jueves, 8 de diciembre de 2022

Diez Cuentos de Terror

Los horrorosísimos espantos del

Parque de Atracciones POEᵀᴹ

 

I de III

Con el número 77 de la colección Ilustrados de la editorial española Reino de Cordelia, “en el invierno de 2017” “se acabó de imprimir”, en Madrid, el volumen Diez Cuentos de Terror. Se trata de una antología a dos tintas, con sobrecubierta y en cartoné, que reúne una decena de relatos del norteamericano Edgar Allan Poe (1809-1849) traducidos por la española Susana Carral, profusamente ilustrados por la artista gráfica María Espejo; cuya “Edición, selección y prólogo” se debe a Luis Alberto de Cuenca y Pardo.

           

Colección Ilustrados número 77, Reino de Cordelia
Madrid, invierno de 2017

         
Si bien se trata de un vistoso libro que focaliza y explota una mínima muestra de la obra narrativa de Edgar Allan Poe, llama la atención, y chirría con estridencia, el despropósito del antólogo al descalificar las reputadas traducciones del argentino Julio Cortázar, fallecido en París, a los 69 años, el 12 de febrero de 1984. Es decir, según apunta en su prefacio datado en “Madrid, 15 de noviembre de 2016”, en tándem con “Jesús Egido, director y propietario de Reino de Cordelia”, hizo ex profeso la selección de los diez cuentos de Poe, cuyos supuestos “Títulos originales” en inglés (con el año de su publicación) se leen al inicio de la página legal y en español en su texto con una serie de loas (“formidables, únicos e irrepetibles”): Berenice, Ligeia, La caía de la casa Usher, La máscara de la Muerte Roja, El pozo y el péndulo, El corazón delator, El gato negro, El entierro prematuro, La verdad sobre el caso del señor Valdemar y El barril de amontillado. Pero a la hora de ponderar (y pregonar) el trabajo de la traductora, el prologuista truena lapidario como si con su voz de trueno hiciera polvo la versión cortazariana (quizá dando por sentado que la sepulta por los siglos de los siglos con su venenoso y falaz rayo de malaleche): “Como la pulquérrima traducción de Cortázar nos parecía demasiado cortazariana y bastante alejada del original [sic], pensamos en una excelente traductora española, Susana Carral, para acometer la tarea de trasladar al castellano las diez joyas, arriba citadas, del sanctasanctórum de Poe.”

            Nadie ignora que a estas alturas del siglo XXI abundan, en el disperso ámbito del idioma español, las mil y una traducciones y antologías de la obra narrativa de Poe. Y entre tales descuella sobremanera la pulquérrima versión cortazariana, cuya primera edición se remonta a mediados de los años 50 del siglo XX en una remota isla del Caribe (en cuya Universidad de Río Piedras estaba refugiado el escritor granadino Francisco Ayala) y su boom a partir de 1970, cuando Alianza Editorial publicó en Madrid, por primera vez, el par de tomitos con los 67 Cuentos de Poe (números 277 y 278 de la serie El Libro de Bolsillo), con su prólogo biográfico (“Vida de Edgar Allan Poe”), con sus postreros y eruditos comentarios y apuntes bibliográficos, todo precedido por la breve advertencia que en la página legal aún canturrea a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada y envirulada aldea global: “Esta obra fue publicada en 1956 por Ediciones de la Universidad de Puerto Rico en colaboración con la Revista de Occidente con el título Obras en prosa I. Cuentos de Edgar Allan Poe. La actual edición de Alianza Editorial ha sido revisada y corregida por el traductor.”

   

El libro de bolsillo números 277 y 278, Alianza Editorial
(Madrid, undécima edición: 1984. Y octava edición: 1983.)

         
El buqué, la tesitura y la eufonía de la versión cortazariana de la narrativa de Poe tiene prestigio (pese a ciertos bemoles) y se defiende sola (no necesita las porras de un infinitesimal reseñista vociferando en el silencio sordo y solitario del ciberespacio) y por ello se ha seguido reeditando hasta lo que va del siglo XXI. No obstante, vale citar varios ejemplos donde esto es más que fehaciente.

  Uno: Narración de Arthur Gordon Pym; libro editado por Libros del Zorro Rojo e impreso en Polonia, en “enero de 2015”, con espléndidas ilustraciones en blanco y negro del artista gráfico Luis Scafati; cuyo prólogo y traducción de Cortázar se publicaron por primera vez en 1956 a través de las Ediciones de la Universidad de Puerto Rico y la Revista de Occidente; traducción revisada por el autor ex profeso para Alianza Editorial, que la publicó en Madrid, en 1971, con el número 341 de la serie El Libro de Bolsillo.

El libro de bolsillo número 341, Alianza Editorial
(Madrid, treceava edición: 1998)

       Dos: La trilogía Dupin; libro que reúne la traducción que hizo Cortázar de los tres cuentos detectivescos de Poe protagonizados por el chevalier Auguste Dupin, publicado por Seix Barral, en Barcelona, en junio de 2006, con un “Prólogo” de Matthew Pearl (traducido por Vicente Villacampa), el prestigioso autor de El club Dante (México, Seix Barral, 2004) y La sombra de Poe (México, Seix Barral, 2006).

 

Aurora Bernárdez y Julio Cortázar

         
Tres: Cuentos de imaginación y misterio; volumen editado por Libros del Zorro Rojo, cuya “Quinta reimpresión” impresa en Polonia data de “septiembre de 2016” (la “Primera edición” se tiró en “septiembre de 2009”), ilustrado con láminas en blanco y negro del artista gráfico Harry Clarke (epígono de Aubrey Beardsley), que reúne 22 de los 67 cuentos de Poe traducidos por Cortázar, precedidos por un “Prefacio” suyo datado en “1972”, aliñados con sus postreros comentarios y correspondientes datos bibliográficos. Vale subrayar que ese preámbulo de Cortázar fue traducido por la argentina Aurora Bernárdez (su esposa y cómplice durante los años europeos en que él tradujo y prologó las narraciones y los ensayos de Edgar Allan Poe) y es un examen —crítico, analítico y agudo— sobre la controvertida personalidad y la obra del escritor norteamericano.

Cuatro: Antología universal del relato fantástico; volumen editado en 2013, en Girona, por Atalanta, con notas, “Edición y prólogo de Jacobo Siruela”, donde figura la traducción que Cortázar hizo del cuento de Poe: “Manuscrito hallado en una botella”.

Cinco: Cuentos completos de Edgar Allan Poe; anónimo volumen editado en Barcelona por Edhasa, cuya “Cuarta reimpresión” data de “mayo de 2015” (y la primera de “enero de 2009”), que reúne los 67 relatos de Poe traducidos por Cortázar (más otros textos traducidos por Gregorio Cantera), reordenados cronológicamente “siguiendo la edición llevada a cabo por Patrick E. Quinn y G.R. Thompson para The Library of America (Poe, Poetry, Tales & Selected Esssays, Nueva York, 1984)”, se dice en la anónima “Nota del Editor”.

Seis: Relatos de ciencia ficción; libro publicado en Madrid, en 2018, con el número 24 de la serie Letras Populares de Ediciones Cátedra, que reúne quince cuentos de Poe traducidos por Cortázar y tres poemas de Poe traducidos por José Francisco Ruiz Casanova, precedidos por una avezada “Introducción” de Julián Diez.

 

Bibliotheca AVREA, Ediciones Cátedra
(Madrid, octubre 7 de 2011)

         Siete:
Narrativa completa de Edgar Allan Poe; tomo publicado en Madrid, “el 7 de octubre de 2011”, por Ediciones Cátedra en la Bibliotheca AVREA, el cual agrupa, cronológicamente, las traducciones que Julio Cortázar hizo de los 67 cuentos de Poe; más La narración de Arthur Gordon Pym, traducido por éste, y Julius Rodman, traducido por Margarita Rigal Aragón, editora del volumen; quien además de su erudita “Introducción general”, incluyó una “Cronología” biográfica, una “Relación de los lugares en los que Poe vivió”, una comentada “Selección bibliográfica”, y un conjunto de sesudas notas: una por cada texto de Poe compilado en el volumen. Con su ojo clínico de experta, declara a la mitad de su nota “Criterios de esta edición”: “Para las narraciones breves y para la Narración de Arthur Gordon Pym seguimos la traducción que Julio Cortázar realizase a principios de los años cincuenta del siglo pasado y que fue publicada, inicialmente, en 1956 por Ediciones de la Universidad de Puerto Rico en colaboración con la Revista de Occidente. Sus traducciones son, no solo para esta editora, sino para el resto de los estudiosos de Poe, las mejores que se han realizado en nuestra lengua. Quedamos profundamente agradecidos a su viuda, que ha permitido su reproducción en este volumen. [Cabe puntualizar que Aurora Bernárdez, a esas alturas del tiempo, no era su viuda, sino su heredera universal y albacea literaria.] Julio Cortázar no tradujo, sin embargo, El diario de Julius Rodman, por ello la traducción ofrecida ha sido realizada por la editora.”

 

Colección Voces/Literatura número 113, Páginas de Espuma
(México, segunda edición, diciembre de 2008)

         
Ocho: Cuentos completos. Edición comentada; ladrillesco tomo que reúne los 67 relatos de Poe con la consabida Traducción y prólogo de Julio Cortázar (pero sin sus eruditas y postreras “Notas”, en cuyo inextricable proemio resume las razones del ordenamiento que hizo de los 67 cuentos), cuya “Segunda edición” impresa en México por Páginas de Espuma data de “diciembre de 2008” (la primera apareció en España un mes antes). Se trata de un adoratorio o volumen de culto: Poe-Cortázar, cuyos convocantes editores: Fernando Iwasaki y Jorge Volpi, bosquejan sus reglas editoriales en la nota preliminar “Poe & CÍA” (firmada por ambos en “México D.F.-Sevilla, otoño de 2008”), dando por resultado que 67 escritores de ambos lados del Atlántico (nacidos después de 1960 y por lo menos con un libro publicado) comenten, uno a uno, los 67 cuentos de Poe traducidos por Cortázar. Cada comentario no figura después del relato, sino antes de cada uno, como si tal comentario personal y egocéntrico (a veces bastante simplote o baladí) fuera más relevante que el cuento de Poe traducido por Cortázar. A esto se añade la postrera crónica egotista de Fernando Iwasaki, donde narra una efímera y ritual visita turística que hizo a los sitios del culto e idolatría poeiana en Baltimore. No obstante, los principales textos laudatorios sobre el binomio Poe-Cortázar son la “Presentación” del mexicano Carlos Fuentes y el texto del peruano Mario Vargas Llosa titulado “Poe y Cortázar”, firmado en “Madrid, 21 de agosto de 2008”, donde a la mitad afirma, muy docto, el también catedrático (en distintas universidades) y miembro de la Academia Peruana de la Lengua (desde 1975), de la Real Academia Española (desde 1994) y de la Academia Francesa desde el 25 de noviembre de 2021:

   “La traducción que hizo Cortázar de los cuentos, ensayos y novelas cortas de Poe merece figurar entre las obras maestras de la literatura contemporánea en lengua española, así como la traducción de los cuentos de Poe por Baudelaire es reconocida como uno de los monumentos literarios de la lengua francesa. Esta traducción, al mismo tiempo que una maestría absoluta en el dominio del inglés y el español y un conocimiento exhaustivo de la obra de Poe, delata una cercanía intelectual y un amor apasionado de Cortázar por el mundo de la fantasía, los fantasmas y los traumas con los que el genio de Poe construyó su obra. Su mayor mérito es que ella en ningún momento parece una traducción pues Cortázar ha conseguido recrear dentro del espíritu de la lengua de Cervantes y de Borges el lenguaje de Edgar Allan Poe, encontrando equivalencias lingüísticas y reconstruyendo dentro del genio de nuestra lengua las peculiaridades estilísticas inglesas y la riquísima orfebrería léxica con que Poe elaboró todos sus textos. Quiero decir que, como todas las grandes traducciones, la versión que el autor de Rayuela da de la obra del norteamericano pertenece tanto a Poe como al propio Cortázar.

