jueves, 1 de diciembre de 2016

Voces del desierto


                                   
Las mil Lailas y una Laila

Nélida Piñón
Traducida al español por Mario Merlino e impresa por Alfaguara en “marzo de 2006”, Voces del desierto es una novela de Nélida Piñón (Río de Janeiro, mayo 3 de 1937) cuyo primer tiraje en portugués data de 2004. En ella la narradora brasileña (Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo” en 1995 y Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2005) reinventa una genésica, arcaica y ancestral historia paulatinamente germinada y arraigada en la memoria colectiva y en el imaginario culto y popular de Occidente a partir de que a inicios del siglo XVIII se publicaron y popularizaron en París (luego en Europa y en el Oriente Medio) Les mille et une nuits. Contes arabes (12 tomos editados entre 1704 y 1717) que el orientalista y numismático Antoine Galland (1649-1715) tradujo y adaptó del árabe al francés (de un manuscrito, c. siglos XIV-XV, adquirido por él en uno de sus recorridos y estancias por el Oriente y de los relatos que de viva voz le contó, en París, Hanna Diap, un maronita de Alepo). Se trata, principalmente, de la supuesta cotidianidad que Scherezade, la mítica y arquetípica narradora oral de Las mil y una noches, vive y padece cautiva en el palacio del monarca —en este caso el Califa de Bagdad y alrededores (sin ningún cornudo hermano ni pariente visible)—, mientras noche a noche, después de ser sometida a la rutinaria cópula, le narra los sucesivos cuentos, que antes de cada amanecer, dados los puntos suspensivos y el interés del monarca, permiten que ella siga subsistiendo prisionera y bajo amenaza de muerte, y que por ende el Califa interrumpa (sin derogar) la ejecución de más doncellas después de desvirgarlas durante la primera noche, una sangrienta y macabra venganza, vuelta un terrorista decreto inapelable, contra la mujer y contra el pueblo musulmán, iniciada tras descubrir que la Sultana, su esposa, allí mismo en el palacio, se refocilaba con un esclavo negro. (¿Cuántas ex vírgenes habrá matado?, ¿mil y una?).
  Pese a tratarse de una ficción, Voces del desierto no narra ni implica circunstancias ni linderos ni elementos extraordinariamente fantásticos, maravillosos, sobrenaturales, felices, mágicos y poéticos, tal y como por antonomasia ocurre en los consabidos relatos de Las mil y una noches (“Aladino o lámpara maravillosa”, “Alí Babá y los cuarenta ladrones”, “Simbad el marino”, “Historia de Kamaralzamán y la princesa Budur”, etcétera), es decir, no hay genios encerrados en una botella ni talismanes ni fórmulas mágicas ni alfombras voladoras ni los animales parlotean entre sí, sino que todo se desglosa con un tratamiento, un matiz y un decurso supuestamente realista, muy reiterativo, gris, sin humor, somnífero, patético, empantanado, opresivo y desolador. 
 
(Alfaguara, México, marzo de 2006)
       Es decir, Voces del desierto no es una novela con un apoteósico final feliz, en la que Scherezada (ídem Scherezade), después de narrar durante mil lúbricas noches y una noche, logra que para siempre se elimine su sentencia de muerte (y la dictada contra las muchachitas vírgenes), además de haber logrado que el soberano se enamorara de ella y que tras mostrarle los tres chiquitines engendrados con él durante las nocturnas sesiones (y que no había visto), acepte al conjunto y los proclame y eleve a familia real. Ni su padre, el gran Visir, cada amanecer (insomne, lacrimoso, prosternado, sumiso, y con el correspondiente sudario entre las temblorosas manos), no espera la noticia (quizá atroz) de si su hija fue descabezada por la cimitarra del ansioso verdugo. Nada de eso. Sino que en este caso el despótico Califa de Bagdad, quezque de la dinastía abasí y descendiente de Mahoma y de Harum al-Rashid, es un maldito y un egoísta por los cuatro costados, la auténtica hez de la canalla. No oye a nadie que no sean sus pensamientos, atavismos, fobias y pesadillas de misógino y misántropo. Reina con mano dura sin conocer los rostros y los problemas de los pobladores del desierto y de Bagdad (una ciudad a orillas del río Tigris y cercana al Éufrates, con murallas redondas y cuatro portones). Está incapacitado para amar a nadie que no sea él y su cómodo trono. Y además de gordinflón, con espesa barba y “nariz ganchuda de águila”, de “cimitarra asesina”, ya es un vejete y en consecuencia sus facultades viriles empiezan a menguar y a convertir el sexo en una farsa que en secreto detesta y que busca eludir. (No obstante, tiene su exclusivo harén, sitio al que no entra nadie que no sea él y la recua de alharaquientos eunucos). 

  Scherezade, en cambio, aún no cumple los veinte años (quizá con la belleza de una hurí), pero es culta, dado que por ser la hija menor del Visir (el principal administrador del Califa) y dadas sus virtudes innatas para la narración oral, desde niña recibió una educación regia y palaciega (prohibida e inaccesible para la mayoría de las musulmanas), matizada por los incentivos de su fallecida madre y por el subrepticio magisterio e influjo que en ella ejerció Fátima, su nodriza, quien sin autorización del Visir la llevaba, aún adolescente, disfrazada a la medina de Bagdad (emulando al legendario Harum al-Rashid), para que oyera historias orales, voces, timbres, y se impregnara del entorno y su gente, de los tufos, fragancias y efluvios.
  Entre el Califa y Scherezade nunca se establece una comunicación humana y amistosa. Nunca se quieren ni se quisieron. Él siempre es el distante, odioso, frío y temible soberano que dicta e impone la rutina: auxiliada por su hermana mayor Dinazarda, a la que pronto se suma la esclava Jasmine, Scherezade tiene prohibido salir de los aposentos (de día y de noche), y su papel, de vil esclava y no de cónyuge, se reduce a dos cosas nocturnas: la preliminar fornicación, que el Califa realiza semivestio, de manera rapidita y light (mientras puede), además de que ella no se mueve ni debe decir nada: ni mu ni pío ni emitir suspiros ni pujiditos (pues esto le recuerda a la lujuriosa Sultana y podría costarle el cogote), y luego sigue la sesión de los cuentos que ella debe narrar hasta el límite de la aurora, siempre bajo la espeluznante amenaza de que el Califa, por distintas razones, decida, por fin, borrarla del mapa, precisamente en el enorme cadalso erigido junto a los aposentos para matar a las doncellas desvirgadas por su real falo. 
No asombra, entonces, que Scherezade, desde el principio no lo ame y que aún recién llegada al palacio piense en marcharse y narrar en otra latitud, entre su gente, dado que para ella el Califa semeja un “vil sicario”, la encarnación del mal, pues “en nombre del honor ofendido, se había olvidado de la doctrina del Islam”. 
Con el apoyo logístico de la esclava Jasmine y de su hermana Dinazarda (quien ha adquirido cierto poder administrativo ante los áulicos del palacio), Scherezade, quien ya no soporta ni tolera el cuerpo del Califa moviéndose sobre el suyo, urden que Djaura, una favorita del harén, la sustituya en el preliminar y desabrido ayuntamiento del monarca. El Califa, no obstante, no cae en el engaño y sin decir una palabra permite que prosiga la intriga, porque además de descubrir cierto placer que creía extinto, también, desde hace un buen tiempo, está harto del obligado y fársico coito con la narradora. 
  Algo parecido ocurre al final de la novela, cuando la trilogía (Scherezade-Dinazarda-Jasmine) trama que la contadora de historias subrepticiamente se fugue del palacio (va en pos de la edénica casita donde al parecer aún vive la anciana Fátima, su otrora nodriza). “El Califa no saldría en su busca. Había descubierto en él señales de agotamiento. Casi suplicándole que desapareciese de su vista, pues no quería entregarla al verdugo.” Esto, claro está, se planea y ocurre cuando el monarca por fin ha abolido la terrorífica y sangrienta sentencia dictada contra las familias y doncellas del califato; cuando Dinazarda ha aumentado sus ambiciones y su palaciego poder administrativo (tal vez se convierta en la flamante esposa del chocho Califa); y Jasmine quizá sea la nueva favorita y narradora oral del soberano, pues también tiene sus aspiraciones y sueños, y puesto que había mostrado ciertas dotes e inquietudes por la narración oral, amén de que era ella quien a veces iba al zoco de Bagdad a comprar historias orales (en particular a un anciano y ciego derviche) que nutrieran la a veces fatigada memoria e imaginación de Scherezade.
 
Contraportada
         Pese a lo expuesto y a algunas pinceladas eróticas de índole rupestre y tosca, Voces del desierto es una novela muy superficial, esquemática y reiterativa, casi sin tripas y descafeinada, con muy poco suspense y con mínimas dosis de enredo y poquísimos giros sorpresivos. Se suceden páginas y páginas en las que con ligeras variantes se narra lo mismo, una y otra vez (descuella el arranque de la infausta historia entre el soberano y la narradora). Nunca se construye una dinámica y visual escena donde Scherezade le cuenta al Califa, sólo se dice que le narra de viva voz y que una y otra vez le habla de Simbad, de Zoneida, de Aladino, de Alí Babá, de modo que parece que nunca avanza y que sólo le relata sobre tales personajes, una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. Nunca se precisa qué relatos Jasmine le compra al derviche ciego y cómo y en qué dosis y matices se los transmite a Scherezade a través del tamiz de Dinazarda. Nunca se ve al Califa en medio de la problemática de su imperio y del ejercicio del poder en el salón del diván con sus visires y embajadores en semicírculo y prácticamente lo suele posponer o delegar a partir de que adquiere el nocturno vicio de oír, casi flotando en una nube de opio, los cuentos que le relata Scherezade en la intimidad de sus aposentos. 

  Además, dado el tratamiento supuestamente realista de la novela (distante de la fantástica y fabulosa tradición de Las mil y una noches), resulta inverosímil y contradictorio que en una monarquía musulmana, falocéntrica, autoritaria y misógina, el poderoso Visir, de clase alta y principal administrador del Califa de Bagdad, haya permitido que sus hijas, las invaluables niñas de sus ojos, expusieran sus vidas ante el sanguinario monarca, motu propio y por encima de su autoridad. Sólo baste entrever, entre líneas, los implícitos vasos comunicantes y el trasfondo atávico y social en un fragmento que la sabihonda y ubicua voz narrativa apunta en la página 283 de Voces del desierto
    Scherezade amaba, en particular, la epifanía de aquellas horas, cuando, a la luz de una vela, los hombres del califato asociaban la astucia nocturna a la naturaleza de la mujer, de quien se podía esperar toda suerte de señuelos, de mentiras e ilusiones. Creyendo el propio Califa en la demoníaca habilidad de la hembra para suscitar en él el extravío de la carne, doblegar su virilidad de varón, devorar su falo. Tal vez por ello sea común, en el mundo islámico, darle a la mujer el nombre de Laila, equivalente a noche en árabe.

Nélida Piñón, Voces del desierto. Traducción del portugués al español de Mario Merlino. Alfaguara. México, marzo de 2006. 320 pp.



El cielo protector



La diferencia entre algo y nada es nada



Paul Bowles
De 1949 data la primera edición en inglés de El cielo protector, quizá la más célebre de las obras del norteamericano Paul Bowles (1910-1999), cuya traducción al español, de Aurora Bernárdez (legendaria traductora y compañera de Julio Cortázar), apareció por primera vez en 1977. Sin duda, en tal celebridad (a estas alturas del siglo XXI) incide la adaptación cinematográfica que en 1990 estrenó Bernardo Bertolucci (a partir de un guión suyo y de Mark Peploe), porque además de ser un filme extraordinario, tanto al principio, como al final, entre los parroquianos del cafetín norteafricano donde se parla francés (en la novela es el café Eckmül-Noiseux, en Argel) figura el propio Paul Bowles, observando y reflexionando en silencio (con su voz en off).  
  Es tan magnética, sugestiva e impresionante la película de Bernardo Bertolucci, que ineludiblemente no pocos lectores de ahora, y de diversos idiomas y latitudes, leen y leerán la novela enlistando coincidencias y diferencias entre ésta y el filme, lo cual puede suscitar cierta intriga y suspense, si primero se observa el largometraje de 138 minutos (que no deja de ser una adaptación muy parcial de la novela y con significativas variantes y disimilitudes) y luego se asimila toda la riqueza de la obra literaria con la morosidad y los interludios que normalmente requiere la lectura de un libro. 
DVD de El cielo protector (1990), filme dirigido por Bernardo Bertolucci,
basado en la homónima novela de Paul Bowles.
        En 2006 la Editorial Seix Barral, en su ibérica página web, anunció la publicación, en la serie Biblioteca Formentor, de una nueva traducción de El cielo protector que, al parecer, supera la hecha por Aurora Bernárdez, pues incluye “el prólogo escrito por Bowles para la última edición americana que preparó en vida”. No obstante, tal libro sólo ha circulado en España, pero no en el país mexicano; y la versión que ahora mismo se puede encontrar en ciertas librerías es la impresa por Punto de lectura con el susodicho y legendario trabajo de Aurora Bernárdez (pero sin el prefacio de Paul Bowles), cuya “Primera edición en México” data de “mayo de 2001”. Sin embargo, para quien no es políglota, el inconveniente de tal traducción radica en que las numerosas palabras y frases, ya en francés o en árabe –usadas por Paul Bowles en su original–, no incluyen su traducción al español, lo cual pudo hacerse con una serie de pertinentes pies de página. 

