El
verdadero animal político
I de VI
Editada por Tusquets en
la Colección Andanzas, en marzo de 2021 apareció, en España y en México, el
título Independencia, segunda
entrega de la trilogía de novela negra protagonizada por Melchor Marín, “el
héroe de Cambrils”, que el escritor español Javier Cercas (Cáceres, 1962)
inició con Terra Alta, Premio
Planeta 2019.
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Tusquets Editores, Colección Andanzas Primera edición mexicana: marzo de 2021 |
A la puntillosa y amena trama de Independencia la preludia una especie de proemio sin título donde
el poli Melchor Marín —sagaz detective que va de paisano e intrépido desfacedor
de malolientes entuertos— exhibe su íntima y personal prerrogativa justiciera y
sus particulares y peliculescas dotes para la violencia. Es decir, una
madrugada (ya son más de la tres), solo
y sin la autorización de sus mandos, llega al lujoso y variopinto burdel de un
tal Papá Moon; en la barra pide al camarero un whisky (pese a que es abstemio y
proclive a la Coca-Cola), quien lo reconoce por alguna ríspida y recién
indagatoria. Y sin que lo busque ni lo llame se le acerca “un mulato vestido de
oscuro, calvo y fortachón, de no menos de dos metros de altura”, quien le echa
en cara que el juez ya “les dio la razón”. A esto Melchor le revira: “El juez
no os dio la razón, capullo [...] Sólo dijo que no había pruebas contra
vosotros. Pero no te preocupes, ya las encontraré. Ponme otro whisky.” El caso
es que Melchor —reconocido por las putas y a quien sólo se le acerca una (“española,
morena, madura, entrada en carnes”) que lleva “un corsé negro con los pechos al
aire”—, le solicita al mulato que le dé entrada al despacho de su jefe, porque
dizque quiere “pedirle disculpas”: “Por el juicio. Por las molestias. En fin,
ya sabes.” Y en el culmen de ese diálogo privado, Melchor sorprende al padrote
con una golpiza de antología y lo obliga a comprometerse a no extorsionar más y
a no perseguir a las tres esclavizadas muchachitas “negras como la hulla” (dos
de 17 años y una de 18), rescatadas por él, en esos instantes, con el
subrepticio y paralelo apoyo de la puta de “los pechos al aire”. Es decir,
“Melchor conocía a las tres. Habían nacido en Lagos, Nigeria, y sus historias
no diferían en lo esencial. Las tres habían llegado a Madrid años atrás,
huyendo de la miseria y con la promesa de que en España podrían estudiar. Allí
les arrebataron el pasaporte y el móvil, les prohibieron ponerse en contacto
con su familia y salir a la calle, les reclamaron sesenta mil euros por los
gastos de viaje, y para aterrorizarlas, las sometieron a un ritual consistente
en cortarles las uñas y el pelo, en afeitarles el sexo y las axilas y en
forzarlas a beber un brebaje alucinógeno. A partir de entonces las obligaron a
prostituirse. Fue así como empezaron un periplo por clubs de alterne de media
España, en los que trabajaban de cinco de la tarde a cuatro de la madrugada con
el fin de pagar la deuda que, en teoría, habían contraído con la organización
que en la práctica las tenía secuestradas. Un periplo con el que Melchor había
resuelto terminar allí, aquella noche.”
Esto es así porque uno de los cometidos justicieros de
Melchor Marín, policía de la Terra Alta asentado en el pueblo de Gandesa, es
propinarle una golpiza al machote que maltrata y golpea a una mujer. De ahí que
la voz narrativa diga de su intrínseco “vicio”: “No fallaba: individuo
denunciado por pegar a una mujer en la Terra Alta, individuo que se llevaba una
paliza que, al menos en comisaría, todo el mundo sabía quién le había pegado, y
que a todo el mundo le obligaba a hacer la vista gorda.” Incluso, vale
recordarlo, pues se lee en Terra Alta,
busca en Tortosa al exmarido de Olga Ribera: un tal Luciano Barón, a quien por
haberla maltratado (“Le dejaba unos moretones tremendos”) le propina una
golpiza, lo humilla y lo amenaza. Resulta coherente, entonces, que cuando en julio
de 2025 se hospeda, con su hija Cosette, en la casa de Domingo Vivales —el
abogado que otrora lo defendió, auspició sus estudios medios por internet desde
la cárcel de Quatre Camins (concluyó la secundaria en el Institut Obert de
Catalunya “la víspera en que cumplía veintiún años”) y auxilió, con
tejemanejes, para salir del presidio sin ficha policial rumbo al Instituto de Seguridad Pública de Cataluña, donde se
hizo mosso d’esquadra— se entera, en una fortuita conversación,
que el picapleitos va a “defender a un tipo acusado de maltratar a su mujer” y
que éste se llama Alexis Rosa, Melchor, por su cuenta, averigua su dirección,
espía su llegada y le pone una golpiza de la santa madre que lo parió. Tal es
así que luego Vivales le dice que el juicio “Se ha suspendido”, porque “Ayer el
tipo se cayó por las escaleras de su casa y está en el hospital, con un par de
costillas rotas y hecho polvo.”
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Javier Cercas |
Pero el subyacente leitmotiv
y piedra axial de ese comportamiento justiciero es, precisamente, el impune, sádico
y espeluznante asesinato de Rosario Marín, su madre; cuyo crimen (no resuelto)
se narra en Terra Alta y se evoca (y
despeja) en Independencia. Es decir,
Melchor es hijo natural y su madre, desde siempre, ejercía la prostitución. Y
cuando cumplía su condena en la cárcel de Quatre Camins (por camello, pistolero
y guarura de una banda de narcos colombianos que operaba en Barcelona) ocurrió
el asesinato de su progenitora. El abogado Vivales, conocido de su madre, fue
quien le dio la mala noticia (sin revelarle todos los pormenores del maltrato y
la violación que él conocerá cuando ya es policía e investiga el caso por su
cuenta y riesgo). Y luego de un ataque de rabia, de un autodestructivo período
de depresión, y de atemperase a través de la lectura de Los miserables, la inmortal novela de Victor Hugo (su vademécum vital o particular I Ching) a la que accedió a través del
Francés, el bibliotecario del presidio y su mentor (La mitad de un libro la pone el autor; la otra la pones tú, le
decía), cuyo título lo atrajo porque le recordó “la repetida admonición de su
madre”: Si quieres ser un miserable como
yo, no estudies, tomando como arquetipo la figura del inspector Jarvet, el
eterno perseguidor de Jean Valjean, decide hacerse policía para atrapar a los
asesinos de su madre. Debido a esa infructuosa tarea, al margen de su labor
policíaca en la comisaría de Nou Barris, en Barcelona, había ido a El Llano de
Molina, en Murcia, a entrevistar a Carmen Lucas, otrora amiga de su madre
cuando ambas se prostituían “en los alrededores del Camp Nou”; pero Carmen
Lucas sólo pudo recordar y decirle que se había subido a un auto de lujo (un
BMW, al parecer) en el que iba “Una panda de niños bien que han salido a
divertirse con el coche de papá.” Según le dijo, “Primero se negó a meterse
tras una negociación frustrada con sus ocupantes”; “y en el que más tarde,
impulsada por la desesperación de una noche sin clientes, aceptó subirse”. De
ahí venía, hecho una furia, cuando en la madrugada del 18 de agosto de 2017, manejando “a veinte kilómetros de Tarragona”, recibe
otra llamada de la comisaría que le ordena desviarse “hacia Cambrils”, pues
“Parece que puede haber otro atentado terrorista”. Así que Melchor, según se
lee en Terra Alta, que va con las
pilas cargadas de adrenalina y frustración ante la imposibilidad de hallar y
castigar a los criminales que violaron, torturaron y mataron a su madre, en una
escena de acción peliculesca o de popular serie televisiva donde impera la ley
del revólver del viejo, lejano y salvaje Oeste, balea a cuatro yihadistas con
su atronadora y humeante arma de cargo (su poderosa “Walter P99 de 9
milímetros”), “mientras una frase de Los
miserables no paraba de martillearle el cerebro: ‘Era un hombre que hace el
bien a tiros’”. Según reporta la voz narrativa en Terra Alta, “El balance de los ataques fue devastador: dieciséis
muertos y un centenar de heridos en Barcelona; un muerto y seis heridos en
Cambrils. En total, seis terroristas abatidos, cuatro de ellos por Melchor Marín.
