viernes, 3 de noviembre de 2023

Creencias de nuestros antepasados

 

El corazón casi zen de las cosas

 

En el quinto número de la revista fotográfica Luna Córnea (CONACULTA, 1994) dedicado a la fotografía de las cosas, aún se pueden apreciar las ocho fotos en blanco y negro tomadas por la indígena chiapaneca Maruch Sántiz Gómez (sólo dos de ellas figuran con sus correspondientes textos en tzotzil y en español: No comer tronco de repollo y No pegar con rastrojo y carrizo) que ilustraron el artículo “Caligrafía de las cosas”, del poeta y periodista Hermann Bellinghausen, precedidas por el retrato que Carlota Duarte le tomó a Maruch, en 1994, en la puerta de su casa de madera situada en un rincón del campo chamula; más una nota sobre ella en la que se lee: “Maruch (María) Sántiz Gómez nació en Cruztón, Chiapas. Con sus escasos 19 años, Maruch es actriz y escritora en lengua tzotzil. Las imágenes que presentamos a continuación forman parte de su proyecto de investigación de 47 creencias ancestrales. El objetivo último, asegura Maruch, es lograr que estos conocimientos no se extingan.” 

 

Maruch Sántiz Gómez en 1994

Foto: Carlota Duarte

      En este sentido, para ejemplificar por dónde va la danza del bolonchón y la cadencia coral de los versículos, se pueden transcribir el par de citados textos en español; o sea: los textos de las dos creencias que se leen allí. La que se rotula No comer tronco de repollo
cuya correspondiente foto es un canasto, con repollos en el interior, que descansa en el suelo de tierra, le aconseja al atragantado: “Es malo comer tronco de repollo; dicen que no va uno a poder tumbar luego el árbol que va costar mucho y que cada rato se brinca los pedazos en los ojos [sic].”

     

No comer tronco de repollo

Foto: Maruch Sántiz Gómez

          Y la conseja que se titula: No pegar con rastrojo y carrizo
cuya correspondiente foto son siete varas de carrizo depositadas en el suelo de tierra, advierte al que mide con esa vara: “Es malo pegar a una persona con rastrojo y carrizo, esa persona se enflaquece, ya que el rastrojo y carrizo no tiene humedad y lo mismo queda nuestro cuerpo, pero no a la gente le provoca mal [sic] si no también los borregos [sic].”

No pegar con rastrojo y carrizo

Foto: Maruch Sántiz Gómez 
           
               Dos años después, en el número 9 de la revista Luna Córnea (CONACULTA, 1996)
dedicado a los retratos de niños, se incluyó un artículo de Hermann Bellinghausen sobre los chiquillos zapatistas: “Su fragilidad actual”, ilustrado con excelentes imágenes (inextricables al drama social e individual que documentan) tomadas por conocidos fotorreporteros: Raúl Ortega, Darío López-Mills, Francisco Mata, Ángeles Torrejón y Marco Antonio Cruz. 

           

Niños zapatistas (1995)

Foto: Raúl Ortega

           Cuyo conjunto parece concluir con un texto del indígena Genaro Sántiz Gómez y una foto tomada por su hermana Maruch, confusión inducida por el hecho de que tales páginas no figuran en el registro del índice. “Nuestro señor y los demonios”, el texto del entonces joven Genaro Sántiz Gómez (en español, tzotzil e inglés)
nacido en 1979, en Cruztón, Chiapas, es una fábula naíf y fantástica en la que narra, con brevedad y cierta impronta mítica y cosmológica, el trasfondo de los eclipses solares y lunares:

“Cuentan que cuando nuestros antepasados no veneraban al Sol ni a la Luna, los demonios se multiplicaron demasiado y fueron a rodear al Sol, y ya no dejaban pasar sus rayos a la Tierra para que nos alumbre.

“Entonces, nuestros antepasados empezaron a gritarle al Sol para que alumbre, porque salieron muchos animales a tratar de comerse a la gente aprovechando la obscuridad, pero que al escuchar el grito de la gente los demonios se asustaron y se alejaron como los monos, y que desde ese entonces empezaron a adorar al Sol. Y como una seña de lo que pasó vemos todavía los eclipses del Sol y de la Luna.”

 

Niño zapatista (1995)

Foto: Raúl Ortega

          
Y la imagen que lo acompaña, concebida por Maruch Sántiz Gómez y que se halla en la página de al lado, es una prueba más de su talento fotográfico. Ante la dificultad de comprimir en palabras el magnetismo o el encanto del inefable retrato del pequeño indígena que se ve allí, baste citar el telegráfico pie de foto de la autora: “Mi hermanito Domingo tiene una canasta en la mano. Chiapas, 1994-95.”

          

Mi hermano Domingo tiene una canasta en la mano
(Chiapas, 1994-95)

Foto: Maruch Sántiz Gónez

            
El proyecto de Maruch Sántiz Gómez esbozado en el quinto número de la revista Luna Córnea fue objeto, cuatro años después, de un reconocimiento más. (Proyecto que no deja de romper la regla, si se piensa que lo “normal” es que el indígena sea el fotografiado y no el fotógrafo.) Con el patrocinio de la Fundación Ford, y coeditado por el Centro de la Imagen, el CIESAS y Casa de las Imágenes, apareció, “el 5 de febrero de 1998”, el título Creencias (así se denomina en la portada, en el lomo y en el colofón, pero en el interior se amplía a Creencias de nuestros antepasados), donde Maruch Sántiz Gómez exhibe 43 fotografías en blanco y negro, cuyos encuadres o construcción escénica comprende objetos de la vida cotidiana, personas indígenas, paisaje y fauna. Cada foto, con título, está precedida por un texto breve en tres idiomas: tzotzil, español e inglés. Esto es así porque sus imágenes ilustran los textos que ella transcribió (o articuló) de la tradición oral comunitaria.

