Esa
casa es un agujero negro
I de VII
Editada por Tusquets en
la Colección Andanzas, en marzo de 2022 apareció, en México y España, El castillo de Barbazul, tercera
entrega de Terra Alta, serie de
novela negra del escritor español Javier Cercas (Cáceres, 1962), protagonizada
por Melchor Marín, “el héroe de Cambrils”.
Colección Andanzas, Tusquets Editores Ciudad de México, marzo de 2022 |
Vale recordar, brevemente, que Melchor Marín —según se lee en Terra Alta (Planeta, 2019)—, entonces un mosso d’esquadra de una comisaría de Nou Barris (empeñado, en secreto, en localizar a los asesinos de su madre), la madrugada del 18 de agosto de 2017 iba manejando su auto “a veinte kilómetros de Tarragona”, cuando recibió otra llamada de la comisaría que le ordena desviarse “hacia Cambrils”, pues “Parece que puede haber otro atentado terrorista”. Inesperado encontronazo que ipso facto lo convirtió en el mediático y sonoro “héroe de Cambrils”, pues fue él quien liquidó, con su atronadora arma, a cuatro terroríficos yihadistas. Entonces, para proteger su identidad y su vida fue destinado a la comisaría de la Terra Alta, en el pueblo de Gandesa; en cuya Biblioteca Municipal conoció a Olga Ribera, la bibliotecaria, quince años mayor que él, con quien se casó y tuvo una hija: Cosette. Pero Olga Ribera murió en el hospital, en 2021, tras ser embestida por un vertiginoso auto que le quebró el cráneo y se dio a la fuga. Crimen con el que, desde la sombra y el anonimato, se pretendía advertir y aterrorizar al policía Melchor Marín para que dejara de investigar, por su cuenta, el oscuro intríngulis del caso Adell, por entonces irresuelto y “archivado de manera provisional”.
Según
se lee en Independencia (Tusquets,
2021) —segunda entrega de la serie Terra
Alta—, el poli Melchor Marín, desde hace cuatro años, en el cementerio a
las afueras del pueblo, casi cada sábado coloca “flores frescas y limpia con un
paño la lápida, donde se lee: ‘Olga Ribera, Gandesa, 1978-2021’”. Y por
invitación expresa del inspector Blai, flamante jefe del Área Central de
Investigación de Personas en Egara (el complejo de los Mossos d’Esquadra
próximo a la Ciudad Condal) y otrora sargento y su jefe en la escueta Unidad de
Investigación de la comisaría de la Terra Alta, se incorpora, en julio de 2025,
a la Unidad de Secuestros y Extorsiones para, ex profeso, investigar el chantaje del que está siendo objeto
Virginia Oliver, la alcaldesa de Barcelona. Investigación que el poli Melchor
Marín resolvió a la vanguardia, en solitario y tras bambalinas, cubriendo sus
pasos de sabueso rastreador y justiciero irredento. Es decir, el vídeo sexual
con que amenazaban a la alcaldesa nunca se hizo público y la policía dio por
cerrado el caso. Pero Melchor, que recuperó el vídeo y evitó que la alcaldesa
renunciara, se lo entregó a esta con un pacto de silencio entre ella y él. Y
por azares y confluencias del destino, pudo, durante la pesquisa, encontrar y
ajusticiar a los violadores, torturadores y asesinos de su madre.
En este sentido, diez años después, en 2035, en una
conversación informal en la masía de Rosa Adell, “para evitar los silencios
incómodos y tal vez para intentar distraer a Melchor” (quien a la mañana
siguiente volará a Mallorca en busca de Cosette), “saca a colación la noticia
político-mediática del día: Virginia Oliver, exalcaldesa de Barcelona y actual
presidenta de la Generalitat, acaba de anunciar que, a pesar de que había
contraído el compromiso solemne de no ocupar el cargo durante más de ocho años,
volverá a presentarse a las próximas elecciones”. Tema que da pie a que Paca Poch,
sargento y jefa de la Unidad de Investigación de la comisaría de la Terra Alta,
le pregunte a su jefe el inspector Blai: “¿es verdad que usted y Melchor se
ocuparon del chantaje que intentaron hacerle cuando era alcaldesa?” Y se lo
pregunta “Porque lo ha leído en las novelas de Cercas” —un botón de muestra del
recurrente divertimento del autor de
colocarse en la urdimbre de la trama, clisé iniciado en Independencia—. “Eso”, y el “vídeo sexual”, “es casi lo único que
es verdad”. Le responde Blai.
Javier Cercas |
“Eso y que me cargaron el caso a mí cuando estaba en Egara. Fue justo antes de volverme aquí, harto de comerme marrones. ¿Verdad, Melchor?
“Melchor
asiente, pero no dice nada, y, mientras se toman la macedonia que ha preparado
Ana Elena [la sirvienta boliviana], los dos policías [Paca y Blai] y Rosa
hablan sobre el caso. Este fue muy sonado, no tanto por el asunto en sí, sino
porque se había resuelto al mismo tiempo que perecían, en un incendio ocurrido
en la Cerdanya, el exmarido de la alcaldesa [Daniel Casas], el primer teniente
de alcalde del Ayuntamiento [Enric Vidal] y el líder de la oposición
conservadora [Gonzalo Rosell], así como el jefe de la guardia pretoriana de la
alcaldesa [Hematomas] y otra persona cuyo cadáver jamás se llegó a identificar
[Ricky Ramírez, el soplón y grabador del vídeo sexual]. La simultaneidad entre
esas cinco muertes y el fin del chantaje a la primera regidora disparó
conjeturas, la más insistente de las cuales afirmaba que la escabechina había
sido el resultado de una lucha gansteril por el poder de la capital catalana,
que los muertos habían intentado extorsionar a la alcaldesa para arrebatarle el
bastón de mando y que la alcaldesa había aprovechado la coyuntura para
desembarazarse de ellos ordenando aquella masacre disfrazada de accidente.
“—Eso
no es lo que cuenta Cercas —asegura Paca Poch.
“—A
Cercas, ni caso —recomienda Rosa—. Se lo inventa todo.
“—No
sé lo que cuenta Cercas, pero la del asesinato es la versión que se ha impuesto
—sostiene Blai, con una mueca despectiva—. Y es falsa. Aquello fue un
accidente, no un asesinato. Lo que pasa es que eso a la gente le parece
demasiado prosaico. Prefieren inventarse una conspiración, que mola más. La
realidad nos aburre, esa es la triste verdad. Preferimos la fantasía. No
tenemos remedio, Paca: somos una panda de idiotas.”