Hazaña que lo convirtió ipso facto,
dada la alharaca mediática y política, en “el héroe de Cambrils”. Y por ende,
para proteger su identidad y su vida, fue destinado a la comisaría de Terra
Alta, donde los únicos que conocían su heroica proeza eran el subinspector
Barrera y el sargento Blai, jefe de la escueta Unidad de Investigación de la
Terra Alta asentada en la comisaría de Gandesa, que a la postre es quien se
cuelga en el cogote los créditos y reconocimientos por la resolución del caso
Adell, resulto, tras bambalinas, por el justiciero Melchor Marín, gracias al
secreto y táctico empujoncito que le dio un poderoso mafioso mexicano.
II
de VI
Además
del proemio sin título, la novela Independencia
comprende tres partes y un “Epílogo”, cada una con sus correspondientes
capítulos. Aunque la mayor parte del tiempo presente de la obra transcurre en
un promedio de algo más de trece días de julio de 2025, se prolonga hasta
inicios de septiembre próximo, cuando, en Gandesa, empieza un nuevo ciclo
escolar en el Instituto Terra Alta. En la primera página del primer capítulo,
se lee que Melchor Marín, una “mañana de julio”, “como cada sábado por la
mañana desde hace cuatro años (salvo cuando tiene guardia)”, ha ido al
cementerio, “a las afueras de Gandesa”, a colocar “flores frescas” y a limpiar
la lápida de quien fuera su mujer, quince años mayor que él: “Olga Ribera,
Gandesa, 1978-2021”, con quien procreó a su hija Cosette, bautizada así por el
nombre de la hija putativa de Jean Valjean.
Olga Ribera era bibliotecaria en la Biblioteca Municipal;
y en ese trabajo Melchor Marín la conoció cuando en 2017, para eludir una
probable represalia yihadista, se ocultó en Gandesa y en la comisaría de Terra
Alta. Y en su memoria, y porque es un empedernido lector de novelas del siglo
XIX (de hecho en los capítulos iniciales, antes de dormir, le lee a su hija
algunas páginas de Miguel Strogoff,
la novela de Julio Verne) está estudiando a distancia biblioteconomía; o sea:
“el grado de Información y Documentación en la Universitat Oberta de
Catalunya”, con miras de dejar su labor de policía. De modo que está en espera
de que “salga una plaza de ayudante de bibliotecario” para presentarse. Y ya con
la carrera terminada podría “ser director de una biblioteca”. Por lo pronto, en
su calidad de poli aficionado a la lectura, echa “una mano en la biblioteca
donde había trabajado Olga” (antes de que la embistiera con un auto el entonces
esposo de Rosa Adell) y es miembro del jurado de un concurso literario organizado
por la Biblioteca Municipal y el Instituto Terra Alta, junto con “dos
profesores, un poeta local” y “la directora de la biblioteca”. De modo que en
medio de sus ocupaciones policiales lee los textos concursantes, además de que
en septiembre próximo, en “la víspera del primer día del nuevo curso
académico”, tendrá que dar un discurso (el primero de su vida): un “elogio de
la lectura”.
Ese caluroso sábado de julio de 2025, el exsargento Blai,
al oírlo parlotear sobre sus expectativas de dejar la policía y transformarse
en ratón de biblioteca, lo mira “como si acabara de comunicarle que va a
someterse a una operación de cambio de sexo” y por ende le receta: “Perdóname
que te lo recuerde, chaval [...] Pero tu mujer está muerta, murió hace cuatro
años, entérate de una vez, que ya va siendo hora [...] Además, te vas a ahogar afuera
de la comisaría. Una cosa es ayudar de vez en cuando en la biblioteca y otra es
pasarte el día entero allí, ordenando libros, atendiendo a viejos, leyéndoles
cuentos a los niños y llevando novelas en un carretón a la piscina, a ver si
les entran ganas de leer a unos adolescentes que no piensan más que en follar,
te lo digo yo, que tengo unos cuantos en casa. En fin, eso no lo aguantas tú ni
una semana. Como que me llamo Blai. ¡Pero si eres el poli más poli que he visto
en mi puta vida, hombre!”
Y el exsargento Blai le suelta esa perorata porque, ahora
como inspector destinado en la central de Egara (el “vasto complejo que alberga
el cuartel general de los Mossos d’Esquadra”), donde es jefe del Área Central
de Investigación de Personas, ha llegado desde Barcelona para que se integre, en
comisión, a la Unidad de Secuestros y Extorsiones, “Sólo unos días, lo
suficiente para resolver el asunto” que lo abruma y que le encargó resolver en
un tris el comisario Vinebre, el mero jefe de los Mossos d’Esquadra. Es decir,
han amenazado “a la alcaldesa de Barcelona con divulgar una grabación de
contenido sexual”; y “si ella no quería que se divulgase, debía desembolsar
trescientos mil euros”. (Amenaza a la que luego se le añaden otros trescientos
mil euros y la exigencia de su dimisión.) Y el inspector Blai necesita al
policía Melchor Marín, no sólo porque le resulta “el poli más poli” que conoce,
sino porque, según dice: “no me fío de nadie [...] Mucho Egara, mucho Egara,
pero aquello está lleno de pijos y figurines; policías de verdad, pocos.” Y
además necesita que vigile y le informe sobre el sargento Vàzquez, el jefe de la escueta Unidad de Secuestros
y Extorsiones, porque se le va la olla y se le aflojan los tornillos.
III de VI
Vale subrayar que esa
alcaldesa de Barcelona no es Ada Colau. Y por ello, en un pasaje aleccionador,
el arquitecto Manel Puig, amigo del letrado Vivales y “uno de los tres socios
de un reputado despacho de arquitectura, Pere Chimal Arquitectos”, que hace
“mucha vivienda pública” con el erario del Ayuntamiento, le dice a Melchor
sobre la funcionaria amenazada: “llegó al Ayuntamiento y lo primero que hizo
fue abolir la ley Colau sobre vivienda. Esa que decía que todo promotor privado
debía reservar el treinta por ciento del techo construido para vivienda
pública. Yo nunca fui un fan de Ada Colau, que también era una actriz de
primera, eso ya lo sabéis; pero lo del treinta por ciento estaba bien hecho. Y,
en cuanto esta mujer lo liquidó, me dije: aquí llega una política business friendly; o sea, átate los machos que viene un gobierno de
ladrones.” Coloquial indicio de la consabida y sonara corrupción y malversación
de fondos en el gobierno municipal de Barcelona, ratificada en la sarcástica
respuesta que Vivales le formula a Melchor cuando le pregunta: “¿Conoces a
alguien en el Ayuntamiento?”: “¿En el Ayuntamiento? ¿Pero tú por quién me has
tomado, chaval? Yo sólo me trato con gente honrada, y es más fácil encontrar
una puta virgen que un hombre honrado en el Ayuntamiento.”
