miércoles, 4 de noviembre de 2015

Vathek (Cuento árabe)




Palacio subterráneo hallado 
en el abismo de un manuscrito

                                 
I de II
Con traducción al castellano de Manuel Serrat Crespo, en 2001, en Barcelona, se imprimió —en la editorial mallorquín José J. de Olañeta, Editor— la célebre novela Vathek (Cuento árabe), que el británico William Beckford (1760-1844) escribió en francés, de cuya legendaria vida y obra, en el ámbito del español (y más allá de él), no pocos lectores han tenido noticia a través de Jorge Luis Borges (1899-1986), dado que además de comentarlo y reseñarlo en “Sobre el Vathek de William Beckford” —nota de 1946 reunida en Otras inquisiciones (Sur, Buenos Aires, 1952)—, lo prologó y antologó en dos series canónicas. Una: La Biblioteca de Babel (núm. 10, Siruela, Madrid, 1984), con traducción al español de Guillermo Carnero, la cual, con un largo prefacio de éste, había aparecido en Barcelona, en 1969, editada por Barral Editores. La otra: Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges (núm. 49, Hyspamérica, Madrid, 1985), con traducción al castellano de Manuel Serrat Crespo.
(Sur, Buenos Aires, 1952)

 
La Biblioteca de Babel, número 10
(Siruela, Madrid, 1984)

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, número 49
(Hyspamérica, Madrid, 1985)
 
(José J. de Olañeta, Editor, Barcelona, 2001)
      Además de tratarse de un libro preciosista y cuidado, cuya “portada, contraportada y guardas reproducen un fragmento de El harén, pintura de Achille Boschi, 1852-1930” —obra que se resguarda en la Mathaf Gallery, de Londres—, lo que hace singular a la presente edición de José J. de Olañeta, Editor es el hecho de que incluye el largo y laborioso prólogo que el poeta maldito Stéphane Mallarmé (1842-1898) pergeñó, ex profeso, para la edición francesa de Vathek, impresa en París, en 1876. En este sentido se puede pensar, puesto que el libro no lo precisa (eh aquí un bemol), que Serrat tradujo del francés (con algunas notas suyas) de tal histórica edición, amén de que el francés es el idioma que Beckford utilizó para escribirlo a principios de 1782. Sobre esto se suele repetir (Borges lo hace y otros comentaristas también) que Beckford lo redactó en “sólo tres días y dos noches del invierno de 1782”. Pero fue el primer borrador, pues a todas luces se revisó exhaustivamente, dada la abundancia de minucias (fantásticas, poéticas, humorísticas, librescas), armonía y calidad, más rica que en los póstumos Episodios, también escritos en francés, que permanecieron inéditos (el 1º y el 2º concluidos y el 3º inconcluso) hasta que Lewis Melville (1874-1932) halló los manuscritos en los archivos del palacio del duque de Hamilton (otrora yerno de Beckford). Primero, Melville publicó dos en The English Review (en 1909 y en 1910). Luego, prologó y editó los tres en The Episodes of Vathek (Stephen Swift and Co., Londres, 1912), traducidos al inglés por Sir Frank T. Marzials (1840-1912) y con los originales en francés en el apéndice. Pero el conjunto de Vathek y sus Episodios, en inglés, los editó Guy Chapman (1889-1972), por primera vez, en Vathek with the Episodes of Vathek (Constable and Company & Houghton Mifflin Company, Londres, 1929). Libro al que Borges, al final de su nota citada al inicio, le señala una ausencia: “la editorial Perrin, de París, ha publicado el texto original [Vathek, conte arabe, 1787], revisado y prologado por Mallarmé [en 1876]. Es raro que la laboriosa bibliografía de Chapman ignore esa revisión y ese prólogo.”

William Beckford (1760-1844)

Stéphane Mallarmé (1842-1898)
(foto: Nadar)


Jorge Luis Borges en 1951
(foto: Grete Stern)

      Amén de diferenciarse por sus preámbulos, datos y notas, las distintas traducciones al español de Vathek y los Episodios discrepan y varían en el vocabulario, en la sintaxis (a veces en la semántica) y en el modo de escribir o de castellanizar numerosos vocablos (de varios idiomas) y el nombre de buena parte de los personajes e incluso los geográficos. En este sentido, además de la versión de Vathek (Cuento árabe) hecha por Serrat —donde los póstumos Episodios se enumeran así en la página 132: “Historia de los dos Príncipes amigos, Alasi y Firuz, encerrados en el palacio subterráneo”, “Historia del Príncipe Borkiarokh, encerrado en el palacio subterráneo” e “Historia del Príncipe Kalila y de la Princesa Zulkais, encerrados en el palacio subterráneo”—, destaca el Vathek, cuento árabe (Con sus tres Episodios), con traducción del francés, prefacio, notas y edición de Javier Martín Lalanda, impreso por Alianza Editorial, en Madrid, en 1993, reimpreso en 2006 con una nota del traductor en la que dice: “He efectuado algunas puntualizaciones en el presente prólogo y algunas mejoras en la traducción del tercero de los Episodios, el incompleto, así como la restitución de un breve pasaje omitido por descuido en la anterior edición.” En tal libro (al parecer el más ambicioso de los que circulan en español) las narraciones de Beckford, arbitrariamente ordenadas y urdidas bajo el globalizador rótulo: “Vathek, cuento árabe”, se titulan y se desglosan así: “Historia del califa Vathek”; “Historia del príncipe Alasi y de la princesa Firuzká”; “Interludio”; “Historia del príncipe Barkiaroj”, que además de sus particularidades, incluye cuatro relatos más: “Historia de Homaiuna”, “Historia del yinn Farukruz” (o sea, falsa historia de Barkiaroj)”, “Historia de la cuñada de Barkiaroj” e “Historia de Leilá, hija de Barkiaroj”; “Interludio” (creado por Lalanda); “Historia de la princesa Zulkais y del príncipe Kalilá”; y “Desenlace de la historia del califa Vathek”, que son los últimos párrafos de la novela Vathek (Cuento árabe) (París, 1787). 
(Alianza Editorial, Madrid, 2006)
     
