miércoles, 1 de mayo de 2024

La piedra lunar

¿Dónde quedó la bolita?

 

I de IV

(Torres Agüero Editor, 1975)

En el “Prólogo de prólogos” que preludia el libro Prólogos con un prólogo de prólogos, fechado en “Buenos Aires, 26 de noviembre de 1974”, Jorge Luis Borges dice: “He releído y vigilado los textos” (con el auxilio de su sobrino Miguel de Torre, pues en la página legal se lee: “Edición al cuidado de Miguel de Torre y Borges”), “cuyas fechas oscilan entre 1923 y 1974”, “elegidos por Torres Agüero Editor”, cuya edición de cinco mil ejemplares se terminó de imprimir en la capital argentina el “10 de enero de 1975”. O sea: seis meses antes de que Leonor Acevedo de Borges, la madre de Georgie, falleciera casi centenaria el 8 de julio de ese año. Sin embargo, pese a “La revisión de estas páginas olvidadas”, no están exentas de ciertos olvidos u omisiones del propio Borges el memorioso. (La memoria es una forma del olvido, dijo, cincelando el aforismo en la frágil e inestable memoria colectiva y que parece el anverso de otro de sus apotegmas: una sola cosa no hay y es el olvido.) Por ejemplo, en la edición de 1975 de Prólogos se lee en la ficha bibliográfica que data la legendaria y seminal edición en español de La metamorfosis, libro antológico de Franz Kafka, judío praguense (del Imperio Austrohúngaro y luego de la República de Checoslovaquia) que escribía en alemán: “Traducción y prólogo de J.L.B. Buenos Aires, Editorial Losada, La Pajarita de Papel [núm. 1], 1938. 
(Reimpreso posteriormente en la Biblioteca Clásica y Contemporánea de la misma editorial.)” 

Prólogos, p. 103

(Datación que se repite, hasta “1938”, junto con un pie de página que corresponde a “siglo”
—misma que concluye el segundo párrafo—, en la edición póstuma del tomo IV de las Obras completas de Borges, volumen editado en 1996 por María Kodama y Emecé Editores, e incluso se reitera en la revisada y corregida edición de 2005; pero que, no obstante, ese pie de página no está en la novena edición de La metamorfosis, número 118 de la Biblioteca clásica y contemporánea, colección de Losada, cuyo tiraje de 15 mil ejemplares “Se terminó de imprimir el día 30 de abril de 1976”.) Pues además de que el nebuloso runrún pulula en el imaginario colectivo de la aldea global no sólo del idioma español —ignorado por algunos enciclopedistas del Borges babilónico (FCE, 2023)—, Nicolás Helft apunta en la ficha correspondiente que se lee en Jorge Luis Borges: Bibliografía completa (FCE, 1997): “Borges figura como traductor del libro, pero los textos ‘La metamorfosis’, ‘Un artista del hambre’ y ‘Un artista del trapecio’ no fueron traducidos por él. [Faltó anotar, por lo menos, que son traducciones anónimas publicadas con antelación en Revista de Occidente, elegidas en Buenos Aires por el madrileño Guillermo de Torre —el editor de Losada—, y que Borges tradujo las narraciones restantes, quizá seleccionadas por él: ‘La edificación de la muralla china’, ‘Una cruza’, ‘El buitre’, ‘El escudo de la ciudad’, ‘Prometeo’ y ‘Una confusión cotidiana’.] Reimpreso con el mismo prólogo por la misma editorial [Losada] en la colección Clásica y contemporánea [con el núm. 118]. Hay varias reediciones.”  

         
(GG/CL, 2003)

       A lo que se añade que en la postrera y larga Nota liminar sobre La trasformación [Die Verwandlung, 1915] —misma que se lee en el volumen III de las Obras completas de Kafka, editadas en Barcelona, en 2003, por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, bajo la dirección de Jordi Llovet— se afirma que “la edición de La metamorfosis aparecida en la editorial Losada, Buenos Aires, 1938, [...] ya había sido publicada, en traducción anónima, en los números 24 y 25 de Revista de Occidente (1925) con el título La metamorfosis.” Que tal vez se deba a José Ortega y Gasset, “el director de la revista” —quien la fundó en julio de 1923—, o a Fernando Vela, por entonces “el secretario de redacción”, “ambos buenos conocedores de la lengua alemana”. O a Margarita Nelken, supone Domingo Ródenas de Moya en El orden del azar. Guillermo de Torre entre los Borges (Anagrama, 2023). Mientras que en abril-junio de 1924, en esa misma revista, Ramón Gómez de la Serna había publicado una evocación de los hermanos Borges (“Jorge Luis se me presenta siempre unido a su hermana Norah, la inquietante muchacha con la misma piel pálida del hermano”) y de Georgie en la tertulia del Café Pombo en Madrid (en 1920), imbricada a la reseña de Fervor de Buenos Aires, el primer poemario de éste impreso en 1923, en la capital argentina, con 64 páginas y una xilografía en la portada de su hermana Norah, edición de autor, de 300 ejemplares, financiada por Jorge Guillermo Borges, su padre. Y luego, en noviembre de 1924, Borges publicó allí el ensayo “Menoscabo y grandeza de Quevedo”, reunido, al año siguiente, en su primer libro de ensayos: Inquisiciones —que luego desdeñaría—, “publicado por Editorial Proa en abril de 1925”. (“La edición original estuvo compuesta de dos ejemplares sobre papel del japón y tres ejemplares sobre papel holanda vergé ‘Joseph Gvarro’, numerados del 1 al 5 y firmados por el autor, fuera de comercio, y 500 ejemplares sobre papel pluma numerados del 6 al 500.” Se dice en una anónima y postrera nota que figura en la reedición póstuma editada en marzo de 1994, en Buenos Aires, por María Kodama y Seix Barral.)

Borges, Norah y Guillermo de Torre

        Vale considerar, además, que Guillermo de Torre —cuñado de Borges desde el 17 de agosto de 1928, su correligionario en el movimiento ultraísta y cómplice de él (desde Ginebra y hacia “noviembre de 1923”) en “la compilación de una Antología Lírica Internacional” vertida al castellano, “con gran acopio de prólogos parciales, notas y otros embustes”, trunco antecedente del libro de De Torre: Literaturas europeas de vanguardia (Caro Raggio, 1925)—, era, a la sazón, el editor de Losada (empresa editorial argentina recién fundada por el español Gonzalo Losada) que le pidió a Borges —empleado subalterno en la Biblioteca Municipal Miguel Cané— traducir (quizá antes o después de que su padre falleciera a los 64 años el 13 de febrero de 1938) algunos cuentos de Kafka para un libro —no obstante, Borges ya se había ocupado de él (“Kafka era entonces totalmente desconocido en Argentina”, Emir Rodríguez Monegal dixit): el “2 de junio de 1935” en el diario La Prensa, de Buenos Aires, publicó el ensayo “Las pesadillas y Franz Kafka”; el “6 de agosto de 1937”, en la sección “Libros y autores extranjeros” de la revista de señoras El Hogar, hizo una mínima reseña sobre El proceso traducido al inglés por la mancuerna Muir: Edwin y Willa; el siguiente “29 de octubre” una biografía sintética sobre Kafka; el “27 de mayo de 1938” tradujo “Ante la Ley”, una versión levemente distinta de la que desde el 24 de diciembre 1940 se lee en la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, Col. Laberinto núm. 1), de Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; donde también figura, desde entonces, “Josefina la cantora o el pueblo de los ratones”, cuento de Kafka quizá traducido por él; y el “8 de julio de 1938” extirpó un botón de la biografía escrita por Max Brod: “Max Brod, en su reciente biografía de Kafka, refiere este rasgo semimágico: Kafka lo visitó una tarde, y atravesó atolondradamente una pieza donde estaba recostado el padre de Brod. Éste se despertó, y Kafka murmuró, al pasar: ‘Le ruego, considéreme un sueño’.” Y por ende es a su cuñado a quien Borges replica, sin mencionar su nombre, en el fragmento de una entrevista publicada, el “30 de julio de 1983”, en el diario español El País, transcrito en la citada Nota liminar:

(Losada, 9a ed., abril 30 de 1976)

         “Yo traduje el libro de cuentos cuyo primer título es La transformación, y nunca supe por qué a todos les dio por ponerle La metamorfosis. Es un disparate. Yo no sé a quién se le ocurrió traducir así esa palabra del más sencillo alemán. Cuando trabajé en la obra, el editor insistió en dejarla así porque ya se había hecho famosa y se la vinculaba a Kafka.”