La novela El castillo de Barbazul comprende cuatro partes, con sus correspondientes capítulos, más un “Epílogo”. Y cada una de esas cuatro partes está precedida por un capítulo en letra cursiva, en el que se bosqueja, sobre todo, la biografía, el ideario y la perspectiva mental y sexual de Cosette, la hija de Melchor Marín, huérfana de madre desde los tres años, pasando por el dilema psíquico y nodal que la aqueja en 2035, cuando a sus 17 años descubre en la web, por su cuenta e incitada por los dichos y rumores de sus compañeras del último curso de bachillerato en el Instituto Terra Alta, que su madre no murió en un accidente, sino que fue atropellada por un auto que conducía Albert Ferrer, el entonces marido de Rosa Adell y progenitor de sus cuatro hijas; y que tal aciaga muerte, supone, puedo evitarse si su padre, el policía Melchor Marín, no hubiera insistido en investigar los ocultos y hediondos trasfondos del caso Adell: la tortura y masacre de los padres de Rosa y el asesinato de la camarera rumana.
Ilustración de Wischniowski |
Ese hallazgo es para Cosette un shock de lo más traumático y revulsivo: se avergüenza por segunda vez de su papá, su otrora inmaculado héroe, una especie de idealizado paladín cubierto de una armadura resplandeciente, que ahuyentaba el peligro y vencía a los malos; y se siente engañada y traicionada por quien ahora ve como el asesino de su madre; lo cual se refleja en la neurótica y agria acritud y distanciamiento ante él y frente a su círculo de amigas; en el creciente desinterés escolar y ante sus vaporosas expectativas universitarias en Barcelona. De modo que Cosette, que previo a la Semana Santa había ido a pasar cinco días de vacaciones en Mallorca con su amiga Elisa Climent, no regresa con esta y se queda allá. Según le dice Elisa a Melchor al llegar a la estación de autobuses de Gandesa, “Cosette está bien. Me ha dicho que se quedaba porque necesita pensar. Y que cuando llegara, le llamara a usted para decírselo.” A lo que de inmediato se suma el hecho de que Cosette no le toma la llamada y de quien luego recibe un imprevisto wasap: “Papá, no me llames, por favor”; “No quiero hablar contigo. Estoy bien. No te preocupes y déjame respirar un poco.” Oscuro trasfondo que se agudiza aún más cuando, tratando de localizarla con apoyo policíaco de la comisaría de Terra Alta y del sargento Pol Cortabarría, jefe de la Unidad Central de Personas Desaparecidas en Egara, recibe un par de wasaps aún más desconcertantes cuando ya anda en la isla de Mallorca rastreando a su hija: “El primero contiene una ubicación de la plaza del Duomo, en Milán; el segundo, un mensaje. ‘Papá, sé que me estás buscando’, dice. ‘Déjame en paz, por favor. Estoy muy bien, pero no quiero saber nada más de ti. He conocido a una persona y no pienso volver a casa. No vuelvas a llamarme ni escribirme, porque no te voy a contestar. Adiós.’”
III de VII
Vale decir que en 2035,
Melchor Marín, el legendario “héroe de Cambrils”, hace cinco años dejó la
policía y se convirtió en bibliotecario en la Biblioteca Municipal de Gandesa;
es decir, se da por entendido que concluyó, a distancia, sus estudios de
biblioteconomía en la Universitat Oberta de Catalunya —algo que ya estaba haciendo
hace una década, según se lee en Independencia—.
Y esa modesta labor de gris bibliotecario (que comparte con una colega llamada
Dolors) avergonzó, por primera vez, a su hija Cosette, quien entonces tenía
doce años y aún creía que su padre era una
especie de héroe, el paladín de la armadura resplandeciente que luchaba
contra los malos y la protegía de los peligros. No obstante, pese a su modesto
empleo, Melchor es amante de Rosa Adell, la acaudalada heredera del emporio
transnacional fundado con Gráficas Adell por su asesinado padre. Rosa Adell,
una exitosa mujer de negocios, también es quince años mayor que Melchor Marín;
es decir, tiene 55 años y en la infancia fue amiga de Olga Ribera. No obstante,
pese a su edad, a sus cuatro hijas y a sus nietos, es bastante sensual y
cachonda; de ahí que en un pasaje erótico diga de sí misma: “Soy una vieja
lujuriosa”. Y si fuera por ella se casaría de inmediato con él. Curiosamente,
al final del pasaje, que se lee en Independencia,
donde infructuosamente Rosa trata de introducirlo en su recámara en un
hotel de Barcelona, “le dice, señalándolo con su índice admonitorio”: “No te
engañes, Melchor”. “Tú siempre serás un poli.”
Y parece que es así —inextricable al hecho de que en el
fondo de sí mismo es un irrefrenable justiciero de armas tomar—, pues diez años
después, en la isla de Mallorca, pese que no tiene placa de policía (ni de
detective privado) y a que allí no tiene conocidos ni ninguna jurisdicción, en
busca de su hija hace una pesquisa detectivesca que lo lleva a descubrir y a toparse
con la corrupción policial y sistémica que gira en torno a uno de los hombres
más ricos y poderosos del globo terráqueo: Rafael Mattson, un supuesto filántropo
y benefactor de la infancia más desvalida que posee una delirante mansión en el
Cabo de Formentor.
Ilustración de Christoph Wischniowski |
Y aquí vale subrayar que, junto a su habilidad e instinto de sabueso rastreador, a Melchor Marín lo asiste su buena estrella en momentos clave. En Terra Alta esclarece el caso Adell y el asesinato de su esposa Olga Ribera (pese a que el reconocimiento a la postre se lo cuelga, con el pecho inflado, el sargento Blai) gracias al empujoncito tras bambalinas que le brinda un poderoso capo mexicano, cuyos guardaespaldas lo secuestran y lo llevan a suite de lujo en Barcelona, donde lo pone al tanto de sus particulares y remotas razones para mover las piezas del abstruso ajedrez. En Independencia da con los asesinos de su madre al investigar la extorsión y el chantaje del que está siendo víctima la alcaldesa de Barcelona y los liquida sin dejar ningún rastro. Y En el castillo de Barbazul recibe en su correo electrónico un anónimo mensaje que lo lleva a Can Sucrer, la casa rural donde vive Damián Carrasco, un viejo cuya imagen a Melchor Marín le traen a la memoria “estampas de viejos guerreros, o de samuráis”. Damián Carrasco supone que el recién llegado quiere comprar la casa y va a remitirlo con el propietario, un tal Biel March; pero Melchor lo interrumpe: “No quiero comprar nada [...] Vengo de Cataluña. Mi hija se perdió aquí hace dos días y me han dicho que hable con usted.” El viejo le pregunta si “¿Ha oído hablar de Rafael Mattson?”. El supramediático “financiero, el magnate, el filántropo, el gran hombre [...] Tiene una casa aquí al lado, en Formentor. Una mansión, más que una casa. Lo más probable es que su hija esté ahí. O que haya estado ahí.”