(Valdemar, Madrid, 1991)
      Valdemar, por su parte, en 1991, en Madrid, con el número uno de su Colección Gótica, publicó Los Episodios de Vathek, con un vago prefacio de Agustín Izquierdo, y traducción del francés de Claudia Monflis, pero sin acreditar de qué edición lo hizo. Libro, que pese al totalizador título, sólo incluye los dos Episodios concluidos por Beckford (con algunas brevísimas notas que al parecer no son de la traductora), los cuales se rotulan, editan y desarrollan así: “Historia del Príncipe Alasi y de la princesa Firuzkah”. E “Historia del Príncipe Barkiarokh”, dividida en “Primera parte”, con tres capítulos: “Historia del Príncipe Barkiarokh”, “Historia de Homaiuna” y “Fin de la historia de Homaiuna”; y “Segunda parte”, que comprende cinco capítulos: segmento sin rótulo; “Historia de la cuñada de Barkiarokh”; segmento sin rótulo; “Historia de Leilah, hija de Barkiarokh”; y segmento sin rótulo.

     
(Valdemar, Madrid, 1999)
      Al parecer, fue una estratagema mercadotécnica el que Valdemar no incluyera el tercer
Episodio (el inconcluso) en Los Episodios de Vathek, pues en 1999, con el número 108 de su colección El Club Diógenes, publicó el título Historia de la princesa Zulkaïs y del príncipe Kalilah (El tercer episodio de Vathek), pero con las firmas de William Beckford y de Clark Ashton Smith (1893-1961). Es decir, este escritor gringo —que se carteaba con H.P. Lovecraft (1890-1937)— retomó el Episodio inconcluso, donde Beckford lo dejó, y decidió, en inglés, continuarlo y concluirlo. Así, con el título “Third Episode of Vathek” se publicó, en 1937, en el primer número de la revista Leaves, luego incluido en su libro de cuentos The Abominations of Yondo (Arkham House, 1960). La susodicha versión editada por Valdemar está traducida, de tal libro, por José María Nebreda e incluye un “Prólogo” suyo dividido en tres capítulos (los dos primeros con una mínima y vaga “Bibliografía selecta”): “Sobre William Beckford”, “Sobre Clark Ashton Smith” y “Sobre el tercer episodio de Vathek”.
Clark Ashton Smith (1893-1961)
       Según Lalanda, el primer Vathek en francés se editó en Lausana a fines de 1786, “corregido por John David Levade, con su nombre propio [el de Beckford] y sin ninguna de las notas de Henley”. Y “Al año siguiente, 1787, aparecería en París, a finales de junio, la segunda edición en francés, elaborada a partir de la edición de Lausana (con el subtítulo de ‘cuento árabe’ que no figura en ésta), corregido en la ocasión por el médico personal de Beckford, François Verdeil, quien formaba parte de su séquito, y, posiblemente, también por el librero Sébastien Mercier, al que se añadiría una selección de las notas preparadas por Henley. Las correcciones, que respondían básicamente a criterios de sencillez y claridad en el texto, fueron supervisadas por Beckford quien dejaría a su médico al cuidado de lo demás.” 

      Pero en el Vathek que nos ocupa, Mallarmé, en su prólogo de 1876 (según Borges “está escrito en un dialecto etimológico del francés, de ingrata e imposible lectura”) apunta que la edición prínceps de Vathek en francés apareció en 1787, en París y en Lausana, de manera “Anónima” —pero, oh antagonismo: sin omitir al autor— en “una edición simultánea” impresa “por Poinçot”, al parecer apremiado por el hecho de que la traducción al inglés, urdida por Samuel Henley, se había editado en Londres, un año antes, sin autorización de Beckford. Y casi arrebatándole la autoría, pues según anota Lalanda, ignoró a Beckford “en el frontispicio y prefacio”; además de que en éste, “Henley se reconocía como traductor de un cuento árabe que le había ‘encargado cierto hombre de letras, que lo había traído, junto con otros similares, de Oriente” (quizá los Episodios en ciernes). Pero Beckford compró la mayor parte del tiraje y lo quemó, dice Miguel Martínez-Lage en el “Postfacio” de su traducción de Memorias biográficas de pintores extraordinarios (Sexto Piso, 2008), el primer libro de Beckford, escrito en inglés y publicado en 1780. No obstante, éste, “En 1808 por fin permitió que se volviera a publicar la traducción de Henley, y en 1816 él mismo publicó una edición revisada”. La cual, “tras ser traducida al francés, se publicó “en París en 1819”, apunta Lalanda.
(Sexto Piso, México, 2008)
Stéphane Mallarmé
(foto: Nadar)
       Pero Mallarmé, entre sus puntualizaciones y comentarios, afirma poseer uno de esos raros ejemplares del Vathek de 1787 (“rescatado de entre los libros de saldo”), cuyo tiraje, dice, prácticamente se esfumó y pasó desapercibida entre los lectores que pululaban en París, cuya toma de La Bastilla, sucedida el 14 de julio de 1789, fue presenciada por Beckford, según la leyenda, que también reza que en Fonthill recibió clases de música de Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791).  