           

Fundación Ford/Centro de la Imagen/CIESAS/Casa de las Imágenes
 (México, febrero 5 de 1998)

           La edición de Creencias, de dos mil ejemplares, fue diseñada y cuidada por Pablo Ortiz Monasterio, fotógrafo y editor que fundó y dirigió la revista Luna Córnea (hasta el número 15, correspondiente a mayo-agosto de 1998). En la solapa de la contraportada se observa un detalle del espléndido retrato que a Maruch le tomó Carlota Duarte (es el mismo retrato que se aprecia, con un encuadre más amplio, en el quinto número de Luna Córnea), junto a una nota (en español e inglés) que da visos sobre el origen y las actividades de la escritora y fotógrafa indígena: “Maruch Sántiz Gómez nació en 1975 en Cruztón, un paraje del municipio chamula. Comenzó su trabajo fotográfico en 1993, a los 17 años, como participante en el Proyecto Fotográfico de Chiapas y como miembro de Sna Jtz’ibajom/La Casa del Escritor, una asociación indígena de escritores en San Cristóbal de las Casas. Unos meses después empezó la serie de las Creencias, en la que continúa trabajando. Actualmente forma parte del equipo del Archivo Fotográfico Indígena. Está casada y vive con su esposo y su hijo en Romerillo, un paraje chamula cerca de Cruztón.”

          

Niños zapatistas (1994)

Foto: Darío López-Milles

           
Creencias de nuestros antepasados incluye dos prólogos (en español e inglés). El primero es de Carlota Duarte, directora del Archivo Fotográfico Indígena del CIESAS (Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social) y creadora, en 1992, del Proyecto Fotográfico de Chiapas, en cuya férula y cobijo Maruch Sántiz Gómez aprendió el uso de la cámara y los procedimientos técnicos del cuarto oscuro, y que empieza diciendo:

    “En enero de 1993, Maruch me pidió una cámara para usar durante el fin de semana. Pocos días después, cuando ya había procesado la película y me mostró las hojas de contacto, me conmovieron profundamente su visión y sus ideas. También me alegré de haber permanecido fiel a mi intención original de no intervenir o influir en las imágenes de aquéllos a quienes yo estaba enseñando fotografía.

“Mi propósito al crear el Proyecto Fotográfico de Chiapas, en 1992, fue —y continúa siendo— el de facilitar a la gente indígena el acceso a implementos y materiales fotográficos, ayudándoles a adquirir habilidades en el uso de la cámara y el cuarto oscuro. Quería animarlos a que utilizaran la fotografía para sus propios fines, y que se sintieran libres de escoger sus propios temas y acercamientos.”

       

No mencionar el nombre de la hoja de bejao al hacer tamales

Foto: Maruch Sántiz Gómez

         El segundo prólogo es de Gabriela Vargas Cetina, investigadora del CIESAS-Sureste. Y enseguida se reproduce el mismo artículo (en castellano e inglés) que Hermann Bellinghausen escribió ex profeso para el número 5 de Luna Córnea; de ahí que su reflexión gire, centralmente, en torno a la manera en que Maruch fotografió las cosas vinculadas a las creencias y consejas que de un modo oral preserva y cultiva su comunidad tzotzil.

         

No tomar agua de donde se lavan las manos al tortear

Foto: Maruch Sántiz Gómez

       Para un agnóstico y racionalista urbano, los textos y las fotos de Creencias pueden dar idea e indicios de los atavismos, la miseria y el pensamiento mágico (plagado de supercherías y supersticiones) de una etnia indígena rezagada y anclada en el pasado, que además se hallaba en la olla del conflicto beligerante que desencadenó la aparición del EZLN (Ejército Zapatista de Liberación Nacional) en enero de 1994 y que aún ahora, en septiembre de 2021, pese al paso del tiempo, a los ineludibles cambios, a las peligrosas variantes del
virus SARS-CoV-2, y a la distensión parcial que suponen las sucesivas e inconclusas o abortadas políticas gubernamentales (incluida la demagógica 4T y el predador y antiecológico trenecito Maya), pugna, con su persistencia y con sus actos, por el reconocimiento de la cultura y de los derechos indígenas en territorio mexicano.

   

Niña de Chiapas (1994)
Foto: Francisco Mata

           Algunas fotos de Maruch pueden mirarse como poesía visual, sobre todo las de los objetos (de minimalista representación casi zen); pero otras resultan previsibles clisés que coinciden o responden al viejo canon de la llevada y traída estética de la pobreza, entre cuyos objetivos y epígonos) destaca el fotografiar, y muchas veces idealizar, a los indios de México. (Si no se apunta que las tomó una indígena tzotzil, podría suponerse que las captó una alumna de la Escuela Nacional de Antropología e Historia o un globalifóbico de la UV o de la UNAM haciendo tour de hijito de papi en Chiapas tras su regreso sin gloria de los garitos y congales de Cancún). Y los textos compilados por Maruch, pese a su índole documental y etnográfica, pueden leerse como minúsculas formas de la literatura fantástica y de la poesía, más aún si se considera que la propia Maruch se tomó sus libertades, según deja ver Carlota Duarte: “Como artista visual, las fotografías de las Creencias me intrigan porque además de preservar las tradiciones, tienen el poder de cambiarlas, debido a la manera en que Maruch ha representado ciertos elementos de las creencias mismas. Me pregunto si las cosas que ha incluido en las imágenes que no pertenecían a la creencia original
por ejemplo, la canasta (en la que ella ha puesto el tronco de la col) podrían entrar de algún modo a formar parte de la tradición oral. Me pregunto cuál es el poder real de las imágenes.”

          

Labrando en sueños

Foto: Maruch Sántiz Gómez

           
La advertencia o prohibición ancestral que inicia la serie de Creencias: “No barrer la casa en la tarde”: “Es malo barrer la casa por la tarde, porque puede desaparecer la suerte hasta que uno se quede sin dinero.” Revela que la magnética imagen que la ilustra, cuyo encuadre y composición comprende piso de tierra, atado de ramas y tablones de madera, fue editada de cabeza (o patas arriba) en el número 5 de la revista Luna Córnea (o sea: la parte inferior está en la superior). 

