domingo, 5 de mayo de 2024

Regreso a Ítaca

Parecido a una hoja de papel

 

I de VII

                                                                                               In memoriam Laurent Cantet

Con la coautoría del escritor cubano Leonardo Padura y del cineasta francés Laurent Cantet, en julio de 2016 se publicó en México el libro Regreso a Ítaca, número 881 de la Colección Andanzas de Tusquets Editores. Se trata de un misceláneo compendio cuyo punto gravitacional es el filme Retour à Itaque (2014); película de producción francesa dirigida por Laurent Cantet pero rodada en locaciones de La Habana con un argumento cubano y hablada con los acentos, el vocabulario y las inflexiones del popular español habanero, en base a un guion urdido entre el cineasta y Padura (a partir de un texto suyo), con la colaboración de Lucía López Coll, entrañable esposa del novelista, tributada en casi todas las dedicatorias y agradecimientos de sus libros. El 5 de septiembre de 2014, Retour à Itaque obtuvo en Venecia el Premio Venici Days otorgado por el jurado de la Semana de Autor, sección paralela de la 71 edición del Festival de Cine de Venecia; y luego, el siguiente 6 de octubre ganó el Premio Abrazo a la Mejor Película en la vigésima tercera edición del Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz.

             Sobre el itinerario inicial del filme, apunta Leonardo Padura (La Habana, octubre 9 de 1955) en la página 156 del libro:

           


         “El estreno mundial de Regreso a Ítaca se produjo en el Festival de Cine de Venecia [el 31 de agosto de 2014, según Wikipedia] y en el de Toronto, en septiembre de 2013 [sic]. En la Sesión de Autores del Festival de Venecia, la película ganaría el premio de la competencia. Su tercera proyección ocurrió en el Festival de San Sebastián, en el cual no competía, pero al que la película acudió acompañada por sus cinco protagonistas [el directivo Eddy: Jorge Perugorría; el ingeniero Aldo: Pedro Julio Díaz Ferrán; la oftalmóloga Tania: Isabel Santos; el pintor Rafa: Fernando Hechavarría; y el escritor Amadeo: Néstor Jiménez]. Después llegó el XXIII Festival de Cine Latinoamericano de Biarritz, donde se alzó con el Premio Abrazos [sic]. Mientras, su estreno comercial fue programado para realizarse en París, en diciembre de ese mismo año, casi al mismo tiempo en que debía haber sido exhibida en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, al cual, en cuanto producción francesa de tema cubano, había sido invitada a participar fuera de competencia, en un pase único, que fue programado, anunciado... y luego cancelado.”

           

Colección Andanzas núm. 881, Tusquets Editores
México, julio de 2016

            Al margen de tales efemérides y de la frustrante y folklórica cancelación, viene a cuento ese pasaje porque el yerro en “2013” quizá haya sido un lapsus de Padura (dado el consabido refrán de que al mejor cazador se le va la libre), pero sin duda es un botón de muestra de la negligenica con que Tusquets Editores hizo, en México, la maquila del presente libro Regreso a Ítaca. Es decir, un corrector de marras pudo haber reparado ese yerro y más aún: hubiera eliminado todos los acentos que se leen en la palabra guion, cada vez que aparece en el libro. Esto, más que un descuido, resulta un anacronismo por default de los Editores, pues es difícil visualizar a un viejo lobo de mar como es Padura más aún ligado a la estrecha colaboración de la guionista de cine y televisión Lucía López Coll (La Habana, 1959), primera lectora de todo lo que escribe su compañero de vidatecleando la palabra guion con acento una y otra vez, pues no parece probable que el dúo dinámico (que vive en una isla pero no aislado en un caracol a la deriva en el ciclónico y agitado Mar Caribe) ignore que la palabra guion dejó de ser optativa: guion o guión, y por ende ahora mismo (y en 2016) se escribe sin tilde por ser un monosilábico ortográfico. Es decir, esto es así según la vigente normativa de la RAE, divulgada y popularizada a nivel global a través de la versión electrónica de la Vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española —de libre consulta en la web—, a partir de la Ortografía de la lengua española editada en 2010 por la RAE. No obstante, el reiterado uso de la palabra guion con acento, quizá podría interpretarse como una “encriptada” y lúdica protesta contra la “prepotencia” y la “dictadura” del anacrónico Reino, postura rebelde e “independentista” semejante a la del catalán converso Darío Martínez, neurocirujano de alto calibre remunerativo, cubano de nacimiento (y ex militante de la Juventud Comunista y del Partido Comunista de Cuba), exiliado y asentado exitosamente en Barcelona durante el Período Especial de los 90, quien incluso en el 2000 ya parlotea el español con un vocabulario y un deje catalán, según se lee en Como polvo en el viento (Tusquets, 2020), novela de Leonardo Padura.

            Es fácil inferir que para el cineasta francés Laurent Cantet (Melle, junio 15 de 1961- París, abril 25 de 2024) fue relevante el estreno en Francia del filme Retour à Itaque “en diciembre de 2014” (el día 3, según Wikipedia) —quien vivía a las afueras de París en una casa de película donde cocinaba platillos de película (con vinos y quesos de película) que, con los ojos de plato y la baba escurriendo, harían las delicias de Mario Conde y el Flaco Carlos, inveterados e insaciables glotones—. Pero también lo fue (quizá aún más o muy singularmente) cuando por fin se estrenó en Cuba. Al respecto, apunta Leonardo Padura en la página 127 del libro:

           

Leonardo Padura y Laurent Cantet

            “El sábado 2 de mayo de 2015, como parte del 18º Festival de Cine Francés en Cuba se produjo en la sala Charles Chaplin de La Habana el estreno público en la isla de Regreso a Ítaca, la película dirigida por Lauren Cantet, para la cual, a cuatro manos con el director y con la colaboración de Lucía López Coll, yo había escrito un guión [sic] inspirado en unos pasajes de mi libro La novela de mi vida.” De hecho, así aparece acreditado en la “Ficha técnica” que se lee en la página 21 libro: “Guión [sic]: Leonardo Padura y Laurent Cantet, con la colaboración de Lucía López Coll, inspirado en episodios de La novela de mi vida, de Leonardo Padura.”

            Y aquí, entre paréntesis, hay que enmendarle el enunciado al anónimo enciclopedista de Wikipedia, pues, hoy por hoy —ante los cuatro pestíferos vientos del disperso, variopinto y recalentado orbe del idioma español— afirma categórico sobre la película: “El argumento es una adaptación libre de un fragmento de La novela de mi vida de Leonardo Padura.” Pero esto no es precisamente así, pese a que a priori pueda parecerlo.

 II de VII

Al inicio de una de las tres vertientes narrativas que conforman La novela de mi vida (Tusquets, 2002) se ve al profesor y eventual poeta Fernando Terry Álvarez —recién llegado de Madrid tras 18 años de destierro— reunido con cinco viejos amigos, que rondan la cincuentena, en la azotea de una astroso edificio habanero, desde donde se otea el Capitolio y el mar y llega su olor. Los cinco amigos del desterrado (sin excluirlo a él) son prototipos de resistencia y resiliencia en el devenir de los consabidos márgenes y restricciones de la decadente y esclerótica dictadura de la Revolución Cubana: el poeta Álvaro Almazán (el Varo), el poeta Arcadio Ferrer (el bello Arcadio), el narrador Miguel Ángel (el Negro), el profe universitario Tomás Hernández y el ricachón Conrado, director de una empresa española de importación-exportación; más dos fallecidos: el dramaturgo Enrique Arias en 1979 y el documentalista Víctor Duarte en 1981, presentes con un par de velas encendidas. A esa recepción sólo faltó Delfina, la única mujer del grupo, especialista en artes plásticas. Esos nueve amigos conformaron, en los años 70, el grupo los Socarrones, mientras eran compinches y alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana; y esa azotea era el reducto de sus tertulias literarias y existencialistas, incluso después de concluida la carrera. Por un infundio endilgado al profesor Fernando Terry por un policía de la Seguridad del Estado que oficialmente operaba en la universidad: supuestamente sabía que Enrique Arias planeaba huir de Cuba en una lancha y debió haberlo informado a las “instancias correspondientes”, fue suspendido de su empleo en la Escuela de Letras (llevaba dos años dando clases). Y tras un opresivo y cada vez más agudo declive, se vio empujado a declararse vil “escoria antisocial” y a emprender el exilio por el puerto del Mariel en mayo de 1980. (Lo cual es una alusión a la masiva y abigarrada migración hacia los Estados Unidos marea humana, la tildaría el documentalista chino Ai Weiwei— sucedida entre el 15 de abril y el 31 de octubre de 1980; mediático e histórico episodio llamado el éxodo del Mariel.) Luego de cuatro años de residencia en Estados Unidos, peyorativamente tildado de marielito o hispanic (un año trabajando de albañil en Miami, precedido por los tres primeros meses subsistiendo en una carpa montada en los jardines del Orange Bowl y luego: tres años de oscuro y subterráneo custodio de los fondos del Museo Guggenheim de Nueva York), se fue a España, donde desde entonces vive en el ático de un edificio en el centro madrileño. En Madrid, primero fue acomodador de libros en una biblioteca y luego profesor de español y literatura en un liceo, hasta el presente. Cuando se embarcó al exilio tenía 30 años de edad y en la actualidad tiene 48 y por ende es 1998 (o 1999). Y dado que en Cuba era un reconocido y laureado especialista en la vida y obra del poeta decimonónico, romántico, independentista y antiesclavista José María Heredia y Heredia (su tesis de licenciatura sobre la poesía de este se volvió libro de consulta para los alumnos y su tesis doctoral sobre el mismo tema se quedó trunca), tras recibir una carta donde Álvaro Almazán le informa de la probable localización de los papeles perdidos de Heredia —que Terry supone es “la presunta novela perdida” del Cantor del Niágara que por años buscó sin éxito—, obtiene, en el consulado cubano en Madrid, un permiso para regresar, un mes, a su país.