En 1815, 28 años después de ese fantasmal tiraje de 1787 (“la edición completa tal vez fue adquirida de nuevo por el autor” o “se dispersó”, en Francia, en “manos indiferentes”, especula Mallarmé), William Beckford volvió a editar, en Londres, su “original” en francés de Vathek, pulido y retocado, con un prólogo suyo, donde alude la susodicha y malhadada circunstancia de que “la traducción [al inglés] apareció antes que el original” y el hecho de que ha “preparado algunos episodios” que serán la “continuación de Vathek”. Mallarmé apunta que no dejaron de llegar a Francia “varios de aquellos ejemplares in octavo, encuadernados en papel tostado cabrilleante, que contienen un grabado en dulce del mal gusto británico de aquella época y alrededor de 206 páginas de texto impreso en tipos imperiales”. Por ende, reafirma categórico al término de su sexta larga nota al pie de página de su prólogo de 1876 (¡90 años después de la francesa edición prínceps en Lausana y 64 de la londinense!): “Vathek, Cuento Oriental, por WILLIAM BECKFORD, aparece hoy por primera vez ante el público francés; realmente: puesto que no hace mucho el sapiente ‘Catálogo de la Biblioteca Petit Trianon’ lo atribuía a SÉBASTIEN MERCIER, autor de Tableau de Paris. Única compensación al penoso deber que me impone mi tarea de comentador imparcial de revelar el error cometido por el sagaz señor Paul Lacroix, ¡una esperanza!, que quien pasee su mirada por el prefacio no proseguirá la lectura a través del dédalo de esta nota.”



II de II
Los datos biográficos que los comentaristas brindan al lector sobre el británico William Beckford (Fonthill, septiembre 29 de 1760-Bath, mayo 2 de 1844), rezan que tuvo una privilegiada infancia rodeada de sirvientes y preceptores: su padre poseía una miliunanochesca fortuna, que el escritor heredó a los 21 años, con inmensas propiedades en las Indias Orientales y plantaciones de azúcar y esclavos negros en Jamaica. Allí, en la regia biblioteca de la mansión familiar en Fonthill, descubrió Les mille et une nuits. Contes arabes (XII genésicos tomos editados en París entre 1704 y 1717), del orientalista y numismático francés Antoine Galland (1649-1715). Pero también la Bibliothèque Orientale de Barthélemy d’Herbelot de Molainville (1625-1695), quizá la edición de Maastricht (1776), o la de La Haya (IV tomos, 1777-1799) o la de París (VI tomos, 1781-1783). Y los cuentos orientales de Voltaire (1694-1778), a quien de jovencito, hacia 1777, en Ginebra, conoció en persona (por ejemplo: “El mozo de cuerda tuerto”, “Zadig”, “Así va el mundo”, “La princesa de Babilonia”, “Las cartas de Amabed” y “El toro blanco”); bagaje (entre otra implícita bibliografía) que influyó en su imaginación a la hora de urdir y pulir la novela Vathek (Cuento árabe) (1787) y los póstumos Episodios (dos terminados y uno inconcluso), que, se apuntó en la primea entrega de la nota, sólo se editaron, en un libro, hasta 1912, y en forma conjunta (Vathek y los Episodios) hasta 1929.
La mansión familiar de William Beckford
   
Antoine Galland (1649-1715)
 
Barthélemy d’Herbelot de Molainville (1625-1695)
 
Voltaire (1694-1778)
        El Cuento árabe de William Beckford tiene por personaje principal a Vathek, noveno Califa abasí, “Vicario de Mahoma”, “hijo de Motassem y nieto de Harún al-Rachid”. En Samarra, ciudad del “Irak babilonio”, posee un gigantesco palacio al que le añade cinco inmensos palacios más, cada uno destinado al deleite de cada uno de los cinco sentidos. Allí erige una altísima torre de “once mil escalones” (ineludible asociar la mítica Torre de Babel), no para alcanzar el Cielo (en el séptimo habita Mahoma, quien no deja de observarlo ni de incidir en su destino a través de sus genios y de la asombrosa arquitectura cósmica y terráquea), sino para escrutar los astros y desvelar en ellos los secretos del destino, en particular el suyo. Imagina que un extranjero será su emisario, el cual parece corporificarse en la figura abominable de un mercader, “cuyo rostro era tan espantoso que los guardias que le detuvieron se vieron obligados a cerrar los ojos mientras le conducían al palacio”. El hombre —al que luego, sucesiva y despectivamente llama Giaur (“palabra con que los turcos designaban a los cristianos”, apunta el traductor)— le ofrece maravillosas rarezas: “pantuflas que ayudaban a los pies a caminar; cuchillos que cortaban sin el movimiento de la mano; sables que herían al menor gesto; todo enriquecido con piedras preciosas que nadie conocía”. Vathek elige unos sables cuyo resplandor impide mirarlos a simple vista y cuyos ignotos caracteres no entiende. Un violento desacuerdo suscita que el Giaur sea encerrado en la cárcel de la torre y que luego escape de allí con titánica fuerza y violencia. Vathek emite un edicto para localizarlo: “cincuenta hermosas esclavas y cincuenta cajas de albaricoques de la isla de Kirmith a quien me dé noticias del extraño”. Y otro para premiar a quien logre leer los caracteres; por ende, “Los sabios, los medio sabios y todos cuantos no eran ni una cosa ni la otra, pero creían serlo todo, fueron valerosamente a arriesgar su barba, y todos la perdieron. Los eunucos no hacían otra cosa que quemar barbas; lo que les daba un olor a chamusquina tan molesto para las mujeres del serrallo que fue necesario ofrecer a otros el empleo.” El anciano que los descifra, “cuya barba sobrepasaba en un codo y medio todas las que habían visto”, tras colocarse “sus anteojos verdes”, lee: “Fuimos hechos donde todo se hace bien; somos la menor de las maravillas de una región en la que todo es maravilloso y digno del mayor Príncipe de la tierra”. Al día siguiente, Vathek, quien se cree aludido en la inscripción, quiere volver a oír la melodiosa cantaleta, pero el anciano le revela que ha cambiado. La lectura de la nueva cifra (“¡Ay del temerario que quiere saber lo que debiera ignorar y emprender lo que supera su poder!”) suscita en Vathek uno de sus irreflexivos y característicos berrinches, con tal enojo que expulsa al anciano. Y más tarde, cuando quiere de nuevo descifrar los signos y observa “a través de un vidrio colorado” que, efectivamente, cambian día a día, se hunde en la desesperación y en una insaciable, voraz y permanente sed, un prolongado hechizo que lo derrumba y hace beber, tirado y a lengüetadas, en las aguas que corren en un paraje que semeja el “jardín del Edén” (“el valle de las cuatro fuentes”, en la cima de una montaña), y del que sólo se libra, al instante, con otro hechizo que inesperadamente el Giaur, quien dice ser indio, le brinda en “un frasco lleno de un licor rojizo”.