Ilustración de Wischniowski |
Damián Carrasco, un fortachón y sesentón que fue guardia civil, le asegura “que Mattson es un depredador sexual”. Y algo ve y advierte en Melchor (quizá al “héroe de Cambrils”), pues además de resumirle, con la lengua floja y la mandíbula aceitada, que Rafael Mattson tiene bajo su nómina a policías, jueces y magistrados, le dice: “En esta isla, quien no está a sueldo de Mattson sabe que hay cosas sobre las que es mejor no preguntar... Mattson tiene cogida por los huevos a un montón de gente. En esta isla y fuera de la isla. Y por eso hace lo que le da la gana.” Y le pide a Melchor que le muestre la grabación que obtuvo (a través de un contacto de Blai) en la que se observa a “su hija saliendo de [la discoteca] Chivas la noche que despareció.” Damián amplía la grabación en su computadora, localiza la imagen y le dice de la mujer que acompaña a Cosette: “Se llama Diana Roger. Es una de las conseguidoras Mattson.” Y según le dice, la mayoría de las chicas que desaparecen en la mansión de Mattson vuelven a aparecer: “Unas reaparecen al cabo de un tiempo. Otras se quedan con Mattson o con gente de Mattson, trabajando para él o haciéndole compañía o lo que sea. Las que desaparecen probablemente estén muertas. Algunas de ellas son de aquí, de la isla, chicas normales y corrientes, pero la mayoría son turistas... En fin, esa casa en un agujero negro.” Por la que ha desfilado el rutilante y fétido mundillo del alto pedorraje de la jet set: “magistrados, ministros, celebridades, periodistas estrella, banqueros, presidentes del Gobierno... La crème de la crème. Y, como la casa está llena de cámaras, Mattson los ha filmado a todos.” O sea: “las juergas sexuales que les organiza a sus invitados, y por supuesto las suyas, que para eso es un narcisista de manual.” Y, según le dice, el epicentro (el corazón delator) de la mansión de Mattson es lo que él llama “la cámara del tesoro” (ídem el gabinete secreto y prohibido de Barbazul, el celebérrimo coleccionista de sanguinolentos cadáveres de mujeres asesinadas por él); pues como “Mattson es un depredador sexual”, “se puede imaginar lo que guarda allí. Fotos, grabaciones, papeles, trofeos, de sus víctimas...” O sea: “ropa interior, pulseras, pendientes, pelo público, chicles mascados, de todo. Es posible que también guarde partes de cuerpo conservadas en formol, cosas como lóbulos de orejas, dientes o pezones... En fin, lo que necesita un depredador para revivir el momento en que abusó de sus víctimas.”
Ilustración de Christoph Wischniowski |
Y, según le asegura, como si viera el futuro en una bola de cristal: para acabar con ese ser de las tinieblas “Lo que hay que hacer es entrar en esa habitación, llevarse el disco duro del ordenador donde Mattson guarda las fotos y las grabaciones y, si es posible, fotografiar el resto. Y luego hay que dar a conocer todo eso, enseñárselo al mundo para que quede claro qué clase de individuo es Mattson [...] Esa es la forma de acabar de una vez por todas con ese hombre.”
Ilustración de Wischniowski |
Y antes de que el bibliotecario se marche de Can Sucrer, Carrasco le dice, luego de levantarse del sillón de orejas y de escribirle algo en una hoja de papel: “Piénselo. —El antiguo guardia civil dobla la hoja por la mitad y se la tiende—. Hágame ese favor. Y, si decide echarme una mano, ahí tiene mi teléfono. Llámeme y hablamos. Hace tiempo que espero una oportunidad. —Carrasco le pone el papel en la mano y se la cierra sobre él—. Usted decide si ese tipo sigue haciendo de las suyas o no. Pero recuerde bien lo que le he dicho: no va a recuperar a su hija sin destruir a Mattson.”
Ilustración de Wischniowski |
Pero además le muestra, en un oculto habitáculo de Can Sucrer, el archivo que ha conformado durante “diez años de trabajo”, “de trabajo y de preparativos” para derrotar a Mattson: “Distribuidos por la estancia, hay un arcón, un catre, un escritorio, sillas y archivadores; pero lo que sobre todo atrae la atención de Melchor son las paredes, todas ellas forradas de fotografías, recortes de periódicos y revistas, fotocopias, gráficos, diagramas, dibujos, croquis y toda clase de documentos —centenares, miles de ellos— relacionados con Rafael Mattson. Deslizando una mirada atónica en torno a él, Melchor siente que aquel lugar tiene la forma exacta de una de esas pesadillas irrespirables en las que el vértigo de la lucidez se confunde con el de la locura.” Todo un delirante y pesadillesco gag de set cinematográfico, característico de un psicótico sumergido y perdido en un mundo paralelo.