    Vale resumir, entonces, que tres son los objetivos de Fernando Terry que pretende despejar durante esas cuatro volátiles semanas en la isla: localizar el manuscrito perdido de Heredia, descubrir cuál de sus amigos fue el que presuntamente delató que él sabía que Enrique Arias quería fugarse de Cuba en una lancha, y sondear qué vínculo puede surgir con Delfina (de 47 años), de quien está enamorado desde 1969.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

          La vetusta azota donde los cinco Socarrones, con suculenta comida y bebida, celebran el
regreso sin gloria de Fernando Terry después de unos 25 años de no reunirse allí, es la azotea del deteriorado edificio donde vivía y aún vive el poeta Álvaro Almazán, de escasa obra e inclinado al trago, quien fue el convocante y quien la bautizó: “la penúltima cena de los Socarrones”, y quien colocó y encendió las dos velas que hacen presentes al par de muertos. Y además de los episodios en flashback donde se narran ilustrativas anécdotas de las reuniones en la azotea de la época estudiantil de los años 70 (la década negra), esa vertiente narrativa de La novela de mi vida, y la obra en sí, concluye con una última cena en la azotea: la reunión de despedida, la cual se sucede durante la noche, la madrugada y el amanecer del último día, en la que los Socarrones beben, fuman y oyen la voz de Enrique Arias a través de la lectura de la copia definitiva de la Tragicomedia cubana (novela teatral), cáustico e inédito libreto, legado por el dramaturgo a Fernando Terry. Pero si bien el profesor de liceo en Madrid está obligado a marcharse de la isla al concluir el mes, no quiere irse: “Sí..., pero ahora no sé cómo irme”, le dice a Delfina, dizque “su mujer”, quien casi lo obliga “a beber el primer sorbo de su café”.

III de VII

En el libro Regreso a Ítaca, Leonardo Padura cuenta que en septiembre de 2009 estaba en España por la aparición y promoción de su novela El hombre que amaba los perros (recién publicada por Tusquets en Barcelona, luego de cinco años de trabajar en ella y a punto de perder la estabilidad emocional y la cordura: escribía como un loco para no volverme loco), donde dos productores amigos de él (uno español y otro francés) le propusieron escribir las historias de una película “que incluso [ya] tenía título: Siete días en La Habana”, y que él aceptó, pero antepuso como única condición trabajar a cuatro manos con su esposa Lucía López Coll. 7 días en La Habana se estrenó en el Festival de Cannes el “23 de mayo de 2012” (y no obtuvo ninguna presea en la sección a concurso del Premio Una cierta mirada) y comprende siete cortos (que corresponden a los siete días de la semana) dirigidos por siete directores: El yuma, por Benicio del Toro; Jam session, por Pablo Trapero; La tentación de Cecilia, por Julio Medem; Diary of beginner, por Elia Suleiman; Ritual, por Gaspar Noé; Dulce amargo, por Juan Carlos Tabío; y La fuente, por Laurent Cantet.

         

Fotograma de La fuente, corto dirigido por Laurent Cantet
que cierra el filme 7 días en La Habana (2012).

            En La  fuente se narra que la abuela Martha se despierta anunciando a voz en cuello que tuvo un sueño en el que su virgen de Oshún de bulto sobre un pedestal en un rincón de la sala debe estar sobre una fuente, allí mismo en la sala de su humilde vivienda (ubicada en el piso de un populoso edificio) y convoca y moviliza a sus vecinos (niños y grandes, de todas las razas, edades y colores) para echar abajo una pared, construir la fuente, pintar el muro de amarillo (queda naranja), acarrear agua de mar con cubetas y vaciarla a la fuente, adornarla y tributarla con una ritual celebración para la que se aportan viandas (incluso un pastel), música de cuerdas y gorgoritos de un ave maría, más percusiones, danza y devotos cantos corales de ascendencia africana, ese mismo domingo por la noche, mientras ella luce un supuesto vestido amarillo dizque igualitico al vestido de la virgen, quesque solicitado por esta, mismo que ese día le confecciona una vecina costurera luego de tomarle las medidas. La sincrética fe comunitaria, la solidaridad laboral y el trasiego de los vecinos hormiga (incluso ilícito) hacen posible la supuesta petición de la virgen. Mientras al final, la abuela Martha, solitaria y quizá satisfecha, se hunde en otro sueño al pie de su virgen de Oshún.

           

Fotograma de La fuente, corto dirigido por Laurent Cantet
que cierra el filme 7 días en La Habana (2012).

         Según cuenta Leonardo Padura en el libro: “Entre los directores que se sumaron a aquel proyecto de película coral habanera en algún momento apareció el nombre de Laurent Cantet, un realizador que me había removido unos meses antes cuando pude ver su película Entre les murs (La clase, en español), muy merecidamente coronada con la Palma de Oro de Cannes en 2008. Y si yo había puesto como condición para trabajar en Siete días... que Lucía escribiera conmigo, Cantet había esgrimido una premisa que me sorprendió: ¡aceptaba venir a filmar a Cuba porque quería trabajar conmigo! La razón de Cantet era mucho más simple que todas las mías, pero definitivamente más halagadora: había leído la traducción francesa de mi novela La novela de mi vida (no me disculpen la obligada redundancia) y se había declarado miembro de mi hipotético club de fans.” El caso es que, dice Padura, la primera vez que se vio con Cantet fue “en La Habana, a principios de 2010”; y entonces supo que el cineasta había leído las novelas policiales de Mario Conde traducidas al francés; y que quería que el corto para Siete días fuera una adaptación de la vertiente de La novela de mi vida en la que el desterrado Fernando Terry se reúne con sus viejos amigos en la vetusta azotea de La Habana. Pero Padura le dio una vuelta de tuerca a esa propuesta, pues, dice: “le propuse a Cantet que, a partir de la situación del encuentro de unos amigos en una azotea habanera, creáramos una nueva historia en la que se quebrara el tópico del exilio. O sea, en lugar de escribir un argumento sobre alguien que se va de Cuba, lo hiciéramos sobre alguien que regresa a Cuba (el personaje que se llamaría Amadeo) y... decide quedarse, ante el asombro más que justificado de los que han permanecido en el país, viviendo incluso circunstancias difíciles, y, como tantos cubanos, han visto partir a mucha gente, incluidos padres, hermanos, amigos, hijos.”  

            El caso es que Padura, en su casa en el barrio de Mantilla, se puso a teclear la “especie de argumento guionizado” que pronto tituló Vuelta a Ítaca, en cuya expectativa cinematográfica Cantet buscaba que Padura fuera uno de los intérpretes, pero el novelista rechazó esa propuesta; que, se infiere, hubiera sido la caracterización del escritor Amadeo (el único escritor del grupo de cinco viejos amigos cincuentones), que es el desterrado en Madrid durante 16 años (se fue de Cuba en 1994), el cual regresa en 2010 a La Habana decido a quedarse (para volver a escribir y sentirse escritor), pese a las autoritarias y riesgosas dificultades que esa decisión implica. Más aún porque en el “Argumento-guión” [sic] de “Vuelta a Ítaca” que se lee casi al final libro, Eddy les dice al corro reunido en la azotea, sobre la novela que Amadeo supuestamente tiene aleteando en la oquedad del coco: “Por lo que me dijo hace dos años cuando nos vimos en Madrid tiene que ver con nosotros, o con gentes como nosotros... Pal carajo, qué disparate...” No obstante, el drama existencial de ese grupo de amigos es un tema recurrente y obsesivo en la obra de Leonardo Padura, pues una y otra vez ha transpuesto en sus narraciones el drama individual, social, económico, político, existencialista, ideológico e histórico de su generación; además de en La novela de mi vida, en El hombre que amaba los perros, en Como polvo al viento, en las novelas policíacas de la saga de Mario Conde, en los argumentos de los guiones “Vuelta a Ítaca” y “Regreso a Ítaca”, cuyo médula y quintaesencia autobiográfica bosqueja en el ensayo “La generación que soñó con el futuro”, fechado en “2013” y reunido en su libro Agua por todas partes (Tusquets, 2019), en cuya portada se observa, significativamente, el cerrado encuadre, de un retrato más amplio, del niño Leonardo de la Caridad Padura Fuentes haciendo la tarea con su uniforme pioneril del ciclo escolar “1960-61”.

           

Colección Andanzas núm. 938, Tusquets Editores
México, agosto de 2019

          Pero ni tardo ni perezoso, Padura (el más empecinado Sísifo de su generación de Sísifos) tuvo listo el argumento guionizado de Vuelta a Ítaca. Y una tarde habanera de “principios de junio de 2010”, fueron convocados los actores en “una azotea del barrio habanero de El Vedado”, donde se efectuó “un protoensayo, que a la vez funcionaría como casting para el rodaje del corto, y para el cual Cantet les pidió a los intérpretes que, cuando lo creyeran orgánico, se explayaran en determinados conflictos, incluso que si lo sentían necesario se olvidaran del argumento escrito y fuesen ellos mismos, con sus experiencias y sus pasiones. Como director, sólo intervino para pedirles en algún momento que alternaran sus personajes o se ubicaran en un lugar preciso del espacio escogido. Mientras, Laurent Cantet iba recogiendo todo el proceso con su pequeña cámara personal.”

      Luego de esto, el cineasta voló de La Habana al Canadá para iniciar el rodaje de su película Foxfire (2012). Y Padura, dice: “inspirado por lo ocurrido en la azotea habanera durante el ensayo-casting, reescribí el argumento original y se lo envié a Cantet, tal como habíamos quedado...”

     Vale reiterar, entre paréntesis, que ese argumento figura antologado casi al final del presente libro con el título “Vuelta a Ítaca”, “Guión [sic] para corto del filme Siete días en La Habana”, datado al calce en Abril de 2010 y firmado en solitario por Leonardo Padura Fuentes. Fecha relevante porque casi al inicio del libreto apunta el guionista: “Una simple mirada del entorno nos dice que estamos en La Habana de 2010.”

 


               Pero la respuesta del cineasta que recibió Padura en su casa de Mantilla, nuevamente lo sorprendió y fue el germen del llevado y traído guion que luego se convertiría en la película Retour à Itaque (2014), rodada en La Habana durante “diecisiete noches en una terraza habanera” apunta Cantet en su prefacio, datado en París, diciembre de 2015, pese a que el filme inicia en la tarde de un día y termina en el siguiente amanecer, con un par de escenas en el interior del departamento (minúsculo en el texto) donde subsiste Aldo (el Negro) con su madre Fela y su hijo Yoenis, jovenzuelo y nini (ni estudia ni trabaja), novio de una tal “Leidiana, que viste de negro, al estilo gótico: t-shirt con imagen de ‘Drácula’, [y] pantalón ceñido”. Según cuenta Padura: “Unos pocos días después recibí un e-mail del director francés, remitido desde Canadá. En el mensaje [enviado el sábado 19 de junio de 2010 y que él transcribe traducido al español por María Elena Cos Villar], se disculpaba conmigo, pero, luego de ver los materiales filmados, estaba convencido de que, con aquella historia, no podía hacer un corto para Siete días en La Habana... ¡porque justo aquella historia merecía un largometraje! Clamaba por más profundidad, más espacio para el desarrollo de los conflictos, más aire para los personajes. Y aunque no tenía productor asegurado para hacer ese largometraje, definitivamente no iba a gastar aquella bala en un blanco que no le parecía el más adecuado...”