 

Mario Vargas Llosa entre Aurora Bernárdez y Julio Cortázar
(Grecia, 1967)

         “Para comprobarlo vale la pena leer el largo y lúcido ensayo con que la traducción de Cortázar apareció en su primera edición, hecha por la Universidad de Puerto Rico. En ella Cortázar, además de examinar con erudición el mundo de Poe, sus fuentes, la manera como la vida de este perseguida por el infortunio y los reveses se volcó en las alucinaciones y pesadillas de sus cuentos macabros y en las aventuras extraordinarias que fraguó su imaginación, hace una defensa de la literatura fantástica, género en el que Cortázar escribió relatos tan originales y notables como los del propio Edgar Allan Poe. Al igual que Baudelaire, a Julio Cortázar Edgar Allan Poe no sólo le deparó el placer de una lectura, también fue un espejo que le permitió descubrir su propia cara.”

 

II de III

Fortunano y Montresor
(Ilustración: María Espejo)

Debajo del título de su prefacio (cuya asonancia rima con tótem): “POE
ᵀᴹ, Luis Alberto de Cuenta y Pardo —el antólogo y prologuista de los Diez Cuentos de Terror— se autopresenta como una especie de oráculo, pachá en otomana o eminencia con toga y birrete del “Instituto de Lenguas y Culturas del Mediterráneo y Oriente Próximo”. Pero al término de su texto, para animar al desocupado lector a introducirse en los horrorosísimos espantos de una especie de Casa de los Horrores, parlotea, lúdico —quizá disfrazado de bufón (a la Fortunato)—, a imagen y semejanza de un popular y picaresco pregonero de una feria ambulante por las villas y despeñaderos de Españolandia: “Pasen, amigos, a esta selección de los diez mejores cuentos de Poe traducidos por Susana Carral, diviértanse como enanos, como caníbales en celo, leyendo el libro que comienza donde terminan estas líneas. La entrada al Parque de Atracciones POEᵀᴹ no tiene fecha de caducidad. Mientras el hombre lea, leerá al autor de El cuervo (aunque no sé decirles, la verdad, cuánto durará eso).”

    En este sentido, si el antólogo y prologuista Luis Alberto de Cuenca y Pardo no hubiera reprobado la pulquérrima versión cortazariana de los cuentos de Poe (dizque “bastante alejada del original”), el desocupado lector quizá hubiera accedido a los insólitos y horrorosísimos sucesos y locuras de la pulquérrima versión carraliana sin ningún prejuicio (o casi sin ninguno); es decir, sin que nadie (a no ser su consciencia individual) lo indujera y empujara a comparar y a elegir, a imagen y semejanza de un pelotudo juez de una justa literaria, cuál de las dos versiones es “la más cercana al original”.

   A priori parece que las dos versiones son válidas, que ambas merecen la croqueta de oro. Es decir, los intérpretes tradujeron con libertad a partir de sus decisiones y criterios intelectuales e idiosincrásicos. Si uno lee ambas versiones y las compara se tiene la certidumbre de que, esencialmente —con sus diferencias, variantes, limitaciones y antagonismos— son versiones parecidas de un mismo texto. Y esto resulta extensivo a otros reconocidos intérpretes que han traducido la obra narrativa de Poe; por ejemplo, Julio Gómez de la Serna, Doris Rolfe, Mauro Armiño, Elvio E. Gandolfo.

         

Diez Cuentos de Terror, p. 147
(Ilustración: María Espejo)
Nota: El loco descuartizando al viejo del corazón delator

       
 Si se trata de ser “lo más cercano al original” es notorio que a la versión carraliana de “Berenice” y de “El pozo y el péndulo” les metieron cuchillo; es decir, les mocharon un cachito. Y poniéndonos exigentes, el antólogo convalida tales mutilaciones: “estamos muy contentos con el resultado de nuestro encargo”, dice complaciente y pagado de sí mismo en su prefacio.

         

Diez Cuentos de Terror, p. 35
(Ilustración: María Espejo)
Nota: Los dientes extirpados al cadáver de Berenice

         
Es decir, “Berenice” inicia con un epígrafe en latín que Cortázar no tradujo, pero Carral sí en una nota al pie de página. Pero “Berenice” tiene una nota al pie de página del propio Poe que Cortázar sí tradujo, notoriamente eliminada en la versión carraliana y que en la versión cortazariana dice a la letra: “¹Pues como Júpiter, durante el invierno, da por dos veces siete días de calor, los hombres han llamado a este tiempo clemente y templado, la nodriza de la hermosa Alción (Simónides).” El cual corresponde al pasaje del cuento original donde se lee el nombre “Halcyon” y que en la versión cortazariana dice así: “Y al fin se acercaba la fecha de nuestras nupcias cuando, una tarde de invierno —en uno de estos días intempestivamente cálidos, serenos y brumosos que son la nodriza de la hermosa Alción¹ [...]” Mientras que en la versión carraliana se lee así ese pasaje y con el nombre “Alcíone”: “Con el paso del tiempo se acercaba ya el momento de nuestras nupcias cuando, una tarde de invierno de uno de esos días anormalmente cálidos, tranquilos y neblinosos para la época del año que permiten criar a la hermosa Alcíone [...]”

     

Diez Cuentos de Terror, p. 111

       
  “El pozo y el péndulo”, por su parte, inicia con cuatro versos en latín que Cortázar no tradujo, pero Carral sí y cantan, exultantes y triunfalistas, en su correspondiente pie de página: “La impía muchedumbre de torturadores/ alimentó sus abundantes locuras con la sangre de los inocentes, sin saciarlas./ Ahora que la patria está a salvo y la cueva de la ruina destrozada,/ donde reinó una muerte espantosa surgen vida y salud.” Pero lo que al inicio le falta a la versión carraliana de “El pozo y el péndulo” es la apostilla del propio Poe que sigue (o corresponde) a tal cuarteta y que en la versión cortazariana dice entre paréntesis: “Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que había de ser erigido en el emplazamiento del Club de los Jacobinos en París.”

           

Cuentos/1 (Alianza, 1984), p. 74 (detalle)

         
 Quizá esas mutilaciones no son un mal desempeño de Susana Carral, sino de Jesús Egido, pues en la página legal figura como el autor del Diseño y maquetación. Y quizá le hundió el bisturí y le metió tijera a ese cuento para dizque “armonizar” con el sentido del aviso que se lee, entre paréntesis, al pie de la primera página de “Berenice”, pues es el relato que inicia los Diez Cuentos de Terror: “Todas las notas son de la traductora”. Este tipo de manoseos o meteduras de mano ajenas al traductor (que más bien son meteduras de pata) suelen ocurrir. Por ejemplo, en la 3ª edición de Narraciones extraordinarias, antología de doce relatos de Poe, número 133 de la serie El Club Diógenes, editado en Madrid por Valdemar en “marzo de 2019”, algún pseudocorrector le añadió entre paréntesis “N. del T.” a la susodicha nota de Poe colocada allí en un pie de página: “Cuarteta compuesta para las puertas de un mercado que había de erigirse en el emplazamiento del Club de los Jacobinos, en París.” Pues es difícil ver a un traductor profesional (en este caso Mauro Armiño) inflando la pechuga para colgarse y lucir un supraconsabido crédito que no le pertenece.

         

Narraciones extraordinarias (Valdemar, 2019), p. 247

           
Vale puntualizar que Edgar Allan Poe era proclive a escribir, en sus cuentos, epígrafes y notas al pie de página a veces en otros idiomas ajenos a la lengua inglesa, ya de índole verídica, apócrifa o imaginaria, como es el caso del fragmento en inglés, atribuido a Joseph Glanvill, que encabeza a “Ligeia”, pues según apunta Félix Martín en su antología de trece Relatos de Edgar Allan Poe publicada en Madrid por Ediciones Cátedra (Letras Universales, 1988; Mil Letras, 2009): “La cita es invención del autor, por más estratégica que resulte su función narrativa.” Y como al parecer es el caso de la citada cuarteta en latín que preludia a “El pozo y el péndulo”, pues según reporta Margarita Rigal Aragón en su correspondiente traducción y nota: “Según Baudelaire, el mercado al que alude Poe es el de St. Honoré, pero no tuvo puertas ni tal inscripción.”

       De igual modo, Poe era proclive a escribir extranjerismos en el texto de sus cuentos (ya sea títulos, frases, fragmentos o palabras sueltas). Un caso emblemático puede ser “El hombre de la multitud”, que incluye vocablos y líneas en alemán, francés, griego y latín. Cortázar no tradujo esos detalles lingüísticos del cuento (resaltados por él con cursivas, con excepción de los caracteres griegos) y se observa que, por regla, no tradujo más que lo estaba escrito en inglés por Poe; su intención, se deduce, era dar idea del uso de Poe de diversos extranjerismos (sobre todo en francés y latín) que, incluso, podían ser errados. Vale observar, entonces, que en esa vertiente idiomática gana la versión cortazariana versus versión carraliana.

         

Fortunato y Montresor
(Ilustración: María Espejo)

     
Veamos algunas minucias, tomando en cuenta que a diferencia de Cortázar —vale reiterarlo—, Carral sí tradujo (y por ende gana en esto) los epígrafes de “El pozo y el péndulo”, de “Berenice” y de “La caída de la casa Usher” (los dos primeros en latín y el tercero en francés). En tal sentido ganancioso, Cortázar tampoco tradujo, pero Carral sí, las líneas en francés y en latín que se leen en el texto de “Berenice”.  Y también tradujo, y Cortázar no, la significativa y trascendental divisa en latín del escudo de armas de los Montresor (“Un gran pie humano de oro en campo de azur; el pie aplasta una serpiente rampante, cuyas garras se hunden en el talón.”) que en el texto de “El barril de amontillado” el vengativo Montresor —la voz narrativa— le recita a Fortunato como una especie de soterrado e  inminente vaticinio (o cuchillo sin hoja al que le falta el mango, diría Lichtenberg): Nemo me impune lacessit (“Nadie me ofende impunemente”).