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Ada Colau Alcaldesa de Barcelona |
Cuando la alcaldesa acudió al jefe de los Mossos
d’Esquadra, ya había recibido una amenaza en la que le exigieron trescientos
mil euros por no divulgar ese vídeo sexual. Apoyada por una agencia privada de
detectives, los colocaron “en un punto concreto de la playa de Gavà”; pero no pudieron emboscar a los extorsionadores ni
dieron con su pista; perdió el dinero y no recuperó la grabación.
La pesquisa policial, por orden de Blai, la encabeza
el sargento Vàzquez, jefe de Secuestros y Extorsiones, y Melchor es su segundo.
No obstante, pronto Vàzquez se desentiende de la indagatoria, debido al
síndrome bipolar que lo aqueja y derrumba, ídem
una neurasténica y llorosa Magdalena, pese a que es un calvo hombretón que luce
una “musculatura marmórea” y monta una rugiente moto de matón de vecindario. De
modo que, además de auxiliarlo en su domicilio (ídem una noble monjita de la Caridad del Cobre) y encubrirlo ante
Blai y sus colegas, Melchor actúa solo en la indagatoria; pero con el paralelo
apoyo a distancia del inspector Blai y de varios polis de la unidad y de otras
unidades de Egara.
Luego de la inicial entrevista con la alcaldesa, en la
que están presentes Blai, Vàzquez y Melchor, lo primero que hace “el héroe de
Cambrils” es informarse a través del par de entrañables compinches del abogado
Vivales, amiguetes desde la mili: el citado arquitecto Manel Puig y Chicho Campà,
“catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Barcelona”. Y
lo hace teniendo como preludio la cena gourmet
que Campà prepara en casa de Vivales y que cierran con el tabaco y los licores
que consumen a lo largo de la informal charla (hasta quedar hasta las manitas
canturreando a gaznate pelado y aguardentoso), y en cuyo meollo hacen una crítica
y corrosiva disección del statu quo
en el Ayuntamiento, de la personalidad de la alcaldesa y sus cambios de piel, del
comportamiento arribista y demagogo de la estereotipada clase política, del
acontecer político en Barcelona y en Cataluña, de la Generalitat y del Procés:
“El Procés no ha cambiado casi nada, ni de Barcelona ni de Cataluña ni de
ninguna parte: el Procés lo único que hizo fue cambiar algo, muy poquito y muy
anecdótico, para que nada esencial cambiase. De eso precisamente se trataba.”
Vale resumir que la alcaldesa (“una chica normal y
corriente, nacida en una familia trabajadora y criada en La Salut...”) llegó al
poder del Ayuntamiento encumbrada por un partido político fundado ex profeso por Daniel Casas al que se
sumó Enric Vidal, amigos desde siempre y miembros de acaudaladas, poderosas y
rancias familias catalanas. Que la alcaldesa se casó con Casas (con quien tiene
“dos hijas” o “una hija”); que se separó de él “hará cosa de un año, después de
que ella volviera a ganar las elecciones”. Que Casas abandonó el partido, pero
Vidal no (o sea: tiene aspiraciones políticas); quien además es “el primer
teniente de alcalde”; es decir, el segundo de la alcaldesa y su mano derecha, y
el que puede asumir el poder si ella renuncia; pero con el que está peleada y
ni se hablan. Esto lo sabe la vox populi
de Barcelona (“¡Pero si viene en todos los periódicos!”), tanto como el hecho
de que es el capo de las cloacas de los Vidal Boys. En este sentido, alecciona
el docto Campà al pueblerino Melchor: “En el Ayuntamiento de Barcelona, el
primer teniente de alcalde siempre había mandado mucho, era la mano derecha del
alcalde y la persona que llevaba la maquinaria interna del Ayuntamiento. Ahora
eso sigue siendo así, pero corregido y aumentado, entre otras razones porque la
alcaldesa le dio desde el principio a Vidal algo que, hasta donde yo sé, no
había tenido nunca un primer teniente de alcalde, para poder combatir la
psicosis que ella misma había creado [el miedo colectivo y la xenofobia ante
las oleadas de inmigrantes después de los atentados yihadistas de agosto de
2017] y con la que llegó a la alcaldía [...] Vidal ha hecho crecer esa área en
una forma monstruosa [...] Tradicionalmente, la Guardia Urbana [sin atributos
judiciales] tenía un servicio de información muy pequeño. Se encargaba de la
seguridad del alcalde y poco más; el resto lo llevabais vosotros, los Mossos.
Bueno, pues Vidal ha creado una servicio potentísimo, formado por no se sabe
exactamente cuántos policías, en todo caso una auténtica guardia de corps que
está a su exclusivo servicio y el de la alcaldesa. Y que se dedica a armar todo
tipo de martingalas.”
Tal es así que Puig dice de ese poder mafioso
encastrado en el Ayuntamiento: “Son gente muy poco recomendable, los
mamporreros de Vidal, de la alcaldesa y de su marido. Sirven lo mismo para un
barrido que para un fregado: pegan palizas, compran policías, jueces y
periodistas, preparan dossiers con los trapos sucios de todo quisqui... Así que
a ver quién tiene narices de meterse con ellos. El más peligroso es el que los
manda, Juan María Lomas se llama, el inspector Lomas, aunque todo el mundo le
llama Hematomas, no hace falta que te diga nada más. No sé vosotros, pero yo no
le tenía miedo a la policía desde la Transición, y con estos tipos he vuelto a
tenérselo.”
Vale contrastar que Puig supone, pese a las visibles
fracturas, una inquebrantable complicidad y amalgama entre la alcaldesa, Casas
y Vidal. Pero Campà difiere y parece constatarlo el hecho de que la alcaldesa,
para confrontar la extorsión, no acudió a ninguno de sus dos supuestos aliados.
En este sentido, dice Campà: “Igual que no creo que la alcaldesa sea
instrumento de Casas y su familia, o no más de lo que Casas y su familia son
instrumento de ella. Y lo mismo digo del Ayuntamiento. Allí la que manda es la
alcaldesa. Allí y en su partido. No os engañéis. Vidal se cree muy listo, y
Casas también, pero la lista de verdad es ella. Tan lista que les hace creer
que los listos son ellos, que ellos son los que mandan. Tan lista que sabe
hacerse como nadie la tonta. Ella es el verdadero animal político, la que tiene
el instinto asesino que tienen los políticos auténticos. No os quepa duda...”
De ahí que infiera que el objetivo último de la alcaldesa
catalana es su independencia, pero no de España ni del gobierno central en
Madrid ni de la monarquía, sino de Casas y Vidal: “pensad que esto ha pasado en
política desde que el mundo es mundo: un don nadie llega al poder aupado por
los poderosos, el poder convierte al don nadie en líder carismático (es lo que
hace casi siempre el poder, por muy tonto que sea el don nadie) y el líder
carismático se deshace o intenta deshacerse de los poderosos que lo auparon.