IV de VII

Datado en Abril de 2010, el “Argumento-guión” [sic] de “Vuelta a Ítaca” se lee en el libro entre las páginas 159 y 178. Y está dispuesto en tres cuadros. Mientras que entre las páginas 19 y 124, en quince escenas numeradas, se lee el argumento del guion de “Regreso a Ítaca”. Y en una preliminar nota advierten los coautores y la colaboradora: “Para facilitar la lectura del guión [sic], hemos decidido suprimir las acotaciones propias de este tipo de formato. El texto que sigue a continuación tiene una forma más literaria, pero respeta el guión [sic] original en su contenido y forma.”

            Sobre el reparto de “Personajes” en “Vuelta a Ítaca” se lee como si se tratase del preámbulo de un libreto teatral:

      “Amadeo, Aldo, Tania, Rafael (Rafa) y Eduardo (Eddy). Tienen algo más de cincuenta años. No importa especialmente el color de su piel. Son cubanos, habaneros, y viejos amigos. Amadeo es escritor y hace dieciséis años que vive en España, donde se quedó durante una gira del grupo de teatro del cual era asesor dramático; Aldo, ingeniero mecánico, interrupto, vive de hacer baterías de autos en un taller clandestino; Tania; oftalmóloga; Rafa, pintor, sin ningún talento especial; Eddy, periodista de profesión, nunca ejerció y es directivo de una empresa artística.”

      Pero además, en otra nota preliminar, se apela a la improvisación actoral: “El texto se propone como una estructura dramática en la que los actores, en la medida en que se apropien de sus personajes y del conflicto creado, puedan enriquecerlo en la puesta en escena.”

    Mientras que en “Regreso a Ítaca” se lee sobre los “Personajes”:

 

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

            
Amadeo, Aldo, Tania, Rafael (Rafa) y Eduardo (Eddy). Tienen algo más de cincuenta años. Son cubanos, habaneros, y viejos amigos. Amadeo es escritor y hace dieciséis años que vive en España, donde se quedó durante una gira del grupo de teatro del cual era asesor dramático; Aldo, negro, ingeniero mecánico, interrupto, vive de hacer baterías de autos en un taller clandestino; Tania, oftalmóloga [quien en la película —no en el guion—, experimenta una emotiva y catártica conmoción al oír los coros e iniciales acordes de California dreamin’, de The Mamas & The Papas, otrora de la música perniciosa, al igual que los Beatles, prohibida por la ortodoxia ideológica del ‘socialismo científico’, encarrerado como un bólido al comunismo, ‘la etapa superior y definitiva del desarrollo de la humanité’]; Rafa, pintor, sin ningún talento especial; Eddy, periodista de profesión, nunca ejerció y es directivo de una empresa turística del gobierno cubano.”

   


              Desde luego que en “Regreso a Ítaca” el drama de cada uno de los cinco protagonistas —y el conflicto entre ellos— está ampliado y comprende, además de variantes, más matices y tensiones. En el desarrollo de la obra, los personajes vociferan coloquiales palabrotas y lúdicas bromas con que evocan y se burlan del dogmatismo ideológico de manual socialista de su sovietizado proceso educativo, y hacen anecdóticas alusiones autobiográficas en torno a la coerción autoritaria y política con que fueron domesticados, reprimidos y manipulados en la época estudiantil del preuniversitario (repleta de prohibiciones individuales y obligaciones comunitarias). Pero también cada uno bosqueja el doloroso, visceral y traumático drama de su individualidad y de su presente fracaso (“Una generación de vencidos. Amenazados con la dispersión, la frustración, el miedo”, resume Aldo), inextricable a la consubstancial falta de libertades y de expectativas de un futuro abierto y mejor, a la indigna y humillante pobreza y mediocridad de sus ingresos profesionales con excepción de Eddy, pero por corrupto, y con el detalle de que Aldo, el creyente ideológico del supuesto Hombre Nuevo del supuesto “socialismo científico” (incluso de la supuesta validez de la guerra de Angola), labora en la clandestinidad con materiales robados por otros al Estado (no obstante: lo mismo peca el que mata la vaca, que el que le sostiene la pata); todo ello en el consuetudinario contexto del iluso y vaporoso devenir de la Cuba sovietizada de los años 70 y de las múltiples hambrunas y carencias durante el Período Especial de los años 90 (Xiomara, la entonces esposa de Aldo, en esa época “aprendió a hacer bistecs de cáscaras de toronjas” que “Sabían a mierda”), cuyo culmen es la sorpresiva e inesperada revelación de por qué Amadeo, en 1994, se quedó en España: era acosado y usado como espía y chivato por una tal Gladys, agente del Ministerio de Cultura que le causaba pavor y que lo chantajeaba, les confiesa, por los 500 dólares que le cobró “a un grupo de teatro latino en Nueva York” sin estar autorizado para hacerlo. Y se quedó en Madrid, les revela (aunque cabe la posibilidad de que sí haya soltado la sopa sobre algo puntilloso), para no espiar y delatar lo que hacía y decía el pintor Rafa (proclive a parlotear lo que no debería parlotear), excluido en el 94 de una exposición que se iba a montar en una galería parisina. Lealtad y protección al compinche (eso sí) de la que sólo estaba enterada Ángela, su mujer y amiga del grupo de la azotea, quien enfermó y murió de cáncer mientras él estaba sobreviviendo en Europa. (Algo doloroso que Tania, ignorante de las menudencias madrileñas y del trasfondo del destierro de Amadeo, le recrimina ríspida y colérica una y otra vez.) Intríngulis que está consonancia con la valoración moral y afectiva de la amistad (casi una filosófica entelequia) que Fela les formula al corro, casi jalándoles las orejas por mal portados en la clase de ética y civismo, luego de que viera a Eddy abandonar la azotea hecho un incendiario energúmeno:

   “—¿Qué le hicieron ustedes? —insiste Fela.

   “—Nada, Fela, no te preocupes..., una bobería —dice Tania.

   “—No, él no se hubiera ido por una bobería —dice Fela.

   “Los amigos se miran. La perspicacia e insistencia de la mujer los ha puesto en un aprieto. No encuentran nada que contestar, como niños cogidos en falta.

   “—Está bien, no me digan nada —acepta Fela—. Pero acuérdense de una cosa: si después de todo lo que les ha pasado en la vida, si con lo pesados e insoportables que siempre han sido, se han resistido unos a los otros como cuarenta años..., ¿vale la pena que se disgusten por una bobería, como dicen ustedes?

   “—Mira, vieja... —Aldo trata de explicarse, pero Fela, molesta, sigue como si no lo hubiera oído:

  “—Déjame terminar, que estoy hablando... Que Amadeo esté aquí es lo más importante. La amistad es lo más importante. Eso es un privilegio y..., bueno, ya acabé mi discurso. Me voy a vigilar mis frijoles...”

 

Colección Andanzas s/n, Tusquets Editores
México, 8ª reimpresión, México, febrero de 2022

         Y aquí vale señalar, entre paréntesis, un lapsus pendeji que refulge en el texto, tal negro y brillante frijolillo saltarín en la sopa de letras cubanas; raro bicho infiltrado en el ecosistema del clan, pues según apunta el escritor en la página 668 de Como polvo en el viento (pese a que allí son notorias y relevantes las contradicciones e inconsistencias en vertebrales fechas y sus datos): “Tengo siempre un grupo de lectores que generosamente me ayudan a encontrar los errores, excesos y entusiasmos innecesarios de mis textos.” Cuando Amadeo, Aldo, Rafa y Tania ya llevan un inicial rato parloteando sandeces en la azotea, llega Eddy por primera vez. Es decir, en la página 42 se lee: “por la escalera que da acceso a la azotea, Eddy hace su entrada sonriente”.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           Pero luego de haberse largado echando pestes por el áspero cuestionamiento del que fue objeto y por la fuerte discusión que tuvieron, Eddy regresa a la azotea donde los otros cuatro ya están cenando lo cocinado por Fela con la aportación monetaria de Amadeo (quien también puso el vino traído de España); pero no regresa por la escalera, como por lógica debería ser, sino que, se lee en la página 88: “Entonces se abre la puerta y aparece Eddy, otra vez con una bolsa en la mano.”

      Vale aclarar que en la película dirigida por Laurent Cantet esa cena se efectúa en el comedor del interior del departamento donde vive Aldo (con su madre y su hijo) y que Eddy regresa por el interior caminando por unas escaleras y un corto pasillo y entra al comedor cruzando un marco abierto en el que no hay puerta y donde los otros cuatro ya están sentados, cenando y hablando frente a la mesa. No obstante, en el texto del filme antologado en el libro, además de que tampoco hay una puerta que dé acceso a la azotea, la cena se lleva acabo allí mismo en la azotea y no en el interior del departamento. Es decir, en la descripción inicial del escenario, entre las páginas 23 y 24 se lee: “En el centro de la azotea hay una mesa baja con algunas cosas para comer, una botella de ron blanco, una hielera, una botella grande de refresco de cola y otra de agua.” Y en la página 83, donde Tania sirve y Aldo, Amadeo y Rafa han comenzado a probar la cena sin la presencia de Eddy, se lee: “Se escucha ruido de cubiertos y platos. La mesa baja que ha estado en el centro de la azotea se ha convertido en una larga mesa de cenar, gracias a unos soportes de hierro que le dan más altura. Un mantel de hule ahora cubre la madera. La mesa está puesta. En el centro hay una fuente de arroz blanco y otra de malangas hervidas rociadas con mojo, una olla humeante con frijoles negros, una bandeja con lascas de carne de cerdo asada. Cervezas, refrescos, vino tinto español, ron, hielo. También una canasta con rodajas de pan.”

        Quizá el extravío del hilo de la trama que suscitó ese lapsus pendeji (pese al nado sincronizado de las seis manos y las tres cabezas pedaleando en la misma sumergida bicicleta china) se deba a que al inicio de “Vuelta a Ítaca”, en la página 163, de una manera muy teatral la voz narrativa habla de una puerta: “La acción comienza como si alguien —el espectador— se asomara a la puerta de madera que da a la escalera o como si fisgoneara desde otra azotea y viera lo que ocurre con las cinco personas reunidas allí.”

