en compañía de transportistas o militares. Él era el hombre que leía las noticias y ella la pequeña cautiva que había rescatado. [De hecho la llamaban la Cautiva, en español.] Según decían, le había cortado la cabellera a una bestia depravada llamada Almay, al más puro estilo indio, mientras yacía en su cochambrosa guarida y que, además, y antes de que el capitán hubiese podido impedírselo, lo había matado a golpes con una saca de monedas de veinticinco centavos. Pero miradla ahora, va bastante limpia, emplea jabón, lleva zapatos y cuida del dinero del capitán. Se los podía ver en invierno, en mesones, sentados en alguna de las mesas del fondo, con ella inclinada sobre un libro, escribiendo las letras con un lápiz mientras él guiaba su mano, paciente.”
Al término de esa charla previa a la
boda, el capitán Kidd le regala su viejo reloj de leontina a su
“querida niña guerrera”; y ella, entre los apapachos y sollozos, le promete y
le dice: “Vamos a visita’ a ti
mucho”; “Tú eres mi aigua midicinal”.
Es decir, como si el querido kontah,
en sí mismo y por su trato, fuera un remedio curativo e infalible semejante a
la panacea universal que buscaban los antiguos alquimistas. Lo cual parece
estar cifrado, de un modo premonitorio, en el anuncio, con letras doradas, que
se leía en la jardinera que los unió amorosamente de por vida: Aguas Medicinales y Manantiales Termales del
Este de Texas. Lo cual también coincide con el intrínseco propósito de su
labor de impresor en San Antonio y luego de mensajero de noticias por los
pueblos del norte de Texas, pues el capitán Kidd, además de la previa censura
que hace (para eludir que la sangre llegue al río en las confrontaciones
verbales y físicas que antagonizan a los contendientes políticos), busca que
las noticias que lee, de viva voz y ante su variopinta audiencia, sean sobre
“Sucesos acaecidos en lugares lejanos”, “casi parecidos a cuentos fantásticos”.
Meollo que ya fantaseaba y cavilaba desde la época en que fue nombrado capitán
bajo los designios y órdenes militares del general Taylor, pues por entonces ya
pensaba “que, en el fondo, la gente no sólo necesitaba información, sino
también cuentos de lugares remotos, misteriosos, maquillados como piezas de
información veraz. Y él, asumiendo la tarea de sus tiempos de corredor,
ataviado siempre con su manchado delantal de imprenta, se los entregaría. Y
entonces los oyentes, durante un breve periodo de tiempo serían transportados
lejos, a un lugar de sanación. Como un balneario de aguas medicinales.” Y
esto es precisamente lo que hace durante su última etapa como lector y
mensajero de noticias acompañado de la
Cautiva, como si fuera un ilusionista de salón ataviado con la venerable
imagen del conocimiento y la sabiduría; o un mago oral con sombrero de copa
capaz de crear, leyendo y por unos instantes, un evanescente aleph borgeseano: un simultáneo tejido espacio-tiempo
paralelo al espacio-tiempo. Es decir, “imbuyéndose cada vez más profundamente
en las historias de lugares remotos y pueblos extraños. Pedía que le enviasen
periódicos de Inglaterra, Canadá, Australia y Rodesia.”
“Comenzó a leer a su público cosas acerca de sitios
lejanos y gentes exóticas. Leía sobre esquimales cubiertos con pieles de foca;
las exploraciones de sir John Franklin; naufragios en islas desiertas; el outback australiano, el remoto y árido
interior del país, con sus aborígenes de largas extremidades y cabello rubio, a
pesar de que su piel fuese oscura como la caoba, que tocaban una música extraña
que el autor consideraba indescriptible, y que el capitán Kidd deseaba
escuchar.
Fotograma de Noticias del gran mundo (2020) |
“Leyó acerca del descubrimiento de las cataratas Victoria y avistamientos, reales o no, del Holandés Errante, y de las declaraciones de un testigo que hablaba de un hombre a bordo de ese barco que les enviaba mensajes con un foco de señales preguntando por gente muerta hacía mucho tiempo. Y ante esas historias, los tejanos, durante un breve periodo de tiempo, guardaban silencio y se inclinaban hacia adelante para escuchar. No importaba si llovía, nevaba, brillaba la luna o se apagaban las lámparas, ellos parecían no advertirlo. En cada parada, durante aproximadamente una hora, el capitán detenía el paso del tiempo.”
VII de VII
Paulette Jiles |
Todo indica que la escritora Paulette Jiles (Salem, Misuri, abril 4 de 1943) —quien vive “en un pequeño rancho en San Antonio, Texas” (no muy lejos de la histórica fortaleza de El Álamo, actualmente museo)—, está familiarizada con el trato directo con yeguas y potros, y en general con el mundo equino y las distintas razas y mestizajes, y por ello, junto a sus indagaciones sobre los diversos rocinantes, las batallas y los hechos históricos (y sobre las publicaciones periodísticas, la geografía, la fauna, la flora, las vestimentas, los usos y costumbres, los modos de hablar, etcétera) no le resultó difícil construir ese sugestivo orbe del siglo XIX de su novela, donde las personas (incluidos los bandoleros y rufianes) se mueven a caballo o en vehículos tirados por caballos. Y donde las armas de fuego tienen su relevancia y su protagonismo, de ahí que la voz narrativa suela aludirlas o describirlas con escueta precisión. Por ejemplo, cuando el capitán Kidd se dispone a iniciar la arriesgada travesía de Wichita Falls hasta las inmediaciones de Castroville —un ámbito donde según la Ley Marcial están prohibidas las armas cortas y donde las cabalgatas del ejército pueden inspeccionar a los viajeros y exigirles que muestren o lleven el documento que acredita su lealtad a la Unión—, el negro Britt Johnson, que es un buenazo, le dice al capitán sobre el revólver de cañón corto que lleva “en una funda riñonera sujeta a la pretina”: “permítame ver el Slocum ese que carga”. Y cuando lo tiene sujeto, le comenta bromeando: “Capitán, esta es la clase de cosa que me regalaban por Navidad cuando tenía diez años” [...] Ni siquiera tiene la munición adecuada.” Así que en vez de devolverle el Slocum, desenfunda su revólver Smith & Wesson y se lo da. Y casi se burla del capitán al oír que, además, sólo lleva “Una escopeta del veinte”. Y eso que no le dijo que lo carga con inofensivos y escasos cartuchos de perdigones, útiles para cazar algún ave comestible. Y aquí vale subrayar, para concluir, que el peliculesco episodio de acción donde la niña kiowa y el capitán Kidd se confrontan con el rubio Almay y el par de indios caddos, está mucho más elaborado, y con más detalles y matices, que el episodio de la película protagonizada por Tom Hanks, donde tres malhechores blancos intentan matar al capitán y robarse a la niña ojiazul, blanca y rubia.
Paulette Jiles, Noticias del gran mundo. Traducción del inglés y notas de Ignacio Alonso Blanco. Colección Novela Histórica, Editorial Almuzara. España, febrero de 2021. 268 pp.