martes, 7 de junio de 2016

Borges oral

Todos es una abstracción y cada uno es verdadero

Coeditado por primera vez en Buenos Aires, en 1979, por Emecé Editores y la editora de la Universidad de Belgrano, Borges oral fue incluido póstumamente, por María Kodama, en el tomo IV de las Obras completas de Jorge Luis Borges, volumen impreso en 1996, en Barcelona, por Emecé Editores; y luego, en 2005, en el tomo 4 de las Obras completas de Jorge Luis Borges, “al cuidado de Sara Luisa del Carril”, editadas por Emecé en Buenos Aires.
(Emecé, 1ª ed., Barcelona, 1996)
  Cada una de las cinco conferencias que integran Borges oral presenta, al término, la fecha en que fue expuesta: “El libro”, mayo 24 de 1978; “La inmortalidad”, junio 5 de 1978; “Emanuel Swedenborg”, junio 9 de 1978; “El cuento policial”, junio 16 de 1978; y “El tiempo”, junio 23 de 1978. 

(Emecé, 3ª ed., Buenos Aires, 2005)
  Y si la edición de Borges oral en el tomo IV (y también en el tomo 4) de las póstumas Obras completas incluyó el breve prólogo que el autor fechó en “Buenos Aires, 3 de mayo de 1979”, donde llama “clases” a sus conferencias, se eliminó tanto el prefacio del doctor Avelino José Porto —entonces rector de la Universidad de Belgrano—, la anónima “Semblanza biográfica” sobre el expositor y la postrera nota de Martín Müller en la que refiere algunas minucias de la vida de Borges referentes a su ceguera y a sus inicios como conferencista, más algunos detalles sobre las “cinco clases” y sobre las corregidas transcripciones de lo grabado en las cintas magnetofónicas, que él transcribió ex profeso.          Pero también, Martín Müller alude la condición de elegido que Borges solía infundir en más de hechizado y boquiabierto escucha: “Quienes asistieron a este ciclo pueden hoy atestiguar la gran capacidad de Borges para lograr esa cálida comunicación que permite a cada espectador sentirse único y solo, tan único como si Borges sólo se dirigiera a él, como si lo hubiera elegido como único interlocutor entre todos los presentes.” Circunstancia que el conferencista refirió en un pasaje de “El libro”: “quiero que sea como una confidencia que les realizo a cada uno de ustedes; no a todos, pero sí a cada uno, porque todos es una abstracción y cada uno es verdadero”.

(Emecé/EB, 5ª impresión, Buenos Aires, 1997)
  Tal comunión coincide o parte de una consabida y legendaria estrategia del propio Borges, en el sentido de que al principio de su labor de conferencista (en 1946, en el Colegio Libre de Estudios Superiores), para vencer su miedo a la multitud, tras bambalinas, solía darse un trago de guindado y pensar que se dirigía a una sola persona, única y exclusiva. Pero sólo en sus comienzos, se deduce, pues luego y como se sabe, disfrutó ese trabajo que lo hizo ganar montañas de dinero a la Rico MacPato y viajar por el interior de la Argentina, del Uruguay, de Estados Unidos, de Gran Bretaña, de Europa, de América Latina, por el Medio Oriente y el Japón. “Georgie, que era tan callado, cuando se largó a hablar, no lo paró nadie”, dijo doña Leonor Acevedo, su madre, según consigna María Esther Vázquez en su biografía: Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996).

Borges y su madre
       El conferencista Borges, dada su íntima e individual experiencia, solía decir que el autor no elige los temas de sus cuentos y poemas, sino que éstos lo eligen a él. También decía que no sólo el individuo elige el libro que va a leer, sino que éste lo elige a él. Planteamiento borgeano que se puede encontrar, por ejemplo, en un fragmento del magnético prefacio (o especie de declaración de principios) que antecede a cada prólogo de 72 de los 75 libros que componen la legendaria serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, que éste seleccionó ex profeso con el auxilio de María Kodama: 

   “María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió.
“Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin por qué, dijo Angelus Silesius; siglos después, Whistler declararía El arte sucede.”
Borges y María Kodama
  “El libro”, la primera de las cinco conferencias, es una especie de exultante oda al libro, dadas sus inherentes bondades como “extensión de la memoria y de la imaginación” y del conocimiento, y dado el consubstancial hecho de que el autor lo veía “no menos íntimo que las manos y los ojos”. Borges —después de una somera reflexión y análisis sobre ciertos libros sagrados, mitológicos, filosóficos e históricos— siguiendo a Emerson y a Montaigne, dice allí “que debemos leer únicamente lo que nos agrada, que un libro tiene que ser una forma de la felicidad”. Sugerencia y planteamiento ideal y hedonista que parece único (quizá lo sea) para que surja y se viva la experiencia estética; mismo que a lo largo de los años repitió ante mil y un escuchas de distintos ámbitos y de diferentes latitudes e idiomas. 