Desde que el mundo es mundo.” “Es lo que suele pasarles a los políticos cuando
llegan al poder, sobre todo si es por mayoría aplastante, como le ha pasado a
la alcaldesa”. Lo cual Puig interpreta así: “al final lo que quiere es librarse
de ellos y de todos los que la han aupado, y montar su propia compañía”. No
obstante, Puig había observado sobre la complicidad de esa “mujer y su pareja
de socios”: “Han creado un partido que ha cambiado de pe a pa la política
catalana y la agenda de la política española; gobiernan por mayoría absoluta en
el Ayuntamiento y todas las encuestas dicen que, si se presentan a las
elecciones autonómicas, las ganarán.”
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Fotogramas de Zelig (1983), película protagonizada y dirigida por Woody Allen. |
Sin embargo, parece que la alcaldesa busca su
independencia con un carisma público y con un retórico mimetismo que evoca las
sucesivas metamorfosis de Zelig, el hombre camaleón de la película de Woody
Allen, interpretado por él, pues Campà dice de ella: “Esa mujer es un camaleón.
Si habla en una radio de derechas, parece de derechas; si habla en una radio de
izquierdas, parece de izquierda; y, si habla en una radio mediopensionista,
parece mediopensionista. Eso es nuestra alcaldesa: una serie de máscaras. La
pregunta es qué hay detrás de todas esas máscaras. Y la respuesta es nada: las
máscaras que esconden su cara son su auténtica cara. Esa mujer tiene menos
convicciones que un mosquito; en lo único que cree es en acumular poder.” De
ahí que observe: “¿Cómo es posible que nadie recuerde ya que esta mujer era
hace cuatro días el adalid de los refugiados? Y, si alguien recuerda eso, peor
que peor: ¿cómo es que nadie se lo recuerda, ahora que se ha convertido en
azote de la inmigración? ¿Cómo es que nadie le pregunta por qué ha cambiado?
¿Qué pasó para que esa señora diga sobre este asunto, y sobre tantos otros,
exactamente lo contrario de lo que decía hace sólo unos años?”
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Ayuntamiento de Barcelona |
Respuestas que
resultan implícitas en el hecho de que, según dictamina Campà: “Esa mujer sabe
lo que la gente quiere antes de que la gente sepa lo que quiere.” “Yo creo que
empezó a saberlo después de los atentados islamistas de 2017.”
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Fotograma de Zelig (1983), filme dirigido y protagonizado por Woody Allen.
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Sobre los cambios de piel de la alcaldesa y su postura
sexual, quizá vale contrastar lo que ella dice de sí misma, tomando en cuenta
que la mancomunada ligereza de su matrimonio también estaba en la incendiaria comidilla
de la vox populi, pues según dice
Puig: “todo el mundo sabía que cada uno tenía sus rollos por su cuenta, sobre
todo la alcaldesa [...] y eso que ahora predica la castidad, el retorno a la
familia tradicional y la necesidad de tener hijos para preservar la
civilización cristiana y que los musulmanes no nos invadan y toda esa mierda
xenófoba.” Lo que Campà resume así: “cuando era activista predicaba el amor
libre y alardeaba de sus experiencias homosexuales [...] Esta mujer ha hecho de
su propia vida un argumento político. Antes daba lecciones de moral de
izquierdas y ahora de moral de derechas. El caso es dar lecciones de moral.” En
este sentido, la alcaldesa, que en la primera entrevista con los tres policías elude
los detalles del contenido del vídeo sexual con el que la están chantajeando, le
responde a Vàzquez cuando le pregunta si sus relaciones prematrimoniales eran
“normales”: “¿Me está preguntando si me he acostado con mujeres? [...] ¿Si he
participado en orgías? ¿Eso me está preguntando?” Y añade, muy docta, “con un
tono distinto, que, con razón o sin ella, Melchor identifica con el que emplea
ante los periodistas”: “Mire sargento [...] Yo en mi vida en cometido muchos
errores. Muchos. Pero he aprendido de ellos. He evolucionado. A los veinte años
era un tipo de persona; ahora soy otro. A los veinte años creía en unas cosas y
ahora creo en otras: entonces no creía en el matrimonio, y ahora sí creo en él;
entonces no creía en la importancia de la fidelidad conyugal, y ahora sí creo
en ella; entonces no creía que el cristianismo fuera importante, y ahora sí
creo que lo es, y mucho... Es lo que dijo Keynes: ‘Cuando los hechos cambian,
cambio de opinión. ¿Qué hace usted?’ [...] La gente que piensa siempre lo mismo
no piensa. Y yo pienso mucho, así que he cambiado mucho. Sólo hay una cosa
constante en mí: soy una mujer libre. Lo fui de joven y sigo siéndolo ahora,
cuando ya no soy tan joven. El espíritu gregario no es mi fuerte. Ni la
corrección política. Creo que en mi vida pública he dado muestras sobradas de
ello. Por lo demás, déjeme decirle que, a su edad, ya debería usted saber que
la normalidad no existe. Es una estafa. En el sexo y todo lo demás.” |
Águeda Bañón, activista post porno y directora de comunicación del Ayuntamiento de Barcelona |
IV de VI
Parece que el
resentido y vengativo soplón que grabó el vídeo sexual de la alcaldesa, y los privilegiados
y pudientes Daniel Casas y Enric Vidal, nunca oyeron los consabidos y arcaicos
refranes que rezan: el pez por su boca
muere y más pronto cae un hablador
que un cojo. Resulta lógico que el soplón, acorralado y bebiendo whisky
durante un largo interrogatorio clandestino al que lo somete Melchor en una
solitaria masía, suelte la sopa y toda la recontrasopa (y muchísimo de su
patética y lastimosa autobiografía) inducido por su personal e intrínseca
venganza contra “los tres tenores”: Casas, Vidal y Rosell; aunado esto a la
supuesta promesa y compromiso de que el rudo poli (sin jurisdicción en Andorra)
lo va a ayudar a salir librado del embrollo delictivo en que se encuentra. Pero
Daniel Casas y Enric Vidal, en sus correspondientes entrevistas con el policía
que los investiga, incurren en sorprendentes infidencias y pedanterías que,
quizá, si fueran de carne y hueso, eludirían decir y vociferar a toda costa,
dada la posición que tienen en el ámbito de la alta sociedad catalana, de los lucrativos
negocios en Cataluña, y del poder y la política en Barcelona.
El parlanchín y locuaz Daniel Casas,
con fama de ser el cerebro gris de la alcaldesa y de operar en lo oscurito, es
“accionista principal y propietario de varias empresas [entre ellas 12TV, órgano de propaganda al servicio de su
ex], la más conocida de las cuales es Clave Barcelona [donde Melchor lo
entrevista], una consultora especializada en mejora de reputación, comunicación
corporativa y asesoramiento de empresas privadas del sector tecnológico.” Esto
concuerda con la especie de declaración de principios que, según recita el
soplón, alguna vez le dijo: “Hay que quedarse en una posición discreta, en la
penumbra, en un segundo plano”; “Que sean los pobres desgraciados que no pueden
elegir los que salgan en los periódicos y en la tele, lo que dejen que los
focos los achicharren. Nosotros, mientras tanto, a lo nuestro...” No obstante,
ante el poli, Daniel Casas coloca los proyectores hacia su ego y subestima a su
exmujer sin ningún escrúpulo y se pavonea de ser el estratega que la encumbró
en el Ayuntamiento, de “que el poder municipal no es poder de verdad”, de que
sin él ella no es nadie y de que en política no tiene futuro. Por ejemplo, le
dice: “Mira, Virginia no es un político, no tiene madera de político. Nunca la tuvo.