En Samarra todo parece ir de mil amores y Vathek comparte su cotidianidad con el Giaur, incluso “la hora del Diván”, entre los visires y “oficiales de la Corona”. Pero un nuevo enredo, matizado por la burla y el poder del Giaur, provoca que los conjurados del Diván tundan a éste con patadas y golpes (“en cuanto le deban un golpe todos parecían verse obligados a repetirlo”). El Giaur soporta los puntapiés y trancazos, pero empieza a rodar “como si fuera una bola”. Y todos los habitantes del palacio (sultanas, eunucos, guardias, áulicos y demás) corren tras la bola para golpearla. Y después de corretear por todos los rincones y espacios del palacio, el Giaur, convertido en bola, sale a las calles de Samarra, donde todos los habitantes (ancianos, hombres, mujeres y niños) comienzan a perseguirlo. La bola toma “el camino de la llanura de Catul”, quedando “desierta la ciudad”, y se dirige al “valle al pie de la montaña de las cuatro fuentes”. Y ante el pasmo de los circunstantes, la bola, que ha subido “por una alta colina”, se deja caer y rueda por un abismo, donde “desapareció como un rayo”.
La aturdida multitud regresa a Samarra; Vathek ordena levantar sus tiendas en el valle. Y cada noche va al borde del abismo donde cayó el Giaur. “Una noche, mientras hacía su solitario paseo por el llano, la luna y las estrellas se eclipsaron de pronto; espesas tinieblas reemplazaron la luz y escuchó, brotando de la tierra que temblaba, la voz del Giaur, gritando en un estruendo más poderoso que el trueno: ¿Quieres entregarte a mí, adorar las influencias terrestres y renunciar a Mahoma?; con estas condiciones te abriré el palacio de fuego subterráneo. Allí, bajo inmensas bóvedas, verás los tesoros que las estrellas te han prometido; de allí saqué mis sables; allí reposa Suleimán, hijo de Daúd, rodeado de los talismanes que subyugan al mundo.” El Califa se compromete con todo. “De inmediato el cielo se esclareció y, a la luz de los planetas que parecían inflamados, Vathek vio entreabierta la tierra. En sus profundidades apareció un portal de ébano. El indio, tendido delante, mantenía en su mano una llave de oro y la hacía sonar contra las cerraduras.” 
      Pero no será fácil que el portal de ébano se abra para Vathek. Le exige “la sangre de cincuenta niños” elegidos entre los vástagos de sus visires y de “los grandes de la Corte”. Tal crimen no sacia la sed del Giaur, entre otros incidentes que subrayan el carácter maldito y asesino de Vathek y sus funestas aspiraciones de ser el más poderoso y rico, no muy distintas de las que procrea Carathis, su maquiavélica y brujeril madre, quien orquesta, para el Giaur, un macabro sacrificio en la cima de la torre, el cual provoca un incendio y la participación de 140 que hombres de Samarra que intentan apagarlo, pero mueren ahorcados por la cohorte de mudos y negras tuertas a los órdenes de Carathis. 
El Giaur le remite a Vathek su beneplácito, en cuyo pergamino le ordena que, acompañado por una nutrida y suntuosa caravana, tome “el camino de Istakhar” (la antigua Persépolis), donde recibirá los tesoros y poderes que desea y sueña, pero no debe aceptar “asilo alguno”.
En la ruta a Istakhar, gran parte de la caravana es devorada por las bestias y las llamas, y Vathek, siempre execrable, contradictorio, egocéntrico y homicida, acepta el alivio y el refugio que le ofrece el emir Fakreddín, un fiel y filántropo musulmán. Durante esa estancia, Vathek conoce y se enamora de Nuronihar, hija del emir, comprometida desde niña con su primo Gulchenruz. Nuronihar también se siente atraída por Vathek y, al unísono, por los tesoros y poderes del Palacio de Fuego Subterráneo que le son revelados en una visión. Así que no duda en abandonar a su padre (que termina ciego y calvo) y al infantil de Gulchenruz, quien de las garras del Giaur es rescatado por un Genio que vive en el ciclópeo nido de un ave Roc, el cual le otorga “el don de la perpetua infancia”, para que así conviva con los 50 escuincles salvados del sacrificio que les propinó Vathek, prole que educa “en nidos colocados por encima de las nubes”, bajo la protección de Alá y Mahoma.
En la urdimbre fantástica y en el cúmulo de las mil y una maravillas (incluidas las horrorosísimas, cruentas y terroríficas), movimientos rápidos, giros sorpresivos, suspense, epifanías, detalles y pasajes visuales, caricaturesco humor y fábula (que harían las delicias de las narrados gráficos e incluso cinematográficos), descuellan las postreras imágenes que circundan y penetran la colosal arquitectura del Palacio de Fuego Subterráneo al que finalmente, por la grieta que se abre en las ruinas de Istakhar, bajan Vathek y Nuronihar. Allí, tras cruzar el portal de ébano y descender por el hondísimo Abismo, observan tesoros, manjares y bailarines lascivos, pero también una pesadillesca “multitud de hombres y mujeres que llevaban la mano derecha sobre el corazón, no prestaban atención a objeto alguno y mantenían un profundo silencio. Todos estaban pálidos como cadáveres y sus ojos, hundidos en sus rostros, parecían las fosforescencias que se perciben de noche en los cementerios. Unos espumeaban de rabia y corrían por todos lados, como tigres heridos por un dardo envenenado; todos se evitaban, y, aunque en medio de una muchedumbre, cada uno erraba al azar como si estuviera solo.” También descubren que el poderoso Giaur sólo es un simple Divo (“Los Divos”, dice una nota del traductor, “son cierto tipo de diablos o ángeles maléficos entre los musulmanes”), un vil instrumento del verdadero monarca de tal infernal inframundo: Eblis (“Caudillo de los espíritus rebelados contra Allah”, apunta el traductor, que “Corresponde al Luzbel cristiano”), el cual los recibe y cuenta entre sus adoradores y por ende les otorga tesoros y poderes que podrán gozar en el laberíntico Palacio hasta que les dicte su condena eterna. 
   