         

Luna Córnea 5, p. 11
(México, 1994)

          Tal humor involuntario no riñe con el humor involuntario de la mayoría de los textos (suscitan la sonrisa y quizá la última carcajada de la cumbancha), que pueden ser prohibiciones para eludir lo fatal, conjuros mágicos, hechizos contra algún daño o desavenencia, augurios naturales o no, y profecías oníricas.

     Para un humanoide e infinitesimal citadino del siglo XXI (quizá aislado en las catacumbas de la recalentada y envirulada aldea global) no es fácil elegir, pero entre los textos humorísticos figuran los siguientes:

  “Si uno come cualquier alimento que muerda un gato, se queda uno ronco.”

  “No se debe tomar agua de donde se lava uno las manos al tortear. Si toma, uno puede quedar muy risueño, como loco.”

  “Si come directamente de la olla, se puede uno quedar muy comelón.” “Si los puercos bailan, es que va a llover ese día.”

  “Es malo acariciar la palma del pie de un niño, porque si no al caminar caerá muy seguido, porque se va a debilitar.”

  “No se debe comer chayote gemelo o cualquier fruta gemela, porque pueden nacer gemelos.”

  “No se deben sonar las semillas de chile, porque al abrazar a un niño llora mucho.”

  “Es malo soplar en la boca de un niño porque nos muerde.”

  “No es bueno sentar a los niños en un tronco o en una piedra. Si así lo hacen, se volverán muy haraganes, como el tronco y la piedra, que no se mueven.”

  “Es malo comer la punta de alas de pollo, porque se vuelve uno celoso.”

  “Es malo comer los pedazos de tortilla quemada que salen del comal, y lo mordido por el ratón de cualquier alimento, porque la gente nos va a calumniar.”

  “Es malo comer la punta del corazón del pollo, porque se vuelve uno muy llorón.”

  “Al cortar hoja de bejao para envolver tamales, no se debe mencionar su nombre, porque no se cuecen bien los tamales: salen pedazos cocidos y pedazos crudos.”

  “Al sacar del fuego el comal, no se deben ver las chispitas que se forman, porque nos crecen granos en la cara, así como se ve en el comal.”

“Secreto para evitar que caigan granizos grandes: se recogen trece granizos y se empiezan a moler en el metate, utilizando como mano de metate el palo de tejer."

 

Para evitar que caigan granizos grandes

Foto: Maruch Sántiz Gómez

       “Si una persona ronca mucho al dormir, se le da un pequeño golpe con huarache en la nariz, o se le introduce la cola de una pequeña lagartija en una de sus fosas nasales. Hecho alguno de estos remedios, ya no volverá a roncar, porque tiene que sobresaltar cuando despierte.”

   No obstante, algunas Creencias implican vaticinios terribles y espeluznantes, casi de pitonisa o hechicera (quizá con su caldero en el fuego y rodeada de yerbas, talismanes y pócimas):

“Si la culeca dijo kikirikí, es porque alguien llegará a enfermarse que puede ser hasta la muerte.”

“Es malo peinarse en la noche, porque se dice que morirá nuestra madre.”

“No debemos sentarnos en el camino, porque puede morir nuestra madre.”

“Si uno sueña que está labrando, es que alguien va a morir.”

“Es malo quemar primero la punta de la leña, se puede uno morir muy flaco. También a las mujeres embarazadas se para el bebé.”

            Otras Creencias son poéticas, casi cuentos breves o fábulas. Por ejemplo, “El estambre de lana”: “Es malo jugar con el estambre de lana como pelota. Si se juega así, no va a salir completa una prenda, aunque se haya contado cuántos pares lleva, porque se dice que al espíritu de la lana se lo lleva el viento.” O “Elote”: “Si uno está desgranando elote, es malo dejar el trabajo a la mitad, porque puede aparecer al ratito un tzucumo en la ropa.” O “El colibrí de la noche” (pese al mal augurio): “Si pasa chiflando un colibrí en la noche, es un aviso que alguien se va a enfermar.”

     La creencia titulada “Espejo” resulta una borgeana pesadilla: “Es malo vernos en el espejo en la noche, porque se tapa uno la vista.”

   

Espejo

Foto: Maruch Sántiz Gómez

           Y si Juan Rulfo tiene un dramático cuento titulado “No oyes ladrar los perros”, aquí hay varias Creencias cuyos rótulos, con perros, parecen títulos de un recetario benigno y brujeril: “Para que no nos ladren los perros”, “Para que no le pegue la rabia a un perro” y “Para llamar a casa a un perro perdido”: “Para que regrese a casa un perro perdido, se asienta un jarrito de barro en medio de la puerta, se le pega a la boca del jarrito, se le dice tres veces el nombre del perro: ¡Ven, aquí está tu casa! ¡Ven, aquí está tu casa! ¡Ven, aquí está tu casa!, se le dice. El perro regresará al día siguiente o al tercer día. Si no hay un jarrito, se le puede soplar tres veces un tecomate.”

       

Para llamar a casa a un perro perdido

Foto: Maruch Sántiz Gómez

          
Y ya para concluir la caprichosa nota (sin glosar la minimalista representación casi zen con que Maruch Sántiz Gómez construyó algunas de sus poéticas imágenes), por puro festín de Esopo se puede citar el lúdico texto donde se indica la receta para “Remediar a un niño si le sale mucha saliva”: “Si a un niño le sale mucha saliva, se hace lo siguiente: la mamá del niño va a conseguir tres libélulas, se pasan por la boca del niño las libélulas diciéndole: ‘¡Traga tu saliva! ¡traga tu saliva! ¡traga tu saliva!’. Pero sólo se debe decir tres veces, porque si le dicen cuatro veces, se empeora.”