Ilustración de Wischniowski |
El caso es que esa misma tarde, al salir de Can Sucrer y tras arrancar el Mazda alquilado con cuyo navegador y voz de robótica fémina se mueve y guía por la isla, descubre una llanta pinchada. Un par de jóvenes, una mujer y un hombre, se le acercan para ayudarlo. Pero en realidad lo golpean y secuestran. Y al recuperar el sentido, auxiliado por una camarera sudamericana que le da un analgésico, observa que se halla en el gimnasio de la mansión de Mattson; quien casi media hora después aparece, con un par de matones, disculpándose con mucha hipocresía, pavoneo y palabrería, haciendo énfasis en el dizque deferente trato que le brinda por ser “el héroe de Cambrils”, casi el legendario sastrecillo valiente que mató a siete de un golpe: “Matar a cuatro terroristas de una sola tacada no está al alcance de cualquiera, ¿sabe usted cuántas vidas pudo salvar? Supongo que se lo habrán preguntado muchas veces”. Y además de descalificar las supuestas e inofensivas mentiras que sobre él deglute y rumia el otrora guardia civil Damián Carrasco, con mucho cinismo no niega que Cosette estuvo en su casa y se acredita que gracias a él la ha encontrado, pues, le dice, como si cantara un aleluya o el Himno a la alegría, ya está de regreso en el hostal Borràs, donde se hospedó con Elisa Climent al llegar a Port de Pollença, y donde Melchor también lo hizo para buscarla por la isla, y por ello le presta un móvil para que llame y constate. El gerente del hostal le responde: “Ha aparecido su hija [...] La he llevado a su habitación.” Y Melchor le pide o le ordena: “No deje entrar a nadie en esa habitación”. “Ponga a un camarero en la puerta y espéreme a la entrada del hotel. Voy para allá.” “Melchor recorre en poco más de diez minutos el trayecto que separa Formentor de Port de Pollença, con los neumáticos del Mazda agarrándose entre chirridos a las curvas de los acantilados sobre el mar, que a esa hora es un gran lienzo oscuro picoteando aquí y allá por lucecitas temblorosas.” Y antes de verla “acostada en la cama, de espaldas a él en posición fetal”, el gerente le dijo: “Le he llamado varias veces a su teléfono, pero no me contestaba [...] Un coche la ha dejado tirada en la acera. Eso me han dicho. Yo no lo he visto. La pobre chica... No sé qué le ha pasado, pero algo le ha pasado.”
IV de VII
Melchor Marín regresa con
su hija a Gandesa. Al trauma psíquico con el que Cosette partió de vacaciones a
la isla de Mallorca, se le ha sumado el trauma por el abuso sexual del que fue
víctima entre los dos días y medio en que estuvo desparecida en la mansión del
magnate Rafael Mattson. En medio de su hermetismo y de los temas tabú (al
parecer vergonzantes y culposos), Cosette prácticamente se la pasa encerrada en
su cuarto y distante de su padre; no se incorpora a la escuela, ni quiere
hablar con sus amigas ni ver a nadie. “De hecho, Cosette se pasa los días
enteros encerrada en su habitación, tumbada en la cama, la mayor parte del
tiempo durmiendo o mirando el techo o acurrucada en la misma postura fetal en
que Melchor la encontró en su habitación del hostal Borràs al salir de la mansión de Rafael Mattson, de vez en
cuando leyendo o mandando wasaps o viendo programas o series de televisión en
su tableta. Come poco y mal, y parece víctima de un
agotamiento permanente y una tristeza sin fondo, cada vez más delgada, más
pálida y más encogida en sí misma.” No obstante, da indicios de querer salir de
la evanescencia y del profundo pozo negro porque, sin esfuerzos, acepta que su
padre la lleve con una psicóloga que a Melchor Marín se la recomienda Rosa
Adell. La psicóloga diagnostica una anemia y una depresión provocada por los abusos sexuales y vejaciones a los
que fue sometida durante dos días y medio.
Y para su tratamiento le recomienda a Melchor que la interne en la Clínica
Mercadal, en Vallvidrera; cosa que Cosette acepta y cuyo alto costo subsidia
Rosa Adell. Y si bien Melchor no logra comunicarse con su hija durante las
visitas que le hace en la clínica, a través de los diálogos que tiene, con el
doctor Mercadal y con la doctora Ibarz, va enterándose de ciertas menudencias
(y con él el desocupado lector) y de su paulatino proceso de resarcimiento.
Y al unísono de sus devaneos mentales y de su rutina
laboral en la Biblioteca Municipal de Gandesa, fermenta en Melchor Marín la
propuesta justiciera que le hizo el viejo Damián Carrasco en Can Sucre. De modo
que desde la biblioteca marca el número que le rotuló en el papelito. Pero
Damián Carrasco lo manda a la porra. No obstante, al poco tiempo le llega una
carta postal en la que, además de sugerirle adquirir un móvil ex profeso para comunicarse con él al
número de un móvil que le da —puesto que el otro lo supone pinchado por la
gentuza de Mattson—, le resume su plan para colarse a la mansión y sustraer el
disco duro del “cofre del tesoro”. Según le dice, junto a él participará un
especialista que conocerá a su debido tiempo. Y además de que le encomienda
conseguir las armas y los artilugios y pertrechos para el asalto nocturno, debe
integrar a siete participantes más, pues, según le apunta, deben ser diez
elementos en total.
En resumidas cuentas, Melchor obtiene el aval financiero de Rosa Adell para conseguir en el mercado negro el armamento y los demás chuchulucos de avanzadilla. Y además ella propone (y luego consigue) que la noticia que eclosionará y divulgará la identidad predadora de Rafael Mattson haga boom a través de “Caracol Televisión, el canal más importante de Colombia”, a cuyo presidente, Gonzalo Alvarado, conoció, en una finca a tres horas y media de Medellín, a través de un amigo del novelista Javier Cercas: el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, célebre por su memorioso libro El olvido que seremos (2006), adaptado al cine en la homónima película estrenada en 2019, con la dirección de Fernando Trueba y el papel protagónico del actor Javier Cámara. Para conformar el comando de ocho asaltantes (Melchor incluido), explora en la dark web el catálogo de mercenarios y sus costes. Pero también empieza una labor de persuasión y reclutamiento entre sus conocidos. La sargento Paca Poch acepta de inmediato y también el exsargento Vàzquez, a quien hace una década apoyó y cubrió ante el síndrome bipolar que lo aqueja y que lo descarriló de la investigación del chantaje a la alcaldesa de Barcelona. Vàzquez, a quien no veía desde hace dos lustros, le dice que ya leyó “Las novelas de Cercas” donde aparece “el héroe de Cambrils”.
Javier Cercas |
La segunda, Independencia, en la que se narra el caso de la alcaldesa de Barcelona, la leyó porque Vero, su mujer, le dijo que salía él. Y, le comenta, que en esa novela no se “dice lo que ahora dice todo el mundo, o sea, que a los tres tenores y a Hematomas se los cepilló la alcaldesa... Lo que dice es que te los cepillaste tú, porque descubriste que habían matado a tu madre. —En la semioscuridad del zaguán [del criadero de perros en el municipio La Seu d’Urgell] Vàzquez sonríe con todos los dientes, abriendo mucho los ojos y moviendo a un lado y otro la cabeza—. ¿Qué te parece?... En fin, es lo que dice Vero: las mentiras venden más que la verdad, porque son más resultonas y más fáciles de contar.”