       En la versión cortazariana de “La caía de la Casa Usher” se lee: “A mi entrada, Usher se incorporó de un sofá donde estaba tendido cuan largo era y me recibió con calurosa vivacidad, que mucho tenía, pensé al principio, de cordialidad excesiva, del esfuerzo obligado del hombre de mundo ennuyé. Pero una mirada a su semblante me convenció de su perfecta sinceridad.”

            Mientras que en la versión carraliana se le mochó lo ennuyé (aburrido), pese a que Poe lo utilizó: “Al verme entrar, Usher se levantó del sofá en el que yacía y me saludó con un afecto jovial en el que había mucha cordialidad exagerada, según pensé en un principio, mucho empeño forzado del hombre de mundo que se siente incómodo. Sin embargo, al observar su semblante me convencí de su sinceridad.”

            Más adelante, en la misma versión cortazariana se lee: “He hablado ya de ese estado mórbido del nervio auditivo que hacía intolerable al paciente toda música, con excepción de ciertos efectos de instrumentos de cuerda. Quizá los estrechos límites en los cuales se había confinado con la guitarra fueron los que originaron, en gran medida, el carácter fantástico de sus obras. Pero no es posible explicar de la misma manera la fogosa facilidad de sus impromptus.”

            Mientras que en la versión carraliana ese consabido y recurrente término musical utilizado por Poe en plural (impromptus) fue eliminado con sonora cacofonía: “Ya he hablado de esa afección mórbida del nervio auditivo que volvía intolerable cualquier tipo de música al enfermo, con la excepción de algunos efectos de los instrumentos de cuerda. Quizá los estrictos límites que él mismo se imponía con la guitarra fueran en gran medida el origen del carácter fantástico de sus representaciones. Pero eso no explicaba la ferviente facilidad de sus improvisaciones.”

            En la versión cortazariana de “La verdad sobre el caso del señor Valdemar” se lee: “Pensando si entre mis relaciones habría algún sujeto que me permitiera verificar esos puntos, me acordé de mi amigo Ernest Valdemar, renombrado compilador de la Bibliotheca Forensica y autor (bajo el nom de plume) de Issachar Marx de las versiones polacas de Wallenstein y Gargantúa.”

            Mientras que en la versión carraliana se lee “seudónimo” por nom de plume, pese a que Poe así lo escribió: “Cuando empecé a buscar a un sujeto para comprobar esos datos pensé en mi amigo Ernest Valdemar, el famoso compilador de la Bibliotheca Forensica y autor (bajo el seudónimo de Issachar Marx) de las versiones en polaco de Wallenstein y de Gargantúa.”

       En el mismo cuento, Cortázar transcribe, tal cual, como lo escribió Poe, el nombre del alumno de medicina que asiste al hipnotizador “P...”: “Theodore L...l”; pero Carral, que según el antólogo hizo una traducción bastante cercana al original, lo mocha, lo acorta y le añade un punto: “Theodore L.” Por ende, luego, en la versión cortazariana se lee: “señor L...l” o simplemente: “L...l”; mientras que en la versión carraliana se lee: “Sr. L.” Cabe recalcar que en español esto suena “Señor Ele”; “Pe” el apellido o nombre del hipnotizador “P...”; y “Ele-ele” o “Ele” el apelativo de “señor L...l”.

      En otro pasaje la versión cortazariana preserva el vocablo en latín verbatim (literal) que empleó Poe: “El señor L...l tuvo la amabilidad de acceder a mi pedido, así como de tomar nota de todo lo que ocurriera. Lo que voy a relatar procede de sus apuntes, ya sea en forma condensada o verbatim.” Mientras que en la versión carraliana se eliminó verbatim: “El Sr. L. tuvo la amabilidad de acceder a mi deseo y tomó notas de lo ocurrido. Gracias a eso, todo lo que ahora contaré será una copia exacta o un resumen de lo que anotó.”

   

Diez Cuentos de Terror, p. 197

       
Vale observar que, sobre la versión carraliana de “La verdad sobre el caso del Sr. Valdemar”, en la página legal de Diez Cuentos de Terror se registra que su título “original” es The Facts in the Case of Mr. Valdemar (1845); pero en la correspondiente nota de la versión cortazariana se lee que el “Título original” fue The Facts of M. Waldemar’s Case, y que así se publicó en “diciembre de 1845” en American Review. Margarita Rigal Aragón, en su nota correspondiente, reitera esto; pero además, entre corchetes, añade un comentario bibliográfico que resulta interesante transcribir: “Posteriormente, y todavía en vida del autor, fue publicado bajo varios títulos diferentes. Así, en diciembre de 1845, aparecería en el Broadway Journal como ‘The Facts in the Case of Mr. Valdemar’; en el Morning Post de Londres, en enero de 1846, con el título de ‘Mesmerism in America’; también en Londres y en el año 1846 fue reimpreso como un panfleto independiente con el nombre de Mesmerism ‘in Articulo Mortis’. An Outstanding and Horrifying Narrative Showing the Extraordinary Power of Mesmerism in Arresting the Progress of Death; y en el Boston Museum [sic], el 8 de agosto de 1849, aparecería, de nuevo, con su primer título, ‘The Facts of M. Waldemar’s Case’.” No obstante, lo más llamativo y sorprendente de esa nota ocurre cuando Rigal apunta que el cuento “fue interpretado por los lectores como un caso verídico con gran sorpresa de Poe”; pese a que no bosqueja cuándo y dónde ocurrió tal cosa.

   Otra minúscula discrepancia de índole parecida es la siguiente. En la página legal de Diez Cuentos de Terror se dice que el “título original” de “La máscara de la Muerte Roja” es The Masque of the Red Death (1842). Pero en la correspondiente nota de Cortázar se lee: “título original: The Mask of the Red Death: A Fantasy”; publicado en “mayo de 1842” en Graham’s Lady´s and Gentleman’s Magazine. Margarita Rigal Aragón casi coincide con Cortázar, pues registra el título así: The Mask of the Red Death. A Fantasy; coincide con la fecha de su publicación; pero acorta el nombre de la revista: Graham´s Magazine; y comenta entre corchetes: “El subtítulo, ‘A Fantasy’, fue eliminado en la reimpresión del 19 de julio de 1845 del Broadway Journal.”

            Se observa, además, que ambas versiones coinciden al datar el año de publicación de los diez cuentos en inglés. (No obstante, según se lee en una nota de Félix Martín sobre El palacio encantado que Roderick Usher recita en “La caída de la Casa Usher”: “Este poema aparecería por primera vez en 1839, en la revista Baltimore Museum. Posteriormente fue incluido en el relato, en donde cumple una función narrativa crucial.” Pero no precisó en qué edición y cuándo: si fue primero el huevo o la gallina, pues el cuento apareció en septiembre del mismo año en Burton’s Gentleman´s Magazine.) También coinciden al escribir en español los títulos de siete de los diez relatos: “Berenice”, “Ligeia”, “La máscara de la Muerte Roja”, “El pozo y el péndulo”, “El corazón delator”, “El gato negro” y “El entierro prematuro”.

   Mientras que las tres excepciones son las siguientes: el título de la versión cortazariana de “La verdad sobre el caso del señor Valdemar”, en la versión carraliana es “La verdad sobre el caso del Sr. Valdemar”; el título de la versión cortazariana de “La caída de la Casa Usher”, en la versión carraliana es “La caída de la casa Usher”; y el título de “El tonel de amontillado” de la versión cortazariana, en la versión carraliana es “El barril de amontillado”.

     Y así podríamos estarnos: bajo la sombra de Poe, castrando, descuartizando o degollando al diosecillo Cronos hasta la consumación de los tiempos.

 

Julio Cortázar

III de III

Con un buen tamaño (c. 23 x 18 cm), grueso papel mate de calidad y una esmerada tipografía a dos tintas (roja y negra), el visual volumen en cartoné Diez Cuentos de Terror, cuyo Diseño y maquetación es obra de Jesús Egido, le da relevancia al escritor norteamericano Edgar Allan Poe y al unísono a la ilustradora española María Espejo, quien además brinda una dedicatoria en una exclusiva e ilustrada página interior: “A mi hermano Ignacio,/ que siendo niño escondía mis dibujos/ entre sus tesoros más preciados.” De ahí que en la segunda de forros el escritor y la artista gráfica figuren con una imagen de sus rostros y una breve nota sobre ellos.

           

Diez Cuentos de Terror, p. 163

           
El dibujo que ilustra la primera de forros es un detalle de una estampa dispuesta a lo largo y ancho de la página 163, aledaña al pasaje de “El gato negro” donde el beodo alude la pesadilla que lo acosa en torno al segundo minino de gran tamaño: “¡Ay de mí! ¡Ni de día ni de noche pude volver a descansar! De día, el bicho no me dejaba a solas ni un momento, y de noche me despertaba cada hora entre horribles delirios para encontrarme el aliento de esa cosa sobre mi rostro y su enorme peso, como una pesadilla encarnada, apoyado eternamente en mi corazón.” Como se observa, esa inquietante y onírica imagen que se lee en el cuento de Poe (y que ilustra Espejo) es una reminiscencia de la ancestral y antigua creencia popular que personifica a la pesadilla en una vieja que oprime el cuerpo del que la sufre; lo cual encaja, además, con “la creencia antigua según la cual todos los gatos negros son brujas disfrazadas”, misma que solía repetir la esposa del beodo en los felices tiempos del primer gato negro, llamado Plutón en ambas versiones. Por otra parte, esa imagen escrita por Poe (ilustrada por Espejo) evoca la figuración que el pintor Füssli corporificó (e inmortalizó) en el lienzo La pesadilla (1781).

 

La pesadilla (1781), pintura de Füssli

           Pero, como si se tratase de una caja de sorpresas, al hacerle strip-tease; es decir, al deslizarle los forros al volumen, la portada y la contraportada de las pastas duras aparecen ilustradas con detalles de una lámina que, en “La máscara de la Muerte Roja”, ilustra un instante en el que los metálicos pulmones de latón del gigantesco reloj de ébano interrumpen la música y congelan la alharaca y los movimientos de la licenciosa y voluptuosa mascarada que el príncipe Próspero organizó en la larga encerrona en su excéntrica abadía almenada y fortificada con altos portones metálicos, fatalmente clausurados como una gran tumba abovedada de saludables y cachondos muertos vivientes. Esa imagen de María Espejo se observa, completa, a lo largo y ancho de las páginas 102 y 103.

   

Diez Cuentos de Terror, p. 102-103 (detalle)

         
Mientras que a lo largo y ancho de las páginas 134 y 135 se observa una pesadillesca, terrorífica y caricaturesca visión, relativa a los murales que el torturado, en “El pozo y el péndulo”, ve plasmados en las móviles y ardientes paredes metálicas del artilugio de tortura y muerte; en cuyo trazo y tamiz se translucen rasgos, ecos y evocaciones de los arquetípicos, pesadillescos, infernales, moralistas, alucinantes y fantásticos óleos de El Bosco; e incluso de los míticos empalados de Vlad Tepes El Empalador.