 

 

Maruch Sántiz Gómez, Creencias de nuestros antepasados. Textos y fotografías en blanco y negro de Maruch Sántiz Gómez. Prólogos de Carlota Duarte, Gabriela Vargas Cetina y Hermann Bellinghausen. Fundación Ford/Centro de la Imagen/CIESAS/Casa de las Imágenes. México, febrero 5 de 1998. 108 pp.

miércoles, 1 de noviembre de 2023

El séptimo sello



Danza macabra  
 (Para huesos, guadaña, reloj de arena y lira)
     

(DVD, portada)
Si el día de Todos Santos y el Día de Muertos y de los no siempre Fieles Difuntos (o sea el 1 y el 2 de noviembre) el pensativo y desocupado lector quiere ver una danza macabra en la comodidad de su tercermundista casa, puede rentar El séptimo sello (1956), o adquirirla en DVD o en Blue-ray, rudimentaria película de 96 minutos que ha recorrido “el mundo como un incendio desbocado”, dirigida y guionizada por el sueco Ingmar Bergman (1918-2007) “a partir de su pieza teatral en un acto Pintura sobre madera”, que él escribió para “la primera promoción de alumnos de la escuela de teatro de Malmö” donde era profesor. El filme, estrenado en Röda Kvarn el 16 de febrero de 1957, se sitúa en el Medioevo, cuando la peste negra mata como moscas a pueblos enteros y proliferan como asquerosas ratas los maleantes y las supersticiones de toda ralea; y las calamidades, la ignorancia y los excesos de todo tipo hacen creer a la población que se vive el último día del mundo.
         Además de que El séptimo sello puede ser considerada como una variante cinematográfica de la danza de la muerte, descuellan en su trama varias alusiones a tal antigua tradición. El caballero Antonius Block (Max von Sydow) y su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand) acaban de regresar derrotados de Tierra Santa después de diez años de haber partido de su pueblo con la tropa de una Cruzada. Tirado en la arena de la playa frente al vaivén y estruendo de las olas, el caballero Antonius Block medita en silencio signado por unos versículos del Apocalipsis: “Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio como por espacio de media hora. Y vi a los siete ángeles parados frente a Dios; a ellos les fueron entregadas siete trompetas.” 

  El caballero Antonius Block (Max von Sydow)
y su escudero Jöns (Gunnar Björnstrand)
     
 Luego reza de rodillas en silencio y con las palmas de las manos juntas a la altura del pecho; la Muerte (Bengt Ekerot), ataviada con el negro hábito de un monje católico y con el rostro maquillado de blanco, se le aparece de la aparente nada; ha venido por él. Pero Antonius Block la reta jugándose la vida en una entreverada justa de ajedrez que sólo concluye al término de la película. 

El caballero Antonius Block (Max von Sydow)
y la Muerte (Bengt Ekerot)
        
     No muy lejos de allí, en la campiña, hay un campamento de un trashumante y reducido grupo de tres cómicos de la legua que se dirigen a Elsinore para escenificar una danza de la muerte durante el Festival de Todos los Santos (de ahí la máscara de calavera y las imágenes de la danza macabra trazadas en el toldo de la rústica carreta), precisamente en la escalinata de la iglesia, pues son los curas quienes los han contratado. El bufón Jof (Nils Poppe) duerme dentro de la carreta con su esposa Mia (Bibi Andersson) y Mikael, el simpático y rubicundo bebé de ambos, más el bufón Skat (Erik Strandmark). Dado que Jof es un hombre puro e ingenuo y tiene la virtud de componer poemas y canciones y de tocar la lira y de oír voces y ver escenas que los demás no oyen ni ven, al despertarse y salir de la carreta y luego de hacer unas acrobacias, bufonadas y malabares, le es dada una visión angélica, una epifanía: ve que entre los arbustos la Santa Virgen María enseña a caminar al Niño Jesús. 

El bufón Jof (Nils Pope) y su esposa Mia (Bibi Andersson)
con el caballero Antonius Block (Max von Sydow)
         