Algo de esfuerzo y rispidez le cuesta a Melchor
involucrar a Ernest Salom, el excaporal y su otrora compañero, guía y amigo
tras su llegada a Gandesa en 2017, quien ahora tiene 62 años (“Vive en Prat de
Comte” y “cuida de las casas rurales de sus hijas”) y con quien no hablaba
desde que en 2021 lo descubrió involucrado en el encubrimiento de Albert
Ferrer, autor intelectual del asesinato de sus suegros y el asesino de Olga
Ribera; complicidad por la que Ernest Salom pasó siete años y medio en la
cárcel de Lledoners. El sesentón e inspector Blai —uniformado
jefe de la comisaría de la Terra Alta—, con quien Melchor, cada mañana se toma un café y
chismorrea en el bar del japonés Hiroyuki (de quien se dice “había llegado a
España con la intención de aprender flamenco, pero la leyenda local, que el
interesado desmiente con grandes risotadas y aspavientos, afirma que se esconde
de uno de los clanes de la yakuza, que lo persigue para descuartizarlo), se
niega con rotundidad, bemoles, palabrotas y reproches. Pero a la hora en que
Paca Poch, Vàzquez, Salom y
Melchor están sesionando en el departamento de este, llega a integrase, pero
con muchas ganas de irse y de no participar, y sólo porque de algún modo Rosa
Adell lo convenció. El corro discute los pros y contras de incluir a tres
mercenarios, pues según el plan de Carrasco deben ser diez los participantes en
el asalto. Pero como no se fían de los mercenarios, deciden que irán a Mallorca
sólo ellos cinco y esto sólo lo sabrá Carrasco cuando ya estén reunidos en un
departamento en Pollença, un día antes del asalto. Por ende, con Damián Carrasco
y el especialista que resulta ser una diminuta exguardia civil llamada Caty
(“un mujer muy pequeñita, delgadísima, morena y compacta, con un rostro
infantil y una mirada nerviosa”), que conoce y domina el sistema de seguridad
que protege y blinda la mansión de Mattson, conforman el número siete; que,
quizá no es casualidad, es el arquetípico número de Los siete samuráis (1954), el clásico del cine japonés de Akira
Kurosawa; y del wéstern Los siete
magníficos (1960), remake y entertainment hollywoodense dirigido por
John Sturges; donde, en cada caso, siete diestros valentones y justicieros
intervienen para defender y derrotar a una depredadora banda de forajidos que
expolia a una vulnerable comunidad campesina que ignora el manejo de las armas
y por ende no sabe defenderse y guerrear contra los intrusos; en el primer
caso, los humildes samuráis lo hacen por el honor, la heroicidad, el sentido de
la justicia y un poco de arroz; en el segundo caso, los magníficos pistoleros, sin ocupación y sin un clavo en el bolsillo,
lo hacen por el arrojo, la aventura y unos cuantos dólares que son nada.
Fotograma de Los siete magníficos (1960) |
El sábado que Melchor vuela a Mallorca rumbo al asalto, ya en el aeropuerto, “justo a las doce, la hora indicada por el doctor Mercadal, llama a Cosette. Por precaución, lo hace desde el mismo teléfono que usa para comunicarse con Carrasco y con los demás y lo primero que le pregunta su hija es por qué ese sábado no irá a verla. El tono de la pregunta no es quejoso sino despierto, casi festivo, y en ese momento Melchor toma una decisión irracional, que a él mismo le sorprende: contarle a Cosette la verdad” de lo que va a hacer en la isla de Mallorca con el apoyo de los conjurados en el asalto nocturno. Al final de la paciente escucha, Cosette le dice:
“—Papá.
“[...]
“—¿Qué?
“¿Puedo pedirte una cosa?
“—Claro.
“Cosette
tarda un segundo en contestar:
“—Acabad
con él.”
Fotograma de Los siete samuráis (1954) |
V de VII
El asalto a la mansión de
Rafael Mattson debe ocurrir, y ocurre, la noche del domingo, entre las 21:30 y
las 23:30. Esas dos horas son un regalo
de los dioses para los siete justicieros, pues además de que el magnate no
está en la isla ni habrá orgía, durante ese lapso ocurrirá la final de la
Champions entre el Barça y el Madrid; un tiempo
durante el cual, canturrea Carrasco con retórica de hincha futbolero, “el
planeta Tierra dejará de girar, las calles se vaciarán, la gente contendrá la
respiración, se hará un silencio sideral”. Además del plano de la casona y del
entorno, Carrasco, el indiscutible mariscal de campo, provee el plan de incursión
y fuga, y distribuye posiciones, movimientos y responsabilidades. Según Caty,
el sistema de seguridad que blinda la fortaleza de Mattson “se llama Odín” y es
el mismo “que protege el Congreso de los Diputados y la Moncloa”. Según dice en
esa reunión sabatina y casi nocturna en el departamento de Pollença, el
programa de “Odín es tan sofisticado que no necesita que lo reinicien, él mismo
lo hace sin que nadie se lo ordene... Siete minutos, tarda en hacerlo. Siete
minutos exactos: ni uno más ni uno menos. Durante ese tiempo, toda la seguridad
de la casa de Mattson estaría bloqueada, suspendida. Eso significa que no
funcionarán ni las cámaras de vigilancia, ni las alarmas, ni el sistema de
reconocimiento del iris. Nada. Durante siete minutos, la finca entera se
quedaría a la intemperie, sin ninguna protección. Desamparada. Uno podría
entrar en ella y andar de un lado para otro como Pedro en su casa... Para el
sistema, es un punto ciego, su talón de Aquiles.” Y Caty, como especialista que
conoce al dedillo ese sofisticado programa de seguridad porque trabaja en la
empresa que lo instaló, puede “engañar al sistema, hacerle creer que ha
cometido un error”, y por ende propiciar que se reinicie y que la mansión de
Mattson sea una inocua coladera durante siete cabalísticos minutos.
