Cuchillo sin hoja al que le falta el mango
(el 68 no se olvida)
José Revueltas (1914-1976) |
Además de “a Enrique Rocha”, no es fortuito que José Agustín (Acapulco, agosto 19 de 1944) haya dedicado su novela Armablanca (Planeta, 2006) “a José Revueltas, a treinta años de su muerte”, pues éste le sirvió de modelo para pergeñar a su personaje José Cordero, quien en la obra es un legendario y mítico comunista, ensayista y narrador involucrado con el movimiento estudiantil de 1968, en cuyas huestes ha vertido opiniones, consejos, asesoría y análisis.
Pese a los entresijos trágicos, dramáticos, críticos e históricos, Armablanca está escrita con enorme desenfado y ligereza, como un divertimento muy mexicano y popular, cuyo localismo (cultural y social) y tesitura callejera están bajo la condena de no ser debidamente traducidas a otro idioma; es decir, además de que las tácitas y elípticas alusiones y los sobrentendidos no pueden ser captados por quienes ignoren la historia, el devenir y el contexto mexicano, el lenguaje que predomina, matiza y sazona al puzzle narrativo es el habla de la calle, sin pelos en la lengua, repleto de frases hechas, de palabrejas, de contracciones, de vulgarismos y leperadas (ídem a las del reputado Gober Precioso y a las del no menos reputado Niño Verde).
(Planeta, 2006) |
Y dado que Dionisio es el vástago de Luis Ignacio Amador, un célebre compositor de la trova yucateca (“después de Guti Cárdenas y Palmerín siempre seguía” él) y a veces toca e improvisa en el piano del restaurante, continuamente salpimenta su populachera labia y pensamiento con dicharachos y frases extirpadas de la literatura y de consabidas y populares canciones, incluso en inglés.
La novela Armablanca comprende doce capítulos con título, distribuidos en tres partes. La primera y la tercera se llaman “1968” y la segunda “1962”, lo cual denota los dos principales marcos temporales en que se desarrolla.
José Agustín (foto: Rogelio Cuéllar) |
Seis años antes del presente, el 9 de septiembre de 1962, Dionisio estuvo a un paso de casarse con Carmen Benavides Uscanga, pero ella no llegó, pues inesperada y furtivamente se vio impelida a huir del país, en tanto que el ilusionado novio y las honorables y rutilantes familias se quedaron vestidas y alborotadas al pie de la Iglesia de Chimalistac.
La razón: la intrépida fémina llevaba una doble vida; en una era una cómoda y convencional pequeñoburguesa mantenida por su papá y alumna de sociología en la UNAM; y en la otra era una guerrillera (e ineludiblemente ladrona, terrorista y asesina) del microbiano y clandestino brazo armado del Partido Comunista Bolchevique Mexicano, explosiva y torpe célula que apenas unas horas antes del frustrado casorio yerra en un sanguinario y espeluznante intento de secuestro a un corrupto y corruptor líder obrero.
Seis años después de esto, precisamente el 13 de agosto de 1968 (día de una gran manifestación), en su boyante Armablanca (ubicado en “una casona porfiriana de dos pisos en el Paseo de la Reforma esquina con Varsovia, a un lado de la zona rosa”, desde donde se ve El Ángel de la Independencia y el Hotel María Isabel), Dionisio se entera que a principios del año Carmen ha retornado de Estados Unidos a México, pero en calidad de esposa de José Cordero (ella con 28 años y él con 54), quien es rastreado por la PGR y por la Dirección Federal de Seguridad, dirigida por el coronel José María Barros Piedras (cuyo modelo es don Fernando Gutiérrez Barrios, fallecido ex gobernador de Veracruz), padrino y benefactor para que el restaurante Armablanca se consolidara como tal, y que se supone es el más chic del momento (adornado con pinturas de David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Carlos Mérida y Diego Rivera; “muebles exquisitos” adquiridos por una productora ejecutiva del cine, quien además y para lucirlos allí “como en una casa”, “le compró a Carlos Pellicer una biblioteca completa, con todo y libreros, que tenía en Tepoztlán”), donde todos los comensales parlotean y discuten sobre la rebelión estudiantil, y a donde suelen ir luminarias de la política, de la farándula, del periodismo y de la cultura, como bien lo ejemplifican Agustín Yáñez, “secretario de Educación”, quien llega con Martín Luis Guzmán y Salvador Novo, a la sazón célebre cocinero de filosos epigramas y de su propio restaurante: La Capilla, en Coyoacán; o las figuras del Excélsior (el principal periódico de la época): Julio Scherer García, Hero Rodríguez Toro y Manuel Becerra Acosta; o “el editor Joaquín Díez-Canedo [quien] comía en una gran mesa con Ramón Xirau, Jaime García Terrés, Vicente Leñero, Pepe Alvarado y Bernardo Giner de los Ríos”; mientras en otra mesa departen el “doctor Ignacio Chávez con un grupo de extranjeros”.