    En el interior de la iglesia, un pintor (Gunnar Olsson) plasma en los muros las terroríficas imágenes de una danza macabra (un auténtico memento mori), mientras con el escudero Jöns bebe ginebra y habla de la muerte, de los horrores de la peste negra, de las torturas de los peregrinos flagelantes, de las mujeres, del trasero y de las condenas del Infierno. Palabras e imágenes pintadas en los muros de la iglesia que tienen consonancia con la avérnica y patética procesión de flagelantes cuyo arribo interrumpe el acto de música y lúdicas coplas que sobre un escenario improvisado, Skat, Jof y Mia, ejecutan frente a las grotescas y procaces palabrotas y pitorreos de la burda gentuza del pueblo. La manada de flagelantes, algunos enfermos y minusválidos, deambula en cortejo con cruces y crucificados; se castigan a sí mismos o entre sí; chillan, gritan, se quejan, cantan rezos en latín y queman incienso; y uno de ellos (Anders Ek), quizá el líder con tonos, miradas y gestos de ira y odio, asco y burla, le predica y vocifera un sermón a la gente que los observa persignándose o azorados o poseídos en histéricos frenesís y cuyas palabras implican el recordatorio moral, religioso y condenatorio de una tradicional y espeluznante danza macabra:
        “Dios nos envió como castigo. Todos debemos morir a través de la Muerte Negra. Usted, que está parado boquiabierto como un animal bovino y usted, que está sentado sobre su hinchada complacencia, ¿saben que ésta puede ser su última hora? La Muerte está detrás de ustedes, puedo ver su calavera brillar en el sol. Su guadaña destella cuando la levanta sobre sus cabezas. ¿A quién de ustedes va a pegar primero? Usted, allá, con los ojos saltones como cabra, ¿se le distorsionará la boca en su último bostezo antes del anochecer? Y usted, mujer floreciente en fecundidad y lujuria, ¿palidecerá y se marchitará antes del anochecer? Y usted, el de la nariz hinchada y la ridícula mueca, ¿le queda todavía un año para deshonrar a la tierra con su rechazo? 
       “Saben, tontos insensibles, que morirán hoy o mañana o el día después, ya que todos están condenados. ¡¿Me escuchan?! ¡¿Escuchan la palabra?! ¡Condenados! ¡Condenados! ¡Condenados! 
      “Oh, Señor, ten piedad de nosotros en nuestra humillación; no nos quites tu apoyo, sino ten piedad por el bien de tu hijo Jesucristo.”
      Pero también el diálogo del escudero Jöns y el pintor, y la danza macabra que plasma en los muros de la iglesia, se vinculan con el vacío interior y la crisis religiosa (el silencio de Dios y su carácter inasible) que angustia y aqueja al caballero Antonius Block; con la quema en la hoguera de una joven viva (Maud Hansson) acusada de tener comercio carnal con el Diablo y de ser la bruja que propagó la peste negra mal que en otro episodio en el bosque consume y mata a Raval (Bertil Anderberg), convertido en un vulgar ladrón y picapleitos, pero otrora el docto erudito del Colegio Teológico de Poskilde, predicador y organizador de la Cruzada que diez años antes hizo embarcarse al caballero Antonius Block y a su escudero Jöns; con la arbitraria decisión de la Muerte de serrar el tronco del árbol en cuyas altas ramas se esconde un hombre sano, pícaro y en la flor de la edad: el bufón Skat, quien se había ido al bosque con Lisa (Inga Gill), la coqueta y lúbrica mujer del herrero Plog (Åke Fridell); y cuando la Muerte —que la mayoría de las veces sólo la puede ver el caballero Antonius Block— llega al castillo de éste para rubricar el movimiento final de la justa de ajedrez, que es el preámbulo de la última visión que tiene el bufón Jof: ve que en lontananza la negra silueta de la Muerte con su guadaña se aleja danzando hacia el País de las Tinieblas, llevándose en cadena la negra silueta del caballero Antonius Block y las negras siluetas de otras cinco personas ya muertas, que en rigor deberían ser las siluetas de la Muerte y de las seis personas que departían en la mesa del solitario castillo de Antonius Block: éste y su esposa Karin Block (Ingra Landgre) quien era la única habitante del castillo, abandonado por la servidumbre debido al horror de la peste, el herrero Plog y Linda, su mujer, y el escudero Jöns y la solitaria mujer muda (Gunnel Lindblom) que salvó de las garras del ladrón Raval. 
      Minutos antes de que se haga presente la Muerte, la esposa de Antonius Block lee variaciones de algunos de los versículos del Apocalipsis que hablan de El séptimo sello y que en el contexto del filme parecen un preámbulo y un presagio (la primera, la segunda y la tercera llamada) del catastrófico y horrorísimo fin de los tiempos (“Y cuando el Cordero abrió el séptimo sello, hubo silencio como por espacio de media hora. Y vi a los siete ángeles parados frente a Dios; a ellos les fueron entregadas siete trompetas. El primer ángel tocó y le siguió granizo mezclado con fuego y sangre y fuego fueron arrojados a la tierra; una tercera parte de los árboles fue quemada y todo el césped fue quemado. Y el segundo ángel tocó y fue como si una gran montaña ardiendo en fuego fuese arrojada al mar; una tercera parte del mar se convirtió en sangre. Y el tercer ángel tocó y cayó una gran estrella del cielo ardiendo como si fuese una llamarada y el nombre de la estrella Amargura.”) 
      Mientras el grupo se alimenta alrededor de la mesa, se oye que tocan la puerta. El escudero Jöns va abrir; regresa (con el miedo bajo su rostro impávido) y anuncia que no es nadie. Pero luego, cuando la mujer del caballero les lee los citados versículos del Apocalipsis, al unísono, sin que se vea en la pantalla, se advierte el paulatino acercamiento de la Muerte y los últimos segundos que al corro les son dados vivir (entonces la mujer muda le sonríe y le habla a la Muerte).

Ante el arribo de la Muerte
         
    En un rincón del nocturno bosque es quemada viva la mujer acusada de bruja y demás supercherías. Minutos antes, Antonius Block trata de que ella le hable del Diablo y la ayuda, con una pastilla, a abreviar el dolor y el pánico ante las llamas y el morir. Luego, en otro recodo de la arboleda, el bufón Jof ve al caballero y a la Muerte enfrentados ante el tablero del ajedrez (Mia sólo ve al caballero), lo cual lo hace huir despavorido con los suyos (mujer, hijo, carreta y caballo), mientras sopla un extraño y feroz viento que él interpreta como el paso del Ángel de la Destrucción. A la mañana siguiente de salir airoso de esto, tiene su última visión: las siete siluetas negras en la lejanía: la danza de la muerte del caballero Antonius Block y de quienes estaban con él en el castillo; el bufón Jof se la describe a Mia, quien no la puede ver, dibujando su propio poema e interpretación: 
       “¡Mia! ¡Los veo, Mia! Allá frente al oscuro y tempestuoso cielo. Allí están, todos ellos, el herrero y Lisa, el caballero y Raval y Jöns y Skat. Y el severo amo, la Muerte, los invita a la danza. Quiere que se tomen las manos y que sigan la danza en una larga fila. Hasta adelante va el severo maestro con su guadaña y su reloj de arena. Skat se balancea al final con su lira. Se alejan bailando, se alejan de la salida del sol en una danza solemne, se alejan hacia las tierras oscuras mientras la lluvia lava sus rostros, limpia sus mejillas, deja sus lágrimas saladas.”

Fotogramas de El séptimo sello (1956)
         
   Sobre tal secuencia de la danza de la muerte, una de las más memorables de El séptimo sello, Ingmar Bergman escribió en Imágenes (Tusquets, Barcelona, 1990), uno de sus libros de memorias: “La escena final, en la que la Muerte se lleva bailando a los caminantes, surgió en Hovs-hallar. Era tarde, habíamos recogido todo, se acercaba una tormenta. De repente vi una extraña nube. Gunnar Fischer sacó la cámara. Varios de los actores ya se habían ido al hotel. Unos cuantos ayudantes y algunos turistas bailaron en su lugar sin tener ni idea de lo que se trataba. La imagen que iba a hacerse tan famosa se improvisó en unos minutos.”