Se puede estar en desacuerdo, o más o menos en desacuerdo, con una frase que el sofista Borges le cita a San Anselmo: “Poner un libro en manos de un ignorante es tan peligroso como poner una espada en manos de un niño”, y contraponerle un aforismo de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él no puede ver reflejado a un apóstol.” Pero también se pueden discutir algún comentario del propio Borges que el lector puede localizar a su antojo; por ejemplo, dice: “un periódico se lee para el olvido, un disco se oye asimismo para el olvido, es algo mecánico y por lo  tanto frívolo. Un libro se lee para la memoria.” Lo cual recuerda las palabras que Alejandro Ferri, en “El Congreso” —su cuento con matices autobiográficos—, dizque le oyó decir a su colega y poeta José Fernández Irala: “que el periodista escribe para el olvido y que su anhelo era escribir para la memoria y el tiempo”. Pues pese a que ningún hereje o acólito de hueso colorado se traga por completo la píldora que estipula el conferencista, el individual y efímero diálogo del lector con las notas y reportajes periodísticos —más aún si se trata de un medio impreso (o electrónico en la era digital) que no excluye distintas y antagónicas vertientes de análisis y de crítica— enriquece la discusión y difusión de las ideas y la memoria personal, e ineludiblemente contribuye al enriquecimiento de la memoria social, política, democrática, histórica e idiosincrásica (¿o para qué se edifican y alimentan las descomunales hemerotecas y los laberínticos archivos públicos?). En este sentido, casi resulta tautológico recordar que los mass media no sólo inciden en la cosificación, masificación y manipulación industrial de las conciencias (diría Hans Magnus Enzensberger) a las que son tan proclives los centros neurálgicos, rectores y manipuladores del poder político, económico e ideológico, transnacional y nacional. 
CD: Borges por él mismo (Visor, Madrid, 1999)
Contraportada
  Asimismo, ante la consabida sordera de Borges (no en lo que concierne a las palabras y a la poesía), la música grabada en un disco también puede ser una forma de felicidad, de vivir y revivir la individual (o compartida) experiencia estética las veces que se quiera y no sólo una desenfrenada eclosión de frívolas emociones, que tampoco son prohibitivas ni excluyentes. “Todo tiene su tiempo”, suele repetir la sabionda vox populi, comulgue o no con Eclesiastés. Hay tiempo para oír y tiempo para leer y desentrañar el misterio: “Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético [dice Borges]. ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez.” ¿Qué es un disco si no lo oímos?, diría el volátil demiurgo menor. Es simplemente una cosa circular con un orificio en el centro; pero si lo escuchamos sucede algo extraño y magnífico, creo que nadie desciende a las mismas aguas. 

CD: Borges & Piazzolla (1997)
 
Contraportada
         Casi al término de Borges: la posesión póstuma (Foca, 2000), Juan Gasparini bosqueja lo ocurrido el 27 de noviembre de 1985 en Buenos Aires (un día antes de que con María Kodama volara a Europa para siempre), precisamente en la pequeña librería de libros antiguos y modernos de Alberto Casares, día que se inauguró una exposición de primeras ediciones de Borges: “107 piezas, valuadas en 70 mil dólares”. Evento para curiosos, borgeanos y bibliófilos. “No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido”, apostrofa Borges en la primera conferencia de Borges oral (por ende pensaba “alguna vez, escribir una historia del libro”); aseveración que remite a la onerosa primera edición de sus Obras completas, editadas por Emecé en 1974, en Buenos Aires, “en un grueso volumen único encuadernado y en papel biblia”; y a un dato, sin duda para bibliófilos con parné, que se lee en la “Cronología” que María Esther Vázquez incluyó en su compilación de entrevistas Borges, sus días y su tiempo (Punto de lectura, 2001): “En mayo [de 1974] aparece en Milán la más lujosa edición que se haya hecho hasta el presente de una obra de Borges. Se trata del cuento El congreso, editado por Franco María Ricci, en la colección ‘I segni dell’uomo’. Es un volumen encuadernado en seda (35 por 24), con letras de oro, ilustrado con casi medio centenar de miniaturas de la cosmología Tantra a todo color y pegadas. Se imprimió en caracteres bodonianos sobre papel Fabriano, hecho a mano. Fueron tirados tres mil ejemplares numerados y firmados. El volumen tiene 141 páginas y se completa con una entrevista, una cronología y una bibliografía realizadas por la autora de este libro, especialmente para esa edición.” Pero el caso es que uno de los entrevistados por Juan Gasparini fue “Arturo Eiras, un librero ambulante que se ufana de guardar en su archivo 700 entrevistas de prensa a Jorge Luis Borges”; lo que también evidencia que no todo lo que se lee en los periódicos “se lee para el olvido”. Más aún si en las efímeras páginas de La Nación o de la revista The New Yorker se leía, por primera vez, un poema de Borges, un ensayo de él, su Autobiographical essay o un cuento suyo, inéditos hasta entonces.