    Todo indica que, efectivamente, ya cundía esa fama in crescendo y el vínculo automático, pues en seguida se lee en esa Nota liminar: “esta primera traducción de Die Verwandlung, publicada solo un año después de la muerte de Kafka [murió casi a los 41 años el 3 de junio de 1924], es, según la Bibliografía* de Maria Luise Caputo-Mayr y Julius Michael Herz, la primera traducción universal del cuento de Kafka [subrayado del reseñista], anterior a las también precoces francesa (La Méthamorphose, trad. de A. Vialatte, 1928), italiana (La metamorfosi, trad. de R. Paoli, 1934), e inglesa y americana (Metamorphosis, trad. de E. Jolas, 1936; The Metamorphosis, trad. de A.L. Lloyd, 1937).”

Norah Borges y Guillermo de Torre
(agosto 17 de 1928)

       Pero también esa réplica implica una soterrada discrepancia más entre Borges y su cuñado: “Norah se ha casado con Guillermo de Torre hace un mes [‘en la iglesia Las Victorias en Buenos Aires’]. Sí, todo como en las novelas con poco gasto de imaginación, con una sencillez indigna del Destino.” Le reportó Borges en una carta, desde Buenos Aires y en francés, a Maurice Abramowicz, su amigo judío-polaco asentado en Ginebra, a quien conoció en 1917 en el Collège de Genève —“fundado por Calvino en 1559”, dice Edwin Williamson en Borges, una vida (Seix Barral, 2004)— donde Georgie fue inscrito en 1914. Que sin duda se suma a los desencuentros y a las antípodas que derivarían en aquella lapidaria e irónica “maldad” del ciego Borges de fines de los años 60 al referirse al sordo Guillermo de Torre: “cuando le preguntaron acerca de cómo se llevaban contestó: ‘¡Ah! Muy bien, él no me oye y yo no lo veo.’” Captada al vuelo en la chismografía de las tertulias porteñas por Marcos-Ricardo Barnatán, autor de Borges. Biografía total (Ediciones Temas de Hoy, 1995).

 

(Emecé, 1997)

         En este sentido, quizá vale recordarlo y como se puede leer en el volumen Jorge Luis Borges. Textos recobrados 1919-1929 (Emecé, 1997), en diciembre de 1920, en el único número de Reflector, revista publicada en Madrid, Georgie elogia el Manifiesto vertical de Guillermo de Torre (que fue un par de páginas “con ilustraciones de Barradas y de Norah Borges”). No obstante, en una carta a Abramowicz, de Palma de Mallorca a Ginebra, que se lee en Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores/Emecé, 1999), revela el lado oscuro de la tortilla: “en una carta, [De Torre] me ruega que escriba una prosa laudatoria de su ‘Vertical’. Qué bajeza, ¿no? He vendido mi alma haciendo un artículo en el que a veces asoma una ironía contenida y donde elogio a Torre por lo contrario de lo que he querido hacer.” Y en julio de 1923, en Buenos Aires, en el número 3 de la revista Proa, con ilustraciones de Norah, reseña Hélices. Poemas (1918-1922) (Mundo Latino, 1923), el único poemario (de cepa vanguardista) de su futuro cuñado, donde canta laudatorio: “Felizmente la tal compilación es reidora y franca. Está hecha con alborozo, con ímpetu, con gran fervor de mocedad. En conjunto Hélices me parece una bella calavera retórica.” 
No obstante, en una carta a Sureda, de Buenos Aires a Palma de Mallorca, dice: “¿sabes que el efervescente Torre acaba de prodigar sus millaradas de esdrújulas en un libro de poemas rotulado Hélices? Ya te imaginarás la numerosidad de cachivaches: aviones, rieles, trolleys, hidroplanos, arcoíris, ascensores, signos del zodíaco, semáforos... Yo me siento viejo, académico, apolillado, cuando me sucede un libro así.” 


         Y el 5 de agosto de 1925, en el número 20 de la porteña Martín Fierro, celebra la precoz erudición de Literaturas europeas de vanguardia, “díscola Guía Kraft de las letras”, dice. (¿Qué pensaría, realmente, tras bambalinas?)

        Por su parte, Guillermo de Torre, en enero-marzo de 1926, en Revista de Occidente, con mordacidad e ironía reseña Luna de enfrente, el segundo poemario de Borges, de 42 páginas, editado en Buenos Aires por Proa, en 1925, con portada y viñetas de su hermana Norah. Y en “Para la prehistoria ultraísta de Borges” —ensayo publicado en septiembre de 1964 entre las páginas 457-463 del volumen XLVII de la revista Hispania—, hace un testimonial, subjetivo y documentado recuento y examen del período ultraísta de Borges: 1919-1922, De Torre dixit; e incluso bosqueja el par de míticos libros que Georgie quería escribir hacia 1920 y que nunca concretó:

  “Dos libros imaginaba Borges, en torno a 1920, ninguno de los cuales —y no tanto por desistimiento como por falta de incentivos o facilidades— llegó a ver la luz. Uno de ellos habría de titularse Los naipes del tahúr, de él aparecieron algunas páginas en la revista Grecia, cuya colección completa perdí durante la guerra en Madrid y que no he vuelto a encontrar. Era una serie de escritos en prosa donde ya apuntaban algunas de las cavilaciones sobre el azar, el tiempo y la eternidad; probablemente no serían muy distintas de las que años más tarde corporizó en sus cuentos.  

 “Otro, bajo el título Salmos rojos (título que traduce un doble tributo compartido: en su primera palabra, a Cansinos-Asséns [por El candelabro de los siete brazos, el libro de psalmos que éste publicó en 1914 y que Borges prologó en ‘Buenos Aires, 23 de noviembre de 1981’ en una edición de Alianza impresa en Madrid, en 1986, con el número 167 de la serie Alianza Tres]; en la segunda, a la revolución soviética de octubre de 1917, reflejaba un deslumbramiento natural y extendido entre los escritores jóvenes de todo el mundo por aquellas calendas. Aparte de esa motivación ocasional, los poemas que habrían de integrar tal libro ofrecen valores más permanentes, y traslucen una visión esperanzada del mundo, un tono enérgico y whitmaniano, muy diferentes del desaliento o la incredulidad que reflejarían las composiciones subsiguientes del mismo autor.” Y para ejemplificar ese fervor rojo-bolchevique, De Torre transcribe y exhibe dos poemas del joven Georgie: “Rusia”, “publicado en Grecia (número 48, Sevilla, 1° de septiembre de 1920)”. Y “Gesta maximalista”, “inserto en la revista sucesora de Grecia, esto es, Ultra (núm. 3, Madrid, 20 de febrero de 1921)”.