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lunes, 2 de octubre de 2023

La noche de Tlatelolco



                 
Un fantasma recorre México: 
el fantasma del 2 de octubre


                                                                                                           In memoriam Luis González de Alba  


Tlatelolco, octubre 2 de 1968
El viernes 27 de septiembre de 2014 murió, por el cáncer, Raúl Álvarez Garín, legendario luchador social y visible político de izquierda, quien, como alumno del Instituto Politécnico Nacional, fue delegado de Consejo Nacional de Huelga del Movimiento Estudiantil de 1968 y como tal fue detenido la trágica noche del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco y hecho preso en el Palacio Negro de Lecumberri. Pese a que Raúl Álvarez Garín es autor del libro La estela de Tlatelolco. Una reconstrucción histórica del movimiento estudiantil del 68 (Editorial Ítaca, 2002), todo indica que entre la extensa y creciente bibliografía sobre el Movimiento Estudiantil de 1968, el libro de Elena Poniatowska: La noche de Tlatelolco, cuya primera edición data de “febrero de 1971”, es el más emblemático, el más reeditado, el más popular, y tal vez el más trágico, espeluznante y doloroso que incide en la llama viva de un hecho fehaciente y contundente: la masacre del 2 de octubre no se olvida, su tétrico fantasma recorre México, está vivo en la luctuosa, histórica y democrática memoria colectiva del país.
La noche de Tlatelolco (Era, 37ª ed., México, 1980)
Primeras fotos del libro
       
El miércoles 2 de octubre de 1968, en la Plaza de las Tres Culturas de la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, ya pasadas las 17:30, poco después de que desde el tercer piso del edificio Chihuahua los oradores en la tribuna dieran por concluido el mitin y de que anunciaran que, debido a la presencia militar en la zona, no se haría la manifestación al Casco de Santo Tomás del IPN (tomado por el ejército desde el 23 de septiembre), se vieron en lo alto unas luces de bengala e inició el asedio y los disparos, cundió el terror, la refriega y la estampida de la gente (“aproximadamente diez mil personas”: jóvenes, adultos, adolescentes, niños, mujeres, ancianos). Los soldados y policías de civil y guante y blanco (el Batallón Olimpia) salieron de apartamentos del edificio Chihuahua y de su camuflaje entre la multitud; detuvieron a los estudiantes de la tribuna y bloquearon los accesos al edificio. Hubo tal gritería, tal turbulencia de masas y tal confusión entre los destacamentos armados que fue ineludible el cruce de balas entre los de guante blanco, los militares, los granaderos, los policías y los francotiradores.

Javier Barros Sierra, rector de la UNAM, a la cabeza
El Movimiento Estudiantil de 1968 tenía apenas dos meses y pico de haberse gestado in crescendo (con amplias adhesiones y repercusiones sociales en todo el país y protestas en el extranjero), debido a la constante represión policíaca y militar (exacerbada con la toma de CU el 18 de septiembre), a los asesinatos, y a las detenciones y secuestros de alumnos, maestros, militantes de izquierda y gente ajena, y a la relevante incapacidad política de las autoridades (empezando por el presidente Gustavo Díaz Ordaz y por el secretario de gobernación Luis Echeverría Álvarez) para establecer el diálogo público, los acuerdos en torno a los 6 puntos del pliego petitorio y por ende la paz. Lo ocurrido y los testimonios del libro sugieren que la matanza y el encarcelamiento masivo estaban planeados para tal día y en ese lugar, pues el 12 de octubre iniciarían los XIX Juegos Olímpicos y había que descabezar el movimiento y evitar que los disturbios estudiantiles (dizque de una conjura internacional comunista) continuaran durante éstos. 
   Mercedes Olivera, antropóloga, lo resume: “obviamente todo estaba preparado, el gobierno sabía lo que iba hacer. Se trataba de impedir cualquier manifestación o brote estudiantil antes y durante las Olimpiadas. Las luces de bengala fueron la orden de tirar y se disparó de todas partes y los supuestos francotiradores —y te lo digo, porque los que estuvimos allí y lo vimos podemos decirlo con toda conciencia sin temor a equivocarnos— los francotiradores eran parte de la organización gubernamental.”
(Ediciones Era, 37ª ed., México, 1980)
      La noche de Tlatelolco es un libro fragmentario, polifónico, colectivo, de ahí que se subtitule Testimonios de historia oral; pero fue Elena quien compiló, matizó y urdió el conjunto durante dos años. Hay en él trozos de entrevistas (muchos con terribles testimonios de asesinatos, torturas y vejaciones); panfletos transcritos de pancartas, de volantes, de pintas y de los coros durante las manifestaciones y mítines; versos de poemas; capitulares y fragmentos de artículos publicados en periódicos y revistas; pasajes de actas militares; declaraciones en contra, declaraciones a favor; voces anónimas; saldos de muertos, de heridos, de humillados y violentados en lo más elemental de sus libertarias garantías individuales y en lo más esencial de sus derechos humanos.


Elena Poniatowska
(foto: Rogelio Cuéllar)
       
           De nobiliario origen polaco, Elena nació el 19 de mayo de 1932 en París, pero hizo de México su patria, sus entrañas más entrañables donde nació y creció como periodista y narradora. De ahí que si su libro es de Todo México, también es muy suyo, muy de sus intimidades más íntimas. Ella lo dedicó “A Jan”, cuyas fechas de nacimiento y muerte, “1947-1968”, representan al joven asesinado el 2 de octubre o durante el Movimiento Estudiantil, pese a que se trata de su hermano “Jan Poniatowski Amor, estudiante de la Preparatoria Antonio Caso”, muerto en un accidente automovilístico el 8 de diciembre, en cuya segunda aparición afirma: “EL PRI no dialoga, monologa.”
Jan Poniatowski Amor
(1947-1968)
  También incluyó un par de pasajes, críticos y reflexivos, de dos cartas que el astrónomo Guillermo Haro, su marido, le envió desde Armenia, una el “22 de julio de 1970” y la otra el “28” del mismo mes. En el primer pasaje 
refiere su disgusto y desacuerdo con la prisión, en la cárcel de Lecumberri, de Demetrio Vallejo y Valentín Campa, líderes ferrocarrileros, sindicalistas y comunistas; y en el segundo pasaje le habla sobre la hipocresía y responsabilidad ética del científico mexicano en el contexto de la arcaica, consubstancial y sistémica corrupción política y gubernamental del PRI:
 