En realidad, se metió en política porque se casó conmigo, porque yo la convencí
de que se metiera, porque a mí me interesaba; si no hubiera sido por eso,
habría hecho otra cosa, habría seguido con la matraca de los refugiados o algo
así. Esa es la verdad.” Y agrega, sin que venga al caso, y para aliñar la
supuesta “borrachera” de su exmujer, pero sobre todo por su irrefrenable
pulsión de bocazas: “Te diré más. Los catalanes no sabemos hacer política.
Sabemos hacer algunas cosas, pero política no. Haciendo política somos pésimos.
¿Y sabes por qué? Pues porque desde hace siglos el poder político no ha estado
en Cataluña. Eso significa que estamos poco familiarizados con él, que no
sabemos manejarlo, que en el fondo nos da miedo. Y también significa que,
cuando lo tenemos, nos emborrachamos. Claro, el poder emborracha siempre, pero,
si nunca lo has probado, emborracha mucho más. ¿Te acuerdas del Procés? Bueno,
pues el Procés fue en parte, en grandísima parte, el resultado de una
borrachera de poder... Pero estábamos hablando de otra cosa, ¿no?” Así que para
sacar al buey de la barranca, donde se metió solito, y encaminarlo por donde
Melchor quiere, lo induce a que le revele el nombre del que hizo la grabación
de la orgía donde se le ve a él, a Vidal, a Rosell y a la alcaldesa: “Claro. Se
llamaba Ricky Ramírez. Virginia tiene razón: él fue quien nos grabó. Era un
compañero de carrera en Esade.” Y luego añade, también sin que el poli le
pregunte: “hace un par de meses me enteré de que había muerto. Me lo contó
Enric, que sí mantuvo el contacto con Ricky. Pregúntale a él.” No obstante, la
alcaldesa, en la primera y única entrevista que tuvo con Blai, Vàzquez y
Melchor, sólo dijo sobre el borroso personaje que hizo la grabación (con una
cámara oculta en un cuarto aleñado y sin que ella lo supiera con antelación):
“No sé quién era, sólo estuve con él esa noche. Dani nunca me habló de él, que
yo recuerde [...] En fin, sigo insistiendo en que lo que deberíamos hacer es
pagar.”
Pero Enric Vidal, el “primer
teniente de alcalde de Barcelona”, es todavía más verborreico y más propenso a
las infidencias que Daniel Casas y muchísimo más avieso y ambicioso. Vidal cita
a Melchor en el restaurante La Balsa. Y cuando el poli llega después de la
comida y de una entrevista que a Vidal le hizo Denis Burton, un inglés que “es
corresponsal del diario The Guardian
y está escribiendo un libro sobre Barcelona”, los halla en una charla off the record en la que el primer
teniente de alcalde vocea un chorro de opiniones y juicios que no debería de
revelarle a un periodista que podría utilizarlas, pese a que el reportero le
diga que no lo hará. Por ejemplo, le recita una frase que, dice, decía su
padre: “El catalán que no quiere la independencia, no tiene corazón; el que la
quiere, no tiene cabeza.” Primero le pide que no la cite. Y luego que si quiere
citarla, lo haga, pero que no se la atribuya a su padre, porque “Pensarán que
era un cínico redomado. Es lo que era, claro, pero...” Y luego, y sin que venga
el caso y para lucir sus barrabasadas supremacistas, ladra sus miopes y cínicas
falacias: “Mira, Denis, nosotros no podemos tener ideales, ni siquiera ideas.
Ideas políticas, digo. Eso es un lujo que no podemos permitirnos.” Y ante la
pregunta que le hace el corresponsal: “Cuando dice ‘nosotros’, ¿a quién se
refiere?”. El fanfarrón contesta de perlas: “A nosotros. A los que mandamos. A
los que tenemos el dinero y el poder, suponiendo que sean dos cosas distintas.
Las ideas son para los intelectuales, y los ideales para la gente humilde;
pero, en nuestro caso, serían una irresponsabilidad. Y sobre todo en un lugar
como este.”
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Manifestación del independentismo en Barcelona |
Y luego de despotricar contra el
Procés, al que considera un engañoso artificio creado por él y los suyos, niega
que las manifestaciones del “Procés fueran manifestaciones”, a las que nunca
fue: “Eran desfiles. ¿No te acuerdas? Todo el mundo uniformado, todo el mundo
en su sitio, preparado para lo que ordenasen los organizadores, todo el mundo
sabiendo qué debía hacer, todo listo para que lo filmasen las cámaras... ¿Cómo
va a ser eso una manifestación? Y por eso nos fueron tan útiles. La gente,
créeme, hace lo que se le dice, sobre todo si tienes de tu lado el dinero y el
poder político, como teníamos nosotros, y encima tienes televisiones, radios,
periódicos, redes sociales y todo lo que hay tener. A la gente es facilísimo
sacarla de casa, sobre todo ahora. El problema es volver a meterla. [...] El
problema fue que se nos escapó de las manos. [...] Nosotros teníamos en la
Generalitat a nuestro hombre, que era Artur Mas. Un buen chaval. El heredero
del patriarca Pujol [el controvertido presidente de la Generalitat entre 1980 y
2003, inclinado a la autocracia y a esconder el dinero en extranjeros paraísos
fiscales] y el chico de los recados de su familia. Uno de los nuestros, que
hasta hablaba castellano en su casa, como nosotros. Pero las cosas se liaron y
a Mas le echaron de la presidencia y dejó a Puigdemont, un don nadie de
provincia que no pintaba nada y no tenía poder ni predicamento. Todos dábamos
por hecho que Mas lo controlaría sin problemas, pero nos equivocamos. Porque
Puigdemont era un creyente, un talibán que se tomaba completamente en serio lo
que para nosotros era sólo un juego, una añagaza, una estratagema destinada a
salir bien parados de la crisis. Para él no era así: él estaba dispuesto a
llegar hasta donde hiciera falta, o tenía más miedo de no hacerlo que de
hacerlo. Total, un desastre.”
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Carles Puigdemont firmando la Declaración de independencia de Cataluña Octubre 10 de 2017 |
El caso es que en esa indagatoria, y
cuando ya el reportero británico se fue, el incontinente Enric Vidal le resume
al policía su verborreica y descarada declaración de principios supremacistas y
gansteriles, porque además de envanecerse con la cloaca en la que chapotea en
el Ayuntamiento, quiere desactivar y corromper al “héroe de Cambrils”, pues en
un momento le ofrece el puesto represor que tiene Hematomas a la cabeza de los
Vidal Boys: “Cuando se trata de política, sin ir más lejos, todo el mundo se
llena la boca de Maquiavelo, y yo no digo que esté mal. Pero Montaigne es mucho
más serio, mucho más radical, mucho mejor. Por ejemplo, él dice que el bien
público exige que se traicione, que se mienta y que se asesine, y que para eso
la política tiene que estar en manos de la gente más fuerte y con menos
escrúpulos, gente capaz de sacrificar su honor y su conciencia por el bienestar
del país. Qué te parece, ¿eh? Yo nunca he asesinado a nadie, desde luego [después
se verá que sí, a quién, cuándo y cómo], pero lo otro más o menos sí lo he
hecho. ¿Y sabes por qué? Porque yo no me engaño, porque yo sé muy bien que en
política hay que hacer cosas que nadie quiere hacer, hay que ensuciarse las
manos, pactar con el diablo si hace falta. Esa es la realidad, y quien no la
conoce no debería dedicarse a la política, porque no sabe lo que es el poder.”