Manuscrito de Rusia, poema de Jorge Luis Borges publicado
por primera vez en Grecia (Sevilla, septiembre 1 de 1920).


II de IV

(Emecé, 1996)

Otro olvido o más bien descuido —que no es de Borges— figura en las citadas ediciones póstumas del tomo IV de las Obras completas de Borges, pues allí se lee: “WILKIE COLLINS: La piedra lunar. Prólogo de J.L.B. Buenos Aires, Emecé Editores, 1946.” Tal edición fue el número 23 de El Séptimo Círculo, colección de novelas policiales (y supuestas) que Borges y Adolfo Bioy Casares seleccionaban, a partir de 1945, para Emecé. Fue un solo tomo de 744 páginas sin prólogo de Borges. (Vale recordar, entre paréntesis, que el número 30 de El Séptimo Círculo fue La dama de blanco, de Wilkie Collins, en dos tomos; y el número 31 fue Los que aman, odian, la única novela que Bioy escribió en tándem con Silvina Ocampo; y que ambos títulos también fueron publicados en 1946.)

        

Prólogos, p. 47

       Y no es un descuido de Borges porque en la página 47 de la edición príncipe de Prólogos con un prólogo de prólogos se lee, no al pie, sino a la cabeza, después del título: “Wilkie Collins: La piedra lunar. Prólogo de J.L.B. Buenos Aires, Compañía Fabril Editora, 1971.” De ahí que en la citada Bibliografía completa, Nicolás Helft (sin mencionar al traductor de la novela, pues a Horacio Laurora sólo lo registra en la ficha de la edición de Hyspamérica de 1985) consigne que el “Prólogo” de Borges para La piedra lunar, fechado por él en “Buenos Aires, 3 de diciembre de 1971”, apareció en la edición que en “1972” hizo la Compañía General Fabril Editora con 445 páginas, el cual también figura, apunta, en “Otras ediciones: Barcelona: Montesinos, 1981 y Madrid: Hyspamérica, 1985.” (No obstante, en esa ficha Helft omite la inclusión de ese “Prólogo” en el citado Prólogos con un prólogo de prólogos, pese a que lo enumera en el postrero listado del contenido del libro, que allí erradamente data su edición en “1977”.) Y Horacio Jorge Becco, en Jorge Luis Borges. Bibliografía total. 1923-1973 (Casa Pardo, 1973), casi coincide con Helft, pues si bien no transcribe la datación del “Prólogo” de Borges ni nombra al traductor de la novela (¿Horacio Laurora?), data la edición en “1971” con “447” páginas.

         

Compañía Fabril Editora
(Buenos Aires, 1972)

         
Ese “Prólogo” de Borges a La piedra lunar —como telegráficamente lo apunta Nicolás Helft— es el que sin fecha preludia (luego del consabido prefacio ex profeso que se repite en cada título de la serie de 75 números: una exultante oda al libro, al lector, a la lectura y al amor por María Kodama) la edición que Hyspamérica Ediciones Argentina tiró en Madrid, en dos tomos, dentro de la colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges: el tomo 1 es el número 6 de la serie y el tomo 2 es el número 7, cuya paginación entre ambos es consecutiva: 733 páginas. 

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges números 6 y 7
Tomos I y II
Hyspamérica Ediciones Argentina
(Madrid, 1985)

       Y dado que en la página legal se acredita que el título original en inglés: The Moonstone, fue traducido al español por Horacio Laurora y que es una “Traducción cedida por Emecé Editores, Buenos Aires”, se infiere que es la traducción con que se publicó en 1946 con el número 23 de la serie El Séptimo Círculo.  

 

(Emecé, 1946)

         No obstante, la edición de Hyspamérica luce una horrenda plaga de erratas y extrañas decisiones y solecismos del traductor; por ejemplo, traduce el nombre de la joven Rachel Verinder: Raquel, mientras no traduce otros nombres propios en inglés; varias veces denomina “peinador” a un camisón de dormir; llama “baile” al laburo de capataz que durante mucho tiempo tuvo el mayordomo Betteredge (nombrado como tal hasta sus 65 años “la Navidad de 1847”), luego de haber empezado de paje a los tres lustros de su mocedad, cuando aún vivía “el viejo lord” sir John Verinder, y de haber vivido acasillado en esa onerosa casa de campo en Yorkshire casi toda su vida, pues se casó, autorizado por su ama y para ahorrar gastos, con la criada de su cabaña: Celina Goby (fallecida al quinquenio del ríspido e infeliz matrimonio), con quien tuvo a Penélope, su única hija de 25 años en junio de 1848, educada y promovida por su ama lady Julia Verinder para desempeñarse como doncella de miss Raquel, su única hija y heredera universal. E incluso incurre en algún galimatías y en alguna elemental confusión, como si de pronto el traductor, convertido en zombi o sonámbulo bajo los efectos del láudano, perdiera el hilo narrativo y no supiera quién es quién en la trama. Vale subrayar, primero, que uno de los ingredientes magnéticos de la intriga y del suspense de la obra es la actuación detectivesca de Richard Cuff para descubrir y desvelar al ladrón del diamante hindú conocido como la Piedra Lunar, primero en calidad de sargento y luego de ex sargento de la División de Investigaciones de Scotland Yard, quien según Borges: es “el primer detective de la literatura británica” (cuyo ascendiente, diría el Borges oral, es “Auguste Dupin, el primer detective de la historia de la literatura”). Pues bien, entre las páginas 254-255 del “Capítulo XIX”, Cuff es guiado a pie por el chiquillo Duffy hacia las Arenas Temblonas, un área pantanosa, inestable y letal en el ámbito de las subidas de las mareas del mar de Yorkshire, donde desapareció Rosanna Spearman (todo lo que engullen las arenas se pierde para siempre, tal si se tratase de un cósmico agujero negro de gusano), no muy distante de un caserío de pescadores llamado Cobb’s Hole, donde los lugareños beben rústica ginebra y parlotean con su particular dialecto. La voz evocativa y narrativa es la del viejo Gabriel Betteredge, el septuagenario mayordomo de la casona de campo que la viuda lady Julia Verinder posee en Yorkshire y luego, tras su fallecimiento, su única hija miss Raquel Verinder. En este sentido, narra el mayordomo: “No podría decir cuánto fue el tiempo trascurrido entre la partida del Sargento hacia las arenas y el instante en que vi venir corriendo a Duffy, portador de un mensaje para mí. El Sargento Duffy [sic] le había dado al muchacho una hoja arrancada de su cartera, en la cual escribió con lápiz: ‘Envíeme uno de los zapatos de Rosanna Spearman lo más pronto posible’.”