V de VII

Pero regresando a la obra pictórica que Rafa hizo en el 94, este les dice a sus cuatro amiguetes del apocalipsis: “era la que era”. “Me la luché yo solo, cuando más jodido estaba esto aquí. Trabajé como un loco pintando los cuadros que iba a llevar, creo que era lo mejor que había pintado en mi puta vida [...] no era cosa del curador, a él le gustaba mi trabajo. Alguien de más arriba no me quería en esa muestra...” Lo cual fue el inicio, resume y revela, de una constante y cada vez más aguda marginación y exclusión que lo empujó a la depre, al quiebre con su mujer, a la soledad, al alcoholismo y a la pérdida de esa manera de pintar, ahora irrecuperable. Y pudo salir de la bebida, les dice, por el apoyo de la treintañera Karelia, su actual pareja, que lo conectó con un médico y un babalao (quizá comulgante de algún “santo”: ¿Changó? ¿Yemayá? Elegguá? O sea: baila yambó sobre un pie, ¡que te curas!). Y como ella es marchante, puede vender en una galería los cuadros que ahora hace. “Abstraccionismo tropical”, etiqueta Eddy. “Y esa mierda es lo que sigo haciendo”, apostrofa el pintor. “Y lo más jodido es que se vende. Barato, pero se vende [...] Lo que yo hago no es pintura, mancho telas... para ganar dinero... como una puta...”

     

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           De esa época creativa del año 94, Aldo preserva “una tela de 1,50 x 2 metros” en la que “dominan los colores oscuros, muy empastados”, donde “se ve algo así como una ciudad en penumbras, arruinada, como la ciudad oscura que los rodea en ese mismo momento” por un súbito apagón. Lienzo que Aldo saca del interior a la azotea en la penumbra del apagón y de unas velas encendidas y que Amadeo recuerda haber visto antes de irse al destierro, cuyos detalles se aprecian mejor al amanecer. Una fascinante reinterpretación de La Habana, se lee, de cuya temática, en “Vuelta Ítaca” donde la expo iba a ser en Roma, dice el artista con su escatológica viperina de coprófago hasta la médula: “Un día miré todo lo que había pintado y me pareció una mierda, una mierda de arriba abajo, a pesar de lo que decían de mí y de las exposiciones que me hacían. Entré en crisis y empecé a pintar cómo yo veía a La Habana de los apagones y la suciedad. Iba a ir a una exposición en Roma, y de pronto, nadie sabe cómo ni por qué, me sacaron de la exposición, del catálogo, de todo. Yo no les dije nada a ustedes porque no quería parecer paranoico, pero a alguien no le cuadró mi trabajo y me tachó con una cruz, ¡dale fuera! Entonces empecé a pintar esas cosas que hago ahora, cuatro brochazos y a cagar... Claro que son una mierda, pero no me busco líos...”

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

           Todo lo cual, en ambos libretos, fue precedido por la cáustica, revulsiva e inesperada revelación de Amadeo: por sus cojones ha decidido quedarse en La Habana y no volver a Madrid, donde tenía hábitat y un salario de profesor, que incluso le permitió hacer turismo en otros países de Europa. Es decir, pudo regresar a Cuba por un permiso oficial (cuya temporalidad no se menciona), pero que implica y conlleva la sugerida probabilidad de que lo metan preso si rebasa el límite (quizá en un gulag tirando a la cárcel de Guantánamo) o lo regresen ipso facto agarrado de las greñas (si las tuviera) y con una sonora patada en el culo: ¡fua! Y ha decidido quedarse porque, les canta (como si también cantara boleros, pero solitario en un vaporoso y evanescente antro cubano donde sólo está él): “yo quiero volver a escribir, quiero sentir que soy escritor”. O sea, en la capital española nunca dejó de ser un extraño visitante: un alien lanzado a otro planeta, un solitario hasta las heces y la mugre de las uñas, y un simple extranjero en busca de empleo, casi un raro y diminuto espécimen caribeño semejante a esos anacrónicos, larvales e infinitesimales insectos de una plaga extraña, fanáticos del juego de pelota y del uniforme de pelotero; que además nunca dejó de sentir nostalgia por la isla perdida en las remotas Antillas, donde tenía esperando a su amada Penélope (su cómplice y fiel confidente de lo más oscuro), tejiendo y destejiendo dentro de un diminuto caracol anclado a una subterránea y ancestral piedra imán, y a los amigos de toda la vida en cuyas voces se reconoce, escucha y siente su propia, intrínseca, indeleble y barriobajera identidad cubana. Y más aún: no fue capaz de aporrear una línea que tuviera sentido para él, que es escritor hasta las cachas y los churritos del culo; y ahora supone y espera que podrá hacerlo, de nuevo, en La Habana. ¿Podrá? ¿Y en dónde va a publicar? ¿En los canales sancionados por el régimen antidemocrático y antilibertario? ¿Y en qué va a emplearse con su mácula de fugado? ¿De matarife de cerdos en una azotea habanera? ¿De clandestino asistente del ingeniero Aldo? ¿De experto en el invento callejero?

VI de VII

Por antonomasia, y sin rascarle nada, el título del libro, de la película y del guion evoca el mítico y legendario regreso de Odiseo (Ulises) a la pequeña isla griega de Ítaca. Pero el escritor Amadeo no es un héroe, sino un antihéroe y para el colmo: microscópico. Y más aún: es una víctima (ídem toda su traumada y frustrada generación) de los designios que tejen y destejen los autoritarios y ubicuos dioses del Olimpo “revolucionario” que, con mano dura, represiva y manipuladora, expolian y gobiernan Cuba desde el 1 de enero de 1959, pasando por el fórceps soviético urdido en 1961 y su pulverización con la caída del Muro de Berlín y de la Unión Soviética, al unísono del torturante racionamiento, de la escases in crescendo, y de la esclerosis económica del Período Especial de los 90.

     

Colección Andanzas núm. 470, Tusquets Editores
Barcelona, marzo de 2002

          En torno a tal fatalidad ontológica (y gnoseológica), y al hecho de que el guion está inspirado en episodios de La novela de mi vida, el libro cierra con un par de fragmentos de esa obra de Leonardo Padura editada en Barcelona, en marzo de 2002, con el número 470 de la Colección Andanzas de Tusquets Editores. El Fragmento 1 se lee en las páginas 36-43 de esa edición príncipe y el Fragmento 2 en las páginas 162-167. En el primero se ve Fernando Terry, profesor de liceo en Madrid, de 48 años, recién llegado a La Habana —tras 18 años de destierro iniciado por el puerto del Mariel en mayo de 1980— reunido con cinco viejos amigos (los Socarrones) en la azotea del vetusto y astroso edificio donde aún vive el poeta Álvaro Almazán. Y en el segundo, los Socarrones son ocho jóvenes, alumnos de la Escuela de Letras de la Universidad de La Habana; están en la misma azotea, el ámbito de sus particulares e íntimas tertulias literarias y existencialistas, y es la tarde del “23 de octubre de 1974”. Pero, curiosamente, y pese a que todos los caminos llevan a Padura, ningún dedo flamígero antologó el fragmento que cierra esa vertiente narrativa y que corresponde a la noche, a la madrugada y al amanecer en que los viejos Socarrones sobrevivientes y Delfina, en la azotea, despiden al profe Fernando Terry Álvarez bebiendo, fumando y leyendo la copia definitiva de la Tragicomedia cubana (novela teatral), pues ese día es el día de la partida y de su vuelo a España, puesto que concluye el mes de permiso que obtuvo en el consulado cubano en Madrid.

   

Fotograma de Regreso a Ítaca (2014)

            Es decir, ese dramático victimismo que se observa en los personajes reunidos en la azotea en “Regreso a Ítaca”, es semejante al trágico victimismo que Fernando Terry observa en él y en su viejo clan reunido en la azotea hasta al amanecer del día de su partida: “Con la llegada del amanecer el ensalmo se deshizo [el quimérico viaje a la setentera y mítica Isla Perdida, repleta de prohibiciones, a través de la lectura en voz alta de la Tragicomedia cubana] y Fernando pudo sentir cómo los años regresaban a ocupar su sitio irreversible en el destino de los personajes trágicos que les ha tocado vivir: sin voluntad propia, sin expectativas ni futuro discernible, cargados con el fardo de un pasado avasallante, marcado por las frustraciones, las sospechas, las distancias y los resquemores.” Y más aún: tiene “La certeza de que todos ellos han sido personajes construidos en función de un argumento moldeado por designios ajenos, encerrados en los márgenes de un tiempo demasiado preciso y un espacio inconmovible, tan parecido a una hoja de papel, le revela la tragedia irreparable que los atenaza: no han sido más que marionetas guiadas por voluntades superiores, con un destino decretado por la veleidad de los señores de Olimpo, que en su magnificencia apenas les han otorgado el consuelo de ciertas alegrías, poemas cruzados y recuerdos todavía salvables.”

    “¿Siempre ha sido así?, se pregunta entonces [ensimismado Fernando Terry], al recordar las veleidades del destino de José María Heredia, arrastrado por los flujos y reflujos de la historia, el poder y la ambición, atrapado en un torbellino tan compacto que lo llevó a sentir, con apenas veinte años, el signo novelesco que marcaba su existencia. ¿Es posible rebelarse?, se pregunta después, ya por pura retórica, sólo para abrir más la herida, pues sabe que el acto de la rebeldía es el primero que les ha sido negado, radicalmente extirpado de todas sus posibilidades y anhelos. Sólo le queda cumplir su moira, como Ulises enfrentó la suya, aun a su pesar; o como Heredia asumió la suya, hasta el final.”

 VII de VII

Según apunta Leonardo Padura en su memoriosa crónica fechada en Noviembre de 2015, “La decisión final de exhibir Regreso a Ítaca dentro de la programación del Festival de Cine Francés que se celebra anualmente en Cuba fue el resultado de una victoria colectiva de los creadores cubanos, especialmente los cineastas. Y el aplauso que cerró su exhibición, la tarde del 2 de mayo de 2015, constituyó la confirmación de que teníamos razón y de que el arte aún tiene mucho que hacer y decir en una sociedad como la cubana, necesitada de más espacios de confrontación, debate, libertad expresiva.”

            Pero además de los más de mil doscientos espectadores que aplaudieron a rabiar, puestos de pie, el día del estreno en la sala Charles Chaplin, la película, por los callejeros canales de Radio Bemba (bembita y bembón), ya había generado expectativa en la atmósfera habanera, pues según reporta Padura en un pie que se lee en la página 128: “Aunque era el estreno oficial, muchos espectadores cubanos ya habían visto la película, que unos días antes había empezado a circular en el canal de distribución clandestino y alternativo llamado ‘el paquete’. ‘El paquete’ es un compendio de productos audiovisuales, pirateados de las más disímiles plataformas, que semanalmente se prepara y se distribuye (y se vende) a los interesados a través de discos duros externos que el comprador descarga en su computadora personal. Por esta circunstancia no se produjo fuera de la sala de proyección la aglomeración de público que amenazaba producirse por las expectativas creadas por y alrededor de la cinta. ¿Fue obra de la casualidad que la película se distribuyera en ‘el paquete’ justo esa semana?”