Y añade casi repitiendo lo que a Melchor le dijo Casas: “Y, sí, ya sé que hay
quien dice que los catalanes no sabemos manejar el poder, que no sabemos lo que
es, que nos da miedo y que por eso somos malos haciendo política.” Y como
Melchor, luego de oírle decir otras gratuitas linduras, le espeta a quemarropa:
“¿Por qué me cuenta todo esto?” Vidal dizque se explica: “Lo que quiero decir
es que yo puedo ser un hijo de puta, no digo que no. Pero no estoy chantajeando
a Virginia. Piénsalo bien. ¿Qué ganaría con ello?” Entonces el policía le
dispara ipso facto, en la cara, la
conjetura que fermenta y que luego corroborará, en secreto, a través de la
pormenorizada y larga delación que le hace Ricky Ramírez: “Conseguir que dimita
y ponerse en su lugar [...] Y, de paso, acabar con su carrera política.”
Ese garbanzo de a libra transluce
que el gansterzuelo Enric Vidal, pese a su índole megalómana y supremacista y a
dárselas de muy chipocludo y chingonauta, es incapaz de hacer alianzas y
política democrática para asumir el poder en el Ayuntamiento de Barcelona y que
pretende hacerlo a través, no de una maquiavélica intriga palaciega o
partidaria, sino de una artimaña mafiosa y delincuencial, pues según le dice a
Melchor en esa entrevista, el poder (implícitamente catalán) no está en el
gobierno de Cataluña, sino en el gobierno de la ciudad de Barcelona; criterio
en el que subyace la pretensión y el delirante espejismo de crear su propia
“independencia” autocrática: una ciudad-estado que gire en torno a él, a su
poder absoluto y al culto a su personalidad: “Ahora el poder no lo tienen sólo
los estados; lo tenemos también las ciudades. Casi te diría que sobre todo lo
tenemos las ciudades. Dime, ¿qué es más importante, Barcelona o Cataluña, que
no es un estado, pero casi, porque tiene casi tanto poder como un estado? Mil
veces más Barcelona. Y nosotros manejamos poder, vaya si lo manejamos. Poder
del de verdad. O por lo menos estamos aprendiendo a manejarlo. Eso la primera
que lo entendió fue Margaret Thatcher, y por eso canceló el área metropolitana
de Londres: no quería que la ciudad volara sola, al margen de su país, y la ató
corto para que no le hiciera sombra. Y eso es lo que hizo aquí Jordi Pujol con
Barcelona. O lo que intentó hacer.”
V de VI
A través de la creíble
y triste historia que minuciosamente narra y desembucha el “cándido” y bocón Ricky
Ramírez —de quien el desalmado Vidal sugiere un suicidio, pese a dizque
el forense dijo que murió de un infarto y por ello dizque se hizo “cargo de los
gastos del funeral y del entierro, porque él no tenía dónde caerse muerto”—, Melchor (y con él el desocupado lector) se entera que
su difunto padre, miembro de una humilde familia oriunda de Albacete, que “al
final de la dictadura y durante la Transición estuvo metido en las luchas
obreras de Hospitalet” y fue un activo sindicalista de la UGT que ocupó “cargos
cada vez más importantes, hasta que en los años noventa fue diputado en el
Parlamento catalán. Diputado por el Partido Socialista... Estuvo allí ocho
años, dos legislaturas, y se hizo conocido como azote de la corrupción”; y
luego, por ello y para que no les pisara los sucios y pestilentes callos con su
explosiva oratoria de kamikaze, los socialistas de Barcelona lo enviaron al
“Congreso de los Diputados, en Madrid, en el centro del poder político”. Y allí
estuvo, nadando de a muertito, hasta que un mediático y variopinto escándalo de
corrupción en torno a las “tarjetas fantasmas” terminó con su carrera política
y con sus privilegios pecuniarios; e incluso con los de su hijo, pues Ricky se
vio impelido a dejar la universidad en el último año. Es decir, su padre, que
por esa maraña estuvo en la cárcel y murió en la pobreza, pretendiendo que su
retoño se educara y encumbrara entre la
crème de la crème de la burguesía catalana, le financiaba sus estudios
profesionales, no en una modesta universidad pública, sino en la costosa Esade,
“la escuela de negocios adonde la élite catalana manda a sus cachorros para que
aprendan cómo hacer dinero. Y cómo se conserva...” Y allí, en las aulas y
pasillos de Esade, fue donde el soplón conoció y fue condiscípulo de “los tres
tenores”: Daniel Casas, Enric Vidal y Gonzalo Rosell. De los que dice en la
masía donde lo interroga el policía Melchor Marín: “Los tres son sobre todo
unos hijos de papá. Unos hijos de puta también, pero sobre todo unos hijos de
papá. Nacieron así y así morirán.” Y canta una ancestral y atávica cantaleta —una oda al dinero— que refleja la maníaca obsesión por acumularlo que
caracteriza a Ricky Ramírez, pese a sus consecutivos fracasos: “Mi padre decía
que Cataluña siempre ha estado en manos de un puñado de familias. Ellos
mandaban antes del franquismo, mandan después del franquismo y mandarán cuando
tú y yo estemos muertos y enterrados... El dinero es una cosa mágica, una cosa
inmortal y trascendente. El dinero es la hostia. Es algo muchísimo más fuerte
que el poder, porque el poder depende de él, y además sobrevive a todo,
empezando por los cambios de poder. Bueno, pues mis tres amigos pertenecen a
ese puñado de familias catalanas. Por eso me empeñé en ser amigo suyo.” Y
porque su padre le machacaba al oído: “Arrímate a los buenos y serás uno de
ellos.”
Pero el meollo es que Melchor Marín,
en su detectivesca investigación de solitario sabueso rastreador, localiza y
entrevista a Herminia Prat, la exesposa de Ricky Ramírez, una ceramista con
taller en su casa, que además da clases en “la escuela de arte de Torroella de
Montgrí”, a quien le resulta inverosímil el supuesto suicidio de su exmarido:
“Ricky no era de los que se suicidan. Era un superviviente. Hubiera sido capaz
de vivir debajo de un puente antes que suicidarse. Eso te lo aseguro.” Y le da
la pista que lo lleva al estrecho y mugroso cuchitril de su actual novia en el
Raval: Marga Isern (la telefónica voz femenina que a la alcaldesa le antepuso
un tercer pago y la dimisión). Y luego del agreste diálogo que tiene con esa
infeliz novia con antecedentes penales por trapicheo con marihuana, quien le
asegura que Ricky murió “De un ataque al corazón”, la empieza a seguir y por
ello la ve charlar en un bar con Hematomas. Y ya en la madrugada, al regresar a
pie de la cena con el Francés (en cuyo locutorio en el Raval le hicieron a
Marga Isern una tarjeta SIM a nombre de un tal Farooq Hoque, para usarla en la
segunda extorsión que la alcaldesa debería canalizar en criptomonedas), puesto
que dejó su auto cerca del edificio donde subsiste esa Marga (a quien el
Francés le clavaría algo más que el diente), sin preverlo ni buscarlo la ve
salir en un auto al que sigue en el suyo hasta que ya en el amanecer entra en
Sant Julià de Lòria, un pueblo en Andorra, donde en una masía a las
afueras se esconde el supuesto suicida Ricky Ramírez.