Paul Bowles
(1910-1999)
Dividida en tres partes y treinta capítulos y firmada en Fez (Marruecos) por un tal Bab el Hadid, los protagonistas de la novela son tres jóvenes norteamericanos con solvencia económica, quienes en el contexto inmediato y aún reciente del término de la Segunda Guerra Mundial y con las rutas turísticas interrumpidas o destruidas en Europa, han podido trasladarse en un carguero, desde Nueva York a Argel, para emprender un azaroso e impreciso recorrido por África del Norte. 
En el momento de su desembarco en Argel, Port y Kit, los Moresby, ya tienen doce años de casados. Y Tunner, el amigo, sin ser íntimo ni incondicional de la pareja, fue invitado por Port “en el último minuto”, y prácticamente desembarca con ellos convertido en una presencia incómoda y molesta sobre todo para Port, quien más rápido que tarde trata de alejarlo de él y de su mujer, sin que nunca llegue a sospechar ni a descubrir la infidelidad en que Kit y Tunner se enredan durante un trayecto de once horas en tren, de Argel a Boussif. Muy poco suspicaz, Port hace tal paralelo recorrido en cinco horas, viajando en el Mercedes de los Lyle, hijo y madre (al parecer), australianos con pasaporte inglés, quienes en la novela son aún más abominables y repulsivos, ya por su racismo, su venenosa lengua y su horrenda personalidad, y por el hecho de que Eric, el torpe y retorcido vástago, se roba los pasaportes de Port y Tunner para venderlos en el mercado negro que en Messad se cultiva y fermenta en los cuarteles de la Legión Extranjera, latrocinio que adereza el obstinado alejamiento de Tunner que Port conjura comulgando en solitario consigo mismo. 
El incitador y el motor de la petulante y pretenciosa “expedición a lo desconocido” es Port, quien gracias a la herencia que le dejó su padre, vive sin trabajar y ya ha viajado por África del Norte, entre Trípoli y Dakar; él es el epicentro de los tres, el que define las categorías que supuestamente diferencian a un turista de un viajero, y quien denota, en buena parte de la novela, la carga idiosincrásica, existencial, corrosiva, nihilista, anarca y egocéntrica que lo caracteriza sólo viéndose la nariz. Por ejemplo, en Boussif, hablando de “política europea de posguerra”, sin mencionar las matanzas y devastaciones en Hiroshima y Nagasaki, dice: “Europa ha destruido al mundo entero.” “Tenemos que agradecerlo y lamentarlo. Espero que se borre ella misma del mapa”. Y unos renglones después: “¿Quién es la humanidad? Te lo diré. La humanidad es todos salvo uno mismo. Entonces, ¿qué interés puede tener para nadie?” [...] “Tú no eres nunca la humanidad; tú sólo eres tu propio yo desesperadamente aislado”. 
Síndrome solipsista que se trasmina en el hecho de que al empezar el viaje no se vacunó contra ninguna enfermedad. En el rasgo de que en su pasaporte haya dejado en blanco el registro de su profesión y que en los trámites del desembarco, al tratar de hacer lo mismo, Kit declare que es “escritor”. Y él, divagando sobre ello (antes de darse de topes contra la presencia de Tunner que frustra el fantaseo de la probable redacción), se divierte con “la idea de escribir un libro. Un diario en el que anotaría cada noche los pensamientos del día, cuidadosamente condimentados con notas de color local, en el cual quedaría clara y tranquilamente demostrada la verdad absoluta del teorema que anunciaría el principio, a saber, que la diferencia entre algo y nada es nada”.
Sentencia que ineluctable y dramáticamente se cumple y cobra agudo sentido cuando la tifoidea (que él ignoraba que tenía y que tal vez pescó entre el mosquerío y las inmundicias que infestan el mísero poblado de Aïn Krorfa) lo transforma de algo en nada, cuando Port, amortajado por el Capitán Broussard en un cuartucho del fuerte de Sbâ, es encontrado así por Kit, quien no presenció su muerte; y entonces la omnisciente y ubicua voz narrativa inserta una reflexión, con un tinte filosófico, que a ella le dijo Port sobre la vida y la muerte, dicha por él hace más de un año y que Kit no recuerda en ese momento: “La muerte está siempre en camino, pero el hecho de que no sepamos cuándo llega parece suprimir la finitud de la vida. Lo que tanto odiamos es esa precisión horrible. Pero como no sabemos, llegamos a pensar que la vida es un pozo inagotable. Sin embargo, todas las cosas ocurren sólo un cierto número de veces, en realidad muy pocas. ¿Cuántas veces recordarás cierta tarde de tu infancia, una tarde que es parte entrañable de tu ser que no puedes concebir siquiera tu vida sin ella? Quizá cuatro o cinco veces más. Quizá ni eso. ¿Cuántas veces más mirarás salir la luna llena? Quizá veinte. Y, sin embargo, todo parece ilimitado.”
Y sí que sólo lo parece, pues durante un paseo en bicicleta por los pétreos y desérticos alrededores de Boussif, observando en lontananza lo aparentemente “ilimitado”, Port cavila y le habla a Kit de lo que ve y siente: “el cielo aquí es muy extraño. A veces, cuando lo miro, tengo la sensación de que es algo sólido, allá arriba, que nos protege de lo que hay de detrás.” Y entonces Kit, al oírlo, da un revulsivo paso al marasmo de la angustia y el desasosiego y quiere que le revele “lo que hay detrás”. Pero la respuesta de Port no puede ser menos contundente, desoladora, lapidaria y premonitoria: “Nada, supongo. Solamente oscuridad. La noche absoluta.”
Después del fallecimiento de Port y de la subrepticia fuga de Sbâ que emprende Kit (abandona el cadáver, elude a Tunner y a la autoridad militar francesa), la novela, en contraste con los atavismos del orbe occidental, se torna aún más corrosiva e iconoclasta, pues si bien Tunner, buscándola e indagando sobre su paradero desde Bou Noura, en realidad se queda allí deambulando en torno a sus personales y egocéntricos prejuicios que oscilan y se agitan dentro de él y el mundillo dejado en Estados Unidos, Kit, prendida a su auténtica identidad que resume y resguarda en el neceser con que huye (pasaporte, cheques de viajero, billetes de mil francos, alguna ropa y cierto maquillaje), se enrola con una caravana de camelleros que se internan por el Sáhara, donde la mayoría son criados y sólo un par “los amos”, uno más viejo y otro más joven, llamado Belqassim, quienes inician con ella una relación sexual en la que alternativamente la comparten. 
(Punto de lectura, México, mayo de 2001)
      Y cuando la caravana llega por fin a su lejano destino en un puerto del Sudán, Kit poco a poco tiene indicios del mundo medievalesco en el que se halla inmersa: la rica familia de Belqassim conduce caravanas entre lugares de Argelia y el Sudán; 
la laberíntica casa es de su padre, allí, además de las criadas y las esclavas, hay 22 esposas que pertenecen a sus hermanos y a su progenitor, entre ellas tres esposas del propio Belqassim, más otra que tiene hacia el Norte, en Mecheria.
Al principio, disfrazada de muchacho árabe, Belqassim la esconde y encierra en un cuartucho de techo bajo donde la alimenta y la utiliza; pero llega el momento en que las tres esposas (a quienes excita la presencia del supuesto joven y que su esposo duerma y se revuelque con él) descubren su naturaleza femenina y Belqassim, con una ceremonia y joyas, la hace su cuarta esposa. La certidumbre de que le pertenece, hace que éste aumente su ímpetu sexual, y Kit, que ha gozado con él desde el inicio, ahora goza más siendo poseída así, incluso hasta un límite quizá enfermizo, pues cuando Belqassim falta a las citas, ella padece una especie de síndrome de abstinencia y ansiedad y la negra que la custodia, para calmarla, le prepara una especie de somnífero.
Cabe decir que por circunstancias favorables, Kit logra salir de allí auxiliada por las tres esposas de Belqassim, para sin buscarlo ni quererlo, volver a caer en otras manos árabes que finalmente le roban los miles de francos que guardaba en el neceser, menos lo que lleva puesto y su pasaporte, el cual le sirve a las monjas de un hospital para que su identidad sea ubicada en ese puerto del Sudán y rescatada por el consulado norteamericano, quien a través de una tal Miss Ferry, ya de regreso en Argel, la traslade en un taxi, del aeropuerto al pie del hotel Majestic, donde le anuncia la probabilidad de que Tunner se encuentre allí esperándola. Sorpresiva e inesperada noticia que a Kit no le cae nada bien, por lo que quizá al lector no le resulte extraño que, sin decir agua va, de nueva cuenta se esfume en el anonimato.

Paul Bowles, El cielo protector. Traducción del inglés al español de Aurora Bernárdez. Punto de lectura, serie Biblioteca de bolsillo. 1ª edición mexicana, mayo de 2001. 412 pp.


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Enlace a un trailer de El cielo protector (1990), filme dirigido por Bernardo Bertolucci, basado en la novela homónima de Paul Bowles.


 