William Beckford
       Mientras Vathek y Nuronihar deambulan entre el silencioso y pesadillesco gentío, unas voces los atraen a un cuarto cuadrado donde conversan cinco jóvenes (cuatro príncipes y una princesa en la presente versión) quienes como ellos se hallan en “la horrible espera”, les dice uno, “puesto que no lleváis todavía la mano derecha sobre el corazón”. Así, en la espera de la sentencia final, se disponen a narrarse entre sí las historias de los crímenes y atrocidades que los llevaron a tal Palacio de Fuego Subterráneo, con las que Beckford pensaba urdir los Episodios de una unidad narrativa; más otro: “Historia de Motassem” (el padre de Vathek) que, se dice, fue destruido por “pederástico” y “putesco”.



William Beckford, Vathek (Cuento árabe). Prólogo de Stéphane Mallarmé. Traducción al español y notas de Manuel Serrat Crespo. Colección Torre de Viento (20), José J. de Olañeta, Editor. Barcelona, 2001. 136 pp.



Barbazul



Almacén celeste número 8

En 1987, en Nueva York, con el sello de Delacorte Press, el prolífico narrador Kurt Vonnegut [Indianápolis, noviembre 11 de 1922-Nueva York, abril 11 de 2007] publicó en inglés su novela Barbazul; un año después, traducida al español por Gemma Rovira, fue impresa en Barcelona por Editorial Anagrama en la serie Panorama de narrativas.


Kurt Vonnegut
(1922-2007)
   Se supone que Barbazul, la novela de Kurt Vonnegut, es la “Autobiografía de Rabo Karabekian (1916-1988)”, quien fue un gringo de San Ignacio, California, hijo de inmigrantes armenios. Cuando Rabo Karabekian empieza a narrar en primera persona, corre 1987; es decir, es un anciano de 71 años, tuerto y viudo, que vive en una mansión de 19 habitaciones en la playa de East Hampton, Long Island, sitio donde exhibe la colección de Expresionismo Abstracto más importante del orbe, que es suya, y ante la cual dizque sólo es un simple guarda de museo. 

(Anagrama, Barcelona, 1988)
   Circe Berman, una narradora kitsch, de 43 años, cuyas novelas se venden como chicles Adams, al instalarse en la casa de Karabekian, lo incita a escribir su autobiografía. Así, los fragmentos y capítulos que constituyen Barbazul, la novela de Kurt Vonnegut, oscilan de manera alterna en dos vertientes. Por un lado, Karabekian traza sus memorias y su autobiografía; por el otro, esboza un diario en cuyas páginas alude el proceso de la escritura y la cotidianidad que circunda su presente.
     Kurt Vonnegut, experto prestidigitador, siempre sarcástico y humorístico, ha pergeñado un divertimento, una amalgama novelística que incluye un sinnúmero de datos y referentes históricos y culturales extirpados, entre otras vetas, de la idiosincrasia norteamericana, particularmente de la que padeció los síndromes de la Depresión de 1929 y de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945). Al unísono, Barbazul es un tributo al Expresionismo Abstracto, el movimiento pictórico neoyorquino que vivió el auge de su leyenda entre la década de los 40 y la de los 50 del siglo XX. Se supone que Rabo Karabekian fue miembro del grupo, pero tuvo la mala fortuna de que al empezar a sobresalir, en un momento, la pintura de sus cuadros (el Sateen Dura-Luxe que dizque sobreviviría a la Mona Lisa) se desprendió de la tela. Así se convirtió en una risible y ridícula nota a pie de página en la Historia del Arte. 