            Según dice Padura: “aunque la película ha recibido acusaciones extra artísticas dentro y fuera de Cuba, sobre todo se ha ido convirtiendo en un paradigma, casi un documento, por su capacidad de representar una realidad y época complejas, contradictorias, dramáticas para los que más cerca o más lejos hemos compartido la vida de esa pequeña isla del Caribe a la cual pertenecemos y que, por nacimiento y cultura, nos pertenece...”

           

Leonardo Padura y Laurent Cantet

            Y por lo que sostiene, exultante y celebratorio, la película resulta o semeja una especie de manifiesto de identidad, o una declaración de principios idiosincrásicos y ontológicos: “lo singular del caso es que Laurent Cantet, siendo francés, ha hecho una película profundamente cubana y, además, visceral y necesaria: porque creo que pocas veces (me atrevo a escribirlo, y asumo las posibles reacciones), de un modo profundo y adolorido, se han mostrado en el cine los dramas existenciales y materiales de una generación de cubanos que, viviendo en la isla o dispersos por el mundo, nos revelamos hoy como los actores y sobrevivientes de una experiencia traumática que la historia, el destino, la política y la geografía nos han hecho vivir por el solo hecho de haber nacido y vivido en el país que el destino nos deparó. El país donde muchos de nosotros insistimos en seguir viviendo, creando, trabajando, porque como dice el personaje de Amadeo: ‘Este también es mi país... ¡Mi-pa-ís, coño!’ ‘Mi casa.’ La casa de todos los cubanos.”

       Circunstancia vital que el maltratado pintor Rafa comparte y reitera en “Vuelta a Ítaca”, cuando concede que Amadeo tendría que tener la consustancial libertad y el consustancial e inapelable derecho de irse de Cuba y regresar sin mayor problema en el instante en que él lo decida: “Total, alguna vez uno de nosotros tiene que poder hacer lo que quiere hacer. Tú te quedaste [en Madrid] porque te dio la gana, bien; y ahora quieres volver, pues p’alante también. Sí, qué coño, esta mierda también es tu país... Nos hemos pasado la puta vida haciendo lo que otros nos dijeron que teníamos que hacer...”

            A modo de corolario, vale apuntar que, como tributo y festejo del séptimo arte, las cinco partes que integran el libro están rotuladas como si se tratase de las secuencias de una película: “Secuencia 1: Rodar en Ítaca” (el prefacio del cineasta); “Secuencia 2: Regreso a Ítaca” (el argumento novelado del guion); “Secuencia 3: Todos los caminos conducen a Ítaca” (la crónica memoriosa de Leonardo Padura, dividida en siete partes rotuladas escenas); “Secuencia 4: Vuelta a Ítaca” (el texto del corto que nunca se rodó y que fue la base del guion del filme Retour à Itaque); y “Secuencia 5: La novela de mi vida” (el par de fragmentos de esa obra que inspiró y originó el modelo para armar y montar en la pantalla grande, o sea: el jueguecito de afinidades electivas y cinéfilas).

 

Leonardo Padura y Laurent Cantet, Regreso a Ítaca. Colección Andanzas núm. 881, Tusquets Editores. México, julio de 2016. 208 pp.

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Trailer de 7 días en La Habana (2012).

Trailer de Regreso a Ítaca (2014).

California dreamin’, The Mamas & The Papas

miércoles, 1 de mayo de 2024

La piedra lunar

¿Dónde quedó la bolita?

 

I de IV

(Torres Agüero Editor, 1975)

En el “Prólogo de prólogos” que preludia el libro Prólogos con un prólogo de prólogos, fechado en “Buenos Aires, 26 de noviembre de 1974”, Jorge Luis Borges dice: “He releído y vigilado los textos” (con el auxilio de su sobrino Miguel de Torre, pues en la página legal se lee: “Edición al cuidado de Miguel de Torre y Borges”), “cuyas fechas oscilan entre 1923 y 1974”, “elegidos por Torres Agüero Editor”, cuya edición de cinco mil ejemplares se terminó de imprimir en la capital argentina el “10 de enero de 1975”. O sea: seis meses antes de que Leonor Acevedo de Borges, la madre de Georgie, falleciera casi centenaria el 8 de julio de ese año. Sin embargo, pese a “La revisión de estas páginas olvidadas”, no están exentas de ciertos olvidos u omisiones del propio Borges el memorioso. (La memoria es una forma del olvido, dijo, cincelando el aforismo en la frágil e inestable memoria colectiva y que parece el anverso de otro de sus apotegmas: una sola cosa no hay y es el olvido.) Por ejemplo, en la edición de 1975 de Prólogos se lee en la ficha bibliográfica que data la legendaria y seminal edición en español de La metamorfosis, libro antológico de Franz Kafka, judío praguense (del Imperio Austrohúngaro y luego de la República de Checoslovaquia) que escribía en alemán: “Traducción y prólogo de J.L.B. Buenos Aires, Editorial Losada, La Pajarita de Papel [núm. 1], 1938. 
(Reimpreso posteriormente en la Biblioteca Clásica y Contemporánea de la misma editorial.)” 

Prólogos, p. 103

(Datación que se repite, hasta “1938”, junto con un pie de página que corresponde a “siglo”
—misma que concluye el segundo párrafo—, en la edición póstuma del tomo IV de las Obras completas de Borges, volumen editado en 1996 por María Kodama y Emecé Editores, e incluso se reitera en la revisada y corregida edición de 2005; pero que, no obstante, ese pie de página no está en la novena edición de La metamorfosis, número 118 de la Biblioteca clásica y contemporánea, colección de Losada, cuyo tiraje de 15 mil ejemplares “Se terminó de imprimir el día 30 de abril de 1976”.) Pues además de que el nebuloso runrún pulula en el imaginario colectivo de la aldea global no sólo del idioma español —ignorado por algunos enciclopedistas del Borges babilónico (FCE, 2023)—, Nicolás Helft apunta en la ficha correspondiente que se lee en Jorge Luis Borges: Bibliografía completa (FCE, 1997): “Borges figura como traductor del libro, pero los textos ‘La metamorfosis’, ‘Un artista del hambre’ y ‘Un artista del trapecio’ no fueron traducidos por él. [Faltó anotar, por lo menos, que son traducciones anónimas publicadas con antelación en Revista de Occidente, elegidas en Buenos Aires por el madrileño Guillermo de Torre —el editor de Losada—, y que Borges tradujo las narraciones restantes, quizá seleccionadas por él: ‘La edificación de la muralla china’, ‘Una cruza’, ‘El buitre’, ‘El escudo de la ciudad’, ‘Prometeo’ y ‘Una confusión cotidiana’.] Reimpreso con el mismo prólogo por la misma editorial [Losada] en la colección Clásica y contemporánea [con el núm. 118]. Hay varias reediciones.”  

         
(GG/CL, 2003)

       A lo que se añade que en la postrera y larga Nota liminar sobre La trasformación [Die Verwandlung, 1915] —misma que se lee en el volumen III de las Obras completas de Kafka, editadas en Barcelona, en 2003, por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, bajo la dirección de Jordi Llovet— se afirma que “la edición de La metamorfosis aparecida en la editorial Losada, Buenos Aires, 1938, [...] ya había sido publicada, en traducción anónima, en los números 24 y 25 de Revista de Occidente (1925) con el título La metamorfosis.” Que tal vez se deba a José Ortega y Gasset, “el director de la revista” —quien la fundó en julio de 1923—, o a Fernando Vela, por entonces “el secretario de redacción”, “ambos buenos conocedores de la lengua alemana”. O a Margarita Nelken, supone Domingo Ródenas de Moya en El orden del azar. Guillermo de Torre entre los Borges (Anagrama, 2023). Mientras que en abril-junio de 1924, en esa misma revista, Ramón Gómez de la Serna había publicado una evocación de los hermanos Borges (“Jorge Luis se me presenta siempre unido a su hermana Norah, la inquietante muchacha con la misma piel pálida del hermano”) y de Georgie en la tertulia del Café Pombo en Madrid (en 1920), imbricada a la reseña de Fervor de Buenos Aires, el primer poemario de éste impreso en 1923, en la capital argentina, con 64 páginas y una xilografía en la portada de su hermana Norah, edición de autor, de 300 ejemplares, financiada por Jorge Guillermo Borges, su padre. Y luego, en noviembre de 1924, Borges publicó allí el ensayo “Menoscabo y grandeza de Quevedo”, reunido, al año siguiente, en su primer libro de ensayos: Inquisiciones —que luego desdeñaría—, “publicado por Editorial Proa en abril de 1925”. (“La edición original estuvo compuesta de dos ejemplares sobre papel del japón y tres ejemplares sobre papel holanda vergé ‘Joseph Gvarro’, numerados del 1 al 5 y firmados por el autor, fuera de comercio, y 500 ejemplares sobre papel pluma numerados del 6 al 500.” Se dice en una anónima y postrera nota que figura en la reedición póstuma editada en marzo de 1994, en Buenos Aires, por María Kodama y Seix Barral.)

Borges, Norah y Guillermo de Torre

        Vale considerar, además, que Guillermo de Torre —cuñado de Borges desde el 17 de agosto de 1928, su correligionario en el movimiento ultraísta y cómplice de él (desde Ginebra y hacia “noviembre de 1923”) en “la compilación de una Antología Lírica Internacional” vertida al castellano, “con gran acopio de prólogos parciales, notas y otros embustes”, trunco antecedente del libro de De Torre: Literaturas europeas de vanguardia (Caro Raggio, 1925)—, era, a la sazón, el editor de Losada (empresa editorial argentina recién fundada por el español Gonzalo Losada) que le pidió a Borges —empleado subalterno en la Biblioteca Municipal Miguel Cané— traducir (quizá antes o después de que su padre falleciera a los 64 años el 13 de febrero de 1938) algunos cuentos de Kafka para un libro —no obstante, Borges ya se había ocupado de él (“Kafka era entonces totalmente desconocido en Argentina”, Emir Rodríguez Monegal dixit): el “2 de junio de 1935” en el diario La Prensa, de Buenos Aires, publicó el ensayo “Las pesadillas y Franz Kafka”; el “6 de agosto de 1937”, en la sección “Libros y autores extranjeros” de la revista de señoras El Hogar, hizo una mínima reseña sobre El proceso traducido al inglés por la mancuerna Muir: Edwin y Willa; el siguiente “29 de octubre” una biografía sintética sobre Kafka; el “27 de mayo de 1938” tradujo “Ante la Ley”, una versión levemente distinta de la que desde el 24 de diciembre 1940 se lee en la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, Col. Laberinto núm. 1), de Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; donde también figura, desde entonces, “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, cuento de Kafka quizá traducido por él; y el “8 de julio de 1938” extirpó un botón de la biografía escrita por Max Brod: “Max Brod, en su reciente biografía de Kafka, refiere este rasgo semimágico: Kafka lo visitó una tarde, y atravesó atolondradamente una pieza donde estaba recostado el padre de Brod. Éste se despertó, y Kafka murmuró, al pasar: ‘Le ruego, considéreme un sueño’.” Y por ende es a su cuñado a quien Borges replica, sin mencionar su nombre, en el fragmento de una entrevista publicada, el “30 de julio de 1983”, en el diario español El País, transcrito en la citada Nota liminar:

(Losada, 9a ed., abril 30 de 1976)

         “Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La transformación, y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle La metamorfosis. Es un disparate. Yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé en la obra, el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a Kafka.”