martes, 22 de noviembre de 2016

El sueño del celta



Qué niños son ésos sin primavera

Impresa en “septiembre de 2010”, El sueño del celta (Alfaguara, 2010), la última novela del peruano-español Mario Vargas Llosa (Arequipa, marzo 28 de 1936), comenzó a circular en el contexto mediático y global del anuncio y la ceremonia de entrega del Premio Nobel de Literatura 2010. “Hay cosas más importantes que el Nobel”, dijo. “Mi familia”. No extraña, entonces, que El sueño del celta esté dedicada a sus tres hijos: “Álvaro, Gonzalo y Morgana”, y a sus seis nietos: “Josefina, Leandro, Ariadna, Aitana, Isabella y Anaís”. Y que haya viajado a Estocolmo con toda su familia para el martes 7 de diciembre en la Academia Sueca leer su discurso de recepción (“Elogio de la lectura y la ficción”) —y que se le haya quebrado la voz y llorado al mencionar a Patricia Llosa, su prima hermana y su segunda esposa desde hacía 45 años, el eje afectivo de su propia prole, de él mismo y de su continua creatividad—, y para el viernes 10 de diciembre recibir, en la Sala de Conciertos y de manos de don Carlos Gustavo, Rey de Suecia, el diploma y la medalla de oro con el perfil de Alfred Nobel, y los diez millones de coronas suecas depositados en su cuenta bancaria (quizá en euros o en dólares).
Mario Vargas Llosa y su nieta Anaís rumbo a Estocolmo 
      El sueño del celta comprende quince capítulos articulados en tres partes: “El Congo”, “La Amazonía” e “Irlanda”. Más un “Epílogo” firmado por el autor en “Madrid, 19 de abril de 2010”; y dos páginas de “Reconocimientos” en torno a las personas, viajes, bibliotecas y acervos documentales que incidieron en su investigación para construir y armar la verdad de las mentiras que da sustento a su caudalosa novela, cuya trama urde de manera inextricable y magistral los datos históricos y reales con la conjetura y la imaginación.
Roger Casement poco antes de ser ejecutado en la horca el
3 de agosto de 1916 en la cárcel de Pentonville, en Londres
      En el “Epílogo” refiere la póstuma y tardía vindicación de la memoria del irlandés Roger Casement, el protagonista de su novela (ejecutado en la horca el 3 de agosto de 1916 en la cárcel de Pentonville, en Londres), pues “Tardó buen tiempo en ser admitido en el panteón de los héroes de la independencia de Irlanda”: “En 1965, el Gobierno inglés de Harold Wilson permitió por fin que los huesos de Casement fueran repatriados. Llegaron a Irlanda en un avión militar y recibieron homenajes públicos el 23 de febrero de ese año. Estuvieron expuestos cuatro días en una capilla ardiente de la Garrison Church of the Saved Herat como los de un héroe. Una concurrencia multitudinaria calculada en varios cientos de miles de personas desfiló por ella a presentarle sus respetos. Hubo un cortejo militar hacia la Pro-Catedral y se le rindieron honores militares frente al histórico edificio de Correos, cuartel general del Alzamiento de 1916, antes de llevar su ataúd al cementerio de Glasnevin, donde fue enterrado en una mañana lluviosa y gris. Para pronunciar el discurso de homenaje, don Éamon de Valera, el primer presidente de Irlanda, combatiente destacado de la insurrección de 1916 y amigo de Roger Casement, se levantó de su lecho agonizante y dijo esas palabras emotivas con que se suele despedir a los grandes hombres.”
El sueño del celta, la novela de Mario Vargas Llosa, también es una vindicación de la memoria y del legado de Roger Casement (pero no una beatificación marmórea) y de su itinerario aventurero, legendario y novelesco, y al unísono un artilugio narrativo que reconstruye e imagina los entornos humanos, geográficos, sociales y políticos, y los entresijos, duplicidades y contradicciones en su tarea humanitaria, anticolonialista y defensora de las vidas y derechos de los nativos en dos ámbitos distintos donde se extrae el caucho: en el Congo bajo el torturador y exterminador yugo de Leopoldo II, Rey de Bélgica y dueño del Estado Libre del Congo entre 1885 y 1909; y en la Amazonía peruana sometida, entre 1897 y 1913, al sanguinario abuso, tortura y masacre de una compañía británica que desde Londres acaudilla, con múltiples hilos de corrupción y deshumanización, el cacique peruano Julio César Arana. Y por último, su papel (humanitario, nacionalista, conspirativo y obnubilado) para incidir en la lucha armada por la independencia cultural y política de Irlanda. Todo urdido entre las peculiaridades y antagonismos de su persona y personalidad, como es su origen familiar (anglicano por el lado paterno y católico por el materno); las amistades que cultiva y con quienes dialoga; su doble vida de cónsul inglés al servicio de los intereses de la Corona y acérrimo activista proirlandés y antibritánico; las zonas oscuras y fantasiosas de su índole homosexual (reflejadas en sus diarios) que no implicaron la correspondida vivencia de una relación amorosa; las enfermedades que van minando su salud; y las reflexiones en torno al Alzamiento, a sus amigos, a su madre, a Dios, a la fe católica y al miedo a la muerte. 
El sueño del celta traza un círculo a través de una estructura narrativa recurrente en la obra de Mario Vargas Llosa, cuyo seminal modelo parte de William Faulkner, en particular de Las palmeras salvajes (1939) —donde se narran dos historias paralelas (“Palmeras salvajes” y “El Viejo”)—, la primera novela que el joven Mario leyó de él, leída por primera vez en la legendaria traducción de Borges (Sudamericana, 1944), luego fue leyendo las demás durante sus años universitarios, lo que le “hizo sentir la urgencia de aprender inglés para poder leer sus libros en su lengua original”, dice en sus memorias El pez en el agua (Seix Barral, 1993). Así, en El sueño del celta, de un modo alterno y entreverado, oscilando del presente al pasado y viceversa, la omnisciente y ubicua voz narrativa cuenta dos historias que son la misma historia. Es decir, en la serie de capítulos impares (I, III, V, VII, IX, XI, XIII y XV) se relatan los últimos días de Roger Casement en la prisión de Pentonville (fue detenido el Viernes Santo 21 de abril de 1916, día que desembarcó en Tralee Bay, y sentenciado a la pena capital a fines de junio) hasta el susodicho día que fue ahorcado “por alta traición” a Gran Bretaña (había sido cónsul inglés, condecorado y hecho noble por sus trascendentales servicios a la monarquía de George V: el Informe del Congo y el Informe del Putumayo. Mientras que en los capítulos pares (II, IV, VI, VIII, X, XII y XIV) la omnisciente y ubicua voz narrativa cuenta los pormenores de la biografía de Roger Casement, desde su “nacimiento, el 1 de septiembre de 1864, en Doyle’s Cottage, Lawson Terrace, en el suburbio Sandycove de Dublín”, hasta los episodios de sus conflictivos y desoladores dieciocho meses en una Alemania inmersa en la Gran Guerra que diezma y destruye a Europa, donde trata de formar la independentista Brigada Irlandesa entre los dos mil doscientos presos irlandeses recluidos en el campo de Limburg, pero por el hecho de que son militares reclutados por el ejército inglés y prisioneros de un enemigo de Gran Bretaña que mató y gaseó a sus compañeros en las trincheras de Bélgica, sólo logra agrupar a cincuenta y tres brigadistas, despreciados y marginados en el campo de Zossen. Pero también negocia que el país del Káiser, que primero admira y luego odia, facilite armas y municiones para las organizaciones clandestinas (y no) que planean un levantamiento armado en Irlanda que, piensa, sólo tendría éxito, liberándola, si Alemania al unísono guerrea con ellos contra el Imperio británico; cuyo punto culminante se dispara cuando en un hospital de Baviera le informan que el inminente Alzamiento de Semana Santa se llevará a cabo, pese a su oposición, y por ende se embarca en un submarino alemán U-19 que los deja (a él, al capitán Robert Monteith y al sargento Daniel Julian Bailey) en las inmediaciones de Tralee Bay (donde Roger Casement, en las ruinas del MacKenna’s Fort, fue detenido el susodicho Viernes Santo 21 de abril de 1916), mientras los “veinte mil rifles, diez ametralladoras y cinco millones de municiones” llegaron al mismo tiempo en un buque camuflado con bandera noruega, pero nadie estuvo allí para recogerlas y distribuirlas.
Roger Casement viajó al Congo siendo un jovenzuelo de veinte años que creía en el supuesto papel civilizador de los colonizadores. Y allí, durante casi dos décadas deambulando en el pesadillesco y terrorífico corazón de las tinieblas de la extracción del caucho, conoció a fondo el genocida y deshumanizado rostro del predador poder que impera y expolia a los aborígenes colonizados (“no hay peor fiera sanguinaria que el ser humano”), y por reflejo y contraste allí descubrió su entrañable e inequívoca identidad irlandesa, el germen del “sueño del celta”: una Irlanda libre, autónoma, culta e independiente del Imperio británico. 
En Iquitos y en el Putumayo peruano, donde la esclavitud dizque está abolida desde 1854, al observar y meditar en torno a los abusos, injusticias, torturas, explotación y exterminio de los indios, y en torno a la fobia y el miedo que les impide enfrentarse a los armados hombres que los cazan, someten, esclavizan, manipulan, flagelan, torturan y asesinan, colige que la rebelión armada es la única vía para que Irlanda se libere e independice de Gran Bretaña y por ende se propone destinar a ello todo su trabajo y todas sus fuerzas.  
Roger Casement
(1864-1916)
Obviamente el heroico y patriótico “Sueño del celta” —que también es el título de “un largo poema épico” “sobre el pasado mítico de Irlanda” que escribió “en septiembre de 1906” (con su duplicidad de cónsul inglés y activista antibritánico)— sólo se quedó en un atisbo en ciernes; pero sin embargo vivió unos instantes de gloria, simbólicos y seminales, sin duda. “No había errado pensado que era una equivocación alzarse en armas sin una acción militar alemana simultánea [reflexiona en su celda de Pentonville], pero no se alegraba por ello. Hubiera preferido equivocarse. Y haber estado allí, con esos insensatos, el centenar de Voluntarios que en la madrugada del 24 de abril capturaron la Oficina de Correos de Sackville Street, [...] oír a Patrick Pearse leyendo el manifiesto que proclamaba la República. Aunque sólo por un brevísimo paréntesis de siete días, el ‘sueño del celta’ se hizo realidad: Irlanda emancipada del ocupante británico, fue una nación independiente.” 
Vislumbre onírico, evanescente y exultante que Alice Stopford Green, su amiga y mentora, también bosqueja en la última visita que le hace en la prisión de Pentonville: “Por unas horas, por unos días, toda una semana, Irlanda fue un país libre, querido [...] Una República independiente y soberana, con un presidente y un Gobierno Provisional [...] Patrick Pearse salió de la Oficina de Correos y, desde las gradas de la explanada, leyó la Declaración de Independencia y la creación del Gobierno Constitucional de la República de Irlanda, firmada por los siete.” [...] “mientras Pearse leía la Declaración de Independencia, muchas banderas republicanas irlandesas se habían izado en los techos de la Oficina de Correos, del Liberty Hall y, luego, vio las fotos de los edificios ocupados por los rebeldes de Dublín como el Hotel Metropole y el Hotel Imperial con banderas que el viento remecía en las ventanas y parapetos, había sentido que se le cerraba la garganta. Aquello tenía que haber provocado una felicidad ilimitada en quienes lo vieron […]”
Hubo en ello, al parecer, un claro afán de sacrificio, de convertirse en mártires de una rebelión armada que sabían perdida de antemano, y en consecuencia en simientes de una piedra angular y fundacional que debía multiplicarse, según le hizo ver a Roger Casement el joven Joseph Plunkett, delegado de los Voluntarios y del Irish Republican Brotherhood, quien lo visitó en Berlín, en abril de 1915, para insistirle en el envío de las armas y municiones y en la participación de Alemania en el ataque. “Hay algo que usted no ha entendido, me parece [le dijo a Roger]. No se trata de ganar. Claro que vamos a perder esa batalla. Se trata de durar. De resistir. Días, semanas. Y de morir de tal manera que nuestra muerte y nuestra sangre multipliquen el patriotismo de los irlandeses hasta volverlo una fuerza irresistible. Se trata de que, por cada uno de los que muramos, nazcan cien revolucionarios. ¿No ocurrió así con el cristianismo?”.


Mario Vargas Llosa, El sueño del celta. Alfaguara. México, septiembre de 2010. 504 pp.




domingo, 9 de octubre de 2016

Bioygrafía

Todo pasado está igualmente cerca

I de XIV
Editado por Tusquets en la Colección Andanzas, el libro Bioygrafía. Vida y obra de Adolfo Bioy Casares apareció en Argentina en “abril de 2016” y en México en “junio de 2016”. Silvia Renée Arias (Tres Arroyos, Buenos Aires, 1963), su autora, apunta en su “Nota preliminar” que frecuentó a Bioy “A lo largo de los cinco últimos años de su vida” y que estuvo presente el día de su fallecimiento a sus 85 años, ocurrido en el CEMIC de Las Heras, en Buenos Aires, a las 18:50 horas del “lunes 8 de marzo de 1999” (“pude darle el beso del adiós minutos antes de que partiera definitivamente de este mundo”, dice). Pero además tiene en su haber dos libros previos a éste, donde también explora y bosqueja vertientes y entresijos de la vida y obra de Adolfito, el legendario héroe de las mujeres, esposo de Silvina Ocampo desde el 15 de enero de 1940 (hasta que ella murió, a los 90 años, “el martes 14 de diciembre de 1993”), y entrañable amigo de Jorge Luis Borges desde “1931 o 32” (hasta que éste murió, casi a los 87 años, el sábado 14 de junio de 1986): Bioy en privado, impreso en 1998, en Buenos Aires, por Lázara Grupo Editor, de escasa o nula circulación fuera de la Argentina, urdido con conversaciones que ella sostuvo con Bioy, más “testimonios de sus más queridos amigos” y “una colección de fotos de automóviles clásicos citados en varias de sus obras”; y Los Bioy, centralmente las memorias y vivencias de Jovita Iglesias, el ama de llaves y asistente doméstica de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares en el piso de Posadas 1650 durante más de cinco décadas (1949-2001), finalista en España del XIV Premio Comillas de biografía, autobiografía y memorias, publicado en Buenos Aires por Tusquets, en 2002, en la Colección Andanzas, y en Barcelona, en 2003, en la Colección Fábula. Libros que la nutrieron y cita en las páginas de su Bioygrafía, a lo que se añade el intrínseco hecho que declara en su “Nota preliminar”: “esta Bioygrafía está basada —además de los recuerdos personales—, en material que fui guardando a lo largo de veinte años, desde aquel lejano 1994, cuando lo conocí.”
Adolfo Bioy Casares y Silvia Renée Arias
  Amén de la “Nota preliminar”, la Bioygrafía de Silvia Renée Arias comprende una breve iconografía en blanco y negro con deficiente resolución, más las postreras “Notas”, la “Bibliografía” y los “Agradecimientos”. Y está dividida en once capítulos, a su vez subdivididos en breves subcapítulos con rótulos, lo cual facilita la consulta temática y cronológica: “Capítulo I (1914-1926)”, “Capítulo II (1926-1931)”, “Capítulo III (1931-1940)”, “Capítulo IV (1940-1949)”, “Capítulo V (1950-1955)”, “Capítulo VI (1956-1967)”, “Capítulo VII (1967-1973)”, “Capítulo VIII (1974-1986)”, “Capítulo IX (1986-1992)”, “Capítulo X (1992-1996)” y “Capítulo XI (1996-1999)”.

Colección Andanzas, Tusquets Editores
México, junio de 2016
  Como a priori se puede inferir, Silvina Renée Arias esboza pormenores de la biografía de Adolfo Bioy Casares desde su nacimiento en Buenos Aires el 15 de septiembre de 1914 en el seno de una acaudalada familia estanciera (por las vías materna y paterna), hasta su fallecimiento. Y al unísono bosqueja detalles de su persona y personalidad, y minucias del contenido o de la escritura y edición de buena parte de los libros que publicó en vida, desde su primer libro de cuentos: Prólogo, editado en 1929 con el sello de imprenta Biblos, que él firmó como Adolfo V. Bioy (la V por su segundo nombre: Vicente), cuya edición de 300 ejemplares pagó el Dr. Bioy, su padre; hasta el último: De las cosas maravillosas, que pese haber sido editado en 1999, en Buenos Aires, por Temas Grupo Editorial, Bioy ya no vio. Sin excluir la obra editada y escrita a cuatro manos con Borges, y la novela policial urdida con Silvina Ocampo, más la póstuma edición de sus diarios a cargo de Daniel Martino: Descanso de caminantes. Diarios íntimos (Sudamericana, 2001) y el voluminoso Borges (Destino, 2006), los cuales se sumaron al primero que cuidó y editó con Bioy: De jardines ajenos (Tusquets, 1997).

Contraportada
  Vale subrayar, no obstante, que la biografía de Bioy escrita por Silvia Renée Arias, con grandes huecos y omisiones, y datos apenas o a medias esbozados, no es exhaustiva, y sí ligeramente polémica (por ejemplo, la infidelidad y el donjuanismo de Bioy, la descalificación de la obra de Ernesto Sabato y la recíproca antipatía, las desavenencias de él y Borges con Victoria Ocampo, y lo que se le adjudica a María Kodama como generadora del distanciamiento entre él y Borges, y la decisión de enterrarlo en Ginebra). Ni tampoco es, en torno a su obra, un libro ensayístico ni analítico, sino anecdótico, parcial, laudatorio y fragmentario, de lectura amena y envolvente, y muy poco crítico. Pero también dramática y dolorosa, por ejemplo, cuando bosqueja el declive y el deceso de Silvina Ocampo; la súbita muerte de su hija Marta tras ser atropellada por un auto cuando aún tenía 39 años y a escasas tres semanas del fallecimiento de Silvina; y las enfermedades y dolencias físicas del propio Bioy, paulatinamente agudizadas a partir de “La mañana del sábado 24 de octubre de 1992”, cuando en su piso de Posadas se cayó de un banquito al que se había subido “para buscar un rollo de hilo dental, y resbaló”. Según apunta la biógrafa: “El golpe le había producido la fractura del fémur derecho, y una parte de ese hueso se había incrustado en la pelvis. Lo que no sabemos es si Bioy tomó conocimiento de que la caída se produjo a raíz de la rotura del fémur, y en consecuencia, si en ese u otro momento, con el paso de los días, le anunciaron que padecía un cáncer en los huesos. Lo único cierto es que poco después estaba en una cama del CEMIC, con un sistema de pesas para los huesos, una tracción en la rodilla, un clavo de lado a lado, una pesa y la pierna colgada.”