Kurt Vonnegut
     Barbazul no implica un ensayo o un decálogo sobre el Expresionismo Abstracto, pero un breve cotejo con algunos diccionarios y libros de historia del arte revela el origen de varios condimentos. Rabo Karabekian es armenio y Arshile Gorky (1904-1948), uno de los fundadores del Expresionismo Abstracto, también lo fue. Durante la Segunda Guerra Mundial, Karabekian manda un pelotón de artistas itinerantes especializado en camuflaje, pero fue Gorky el que en realidad, durante la guerra, en 1942, dio clases de camuflaje. Varios de los iniciadores fueron suicidas: en 1948, a los 44 años de edad, Gorky se ahorca; en 1956, a los 44, Jackson Pollock se mata al conducir ebrio; en 1970, a los 67, Mark Rothko se borra con un cuchillo. Así, si Karabekian es una parodia de expresionista abstracto fracasado, Kitchen, su hermano de borracheras, parodia al bohemio y temprano suicida. Kitchen no sabe dibujar; y sólo comienza a tener éxito como pintor cuando por instinto (obvia emulación de los procedimientos aleatorios-experimentales) emplea una pistola de pulverización sobre un viejo tablero. Kitchen, no obstante, tiene sus virtudes, y a imagen y semejanza de Pollock es dipsómano y con leyenda negra; así, y sólo con unos días de diferencia de éste, luego de dispararle a su padre, se suicida metiéndose el cañón del revólver en la boca. Ambos, a unos metros de distancia, fueron enterrados en el cementerio de Green River. En el mismo sentido, Springs, Long Island, el sitio donde murió Pollock, es el lugar donde Karabekian instala la casa de su primera familia, cercana al almacén de papas alquilado, su estudio y covacha, en el que Kitchen inicia el uso de la dizque célebre (ahora objeto de museo) pistola de pulverización.
     Cuando Karabekian repite que los cuadros del grupo no tratan de nada más que de sí mismos y que el pintor ejecuta el primer trazo y luego el lienzo hace lo demás, está parafraseando al crítico Harold Rosenberg (1906-1978), uno de los legendarios apologistas del Expresionismo Abstracto. Así, la descripción que Karabekian formula sobre sus pinturas, que son grandes espacios de color: Opus 9, Azul y naranja óxido, Azul de Windsor número 17, por ejemplo, tampoco dejan ser superficiales parafraseos e hijos bastardos de varios cuadros: de Gorky: Pintura marrón oro (1947); de Pollock: Lanzas azules (1953); y de Rothko, sobre todo de éste, si se piensa en Número 10 (1950) y Blanco y verde sobre azul (1957).


Kurt Vonnegut
      Entre las muchas historias que narra Karabekian se hallan los mitos y leyendas de su genealogía armenia; el origen de su fortuna y museo; la vida y milagros de Dan Gregory, armenio, pintor e ilustrador kitsch, realista, famoso y rico, que es una especie de prolífico Gustave Doré a la gringa, si se considera el número de clásicos de la literatura que dizque ilustró. Dan Gregory, que idolatra a Mussolini, era el apoderado de Marilee Kemp, su mascota erótica, la bella hija de un minero analfabeta, a quien Karabekian, en 1933, en plena Depresión, debe su primer viaje de San Ignacio, California, a Nueva York. Entonces, más que discípulo de Dan Gregory, Karabekian fue su empleadito y entenado. 
   Una imagen significativa ocurre cuando el fascista Dan Gregory descubre que Rabo Karabekian y Marilee Kemp acaban de salir del Museo de Arte Moderno de Nueva York, sitio muchas veces visitado, a escondidas, por ambos. Es el día de San Patricio y la Quinta Avenida se halla repleta de gente que mira el desfile. Pero cuando Dan Gregory les grita la prohibición: “No entréis nunca en el Museo de Arte Moderno”, es evidente que muchas personas de esa masa anónima ignoran que se encuentran frente a tal lugar; y más aún: desconocen los cuadros que se exhiben allí, la mayoría pintados antes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Este contraste y antagonismo se repite, de diversas formas, a lo largo de la novela, y tiene particular incidencia en la mansión del viejo Rabo Karabekian, el museo donde se exhiben los cuadros de los expresionistas abstractos. La cocinera y su hija no los entienden; y Circe Berman, la novelista kitsch, no sólo se pitorrea de ellos, sino que incluso provoca estragos con unas antiguas litografías con niñitas columpiándose y una pintura color caca de bebé.
      Pero entre lo que Karabekian apunta descuella el hecho de que el almacén de papas, que fue su covacha y estudio, está cerrado con seis candados y muchos cerrojos, y según su testamento sólo será abierto después de su muerte. El secreto inquieta a quienes lo rodean. Y aunque se descarta que Karabekian sea un coleccionista de mujeres asesinadas, émulo o parecido al Barba Azul del homónimo cuento que inmortalizó el francés Charles Perrault (1628-1703) en sus Historias o cuentos de antaño. Con moralejas (1697), no deja de latir el hecho de que Circe, por despótica e imprevisible, cause la revelación o desvele el intríngulis del secreto. Así, Kurt Vonnegut, a través de Rabo Karabekian, su alter ego, a manera de contrapunto que excita el suspense, una y otra vez alude el cerrado almacén de papas y sólo al final, para congratularse nada menos que con Circe Berman (y los lectores), decide abrirlo. Allí están los ocho paneles (dos metros y medio de alto por veinte de largo) que otrora fueron el Azul de Windsor número 17, su más valiosa pintura. A Karabekian, el tuerto fracasado, todo mundo lo creía incapaz de dibujar; y cuando pintaba o dibujaba se le hacía ver el hecho de que sus obras no tenían alma. Pero ahora resulta que sobre los ocho paneles ha pintado un mural figurativo y muy realista (no en vano Jackson Pollock admiró el muralismo mexicano) que denomina Ahora les toca a las mujeres (inequívoco tributo, sólo por el título, al feminismo y a la androfobia de Marilee Kemp), pero también Valle de la Felicidad
   Hay en el mural “un promedio de cien supervivientes de la Segunda Guerra Mundial, perfectamente dibujados, por cada metro cuadrado”. Esta imagen arquetípica, detallista y miniaturista, proviene del paisaje que Karabekian vio, el 8 de mayo de 1945, cuando salió libre del campo de prisioneros, pero también (como si fuera Kurt Vonnegut) de un cúmulo de minuciosas historias que ha inventado sobre cada una de las personas que figuran en el lienzo, desde las más grandes, del tamaño de un cigarro, hasta las más diminutas, del tamaño de una cagadita de mosca, que sólo pueden ser apreciadas con lupa. Algunas de estas historias se las relata a Circe Berman (y a los lectores). Y en su calidad de guarda de museo, solía contárselas a los simples mortales que acudían en fila india (con shorts y cámaras fotográficas), quienes al oírlas y observar se maravillaban como si estuvieran en un túnel del tiempo o en la rueda de la fortuna de Disneylandia.