Pero ojo: luego de ese lapsus provocado por Caty con un ciberataque a distancia, la fortaleza de Mattson, como por arte de birlibirloque, se convertirá en una mortal ratonera y los ratones un fácil blanco, pues según les informa: “Al cabo de esos siete minutos todo volvería a la normalidad [...] El sistema volvería a activarse y seguirá funcionando, igual que si no hubiese ocurrido nada. Pero Odín es Odín y, si ese patrón no ha sido un simple error del propio sistema, si no ha sido espontáneo, si alguien lo ha provocado, él sabe que algo raro pasó. Es decir, al cabo de ese paréntesis de siete minutos el sistema se da cuenta de que el error no ha sido suyo, de que alguien le ha obligado a reiniciarse, de que le han engañado y de que, en realidad, ha sido víctima de un ciberataque [...] Por lo tanto, actúa en consecuencia y, para protegerse, blinda la casa, cierra las puertas y ventanas y lanza chorros de humo para cegar a los intrusos e impedirles escapar... A partir de ese momento, ya es imposible salir del cofre del tesoro. De ahí y de toda la casa, que se cierra a cal y canto, herméticamente [...] Dicho de otra manera, en teoría, el parón en el sistema os daría siete minutos para entrar en la casa, llegar al cofre del tesoro, coger el disco duro y volver a salir.”
Ilustración de Wischniowski |
Y según precisa Carrasco, “el ordenador en cuestión posee un disco duro dotado de una memoria de veinte terabytes, suficiente para no necesitar conectarse a la nube y para resultar, por lo tanto, invulnerable a las incursiones de los hackers.” “Ese es el cofre del tesoro [...] Toda la casa está blindada con la idea de protegerlo. O, para ser más preciso, toda la casa está blindada con la idea de proteger el disco duro que contiene la torre del ordenador.” Y según apostrofa sobre el asalto nocturno: “Lo ideal sería que hiciéramos todo eso en tres minutos.” Y luego hay que darles una copia a los colombianos para que emitan rápidamente las imágenes. “Esto es importante. Importante, no: importantísimo. No hay que dar tiempo a que Mattson reaccione. Hay que mantener el efecto sorpresa. Por eso la rapidez es fundamental.”
El caso es que tres de los siete paladines, camuflados en la oscuridad con indumentaria táctica, son los que entran a la boca del lobo: Damián Carrasco, Melchor Marín y Paca Poch, quien convertida en la lady flash de los siete fantásticos de la Liga de la Justicia, se mete a toda celeridad hasta lo profundo de la peliaguda “cámara del tesoro” (el gabinete prohibido de Barbazul) y extrae el disco duro de la computadora y sale corriendo a toda ultrasónica máquina. En la refriega, Melchor resulta herido en una rodilla y por ello será un diablo cojuelo por el resto de sus días. Mientras Ernest Salom, que se metió entre las balas para rescatarlo y salvarle el pellejo, resulta herido por un proyectil que le entró por debajo del chaleco antibalas y salió de su cuerpo sin causar ningún daño de gravedad, pese al sangrado y demás etcéteras.
VI de VII
Dos días después de
que Rosa Adell, en Bogotá, le entregara a Gonzalo Córdoba una copia del disco duro
sustraído de la computadora del supuesto benefactor de la humanidad —cuya ONG, Loving Children, “dedicada a combatir las
enfermedades y la desnutrición infantiles en el Tercer Mundo”, tiene su sede en
Estocolmo—, precisamente “El 26 de mayo de 2035,
el informativo nocturno de Caracol TV se abre con una exclusiva mundial: el
equipo de reporteros de la cadena televisiva se halla en posesión de documentos
que muestran al magnate y filántropo norteamericano Rafael Mattson realizando
actividades sexuales con menores de edad. Según los presentadores del
noticiario —M.ª Teresa Orozco y
Kevin Martínez, acaso la pareja más influyente del periodismo colombiano del
momento—, las imágenes fueron tomadas en una mansión de recreo que
Mattson posee en el Municipio de Pollença, España,
son numerosísimas y en ellas no sólo aparece el célebre multimillonario de
origen sueco, sino también un nutrido elenco internacional de personalidades de
las finanzas, la política, la televisión, el cine, el deporte y el periodismo,
a quienes Mattson invitaba a sus esparcimientos sexuales y, verosímilmente,
grababa sin su consentimiento. Los dos presentadores puntualizan que, a pesar
de que se trata de imágenes que pueden herir la sensibilidad de la audiencia,
por su valor periodístico la cadena se siente en la obligación, tanto moral
como profesional, de emitir una pequeña muestra espigada del conjunto. Acto
seguido, ponen en pantalla tres breves fragmentos en blanco y negro, de calidad
desigual pero suficiente para identificar sin posibilidad de duda a quienes los
protagonizan, aunque a las presuntas víctimas de Mattson se les ha difuminado el
rostro para que resulten irreconocibles. En el primer fragmento, Mattson
aparece completamente desnudo y cercado por varias adolescentes; el magnate las
besa, las acaricia y se deja acariciar y besar mientras todos bailan, beben,
fuman y esnifan un polvillo blanco que lo más probable es que sea cocaína. En
el segundo fragmento, Mattson fuerza a una menor de edad con la ayuda de una
mujer y un hombre. En el tercero, otra menor le realiza un masaje a Mattson,
que yace tumbado en una camilla, hasta que la grabación se corta cuando la
chica empieza a masturbarlo. Mientras se emiten las imágenes, los dos
periodistas se alternan describiéndolas o comentándolas, como si por sí solas
no fueran lo bastante explícitas, y al terminar de hacerlo afirman en tono
solemne que la cadena se ofrece a proporcionar una copia de los documentos que
obran en su poder a las autoridades competentes españolas, con el fin de que
estas emprendan las acciones judiciales oportunas.
“La noticia es una bomba viral.
Inmediatamente satura las redes sociales y se hacen eco de ella cadenas de
televisión, radios, ediciones digitales de periódicos y medios informativos de
todo el mundo, que reutilizan con permiso de Caracol TV las imágenes o parte de
las imágenes difundidas por el noticiero.”