   

Diez Cuentos de Terror, p. 134-135 (detalle)

     
  Se observa que a lo largo del volumen Diez Cuentos de Terror confluyen dos clases de ilustraciones de María Espejo. Unos son los dibujos y láminas a color que mucho tienen de cómic o novela gráfica; y otros son los dibujos y viñetas en negro que devienen, por defecto, de las milenarias y anónimas sombras chinescas originadas en el mítico teatro de sombras chino; en cuya prolífica y vasta vertiente no escasean los reputados artistas gráficos, como es el caso del hacedor e ilustrador de libros infantiles Jean Piénkoski. (Recuerdo, particularmente, El cuento de la calle de una sola dirección, de la narradora británica Joan Aiken, donde las abundantes ilustraciones de Jean Piénkoski se hallan inmersas y ensambladas en las páginas donde discurre la narración.)

 

El cuento de la calle de una sola dirección (Alfaguara, 1985), p. 80-81

           
Diez Cuentos de Terror, p. 224-225 (detalle)

       
 Se nota que Jesús Egido procuró con desvelo cada detalle visual del volumen. En este sentido, descuella el diseño de la primera página de cada uno de los diez relatos numerados (no obstante, el resultado hubiera sido más congruente y mejor con números romanos y caracteres góticos): ilustración ex profeso, capitular con viñeta intrincada, y hoja cuyas tonalidades semejan la textura y el color del papel de estraza. Y al unísono destaca el diseño de varias páginas donde converge y se ensambla lo que se narra con la ilustración. Pero quizá el frijolillo en el arroz radique en las minúsculas y curiosas viñetas de calaveritas negras con el par de huesitos negros que caprichosamente dividen a “Berenice” en cuatro partes. Pues además de que en el cuento “original” esa división no existe, esas calaveritas con huesitos cruzados, que remiten a la legendaria y universal estampa de la bandera pirata, irían bien en “El escarabajo de oro”, pero en “Berenice” desentonan y están fuera de contexto, y sólo son un lúdico capricho visual. No menos caprichoso y lúdico que la proliferación de la repetitiva viñeta que se observa en las guardas negras, en la portadilla interior y en el lomo, y que es el logo de la editorial Reino de Cordelia.

 

Edgar Allan Poe, Diez Cuentos de Terror. Traducción de Susana Carral. Prólogo de Luis Alberto de Cuenca y Pardo. Ilustraciones y viñetas de María Espejo. Diseño y maquetación de Jesús Egido. Colección Ilustrados número 77, Reino de Cordelia. Madrid, invierno de 2017. 232 pp.

 

lunes, 7 de noviembre de 2022

El castillo de Barbazul

 

Esa casa es un agujero negro

 

I de VII

Editada por Tusquets en la Colección Andanzas, en marzo de 2022 apareció, en México y España, El castillo de Barbazul, tercera entrega de Terra Alta, serie de novela negra del escritor español Javier Cercas (Cáceres, 1962), protagonizada por Melchor Marín, “el héroe de Cambrils”.

           

Colección Andanzas, Tusquets Editores
Ciudad de México, marzo de 2022

           Vale recordar, brevemente, que Melchor Marín —según se lee en Terra Alta (Planeta, 2019)—, entonces un mosso d’esquadra de una comisaría de Nou Barris (empeñado, en secreto, en localizar a los asesinos de su madre), la madrugada del 18 de agosto de 2017 iba manejando su auto
“a veinte kilómetros de Tarragona”, cuando recibió otra llamada de la comisaría que le ordena desviarse “hacia Cambrils”, pues “Parece que puede haber otro atentado terrorista”. Inesperado encontronazo que ipso facto lo convirtió en el mediático y sonoro “héroe de Cambrils”, pues fue él quien liquidó, con su atronadora arma, a cuatro terroríficos yihadistas. Entonces, para proteger su identidad y su vida fue destinado a la comisaría de la Terra Alta, en el pueblo de Gandesa; en cuya Biblioteca Municipal conoció a Olga Ribera, la bibliotecaria, quince años mayor que él, con quien se casó y tuvo una hija: Cosette. Pero Olga Ribera murió en el hospital, en 2021, tras ser embestida por un vertiginoso auto que le quebró el cráneo y se dio a la fuga. Crimen con el que, desde la sombra y el anonimato, se pretendía advertir y aterrorizar al policía Melchor Marín para que dejara de investigar, por su cuenta, el oscuro intríngulis del caso Adell, por entonces irresuelto y “archivado de manera provisional”.

            Según se lee en Independencia (Tusquets, 2021) —segunda entrega de la serie Terra Alta—, el poli Melchor Marín, desde hace cuatro años, en el cementerio a las afueras del pueblo, casi cada sábado coloca “flores frescas y limpia con un paño la lápida, donde se lee: ‘Olga Ribera, Gandesa, 1978-2021’”. Y por invitación expresa del inspector Blai, flamante jefe del Área Central de Investigación de Personas en Egara (el complejo de los Mossos d’Esquadra próximo a la Ciudad Condal) y otrora sargento y su jefe en la escueta Unidad de Investigación de la comisaría de la Terra Alta, se incorpora, en julio de 2025, a la Unidad de Secuestros y Extorsiones para, ex profeso, investigar el chantaje del que está siendo objeto Virginia Oliver, la alcaldesa de Barcelona. Investigación que el poli Melchor Marín resolvió a la vanguardia, en solitario y tras bambalinas, cubriendo sus pasos de sabueso rastreador y justiciero irredento. Es decir, el vídeo sexual con que amenazaban a la alcaldesa nunca se hizo público y la policía dio por cerrado el caso. Pero Melchor, que recuperó el vídeo y evitó que la alcaldesa renunciara, se lo entregó a esta con un pacto de silencio entre ella y él. Y por azares y confluencias del destino, pudo, durante la pesquisa, encontrar y ajusticiar a los violadores, torturadores y asesinos de su madre.

            En este sentido, diez años después, en 2035, en una conversación informal en la masía de Rosa Adell, “para evitar los silencios incómodos y tal vez para intentar distraer a Melchor” (quien a la mañana siguiente volará a Mallorca en busca de Cosette), “saca a colación la noticia político-mediática del día: Virginia Oliver, exalcaldesa de Barcelona y actual presidenta de la Generalitat, acaba de anunciar que, a pesar de que había contraído el compromiso solemne de no ocupar el cargo durante más de ocho años, volverá a presentarse a las próximas elecciones”. Tema que da pie a que Paca Poch, sargento y jefa de la Unidad de Investigación de la comisaría de la Terra Alta, le pregunte a su jefe el inspector Blai: “¿es verdad que usted y Melchor se ocuparon del chantaje que intentaron hacerle cuando era alcaldesa?” Y se lo pregunta “Porque lo ha leído en las novelas de Cercas” —un botón de muestra del recurrente divertimento del autor de colocarse en la urdimbre de la trama, clisé iniciado en Independencia—. “Eso”, y el “vídeo sexual”, “es casi lo único que es verdad”. Le responde Blai.

Javier Cercas

      “Eso y que me cargaron el caso a mí cuando estaba en Egara. Fue justo antes de volverme aquí, harto de comerme marrones. ¿Verdad, Melchor?

 “Melchor asiente, pero no dice nada, y, mientras se toman la macedonia que ha preparado Ana Elena [la sirvienta boliviana], los dos policías [Paca y Blai] y Rosa hablan sobre el caso. Este fue muy sonado, no tanto por el asunto en sí, sino porque se había resuelto al mismo tiempo que perecían, en un incendio ocurrido en la Cerdanya, el exmarido de la alcaldesa [Daniel Casas], el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento [Enric Vidal] y el líder de la oposición conservadora [Gonzalo Rosell], así como el jefe de la guardia pretoriana de la alcaldesa [Hematomas] y otra persona cuyo cadáver jamás se llegó a identificar [Ricky Ramírez, el soplón y grabador del vídeo sexual]. La simultaneidad entre esas cinco muertes y el fin del chantaje a la primera regidora disparó conjeturas, la más insistente de las cuales afirmaba que la escabechina había sido el resultado de una lucha gansteril por el poder de la capital catalana, que los muertos habían intentado extorsionar a la alcaldesa para arrebatarle el bastón de mando y que la alcaldesa había aprovechado la coyuntura para desembarazarse de ellos ordenando aquella masacre disfrazada de accidente.

“—Eso no es lo que cuenta Cercas —asegura Paca Poch.

“—A Cercas, ni caso —recomienda Rosa—. Se lo inventa todo.

“—No sé lo que cuenta Cercas, pero la del asesinato es la versión que se ha impuesto —sostiene Blai, con una mueca despectiva—. Y es falsa. Aquello fue un accidente, no un asesinato. Lo que pasa es que eso a la gente le parece demasiado prosaico. Prefieren inventarse una conspiración, que mola más. La realidad nos aburre, esa es la triste verdad. Preferimos la fantasía. No tenemos remedio, Paca: somos una panda de idiotas.”

 II de VII

La novela El castillo de Barbazul comprende cuatro partes, con sus correspondientes capítulos, más un “Epílogo”. Y cada una de esas cuatro partes está precedida por un capítulo en letra cursiva, en el que se bosqueja, sobre todo, la biografía, el ideario y la perspectiva mental y sexual de Cosette, la hija de Melchor Marín, huérfana de madre desde los tres años, pasando por el dilema psíquico y nodal que la aqueja en 2035, cuando a sus 17 años descubre en la web, por su cuenta e incitada por los dichos y rumores de sus compañeras del último curso de bachillerato en el Instituto Terra Alta, que su madre no murió en un accidente, sino que fue atropellada por un auto que conducía Albert Ferrer, el entonces marido de Rosa Adell y progenitor de sus cuatro hijas; y que tal aciaga muerte, supone, puedo evitarse si su padre, el policía Melchor Marín, no hubiera insistido en investigar los ocultos y hediondos trasfondos del caso Adell: la tortura y masacre de los padres de Rosa y el asesinato de la camarera rumana. 