En su larga y pormenoriza
autobiografía, Ricky Ramírez le cuenta a Melchor Marín que otrora montó un
negocio de paquetería, cuya ruina implicó la ruina de la familia de Herminia
Prat y la de su matrimonio; que se empeñó en la minería de bitcoins cuando se
podía hacer desde una computadora casera; que tras fracasar en ello se dedicó
al trapicheo de mota y le echaba la mano con la contabilidad a un par de
pequeños negocios del barrio; pero antes anduvo en la compra y venta de
bitcoins, hasta que en una desastrosa operación provocó que los matones de un
narco gallego le dieran una golpiza que lo remitió al hospital. Fue por entonces
cuando, con la muerte de su progenitor, le cayó su inesperada y desconocida herencia
y pensó en forrarse en un santiamén chantajeando a “los tres tenores” con los
vídeos pornográficos que su padre, al morir, le dejó en “una caja de seguridad
del Banco Santander de Barcelona”, cuya renta siguió pagando en secreto desde
la cárcel y después de salir de ella, pese a que “su pensión de jubilado”, en
la casita donde se refugió en el pueblo de Torredembarra, “ni siquiera le
alcanzaba para que una asistenta fuera a limpiar su piso y cocinarle dos veces
por semana”.
A través de un anónimo correo
electrónico, el cándido Ricky Ramírez, en el mes de mayo, intentó chantajear
primero a Daniel Casas, porque le pareció “el más vulnerable”, pues Gonzalo
Rosell se había “convertido en regidor del PP en el Ayuntamiento” y “hacía
tiempo que Vidal había dejado de ser líder del grupo socialista en el
Ayuntamiento, se había integrado en el partido de la alcaldesa y ocupaba el
cargo que ocupa ahora...” Pero Casas no respondió a su email. Y “Una tarde, poco después de mandar aquel mensaje a Casas”,
dos matones de los Vidal Boys lo esperaron en la puerta del edificio donde
vivía; le dieron una paliza y luego llegó Hematomas con Enric Vidal, al que no
veía desde “Hacía casi veinte años”; quien, con rudeza y amenazas, direccionó
la extorsión hacia la alcaldesa asegurándole: “Nosotros te hemos pillado en
seguida”; “pero los Mossos no te van a pillar, porque te enseñaremos todo para
que no te pillen.” Y le impuso la brillante idea de “protegerlo”, haciéndolo
figurar oficialmente muerto y con una nueva identidad.
Vale resumir que en la época
estudiantil en que Ricky Ramírez se hizo compinche de “los tres tenores”,
establecieron por costumbre que las francachelas y bailongos sabatinos
terminaran en un abandonado “local de León XIII”, propiedad de la familia
Casas, a donde, con engaños y una droga en el licor, llevaban a alguna
desconocida jovencita. La violaban entre los tres, mientras Ricky, el voyeur de las orgías, hacía una
grabación con una cámara oculta en un habitáculo adjunto al cuarto donde se
sucedían los violentos abusos sexuales. El caso del vídeo de la alcaldesa rompe
la regla, porque, le revela Ricky a Melchor, “no es la violación de una mujer
por tres hombres sino la violación de tres hombres por una mujer...”: “Allí
ellos quedan como unos peleles, a ratos están como hechizados, pero nada más,
ya te digo que parecen víctimas, no verdugos.” Pero un caso todavía más
rompedor y trascendente es cuando Ricky le relata las minucias de la violenta,
sádica y espeluznante violación en grupo de una prostituta que terminó en
golpes, tortura y asesinato. “Me acuerdo muy bien de aquella mujer, no hay un
solo día que no me acuerde de ella... Tenía unos cuarenta años, conservaba un
buen cuerpo y debía de haber sido guapa, iba muy pintada, era morena...”, le
dice. “Ahora me acuerdo de otro detalle: íbamos en el BMW del padre de Vidal,
no en el coche de ninguno de mis amigos, lo recuerdo porque el BMW era un coche
muy grande y tenía los cristales de las ventanillas tintados, lo que se llama
un chochazo.” El paroxismo extremo e irreflexivo de ese acto criminal descolocó
a “los tres tenores”. Y fue Ricky el que propuso llamar a su padre, entonces
diputado socialista, para que los auxiliara. El padre de Ricky los mandó a
casa; los comprometió a no revelar a nadie lo sucedido allí. Y se hizo cargo de
limpiar el local de León XIII (obviamente en secreto atesoró los vídeos) y del
traslado y abandono del cadáver en “un descampado de La Sagrera, en Sant
Andreu”, sitio donde la policía lo halló y del que hicieron su agosto los periódicos.
Y cuyo nombre es indeleble para Ricky porque lo rastreó en internet: Rosario
Marín.
Sin decirle nada a nadie, en el más
absoluto secreto, Melchor Marín, el justiciero “héroe de Cambrils” consuma su venganza
en el lugar donde Ricky y los tres violadores y asesinos de su madre solían ver
los vídeos. Se trata de una solitaria cabaña ubicada en La Pleta de Bolvir,
exleonera del padre de Enric Vidal. Según les comenta el inspector Blai a
Melchor y al sargento Vàzquez: “Todo indica que fue un cortocircuito. Pero por
lo visto la casa era de madera y, con este calor, ardió como una yesca. Encima
era de noche, así debió pillarlos durmiendo, porque no se salvó ni uno. La casa
estaba en medio del bosque, y cuando los bomberos llegaron ya era un montón de
ceniza.” Allí encontraron los restos de “los tres tenores”, más los de
Hematomas y el de un individuo aún no identificado. Según Vàzquez, “Hematomas
debió subir a La Pleta de Bolvir por su cuenta” y “Los tres tenores fueron en
el mismo coche. Torrent y Estellés los seguían, pero los perdieron a la salida
de Barcelona. Normal, era viernes por la tarde y los túneles de Vallvidrera
estaban colapsados.” No obstante, extraña y resulta muy raro, dada la calaña
gansteril y mafiosa del primer teniente de alcalde, que “los tres tenores” se
hayan desplazado sin ninguna pistolera escolta de los Vidal Boys.
Vale recapitular que Melchor
persuadió a Ricky para que, a través de Vidal, “los tres tenores” se reunieran
con él en la cabaña de La Pleta de Bolvir, donde les diría algo sobre las
grabaciones que aún no había revelado; algo sobre el chantaje a la alcaldesa
que Vidal debería de saber antes de que se venciera el término antepuesto para
la dimisión, que es el inminente sábado; o sea: la reunión será “Mañana por la
noche. Antes de que venza el plazo del chantaje”. El sábado llegó (Melchor ya
tenía tres días sin dormir) y la alcaldesa no renunció, pese a que aún el jueves
y el viernes planeaba hacer pública su renuncia en una rueda de prensa. Y como
no se pagó el monto de la tercera extorsión y los delincuentes no difundieron
el vídeo sexual, Blai supone la posibilidad de que no lo tuvieran. Conjetura
que apoya Vàzquez, así como el hecho de que “Si iban de farol, les ha salido de
puta madre”, pues “Se han llevado el pastón de los dos rescates”; no obstante,
dice: “nosotros seguiremos buscando la pasta. Aunque francamente, ahora mismo
me parece bastante difícil que la encontremos. Sean quienes sean, esos cabrones
seguro que ya han cogido las de Villadiego y a estas alturas vete a saber dónde
andan.” Y también concuerda con Blai cuando declara: “Caso cerrado, como dice
el inspector Gadget. ¿No, Vàzquez?” Lo cual implica que ya “el héroe de
Cambrils” puede irse de rositas “a la paz de la Terra Alta”; donde, por fin,
puede volver a releer Los miserables
sin remordimientos ni sentimientos de culpa; y, donde luego, ya en septiembre
(dejando atrás el súbito fallecimiento de Vivales por un cáncer secreto, cuyo
sepelio convocó a una multitudinaria, variopinta y estrafalaria corte de los milagros), se reencuentra
con el inspector Blai, pues dejó a los pijos y figurines de Egara; es decir, la
jefatura del Área Central de Investigación de Personas, y aceptó “el puesto de
jefe de la comisaría de la Terra Alta”, libre desde el pasado mayo.