El caso es que el Trancas, “secretario particular del procurador general de Justicia”, coterráneo y casi hermano de Dionisio y codueño del Armablanca, es quien le da noticia del regreso de Carmen con José Cordero. Y además de advertirle que a éste se le busca por todos los rincones y recovecos para encerrarlo e interrogarlo, también le revela todo lo que se urde en el autoritario y represor gobierno del presidente Gustavo Díaz Ordaz (tras bambalinas y sobre la superficie) para desacreditar, corromper y atacar a los estudiantes y su Consejo Nacional de Huelga.
El movimiento estudiantil de 1968, a través del incipiente, esquemático y limitado bosquejo de José Agustín, es protagonista novelístico y en ello destacan y se suceden dos fechas transcritas de la historia del México del siglo XX, cuando dos grandes, nutridas y vociferantes manifestaciones del mes de agosto de tal fatídico año marcharon y llegaron hasta el Zócalo de la capital del país: la del martes 13, que es el día en que José Cordero abandona su minúsculo escondite en Ciudad Universitaria y ya no puede retornar a él (por la persecución y el cerco policíaco y militar); y la del martes 27, cuando sale del cuarto de azotea del Armablanca (pese a que no debía hacerlo) para unirse a los sonoros, festivos y carnavalescos contingentes que pasan frente al restaurante, pero lo detienen en la noche.
Si la mayor parte de las veces la novela de José Agustín es juguetona, malhablada y relajienta, también, con libertina frivolidad y en el mismo tenor, discurre por los enredos sexuales, melodramáticos y telenoveleros que entretejen el dipsómano Cordero, Carmen y su doble juego, Dionisio y lo que tiene que callar y simular, el Trancas y sus pesquisas y acosos, y Lucrecia, una locuaz y algo jipiteca cantante y fumadora de mota, con virtudes para el disfraz y el mimetismo.
José Agustín y su Armablanca |
Y si a lo largo de la trama se suscitan varias intrigas y preguntas, como, por ejemplo, si el Trancas y sus agentes secretos atraparán a José Cordero o no; o si Carmen se quedará con Dionisio o se irá a Cuba con su esposo; quizá la que más descuella es la que implica el nombre del restaurante, pues es el íntimo apodo con que el cocinero otrora bautizó a su ex prometida, a quien veía (y aún ve) como un “arma blanca”: “bella y peligrosa”.
Es decir, gracias al entrenamiento que le brindó la Macha, una vieja criada de su casa familiar, desde pequeña Carmen es hábil con el manejo de los cuchillos, tan diestra que puede ofrecer espontáneos malabares y espectáculos circenses y peliculescos, como delinear con puñales la silueta del Trancas (¡gulp!).
Así que el ingenuo, perruno y boquiabierto lector, mientras deambula por las páginas, puede preguntarse cuándo y contra quién usará “el pequeño cuchillo con forma de cruz y empuñadura de oro” que, como un amuleto y una latente amenaza, siempre lleva consigo y que antes de morir le regaló la sirvienta.
José Agustín, Armablanca. Serie Autores Españoles e Iberoamericanos, Editorial Planeta. México, 2006. 224 pp.