Borges, Adolfo Bioy Casares y Alberto Casares en la librería de éste
Buenos Aires, noviembre 27 de 1985
  Fani (Epifanía Uveda de Robledo), la célebre sirvienta del escritor y su madre desde 1947, cuenta en El señor Borges (Edhasa, 2004) —libro urdido a través de Alejandro Vaccaro—, que su patrón no toleraba los periódicos ni su tufillo: “sentía el olor de los diarios” y “los tiraba por el balcón”. “A la señora Leonor, en cambio, le encantaba leer las noticias, estaba siempre muy actualizada de todo. Ella tenía en su habitación un caramelero de cristal y debajo ponía el diario. Una vez, mientras la señora estaba medio dormida en la cama, él entró despacio y quiso sacarlo, pero tropezó con el caramelero y lo rompió. Ella le gritó: ‘¿Adónde va, ladrón de diarios?’. Desde entonces nunca más al señor se le ocurrió volver a tocarlos.”

Borges en su departamento de Maipú 994
  Borges, por prohibición médica, en 1955 dejó de leer y escribir con su puño y letra, año en fue nombrado director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (lo fue hasta 1973); sin embargo, con auxilio de sus sucesivos secretarios y amanuenses (empezando por su madre) no dejó de leer y escribir y de publicar libros, por lo que a lo largo de los años en su porteño y minúsculo departamento B del sexto piso de la calle Maipú 994 no dejaron de arribar sus propios títulos en español y en otras lenguas y los libros ajenos que solían regalarle con desenfreno y en abundancia. No obstante la biblioteca de su casa era limitada y elegida por su omnisciente dedo flamígero; es decir, él solía regalar a sus amigos (y a ciertos visitantes) buena parte de los libros que le llegaban: los suyos y los libros de los otros, por lo que hay quienes se precian de coleccionar varios libros de Borges en diferentes idiomas que tal vez ignoren (Roy Bartholomew, por ejemplo); o simplemente, le hacían un bultito con ellos o los metía en una bolsa para abandonarla por allí, misión que también le tocó desempeñar a Fani, según lo cuenta en El señor Borges: “En una ocasión salió con otro paquete —un paquete grande— para la Biblioteca Nacional y paró para tomar algo en un café al paso que estaba en Tucumán y Florida y dejó los libros olvidados como al descuido, debajo de la silla. Como los mozos ya lo conocían, a media tarde vino al departamento uno con el paquete de libros para devolverlo creyendo que él se los había olvidado. Era el método que usaba para deshacerse de ellos.”

Fani, la criada de Borges, en el departamento de Maipú 994
  Sin embargo, pese a su ceguera y a tal jocoso desprendimiento, Borges gozaba de la amistosa gravitación de los libros, según lo dice en otro pasaje de la primera conferencia de Borges oral: “Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros. Los otros días me regalaron una edición del año 1966 de la Enciclopedia de Brokhause. Yo sentí la presencia de ese libro en mi casa, la sentí como una suerte de felicidad. Ahí estaban los veintitantos volúmenes con una letra gótica que no puedo leer, con los mapas y grabados que no puedo ver; y sin embargo, el libro estaba ahí. Yo sentía como una gravitación amistosa del libro. Pienso que el libro es una de las posibilidades de felicidad que tenemos los hombres.” 