         

Ilustración de Wischniowski

      Ese hallazgo es para Cosette un shock de lo más traumático y revulsivo: se avergüenza por segunda vez de su papá, su otrora inmaculado héroe, una especie de idealizado paladín cubierto de una armadura resplandeciente, que ahuyentaba el peligro y vencía a los malos; y se siente engañada y traicionada por quien ahora ve como el asesino de su madre; lo cual se refleja en la neurótica y agria acritud y distanciamiento ante él y frente a su círculo de amigas; en el creciente desinterés escolar y ante sus vaporosas expectativas universitarias en Barcelona. De modo que Cosette, que previo a la Semana Santa había ido a pasar cinco días de vacaciones en Mallorca con su amiga Elisa Climent, no regresa con esta y se queda allá. Según le dice Elisa a Melchor al llegar a la estación de autobuses de Gandesa, “Cosette está bien. Me ha dicho que se quedaba porque necesita pensar. Y que cuando llegara, le llamara a usted para decírselo.” A lo que de inmediato se suma el hecho de que Cosette no le toma la llamada y de quien luego recibe un imprevisto wasap: “Papá, no me llames, por favor”; “No quiero hablar contigo. Estoy bien. No te preocupes y déjame respirar un poco.” Oscuro trasfondo que se agudiza aún más cuando, tratando de localizarla con apoyo policíaco de la comisaría de Terra Alta y del sargento Pol Cortabarría, jefe de la Unidad Central de Personas Desaparecidas en Egara, recibe un par de wasaps aún más desconcertantes cuando ya anda en la isla de Mallorca rastreando a su hija: “El primero contiene una ubicación de la plaza del Duomo, en Milán; el segundo, un mensaje. ‘Papá, sé que me estás buscando’, dice. ‘Déjame en paz, por favor. Estoy muy bien, pero no quiero saber nada más de ti. He conocido a una persona y no pienso volver a casa. No vuelvas a llamarme ni escribirme, porque no te voy a contestar. Adiós.’”

III de VII

Vale decir que en 2035, Melchor Marín, el legendario “héroe de Cambrils”, hace cinco años dejó la policía y se convirtió en bibliotecario en la Biblioteca Municipal de Gandesa; es decir, se da por entendido que concluyó, a distancia, sus estudios de biblioteconomía en la Universitat Oberta de Catalunya —algo que ya estaba haciendo hace una década, según se lee en Independencia—. Y esa modesta labor de gris bibliotecario (que comparte con una colega llamada Dolors) avergonzó, por primera vez, a su hija Cosette, quien entonces tenía doce años y aún creía que su padre era una especie de héroe, el paladín de la armadura resplandeciente que luchaba contra los malos y la protegía de los peligros. No obstante, pese a su modesto empleo, Melchor es amante de Rosa Adell, la acaudalada heredera del emporio transnacional fundado con Gráficas Adell por su asesinado padre. Rosa Adell, una exitosa mujer de negocios, también es quince años mayor que Melchor Marín; es decir, tiene 55 años y en la infancia fue amiga de Olga Ribera. No obstante, pese a su edad, a sus cuatro hijas y a sus nietos, es bastante sensual y cachonda; de ahí que en un pasaje erótico diga de sí misma: “Soy una vieja lujuriosa”. Y si fuera por ella se casaría de inmediato con él. Curiosamente, al final del pasaje, que se lee en Independencia, donde infructuosamente Rosa trata de introducirlo en su recámara en un hotel de Barcelona, “le dice, señalándolo con su índice admonitorio”: “No te engañes, Melchor”. “Tú siempre serás un poli.”

            Y parece que es así —inextricable al hecho de que en el fondo de sí mismo es un irrefrenable justiciero de armas tomar—, pues diez años después, en la isla de Mallorca, pese que no tiene placa de policía (ni de detective privado) y a que allí no tiene conocidos ni ninguna jurisdicción, en busca de su hija hace una pesquisa detectivesca que lo lleva a descubrir y a toparse con la corrupción policial y sistémica que gira en torno a uno de los hombres más ricos y poderosos del globo terráqueo: Rafael Mattson, un supuesto filántropo y benefactor de la infancia más desvalida que posee una delirante mansión en el Cabo de Formentor.

          

Ilustración de Christoph Wischniowski

         
Y aquí vale subrayar que, junto a su habilidad e instinto de sabueso rastreador, a Melchor Marín lo asiste su buena estrella en momentos clave. En Terra Alta esclarece el caso Adell y el asesinato de su esposa Olga Ribera (pese a que el reconocimiento a la postre se lo cuelga, con el pecho inflado, el sargento Blai) gracias al empujoncito tras bambalinas que le brinda un poderoso capo mexicano, cuyos guardaespaldas lo secuestran y lo llevan a suite de lujo en Barcelona, donde lo pone al tanto de sus particulares y remotas razones para mover las piezas del abstruso ajedrez. En Independencia da con los asesinos de su madre al investigar la extorsión y el chantaje del que está siendo víctima la alcaldesa de Barcelona y los liquida sin dejar ningún rastro. Y En el castillo de Barbazul recibe en su correo electrónico un anónimo mensaje que lo lleva a Can Sucrer, la casa rural donde vive Damián Carrasco, un viejo cuya imagen a Melchor Marín le traen a la memoria “estampas de viejos guerreros, o de samuráis”. Damián Carrasco supone que el recién llegado quiere comprar la casa y va a remitirlo con el propietario, un tal Biel March; pero Melchor lo interrumpe: “No quiero comprar nada [...] Vengo de Cataluña. Mi hija se perdió aquí hace dos días y me han dicho que hable con usted.” El viejo le pregunta si “¿Ha oído hablar de Rafael Mattson?”. El supramediático “financiero, el magnate, el filántropo, el gran hombre [...] Tiene una casa aquí al lado, en Formentor. Una mansión, más que una casa. Lo más probable es que su hija esté ahí. O que haya estado ahí.”

          

Ilustración de Wischniowski

         
Damián Carrasco, un fortachón y sesentón que fue guardia civil, le asegura “que Mattson es un depredador sexual”. Y algo ve y advierte en Melchor (quizá al “héroe de Cambrils”), pues además de resumirle, con la lengua floja y la mandíbula aceitada, que Rafael Mattson tiene bajo su nómina a policías, jueces y magistrados, le dice: “En esta isla, quien no está a sueldo de Mattson sabe que hay cosas sobre las que es mejor no preguntar... Mattson tiene cogida por los huevos a un montón de gente. En esta isla y fuera de la isla. Y por eso hace lo que le da la gana.” Y le pide a Melchor que le muestre la grabación que obtuvo (a través de un contacto de Blai) en la que se observa a “su hija saliendo de [la discoteca] Chivas la noche que despareció.” Damián amplía la grabación en su computadora, localiza la imagen y le dice de la mujer que acompaña a Cosette: “Se llama Diana Roger. Es una de las conseguidoras Mattson.” Y según le dice, la mayoría de las chicas que desaparecen en la mansión de Mattson vuelven a aparecer: “Unas reaparecen al cabo de un tiempo. Otras se quedan con Mattson o con gente de Mattson, trabajando para él o haciéndole compañía o lo que sea. Las que desaparecen probablemente estén muertas. Algunas de ellas son de aquí, de la isla, chicas normales y corrientes, pero la mayoría son turistas... En fin, esa casa en un agujero negro.” Por la que ha desfilado el rutilante y fétido mundillo del alto pedorraje de la jet set: “magistrados, ministros, celebridades, periodistas estrella, banqueros, presidentes del Gobierno... La cr
ème de la crème. Y, como la casa está llena de cámaras, Mattson los ha filmado a todos.” O sea: “las juergas sexuales que les organiza a sus invitados, y por supuesto las suyas, que para eso es un narcisista de manual.” Y, según le dice, el epicentro (el corazón delator) de la mansión de Mattson es lo que él llama “la cámara del tesoro” (ídem el gabinete secreto y prohibido de Barbazul, el celebérrimo coleccionista de sanguinolentos cadáveres de mujeres asesinadas por él); pues como “Mattson es un depredador sexual”, “se puede imaginar lo que guarda allí. Fotos, grabaciones, papeles, trofeos, de sus víctimas...” O sea: “ropa interior, pulseras, pendientes, pelo público, chicles mascados, de todo. Es posible que también guarde partes de cuerpo conservadas en formol, cosas como lóbulos de orejas, dientes o pezones... En fin, lo que necesita un depredador para revivir el momento en que abusó de sus víctimas.” 

       

Ilustración de Christoph Wischniowski

          Y, según le asegura, como si viera el futuro en una bola de cristal: para acabar con ese ser de las tinieblas “Lo que hay que hacer es entrar en esa habitación, llevarse el disco duro del ordenador donde Mattson guarda las fotos y las grabaciones y, si es posible, fotografiar el resto. Y luego hay que dar a conocer todo eso, enseñárselo al mundo para que quede claro qué clase de individuo es Mattson [...] Esa es la forma de acabar de una vez por todas con ese hombre.”

   

Ilustración de Wischniowski

       Y antes de que el bibliotecario se marche de Can Sucrer, Carrasco le dice, luego de levantarse del sillón de orejas y de escribirle algo en una hoja de papel: “Piénselo. —El antiguo guardia civil dobla la hoja por la mitad y se la tiende—. Hágame ese favor. Y, si decide echarme una mano, ahí tiene mi teléfono. Llámeme y hablamos. Hace tiempo que espero una oportunidad. —Carrasco le pone el papel en la mano y se la cierra sobre él—. Usted decide si ese tipo sigue haciendo de las suyas o no. Pero recuerde bien lo que le he dicho: no va a recuperar a su hija sin destruir a Mattson.”

           Para refrendar tal aserto, Damián Carrasco previamente le resumió el declive de su actividad policíaca, lo cual ocurrió “doce años atrás, cuando el antiguo guardia civil era un capitán recién ascendido y acababan de nombrarlo jefe del puesto de Pollença”. Por un par de denuncias sobre muchachitas desaparecidas y sexualmente abusadas, empezó a investigar a Rafael Mattson. Y en un momento “empezó a detectar irregularidades: lentitudes y torpezas inexplicables, pruebas que no se practicaban o se practicaban mal y a destiempo, testigos que no querían declarar después de haberse ofrecido a hacerlo. Las justificaciones del jefe de la Policía Judicial [...] no le convencieron, y elevó el caso a sus superiores en Inca y en Palma.” Y luego de la persistente vigilancia y de las amenazas con que fue acosada la esposa de Carrasco (“le habían pedido que le dijera a su marido que tuviese mucho cuidado y que no metiera las narices donde no debía”), una abogada del magnate lo visitó e intentó amortiguarlo, pero no pudo. “Por entonces la Guardia Civil y la Policía Nacional de Mallorca investigaban desde hacía unos meses a un cártel de tráfico de estupefacientes que operaba en todo el archipiélago y, poco después de la visita de la abogada de Mattson, se desencadenó una operación contra esa red en la que detuvieron a doce personas, una de las cuales declaró durante los interrogatorios subsiguientes que el jefe del puesto de la Guardia Civil de Pollença estaba vinculado a la organización. Ese mismo día, agentes de la Guardia Civil de la comandancia de Palma irrumpieron en casa de Carrasco y hallaron en un armario doscientos gramos de cocaína y trescientos mil euros en billetes de cincuenta. Carrasco fue detenido, interrogado y juzgado y, aunque se hartó de proclamar que ni la cocaína ni el dinero eran suyos y que era víctima de un complot urdido contra él por no haber cedido a las pretensiones de Mattson, terminó expulsado de la Guardia Civil y condenado a ocho años de prisión, de los cuales cumplió dos y medio.”