 III de IV

Augusto Monterroso:
Autorretrato

Los citados olvidos de Borges quizá son menos memorables y reseñables que el olvido que Augusto Monterroso sacó a relucir (a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada aldea global) en un ensayo reunido en su libro La vaca (Alfaguara, 1998), que, curiosamente, se lee en el “Prólogo” de Borges al libro del británico Daniel Defoe: Las venturas y desventuras de la famosa Moll Flanders, número 48 de la citada serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges —“Colección dirigida por Jorge Luis Borges (con la colaboración de María Kodama)”—, libro editado en Madrid, por Hyspamérica, en 1986, quizá antes o después de que Borges falleciera en Ginebra, aún con 86 años, el sábado 14 de junio; y quizá antes o después de que el 26 de abril de ese año se casara por poder, en un remoto pueblo del Paraguay, con María Kodama (nacida el 10 de marzo de 1937), heredera universal de sus derechos de autor. Apunta Tito Monterroso dando un coscorrón y aleccionado al populacho que se chupa el dedo con un embudo en el coco y galopando en Clavileño:

           

Cervantes
Dibujo de Tito Monterroso

        “Y, de pronto, el error, o el falso recuerdo memorable: en el prólogo a Las aventuras y desventuras de la famosa Moll Flanders de Daniel Defoe, y casi sin que venga al caso, lo que lo convierte en un error gratuito, Borges apunta: ‘Que yo recuerde, no llueve una sola vez en todo el Quijote.’ Para quien no ha leído el Quijote y dicho por el memorioso Borges, esto pasa a convertirse en verdad. Pero en el Quijote sí llueve, y precisamente en un momento muy importante del libro. En el capítulo de la Primera parte, que trata de la alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino, en la primera línea, se lee: ‘En esto, comenzó a llover un poco.’ Y más adelante: ...‘y quiso la suerte que, al tiempo que venía un barbero, comenzó a llover, y por que no se le manchase el sombrero, que debía de ser nuevo, se puso la bacía sobre la cabeza; y, como estaba limpia, desde media legua relumbraba’.

            “Así, no es que no haya llovido nunca en el Quijote, sino que al Quijote no le llueven los mismos lectores que a Borges, como para que notaran esta su afirmación, precedida, hay que reconocerlo, del prudente e instintivo ‘que yo recuerde’.”

 IV de IV

Biorges

Retratos y superposición de Gisèle Freund

En 1951, cinco años después de que el dúo dinámico: Borges-Bioy, en su papel de asesores y directores de la serie de novelas policiales El Séptimo Círculo, hicieran editar La dama de blanco y La piedra lunar, publicaron, a través de la bonaerense Emecé, la Segunda serie de Los mejores cuentos policiales. La primera serie, también editada por Emecé, apareció en 1943 (allí incluyeron “La muerte y la brújula”, cuento de Borges publicado por primera vez en la revista Sur en mayo de 1942) y en ambos casos no llevó ningún prólogo; pero sí una mínima nota biográfica-bibliográfica que precede a cada uno de los cuentos elegidos por criterios caprichosos y hedónicos, anotando, además y cuando es el caso, el nombre del correspondiente traductor o traductora. Vale recordar, entre paréntesis, que el tardío “Prólogo” de Borges y Bioy a Los mejores cuentos policiales (2), fechado en “Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”, apareció en Madrid, en 1982, en la coedición de Emecé y Alianza Editorial, número 950 de El libro de bolsillo. Y que esa antología de 15 relatos proviene no de la Segunda serie —reeditada en 1972 con el número 368 de El libro de bolsillo y el título Los mejores cuentos policiales, 1— sino de la primera, que tuvo 16 cuentos y una nómina algo distinta, según se aprecia en el bosquejo que Emir Rodríguez Monegal hace entre las páginas 340-341 de Borges. Una biografía literaria (FCE, 1987). En 1943 no estuvo, por ejemplo, “El vástago”, cuento de Silvina Ocampo compilado en su libro La furia (Sur, 1959). No obstante, en noviembre de 2019, en Buenos Aires, Editorial Sudamericana publicó una anónima edición de Los mejores cuentos policiales precedida por el citado “Prólogo” tardío y con algunos datos añadidos o cambiados en las fichas biográficas-bibliográficas, dando por fehaciente hecho de que se trata de las auténticas selecciones publicadas en 1943 y 1951: “Nota del editor: esta edición reúne en un único volumen la selección de cuentos publicada originalmente en dos (1943 y 1951) y en todos los casos sigue la última versión revisada por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares (1981).” 

     

(Sudamericana, 2a ed., enero de 2020)

           Pero ojo: a la nómina de los 15 cuentos que figuran en Los mejores cuentos policiales (2), que aquí se anuncia como “Primera serie”, se le añadieron dos que sí estuvieron entre los 16 de la antología de 1943 y por ende ahora son 17 cuentos: “El marinero de Ámsterdam”, de Guillaume Apollinaire; y “La noche de los siete minutos”, de Georges Simenon. Mientras que la nómina que se lee en Los mejores cuentos policiales, 1, anunciada aquí como “Segunda serie”, comprende los mismos 14 cuentos, entre los que se halla “Las doce figuras del mundo”, de H. Bustos Domecq, pseudónimo de Borges y Bioy, quienes, entonces de incógnito, en enero de 1942 lo hicieron público en la revista Sur y luego en Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942), el primero de los cuatro libros de Honorio Bustos Domecq.

El relato que inicia la Segunda serie es “Cazador cazado” (The Biter Bit) de Wilkie Collins, traducido por Eugenia Candelón. Y en la nota que lo antecede, apunta Biorges —el consabido ente de dos cabezas y cuatro manos, indiscutible e inveterado lector de los pesados volúmenes de la Anglo-American Cyclopaedia (New York, 1917) y de las mil y una páginas del undécimo tomo de A First Encyclopaedia of Tlön, e incluso de los veintitantos o doce volúmenes del Grosse Brockhaus y, desde luego (y ya encarrerado el gato), de los tomos de segunda mano de la Encyclopædia Britannica de 1911, adquiridos por Borges con 300 de los tres mil pesos del segundo premio del “Premio Literario Municipal de 1928”, ganado en Buenos Aires con su tercer libro de ensayos El idioma de los argentinos (Gleizer, 1928), que luego menospreció (excepto el homónimo ensayo del título), pese a las viñetas de Xul Solar, inventor de la panlengua, del neocrillo y, entre otras cosas, anónimo autor de algunas de las viñetas que se ven en las sucesivas ediciones del Manual de zoología fantástica (FCE, 1957):

“William Wilkie Collins, hijo mayor del paisajista William Collins: nació en Londres en 1824; murió en esa misma ciudad en 1889. Fue abogado, opiómano, actor, e íntimo amigo de Charles Dickens.

William Wilkie Collins

(Retrato de Rudolph Lehmann)

      “Del catálogo de sus obras señalaremos: [...] The Woman in White y The Moonstone. Estas dos últimas obras fueron publicadas en la colección El Séptimo Círculo con los títulos La dama de blanco y La piedra lunar.”