    Entre lo que Borges cita y argumenta en “La inmortalidad” —la segunda conferencia de Borges oral—, expresa su rechazo y escepticismo ante la idea de la vida más allá de la muerte que pregonan y repiten ciertas religiones, ciertas teologías y ciertas cosmogonías; incluso desde una perspectiva neurótica, individual y existencialista: “Tenemos muchos anhelos, entre ellos el de la vida, el de ser para siempre, pero también el de cesar, además del temor y su reverso: la esperanza. Todas esas cosas pueden cumplirse sin inmortalidad personal, no precisamos de ella. Yo, personalmente, no la deseo y la temo; para mí sería espantoso saber que voy a continuar, sería espantoso pensar que voy a seguir siendo Borges. Estoy harto de mí mismo, de mi nombre y de mi fama y quiero liberarme de todo eso.” Mazazo que ya había dicho antes: “yo no quiero seguir siendo Jorge Luis Borges, yo quiero ser otra persona. Espero que mi muerte sea total, espero morir en cuerpo y alma”. Lo cual evoca un recurrente fragmento que se lee (y escucha) en “Borges y yo”: “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere se piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy”.
Pero también —después de un breve y arbitrario repaso sobre ciertos conceptos filosóficos, teológicos y literarios que abordan la inmortalidad—, impregnado de un aura de vidente y de una especie de agnosticismo, alude su creencia en una “inmortalidad”, en una suerte de metempsicosis y por ende inescrutable, cuasi panteísta e infinitesimal: “Seguiremos siendo inmortales; más allá de nuestra muerte corporal queda nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes, toda esa maravillosa parte de la historia universal, aunque no lo sepamos y es mejor que no lo sepamos.” Y esa insondable “inmortalidad” se logra y se vive (cuasi efímeros y evanescentes médiums de huitlacoche) a través de la escritura de obras trascendentales para la humanidad y de la alteridad del lector al producir la comunión y el instante de la vivencia estética: “Cada vez que repetimos un verso de Dante o de Shakespeare, somos, de algún modo, aquel instante en que Shakespeare o Dante crearon ese verso. En fin, la inmortalidad está en la memoria de los otros y en la obra que dejamos. ¿Qué puede importar que esa obra sea olvidada?” Planteamiento que repite y varía: “Cada uno de nosotros es, de algún modo, todos los hombres que han muerto antes. No sólo los de nuestra sangre.”   
Emanuel Swedenborg
(1688-1772)
  Las minucias que Borges resume en su conferencia sobre Emanuel Swedenborg (1688-1772) repiten y varían buena parte de lo que escribió, con mayor contenido y precisión, en su prefacio a Mystical Works (s.f.), libro de Swedenborg impreso en Nueva York por la New Jerusalem Church, ensayo compilado por el autor en Prólogos con un prólogo de prólogos (Torres Agüero, 1975), libro que compila 39 prólogos escritos entre 1923 y 1974, reunido, también, en el citado póstumo tomo IV de sus Obras Completas (y por igual en el susodicho tomo 4). Lo que Borges narra en su conferencia parece extraído de un cuento fantástico, ya por lo que refiere de las futuristas indagaciones y sobre el fantaseo de Swedenborg en las ciencias aplicadas, por su habilidad artesanal e incluso política; pero sobre todo por lo que concierne a su vida mística, pues se supone que Jesús lo visitó encarnado en un desconocido, quien le dijo “que él tenía el deber de renovar la Iglesia creando una tercera iglesia, la de Jerusalén”. Empeño al que se entregó los últimos 30 años de su vida; primero estudiando durante dos años la lengua hebrea con tal de leer los textos originales y luego escribiendo en latín su voluminosa obra, mientras hacía viajes al más allá: iba a los cielos y a los infiernos y conversaba con los ángeles y con los demonios. Todo ello destinado a cumplir su misión divina, de elegido por el todopoderoso, omnisciente y ubicuo dedo flamígero: fundar la Nueva Jerusalén, la “nueva iglesia que sería al cristianismo lo que la iglesia protestante fue a la Iglesia de Roma”; y más aún: renovaría las iglesias en todos los sitios del orbe. 

No fue así, claro está. Y sobre sus vestigios Borges dice: “Creo que en algún lugar de Estados Unidos hay una catedral de cristal”. Lo que quizá es tan asombroso como el hecho de que tal Iglesia tenga “algunos millares de discípulos en Estados Unidos, en Inglaterra (sobre todo en Manchester), en Suecia y en Alemania”, al parecer seducidos por el pensamiento de Swedenborg, lo que comprende, se infiere, la fe en el relato de sus viajes a las regiones del más allá, su visión de éstas y el supuesto y necesario equilibro que implican, y las éticas prerrogativas para salvarse, merecer los cielos y una espléndida inmortalidad personal: mediante un comportamiento signado por la justicia, la virtud y la inteligencia, a lo que hay que añadir el “ser un artista”, según Blake. Pero todo esto semeja un efluvio, un nanopedúnculo umbelífero, una visión evanescente e inasible, de ahí que no sea difícil pensar, con Borges, que todo ello “pertenece a ese destino escandinavo que es como un sueño”, donde “parece que todas las cosas sucedieran como en un sueño y en una esfera de cristal”. 
Borges en la tumba de Edgar Allan Poe
(Baltimore, 1983)
  En “El cuento policial”, la cuarta conferencia de Borges oral, el expositor argumenta —con avizor ojo cáustico e irónico— lo que muchas veces dijo y varió en torno a la obra poética y narrativa de Edgar Allan Poe (1808-1849), iniciador del género policíaco de índole intelectual, clásico, en el orbe occidental. En este sentido, bosqueja y cuestiona la composición de su poema “El cuervo” y las presuntas pretensiones intelectualistas de Poe. Y reseña las principales pautas de la narración policial inaugurada por él, y ciertas coincidencias y diferencias con otros practicantes del género, entre ellos Conan Doyle, Chesterton y Wilkie Collins.