Kurt Vonnegut


Kurt Vonnegut, Barbazul. Traducción del inglés al español de Gemma Rovira. Colección Panorama de narrativas (148), Editorial Anagrama. Barcelona, 1988. 272 pp. 



lunes, 2 de noviembre de 2015

Drácula



Entró nuestras pieles

 I de II
De 1897 data la primera edición en inglés de Drácula, la célebre e inmortal novela del irlandés Bram Stoker (Clontarf, noviembre 8 de 1847-Londres, abril 20 de 1912), la cual, si bien sedujo a coterráneos y amigos suyos como Mark Twain, Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle, tal inmortalidad fue advertida y en cierto modo vaticinada por Charlotte, la madre del narrador, quien era periodista, en una “carta personal” que le enviara, aunque no acertó del todo en lo relativo a los vampíricos dividendos, pues aunque la novela se vendía (y se sigue vendiendo) con cierto éxito, Stoker no se enriqueció con ella: 
Drácula (1897), novela de Bram Stoker
(Portada de la primera edición)
“Es espléndida, está a mil millas por delante de todo lo que habías escrito antes, y tengo la impresión de que situará tu nombre a la altura de los mejores escritores contemporáneos. Tanto la historia y el estilo son realmente sensacionales, apasionantes e interesantes. Ningún otro libro desde el Frankenstein [1818] de la señora Shelley o, en realidad, ningún otro, se asemeja al tuyo en originalidad o terror. Poe ni se acerca. A pesar de lo mucho que he leído, nunca me había encontrado con un libro semejante. Es tan terriblemente emocionante que debería labrarte una enorme reputación y hacerte ganar mucho dinero.”
Bram Stoker
(Clontarf, noviembre 8 de 1847-Londres, abril 20 de 1912)
Entre las adaptaciones fílmicas de la novela del irlandés destacan: el silente Nosferatu el vampiro (1922), de F.W. Murnau; Nosferatu, vampiro de la noche (1979), de Werner Herzog; y Drácula de Bram Stoker (1992), de Francis Ford Coppola; pero hay quienes suelen incluir, por su trascendencia icónica en el devenir del cine de terror, el Drácula (1931) de Tod Browning (a veces como de Teatro Fantástico de Cachirulo), cuyo conde fue caracterizado por el legendario Bela Lugosi, y que ahora, en su versión restaurada y en formato DVD, se puede ver en casa con o sin la música compuesta ex profeso por Phillip Glass, interpretada por El Cuarteto Kronos. Sin embargo, pese a que son joyas de la cinematografía mundial, ineludiblemente recuerdan el lapidario apotegma acuñado por el checo Milan Kundera, quien antes de que los bolcheviques rusos invadieran Praga en 1968, fue profesor de la Escuela de Estudios Cinematográficos: “todas las adaptaciones fílmicas de las grandes novelas, no son más que versiones del Reader’s Digest”.
(Valdemar, Madrid, 2005)
En “mayo de 2005”, en la Colección Gótica, la madrileña Valdemar publicó una versión en español de la novela Drácula, cuya “traducción, prólogo y notas” se deben a Oscar Palmer Yáñez, quien en 2000, en la serie El Club Diógenes de tal editorial, con un prefacio suyo, había dado a conocer en castellano otro libro de Bram Stoker traducido por él: Cuentos de medianoche.
(Valdemar, tercera edición, Madrid, 2003)
Todo sugiere que en el ámbito de la lengua española, la edición de Drácula que ha pergeñado Oscar Palmer Yáñez no se convertirá en la rimbombante edición canónica y definitiva, si no que será (y es) una más de las ediciones anotadas de tal obra, pues sus críticas y notas, algunas veces eruditas y rigurosas y otras ligeras, pueden ser complementadas o contrastadas (incluidas la iconografía y la bibliografía) con otras ediciones de tal índole y nomenclatura, como es el caso de la edición crítica de Drácula que Juan Antonio Molina Foix publicó en Madrid, en 1993, dentro de la serie Letras Universales, de Cátedra, con traducción, prólogo y notas suyas, amén de la bibliografía e iconografía que más o menos la enriquecen, pues ésta no es del todo óptima.
(Cátedra, sexta edición, Madrid, 2003)
Se supone que los editores de Valdemar son de los profesionales más hábiles del orbe editorial español, por lo que ante un libro de tal coste y calado, como es su Drácula, el lector espera y exige excelencia. Pero no, tal libro es más o menos chambón, como si lo hubiera hecho, para su ególatra y apantallante bibliotecota de charol [podría llamarse “José Luis Borgues” o “Enrique Peña Nieto, erudito lector de la Biblia”], la demagoga, tropical, manipuladora y clientelista Fundación “Vámonos yendo Foxilandia”.
Por ejemplo, tres menudos pero significativos yerros. En la página 289 inician unas páginas del “Diario del doctor Seward” fechadas el “28 de septiembre” (de 1893, año en que transcurre la novela); es decir, allí debió leerse “20” y no “28”, día y capítulo relevante, pues en él se narra la muerte de Lucy Westenra, la querida amiga de Mina Harker y prometida de Arthur Holmwood, paulatinamente hipnotizada, desangrada e infectada por el vampiro desde su desembarco en Whitby con forma de perro. Descuido que a todas luces debió corregirse, dado que el editor en varios pies de página señala y comenta las contradicciones y equivocaciones cronológicas y argumentales cometidas por el propio Bram Stoker.
En la página 600, cuando en Transilvania ya se está sucediendo la persecución y el cerco final al conde Drácula, aparece una breve página del “Diario de Jonathan Harker” fechada el “4 de noviembre, tarde”, donde el apellido del doctor John Seward (otrora pretendiente de Lucy y discípulo del doctor Van Helsing) aparece como “Stewart”. Parece que se trata de un error “de dedo” (que no vio la acreditada correctora Ana García de Polavieja Embid), quizá suscitado porque el tecleador oía a Rod Stewart o evocaba al ratoncito Stuart Little. 
Y en la página 608, en los párrafos del “Diario de Mina Harker” del “6 de noviembre”, después de que narra su solitaria y agotadora caminata con Abraham Van Helsing y la impresión que le causa la imagen de “la silueta del castillo de Drácula recortada nítidamente contra el cielo”, el doctor y sabio holandés ha hallado una “oquedad natural en una roca”, refugio contra los lobos y punto estratégico para el sitio a Drácula, quien no tardará en llegar por allí oculto en la caja de tierra que transportan los cíngaros en “un gran leiter-waggon”, perseguidos con rifles Winchester y a caballo por Seward y Quincey Morris, por un lado, y, por el otro, por Jonathan y Arthur. Entonces, según Oscar Palmer Yáñez, apunta Mima sobre Van Helsing: “A continuación entró nuestras pieles y me preparó un cómodo asiento”. Lo cual ostenta una flagrante errata o error, como de alguien que chapurrea el castellano, pues nadie que sepa español dice “entró” para decir que “metió” o “introdujo”; por lo que se deduce que antes de “nuestras pieles” faltó la preposición “con”.
                                