Pero lo que desconcierta en la Bioygrafía y demerita el acopio y la glosa no son las erratas de la edición ni la baja calidad de las imágenes (asunto que se le puede achacar a la empresa editorial), sino los errores y descuidos de la propia autora, mismos que se observan a lo largo de su libro. Por ejemplo, en la página 28, en el bosquejo del cortejo fúnebre del ex presidente Victorino de la Plaza, fallecido el 2 de octubre de 1919, y que el niño Bioy, de cinco años, presenció, dice: “Varios hombres, entre ellos Julio A. Roca, y un grupo de señoras y señoritas de la sociedad, llevaban los cordones del féretro. El cortejo desfiló por la avenida y se detuvo en el sitio donde se ensanchaba, formando un amplio círculo. Bioy nunca olvidaría la congoja que sintió.” Pero el general Julio Argentino Roca, alias el Zorro, dos veces presidente de la Argentina, había muerto el 14 de octubre de 1914, un mes después de que Adolfito naciera. 

II de XIV
En su esbozo del primer encuentro de Borges y Bioy en la regia quinta de San Isidro, donde vivía Victoria Ocampo, sucedido, dice en la página 61 de su Bioygrafía, en “la primavera de 1931, noviembre tal vez”, apunta con presteza en la página 62: “Adolfito sí sabía de quién se trataba: [Borges] había publicado cuatro libros de ensayos, una biografía y tres poemarios, y obtenido el Segundo Premio Municipal de Prosa por El idioma de los argentinos, publicado en 1928.” Pero hacia noviembre de 1931, Borges sólo había publicado tres libros de ensayos de escaso tiraje y no cuatro: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) y El idioma de los argentinos (1928); y, efectivamente, una biografía (no ortodoxa): Evaristo Carriego (1930), y tres poemarios: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). Ese Segundo Premio Municipal, Borges lo alude en la página 62 de su Ensayo autobiográfico (GG/CC/Emecé, 1999), cuya primera edición en inglés data de 1970: “En 1929 [sic] ese tercer libro de ensayos ganó el segundo Premio Municipal, que consistía en tres mil pesos, lo cual en aquella época era una suma señorial de dinero.” Vale recordar que algunos biógrafos de Borges repiten más o menos esto y otros afirman que el premio fue por Cuaderno San Martín; es por ello que James Woodall apunta en la página 121 de La vida de Jorge Luis Borges. El hombre en el espejo del libro (Gedisa, 1998): “A principios de 1929 o a fines de ese año (no poseemos datos precisos sobre ese punto) Borges ganó un premio literario; sólo podemos decir que lo ganó, o bien por El idioma de los argentinos o bien por Cuaderno San Martín o, posiblemente, cada uno de estos haya ganado premios.” Cosa que, curiosamente, registra Horacio Jorge Becco en su “Cronología bibliográfica” incluida en Jorge Luis Borges. Bibliografía total 1923-1973 (Pardo, 1973): “1928”: “Reúne algunos ensayos en su libro, El idioma de los argentinos, con el cual mereció el Segundo Premio Municipal de Prosa”; “1929”: “El tercer libro de poemas: Cuaderno San Martín. Se le otorga el Segundo Premio Municipal de Poesía.”
Jorge Guillermo Borges y El Caudillo (Palma de Mallorca, 1921).
En la página 59 de Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987).
       Pero el caso es que en la citada página 62 de su Bioygrafía, al referirse a Fervor de Buenos Aires (1923) y a Luna de enfrente (1925), Silvia Renée Arias afirma: “Esos libros no fueron los primeros que Borges escribió, sino el cuarto y el quinto publicados.” Lo cual no es así, pues Fervor de Buenos Aires es el primero y Luna de enfrente el tercero. Líneas después, en la misma página 62, Silvia dice que el padre de Borges “escribió una novela, El caudillo, publicada por Tor”; pero si bien Ediciones Tor, con el número 3 de la Colección Megáfono, publicó, en 1935, Historia universal de la infamia —el primer libro de narrativa breve de Borges—, El Caudillo, la novela de su padre, Jorge Guillermo Borges, no la publicó Tor, sino que fue una edición privada impresa, en 1921, en Palma de Mallorca. En la página 59 de Borges. Fotografías y manuscritos (Renglón, 1987), con “Recopilación y ordenamiento de Miguel de Torre Borges” y “Prólogo” de Bioy, se observa la “Portada y página 7 de El Caudillo, de Jorge G. Borges. Palma de Mallorca, 1921.” Y una foto de éste “por la época” en que la publicó. Luego, en la misma página 62 de la Bioygrafía, al referir el diálogo inicial que Borges y Bioy tuvieron en “los salones de San Isidro”, Georgie con 32 años y Adolfito con 17, la biógrafa dice que “Bioy recordaba que Borges le preguntó qué escritores prefería, y él le contestó que sentía especial preferencia por Gabriel Miró, Azorín, Cancela y Joyce. ‘Sí, Joyce es una intención, un acto de fe, una promesa, la promesa de cuando lo lean les va a gustar’, le dijo Borges.” Consabido episodio que Bioy alude en “Libros y amistad”, artículo autobiográfico escrito en francés ex profeso para el número  monográfico que L’Herne, en 1964, en París, le dedicó a Borges, y que Bioy compiló, en español, en su libro de ensayos La otra aventura, que Alberto Manguel le publicó, en 1968, en Buenos Aires, en la Editorial Galerna. Pero si bien el Ulysses de Joyce se publicó en 1922 y Borges lo había reseñado en Inquisiciones (no obstante dice allí: “Confieso no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran, confieso haberlo practicado solamente a retazos y sin embargo sé lo que es”) —y los dos, con Silvina Ocampo, elegirían un fragmento en la edición de 1940 de la Antología de la literatura fantástica, al que en la edición de 1965 añadirían otro, pese a que en ambos casos erradamente fechan el Ulysses en 1921—, la equivocada minucia de la biógrafa se lee al ubicar el Finnegan’s Wake en 1931, pues data de 1939: “Borges tenía razón: la gente admiraba a Joyce, pero no lo leía. ¿Cuántos habían leído esos mamotretos ‘oscuros y tan viejos como la vanguardia’ llamados Ulises y Finnegan’s Wake? Bioy admirada el Ulises, le atraía como a toda la gente de su época, pero con los años iba a desaprobarlo.”


III de XIV
En la página 72 de la Bioygrafía, comprendida en el “Capítulo III (1931-1940)”, cuando acaba de referir el inicio del vínculo amoroso entre Silvina Ocampo y Bioy (“Silvina iba a cumplir treinta y un años, y Adolfito, veinte”), afirma que, “en general”, los “cuentos [de él] seguían siendo meras adaptaciones de sueños”. Y líneas abajo añade: “Ya llegaría el día en que publicaría, junto a Jorge Luis Borges, en la Antología de relatos breves, la historia de Chua Tsú [sic], sobre la idea del sueño encadenado y tal vez infinito, el sueño y su indescifrable ambigüedad: ‘Chua Tzú [sic] soñó que era una mariposa y no sabía al despertar si era un hombre que había soñado ser una mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre’.” Vale observar que la antología que refiere la biógrafa en cursivas no se titula así, sino Cuentos breves y extraordinarios, libro impreso por Raigal, en Buenos Aires, en 1955, tal y como aparece datado en la correspondiente nota 19. Ese lapsus remite a la página 58 donde escribe “Enciclopedia Larrouse”, en vez de Larousse; y al lapsus que comete cada vez que cita El jardín de senderos que se bifurcan (páginas 104, 109, 147 y 299), libro de cuentos de Borges editado por Sur el “30 de diciembre de 1941” (no enlistado en su “Bibliografía”), pues ella le inserta el artículo “los” antes de senderos. La versión transcrita por la biógrafa es, efectivamente, la que figura en Cuentos breves y extraordinarios, pero allí el nombre del filósofo chino no figura como “Chua Tsú” ni “Chua Tzú”, sino Chuang Tzu, de ahí que esté titulada “El sueño de Chuang Tzu”. Tal versión, hecha de la traducción inglesa de Herbert Allen Giles datada en 1889, quizá la hizo sólo Borges, pues él, en solitario y tal cual, la compiló en su Libro de sueños, antología de narrativa breve publicada en Buenos Aires, en 1976, por Torres Agüero. Pero el mero día de publicar a cuatro manos (o a seis) ese celebérrimo y minúsculo relato de Chuang Tzu llegó 15 años antes de los Cuentos breves y extraordinarios, pues en la página 240 de la susodicha Antología de la literatura fantástica, editada por Sudamericana el 24 de diciembre de 1940 (se lee en colofón), Borges, Bioy y Silvina publicaron, sin título y dizque “Del libro de Chuang Tzu (300 A.C.)”, una versión ligeramente distinta, menos bella y menos eufónica: “Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar ignoraba si era Tzu que había soñado que era una mariposa o si era una mariposa y estaba soñando que era Tzu.” Vale añadir que en la edición de 1965 de la Antología —que es la sucesivamente reeditada hasta el presente— se reitera la misma variante de 1940, pero titulada “Sueño de la mariposa”. 
Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940)
Páginas 240-241

IV de XIV
Entre las páginas 84-85, apunta la biógrafa: “A propósito de Borges, el 29 de abril de ese año [1936] publicó en Viau y Zona su tercer libro de ensayos, Historia de la eternidad, y poco después llevó a Bioy a la casa de Manuel Peyrou, para que lo conociera. Peyrou vivía en la calle Austria, tenía treinta y dos años y era abogado como su padre, que se había recibido en la misma promoción que el Dr. Bioy, aunque Manuel no ejerció nunca.” Vale observar que Historia de la eternidad no es el “tercer libro de ensayos” de Borges, sino el sexto o el séptimo, según se vea; es decir, había publicado los siguientes cinco libros de ensayos: Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926), El idioma de los argentinos (1928), Evaristo Carriego (1930) —que es un esbozo biográfico, pero también un compendio de ensayos (con numerosas variantes y añadidos en la edición de 1955 impresa por Emecé), Discusión (1932), y luego el sexto o séptimo: Historia de la eternidad (1936), pues recogió el ensayo titulado Las kenningar, una delgada plaquette de 26 páginas editada en 1933, en Buenos Aires, por Francisco A. Colombo. Y yerra al decir que Manuel Peyrou “tenía 32 años”, pues nacido en San Nicolás de los Arroyos el 23 de mayo de 1902, en 1936 cumplió 34 años. Además, no bosqueja la hilarante y simpática anécdota de que Adolfito, ingenuo “aspirante a escritor”, leyó en Historia de la eternidad la “falsa reseña de El acercamiento a Almotásim y pidió la novela inexistente a un librero de Londres”, según apunta Edwin Williamson en la página 247 de Borges, una vida (Seix Barral, 2004).  
     
(Seix Barral, 2006)
         Y líneas abajo, en la página 85, apunta Silvia Renée Arias: “En 1936 también apareció la revista Destiempo, que Bioy publicó con Borges y Ernesto Pissavini, aunque en realidad de Pissavini —conserje, ordenanza del Dr. Bioy, a quien mucho apreciaban— utilizaron, en una broma privada, su nombre, convirtiéndolo en el director de la revista.” Y, según anota, “la revista sobrevivió a solo tres números (octubre, noviembre y diciembre de 1936)”. Pero según el bosquejo que Williamson hace entre las páginas 254-255 de su citada biografía de Borges, “el tercer número de Destiempo, planeado para diciembre [de 1936], no llegó a aparecer. Bioy, su puntual financiero, había sido llamado con urgencia a su estancia [Rincón Viejo, en Pardo] para enfrentar un brote de enfermedad que amenazaba con liquidar sus manadas de ovejas. Esto llevó a una suspensión indefinida de la revista cuando Bioy tuvo que permanecer en la estancia para poder luchar contra una propuesta de construir una carretera que pasaría por el medio de sus propiedades. A Bioy le llevaría todo un año despejar los problemas de su estancia.” Y por ende, apunta Williamson, “A fines de 1937, Borges y Bioy hicieron otro intento de lanzar Destiempo. En diciembre apareció un tercer número [el último] en el mismo formato que los anteriores [...]”. 
     
(Emecé, 2002)
       Vale señalar que en la página 49 del póstumo Museo. Textos inéditos, de Borges y Bioy, impreso en 2002, en Buenos Aires, por Emecé, con acopio, notas y “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi”, se lee al inicio del pie de página 1: “Destiempo era un pliego de seis hojas en formato mayor, desplegable como la primera Proa e ilustrado por Xul Solar. Figura como secretario Ernesto Pissavini”. Y en la página 50 se reproduce la hoja 1 del número 3 de Destiempo, datada en “Buenos Aires, Diciembre de 1937”, donde Ernesto Pissavini, efectivamente, “Figura como secretario” y no como “director”.
   
Detalle del número 3 de Destiempo (diciembre, 1937)
En Museo. Textos inéditos (Emecé, 2002)
         Por si no bastara, en la misma página 85, tras nombrar cuatro cuentos de Bioy que “unos meses después integrarían Luis Greve, muerto”, la biógrafa dice que éste es “su quinto libro”, pero es el sexto, como bien puede recordarse: Prólogo (1929), 17 disparos contra lo porvenir (1933) —que firmó con el pseudónimo de Martín Sacastrú, y cuya edición también pagó su padre—, Caos (1934), La nueva tormenta o La vida múltiple de Juan Ruteno (1935), La estatua casera (1936) y Luis Greve, muerto (1937), editado por Destiempo, editorial financiada por Bioy “a pesar del fracaso de la revista”. Pero además, Borges comentó los dos últimos en la revista Sur: La estatua casera en el número 18, de marzo de 1936; y Luis Greve, muerto en el número 39, de diciembre de 1937; artículos póstumamente compilados en Borges en Sur (Emecé, 1999) por Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi.