Vale añadir que Melchor, para despistar
al inspector Blai, tuvo que desdecirse de las conjeturas básicas que le había
comunicado durante la investigación. Por ejemplo, le dice sobre “los tres
tenores” calcinados: “no creo que ninguno de los tres estuviese metido en la
extorsión”. Y sobre Marga Isern, la novia de Ricky, quien “hizo en un locutorio
una tarjeta SIM a nombre de Farooq Hoque”, le dice: “Es falso”. “El dueño del
locutorio me engaño. Está enamorado de esa mujer, pero ella no le hace caso y
él quiso vengarse contándome esa milonga”. Y sobre el hecho de que Marga
dialogó con Hematomas, le asegura que “no se veían por lo de la alcaldesa”,
sino “Porque Marga Isern era desde hace tiempo una confidente de Hematomas. La reclutó
cuando estuvo en la cárcel. En el barrio es del dominio público.” Y como broche
de oro: por teléfono persuadió a la alcaldesa de que no renunciara,
comprometiéndose a entregarle el vídeo en su casa “mañana por la mañana”. Y
luego de entregárselo en la mano, le antepone un pacto de silencio que incluye
a Blai: “Usted y yo no hemos hablado, ni nos hemos visto. Nadie le ha devuelto
el vídeo. ¿De acuerdo?”
VI de VI
Al matiz lúdico e
hilarante que implican los modismos y el habla deslenguado de buen parte de los
personajes (sobre todo Blai y Vàzquez), se añade la índole fantástica que
conlleva el hecho de que en Independencia
se comenta Terra Alta, la novela de
Javier Cercas donde Melchor Marín figura como “el héroe de Cambrils” que en
Gandesa resolvió el caso Adell. El primero que lo hace es el comisario Fuster,
precisamente el lunes de julio de 2025 que “el héroe de Cambrils” llega a Egara
para integrarse a la Unidad Central de Secuestros y Extorsiones que investigará
el chantaje a la alcaldesa. El comisario Fuster, aún ubicado en Información,
fue quien en 2017 le recomendó a Melchor que se ocultara en la Terra Alta. Y
ocho años después “le asegura que sigue siendo un símbolo vital para el cuerpo”
y que “Es verdad que ahora mismo no hay ninguna razón para pensar que corra
usted peligro, pero tenga por seguro que los yihadistas no le han olvidado.” El
caso es que al final de ese diálogo de saludo y bienvenida, el comisario Fuster
le pregunta sobre la novela Terra Alta,
cuyo “autor se llama Javier Cercas”. Según le dice, “Mi mujer la ha leído [...]
Dice que no está mal.” Pero Melchor ni sabía de su existencia ni la ha leído
porque “no lee novedades literarias” (pero sí los textos inéditos del concurso
de amateurs).
La segunda persona que menciona la Terra Alta de Javier Cercas es la
periodista Verónica, “la encargada de prensa del cuerpo”, quien con la anuencia
del comisario Fuster, “unos meses después de los ataques islamistas de 2017, se
desplazó hasta la Terra Alta para pedirle un favor: la televisión pública
catalana estaba preparando un reportaje sobre los atentados, y los responsables
querían entrevistarle”. Pero Melchor se negó, pese al ofrecimiento de aparecer
de espaldas y con la voz distorsionada. Y ahora, en julio de 2025, Melchor y el
sargento Vàzquez acuden al bar Roure, donde ella quiere que le confirmen si
están “investigando un chantaje a la alcaldesa”. Y les adelanta que Roger Galí,
“Un periodista del Ara”, va a
publicar un artículo sobre los “rumores de que están extorsionando a la
alcaldesa con un vídeo sexual” y que los Mossos d’Esquadra andan “detrás de los
extorsionadores”. Verónica, además, le dice a Melchor que un amigo de ella, el
cineasta Isaki Lacuesta, “tiene ganas de rodar una peli sobre los atentados de
2017”, que “Será un documental, nada de inventar nada, para qué.” Donde, si
acepta, podría “desmentir lo que es mentira y confirmar lo es verdad” en la
novela de Javier Cercas, donde se habla “sobre Melchor o sobre un tipo que se
llama como Melchor y se parece bastante a Melchor... Se titula Terra Alta.” Pero “Melchor no contesta.”
Es decir, se niega. (Vale comentar, entre paréntesis, que Isaki Lacuesta es el
director de la película Un año, una
noche —basada en Paz, Amor y Death Metal, libro testimonial del español Ramón
González editado por Tusquets el 2 de octubre de 2018, que aborda el ataque
yihadista sucedido el viernes 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclán de
París—, filme que el jueves 17 de febrero de
2022 obtuvo en la Berlinale el Premio del Jurado Ecuménico.)
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Javier Cercas |
Cuando el policía Melchor Marín va a
la oficina de Clave Barcelona para entrevistar a Daniel Casas (donde en la
pared hay “un Tàpies de gran tamaño, presidido por un calcetín auténtico,
arrugado y pegado”, que quizá oculta el objetivo de una cámara), este lo recibe
cantándole: “déjame que te diga que para mí es un honor recibirte. Uno no tiene
cada día en su casa al héroe de Cambrils”. Aunque ya se publicó en Ara el reportaje sobre la extorsión a la
alcaldesa, la fuente informativa de Casas sobre su vida le parece que es la
novela de Javier Cercas, pues, adulador, le dice que el gobierno “debería
haberte hecho un monumento. Me refiero a Cataluña en general. Si fuéramos
norteamericanos, ya se habrían estrenado un par de series y un par de películas
sobre lo de Cambrils, y David Fincher y Christopher Nolan se habrían dado
bofetadas por firmarlas. En cambio nosotros tenemos que conformarnos con la
novelita de Javier Cercas. Qué desastre, Dios santo, qué falta de autoestima. Y
luego hay quien quiere que los catalanes seamos independientes.” Pero las
minucias de la obra que Daniel Casas trata de cotejar con el hermético Melchor
revelan lo que también translucen los comentarios sobre la novela que en su
correspondiente entrevista le hace Enric Vidal: que la novela Terra Alta de ese Javier Cercas es
exactamente la misma obra escrita por el narrador de carne y hueso.
En este sentido, casi al final de Independencia, Rosa Adell —la
heredera universal del imperio del fundador y exdueño de Gráficas Adell—, quien tiene la edad que tendría Olga Ribera si aún
estuviera viva y que infructuosamente trata de seducir a Melchor, le dice que
tome el libro que lleva en su auto, “ahí detrás”: “Melchor lo coge. El libro es
una novela. La portada muestra a un hombre y a una niña cogidos de la mano y
recortados contra un crepúsculo pálido, distante, nuboso y azul. Lee el nombre
del autor y el título: Terra Alta.” Es
decir, se trata de la misma portada con que Planeta la publicó en noviembre de
2019, en España y en México, con el cintillo rojo y los caracteres en blanco:
“Premio Planeta 2019”.
Javier Cercas, Independencia. Terra Alta II. Colección
Andanzas, Tusquets Editores. Primera edición mexicana. Ciudad de México, marzo
de 2021. 400 pp.