          

Ilustración de Wischniowski

           
Pero además le muestra, en un oculto habitáculo de Can Sucrer, el archivo que ha conformado durante “diez años de trabajo”, “de trabajo y de preparativos” para derrotar a Mattson: “Distribuidos por la estancia, hay un arcón, un catre, un escritorio, sillas y archivadores; pero lo que sobre todo atrae la atención de Melchor son las paredes, todas ellas forradas de fotografías, recortes de periódicos y revistas, fotocopias, gráficos, diagramas, dibujos, croquis y toda clase de documentos —centenares, miles de ellos— relacionados con Rafael Mattson. Deslizando una mirada atónica en torno a él, Melchor siente que aquel lugar tiene la forma exacta de una de esas pesadillas irrespirables en las que el vértigo de la lucidez se confunde con el de la locura.” Todo un delirante y pesadillesco gag de set cinematográfico, característico de un psicótico sumergido y perdido en un mundo paralelo.

           

Ilustración de Wischniowski

         El caso es que esa misma tarde, al salir de Can Sucrer y tras arrancar el Mazda alquilado con cuyo navegador y voz de robótica fémina se mueve y guía por la isla, descubre una llanta pinchada. Un par de jóvenes, una mujer y un hombre, se le acercan para ayudarlo. Pero en realidad lo golpean y secuestran. Y al recuperar el sentido, auxiliado por una camarera sudamericana que le da un analgésico, observa que se halla en el gimnasio de la mansión de Mattson; quien casi media hora después aparece, con un par de matones, disculpándose con mucha hipocresía, pavoneo y palabrería, haciendo énfasis en el dizque deferente trato que le brinda por ser “el héroe de Cambrils”, casi el legendario sastrecillo valiente que mató a siete de un golpe: “Matar a cuatro terroristas de una sola tacada no está al alcance de cualquiera, ¿sabe usted cuántas vidas pudo salvar? Supongo que se lo habrán preguntado muchas veces”. Y además de descalificar las supuestas e inofensivas mentiras que sobre él deglute y rumia el otrora guardia civil Damián Carrasco, con mucho cinismo no niega que Cosette estuvo en su casa y se acredita que gracias a él la ha encontrado, pues, le dice, como si cantara un aleluya o el Himno a la alegría, ya está de regreso en el hostal Borr
às, donde se hospedó con Elisa Climent al llegar a Port de Pollença, y donde Melchor también lo hizo para buscarla por la isla, y por ello le presta un móvil para que llame y constate. El gerente del hostal le responde: “Ha aparecido su hija [...] La he llevado a su habitación.” Y Melchor le pide o le ordena: “No deje entrar a nadie en esa habitación”. “Ponga a un camarero en la puerta y espéreme a la entrada del hotel. Voy para allá.” “Melchor recorre en poco más de diez minutos el trayecto que separa Formentor de Port de Pollença, con los neumáticos del Mazda agarrándose entre chirridos a las curvas de los acantilados sobre el mar, que a esa hora es un gran lienzo oscuro picoteando aquí y allá por lucecitas temblorosas.” Y antes de verla “acostada en la cama, de espaldas a él en posición fetal”, el gerente le dijo: “Le he llamado varias veces a su teléfono, pero no me contestaba [...] Un coche la ha dejado tirada en la acera. Eso me han dicho. Yo no lo he visto. La pobre chica... No sé qué le ha pasado, pero algo le ha pasado.”

IV de VII

Melchor Marín regresa con su hija a Gandesa. Al trauma psíquico con el que Cosette partió de vacaciones a la isla de Mallorca, se le ha sumado el trauma por el abuso sexual del que fue víctima entre los dos días y medio en que estuvo desparecida en la mansión del magnate Rafael Mattson. En medio de su hermetismo y de los temas tabú (al parecer vergonzantes y culposos), Cosette prácticamente se la pasa encerrada en su cuarto y distante de su padre; no se incorpora a la escuela, ni quiere hablar con sus amigas ni ver a nadie. “De hecho, Cosette se pasa los días enteros encerrada en su habitación, tumbada en la cama, la mayor parte del tiempo durmiendo o mirando el techo o acurrucada en la misma postura fetal en que Melchor la encontró en su habitación del hostal Borràs al salir de la mansión de Rafael Mattson, de vez en cuando leyendo o mandando wasaps o viendo programas o series de televisión en su tableta. Come poco y mal, y parece víctima de un agotamiento permanente y una tristeza sin fondo, cada vez más delgada, más pálida y más encogida en sí misma.” No obstante, da indicios de querer salir de la evanescencia y del profundo pozo negro porque, sin esfuerzos, acepta que su padre la lleve con una psicóloga que a Melchor Marín se la recomienda Rosa Adell. La psicóloga diagnostica una anemia y una depresión provocada por los abusos sexuales y vejaciones a los que fue sometida durante dos días y medio. Y para su tratamiento le recomienda a Melchor que la interne en la Clínica Mercadal, en Vallvidrera; cosa que Cosette acepta y cuyo alto costo subsidia Rosa Adell. Y si bien Melchor no logra comunicarse con su hija durante las visitas que le hace en la clínica, a través de los diálogos que tiene, con el doctor Mercadal y con la doctora Ibarz, va enterándose de ciertas menudencias (y con él el desocupado lector) y de su paulatino proceso de resarcimiento.

            Y al unísono de sus devaneos mentales y de su rutina laboral en la Biblioteca Municipal de Gandesa, fermenta en Melchor Marín la propuesta justiciera que le hizo el viejo Damián Carrasco en Can Sucre. De modo que desde la biblioteca marca el número que le rotuló en el papelito. Pero Damián Carrasco lo manda a la porra. No obstante, al poco tiempo le llega una carta postal en la que, además de sugerirle adquirir un móvil ex profeso para comunicarse con él al número de un móvil que le da —puesto que el otro lo supone pinchado por la gentuza de Mattson—, le resume su plan para colarse a la mansión y sustraer el disco duro del “cofre del tesoro”. Según le dice, junto a él participará un especialista que conocerá a su debido tiempo. Y además de que le encomienda conseguir las armas y los artilugios y pertrechos para el asalto nocturno, debe integrar a siete participantes más, pues, según le apunta, deben ser diez elementos en total.      

     En resumidas cuentas, Melchor obtiene el aval financiero de Rosa Adell para conseguir en el mercado negro el armamento y los demás chuchulucos de avanzadilla. Y además ella propone (y luego consigue) que la noticia que eclosionará y divulgará la identidad predadora de Rafael Mattson haga boom a través de “Caracol Televisión, el canal más importante de Colombia”, a cuyo presidente, Gonzalo Alvarado, conoció, en una finca a tres horas y media de Medellín, a través de un amigo del novelista Javier Cercas: el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, célebre por su memorioso libro El olvido que seremos (2006), adaptado al cine en la homónima película estrenada en 2019, con la dirección de Fernando Trueba y el papel protagónico del actor Javier Cámara. Para conformar el comando de ocho asaltantes (Melchor incluido), explora en la dark web el catálogo de mercenarios y sus costes. Pero también empieza una labor de persuasión y reclutamiento entre sus conocidos. La sargento Paca Poch acepta de inmediato y también el exsargento Vàzquez, a quien hace una década apoyó y cubrió ante el síndrome bipolar que lo aqueja y que lo descarriló de la investigación del chantaje a la alcaldesa de Barcelona. Vàzquez, a quien no veía desde hace dos lustros, le dice que ya leyó “Las novelas de Cercas” donde aparece “el héroe de Cambrils”. 

   

Javier Cercas

         La segunda, Independencia, en la que se narra el caso de la alcaldesa de Barcelona, la leyó porque Vero, su mujer, le dijo que salía él. Y, le comenta, que en esa novela no se “dice lo que ahora dice todo el mundo, o sea, que a los tres tenores y a Hematomas se los cepilló la alcaldesa... Lo que dice es que te los cepillaste tú, porque descubriste que habían matado a tu madre. —En la semioscuridad del zaguán [del criadero de perros en el municipio La Seu d’Urgell] Vàzquez sonríe con todos los dientes, abriendo mucho los ojos y moviendo a un lado y otro la cabeza—. ¿Qué te parece?... En fin, es lo que dice Vero: las mentiras venden más que la verdad, porque son más resultonas y más fáciles de contar.”

   Algo de esfuerzo y rispidez le cuesta a Melchor involucrar a Ernest Salom, el excaporal y su otrora compañero, guía y amigo tras su llegada a Gandesa en 2017, quien ahora tiene 62 años (“Vive en Prat de Comte” y “cuida de las casas rurales de sus hijas”) y con quien no hablaba desde que en 2021 lo descubrió involucrado en el encubrimiento de Albert Ferrer, autor intelectual del asesinato de sus suegros y el asesino de Olga Ribera; complicidad por la que Ernest Salom pasó siete años y medio en la cárcel de Lledoners. El sesentón e inspector Blai —uniformado jefe de la comisaría de la Terra Alta—, con quien Melchor, cada mañana se toma un café y chismorrea en el bar del japonés Hiroyuki (de quien se dice “había llegado a España con la intención de aprender flamenco, pero la leyenda local, que el interesado desmiente con grandes risotadas y aspavientos, afirma que se esconde de uno de los clanes de la yakuza, que lo persigue para descuartizarlo), se niega con rotundidad, bemoles, palabrotas y reproches. Pero a la hora en que Paca Poch, Vàzquez, Salom y Melchor están sesionando en el departamento de este, llega a integrase, pero con muchas ganas de irse y de no participar, y sólo porque de algún modo Rosa Adell lo convenció. El corro discute los pros y contras de incluir a tres mercenarios, pues según el plan de Carrasco deben ser diez los participantes en el asalto. Pero como no se fían de los mercenarios, deciden que irán a Mallorca sólo ellos cinco y esto sólo lo sabrá Carrasco cuando ya estén reunidos en un departamento en Pollença, un día antes del asalto. Por ende, con Damián Carrasco y el especialista que resulta ser una diminuta exguardia civil llamada Caty (“un mujer muy pequeñita, delgadísima, morena y compacta, con un rostro infantil y una mirada nerviosa”), que conoce y domina el sistema de seguridad que protege y blinda la mansión de Mattson, conforman el número siete; que, quizá no es casualidad, es el arquetípico número de Los siete samuráis (1954), el clásico del cine japonés de Akira Kurosawa; y del wéstern Los siete magníficos (1960), remake y entertainment hollywoodense dirigido por John Sturges; donde, en cada caso, siete diestros valentones y justicieros intervienen para defender y derrotar a una depredadora banda de forajidos que expolia a una vulnerable comunidad campesina que ignora el manejo de las armas y por ende no sabe defenderse y guerrear contra los intrusos; en el primer caso, los humildes samuráis lo hacen por el honor, la heroicidad, el sentido de la justicia y un poco de arroz; en el segundo caso, los magníficos pistoleros, sin ocupación y sin un clavo en el bolsillo, lo hacen por el arrojo, la aventura y unos cuantos dólares que son nada.