V de XIV
En la página 94 de su Bioygrafía, sin precisar el lugar y el tiempo, pero ubicándolo más o menos entre 1936 y 1937, Silvia Renée Arias apunta: “Bioy se abocó a planear con Borges un cuento que sería el origen de los Seis problemas para don Isidro Parodi.” Libro publicado por Sur en 1942, firmado con el pseudónimo de H. Bustos Domecq. Y enseguida bosqueja: “La idea fue de Borges. Trata de un filántropo (en algunas fuentes alemán, en otras holandés), en todo caso, del doctor Pretorius, un sádico director de un colegio que, a través de juegos en los que no faltan la música y los bailes, tortura y mata niños que integran una colonia de vacaciones. Muchos años después Daniel Martino, albacea de Bioy, encontró ese cuento inacabado entre sus papeles y fue publicado el 4 de noviembre de 1990 en el diario La Nación, según consta en la bibliografía del propio Martino, bajo el título ‘El doctor Pretorius’.” No obstante, la biógrafa no precisa ni data el libro donde se halla tal bibliografía y el único que consigna de Daniel Martino en su propia “Bibliografía” es anterior a 1990: ABC de Adolfo Bioy Casares, editado en Buenos Aires, por Emecé, en 1989.
     
(París, 1964)
         Aquí vale recordar que, para el caso, la fuente primigenia de la evocación de ese seminal e inconcluso intento de cuento a cuatro manos es el propio Bioy, que precisamente lo refiere en el citado artículo memorioso y autobiográfico “Lettres et amitiés”, escrito en francés,
ex profeso para el número IV de la revista L’Herne (Paris, 1964), y luego incluido en español en La otra aventura (Galerna, 1968), donde el doctor no es “Pretorius”, sino “Praetorius”. Bioy apunta allí:
 
(Galerna, 1968)
    “En 1935 o 36 fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos.
    “Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo era otro escritor, más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo.
    “Intentamos también un soneto enumerativo, en cuyos tercetos no recuerdo cómo justificamos el verso
    los molinos, los ángeles las eles
    “y proyectamos un cuento policial —las ideas eran de Borges— que trataba de un doctor Praetorius, un alemán vasto y suave, director de un colegio, donde por medios hedónicos (juegos obligatorios, música a toda hora), torturaba y mataba niños. Este argumento, nunca escrito, es el punto de partida de toda la obra de Bustos Domecq y Suárez Lynch.” 
   
Portada de La leche cuajada de La Martona (c. 1935-1937).
En la foto: Borges y Bioy en la librería de Alberto Casares,  la 
última vez
que se vieron en Buenos Aires (noviembre 27 de 1985).

En la p. 24 de Museo se dice que la viñeta es “la marca del ganado” y también
“el logo de la Industria Láctea La Martona, fundada en 1889”.
Y en la siguiente página se lee:
“Según Daniel Martino el folleto tuvo dos ediciones y se repartió en la
cadena de lecherías La Martona (dato de Gastón Gallo).
         Vale señalar que esa “estancia en Pardo” es Rincón Viejo, propiedad del padre de Bioy, donde Adolfito, dice, entrevió “el argumento de La invención de Morel”, y que por entonces empezaba a administrar; y el “folleto comercial” que Borges y él escribieron es el legendario folleto de La leche cuajada de la Martona (nombre de la poderosa empresa lechera fundada por el padre de Marta Casares, la madre de Bioy, quien le puso ese nombre en homenaje a su hija), compilado, junto con el fragmento inconcluso de “El doctor Praetorius”, en el susodicho Museo. Textos inéditos, libro que no cita Silvina Renée Arias y que al parecer no consultó. En Mueso, el folleto está datado entre corchetes en “[invierno de 1935 o 1936]”; y en su correspondiente pie de página se lee: “Este es el primer trabajo que Borges y Bioy realizaron en común, anterior a la publicación de Destiempo, octubre de 1936. En L’Herne (1964), Bioy da la fecha 1934-1935. En 1968, corrige por 1935-1936.” En Museo, el texto titulado “El doctor Praetorius” está precedido por un pasaje del citado fragmento de “Libros y amistad” (que además, completo, preludia el acopio del libro), cuyo pie de página 1 remite a La otra aventura; mientras que en el pie de página 2 se lee: “En el texto de La Nación dice ‘Preetorius’, pero Bioy Casares, que revisó las pruebas de La otra aventura, 1983, escribe ‘Praetorius’.” Ciertamente, La otra aventura tuvo una segunda edición en 1983, en Emecé, cuya tercera edición Emecé imprimió en 2004; pero el artículo “Libros y amistad” y por ende el nombre del doctor Praetorius ya estaba allí en la primera edición que hizo Galerna en 1968, en cuya “Nota preliminar”, fechada en “Buenos Aires, julio de 1968”, Bioy apuntó: “En cuanto a los artículos, bastará decir que la revista L’Herne publicó Letras y amistad [sic] en el número dedicado a Jorge Luis Borges y que los demás aparecieron en La Nación.” Y el nombre de “Preetorius” que aluden las editoras de Museo se confirma en la “Bibliografía” que Daniel Martino elaboró para la edición conjunta de La invención de Morel, Plan de evasión y La trama celeste, editada en Caracas, en 2002, en el número 225 de la Biblioteca Ayacucho; allí, en la página 379, en el apartado “b. Primeras apariciones”, se lee: “‘El doctor Preetorius’. La Nación, 4 de noviembre de 1990.” Y más aún, en la “Cronología”, en la entrada de “1935”, anota Martino: “Hacia mediados de ese año, escribe, junto a Borges, un folleto sobre la leche cuajada, un soneto y tres páginas de un cuento (‘El doctor Preetorius’) que no concluirán.” No obstante, en Museo, en el asterisco al término del fragmento inconcluso titulado “El doctor Praetorius”, apuntaron las editoras: “En La Nación, Buenos Aires, 4 de noviembre de 1990, con el título ‘El joven Bustos Domecq’, por Daniel Martino. Y en: Unicornio, Mar del Plata, Año 1, N° 2, agosto-septiembre de 1992, con el título ‘El joven Bustos Domecq’, por Daniel Martino.” Pero lo no menos curioso y revelador es el pie de página 3, que corresponde a la datación del texto entre corchetes: “[Pardo, Provincia de Buenos Aires, invierno de 1935 o 1936]”: “Nótese que en 1935 se estrenó La novia de Frankenstein, película dirigida por James Whale, donde aparece el malvado doctor Praetorius que pretende crear a una compañera para el monstruo.” No obstante, en el filme, caracterizado por Ernest Thesiger, el doctor no es “Praetorius”, sino Pretorius.
(Colección Andanzas núm. 210, Tusquets Editores, abril de 1994)
En la foto: Bioy en Rincón Viejo, su estancia paterna en Pardo,
provincia de Buenos Aires (noviembre de 1971).
         Silvia Renée Arias quizá retomó y optó por el nombre del “doctor Pretorius” al leer el libro 1 de las Memorias de Bioy (y a la postre el único) —que cita varias veces—, publicado en abril de 1994, en Barcelona, por Tusquets Editores, con el número 210 de la Colección Andanzas, urdido “Con la colaboración de Marcelo Pichon Rivière y Cristina Castro Cranwell”, donde figura así: “doctor Pretorius” (quizá debido a una “enmienda” de los editores de Tusquets), pese a que es claro y evidente el uso, con técnica de collage y palimpsesto, del citado artículo “Libros y amistad” y de la “Autocronología” que Bioy escribió para Guía de Bioy Casares, libro ensayístico de Suzanne Jill Levine, editado en 1982, en Madrid, por Fundamentos. “Autocronología” que Bioy revisó y amplió para La invención y la trama, antología de su obra con “Selección, introducción y notas de Marcelo Pichon Rivière”, publicado en 1988, en México, por el FCE en la serie Tierra Firme; donde también se halla el artículo “Libros y amistad”, tal y como apareció, en 1968, en La otra aventura; en este sentido, en su revisada “Autocronología”, Adolfo Bioy Casares reitera entre lo que corresponde a “1937”:  

     “En invierno, Borges pasa una semana en el campo conmigo. Escribimos un folleto sobre la leche cuajada (nuestro primer trabajo en colaboración). Planeamos un cuento, que nunca escribiremos, que es el origen de los ‘Seis problemas para don Isidro Parodi’, sobre un filántropo alemán, el doctor Praetorius, que por medios hedónicos —música, juegos incesantes— mata niños.”  
    Al parecer, ese fecha de “1937” obedece a lo que Bioy apunta y recuerda en “Aprendizaje”, artículo memorioso y autobiográfico, erradamente incluido en La invención y la trama antes que “Libros y amistad” y que Marcelo Pichon Rivière no data en ninguna nota del volumen, amén de que su antología carece de bibliografía y de que sus notas suelen ser vagas y con poca o nula precisión bibliográfica. Dice Bioy en “Aprendizaje”, tácita e implícitamente aludiendo a “Libros y amistad”:
(FCE, 1988)
        “En un artículo sobre Borges digo:

“En 1935 o 36 —ahora descubro que fue en 1937— fuimos a pasar una semana en una estancia en Pardo, con el propósito de escribir en colaboración un folleto comercial, aparentemente científico, sobre los méritos de un alimento más o menos búlgaro. Hacía frío, la casa estaba en ruinas, no salíamos del comedor, en cuya chimenea crepitaban ramas de eucaliptos. Aquel folleto significó para mí un valioso aprendizaje; después de su redacción yo fui un escritor más experimentado y avezado. Toda colaboración con Borges equivale a años de trabajo.” 
   
Imagen en Borges (Destino, 2006).

El pie de  foto  de Daniel Martino reza:

“Cubierta de la edición original (1935) del folleto
Leche cuajada, primera colaboración entre Borges y ABC.
La ilustración es de Silvina Ocampo.
        Quizá esa falta de datación en “Aprendizaje” se deba a lo que el antólogo apunta al final de su nota a la “Autocronología” de Bioy, dispuesta al término de la sección “Escritos autobiográficos”, que agrupa los artículos: “Adolfo Bioy, después del 900”, “Aprendizaje”, “Libros y amistad” y “Autocronología”. Marcelo Pichon Rivière dice allí e ineludiblemente da indicios de lo que unos años después conformarían el citado libro 1 de las Memorias de Adolfo Bioy Casares: 
“El autor de estas notas trabajó con Bioy Casares en un borrador de sus memorias. Durante 1985, todos los sábados por la mañana, Bioy hablaba al grabador, dictaba al amanuense, corregía, y volvía a hablar y a dictar. El resultado no fue satisfactorio. Como una forma de que muchas revelaciones no se pierdan, se ha decidido insertar ciertos tramos de esa autobiografía en este libro.
“Los fragmentos grabados (y luego, por supuesto, corregidos por Bioy) y esta autocronología, no dejan de ser fragmentarios, pero conforman —junto a los escritos mencionados— un texto provisorio. Un conjunto de revelaciones que ayudan a conocer los diarios afanes que acompañan las invenciones, ficciones y sátiras de Adolfo Bioy Casares.”

VI de XIV
No obstante a que Emecé en 1943 había publicado Los mejores cuentos policiales, antología de Bioy y Borges, donde de éste se incluyó el magistral “La muerte y la brújula”, en la página 107 de la Bioygrafía se lee: “A pesar de que en principio la editorial [Emecé] no había querido aceptar por entender que una novela policial no era literatura, ‘El Séptimo Círculo’ fue la primera en su género de habla hispana, y Borges y Bioy la dirigirían hasta fines de la década del cincuenta, al cabo de los cuales editarían unas cien obras.” Pero Daniel Martino, en su “Cronología” urdida para la citada edición conjunta en el número 221 de la Biblioteca Ayacucho, apunta en la entrada de “1945”: “Febrero: aparece, traducido por J.R. Wilcock, La bestia debe morir, primer volumen de El séptimo círculo, colección (1945-1955) dirigida junto a Borges.” Cuyo nombre al parecer eligió Borges porque remitía al círculo de los violentos, según el Infierno de Dante. Vale añadir que La bestia debe morir apareció en inglés, en 1938, firmada por Nicholas Blake, pseudónimo del poeta británico Cecil Day-Lewis. Y que Los que aman, odian, la única novela policial escrita por Bioy y Silvina Ocampo, apareció, en El Séptimo Círculo, el 8 de agosto de 1946. 
Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares.
Foto de Mariano Roca que ilustra la 2
ª de forros de
Los que aman, odian (Tusquets, 1989).
         Luego, en la página 114 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias apunta que “Perón asumió [el poder] el 4 de junio de aquel año” de 1946 y que “Pocas semanas después Jorge Luis Borges —al cabo de casi nueve años de trabajo en la biblioteca Miguel Cané, en la calle Carlos Calvo— fue ‘ascendido’ a inspector de Aves, Conejos y Huevos en los mercados municipales.” Aquí vale recordar que Borges mismo fue quien acuñó la leyenda de que trabajó nueve años en la Biblioteca Miguel Cané, y lo hizo desde que renunció, según se lee en el discurso con que agradeció el banquete de desagravio y en su honor que le brindaron los miembros de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) “en el Marconi, en Plaza Once”: “Nueve años concurrí a esa biblioteca, nueve años que serán en el recuerdo una sola tarde, una tarde monstruosa en cuyo curso clasifiqué un número infinito de libros”. Discurso —firmado el “8 de agosto de 1946”— que preparó “para la ocasión”, recuerda el propio Borges en la página 78 de su citado Ensayo autobiográfico, pero que, dice, “sabiendo que era demasiado tímido para leerlo yo mismo, le pedí a mi amigo Pedro Henríquez Ureña que lo hiciera por mí”; no obstante, Pedro Henríquez Ureña, con quien Borges publicó su primer libro antológico a cuatro manos: Antología clásica de la literatura argentina (Kapeluz, 1937), había muerto de un infarto, el 11 de mayo de ese año mientras viajaba en un tranvía. Discurso que Borges publicó el 15 de agosto de 1946 en Argentina Libre y en el número 142 de la revista Sur, correspondiente a agosto de 1946, y que figura antologado en tres libros: Páginas de Jorge Luis Borges seleccionadas por su autor (Celtia, 1982), con prólogo de Alicia Jurado; Jorge Luis Borges. Ficcionario. Una antología de sus textos (FCE, 1985), con edición, prefacios y notas de Emir Rodríguez Monegal; y en el citado Borges en Sur. Pero si bien ese número nueve obedece a que Borges equiparaba esos supuestos nueve años con los nueve círculos del Infierno de Dante, cuyas vivencias transmutaría en el argumento kafkiano, laberíntico, pesadillesco, metafísico, infinito, desolado y eterno que se entrevé en su cuento “La Biblioteca de Babel”, a estas alturas del siglo XXI ya es muy consabido que en realidad fue un empleado menor en la Biblioteca Miguel Cané un promedio de ocho años; por ejemplo, Edwin Williamson, en la página 261 de su citada biografía apunta que “El 8 de enero de 1938 empezó a trabajar en el Biblioteca Miguel Cané”; y en la página 327 refiere que presentó su renuncia en la Municipalidad al día siguiente de que el 15 de julio de 1946 se enterara de que había sido “ascendido” a “inspector de aves y conejos en los mercados”. 