    Todo indica que, efectivamente, ya cundía esa fama in crescendo y el vínculo automático, pues en seguida se lee en esa Nota liminar: “esta primera traducción de Die Verwandlung, publicada solo un año después de la muerte de Kafka [murió casi a los 41 años el 3 de junio de 1924], es, según la Bibliografía* de Maria Luise Caputo-Mayr y Julius Michael Herz, la primera traducción universal del cuento de Kafka [subrayado del reseñista], anterior a las también precoces francesa (La Méthamorphose, trad. de A. Vialatte, 1928), italiana (La metamorfosi, trad. de R. Paoli, 1934), e inglesa y americana (Metamorphosis, trad. de E. Jolas, 1936; The Metamorphosis, trad. de A.L. Lloyd, 1937).”

Norah Borges y Guillermo de Torre
(agosto 17 de 1928)

       Pero también esa réplica implica una soterrada discrepancia más entre Borges y su cuñado: “Norah se ha casado con Guillermo de Torre hace un mes [‘en la iglesia Las Victorias en Buenos Aires’]. Sí, todo como en las novelas con poco gasto de imaginación, con una sencillez indigna del Destino.” Le reportó Borges en una carta, desde Buenos Aires y en francés, a Maurice Abramowicz, su amigo judío-polaco asentado en Ginebra, a quien conoció en 1917 en el Collège de Genève —“fundado por Calvino en 1559”, dice Edwin Williamson en Borges, una vida (Seix Barral, 2004)— donde Georgie fue inscrito en 1914. Que sin duda se suma a los desencuentros y a las antípodas que derivarían en aquella lapidaria e irónica “maldad” del ciego Borges de fines de los años 60 al referirse al sordo Guillermo de Torre: “cuando le preguntaron acerca de cómo se llevaban contestó: ‘¡Ah! Muy bien, él no me oye y yo no lo veo.’” Captada al vuelo en la chismografía de las tertulias porteñas por Marcos-Ricardo Barnatán, autor de Borges. Biografía total (Ediciones Temas de Hoy, 1995).

 

(Emecé, 1997)

         En este sentido, quizá vale recordarlo y como se puede leer en el volumen Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1919-1929 (Emecé, 1997), en diciembre de 1920, en el único número de Reflector, revista publicada en Madrid, Georgie elogia el Manifiesto vertical de Guillermo de Torre (que fue un par de páginas “con ilustraciones de Barradas y de Norah Borges”). No obstante, en una carta a Abramowicz, de Palma de Mallorca a Ginebra, que se lee en Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Emecé, 1999), revela el lado oscuro de la tortilla: “en una carta, [De Torre] me ruega que escriba una prosa laudatoria de su ‘Vertical’. Qué bajeza, ¿no? He vendido mi alma haciendo un artículo en el que a veces asoma una ironía contenida y donde elogio a Torre por lo contrario de lo que he querido hacer.” Y en julio de 1923, en Buenos Aires, en el número 3 de la revista Proa, con ilustraciones de Norah, reseña Hélices. Poemas (1918-1922) (Mundo Latino, 1923), el único poemario (de cepa vanguardista) de su futuro cuñado, donde canta laudatorio: “Felizmente la tal compilación es reidora y franca. Está hecha con alborozo, con ímpetu, con gran fervor de mocedad. En conjunto Hélices me parece una bella calavera retórica.” 
No obstante, en una carta a Sureda, de Buenos Aires a Palma de Mallorca, dice: “¿sabes que el efervescente Torre acaba de prodigar sus millaradas de esdrújulas en un libro de poemas rotulado Hélices? Ya te imaginarás la numerosidad de cachivaches: aviones, rieles, trolleys, hidroplanos, arcoíris, ascensores, signos del zodíaco, semáforos... Yo me siento viejo, académico, apolillado, cuando me sucede un libro así.” 


         Y el 5 de agosto de 1925, en el número 20 de la porteña Martín Fierro, celebra la precoz erudición de Literaturas europeas de vanguardia, “díscola Guía Kraft de las letras”, dice. (¿Qué pensaría, realmente, tras bambalinas?)

        Por su parte, Guillermo de Torre, en enero-marzo de 1926, en Revista de Occidente, con mordacidad e ironía reseña Luna de enfrente, el segundo poemario de Borges, de 42 páginas, editado en Buenos Aires por Proa, en 1925, con portada y viñetas de su hermana Norah. Y en “Para la prehistoria ultraísta de Borges” —ensayo publicado en septiembre de 1964 entre las páginas 457-463 del volumen XLVII de la revista Hispania—, hace un testimonial, subjetivo y documentado recuento y examen del período ultraísta de Borges: 1919-1922, De Torre dixit; e incluso bosqueja el par de míticos libros que Georgie quería escribir hacia 1920 y que nunca concretó:

  “Dos libros imaginaba Borges, en torno a 1920, ninguno de los cuales —y no tanto por desistimiento como por falta de incentivos o facilidades— llegó a ver la luz. Uno de ellos habría de titularse Los naipes del tahúr, de él aparecieron algunas páginas en la revista Grecia, cuya colección completa perdí durante la guerra en Madrid y que no he vuelto a encontrar. Era una serie de escritos en prosa donde ya apuntaban algunas de las cavilaciones sobre el azar, el tiempo y la eternidad; probablemente no serían muy distintas de las que años más tarde corporizó en sus cuentos.  

 “Otro, bajo el título Salmos rojos (título que traduce un doble tributo compartido: en su primera palabra, a Cansinos-Asséns [por El candelabro de los siete brazos, el libro de psalmos que éste publicó en 1914 y que Borges prologó en ‘Buenos Aires, 23 de noviembre de 1981’ en una edición de Alianza impresa en Madrid, en 1986, con el número 167 de la serie Alianza Tres]; en la segunda, a la revolución soviética de octubre de 1917, reflejaba un deslumbramiento natural y extendido entre los escritores jóvenes de todo el mundo por aquellas calendas. Aparte de esa motivación ocasional, los poemas que habrían de integrar tal libro ofrecen valores más permanentes, y traslucen una visión esperanzada del mundo, un tono enérgico y whitmaniano, muy diferentes del desaliento o la incredulidad que reflejarían las composiciones subsiguientes del mismo autor.” Y para ejemplificar ese fervor rojo-bolchevique, De Torre transcribe y exhibe dos poemas del joven Georgie: “Rusia”, “publicado en Grecia (número 48, Sevilla, 1° de septiembre de 1920)”. Y “Gesta maximalista”, “inserto en la revista sucesora de Grecia, esto es, Ultra (núm. 3, Madrid, 20 de febrero de 1921)”.

Manuscrito de Rusia, poema de Jorge Luis Borges publicado
por primera vez en Grecia (Sevilla, septiembre 1 de 1920).


II de IV

(Emecé, 1996)

Otro olvido o más bien descuido —que no es de Borges— figura en las citadas ediciones póstumas del tomo IV de las Obras completas de Borges, pues allí se lee: “WILKIE COLLINS: La piedra lunar. Prólogo de J.L.B. Buenos Aires, Emecé Editores, 1946.” Tal edición fue el número 23 de El Séptimo Círculo, colección de novelas policiales (y supuestas) que Borges y Adolfo Bioy Casares seleccionaban, a partir de 1945, para Emecé. Fue un solo tomo de 744 páginas sin prólogo de Borges. (Vale recordar, entre paréntesis, que el número 30 de El Séptimo Círculo fue La dama de blanco, de Wilkie Collins, en dos tomos; y el número 31 fue Los que aman, odian, la única novela que Bioy escribió en tándem con Silvina Ocampo; y que ambos títulos también fueron publicados en 1946.)

        

Prólogos, p. 47

       Y no es un descuido de Borges porque en la página 47 de la edición príncipe de Prólogos con un prólogo de prólogos se lee, no al pie, sino a la cabeza, después del título: “Wilkie Collins: La piedra lunar. Prólogo de J.L.B. Buenos Aires, Compañía Fabril Editora, 1971.” De ahí que en la citada Bibliografía completa, Nicolás Helft (sin mencionar al traductor de la novela, pues a Horacio Laurora sólo lo registra en la ficha de la edición de Hyspamérica de 1985) consigne que el “Prólogo” de Borges para La piedra lunar, fechado por él en “Buenos Aires, 3 de diciembre de 1971”, apareció en la edición que en “1972” hizo la Compañía General Fabril Editora con 445 páginas, el cual también figura, apunta, en “Otras ediciones: Barcelona: Montesinos, 1981 y Madrid: Hyspamérica, 1985.” (No obstante, en esa ficha Helft omite la inclusión de ese “Prólogo” en el citado Prólogos con un prólogo de prólogos, pese a que lo enumera en el postrero listado del contenido del libro, que allí erradamente data su edición en “1977”.) Y Horacio Jorge Becco, en Jorge Luis Borges. Bibliografía total. 1923-1973 (Casa Pardo, 1973), casi coincide con Helft, pues si bien no transcribe la datación del “Prólogo” de Borges ni nombra al traductor de la novela (¿Horacio Laurora?), data la edición en “1971” con “447” páginas.

         

Compañía Fabril Editora
(Buenos Aires, 1972)

         
Ese “Prólogo” de Borges a La piedra lunar —como telegráficamente lo apunta Nicolás Helft— es el que sin fecha preludia (luego del consabido prefacio ex profeso que se repite en cada título de la serie de 75 números: una exultante oda al libro, al lector, a la lectura y al amor por María Kodama) la edición que Hyspamérica Ediciones Argentina tiró en Madrid, en dos tomos, dentro de la colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges: el tomo 1 es el número 6 de la serie y el tomo 2 es el número 7, cuya paginación entre ambos es consecutiva: 733 páginas. 

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges números 6 y 7
Tomos I y II
Hyspamérica Ediciones Argentina
(Madrid, 1985)

       Y dado que en la página legal se acredita que el título original en inglés: The Moonstone, fue traducido al español por Horacio Laurora y que es una “Traducción cedida por Emecé Editores, Buenos Aires”, se infiere que es la traducción con que se publicó en 1946 con el número 23 de la serie El Séptimo Círculo.  