Ilustración de Wischniowski |
Todo ello incide, y era de esperar y era el propósito, en la fractura y desmoronamiento, a nivel global, de la impoluta imagen pública de Rafael Mattson. Y cuando la estridencia del caso Mattson aterriza en España y se remite a Palma de Mallorca, el juez del juzgado de instrucción número 2 de Inca lo archiva, dado el mafioso influjo corruptor del magnate. Pero el escándalo mediático sigue in crescendo y la justicia española es cuestionada y puesta en entredichos; en consecuencia, ese juez es apartado de su cargo a la espera de juicio y el caso se traslada a los tejemanejes del juzgado número 3 de Inca, cuyo juez también tiene cola que le pisen: estaba en la nómina de Mattson, según se desvela en el artículo “El juez estrella”, publicado en el Diario de Mallorca por Matías Vallés, “el periodista estrella” de ese periódico digital que el bibliotecario Melchor Marín lee en la Biblioteca Municipal de Gandesa. No obstante, según narra la omnisciente voz narrativa:
“La primera diligencia que ordena
Ricardo Lozano, titular del juzgado de instrucción número 3 de Inca y juez
instructor del caso Mattson, sorprende a propios y extraños, pero sobre todo
sorprende a los abogados de Mattson: consiste en dictar una orden de entrada y
registro de la mansión del magnate en Formentor. Un doble propósito anima el
procedimiento: por un lado, hallar evidencias y preservar pruebas de los
delitos que le imputan a Mattson, antes de que alguien pueda destruirlas; por
otro, verificar que las imágenes difundidas por Caracol TV —una
copia de las cuales ha sido remitida motu
proprio al juez por el medio colombiano— se grabaron efectivamente en esa
casa, como sostienen los periodistas [quienes además, para que las pruebas no
sean invalidadas durante el juicio, ‘ya han dicho un montón de veces que un
desconocido dejó el disco en la redacción’].
Ilustración de Wischniowski |
“Un dispositivo conjunto de guardias civiles y Policía Nacional lleva a cabo por sorpresa la operación, en presencia del propio juez Lozano y de un letrado de la administración de justicia, y aquel mismo día se filtran a la prensa imágenes de lo que Carrasco llamaba el cofre del tesoro; al cabo de apenas unas horas están dando la vuelta al mundo. El efecto que producen en la opinión pública mundial es demoledor para el maltrecho prestigio de Mattson —en una vitrina de cristal blindado se distinguen decenas de trofeos sexuales acumulados por el magnate, algunos conservados en formol— y el juez instructor dicta de inmediato una Orden Europea de Detención y Entrega (OEDE) contra Mattson, quien sólo en ese momento comprende que su blindaje está a punto de pulverizarse y olvida su soberbia y su elevado concepto de sí mismo e intenta ponerse a buen recaudo huyendo de Suecia. No lo consigue: la policía escandinava lo detiene en el aeropuerto de Arlanda, cuando se halla a punto de abordar un vuelo privado con destino a Brasilia, y, a la vista del alto riesgo de fuga que presenta el detenido, un tribunal reunido en el Palacio de Justicia de Estocolmo acuerda en un juicio de extradición su ingreso en la cárcel de Österåker en régimen de prisión preventiva. Cuatro días más tarde, cuando nadie se ha recuperado aún de la impresión de ver a Rafael Mattson esposado y escoltado por policías, con un aire aturdido de hombre que no sabe lo que está ocurriendo o que no se lo acaba de creer, el mismo tribunal sueco, tras considerar que las pruebas contra el filántropo son apabullantes y valorar la enorme alarma social creada por el caso, ordena extraditar a Mattson y trasladarlo sin dilación a España con el fin de que sea juzgado. Para acabar de complicar las cosas al magnate, una de las mujeres identificadas como víctimas suyas por el juez Lozano, gracias a las grabaciones conservadas en la mansión de Formentor, presenta una denuncia contra él justo el día en que aterriza en el aeropuerto de Mallorca, y en apenas dos días más lo hacen otras cuatro, dos de ellas originarias de Palma y otras dos de Barcelona.”
Ilustración de Wischniowski |
Según reporta luego la omnisciente, minuciosa y engolosinada voz narrativa: a “mediados de septiembre, el caso Mattson ha adquirido una fisonomía distinta. Veintiséis mujeres han denunciado por el momento al magnate, acusándolo de diferentes delitos sexuales, y el número de imputados en la causa, entre ellos dos senadores estadounidenses, un jeque del pequeño emirato de Sharjah y un ex primer ministro sueco, asciende a diecinueve, todos ellos hombres identificados por sus víctimas en las grabaciones o las fotografías tomadas en la mansión de Formentor. Algunos de estos personajes han huido o desparecido y, aunque el juez Lozano emite órdenes de busca y captura contra todos ellos, no parece probable que vayan a ser extraditados en un plazo breve de tiempo de los países donde han buscado refugio, por lo que todo apunta a que el magistrado se verá en la obligación de crear una pieza separada del caso para juzgarlos cuando pueda tenerlos a su disposición, a ellos y a los demás sospechosos que aparecen en las imágenes y que aún no ha logrado identificar. Todo apunta también a que la instrucción de aquella macrocausa puede durar como mínimo dos años, que el fiscal puede acabar solicitando para Mattson una condena de siglos de prisión y que el tribunal puede acabar condenándolo a cuarenta y cinco años, la máxima pena prevista el código penal español. Y no faltan juristas que auguran que el caso Mattson podría dilatarse mucho más en el tiempo, y que, hasta pasadas las dos décadas que la ley española señala como fecha de prescripción de los delitos, podrían seguir siendo sometidos a juicio responsables de las tropelías cometidas en la mansión de Formentor. En cuanto a la opinión pública —que de manera un tanto arbitraria ha bautizado a ese lugar como El castillo de Barbazul—, el parecer generalizado es que el caso Mattson representa un parteaguas en el combate contra la impunidad de los abusos contra las mujeres, y muchos analistas lo comparan con el caso Weinstein, que casi veinte años atrás, al sacar a la luz los atropellos sexuales del todopoderoso mandamás de la industria cinematográfica norteamericana, catalizó la rebelión de las hembras de Occidente contra su sempiterno sometimiento a los varones y desencadenó el movimiento Me Too, que pretendió acabar con esa lacra secular para luego desinflarse progresivamente.”
Weinstein, “bendito” entre las mujeres de Hollywood |
VII de VII
Vale concluir la nota
reportando que buena parte de quienes participaron en la conjura clandestina
para descarrilar al predador Rafael Mattson se reúnen en una celebración,
festiva y amistosa, en la masía de Rosa Adell, incluido Ernest Salom, otrora
apestado y repudiado porque en 2021 encubrió a Albert Ferrer, el entonces
marido de Rosa, quien contrató a los sicarios que mataron a los padres de ella
y a la criada rumana, y luego mortalmente embistió con un auto a la bibliotecaria
Olga Ribera, esposa del poli Melchor Marín y madre de Cosette, la niña de
entonces tres años.