       
(Colección Andanzas núm. 261, Tusquets Editores, 1996)
       Pero quizá ese número nueve obedezca, también, a la peculiaridad que María Esther Vázquez apunta en la página 175 de Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), biografía que, dice Silvia Renée Arias, le gustaba mucho a Bioy: “Borges hubiera deseado nacer a los nueve meses de gestación; tenía una predilección supersticiosa por el tres y sus múltiplos. Se advertía en los actos más triviales: cuando viajaba en avión, en el momento de despegue, recatadamente, daba tres golpecitos con los nudillos en el brazo del asiento. Cuando uno le preguntaba el por qué, evadía la respuesta con una sonrisita maliciosa y hablaba de las virtudes mágicas del tres, del nueve y del treinta y tres. Recordaba que Adán nació a los treinta y tres años y que Jesucristo murió a esa edad. En cuando al número nueve, los versos del poema que cierra su libro El oro de los tigres, dicen: ‘El anillo que cada nueve noches/ Engendra nueve anillos y éstos, nueve...’.”


VII de XIV
En la página 121 de su Bioygrafía, al comenzar “Amor en París: Bioy y Garro”, que es el primer subcapítulo del “Capítulo V (1950-1955)”, apunta Silvia Renée Arias:
“El mexicano Octavio Paz le dedicó a Silvina Ocampo, en 1946, el poema ‘Arcos’, y ella a su vez, “Frente al Sena”, donde rememora el Río de la Plata. Si bien se conocieron en París, Silvina ya sabía quién era él por referencias de amigos, y le parecía una persona encantadora. Por su parte, Bioy no conoció a Octavio Paz sino cuatro años después y fue en el Hotel George V de París, el más elegante de la ciudad. Y también a Helena Garro, su esposa.
  “Helena y Octavio tenían una hija de nueve años, Laura Elena, apodada La Chata. Helena (después dejaría caer la ‘h’ de su nombre, nosotros lo hacemos a partir de ahora) tenía veintinueve años. Bioy todavía no había cumplido treinta y cinco. Ella era una joven alegre, popular, ajena a los convencionalismos, sofisticada en su vestimenta, dueña de una distinguida belleza y, al parecer, una destacada escritora.” 
       
Octavio Paz, Elena Garro y su hija Laura Helena Paz Garro
(París, Francia)
Foto en Memorias (Océano, 2003)
   
Elena Garro de joven
        Aquí se observan varias imprecisiones. El poema “Arcos” está fechado por Paz en “1947” y no en “1946”. Y ese viaje a Europa y a París que Bioy hizo en compañía de Silvina Ocampo y de Genca (Angélica García Victorica), sobrina de Silvina y amante de Adolfito, que al inicio del presente capítulo parece que data de 1950, empezó en “Enero de 1949, en un viaje que iba a durar cinco meses”, cuando emprendieron “una travesía rumbo a Estados Unidos en un barco de la compañía Moore McCormack”, se lee en la página 117 de la Bioygrafía. Es decir, sin que diga las razones del por qué, dice que Bioy conoció a Elena Garro en París, en 1949; pero también conoció a Octavio Paz; de ahí que la biógrafa apunte que “Bioy todavía no había cumplido treinta y cinco” (cosa que ocurriría el 15 de septiembre de ese año). Pero yerra cuando dice que Elena Garro “tenía veintinueve años”, pues nacida en Puebla el 11 de diciembre de 1916, a fines de 1949 cumpliría 33. Es verdad que durante toda su vida de dramaturga, narradora y polemista, Garro dijo haber nacido en 1920, de ahí que esto se repitiera ad nauseam. Elena Garro murió en Cuernavaca el 22 de agosto de 1998. Y según apunta Lucía Melgar en la “Nota aclaratoria” que precede a su “Cronología” urdida para el volumen I de las póstumas Obras reunidas de Elena Garro, tomo editado en México, en 2006, por el FCE, “Casi al final de su vida”, la publicación de su testamento “aclara que nació en 1916”. 

   
Dedicatoria en el anverso
      Al parecer el nombre real de Elena Garro era María Helena Garro Navarro y desde joven prescindía de la hache muda. Pero el segundo nombre de la hija que tuvo con Octavio Paz, sí lleva la hache: Laura Helena Paz Garro. Muerta el 30 de marzo de 2014, un día antes de que se cumpliera el centenario del nacimiento de su padre, había nacido el 12 de diciembre de 1939; por ende, cuando su madre y Bioy se conocieron en París aún tenía 8 años. Notable poetisa menor que solía firmar sus libros sin su primer nombre, en 2003 publicó unas polémicas Memorias, editadas en México por Océano y con iconografía en blanco y negro, donde, para el caso, aborda el amorío de su madre con Adolfito. Libro que Silvia no consultó. Esto se observa, por ejemplo, cuando en la página 150 refiere la última vez que Bioy y Elena Garro se vieron, dice. Episodio sucedido en Nueva York, cuando Adolfito, desde “principios de enero de 1957” se encontraba allí acompañando a su padre “en un viaje que iba a durar dos meses”, pues el Dr. Bioy presidía “la Embajada argentina ante la ONU” (y allí Octavio Paz estaba “comisionado en la delegación mexicana”):  

   
Elena Garro, Adolfo Bioy Casares, Octavio Paz y Helena Paz Garro
(Nueva York, 1957)
          “Una foto atestigua el encuentro de Bioy y Garro. Sentados en una confitería, tomando café, aparecen de un mismo lado de la mesa, y frente a ellos Octavio y su hija la Chata, en cuya sonrisa Bioy tiene posada una mirada que se diría tierna. Muchos años después Bioy confesaría que, aunque era muy probable que Octavio Paz hubiese sabido de sus amores con la que por entonces era su mujer, porque habían sido ‘grandes amigos’, nunca habían habla de eso: ‘Era algo tácito’.”  
 
(Océano, 2003)
      Además de que en las Memorias de Helena Paz Garro se reproduce esa célebre foto divida en dos partes: en la página 390 se ve el ángulo donde posan Octavio Paz y su hija y en la página 414 donde posan Bioy y Elena Garro, en sus anécdotas y evocaciones, repletas de infidencias, veneno y mala leche, testimonia que su padre sí sabía del amorío de Bioy y Elena Garro y que además impidió que ella se fuera a la Argentina a reunirse con él. En este sentido, se lee en la página 302:
“También pienso, después de haber visto cómo se vengó de una querida que lo abandonó por otro, años después, cuando volvimos a París, que en su mentalidad de niño excesivamente mimado por su madre, y también muy querido por los Paz, se había acostumbrado a ser una especie de reyecito en su hogar, y no toleraba la más mínima ofensa. Para él era normal tener amantes, amigos, aventuras, cosas que no le permitía a mi madre, a quien nunca le perdonó que prefiriera a Bioy Casares.
“A pesar de su aparente liberalismo, y hasta de inmoralidad sobre el amor en sus libros de ensayos, una cosa era la letra impresa y otra que le quitaran algo que, a lo mejor, no amaba, pero sí admiraba y, en todo caso, le pertenecía, como mi madre.”
En la citada página 150 de la Bioygrafía, en lo referente a 1957, dice la biógrafa: “Elena había escrito Un hogar sólido, obra teatral en un acto, que se representaría en julio de ese mismo año y sería publicada como libro, con el mismo título, un año después.” Según apunta el historiador y crítico teatral Antonio Magaña-Esquivel en el libro V de Teatro mexicano del siglo XX (FCE, 1970), cuando Octavio Paz “aparecía como director literario, en el cuarto programa, de Poesía en Voz Alta, se montaron tres pequeñas obras, en un acto, de ella: Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido. Fueron estrenadas en el Teatro Moderno [de la capital mexicana] el 19 de julio de 1957, también bajo la dirección de Héctor Mendoza.” Quien dirigió “en el Teatro del Caballito, en 1956, en el segundo programa de Poesía en Voz Alta”, la puesta en escena de La hija de Rappaccini, adaptación teatral del cuento homónimo de Nathaniel Hawthorne hecha por Octavio Paz. Y, efectivamente, el libreto teatral “Un hogar sólido” se publicó, en 1958, en un libro homónimo que reunió seis libretos de un acto. Fue el primer libro de Elena Garro, editado en Xalapa por la Universidad Veracruzana con el número 5 de la Colección Ficción, que había iniciado ese año con la publicación de la novela Polvos de arroz, de Sergio Galindo, y donde Gabriel García Márquez publicaría, en 1962, con el número 34 de la serie, Los funerales de la mamá grande, su primer libro de cuentos y su primer libro editado en México, apenas un año después de haberse instalado en la capital del país, donde “desde julio de 1965 hasta julio o agosto de 1966” escribiría Cien años de soledad (Sudamericana, 1967); editora universitaria y provinciana, fundada y dirigida por Sergio Galindo, que en 1964 publicó La semana de colores, el primer libro de cuentos de Elena Garro, con el número 58 de la Colección Ficción, luego de que obtuviera el sonoro Premio Xavier Villaurrutia por Los recuerdos del porvenir (Joaquín Mortiz, 1963), su primera novela, que según la leyenda, Octavio Paz, pese a que estaban divorciados desde “el 15 de julio de 1959”, sacó del baúl y llevó a la editorial. Pero sólo hasta el “3 de enero de 1983”, en la misma Colección Ficción, ya sin número, se publicó la segunda edición de Un hogar sólido, aumentada con seis libretos e ilustrada con dibujos del pintor Juan Soriano, de quien es la viñeta de la portada de la edición príncipe.
(Sudamericana, 1965)
         Entre las páginas 164-165 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias alude la inclusión de “Un hogar sólido” en la segunda edición, revisada y aumentada, de la Antología de la literatura fantástica, impresa en Buenos Aries, por Sudamericana, en 1965. No es difícil inferir que tal incorporación la promovió Bioy el amoroso, quien por ende también incidió para que “Un hogar sólido” se publicara en el número 251 de la revista Sur, correspondiente a marzo-abril de 1958. Dato y episodio que, curiosamente, omite la biógrafa.

     En este sentido, vale subrayar que en el fragmentario, breve y disperso esbozo del vínculo erótico y afectivo entre Bioy y Elena Garro, descuellan los amorosos pasajes de varias misivas que él le envió a ella (en un lapso de 20 años), y que, según data, la biógrafa leyó en las “Cartas de Adolfo Bioy Casares a Elena Garro”, publicadas por Pascal Beltrán del Río el “30 de noviembre de 1997” en el periódico bonaerense La Nación. Es decir, se entrevé que no consultó el archivo, abierto a los investigadores, de la “correspondencia y manuscritos que Garro vendió [en 1997] a la Universidad de Princeton, enriquecido después por Helena Paz, con diarios, memorias y otros documentos”.
Y entre las páginas 149-150, la biógrafa apunta: “Ese viaje a Nueva York [iniciado ‘a principios de enero de 1957’], que sería el último que emprendería con su padre [y ‘que iba a durar dos meses’], quedaría para siempre en el recuerdo de Bioy también a causa de haberle permitido reencontrarse con Elena Garro, quien un año antes había sido la artífice, junto a Octavio Paz, de la publicación, en México, de su libro Historia prodigiosa, que en la Argentina se publicaría en 1961.” Cierto, la primera edición de Historia prodigiosa se publicó en México en 1956 y la segunda edición la publicó Emecé en Buenos Aires, en 1961, y la biógrafa la cita en su “Bibliografía”; pero omite la sobria pero preciosista y cuidada tercera edición, impresa en Madrid, en 1991, por las Ediciones de la Universidad de Alcalá de Henares —ya como rimbombante Premio Cervantes 1990— y en el contexto de las inminentes celebraciones del Quinto Centenario. Y también omite algunos de los detalles que Bioy bosqueja en la “Nota preliminar” con que la signó:
(EUAH, 1991)
         “Todas las piezas incluidas en el presente volumen corresponden al género fantástico, salvo la última —en mi opinión, la mejor—, que es una alegoría. Cabe la advertencia, porque el Homenaje a Francisco Almeyra acaso parezca trunco a los lectores que esperan materia sobrenatural. En Pardo, en marzo o abril de 1952, en un momento de extrema desolación, pensé que para quienes mueren durante una tiranía el tirano es eterno y entreví mi relato de unitarios y federales. Dos veces, en el año 1954, lo publiqué: en la revista Sur y, por separado, en un librito de la editorial Destiempo.