 

(Emecé, 1946)

         No obstante, la edición de Hyspamérica luce una horrenda plaga de erratas y extrañas decisiones y solecismos del traductor; por ejemplo, traduce el nombre de la joven Rachel Verinder: Raquel, mientras no traduce otros nombres propios en inglés; varias veces denomina “peinador” a un camisón de dormir; llama “baile” al laburo de capataz que durante mucho tiempo tuvo el mayordomo Betteredge (nombrado como tal hasta sus 65 años “la Navidad de 1847”), luego de haber empezado de paje a los tres lustros de su mocedad, cuando aún vivía “el viejo lord” sir John Verinder, y de haber vivido acasillado en esa onerosa casa de campo en Yorkshire casi toda su vida, pues se casó, autorizado por su ama y para ahorrar gastos, con la criada de su cabaña: Celina Goby (fallecida al quinquenio del ríspido e infeliz matrimonio), con quien tuvo a Penélope, su única hija de 25 años en junio de 1848, educada y promovida por su ama lady Julia Verinder para desempeñarse como doncella de miss Raquel, su única hija y heredera universal. E incluso incurre en algún galimatías y en alguna elemental confusión, como si de pronto el traductor, convertido en zombi o sonámbulo bajo los efectos del láudano, perdiera el hilo narrativo y no supiera quién es quién en la trama. Vale subrayar, primero, que uno de los ingredientes magnéticos de la intriga y del suspense de la obra es la actuación detectivesca de Richard Cuff para descubrir y desvelar al ladrón del diamante hindú conocido como la Piedra Lunar, primero en calidad de sargento y luego de ex sargento de la División de Investigaciones de Scotland Yard, quien según Borges: es “el primer detective de la literatura británica” (cuyo ascendiente, diría el Borges oral, es “Auguste Dupin, el primer detective de la historia de la literatura”). Pues bien, entre las páginas 254-255 del “Capítulo XIX”, Cuff es guiado a pie por el chiquillo Duffy hacia las Arenas Temblonas, un área pantanosa, inestable y letal en el ámbito de las subidas de las mareas del mar de Yorkshire, donde desapareció Rosanna Spearman (todo lo que engullen las arenas se pierde para siempre, tal si se tratase de un cósmico agujero negro de gusano), no muy distante de un caserío de pescadores llamado Cobb’s Hole, donde los lugareños beben rústica ginebra y parlotean con su particular dialecto. La voz evocativa y narrativa es la del viejo Gabriel Betteredge, el septuagenario mayordomo de la casona de campo que la viuda lady Julia Verinder posee en Yorkshire y luego, tras su fallecimiento, su única hija miss Raquel Verinder. En este sentido, narra el mayordomo: “No podría decir cuánto fue el tiempo trascurrido entre la partida del Sargento hacia las arenas y el instante en que vi venir corriendo a Duffy, portador de un mensaje para mí. El Sargento Duffy [sic] le había dado al muchacho una hoja arrancada de su cartera, en la cual escribió con lápiz: ‘Envíeme uno de los zapatos de Rosanna Spearman lo más pronto posible’.”


 III de IV

Augusto Monterroso:
Autorretrato

Los citados olvidos de Borges quizá son menos memorables y reseñables que el olvido que Augusto Monterroso sacó a relucir (a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada aldea global) en un ensayo reunido en su libro La vaca (Alfaguara, 1998), que, curiosamente, se lee en el “Prólogo” de Borges al libro del británico Daniel Defoe: Las venturas y desventuras de la famosa Moll Flanders, número 48 de la citada serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges —“Colección dirigida por Jorge Luis Borges (con la colaboración de María Kodama)”—, libro editado en Madrid, por Hyspamérica, en 1986, quizá antes o después de que Borges falleciera en Ginebra, aún con 86 años, el sábado 14 de junio; y quizá antes o después de que el 26 de abril de ese año se casara por poder, en un remoto pueblo del Paraguay, con María Kodama (nacida el 10 de marzo de 1937), heredera universal de sus derechos de autor. Apunta Tito Monterroso dando un coscorrón y aleccionado al populacho que se chupa el dedo con un embudo en el coco y galopando en Clavileño:

           

Cervantes
Dibujo de Tito Monterroso

        “Y, de pronto, el error, o el falso recuerdo memorable: en el prólogo a Las aventuras y desventuras de la famosa Moll Flanders de Daniel Defoe, y casi sin que venga al caso, lo que lo convierte en un error gratuito, Borges apunta: ‘Que yo recuerde, no llueve una sola vez en todo el Quijote.’ Para quien no ha leído el Quijote y dicho por el memorioso Borges, esto pasa a convertirse en verdad. Pero en el Quijote sí llueve, y precisamente en un momento muy importante del libro. En el capítulo de la Primera parte, que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, en la primera línea, se lee: ‘En esto, comenzó a llover un poco.’ Y más adelante: ...‘y quiso la suerte que, al tiempo que venía un barbero, comenzó a llover, y por que no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba’.

            “Así, no es que no haya llovido nunca en el Quijote, sino que al Quijote no le llueven los mismos lectores que a Borges, como para que notaran esta su afirmación, precedida, hay que reconocerlo, del prudente e instintivo ‘que yo recuerde’.”

 IV de IV

Biorges

Retratos y superposición de Gisèle Freund

En 1951, cinco años después de que el dúo dinámico: Borges-Bioy, en su papel de asesores y directores de la serie de novelas policiales El Séptimo Círculo, hicieran editar La dama de blanco y La piedra lunar, publicaron, a través de la bonaerense Emecé, la Segunda serie de Los mejores cuentos policiales. La primera serie, también editada por Emecé, apareció en 1943 (allí incluyeron “La muerte y la brújula”, cuento de Borges publicado por primera vez en la revista Sur en mayo de 1942) y en ambos casos no llevó ningún prólogo; pero sí una mínima nota biográfica-bibliográfica que precede a cada uno de los cuentos elegidos por criterios caprichosos y hedónicos, anotando, además y cuando es el caso, el nombre del correspondiente traductor o traductora. Vale recordar, entre paréntesis, que el tardío “Prólogo” de Borges y Bioy a Los mejores cuentos policiales (2), fechado en “Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”, apareció en Madrid, en 1982, en la coedición de Emecé y Alianza Editorial, número 950 de El libro de bolsillo. Y que esa antología de 15 relatos proviene no de la Segunda serie —reeditada en 1972 con el número 368 de El libro de bolsillo y el título Los mejores cuentos policiales, 1— sino de la primera, que tuvo 16 cuentos y una nómina algo distinta, según se aprecia en el bosquejo que Emir Rodríguez Monegal hace entre las páginas 340-341 de Borges. Una biografía literaria (FCE, 1987). En 1943 no estuvo, por ejemplo, “El vástago”, cuento de Silvina Ocampo compilado en su libro La furia (Sur, 1959). No obstante, en noviembre de 2019, en Buenos Aires, Editorial Sudamericana publicó una anónima edición de Los mejores cuentos policiales precedida por el citado “Prólogo” tardío y con algunos datos añadidos o cambiados en las fichas biográficas-bibliográficas, dando por fehaciente hecho de que se trata de las auténticas selecciones publicadas en 1943 y 1951: “Nota del editor: esta edición reúne en un único volumen la selección de cuentos publicada originalmente en dos (1943 y 1951) y en todos los casos sigue la última versión revisada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (1981).” 

     

(Sudamericana, 2a ed., enero de 2020)

           Pero ojo: a la nómina de los 15 cuentos que figuran en Los mejores cuentos policiales (2), que aquí se anuncia como “Primera serie”, se le añadieron dos que sí estuvieron entre los 16 de la antología de 1943 y por ende ahora son 17 cuentos: “El marinero de Ámsterdam”, de Guillaume Apollinaire; y “La noche de los siete minutos”, de Georges Simenon. Mientras que la nómina que se lee en Los mejores cuentos policiales, 1, anunciada aquí como “Segunda serie”, comprende los mismos 14 cuentos, entre los que se halla “Las doce figuras del mundo”, de H. Bustos Domecq, pseudónimo de Borges y Bioy, quienes, entonces de incógnito, en enero de 1942 lo hicieron público en la revista Sur y luego en Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942), el primero de los cuatro libros de Honorio Bustos Domecq.

El relato que inicia la Segunda serie es “Cazador cazado” (The Biter Bit) de Wilkie Collins, traducido por Eugenia Candelón. Y en la nota que lo antecede, apunta Biorges —el consabido ente de dos cabezas y cuatro manos, indiscutible e inveterado lector de los pesados volúmenes de la Anglo-American Cyclopaedia (New York, 1917) y de las mil y una páginas del undécimo tomo de A First Encyclopaedia of Tlön, e incluso de los veintitantos o doce volúmenes del Grosse Brockhaus y, desde luego (y ya encarrerado el gato), de los tomos de segunda mano de la Encyclopædia Britannica de 1911, adquiridos por Borges con 300 de los tres mil pesos del segundo premio del “Premio Literario Municipal de 1928”, ganado en Buenos Aires con su tercer libro de ensayos El idioma de los argentinos (Gleizer, 1928), que luego menospreció (excepto el homónimo ensayo del título), pese a las viñetas de Xul Solar, inventor de la panlengua, del neocrillo y, entre otras cosas, anónimo autor de algunas de las viñetas que se ven en las sucesivas ediciones del Manual de zoología fantástica (FCE, 1957):

“William Wilkie Collins, hijo mayor del paisajista William Collins: nació en Londres en 1824; murió en esa misma ciudad en 1889. Fue abogado, opiómano, actor, e íntimo amigo de Charles Dickens.

William Wilkie Collins

(Retrato de Rudolph Lehmann)

      “Del catálogo de sus obras señalaremos: [...] The Woman in White y The Moonstone. Estas dos últimas obras fueron publicadas en la colección El Séptimo Círculo con los títulos La dama de blanco y La piedra lunar.”