    Ese cuento policial y detectivesco narra y despeja un robo de cuarto cerrado, pues el subrepticio latrocinio ocurre durante una noche en la íntima recámara de un sólido matrimonio y por ende, a priori, se infiere que el delincuente es alguno de los habitantes de la casa ubicada en Londres. Y la lúdica trama, con sus líneas humorísticas y satíricas, se narra a través de una serie de cartas. Tal procedimiento narrativo es semejante al que Collins utilizó, in extenso y hasta la saciedad, en La piedra lunar (y en La dama de blanco). En la novela, que mucho tiene de decimonónico y victoriano melodrama romántico (con algunas pinceladas humorísticas como cuando la hija del mayordomo le dice a su padre que “no sabía cómo su corazón no escapó de su pecho” y él piensa para sí “mismo que sería debido a su corsé”, o el hecho de que el mayordomo suele consultar su luido Robinson Crusoe como si fuera su particular e infalible I Ching), también ocurre un robo de cuarto cerrado y por ende el hurto tuvo que ser cometido por alguno de los numerosos habitantes de la casona de campo en Yorkshire, propiedad de la viuda lady Julia Verinder. El robo del diamante (casi del tamaño de un huevo de avestruz) ocurrió durante la madrugada del 22 de junio de 1848, unas horas después de la cena que celebró el cumpleaños número 18 de Raquel Verinder, quien recibió la joya como regalo post mortem de su tío el maligno coronel John Herncastle, malquerido hermano de su madre, el cual, con violencia y sangre, robó la sacra y mítica piedra en la India “el día 4 de mayo de 1799”, precisamente durante el saqueo, perpetrado por tropas inglesas, de las joyas y el oro que obraban en el castillo de Seringapatam. Esa gema, sin igual en el reino británico y en el continente europeo, “se hallaba engastada a la manera de un pomo en el extremo de la empuñadura” de una daga; pero originalmente fue un objeto de culto brahmánico incrustada en la frente de la deidad “de cuatro manos que simboliza la Luna”; de ahí que desde entonces una sucesión de tres brahmanes de piel color caoba, camuflados y en secreto, sigan su ruta y ubicación con el objetivo de reintegrarla a su antiguo credo. En su primera aparición, rondando las inmediaciones de la casona de campo en Yorkshire, fingen ser tres prestidigitadores itinerantes, vestidos con “túnicas y pantalones blancos de lino”, seguidos por un rubio muchachito inglés, quienes anuncian su actuación percutiendo tres tamborcillos. Y el acto subrepticio que realizan por allí, ocultos en la floresta: potenciar la clarividencia del muchachito inglés a través de “una sustancia negra como la tinta” que el nigromante y líder bilingüe vierte en el hueco de su mano, ineludiblemente evoca la estirpe vidente y miliunanochezca de “El espejo de tinta”, el cuento de Borges que desde 1935 se lee en Historia universal de la infamia.      

(Emecé, 1946)

        Con páginas de diario íntimo, apuntes, reportes y algunas misivas, entre las que destaca la larga carta post mortem de la suicida Rosanna Spearman —que es una variante de monólogo dramático y melodramático—, las copiosas vicisitudes, entretelones y digresiones de la trama se narran, sobre todo, a través de largos e idiosincrásicos testimonios en primera persona (repletos de anacrónicos atavismos y ñoños prejuicios de la época, no exentos de xenofobia, racismo, machismo, estratificación laboral y social, y supremacía colonial inglesa), que tienen su origen, según apunta el mayordomo Betteredge, en una solicitud que en 1850 les hizo a los testigos (y anexas) el señorito Franklin Blake, sobrino de lady Julia Verinder y pretendiente de su prima Raquel Verinder, que busca acumular, para la posteridad, una memoria de todo lo ocurrido en torno al robo de la Piedra Lunar, su remoto origen y destino en la India y la singular pesquisa detectivesca, que comprende, además de las investigaciones e inferencias del raciocinador sargento y ex sargento Cuff (precedidas por las frustradas indagaciones y torpes medidas del mediocre Inspector Seegrave y su par de agentes de la policía de Frizinghall), el procedimiento experimental de un experto en los efectos y el consumo del láudano (Ezra Jennings, mestizo inglés-hindú, ayudante del doctor Candy, el médico de la familia) —quien incluso le receta al neófito en cuestión leer una pasaje, marcado por él, de “las celebérrimas Confesiones de un inglés fumador de opio” [1821], de Thomas de Quincey— y hasta la participación de un emergente, observador y sagaz niño detective (Octavius Guy) con iniciativa propia.  

            De ahí que Borges resuma en su “Prólogo”:

           

Wilkie Collins

        “Wilkie Collins, maestro de la vicisitud de la trama, de la patética zozobra y de los desenlaces imprevisibles, pone en boca de los diversos protagonistas la sucesiva narración de la fábula. Este procedimiento, que permite el contraste dramático y no pocas veces satírico de los puntos de vista, deriva, quizá, de las novelas epistolares del siglo dieciocho y proyecta su influjo en el famoso poema de Browning El anillo y el libro, donde diez personas narran uno tras de otro la misma historia, cuyos hechos no cambian, pero sí la interpretación. Cabe recordar asimismo ciertos experimentos de Faulkner y del lejano Akutagawa, que tradujo, dicho sea de paso a Browning.”

            Esta última observación, Biorges la apuntó, en 1943, en la brevísima nota que precede al cuento “En el bosque”, del escritor y suicida japonés Ryunosuke Akutagawa (1892-1927), seleccionado en la primera serie de Los mejores cuentos policiales, con traducción de Ana Arias. Se trata de un breve y magistral ejemplo de lo que dice. A través de siete testimonios o declaraciones que recaba “el oficial de investigaciones de la Kebushi” (a quien no se le oye ni se le ve), se contrastan siete versiones de un asesinato, destacando, sin duda, la narración del espíritu del asesinado, contada a través de “los labios de una bruja” que oficia de médium. De ahí que Biorges apunte en el citado “Prólogo” tardío: “Akutagawa, en la pieza que incluimos, recurre a un medio sobrenatural para comunicar hechos reales. La técnica de narrar un solo argumento a través de muchas versiones le fue sin duda sugerida por Robert Browning, cuya obra había traducido al japonés.”

          

Ryunosuke Akutagawa

         
Ese relato de Akutagawa, datado en “Diciembre de 1921” —según lo apunta el especialista Jay Rubin en El dragón, Rashômon y otros cuentos (Quaterni, 2012)—, junto con el relato homónimo, fechado en “Septiembre de 1915”, que refiere los residuales vestigios de la antigua y ruinosa Puerta de Rashômon (situada al sur de la decadente y misérrima Kioto de fines de la Era Heian), son el punto de partida del argumento del celebérrimo mediometraje Rashomon (1950), rodado en blanco y negro por el fotógrafo Kazuo Miyagawa, dirigido por el cineasta japonés Akira Kurosawa, con script suyo y de Shinobu Hashimoto, en el que descuella, por su fama y sin agraviar a la talentosa y expresionista tipología del reparto, el histrionismo del actor fetiche Thoshiro Mifune, quien caracteriza al ladrón Tajumaru.  

        Y si bien en su Introducción a la literatura inglesa (Columba, 1965), ensayo de Borges escrito con la “Colaboración de María Esther Vázquez” (quizá pensado para “la cátedra de literatura inglesa” que impartía “en la Universidad Católica Stella Maris de Mar del Plata”), no se halla un segmento sobre la obra de Wilkie Collins, en el bosquejo de la obra de Robert Browning (1812-1889) se lee a través de su indeleble voz de oráculo del Sur y pitoniso de la pampa: “Su obra capital se titula El anillo y el libro. Diez personas distintas entre las cuales están los protagonistas, el asesino y la asesinada, el presunto amante, el fiscal, el abogado defensor y el Papa, narran minuciosamente la historia de un crimen. Los hechos son idénticos, pero cada protagonista cree que sus acciones han sido justas. Si Browning no hubiera elegido el verso, sería un gran cuentista, no inferior a Conrad o a Henry James.” Vale añadir que en la “Clase N° 18”, fechada el “Lunes 28 de noviembre de 1966”, misma que se lee en el libro Borges profesor. Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires (Emecé, 2000), —transcrito, anotado y editado por Martín Arias y Martín Hadis—, Borges bosqueja detalles de la vida y obra de Robert Browning. Y si bien alude “su obra capital: The Ring and the Book, El anillo y el libro” y la invención de “una forma de poemas lírico-dramáticos en primera persona”, no glosa ni hace una exégesis de su estructura y contenido. 