Historia prodigiosa apareció en México, en 1956, con un pie de imprenta de Obregón; pocos ejemplares llegaron a Buenos Aires. En esta edición, como en la argentina de 1961, agrego a la serie original un nuevo cuento, Los dos lados.”  
     Cuyo título en el interior del libro es “De los dos lados”; y según la citada bibliografía de Daniel Martino, con el título “De cada lado”, se publicó antes en La Habana, en 1956, en el número 5 de Ciclón.
   
Adolfito y su madre Marta Casares
(Buenos Aires, c. 1950)
          Vale añadir que en su Bioygrafía la autora bosqueja el deterioro físico de Marta Casares en 1952, la madre de Adolfito, debido al cáncer que padecía, quien falleció, apunta en la página 137, el “lunes 25 de agosto” de ese año y fue enterrada “Al día siguiente, a las once de la mañana, en la Recoleta”. Y “Esa misma noche, a las 20.25, se oyó en la ciudad un agudo toque de clarín. Una extensa columna portadora de antorchas desfiló desde la Avenida 9 de Julio y Moreno hasta la sede de la Confederación del Trabajo. Era un homenaje a Eva Perón, muerta un mes antes [el 26 de julio]. Esto le hizo pensar a Bioy, como él mismo contaría en numerosas oportunidades, que porque había muerto ‘paralelamente’ a Evita, en épocas del gobierno de Perón, su madre, como el poeta Francisco Almeyra, degollado por un soldado rosista, había muerto pensando que habría dictadura para siempre. A modo de homenaje, entonces, se puso a escribir ‘Homenaje a Francisco Almeyra’, una especie de metáfora sobre las dictaduras en general.”

VIII de XIV
En la página 138 de la Bioygrafía se lee: “En los primeros días de marzo de 1953, el Dr. Bioy —que tras la muerte de su esposa se había mudado por unos meses con su hijo y Silvina a Aguado 2863, aunque seguían frecuentando la casa de Santa Fe y Ecuador— se reunió con ellos en Mar del Plata, y todavía estaban allí cuando el 8 de mayo la policía del régimen peronista se llevó detenida a Victoria Ocampo, acusándola de ocultar armas que, por su puesto, como recordaba María Esther Vázquez, jamás encontraron. Victoria pasó casi un mes en la cárcel femenina El Buen Pastor, de San Telmo, recluida entre prostitutas y delincuentes comunes. Según dirá después, allí su vida tocó fondo. También Norah, la hermana de Borges, y su madre, doña Leonor, de setenta y siete años, fueron detenidas y arrestadas —aunque temporalmente—, acusadas de escándalo público.” 
Josefina Dorado, Bioy, Victoria Ocampo y Borges
(Mar del Plata, marzo 17 de 1935)

Foto en Borges (Destino, 2006). 

Según el pie:“Al dorso de la fotografía, de mano de ABC, se lee:
Ese mismo año 1935, dos o tres meses después.
comenzó la colaboración de JLB y ABC
”.
  Cierto es que la reclusión de Victoria Ocampo en la cárcel de mujeres El Buen Pastor, acusada de participar “en un atentado”, se sucedió entre el 8 de mayo y el 2 junio de 1953; encierro que suscitó protestas y críticas de intelectuales contra el régimen de Perón, tanto en Argentina, en Estados Unidos y en Francia, según lo bosquejan Laura Ayerza de Castillo y Odile Felgine entre las páginas 253-256 de su biografía Victoria Ocampo (Circe bolsillo, 1998). Pero el arresto de doña Leonor y de su hija Norah ocurrió “El 8 de septiembre de 1948” y no en 1953, por ende la madre de Borges, nacida en 1876, tenía 72 años y no 77. Tal episodio lo esboza María Esther Vázquez entre las páginas 197-198 de su citada biografía de Borges. Según dice: “Leonor Acevedo de Borges y su hija Norah estaban en la calle Florida con un grupo de amigas. De pronto, todas empezaron a cantar el Himno nacional al mismo tiempo que repartían panfletos objetando la reforma de la Constitución (por la cual Perón podría ser reelegido). La gente, queriendo enterarse de qué pasaba, las rodeó. Llegó la policía y, como no tenían permiso para hacer una reunión en ‘la vía pública’, se las llevaron a la comisaría de la calle Lavalle. De la comisaría fueron derivadas a la cárcel El Buen Pastor, donde iban a parar delincuentes comunes, prostitutas y presas políticas. Norah y Adela Grondona estuvieron un mes confinadas y Leonor, como ya tenía 72 años, se la condenó a treinta días de arresto domiciliario.”

Doña Leonor y su hijo Borges en la entrada de Maipú 994, en cuyo
departamento B del sexto piso vivían desde mediados de los años 40.
        En la misma página 138 de la Bioygrafía, después del párrafo anterior, se lee: “Ese mismo año [1953] Silvina recibió el segundo Premio Nacional por Los nombres; aunque lo publicaría diez años después, Elena Garro escribió Recuerdos del porvenir en Berna, Suiza, una novela sobre las revueltas de los cristeros en México, y se publicó la traducción francesa de La invención de Morel. Desde entonces y hasta fines de 1967, Laffont sería el editor francés de Bioy Casares. Sin embargo, no había indicios de que El sueño de los héroes fuera a publicarse. Losada había editado La invención de Morel, pero una discusión había provocado un distanciamiento. Aunque ese libro se había agotado rápidamente, en lugar de lanzar una segunda edición, Losada le había dicho a Bioy que era el dueño del libro y que podía hacer con él lo que quisiera. Justo a él que, como Silvina, era incapaz de tomarse el desagradable trabajo de ofrecer sus propios libros.”

Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares
  Vale observar que Silvina Ocampo, con su poemario Los nombres, publicado en Buenos Aires, en 1953, por Emecé, obtuvo el segundo Premio Nacional de Poesía de 1953, año en que, según decía la propia Elena Garro, escribió, en Berna, Suiza, su novela Los recuerdos del porvenir y la guardó en un baúl. Y Losada publicó en Buenos Aires, en noviembre de 1940, la primera edición de La invención de Morel; cuya traducción al francés, según dice Bioy en su citada “Autocronología”, se publicó en 1953; no obstante, en la página 129 de sus Memorias, dice aludiendo a Robert Laffont, su editor francés en París: “Laffont publicó en 1952 La invención de Morel.” Pero si en realidad hubo ese pleito con Losada que impedía publicar la segunda edición de La invención de Morel, lo cierto es que la segunda edición la había editado Sur en 1948 y la tercera Emecé en 1953. Y si en 1953 “no había indicios de que El sueño de los héroes fuera a publicarse”, tal libro lo editó la “perdularia” y dizque renuente Losada en 1954. 

Y al inicio del siguiente párrafo de la misma página 138 la biógrafa apunta: “También ese año [1953] Torres Ríos y Torre Nilsson filmaron El crimen de Oribe con el argumento de El perjurio de la nieve. Este hecho mereció un festejo que se llevó a cabo en el departamento de Santa Fe y Ecuador.” Y enseguida esboza algunas menudencias irrisorias de tal celebración. Vale observar que el cuento “El perjurio de la nieve” lo editó Emecé, en 1944, en los Cuadernos de la Quimera, y luego fue incluido en La trama celeste, libro editado por Sur en 1948. Pero El crimen de Oribe, filme en blanco y negro, data de 1950 y su estreno ocurrió el 13 de abril de tal año y por ende no fue rodado en 1953.

IX de XIV
En la página 139 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias dice que Bioy y Silvina Ocampo viajaron a Europa “desde mediados de julio hasta fines de noviembre” de 1953. Y en la página 141 cuenta que, en París, Julio Cortázar y Aurora Bernárdez, quienes se habían casado “hacía un año”, invitaron a comer a Bioy; pero la boda de Aurora Bernárdez y Julio Cortázar ocurrió el 22 de agosto de 1953, se lee en la página 98 de Julio Cortázar. La biografía (Seix Barral, 1998), de Mario Goloboff, quien corroboró la fecha con Aurora. Y según apunta de Cortázar en la misma página 141: “Hacía unos ocho años que había publicado en Sur, a instancias de Borges —que ya en ese tiempo colaboraba en la revista—, ‘Casa tomada’, un cuento en los que muchos veían la imagen del peronismo como invasión de la casa paterna. Ese cuento estaba incluido en Bestiario, libro que a Bioy le había gustado mucho.” 
En ese párrafo la biógrafa olvida que Borges colaboraba en la revista Sur desde el primer número, editado en enero de 1931. Y si bien “Casa tomada” había sido incluido en Bestiario, libro impreso en 1951, en Buenos Aires, por Sudamericana, no fue “publicado en Sur”, sino en el número 11 de la revista Los Anales de Buenos Aires, correspondiente a diciembre de 1946; o sea: casi siete años antes y no “Hacía unos ocho años”. Curiosamente, en la página 108 de Museo se reproduce en blanco y negro la portada de ese número 11, donde, en la nómina de colaboradores, está enlistado Julio Cortázar.  
     
Portada del núm. 11 de Los Anales de Buenos Aires (diciembre de 1946)
Imagen en Museo. Textos inéditos (Emecé, 2002)
       
Aurora Bernárdez  y Julio Cortázar
   Según apunta María Esther Vázquez en la página 196 de su citada biografía: “En marzo de 1946 Borges se hizo cargo de la dirección de Los Anales de Buenos Aires, revista literaria que ya había sacado dos números.” Borges, dice, publicó “a sus contemporáneos de talento, incluyendo a sus amigos y a los que no lo eran”. “Pero Borges descubrió también a nuevos escritores y entre estos desconocidos hubo dos realmente importantes: el uruguayo Felisberto Hernández, que era pianista y se ganaba la vida ofreciendo conciertos, y el argentino Julio Cortázar, de quien publicó ‘Casa tomada’.” Y en la página 197 anota: “Los Anales de Buenos Aires editó veintitrés números. El primero, en enero de 1946; el último, que Borges tampoco organizó, apareció en diciembre de 1948 y estuvo dedicado a Juan Ramón Jiménez.”
Vale recordar que al inicio del celebérrimo prólogo que Borges escribió ex profeso para los Cuentos de Cortázar, número 1 de la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, libro editado en 1985, en Madrid, por Hyspamérica, vagamente rememora el episodio:
“Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde ‘Casa tomada’ con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.”
      Y según dice Silvina Renée Arias en la citada página 141 de su Bioygrafía: “sin duda lo más importante de aquel viaje fue que en noviembre [Adolfito y Silvina Ocampo] regresaron a Buenos Aires con Marta, una beba de cuatro meses, hija de Bioy y de María Teresa von der Lahr. Su nacimiento, producido el 8 de julio de ese 1954, había tenido lugar —según un hijo de Margot Bioy, prima de Adolfito— en Pau, Francia, en la clínica de Eduardo Bioy.”
   
Marta Bioy Ocampo en el piso de Posadas
(septiembre de 1960)
Foto: Adolfo Bioy Casares
          O sea que en “Una niña llegada de París: Marta Bioy”, el subcapítulo donde se lee esto, inicia así en la página 139:
      “En mayo de 1953, un mes después de pasar unos días en Mar del Plata, Jovita Iglesias se casó con José Pepe Montes, que por entonces realizaba trabajos en Obras Sanitarias [y que también sería empleado de los Bioy hasta el fin]. La fiesta tuvo lugar en el patio de la casa donde vivían, en el barrio de Villa Urquiza. Poco más tarde se instalarían definitivamente con Silvina y Bioy en el piso de Posadas.
      “El viaje que los Bioy hicieron aquel año a Europa se prolongaría desde mediados de julio hasta fines de noviembre.”
      Es decir, Silvia Renée Arias, en la página 139, inicia el primer párrafo de ese subcapítulo situándolo en “mayo de 1953” y en el siguiente párrafo (y en el par de páginas que siguen) habla del viaje que los Bioy hicieron aquel año a Europa” (desde mediados de julio hasta fines de noviembre”); y es allí donde radica el yerro que suscita los yerros subsiguientes, pues empieza hablando de hechos ocurridos en “mayo de 1953” (hasta fines de noviembre”) y luego,  en el transcurso y sin especificarlo debidamente, salta a 1954. Y esto sólo advierte cuando en la página 141 refiere la fecha del nacimiento de Marta Bioy Ocampo: 8 de julio de 1954.
 
(Nueva Imagen, 1983)
      Y en lo que concierne a Julio Cortázar, en la página 198 de la Bioygrafía la autora dice: “A propósito de buenos libros, en marzo de 1982 Vlady Kociancich le dio a Bioy un ejemplar de Deshoras, de Julio Cortázar, donde en uno de sus cuentos (‘Diario para un cuento’) Cortázar había escrito: ‘Quisiera ser Bioy porque siempre lo admiré como escritor y lo estimé como persona, [...]’.” Pero además de que Deshoras se publicó casi un año después, “en febrero de 1983”, en México, por Editorial Nueva Imagen, la primera entrada de esa especie de diario que es “Diario para un cuento” está fechada el “2 de febrero, 1982”, y allí es donde Cortázar escribió: “me gustaría ser Adolfo Bioy Casares” y “Quisiera ser Bioy”, etcétera. Por si no bastara, en la página 199 también yerra al decir que “el autor de Rayuela murió en París” “el 12 de febrero de 1994”, pues fue diez años antes. 