    Ese cuento policial y detectivesco narra y despeja un robo de cuarto cerrado, pues el subrepticio latrocinio ocurre durante una noche en la íntima recámara de un sólido matrimonio y por ende, a priori, se infiere que el delincuente es alguno de los habitantes de la casa ubicada en Londres. Y la lúdica trama, con sus líneas humorísticas y satíricas, se narra a través de una serie de cartas. Tal procedimiento narrativo es semejante al que Collins utilizó, in extenso y hasta la saciedad, en La piedra lunar (y en La dama de blanco). En la novela, que mucho tiene de decimonónico y victoriano melodrama romántico (con algunas pinceladas humorísticas como cuando la hija del mayordomo le dice a su padre que “no sabía cómo su corazón no escapó de su pecho” y él piensa para sí “mismo que sería debido a su corsé”, o el hecho de que el mayordomo suele consultar su luido Robinson Crusoe como si fuera su particular e infalible I Ching), también ocurre un robo de cuarto cerrado y por ende el hurto tuvo que ser cometido por alguno de los numerosos habitantes de la casona de campo en Yorkshire, propiedad de la viuda lady Julia Verinder. El robo del diamante (casi del tamaño de un huevo de avestruz) ocurrió durante la madrugada del 22 de junio de 1848, unas horas después de la cena que celebró el cumpleaños número 18 de Raquel Verinder, quien recibió la joya como regalo post mortem de su tío el maligno coronel John Herncastle, malquerido hermano de su madre, el cual, con violencia y sangre, robó la sacra y mítica piedra en la India “el día 4 de mayo de 1799”, precisamente durante el saqueo, perpetrado por tropas inglesas, de las joyas y el oro que obraban en el castillo de Seringapatam. Esa gema, sin igual en el reino británico y en el continente europeo, “se hallaba engastada a la manera de un pomo en el extremo de la empuñadura” de una daga; pero originalmente fue un objeto de culto brahmánico incrustada en la frente de la deidad “de cuatro manos que simboliza la Luna”; de ahí que desde entonces una sucesión de tres brahmanes de piel color caoba, camuflados y en secreto, sigan su ruta y ubicación con el objetivo de reintegrarla a su antiguo credo. En su primera aparición, rondando las inmediaciones de la casona de campo en Yorkshire, fingen ser tres prestidigitadores itinerantes, vestidos con “túnicas y pantalones blancos de lino”, seguidos por un rubio muchachito inglés, quienes anuncian su actuación percutiendo tres tamborcillos. Y el acto subrepticio que realizan por allí, ocultos en la floresta: potenciar la clarividencia del muchachito inglés a través de “una sustancia negra como la tinta” que el nigromante y líder bilingüe vierte en el hueco de su mano, ineludiblemente evoca la estirpe vidente y miliunanochezca de “El espejo de tinta”, el cuento de Borges que desde 1935 se lee en Historia universal de la infamia.      

(Emecé, 1946)

        Con páginas de diario íntimo, apuntes, reportes y algunas misivas, entre las que destaca la larga carta post mortem de la suicida Rosanna Spearman —que es una variante de monólogo dramático y melodramático—, las copiosas vicisitudes, entretelones y digresiones de la trama se narran, sobre todo, a través de largos e idiosincrásicos testimonios en primera persona (repletos de anacrónicos atavismos y ñoños prejuicios de la época, no exentos de xenofobia, racismo, machismo, estratificación laboral y social, y supremacía colonial inglesa), que tienen su origen, según apunta el mayordomo Betteredge, en una solicitud que en 1850 les hizo a los testigos (y anexas) el señorito Franklin Blake, sobrino de lady Julia Verinder y pretendiente de su prima Raquel Verinder, que busca acumular, para la posteridad, una memoria de todo lo ocurrido en torno al robo de la Piedra Lunar, su remoto origen y destino en la India y la singular pesquisa detectivesca, que comprende, además de las investigaciones e inferencias del raciocinador sargento y ex sargento Cuff (precedidas por las frustradas indagaciones y torpes medidas del mediocre Inspector Seegrave y su par de agentes de la policía de Frizinghall), el procedimiento experimental de un experto en los efectos y el consumo del láudano (Ezra Jennings, mestizo inglés-hindú, ayudante del doctor Candy, el médico de la familia) —quien incluso le receta al neófito en cuestión leer una pasaje, marcado por él, de “las celebérrimas Confesiones de un inglés fumador de opio” [1821], de Thomas de Quincey— y hasta la participación de un emergente, observador y sagaz niño detective (Octavius Guy) con iniciativa propia.  

            De ahí que Borges resuma en su “Prólogo”:

           

Wilkie Collins

        “Wilkie Collins, maestro de la vicisitud de la trama, de la patética zozobra y de los desenlaces imprevisibles, pone en boca de los diversos protagonistas la sucesiva narración de la fábula. Este procedimiento, que permite el contraste dramático y no pocas veces satírico de los puntos de vista, deriva, quizá, de las novelas epistolares del siglo dieciocho y proyecta su influjo en el famoso poema de Browning El anillo y el libro, donde diez personas narran uno tras de otro la misma historia, cuyos hechos no cambian, pero sí la interpretación. Cabe recordar asimismo ciertos experimentos de Faulkner y del lejano Akutagawa, que tradujo, dicho sea de paso a Browning.”

            Esta última observación, Biorges la apuntó, en 1943, en la brevísima nota que precede al cuento “En el bosque”, del escritor y suicida japonés Ryunosuke Akutagawa (1892-1927), seleccionado en la primera serie de Los mejores cuentos policiales, con traducción de Ana Arias. Se trata de un breve y magistral ejemplo de lo que dice. A través de siete testimonios o declaraciones que recaba “el oficial de investigaciones de la Kebushi” (a quien no se le oye ni se le ve), se contrastan siete versiones de un asesinato, destacando, sin duda, la narración del espíritu del asesinado, contada a través de “los labios de una bruja” que oficia de médium. De ahí que Biorges apunte en el citado “Prólogo” tardío: “Akutagawa, en la pieza que incluimos, recurre a un medio sobrenatural para comunicar hechos reales. La técnica de narrar un solo argumento a través de muchas versiones le fue sin duda sugerida por Robert Browning, cuya obra había traducido al japonés.”

          

Ryunosuke Akutagawa

         
Ese relato de Akutagawa, datado en “Diciembre de 1921” —según lo apunta el especialista Jay Rubin en El dragón, Rashômon y otros cuentos (Quaterni, 2012)—, junto con el relato homónimo, fechado en “Septiembre de 1915”, que refiere los residuales vestigios de la antigua y ruinosa Puerta de Rashômon (situada al sur de la decadente y misérrima Kioto de fines de la Era Heian), son el punto de partida del argumento del celebérrimo mediometraje Rashomon (1950), rodado en blanco y negro por el fotógrafo Kazuo Miyagawa, dirigido por el cineasta japonés Akira Kurosawa, con script suyo y de Shinobu Hashimoto, en el que descuella, por su fama y sin agraviar a la talentosa y expresionista tipología del reparto, el histrionismo del actor fetiche Thoshiro Mifune, quien caracteriza al ladrón Tajumaru.  

        Y si bien en su Introducción a la literatura inglesa (Columba, 1965), ensayo de Borges escrito con la “Colaboración de María Esther Vázquez” (quizá pensado para “la cátedra de literatura inglesa” que impartía “en la Universidad Católica Stella Maris de Mar del Plata”), no se halla un segmento sobre la obra de Wilkie Collins, en el bosquejo de la obra de Robert Browning (1812-1889) se lee a través de su indeleble voz de oráculo del Sur y pitoniso de la pampa: “Su obra capital se titula El anillo y el libro. Diez personas distintas entre las cuales están los protagonistas, el asesino y la asesinada, el presunto amante, el fiscal, el abogado defensor y el Papa, narran minuciosamente la historia de un crimen. Los hechos son idénticos, pero cada protagonista cree que sus acciones han sido justas. Si Browning no hubiera elegido el verso, sería un gran cuentista, no inferior a Conrad o a Henry James.” Vale añadir que en la “Clase N° 18”, fechada el “Lunes 28 de noviembre de 1966”, misma que se lee en el libro Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (Emecé, 2000), —transcrito, anotado y editado por Martín Arias y Martín Hadis—, Borges bosqueja detalles de la vida y obra de Robert Browning. Y si bien alude “su obra capital: The Ring and the Book, El anillo y el libro” y la invención de “una forma de poemas lírico-dramáticos en primera persona”, no glosa ni hace una exégesis de su estructura y contenido. 

     

Robert Browning (c. 1888)

(Retrato de Herbert Rose Barraud)

            
Según se reporta en Wikipedia, “En 1868 Browning completó y publicó por fin el largo poema en verso blanco inglés The Ring and the Book [El anillo y el libro], que finalmente le traería riqueza, fama y éxito en su época y lo pondría en primera fila de la poesía inglesa. Basado en un complejo caso de asesinato en la Roma de la década de 1690, el poema está compuesto por doce volúmenes que comprenden diez extensos poemas dramáticos narrados por los diferentes personajes de la historia, quienes van revelando su participación en los hechos. La historia se extiende entre un prólogo y un epílogo del propio Browning. Su extrema extensión, incluso para las pautas del poeta (más de veinte mil versos) declara que esta obra fue su proyecto más ambicioso, y, en efecto, ha sido aclamada como un tour de forcé de la poesía dramática. Fue publicada por separado en cuatro volúmenes entre noviembre de 1868 y febrero de 1869 y obtuvo un inmenso éxito, tanto crítico como de público, lo que le valió el prestigio contemporáneo que tanto había perseguido (y merecido) durante casi treinta años de trabajo.”

            En este sentido, vale agregar que, según se lee en Wikipedia, La dama de blanco se publicó por entregas entre el “29 de noviembre de 1859” y el “25 de agosto de 1860” en la revista All the Year Round, fundada por Charles Dickens en 1859. Mientras que La piedra lunar se publicó allí entre el “4 de enero” y el “8 de agosto de 1868”, año en que fue editada en tres volúmenes. De ahí que la traducción de Horacio Laurora esté precedida por un “Prefacio” de Wilkie Collins, firmado en “Gloucester Place, Portman Square, Junio 30, 1868”. 

 

(Navona, 2016)

   
       El cual, junto con la dedicatoria del autor:
In Memoriam Matris, no se lee en la edición de septiembre de 2016 publicada en Barcelona, por Navona Editorial, en un solo volumen en cartoné de 566 páginas, dentro de la serie Los ineludibles. Pero eso sí, está precedida por el multicitado “Prólogo” de Borges, datado así: “(Prólogo de J.L. Borges a la edición de La piedra lunar de Emecé Editores, Buenos Aires, 1946).” Vale añadir que, a priori, la traducción que se lee en la edición de Navona, a cargo de José Luis Piquero, parece más lograda y mucho más cuidada que la traducción de Horacio Laurora que se lee en la edición de Hyspamérica, la cual, además, comprende 22 capítulos en la primera historia que narra el mayordomo Betteredge, mientras que la de Navona comprende 23. O sea: el capítulo 23 fue adherido al 22 sin ninguna advertencia del editor.   

 


William Wilkie Collins, La piedra lunar. Tomos I y II. Prefacio y prólogo de Jorge Luis Borges. Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges números 6 y 7. Traducción del inglés al español de Horacio Laurora. Hyspamérica Ediciones Argentina. Madrid, 1985. 733 pp.