La noche de Tlatelolco (Era, 37ª ed., México, 1980)
En el cartel se ve el rostro de Demetrio Vallejo
        
     “...Y me lleno de furia y pienso cómo se puede vivir sin ser furioso. Cómo se le puede entrar a la política mexicana y retenerte y modularte y repartir sonrisitas y quedar bien con todo el mundo y lograr puestecitos y puestezotes. No estoy de acuerdo con las declaraciones periodísticas de mis amigos; que el hombre de ciencia debe intervenir en la política. Sé lo que quieren decir. Piensan que intervenir en la política es ocupar puestos, ser influyente, tener éxito. Eso no es política, eso es estiércol, es ser mercader en el más vil sentido. A que no le entran a la política de oposición, a la política que no da puestos seguros, a la que pone en peligro tu vida y tu libertad. Claro que no se le puede pedir a un hombre, a otro hombre, que se sacrifique. Pero que tampoco nos vengan a señalar como deber sacrosanto y necesario el participar en ‘nuestra’ política priísta. No hay en ello nada noble, nada desinteresado, nada honesto. Y si uno le entra por pura conveniencia personal, por lo menos ser discreto, ser un honrado bandolero, no tratar de hacer comulgar a los demás con ruedas de molino. Nuestro deber como científicos es simplemente tratar de hacer buenos científicos, ayudar a los jóvenes, formar cuadros competentes, hacer verdadera política aunque esto implique —y lo implica— estar peleado a muerte con los ‘políticos’ burócratas. Claro que el no cortejar a los ‘políticos’, el no estar bien con ellos, dificulta la tarea. Pero en el fondo lo mismo da...
  “No es cierto que puedas ser un buen político cuando dejas de ser un buen médico. No es cierto que es preferible ser presidente de Chalchicomula que un mediocre ginecólogo. Si no puedes hacer bien una cosa que durante años has aparentado amar, no podrás hacer ninguna otra cosa mejor que la primera. Lo contrario es mentira, es la prueba más contundente de tu fracaso íntimo, de tu verdadera mediocridad. Pero, claro, existe el sagrado derecho de ser tan mediocre o tan pendejo como se quiera o como se pueda y eso independientemente de todos los éxitos o las glorias aparentes.”
   
Guillermo Haro y Elena Poniatowska
con su hijo Felipe
          
        Pero Elena Poniatowska también incluyó un fragmento de su madre Paula Amor de Poniatowski, donde habla de los muchachitos que vio el 13 de septiembre de 1968 durante la Marcha del Silencio que fue del Bosque de Chapultepec, frente al Museo Nacional de Antropología, al Zócalo (“300 mil personas”): “¿Sabes?, me gustaron, me cayeron bien, por hombrecitos. Muchos tenían esparadrapo en la boca, casi todos parecían gatos escaldados con sus suéteres viejos, sus camisas rotas pero decididos. Les eran simpáticos a la gente que estaba en las banquetas viéndolos, y muchos, además de aplaudirles, se les unían y cuando no se les daba propaganda la pedían, e incluso el público se ponía a repartir de mano en mano. Nunca había visto antes una manifestación tan vasta, tan de a de veras, tan hermosa. Toma, te traje unos volantes.
       
Las hermanas Elena y Kitzia  
con su madre Paula Amor de Poniatowski
       
        Si tal testimonio es desde afuerita, el de Luis González de Alba, alumno de Filosofía y Letras de la UNAM y delegado del CNH (Consejo Nacional de Huelga) —fallecido a los 72 años el 2 de octubre de 2016, es desde dentro y más crítico que el pasaje parecido que se lee en su libro Los días y los años (Era, 1971): 

Cabeza de Vaca, Hernández Gamundi y Luis González de Alba,
tres líderes del Consejo Nacional de Huelga detenidos
        “El helicóptero seguía volando casi al ras de las copas de los árboles. Finalmente, a la hora señalada, a las cuatro, se inició la marcha en absoluto silencio. Ahora no podrían oponer ni siquiera el pretexto de las ofensas. En el CNH habíamos discutido muchísimo. Unos delegados decían que de hacerse la manifestación no podría ser silenciosa porque le quitaría combatividad. Otros, que nadie guardaría silencio. ¿Quién se siente capaz de controlar y llevar callados a varios cientos de miles de muchachos escandalosos acostumbrados a cantar, gritar y echar porras en cada manifestación? ¡Es una tarea imposible y si no lo logramos el CNH mostrará debilidad! Por eso los más jóvenes llevaron esparadrapo en la boca. Ellos mismos lo eligieron: los unos a los otros se pusieron la tela adhesiva sobre los labios para asegurar su silencio. Les dijimos: ‘Si alguno falla, fallamos todos.’

Marcha del Silencio

Septiembre 13 de 1968
        
        “Salíamos apenas del Bosque, habíamos caminado sólo unas cuadras cuando las filas comenzaron a engrosarse. Todo el Paseo de la Reforma, banquetas, camellones, monumentos y hasta los árboles estaban cubiertos por una multitud que a lo largo de cien metros duplicaba el contingente inicial. Y de aquellas decenas y después cientos de miles sólo se oían los pasos... Pasos, pasos sobre el asfalto, pasos, el ruido de muchos pies que marchan, el ruido de miles de pies que avanzan. El silencio era más impresionante que la multitud. Parecía que íbamos pisoteando toda la verborrea de los políticos, todos sus discursos, siempre los mismos, toda la demagogia, la retórica, el montonal de palabras que los hechos jamás respaldan, el chorro de mentiras; las íbamos barriendo bajo nuestros pies... Ninguna manifestación me ha llegado tanto. Sentí un nudo en la garganta y apreté fuertemente los dientes. Con nuestros pasos vengábamos en cierta forma a Jaramillo, a su mujer embarazada, asesinados, a sus hijos muertos, vengábamos tantos años de crímenes a mansalva, silenciados, tipo gángster. Si los gritos, porras y cantos de otras manifestaciones les daban un aspecto de fiesta popular, la austeridad de la silenciosa me dio la sensación de estar dentro de una catedral. Ante la imposibilidad de hablar y gritar como en otras ocasiones, al oír por primera vez claramente los aplausos y voces de aliento de las gruesas vallas humanas que se nos unían, surgió el símbolo que pronto cubrió la ciudad y aun se coló a los actos públicos, a la televisión, a las ceremonias oficiales: la V de ‘Venceremos’ hecha con los dedos, formada por los muchachos al marchar en las manifestaciones, pintada después en casetas de teléfonos, autobuses, bardas. En los lugares más insólitos brotaba el símbolo de la voluntad inquebrantable, incorruptible, resistente a todo, hasta a la masacre que llegó después. Aún reciente Tlatelolco, la V continuó apareciendo hasta en las ceremonias olímpicas, en las manos del pueblo.”