X de XIV
En la página 153 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias apunta: “Pocos meses después, a mediados de 1960, [Bioy] asistió en Río de Janeiro, Brasil, a la reunión del PEN Club. Más de una noche comió en el restaurante italiano de Copacabana junto a Alberto Moravia y su mujer, Elsa Morante, y también con Giorgio Bassani y otros. Llevó un diario sobre esta estadía de apenas una semana, del 23 al 30 de julio, bajo el título Unos días en el Brasil, que se imprimió sólo en trescientos ejemplares, para los amigos, porque muchos de los allí mencionados todavía estaban vivos y Bioy decía no tener la intención de ofender a nadie. Once años después de la muerte de Bioy, sería reeditado por La Compañía de los Libros, y algunas críticas le darían la razón a Bioy acerca de su temor a la ofensa. No serían pocos los que juzgarían que allí se revela un Bioy maledicente, como en su Borges [Destino, 2006], que ocultaba, bajo su cortesía en sociedad, un ánimo de venganza que practicaba en sus diarios. Pero como siempre, lo redimían, de alguna manera, el sentido del humor y la ironía.”
(Destino, 2006)
        No obstante, yerra al decir que se publicó “Once años después de la muerte de Bioy”, pues no sólo él aún vivito y coleando fue editado en 1991, con el título Unos días en el Brasil (Diario de viaje), en la serie Escritura de Hoy del Grupo Editor Latinoamericano.



XI de XIV
Entre las páginas 156-157 de la Bioygrafía apunta: 
        “Sin embargo, lo curioso de El lado de la sombra es que incluye ‘Un viaje o el mago inmortal’, que Bioy escribió en un hotel de Portofino mientras leía a Dante, y que es casi idéntico a ‘La puerta condenada’, que unos pocos años antes había escrito Julio Cortázar mientras leía un libro de vampiros en una casa en un bosque de Francia. En la introducción a un exhaustivo trabajo, observa Vlady Kociancich: 
“‘Salvo como truco de la memoria, ¿interesa que una página de Maupassant se filtrara en El negro del Narciso, de Joseph Conrad? ¿Deslumbra menos El Aleph de Borges porque sigue las huellas de El cuento más hermoso del mundo de Kipling? Reflejos de una común identidad irisan la máscara bruñida de toda obra literaria. Nadie lo ignora. Tampoco dos autores argentinos, Adolfo Bioy Casares y Julio Cortázar. A ellos, sin embargo, estas livianas coincidencias un día se les dieron con creces. Escribieron dos cuentos idénticos...’.”
Borges y Vlady Kociancich (c. 1960)
Foto: Adolfo Bioy Casares
En Borges (Destino, 2006)
        Según la correspondiente nota, ese ensayo de Vlady Kociancich apareció el “10 de febrero de 1994” en el periódico porteño Clarín. Habría que precisar qué página de Maupassant se “filtra” en esa novela de Joseph Conrad, quizá como una especie de consciente y translúcido palimpsesto. Pero es una enorme mentira que la visión cósmica y simultánea que el personaje Borges vislumbra en el sótano a través del diminuto Aleph “sigue la huellas” de ese cuento de Kipling, donde se narra un caso de metempsicosis y sus fragmentarias, inconscientes y evanescentes manifestaciones oníricas, con cuyos episodios —que son anécdotas de anteriores reencarnaciones de un joven aprendiz de escritor—, un escritor pretende redactar “El cuento más hermoso del mundo”. En “El Aleph”, a partir de las imágenes que el poeta Carlos Argentino Daneri ve a través de esa “pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”, está componiendo el larguísimo e interminable poema La Tierra, que es “una descripción del planeta”; es decir, “se proponía versificar toda la redondez del planeta”. Pero esto no es metempsicosis. Y “Un viaje o el mago inmortal” y “La puerta condenada” no son “dos cuentos idénticos”. Cierto es que ambos poseen situaciones y planteamientos muy parecidos, por la tácita e implícita razón de que Bioy tributa a Cortázar (e incluso lo parafrasea cuando el personaje argentino, en Montevideo, juraría haberle ordenado al taxista: “Al hotel Cervantes”); pero el cuento de Cortázar es mucho mejor y muy eufónico, amén de que fue incluido entre los nueve cuentos que integraron Final del juego, libro editado en México, en 1956, en la colección Los presentes, que editaba y dirigía Juan José Arreola.

 
(Emecé, 1962)
         El libro El lado de la sombra, donde se incluyó “Un viaje o el mago inmortal”, lo editó Emecé, en Buenos Aires, en 1962. En la página 157, la biógrafa comenta y cita un fragmento de una reseña sobre El lado de la sombra que Alicia Jurado publicó “en Sur”, en “agosto de 1963”. Y, según dice, pese a lo laudatorio, “esta reseña no agradó a Bioy”. No obstante, la biógrafa, como en otros pasajes de su libro, descuida y contradice la sucesión cronológica, pues luego de aludir ciertas anotaciones de Bioy “en su diario”, bosqueja que Bioy se disponía a hablar con Alicia Jurado en “julio de 1963” sobre su reseña publicada en “agosto de 1963”, o sea: el mes siguiente: “Registró también que le comentó su disconformidad a Silvina, aclarándole que iba a hablar con Alicia, y le pidió que no dijera nada por su cuenta. Pero esa misma noche (era julio de 1963), yendo a una comida para despedir a Leónidas de Vedia que partía de viaje, pasaron a buscar a Alicia y lo primero que le dijo Silvina fue que su reseña no les había gustado nada por parecerles que no le hacía justicia ni era generosa.”  


XII de XIV
En la página 176 de la Bioygrafía, Silvia Renée Arias dice: “las historias de amor no eran incumbencia de la literatura de Borges, mientras que ya sabemos lo importante que resultaban en” la obra de Bioy. Cierto es que “las historias de amor” no son programáticas en “la literatura de Borges”, pero el tema del amor, sus formas y variantes sí están presentes, de manera dispersa y muchas veces tácita e implícita, a lo largo de su obra (poemas, cuentos, ensayos, prólogos, conferencias, dedicatorias). Baste recordar, por ejemplo, que el personaje Borges que en “El Aleph” asiste a la casa de la calle Garay cada “30 de abril”, lo hace porque considera ese día la conmemoración del cumpleaños de Beatriz Viterbo, fallecida en 1929, prima hermana del poeta Carlos Argentino Daneri, de la que Borges sigue infructuosa y patéticamente enamorado, y de la que él, en la visión simultánea del universo que le brinda el Aleph, ve “cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino”. O que en medio de un pie de página de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, Borges, o el personaje Borges, anota: “Todos los hombres, en el vertiginoso instante del coito, son el mismo hombre.” El cual, en la versión de la Antología de la literatura fantástica de 1940, dice: “Todos los hombres, en el instante poderoso del coito, son el mismo hombre.” O que en la serie de íntimas respuestas a la inicial pregunta “¿Qué será Buenos Aires?”, que se leen en su poema “Buenos Aires”, incluido en Elogio de la sombra (Emecé, 1969), hay un versículo que reza: “Es la mano de Norah, trazando el rostro de una/ amiga que es también el de un ángel.” Y otro: “Es el día que dejamos a una mujer y el día en/ que una mujer nos dejó.” O que en el cuento “La intrusa”, dos rústicos “orilleros antiguos” y decimonónicos, los Nilsen, que son hermanos, comparten los favores sexuales de una misma mujer y al final uno la mata. O que en “El muerto”, en el destino fatal del compadrito Benjamín Otálora, se le haya “permitido el amor” de “la mujer de pelo reluciente”, que no es otra que la mujer de su jefe: el bandolero y forajido Azevedo Bandeira. O que en “Le regret d’Heraclite”, versículo en El hacedor (Emecé 1960), se lea: “Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía Matilde Urbach.” O que en la primera de las “Tankas” de El oro de los tigres (Emecé, 1972) cante: “Alto en la cumbre/ Todo el jardín es luna,/ Luna de oro./ Más preciso es el roce/ De tu boca en la sombra.” Y al final del homónimo poema que cierra tal poemario, el viejo y ciego poeta revela: “Con los años fueron dejándome/ los otros hermosos colores/ y ahora sólo me quedan/ la vaga luz, la inextricable sombra/ y el oro del principio./ Oh ponientes, oh tigres, oh fulgores/ del mito y de la épica,/ oh un oro más preciso, tu cabello/ que ansían estas manos.” Y entre numerosos y azarosos ejemplos podría transcribirse “Ausencia”, poema de Fervor de Buenos Aires (1923), su primer libro; y por lo menos el final de “Haydee Lange” (de quien otrora estuvo enamorado y con la que soñó y quiso casarse), poema de Los conjurados (Alianza, 1985), su último poemario: “Esas cosas,/ sin nombrarte te nombran.”
Haydée Lange y Borges, de barba y boina, recuperándose
del accidente sufrido el 24 de diciembre de 1938.


En Borges. Fotografias y manuscritos (Renglón, 1987)
        Y ¿cómo olvidar “La flor de Coleridge”?, fragmento y comentario que se lee en su ensayo reunido en Otras inquisiciones (1937-1952) (Sur, 1952); según apunta, ignora si esa “nota” Coleridge “la escribió a fines del siglo XVIII o a principios del XIX. Dice, literalmente: ‘Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño, y le dieran una flor como prueba de que había estado allí, y si al despertar encontrara esa flor en su mano... ¿entonces, qué?’

“No sé qué opinará mi lector de esa imaginación; yo la juzgo perfecta. Usarla como base de otras invenciones felices, parece previsiblemente imposible; tiene la integridad y la unidad de un terminus ad quem, de una meta. Claro está que los es; en el orden de la literatura, como en los otros, no hay acto que no sea coronación de una infinita serie de causas y un manantial de una infinita serie de efectos. Detrás de la invención de Coleridge está la general y antigua invención de las generaciones de amantes que pidieron como prenda una flor.”

XIII de XIV
En la página 193 de la Bioygrafía apunta: “En lo que respecta a la literatura, Nuevos cuentos de Bustos Domecq estaba casi listo para ser publicado al año siguiente, en 1978”. Pero tal libro no se publicó en 1978, sino en 1977, en Buenos Aires, por las Ediciones Librería La Ciudad, con ilustraciones de Fernández Chelo. Una minucia, claro está, que recuerda otra que se lee en la página 231: “Aquellos viajes por México y Uruguay se coronaron con otra grata sorpresa: Bioy supo que su candidatura al Premio Cervantes había sido propuesta por la Academia de Letras de México y la de Uruguay, dos países que tanto quería.” Pero si bien la uruguaya se llama Academia Nacional de Letras de Uruguay, la de México se denomina Academia Mexicana de la Lengua.
Luego, en la página 206, anota: “A fines de diciembre de 1983, cuando el radical Raúl Alfonsín asumió la presidencia de la Nación, al cabo de una dictadura criminal, el período más negro de la historia argentina, Bioy se sintió esperanzado y escéptico.” Pero Raúl Alfonsín no inició su presidencia “A fines de diciembre de 1983”, sino el 10 de diciembre.
“Elvira de Alvear, amiga de Borges de la alta sociedad y autora
de un libro de poemas para el que éste escribió un prólogo. Solía
visitar a Borges en la Biblioteca Miguel Cané. Murió loca en
1959. En su memoria, Borges escribió un poema que fue inscrito
en su lápida. Fue tal vez el modelo de Beatriz Viterbo en su
relato El Aleph.


Foto y pie en Un ensayo autobiográfico (GG/CL/E, 1999).
El poema 
“Elvira de Alvear” se lee en El hacedor (1960)
y el prólogo a Reposo (Gleizer, 1937), el poemario de
Elvira de Alvear, se halla compilado en el volumen
 Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1931-1955 (Emecé, 2001).
          Y en la página 209 dice: “Algunas interpretaciones —alentando la inevitable comparación— observaron que su ‘nóumeno’ se aproximaba mucho al aleph de Borges.” Y sintéticamente, apoyada por esas lecturas que no precisa, discurre un poco por esa falaz vertiente. 

     
Página legal e índice de Historias desaforadas
(
1ª reimpresión en Alianza Tres, Madrid, 1988)
En su 
“Autocronología” para La invención y la trama (FCE, 1988)
Bioy apunta en la entrada de 
“1986”: “Concluyo 'El nóumeno'”, con minúscula
y acento en la o. Y en la página 196 de sus Memorias (Tusquets, 1994) lo cita
con mayúscula y acento en la u: 
“El Nóumeno”.
Y según reporta Daniel Martino en su citada bibliografía para la Biblioteca Ayacucho,

“El Nóumeno”, además de en Historias desaforadas (Emecé, 1986),
se publicó el mismo año en el número 42 de Crisis.
          Pero basta leer “El Nóumeno”, cuento de Bioy incluido en Historias desaforadas (Emecé, 1986), para advertir que el tema de un “cinematógrafo unipersonal” etiquetado El Nóumeno de M. Canter (un artilugio de feria o parque de diversiones para adolescentes remisos que se toman al pie de la letra eso de que se trata de “Una novedad bastante vieja: la máquina de pensar de Raimundo Lulio, puesta al día”), al que se accede “en el Parque Japonés”, previo pago del boleto y de manera individual, y donde en “Menos de un cuarto de hora” dizque cada uno descubre algo único de sí mismo, muy poco o casi nada tiene que ver con la visión cósmica, mágica, minuciosa y simultánea que brinda el minúsculo y esférico Aleph en la parte inferior del decimonoveno escalón de la escalera del oscuro sótano de la casa de la calle Garay, donde vivió Beatriz Viterbo y donde vive el poeta Carlos Argentino Daneri y que está a punto de ser derruida por las ambiciones expansionistas de Zunino y Zungri.


XIV de XIV
Silvia Renée Arias
Foto en la 2
ª  de forros de la Bioygrafía (Tusquets, 2016)

Corolario. Lo expuesto arbitrariamente a cuentagotas no agrupa todo el cúmulo de equivocaciones y descuidos que se leen en la Bioygrafía de Silvia Renée Arias. No obstante, vale repetirlo, su lectura es amena y absorbente. Pero con la inesperada sorpresa del errado bagaje —muy cuestionable en una biógrafa— incita al lector a la suspicacia, al continuo estado de alerta y al cotejo. 


Silvia Renée Arias, Bioygrafía. Vida y obra de Adolfo Bioy Casares. Iconografía en blanco y negro. Colección Andanzas, Tusquets Editores. 1ª edición mexicana. México, junio de 2016. 344 pp.