     

Robert Browning (c. 1888)

(Retrato de Herbert Rose Barraud)

            
Según se reporta en Wikipedia, “En 1868 Browning completó y publicó por fin el largo poema en verso blanco inglés The Ring and the Book [El anillo y el libro], que finalmente le traería riqueza, fama y éxito en su época y lo pondría en primera fila de la poesía inglesa. Basado en un complejo caso de asesinato en la Roma de la década de 1690, el poema está compuesto por doce volúmenes que comprenden diez extensos poemas dramáticos narrados por los diferentes personajes de la historia, quienes van revelando su participación en los hechos. La historia se extiende entre un prólogo y un epílogo del propio Browning. Su extrema extensión, incluso para las pautas del poeta (más de veinte mil versos) declara que esta obra fue su proyecto más ambicioso, y, en efecto, ha sido aclamada como un tour de forcé de la poesía dramática. Fue publicada por separado en cuatro volúmenes entre noviembre de 1868 y febrero de 1869 y obtuvo un inmenso éxito, tanto crítico como de público, lo que le valió el prestigio contemporáneo que tanto había perseguido (y merecido) durante casi treinta años de trabajo.”

            En este sentido, vale agregar que, según se lee en Wikipedia, La dama de blanco se publicó por entregas entre el “29 de noviembre de 1859” y el “25 de agosto de 1860” en la revista All the Year Round, fundada por Charles Dickens en 1859. Mientras que La piedra lunar se publicó allí entre el “4 de enero” y el “8 de agosto de 1868”, año en que fue editada en tres volúmenes. De ahí que la traducción de Horacio Laurora esté precedida por un “Prefacio” de Wilkie Collins, firmado en “Gloucester Place, Portman Square, Junio 30, 1868”. 

 

(Navona, 2016)

   
       El cual, junto con la dedicatoria del autor:
In Memoriam Matris, no se lee en la edición de septiembre de 2016 publicada en Barcelona, por Navona Editorial, en un solo volumen en cartoné de 566 páginas, dentro de la serie Los ineludibles. Pero eso sí, está precedida por el multicitado “Prólogo” de Borges, datado así: “(Prólogo de J.L. Borges a la edición de La piedra lunar de Emecé Editores, Buenos Aires, 1946).” Vale añadir que, a priori, la traducción que se lee en la edición de Navona, a cargo de José Luis Piquero, parece más lograda y mucho más cuidada que la traducción de Horacio Laurora que se lee en la edición de Hyspamérica, la cual, además, comprende 22 capítulos en la primera historia que narra el mayordomo Betteredge, mientras que la de Navona comprende 23. O sea: el capítulo 23 fue adherido al 22 sin ninguna advertencia del editor.   

 


William Wilkie Collins, La piedra lunar. Tomos I y II. Prefacio y prólogo de Jorge Luis Borges. Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges números 6 y 7. Traducción del inglés al español de Horacio Laurora. Hyspamérica Ediciones Argentina. Madrid, 1985. 733 pp.

sábado, 13 de abril de 2024

Misterioso asesinato en casa de Cervantes

El dinero no conoce patria ni religión

I de II
Misterioso asesinato en casa de Cervantes, novela del español Juan Eslava Galán (Arjona, Jaén, marzo 7 de 1948), obtuvo en España el Premio Primavera de Novela 2015, convocado por Espasa (editorial del Grupo Planeta) y Ámbito Cultural de El Corte Inglés. Se trata de un lúdico, festivo, erótico e hilarante homenaje a don Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616), el autor del inmortal don Quijote en sus dos vertientes: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605) y El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha (1615); más de La Galatea (1585), de las Novelas ejemplares (1613) y de Los trabajos de Persiles y Sigismunda (1617).
Supuesto retrato de Miguel de Cervantes Saavedra
atribuido a Juan de Jáuregui
  Los comentaristas y prologuistas de la obra central de Cervantes suelen aludir —palabras más, palabras menos— un aciago y borroso incidente ocurrido la noche del 27 de junio de 1605 al pie de la casa donde en Valladolid vivía el escritor con su familia. Jean Canavaggio, por ejemplo, en el “Resumen cronológico de la vida de Cervantes” incluido en el volumen Don Quijote de la Mancha (Crítica, 2001) —“Edición de Francisco Rico con la colaboración de Joaquín Forradellas”— escuetamente dice: “1605 [...] El 27 de junio en Valladolid, es testigo del proceso de la muerte de don Gaspar de Ezpeleta, herido de muerte a las puertas de su casa. Sus hermanas y su hija vienen a ser blanco de malintencionadas insinuaciones de una vecina. El 29 del mismo mes, el juez Villarroel lo hace detener con los suyos, para luego soltarlos el 1 de julio.” Mientras que Martín de Riquer, en “Cervantes y el ‘Quijote’” —su ensayo urdido para la Edición del IV Centenario de Don Quijote de la Mancha, editada en 2004 por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española— apunta: “La noche del 27 de junio de 1605 es herido mortalmente por un desconocido, ante la puerta de la casa del escritor, el caballero navarro don Gaspar de Ezpeleta. El propio Cervantes acudió a auxiliarle, pero a los dos días un arbitrario juez, para favorecer a un escribano que tenía motivos para odiar a Ezpeleta y que por lo tanto quería desviar de sí toda sospecha, ordena la detención de todos los vecinos de la casa, entre ellos Cervantes y parte de su familia. El encarcelamiento debió de durar un sólo día; pero en las declaraciones del proceso sobre el caso queda suspecta la moralidad del hogar del escritor, en el cual entraban caballeros de noche y de día. Vivían con Cervantes su mujer, sus hermanas Andrea y Magdalena, Constanza, hija natural de Andrea, e Isabel, hija natural del escritor. En Valladolid las llamaban, despectivamente, ‘las Cervantas’; y en el proceso, entre otras cosas, se descubren amores irregulares de Isabel con un portugués.” Y César Vidal, en su Enciclopedia del Quijote (Planeta, 1999), bosqueja: “El 27 de junio de 1605 se produjo un episodio que resultaría especialmente desagradable para Cervantes y su familia, que ahora estaba formada por su esposa Catalina, sus hermanas Andrea y Magdalena, su hija Isabel, su sobrina Constanza y una criada. Hacia las once de la noche, uno de los vecinos de la casa en que vivía Cervantes oyó un ruido en la calle. Al bajar con un hermano suyo se encontró a un hombre herido, con la espada desenvainada. Cervantes se despertó también y entre él y sus dos vecinos ayudaron al hombre a subir a la casa de estos últimos. El herido era don Gaspar de Ezpeleta, un caballero de la Orden de Santiago, al que Góngora se refirió en una de sus poesías. Interrogado Ezpeleta por dos jueces y un magistrado, manifestó que mientras paseaba por la calle un transeúnte le había insultado terminando ambos por batirse. El 29 de junio Ezpeleta expiró sin haber declarado nada más aunque todo hacía pensar que el duelo había sido ocasionado por los devaneos que el fallecido mantenía con una mujer casada a su vez con un hombre influyente. El magistrado no deseaba crearse problemas con los poderosos pero tampoco podía permitirse el dar la sensación de que era pasivo en su función. Optó así por intentar demostrar que la casa donde vivía Cervantes era un nido de vicio. Tras interrogar durante la noche del 27 de junio y la mañana del 28 a Cervantes, a su familia y a buena parte de los vecinos de su casa y de las cercanas, el 29, sin ningún tipo de pruebas, ordenó que se encarcelara al escritor, a Andrea, Isabel, Constanza y algunos vecinos de los que uno de ellos ni siquiera estaba en la noche de autos en el inmueble. La supuesta razón era que las visitas masculinas recibidas en aquella vivienda no eran honorables. Una vez en prisión, los cuatro magistrados que tomaron declaración a los detenidos quedaron convencidos de su inocencia y el 1 de julio los pusieron en libertad. Sin embargo la cuestión distaba de quedar zanjada. A Cervantes se le fijó una fianza y a las mujeres de la casa se les conminó a permanecer en la misma bajo arresto.”  