“—¿Estás segura de que quieres ver a Salom? —pregunta él.
“—Segurísima —contesta Rosa.
“Siempre creí que Salom hizo lo que hizo por dinero —reflexiona
luego Melchor—. Para pagar los estudios de sus hijas [universitarias en
Barcelona]... Me equivoqué. No digo que el dinero no contase, pero también
trató de ayudar a un amigo, igual que me ha ayudado a mí. Me ha costado quince
años entenderlo, pero es lo que hizo. Bueno, quince años y una bala en la
rodilla.
“—No sé lo que hizo Salom —admite Rosa—. Pero, fuera lo
que fuese, a ti te ha salvado. Lo uno va por lo otro.”
Por
otra parte, Melchor Marín, a través de una conversación telefónica con el
artista Biel March, el dueño de Can Sucre, se enteró de algunas peculiaridades
biográficas del exguardia civil y excapitán Damián Carrasco; por ejemplo, le
pregunta al bibliotecario y justiciero: “¿Le dijo alguna vez que era comunista?
[...] Pues lo era. Comunista de carnet... Increíble, ¿verdad? Debía de ser el
único comunista de la Guardia Civil. No tenía dinero ni para comprarse unos
zapatos, pero seguía pagando la cuota del partido, y eso que ya nadie sabe si
queda un partido comunista en España... Yo me reía de él. Le decía: ‘Damián,
debes ser el último comunista que queda en este país’. ¿Y sabe lo que me
contestaba? ‘No me toques los huevos, Biel’, decía. ‘Mi abuelo era comunista,
mi padre era comunista y me moriré siendo comunista.’” Quizá de corazón y de
atávico, anacrónico y esclerótico ideario. Pero el meollo es que el camarada Karrascovich,
luego del asalto a la mansión del controvertido y pestilente magnate, se quedó fijo como un clavo: como todo un samurái
en estática posición de ataque (o de un estatuario pistolero del lejano y
salvaje Oeste antes del duelo) no pestañeó ni se movió de Can Sucrer (donde un
médico, amigo de Biel March, dio los auxilios preliminares a los dos heridos
que luego regresaron a Gandesa, vivitos y coleando: Melchor y Salom). Y lo que
hizo fue destruir su archivo e inmolarse. Pero antes liquidó a los cuatro
matones de Mattson que fueron por él (cuatro
de un golpe). Es decir, con esa acción de kamikaze evitó que algún indicio lo
relacionara con los ocultos participantes en el asalto nocturno. Y más aún:
evitó que los abogados del magnate acusaran que “Carrasco había robado las
imágenes”, pues entonces “las pruebas contra Mattson serían nulas. Y, si no hay
pruebas, no hay caso.”
Vale
añadir que “Cosette abandonó la Clínica Mercadal dos semanas después del asalto
a la mansión de Mattson, cuando el escándalo ya hacía tiempo que había
estallado, pero ni siquiera lo comentó, no al menos con Melchor, ni con Rosa.
Tampoco lo hizo las semanas siguientes.” Pese a que “A mediados de agosto”, el bibliotecario
y su hija se fueron a vivir a la masía de Rosa Adell y por ello rentaron el
departamento donde vivían en la calle Costumà,
el mismo donde vivía Olga Ribera cuando él la conoció en 2017, recién
desempacado en Gandesa.
Ilustración de Wischniowski |
Pero Cosette tampoco habla con su padre de su recuperación, que aún no es completa y quizá nunca lo sea, según el criterio compartido por los facultativos que la trataron en la Clínica Mercadal; y por ello aceptó proseguir con la terapia con un psicólogo de Tortosa. Lo cual evidencia que pone mucho de su parte para lograrlo; tanto como el hecho de que también denunciará al predador sexual, pese a que Melchor trata de disuadirla para que no lo haga, incluso con el infructuoso apoyo del inspector Blai. “Quiero declarar contra Mattson. Quiero contar lo que me hizo. Y quiero contárselo a él a la cara. A él y a los demás.” “Ha salido a su padre”, le dijo Blai a Melchor por teléfono luego de hablar con ella. “Terca como una mula... Te estamos esperando en comisaría para tomarle declaración.”
Desde luego que la denuncia de Cosette podía ocurrir y Melchor no la descartaba. Y tampoco resulta muy sorpresivo e inesperado que su hija, en la misma tesitura en sordina de autorrecuperación a ultranza, se haya empeñado, motu proprio, en emparejase en sus estudios del último curso de bachillerato en el Instituto Terra Alta, tanto que al iniciar septiembre aprueba con un 8,3 el examen extraordinario de Selectividad para ingresar a la universidad en Barcelona. Pero el intríngulis es que contra todo pronóstico, dado que desde pequeña se distinguía en las matemáticas y para allá iba encaminada antes de que su cosmovisión se trastocara al descubrir el asesinato de su madre y lo que su padre nunca le dijo, no opta por ese ámbito del conocimiento y de las ciencias duras, sino por la mítica armadura del paladín de la justicia: “Voy a ser policía.” Le anuncia al bibliotecario Melchor Marín, muy seria.
Ilustración de Christoph Wischniowski |
Con lo cual, al parecer, de algún modo se reconcilia con la imagen y el concepto que tenía de su padre durante la temprana infancia; una época ideal y onírica; y una nostálgica edad de oro para ambos, cuando él, antes de dormir, le leía libros del siglo XIX; y ella creía que su papá, el paladín de la armadura resplandeciente, estaba amasado con los mismos materiales que los protagonistas de las novelas de aventuras que, desde que tenía uso de razón, él le leía por las noches, con los mismos que los sheriffs o pistoleros de los viejos wésterns que le gustaban a Vivales y que este le leía, antes de dormir, cuando la acogía y protegía en su departamento en Barcelona (que luego les heredó); un entrañable abuelo para Cosette, una entrañable figura paterna para Melchor.
Javier Cercas, El castillo de Barbazul. Terra Alta III. Colección Andanzas, Tusquets Editores. Primera edición mexicana. Ciudad de México, marzo de 2022. 400 pp.
Nota: las ilustraciones de Christoph Wischniowski pertenecen a Barba Azul (FCE, 2012), adaptación del texto de Charles Perrault, traducido del francés al español por Mariana Mendía.