Primera edición en Lecturas Mexicanas
Segunda Serie número 41
(Ediciones Era/SEP, 1986)
Los días y los años
1ª edición en Lecturas mexicanas, 2ª Serie, núm. 41
(Ediciones Era/SEP, 1986)
Contraportada
       La noche de Tlatelolco abre con 49 fotos en blanco y negro que dan visos de varios episodios que van de la confusa bronca del 22 de julio de 1968 en la que se mezclaron pandilleros (“Los ciudadelos” y “Los arañas”) y alumnos de la preparatoria Isaac Ochotorena y estudiantes de la Vocacional 2 del IPN (Instituto Politécnico Nacional), y que a la postre significó, dada la arbitraria golpiza emprendida por los granaderos, el inicio de la represión (exacerbada entre el 23 y el 26 de julio) y por ende del Movimiento Estudiantil. Y se culmina con una imagen nocturna en la que se observa a un grupo (hombres, mujeres, niños y jóvenes) de pie y arrodillados frente a veladoras y ofrendas mortuorias, en cuyo pie se lee: “El 2 de noviembre, día de los muertos, depositamos cempasuchitl y veladoras en la Plaza de las Tres Culturas... Muchos soldados nos vigilaban pero pronto se prendieron miles de veladoras y surgieron gentes de entre los árboles que comenzaron a rezar por sus hijos masacrados el 2 de octubre en Tlatelolco…”



La noche de Tlatelolco (Era, 37ª ed., México, 1980)

       
Cadáveres en la morgue y niño asesinado en la Plaza de las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968

La noche de Tlatelolco (Era, 37ª ed., México, 1980)
      
        Entre el conjunto de fotografías, si bien hay algunas muy dramáticas y violentas, como la hilera de cadáveres en la morgue o el niño muerto aún tirado en las piedras del suelo de la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, contrastan dos: una es la del par de alegres jóvenes vestidos de blanco dándole a una campana de la Catedral de México y que ineludiblemente remite al 13 de agosto de 1968, cuando la multitudinaria manifestación (unas “150 mil personas”) llegó por primera vez al Zócalo (el epicentro de los poderes y simbólico corazón del país mexicano) pero también a la del 27 de agosto (“más de 400 mil personas”); dice el pie: “¡Entramos al Zócalo! ¡Estaban repicando las campanas de catedral! Dos estudiantes de medicina subieron con el permiso del padre Jesús Pérez y también encendieron todas las luces de la fachada. Todo el mundo aplaudía sin parar.”
Iglesia de Santiago Tlatelolco
Octubre 2 de 1968
         
La otra fotografía resulta un artero, masivo y cruento golpe de bayoneta o de bala expansiva, muy semejante a los golpes y proyectiles con que, según testimonios que se leen en el libro, se hirieron y mataron a jóvenes, a mujeres, a niños y ancianos durante la larga noche que duró el sitio y el acoso, militar y policíaco, en la Plaza de las Tres Culturas y en los edificios circunvecinos. Se trata de una panorámica en la que desde lo alto se observa a una multitud frente a la antigua Iglesia de Santiago Tlatelolco;  el pie de Elena Poniatowska consigna: “Junto a la vieja Iglesia de Santiago Tlatelolco, se reunió confiada una multitud que media hora más tarde yacería desangrándose frente a las puertas del Convento que jamás se abrieron para albergar a niños, hombres y mujeres aterrados por la lluvia de balas...”
La “Primera parte” de La noche de Tlatelolco se titula “Ganar la calle” y la “Segunda” es homónima del libro y por ende los testimonios ponen mayor énfasis en lo ocurrido durante la masacre del 2 de octubre de 1968; pero también en ciertas secuelas inmediatas, como la angustiosa y desesperada búsqueda de los hijos desaparecidos (incluso niños) y la situación y el destino de los prisioneros, particularmente en el Campo Militar Número 1 y en el Palacio Negro de Lecumberri. Y se concluye con una breve “Cronología basada en los hechos a que se refieren los estudiantes en sus testimonios de historial oral”, la cual va del lunes 22 de julio de 1968 al siguiente jueves 31 de octubre, y que se puede completar con la información, los análisis y la angular y crítica bibliografía con la que ahora se cuenta, en 2023,  55 años después, incluida una ritual vista al Memorial del 68 en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, ubicado en la histórica Plaza de las Tres Culturas. 
 
La noche de Tlatelolco (Era, 37ª ed., México, 1980)
  
    

Elena Poniatowska, La noche de Tlatelolco. Testimonios de historia oral. Iconografía en blanco y negro. Ediciones Era. Ejemplar 1019 de la 37ª edición. México, marzo 24 de 1980. 288 pp.

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La noche de Tlatelolco (Era, 37ª ed., México, 1980)

      Vale añadir que en agosto de 2012 Ediciones Era publicó una Edición Especial de La noche de Tlatelolco, con un “Prólogoex profeso de Elena Poniatowska, un nuevo y mejor diseño y mayor tamaño, 104 fotos en blanco y negro (con buena resolución) distribuidas a lo largo de las páginas (más dos postreras páginas de “Créditos de las fotografías”) y la ampliación de la “Cronología” hasta el viernes 13 de diciembre de 1968.


(Era, México, agosto 20 de 2012)


 
(Contraportada)


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