El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha (1605)

II de II
Si bien la trama de Misterioso asesinato en casa de Cervantes implica cierto acopio documental y bibliográfico y por ende tiene algo de palimpsesto, es, ante todo y al unísono, una aventura del lenguaje y una novela de intriga de índole fantástica. Se desarrolla en 41 capítulos breves, cuyos largos rótulos cervantinos evocan y remiten directamente a Don Quijote (el 2, por ejemplo, canturrea: “En el que se da noticia de la ilustre ciudad de Valladolid, corte de las Españas, así como de la visita del pesquisidor a la duquesa de Arjona en hábito femenil”), más un “Apéndice”, un Dramatis Personae, y la concisa y vaga “Bibliografía”. El cronista omnisciente y ubicuo, que es la voz narrativa, suele aludir a los supuestos “cronistas de esta verdadera historia”; el cual narra con una sintaxis y un vocabulario arcaizante, es decir, salpimentado de fórmulas barrocas y palabras antiguas y poco usuales, frases hechas y modismos remotos y añejos o de su propio cuño, con lo que vierte el sonoro matiz y la eufonía de que se lee y se oye el habla de la época de Cervantes, con su implícita idiosincrasia, atavismos, costumbres, usos, tradiciones y prejuicios imperantes, inextricables a las vestimentas, a las armas, a las monedas corrientes, a todo tipo de utensilios domésticos y laborales, a los hábitos culinarios, taberneros y sexuales, y a la descripción geográfica y urbanística y de los espacios interiores.
Felipe III (c. 1601)
Retrato de Juan Pantoja de la Cruz
Museo de Historia del Arte de Viena
  Hace tres años, persuadido por el poderoso duque de Lerma, el rey Felipe III mudó la corte a Valladolid. Y desde allí, donde reside el epicentro del reino y del imperio español, doña Teresa, la duquesa de Arjona, hace venir de Sevilla a la joven Dorotea de Osuna para que en calidad de pesquisidora indague el asesinato de Gaspar de Ezpeleta, quien fue herido, en un pleito de armas blancas, “pasadas las once de la noche del lunes veintisiete de junio de este año de 1605”, frente a la casa de don Miguel de Cervantes ubicada “en la calle del Rastro de los Carneros”, quien por tal presunta causa fue hecho preso por “el alcalde y juez de casa y corte, don Cristóbal de Villarroel”, junto a las Cervantas y a otras vecinas y vecinos residentes en el mismo inmueble. El objetivo de la indagatoria es restituirles la libertad y la honorabilidad, a don Miguel y a los suyos, despejando el intríngulis del crimen, “pues don Gaspar de Ezpeleta falleció a las seis de la mañana del día veintinueve, miércoles, sin decir palabra alguna que esclareciera su muerte”.

Primera edición impresa en México
Julio de 2015
(Ámbito Cultural/Espasa/Planeta Mexicana)
  De esto se tiene noticia poco después de iniciada la lectura de la obra, junto al hecho de que doña Dorotea de Osuna, para moverse por el mundo y realizar sus pesquisas, oscila entre tal identidad y el masculino disfraz de don Teodoro de Anuso. Esto preludia y signa lo mucho que la novela tiene de farsa y ópera bufa, pues aunado al transparente anagrama que ostenta el nombre de tal caballero andante, su disfraz de caballero pudiente no podría ocultar la feminidad de su voz y la feminidad de su naturaleza física, dado que se trata de una bella, frágil y seductora joven de unos treinta años, a quien hay que verle “los pies blancos y delicados” al lavárselos en “una jofaina de agua fresca del pozo” de la venta de Palomares y desnuda por completo tras instalarse en la casa que la duquesa de Arjona le brinda de posada en el corazón de Valladolid: “Ido el muchacho [el mozuelo Dieguillo], el caballero cerró la puerta con la retranca y yendo al patinillo sacó agua del pozo hasta llenar la pileta. Con esto se despojó de la ropa y apareció la bellísima y hermosa joven que en realidad era, doña Dorotea de Osuna, la cual andaba por el mundo en hábito de hombre cuando sus negocios aconsejaban ocultar su naturaleza femenina. Soltó la redecilla en la que recogía el cabello debajo del chambergo y se desprendió en cascada una melena castaña que casi le alcanzaba la cintura. La lavó con yema de huevo y vinagre y, tras asearse del polvo del camino las otras partes del cuerpo con gran placer, pues era de mucho deleite el agua fresca del pozo en tan grandes calores, salió de la pileta tan bella y limpia como Venus de la concha.”

Tal es así, que Dieguillo, quien es “un rapazuelo de quince o dieciséis años”, al verla salir bañada y oronda en atuendo de mujer le declara: “Ay, señora, que no me parece sino que estoy viendo a una santa hermosa de las que pintan para los altares. Con traje de hombre no parecíais tan bella.” Paradójicamente menos perspicaz, Chiquiznaque, un desarrapado ladrón y curtido asesino a sueldo, cree que doña Dorotea es hermana de don Teodoro de Anuso, quien le parece “un pisaverde amujerado, para mí que marica”, dice. De ahí que Franz Dahlmann, un alabardero del rey de origen alemán, alto, guapetón y corpulento, pero sodomita pasivo, al ver “la belleza de don Teodoro”, lo cree “de su misma inclinación”.
Don Quijote y Sancho Panza
Ilustración de Picasso
  Disfrazada del flamante y pudiente caballero andante, doña Dorotea de Osuna viaja a caballo de Sevilla a Valladolid; de modo que en el íncipit de la novela se lee: “Viernes primero de agosto, pasada la hora de las grandes calores, cuando el sol declina y las sombras se alargan, un joven caballero de gentil talle descabalgó en el patio empedrado de la venta de Palomares, a una legua de Valladolid.” Tal inicio reporta e implica —aunado a lo que se narra a continuación— que ya pasó un mes desde la muerte de Ezpeleta y de la subsiguiente prisión de Cervantes y de las Cervantas; pero páginas adelante, ante el desconcierto del lector y la contradicción de lo narrado, ya no transcurre agosto de 1605, como en rigor debería ser, sino que se está a principios de julio de ese año, según se cuenta en el primer párrafo del capítulo 16: “Seis de julio, don Miguel y sus hermanas, las Cervantas, junto con las otras mujeres de la casa encerradas en ella por cárcel particular, elevaron una instancia a la autoridad alegando que ‘en cosa ninguna, como a vuesa señoría es notorio, no tienen culpa, por lo cual suplicaban se les alzase la carcelería soltándolos libremente’.”