Portada de la primera serie
(Emecé, Buenos Aires, 1943)
Portada de la segunda serie
(Emecé, Buenos Aires, 1952)
  Georgie y Adolfito, es decir, el dúo dinámico de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, como se sabe, fueron hedonistas y entusiastas lectores y traductores del género policíaco, de ahí que ambos hayan urdido la legendaria antología Los mejores cuentos policiales, cuya primera serie fue editada en 1943 por Emecé, en Buenos Aires, e incluyó “La muerte y la brújula”, cuento de Borges —vale apuntar que entre las páginas 340-341 de Borges. Una biografía intelectual (FCE, 1987), Emir Rodríguez Monegal la reseña; y en la segunda serie, editada en 1952 por Emecé, los antólogos eligieron “Las doce figuras del mundo”, cuento firmado por ambos, que había aparecido en Seis problemas para don Isidro Parodi (Sur, 1942), libro atribuido al fantasmal H. Bustos Domecq. Pero a la postre tales colecciones modificaron la selección de cuentos y su orden, de modo que la segunda serie pasó a ser el libro 1 y la primera serie, con notorios cambios, pasó a ser el libro 2, que es el coeditado en Madrid, en 1983, por Emecé y Alianza Editorial, con un prólogo firmado por los antólogos en “Buenos Aires, 19 octubre de 1981”, y que resume el ideario de Borges sobre la narración policíaca y su génesis. En este sentido, Borges y Bioy colaboraron a cuatro manos en la confección de la narrativa policial del susodicho H. Bustos Domecq y de B. Suárez Lynch, sus lúdicos seudónimos. Y dirigieron El Séptimo Círculo (“título sugerido por el Infierno de Dante”), la legendaria colección de novelas policíacas editadas en Argentina por Emecé, donde el 8 de agosto de 1946 dieron cabida a Los que aman, odian, la única novela que Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares escribieron juntos, y que en sí es una exploración narrativa que, como un juego de la inteligencia, recurre a los preceptos clásicos del género policial que bosqueja Borges en su conferencia y en el susodicho prólogo que firmó con Bioy. 

(Emecé, Buenos Aires, 1946)
Asimismo, ante la avanzada de la novela negra —repleta o desbordante de violencia, sangre y sexo—, Borges expresa su nostalgia por las virtudes clásicas e intelectuales de relato policial (un ingenioso e imaginativo juguetito para armar y raciocinar: con su principio, su medio y su fin, todo ello aderezado con los consabidos giros sorpresivos, vueltas de tuerca y el imprescindible final inesperado o asombroso). Y en el mismo sentido, frente a los devaneos de ciertos vanguardismos y pseudovanguardismos trasnochados, dice que la novela policial “está salvando el orden en una época de desorden”.
  En cuanto a su conferencia “El tiempo”, la quinta y última de Borges oral, baste reproducir las ondinas de un incesante fragmento donde el lector puede entreverse o reconocerse: “En nuestra experiencia, el tiempo corresponde siempre al río de Heráclito, siempre seguimos con esa antigua parábola. Es como si no se hubiera adelantado en tantos siglos. Somos siempre Heráclito viéndose reflejado en el río porque han cambiado las aguas, y pensando que él no es Heráclito porque él ha sido otras personas entre la última vez que vio el río y ésta. Es decir, somos algo cambiante y algo permanente. Somos algo esencialmente misterioso.” 
Jorge Luis Borges
(1899-1986)
  Reflexión que recuerda y coincide con un fragmento dicho en “El libro”, la primera conferencia: “Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado.”



Jorge Luis Borges, Borges oral. Prólogo de Avelino José Porto. Postrera nota de Martín Müller. Emecé Editores/Editorial de Belgrano. 5ª impresión. Buenos Aires, 1997. 142 pp.



1 comentario:

  1. Hola, de donde es la foto de Borges y su madre? Hace rato estoy buscando la fuente de esa foto y no sé qué libro es. Muchas gracias.

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