   

Fotograma de Los siete magníficos (1960)

         El sábado que Melchor vuela a Mallorca rumbo al asalto, ya en el aeropuerto, “justo a las doce, la hora indicada por el doctor Mercadal, llama a Cosette. Por precaución, lo hace desde el mismo teléfono que usa para comunicarse con Carrasco y con los demás y lo primero que le pregunta su hija es por qué ese sábado no irá a verla. El tono de la pregunta no es quejoso sino despierto, casi festivo, y en ese momento Melchor toma una decisión irracional, que a él mismo le sorprende: contarle a Cosette la verdad” de lo que va a hacer en la isla de Mallorca con el apoyo de los conjurados en el asalto nocturno. Al final de la paciente escucha, Cosette le dice:

—Papá.

“[...]

“—¿Qué?

“¿Puedo pedirte una cosa?

—Claro.

“Cosette tarda un segundo en contestar:

“—Acabad con él.”

Fotograma de Los siete samuráis (1954)

V de VII

El asalto a la mansión de Rafael Mattson debe ocurrir, y ocurre, la noche del domingo, entre las 21:30 y las 23:30. Esas dos horas son un regalo de los dioses para los siete justicieros, pues además de que el magnate no está en la isla ni habrá orgía, durante ese lapso ocurrirá la final de la Champions entre el Barça y el Madrid; un tiempo durante el cual, canturrea Carrasco con retórica de hincha futbolero, “el planeta Tierra dejará de girar, las calles se vaciarán, la gente contendrá la respiración, se hará un silencio sideral”. Además del plano de la casona y del entorno, Carrasco, el indiscutible mariscal de campo, provee el plan de incursión y fuga, y distribuye posiciones, movimientos y responsabilidades. Según Caty, el sistema de seguridad que blinda la fortaleza de Mattson “se llama Odín” y es el mismo “que protege el Congreso de los Diputados y la Moncloa”. Según dice en esa reunión sabatina y casi nocturna en el departamento de Pollença, el programa de “Odín es tan sofisticado que no necesita que lo reinicien, él mismo lo hace sin que nadie se lo ordene... Siete minutos, tarda en hacerlo. Siete minutos exactos: ni uno más ni uno menos. Durante ese tiempo, toda la seguridad de la casa de Mattson estaría bloqueada, suspendida. Eso significa que no funcionarán ni las cámaras de vigilancia, ni las alarmas, ni el sistema de reconocimiento del iris. Nada. Durante siete minutos, la finca entera se quedaría a la intemperie, sin ninguna protección. Desamparada. Uno podría entrar en ella y andar de un lado para otro como Pedro en su casa... Para el sistema, es un punto ciego, su talón de Aquiles.” Y Caty, como especialista que conoce al dedillo ese sofisticado programa de seguridad porque trabaja en la empresa que lo instaló, puede “engañar al sistema, hacerle creer que ha cometido un error”, y por ende propiciar que se reinicie y que la mansión de Mattson sea una inocua coladera durante siete cabalísticos minutos.

            Pero ojo: luego de ese lapsus provocado por Caty con un ciberataque a distancia, la fortaleza de Mattson, como por arte de birlibirloque, se convertirá en una mortal ratonera y los ratones un fácil blanco, pues según les informa: “Al cabo de esos siete minutos todo volvería a la normalidad [...] El sistema volvería a activarse y seguirá funcionando, igual que si no hubiese ocurrido nada. Pero Odín es Odín y, si ese patrón no ha sido un simple error del propio sistema, si no ha sido espontáneo, si alguien lo ha provocado, él sabe que algo raro pasó. Es decir, al cabo de ese paréntesis de siete minutos el sistema se da cuenta de que el error no ha sido suyo, de que alguien le ha obligado a reiniciarse, de que le han engañado y de que, en realidad, ha sido víctima de un ciberataque [...] Por lo tanto, actúa en consecuencia y, para protegerse, blinda la casa, cierra las puertas y ventanas y lanza chorros de humo para cegar a los intrusos e impedirles escapar... A partir de ese momento, ya es imposible salir del cofre del tesoro. De ahí y de toda la casa, que se cierra a cal y canto, herméticamente [...] Dicho de otra manera, en teoría, el parón en el sistema os daría siete minutos para entrar en la casa, llegar al cofre del tesoro, coger el disco duro y volver a salir.”

         

Ilustración de Wischniowski

            Y según precisa Carrasco, “el ordenador en cuestión posee un disco duro dotado de una memoria de veinte terabytes, suficiente para no necesitar conectarse a la nube y para resultar, por lo tanto, invulnerable a las incursiones de los hackers.” “Ese es el cofre del tesoro [...] Toda la casa está blindada con la idea de protegerlo. O, para ser más preciso, toda la casa está blindada con la idea de proteger el disco duro que contiene la torre del ordenador.” Y según apostrofa sobre el asalto nocturno: “Lo ideal sería que hiciéramos todo eso en tres minutos.” Y luego hay que darles una copia a los colombianos para que emitan rápidamente las imágenes. “Esto es importante. Importante, no: importantísimo. No hay que dar tiempo a que Mattson reaccione. Hay que mantener el efecto sorpresa. Por eso la rapidez es fundamental.”

           


       El caso es que tres de los siete paladines, camuflados en la oscuridad con indumentaria táctica, son los que entran a la boca del lobo: Damián Carrasco, Melchor Marín y Paca Poch, quien convertida en la lady flash de los siete fantásticos de la Liga de la Justicia, se mete a toda celeridad hasta lo profundo de la peliaguda “cámara del tesoro” (el gabinete prohibido de Barbazul) y extrae el disco duro de la computadora y sale corriendo a toda ultrasónica máquina. En la refriega, Melchor resulta herido en una rodilla y por ello será un diablo cojuelo por el resto de sus días. Mientras Ernest Salom, que se metió entre las balas para rescatarlo y salvarle el pellejo, resulta herido por un proyectil que le entró por debajo del chaleco antibalas y salió de su cuerpo sin causar ningún daño de gravedad, pese al sangrado y demás etcéteras.

 

VI de VII

Dos días después de que Rosa Adell, en Bogotá, le entregara a Gonzalo Córdoba una copia del disco duro sustraído de la computadora del supuesto benefactor de la humanidad cuya ONG, Loving Children, “dedicada a combatir las enfermedades y la desnutrición infantiles en el Tercer Mundo”, tiene su sede en Estocolmo, precisamente “El 26 de mayo de 2035, el informativo nocturno de Caracol TV se abre con una exclusiva mundial: el equipo de reporteros de la cadena televisiva se halla en posesión de documentos que muestran al magnate y filántropo norteamericano Rafael Mattson realizando actividades sexuales con menores de edad. Según los presentadores del noticiario —M.ª Teresa Orozco y Kevin Martínez, acaso la pareja más influyente del periodismo colombiano del momento—, las imágenes fueron tomadas en una mansión de recreo que Mattson posee en el Municipio de Pollença, España, son numerosísimas y en ellas no sólo aparece el célebre multimillonario de origen sueco, sino también un nutrido elenco internacional de personalidades de las finanzas, la política, la televisión, el cine, el deporte y el periodismo, a quienes Mattson invitaba a sus esparcimientos sexuales y, verosímilmente, grababa sin su consentimiento. Los dos presentadores puntualizan que, a pesar de que se trata de imágenes que pueden herir la sensibilidad de la audiencia, por su valor periodístico la cadena se siente en la obligación, tanto moral como profesional, de emitir una pequeña muestra espigada del conjunto. Acto seguido, ponen en pantalla tres breves fragmentos en blanco y negro, de calidad desigual pero suficiente para identificar sin posibilidad de duda a quienes los protagonizan, aunque a las presuntas víctimas de Mattson se les ha difuminado el rostro para que resulten irreconocibles. En el primer fragmento, Mattson aparece completamente desnudo y cercado por varias adolescentes; el magnate las besa, las acaricia y se deja acariciar y besar mientras todos bailan, beben, fuman y esnifan un polvillo blanco que lo más probable es que sea cocaína. En el segundo fragmento, Mattson fuerza a una menor de edad con la ayuda de una mujer y un hombre. En el tercero, otra menor le realiza un masaje a Mattson, que yace tumbado en una camilla, hasta que la grabación se corta cuando la chica empieza a masturbarlo. Mientras se emiten las imágenes, los dos periodistas se alternan describiéndolas o comentándolas, como si por sí solas no fueran lo bastante explícitas, y al terminar de hacerlo afirman en tono solemne que la cadena se ofrece a proporcionar una copia de los documentos que obran en su poder a las autoridades competentes españolas, con el fin de que estas emprendan las acciones judiciales oportunas.

            “La noticia es una bomba viral. Inmediatamente satura las redes sociales y se hacen eco de ella cadenas de televisión, radios, ediciones digitales de periódicos y medios informativos de todo el mundo, que reutilizan con permiso de Caracol TV las imágenes o parte de las imágenes difundidas por el noticiero.”

           

Ilustración de Wischniowski

          Todo ello incide, y era de esperar y era el propósito, en la fractura y desmoronamiento, a nivel global, de la impoluta imagen pública de Rafael Mattson. Y cuando la estridencia del caso Mattson aterriza en España y se remite a Palma de Mallorca, el juez del juzgado de instrucción número 2 de Inca lo archiva, dado el mafioso influjo corruptor del magnate. Pero el escándalo mediático sigue in crescendo y la justicia española es cuestionada y puesta en entredichos; en consecuencia, ese juez es apartado de su cargo a la espera de juicio y el caso se traslada a los tejemanejes del juzgado número 3 de Inca, cuyo juez también tiene cola que le pisen: estaba en la nómina de Mattson, según se desvela en el artículo “El juez estrella”, publicado en el Diario de Mallorca por Matías Vallés, “el periodista estrella” de ese periódico digital que el bibliotecario Melchor Marín lee en la Biblioteca Municipal de Gandesa. No obstante, según narra la omnisciente voz narrativa:

            “La primera diligencia que ordena Ricardo Lozano, titular del juzgado de instrucción número 3 de Inca y juez instructor del caso Mattson, sorprende a propios y extraños, pero sobre todo sorprende a los abogados de Mattson: consiste en dictar una orden de entrada y registro de la mansión del magnate en Formentor. Un doble propósito anima el procedimiento: por un lado, hallar evidencias y preservar pruebas de los delitos que le imputan a Mattson, antes de que alguien pueda destruirlas; por otro, verificar que las imágenes difundidas por Caracol TV —una copia de las cuales ha sido remitida motu proprio al juez por el medio colombiano— se grabaron efectivamente en esa casa, como sostienen los periodistas [quienes además, para que las pruebas no sean invalidadas durante el juicio, ‘ya han dicho un montón de veces que un desconocido dejó el disco en la redacción’].