Tal lapsus temporal reduce el tiempo del encierro de Cervantes y los suyos en la cárcel real (donde Dorotea de Osuna lo visita y oye por primera vez sus doctas palabras de viva voz) y su cambio por la prisión domiciliaria, gracias al soborno que la duquesa de Arjona paga al alcalde Villarroel. De ahí que resulte congruente que la duquesa le haya dicho a Dorotea el día de su llegada: “no hay más justicia que la que compras”, lo cual es indicio de la corrupción que prolifera por doquier y por ende Cervantes, preso en su casa del Rastro de los Carneros, le sentencia a Dorotea: “La vileza, el abuso y el mal gobierno son, señora, manzanas podridas que malogran las sanas, por eso esta España que las consiente nunca levanta cabeza”. Definitoria y crónica descomposición social que bulle y abunda al unísono de la vida disoluta, de las persignadas imposturas, de las iglesias y conventos, de los garitos y prostíbulos, de los nobles ricos y empobrecidos, vividores y holgazanes, de los cofrades de Caco y de los asesinatos por encargo, de las muchedumbres de pordioseros y menesterosos, de vagabundos, desempleados y pícaros, de las sanguinarias venganzas entre españoles, y de las intrigas nobiliarias y palaciegas e internacionales que a la postre son las que explican el trasfondo del asesinato de don Gaspar de Ezpeleta y su oculta doble identidad y el hecho de que el crimen haya ocurrido precisamente frente a la casa de don Miguel de Cervantes Saavedra.
La visión de don Quijote
Ilustración de Goya
  Es decir, aunque a priori no lo parece y la mayoría rumore y suponga que a Ezpeleta lo mataron por una venganza de cuernos (tenía fama de conquistador de solteras y casadas), detrás de tal asesinato operó una ambiciosa conjura expansionista, monetaria y política para asesinar a don Carlos Hobard, conde de Hontinghan y almirante británico, quien en su investidura de embajador de Jacobo I, rey de Inglaterra e Irlanda y rey de Escocia y señor de las Islas, recién estuvo de visita en Valladolid para “la firma de paces entre España e Inglaterra”, y para “las celebraciones por el nacimiento del primer hijo varón de su majestad Felipe III”, cuyo desmesurado derroche vació las arcas del reino en detrimento, sobre todo, de los más pobres y necesitados. Con el asesinato del embajador inglés, dos veces trunco de una manera chusca e hilarante, se pretendía provocar una nueva guerra entre España e Inglaterra, que luego derivaría en la derrota del debilitado imperio español y por ende en la toma y apoderamiento de su territorio en el Viejo Continente y de las jugosas y valiosísimas riquezas del Nuevo Mundo. 

Vale subrayar que doña Dorotea de Osuna, en su papel de pesquisidora, ya vestida de dama o disfrazada de caballero andante, no resulta muy ducha, sino una detective aficionada y sin mucha experiencia vital y deductiva, cuyos razonamientos, inferencias y actos son complementados o matizados por la duquesa de Arjona. No obstante, para lograr sus fines no duda en el trabajo sucio o en saltarse las reglas; por ejemplo, contrata al valentón Chiquiznaque para aterrorizar y hacer confesar a Muzio Malatesta, “el maestro de esgrima que tiene abierta una academia en San Leandro”, quien, por un pago, fue el espadachín que dejó a Ezpeleta herido de muerte. Y para robar la carta que Muzio Malatesta debió robarle a Ezpeleta tras asesinarlo, planea y realiza, con el apoyo logístico de la duquesa de Arjona y la participación del valentón Chiquiznaque, del adolescente Dieguillo y del anciano Ambrosio —ambos criados de la duquesa— el nocturno y peliagudo asalto a “la Casa del Cerrojo, un palacio de la calle Renedo, cerca de la Puerta de la Pólvora, donde tiene sus oficinas y almacenes” don Renzo Grimaldo, quien según le informa la duquesa a Dorotea, “Es el cónsul de Génova en la corte, un hombre enredador en todos los apaños. Y rico hasta decir basta. Además de su propio peculio, administra los empréstitos que los banqueros genoveses conceden a la Corona y a los ricoshombres que no lo son tanto. Según dicen, la mitad de los dineros que vienen de las Indias se van a sus bolsillos, en pago de intereses atrasados.” 
El duque de Lerma (c. 1600)
Retrato de Juan Pantoja de la Cruz
  Ahora que si bien, gracias a la estrategia del asalto y al rudo Chiquiznaque, logran sustraer la carta ensangrentada y otros papeles en clave que Renzo Grimaldo guardaba en un cofre fuerte, Dorotea de Osuna, con la ayuda de la duquesa de Arjona, no consigue descifrar la misiva ni logra desembrollar ni entender todos los hilos de la madeja. Es entonces cuando un servidor del todopoderoso duque de Lerma, “Don Juan Velázquez de Velasco, espía mayor de la corte y superintendente general de las inteligencias secretas”, envía una dueña y un regio carruaje al palacio de la duquesa para que doña Dorotea de Osuna se entreviste con él “en la quinta de Su Majestad”. En su despacho, Velasco le revela que la espía desde que llegó a Valladolid y que ha seguido los pasos y actos de su doble identidad y por ello está enterado de todo lo que ha hecho para aclarar el asesinato de Ezpeleta con el fin de limpiar el prestigio de Cervantes y de las Cervantas. En tal conversación, Velasco, que también es un entusiasta lector de las aventuras de don Quijote, le pide la carta ensangrentada y los otros papeles en clave, que ella acuerda darle, y le explica y le narra todos los pormenores internacionales, españoles, militares y mercantiles que subyacieron en el asesinato de don Gaspar de Ezpeleta y en el intento de difamar y ensuciar el nombre y la honorabilidad del escritor y su familia.

Juan Eslava Galán
  Junto a los episodios eróticos y licenciosos, a las risibles leperadas y maldiciones del valentón Chiquiznaque, a las anécdotas jocosas y escatológicas, a la sarcástica y crítica caricatura de la beata Isabel de Ayala —la principal difamadora de Cervantes y de las Cervantas—, a la reivindicación educativa y libertaria de la mujer que hace don Miguel, pero también su sobrina Constanza de Ovando y Dorotea de Osuna —quienes se hacen amigas por coincidir en edad, en gustos, soltería e ideas—, Misterioso asesinato en casa de Cervantes también tiene matices y volutas de narración popular, de arquetípico cuento de hadas; por ejemplo, cuando se narra el fasto y la pompa de la boda del hijo del banquero Simón Sauli con la hija natural del rico mercader Jerónimo Brizzi de Menchaca, la cual se celebra en el vetusto palacio del duque de Frías, en cuyo banquete y baile de gallardas y pavanas sólo faltó la Cenicienta con sus zapatillas de cristal y el regio carruaje que su hada madrina hizo presente tras tocar con su varita mágica unos ratones y una calabaza. Lo cual se refrenda en el “Apéndice”, cuando doña Andrea de Cervantes, hermana del escritor, “aderezada con su corpiño de las fiestas, su saya de raso y su toca sevillana”, va al palacio de la duquesa de Arjona, para entregarle a ésta y a doña Dorotea de Osuna, unas almendras garrapiñadas y unos justillos bordados, como una forma de agradecerles todos los favores. Según cuenta la voz narrativa:

“Doña Andrea no halló el palacio. Recorrió dos veces la manzana detrás de la Plaza Mayor, pero en lugar de la entrada blasonada y el balcón con hachones en forma de dragón que había visto hacía tan solo unos días, cuando visitó a la duquesa, solo encontró las carcomidas bardas del huerto de Santiago con dos añosos cipreses asomando por encima. Preguntó a varios transeúntes por el palacio de los duques de Arjona y ninguno le supo dar razón.
“‘Parece cosa de encantamiento’, se dijo.”



Juan Eslava Galán, Misterioso asesinato en casa de Cervantes. Ámbito Cultural/Espasa/Editorial Planeta Mexicana. 1ª edición impresa en México, julio de 2015. 284 pp.