        

Ilustración de Wischniowski

         
“Un dispositivo conjunto de guardias civiles y Policía Nacional lleva a cabo por sorpresa la operación, en presencia del propio juez Lozano y de un letrado de la administración de justicia, y aquel mismo día se filtran a la prensa imágenes de lo que Carrasco llamaba el cofre del tesoro; al cabo de apenas unas horas están dando la vuelta al mundo. El efecto que producen en la opinión pública mundial es demoledor para el maltrecho prestigio de Mattson —en una vitrina de cristal blindado se distinguen decenas de trofeos sexuales acumulados por el magnate, algunos conservados en formol— y el juez instructor dicta de inmediato una Orden Europea de Detención y Entrega (OEDE) contra Mattson, quien sólo en ese momento comprende que su blindaje está a punto de pulverizarse y olvida su soberbia y su elevado concepto de sí mismo e intenta ponerse a buen recaudo huyendo de Suecia. No lo consigue: la policía escandinava lo detiene en el aeropuerto de Arlanda, cuando se halla a punto de abordar un vuelo privado con destino a Brasilia, y, a la vista del alto riesgo de fuga que presenta el detenido, un tribunal reunido en el Palacio de Justicia de Estocolmo acuerda en un juicio de extradición su ingreso en la cárcel de Österåker en régimen de prisión preventiva. Cuatro días más tarde, cuando nadie se ha recuperado aún de la impresión de ver a Rafael Mattson esposado y escoltado por policías, con un aire aturdido de hombre que no sabe lo que está ocurriendo o que no se lo acaba de creer, el mismo tribunal sueco, tras considerar que las pruebas contra el filántropo son apabullantes y valorar la enorme alarma social creada por el caso, ordena extraditar a Mattson y trasladarlo sin dilación a España con el fin de que sea juzgado. Para acabar de complicar las cosas al magnate, una de las mujeres identificadas como víctimas suyas por el juez Lozano, gracias a las grabaciones conservadas en la mansión de Formentor, presenta una denuncia contra él justo el día en que aterriza en el aeropuerto de Mallorca, y en apenas dos días más lo hacen otras cuatro, dos de ellas originarias de Palma y otras dos de Barcelona.”

          

Ilustración de Wischniowski

         
Según reporta luego la omnisciente, minuciosa y engolosinada voz narrativa: a “mediados de septiembre, el caso Mattson ha adquirido una fisonomía distinta. Veintiséis mujeres han denunciado por el momento al magnate, acusándolo de diferentes delitos sexuales, y el número de imputados en la causa, entre ellos dos senadores estadounidenses, un jeque del pequeño emirato de Sharjah y un ex primer ministro sueco, asciende a diecinueve, todos ellos hombres identificados por sus víctimas en las grabaciones o las fotografías tomadas en la mansión de Formentor. Algunos de estos personajes han huido o desparecido y, aunque el juez Lozano emite órdenes de busca y captura contra todos ellos, no parece probable que vayan a ser extraditados en un plazo breve de tiempo de los países donde han buscado refugio, por lo que todo apunta a que el magistrado se verá en la obligación de crear una pieza separada del caso para juzgarlos cuando pueda tenerlos a su disposición, a ellos y a los demás sospechosos que aparecen en las imágenes y que aún no ha logrado identificar. Todo apunta también a que la instrucción de aquella macrocausa puede durar como mínimo dos años, que el fiscal puede acabar solicitando para Mattson una condena de siglos de prisión y que el tribunal puede acabar condenándolo a cuarenta y cinco años, la máxima pena prevista el código penal español. Y no faltan juristas que auguran que el caso Mattson podría dilatarse mucho más en el tiempo, y que, hasta pasadas las dos décadas que la ley española señala como fecha de prescripción de los delitos, podrían seguir siendo sometidos a juicio responsables de las tropelías cometidas en la mansión de Formentor. En cuanto a la opinión pública —que de manera un tanto arbitraria ha bautizado a ese lugar como El castillo de Barbazul—, el parecer generalizado es que el caso Mattson representa un parteaguas en el combate contra la impunidad de los abusos contra las mujeres, y muchos analistas lo comparan con el caso Weinstein, que casi veinte años atrás, al sacar a la luz los atropellos sexuales del todopoderoso mandamás de la industria cinematográfica norteamericana, catalizó la rebelión de las hembras de Occidente contra su sempiterno sometimiento a los varones y desencadenó el movimiento Me Too, que pretendió acabar con esa lacra secular para luego desinflarse progresivamente.”

 

Weinstein, “bendito” entre las mujeres de Hollywood 

VII de VII

Vale concluir la nota reportando que buena parte de quienes participaron en la conjura clandestina para descarrilar al predador Rafael Mattson se reúnen en una celebración, festiva y amistosa, en la masía de Rosa Adell, incluido Ernest Salom, otrora apestado y repudiado porque en 2021 encubrió a Albert Ferrer, el entonces marido de Rosa, quien contrató a los sicarios que mataron a los padres de ella y a la criada rumana, y luego mortalmente embistió con un auto a la bibliotecaria Olga Ribera, esposa del poli Melchor Marín y madre de Cosette, la niña de entonces tres años.

            “—¿Estás segura de que quieres ver a Salom? —pregunta él.

            “—Segurísima —contesta Rosa.

            “Siempre creí que Salom hizo lo que hizo por dinero —reflexiona luego Melchor—. Para pagar los estudios de sus hijas [universitarias en Barcelona]... Me equivoqué. No digo que el dinero no contase, pero también trató de ayudar a un amigo, igual que me ha ayudado a mí. Me ha costado quince años entenderlo, pero es lo que hizo. Bueno, quince años y una bala en la rodilla.

            “—No sé lo que hizo Salom —admite Rosa—. Pero, fuera lo que fuese, a ti te ha salvado. Lo uno va por lo otro.”

       Por otra parte, Melchor Marín, a través de una conversación telefónica con el artista Biel March, el dueño de Can Sucre, se enteró de algunas peculiaridades biográficas del exguardia civil y excapitán Damián Carrasco; por ejemplo, le pregunta al bibliotecario y justiciero: “¿Le dijo alguna vez que era comunista? [...] Pues lo era. Comunista de carnet... Increíble, ¿verdad? Debía de ser el único comunista de la Guardia Civil. No tenía dinero ni para comprarse unos zapatos, pero seguía pagando la cuota del partido, y eso que ya nadie sabe si queda un partido comunista en España... Yo me reía de él. Le decía: ‘Damián, debes ser el último comunista que queda en este país’. ¿Y sabe lo que me contestaba? ‘No me toques los huevos, Biel’, decía. ‘Mi abuelo era comunista, mi padre era comunista y me moriré siendo comunista.’” Quizá de corazón y de atávico, anacrónico y esclerótico ideario. Pero el meollo es que el camarada Karrascovich, luego del asalto a la mansión del controvertido y pestilente magnate, se quedó fijo como un clavo: como todo un samurái en estática posición de ataque (o de un estatuario pistolero del lejano y salvaje Oeste antes del duelo) no pestañeó ni se movió de Can Sucrer (donde un médico, amigo de Biel March, dio los auxilios preliminares a los dos heridos que luego regresaron a Gandesa, vivitos y coleando: Melchor y Salom). Y lo que hizo fue destruir su archivo e inmolarse. Pero antes liquidó a los cuatro matones de Mattson que fueron por él (cuatro de un golpe). Es decir, con esa acción de kamikaze evitó que algún indicio lo relacionara con los ocultos participantes en el asalto nocturno. Y más aún: evitó que los abogados del magnate acusaran que “Carrasco había robado las imágenes”, pues entonces “las pruebas contra Mattson serían nulas. Y, si no hay pruebas, no hay caso.” 

     Vale añadir que “Cosette abandonó la Clínica Mercadal dos semanas después del asalto a la mansión de Mattson, cuando el escándalo ya hacía tiempo que había estallado, pero ni siquiera lo comentó, no al menos con Melchor, ni con Rosa. Tampoco lo hizo las semanas siguientes.” Pese a que “A mediados de agosto”, el bibliotecario y su hija se fueron a vivir a la masía de Rosa Adell y por ello rentaron el departamento donde vivían en la calle Costumà, el mismo donde vivía Olga Ribera cuando él la conoció en 2017, recién desempacado en Gandesa.

   

Ilustración de Wischniowski

           Pero Cosette tampoco habla con su padre de su recuperación, que aún no es completa y quizá nunca lo sea, según el criterio compartido por los facultativos que la trataron en la Clínica Mercadal; y por ello aceptó proseguir con la terapia con un psicólogo de Tortosa. Lo cual evidencia que pone mucho de su parte para lograrlo; tanto como el hecho de que también denunciará al predador sexual, pese a que Melchor trata de disuadirla para que no lo haga, incluso con el infructuoso apoyo del inspector Blai. “Quiero declarar contra Mattson. Quiero contar lo que me hizo. Y quiero contárselo a él a la cara. A él y a los demás.” “Ha salido a su padre”, le dijo Blai a Melchor por teléfono luego de hablar con ella. “Terca como una mula... Te estamos esperando en comisaría para tomarle declaración.”

   Desde luego que la denuncia de Cosette podía ocurrir y Melchor no la descartaba. Y tampoco resulta muy sorpresivo e inesperado que su hija, en la misma tesitura en sordina de autorrecuperación a ultranza, se haya empeñado, motu proprio, en emparejase en sus estudios del último curso de bachillerato en el Instituto Terra Alta, tanto que al iniciar septiembre aprueba con un 8,3 el examen extraordinario de Selectividad para ingresar a la universidad en Barcelona. Pero el intríngulis es que contra todo pronóstico, dado que desde pequeña se distinguía en las matemáticas y para allá iba encaminada antes de que su cosmovisión se trastocara al descubrir el asesinato de su madre y lo que su padre nunca le dijo, no opta por ese ámbito del conocimiento y de las ciencias duras, sino por la mítica armadura del paladín de la justicia: “Voy a ser policía.” Le anuncia al bibliotecario Melchor Marín, muy seria

   

Ilustración de Christoph Wischniowski

             Con lo cual, al parecer, de algún modo se reconcilia con la imagen y el concepto que tenía de su padre durante la temprana infancia; una época ideal y onírica; y una nostálgica edad de oro para ambos, cuando él, antes de dormir, le leía libros del siglo XIX; y ella creía que su papá, el paladín de la armadura resplandeciente, estaba amasado con los mismos materiales que los protagonistas de las novelas de aventuras que, desde que tenía uso de razón, él le leía por las noches, con los mismos que los sheriffs o pistoleros de los viejos wésterns que le gustaban a Vivales y que este le leía, antes de dormir, cuando la acogía y protegía en su departamento en Barcelona (que luego les heredó); un entrañable abuelo para Cosette, una entrañable figura paterna para Melchor.

 

Javier Cercas, El castillo de Barbazul. Terra Alta III. Colección Andanzas, Tusquets Editores. Primera edición mexicana. Ciudad de México, marzo de 2022. 400 pp.

Nota: las ilustraciones de Christoph Wischniowski pertenecen a Barba Azul (FCE, 2012), adaptación del texto de Charles Perrault, traducido del francés al español por  Mariana Mendía.