II de II
En su “Introducción” y en su “Prólogo”, Oscar Palmer Yáñez, además de decir que comprende las variantes idiomáticas empleadas por Bram Stoker (1847-1912) en su Drácula de 1897, vierte y argumenta indicios (anecdóticos y bibliográficos) de haber estudiado la vida y la obra del irlandés y ciertas ediciones críticas y angulares de la novela; y más aún: bosqueja que de primera mano examinó los sobrevivientes documentos y papeles preparatorios de Stoker, así como los textos leídos por éste y su ruta de investigación para alimentar su Drácula. Esto también se observa y trasmina en sus notas al pie de las páginas, muchas veces eruditas (ya lo dijimos), en las que descuellan múltiples alusiones a la Biblia y a libretos de William Shakespeare; en sus apuntes al pie de buena parte de las 36 imágenes diseminadas en la obra; en los capítulos “Cronología de Bram Stoker” y “Bibliografía recomendada” (y comentada); así como en los nueve “Apéndices” que cierran el volumen, cada uno traducido por él, con notas al pie y precedidos por su correspondiente comentario.
Bram Stoker
En el primer “Apéndice” figura el “Prefacio” que el irlandés Bram Stoker escribió ex profeso para “la primera edición en lengua no inglesa de Drácula”, impresa en 1901, en Islandia (cuya ancestral y antigua mitología guerrera el conde exalta, en el capítulo III, ante los anotadores oídos de Jonathan Harker atrapado en el castillo transilvano). Y según el editor, dado que se trata de “una versión considerablemente reducida de la novela”, “Bram Stoker decidió escribir un nuevo prefacio con objeto de aumentar la ilusión de verosimilitud de su obra”.
En el segundo “Apéndice” aparece “El invitado de Drácula”, que según Oscar Palmer Yáñez algunas ediciones de la obra lo colocan antes del primer capítulo; dice que apareció por primera vez en Dracula’s Guest and Other Weird Stories (1914), póstuma antología de cuentos de Bram Stoker editada en Londres con un prólogo de Florence, su viuda; y aunque desliza la posibilidad de que haya sido “retocado por algún anónimo editor a la hora de su publicación”, sostiene que “sí formó parte en determinado momento” del laborioso proceso de la novela, pero Stoker luego lo descartó.
En el tercero se lee el “Final alternativo: la destrucción del castillo” de Drácula, en cuyo comentario el editor especula sobre algunos puntos del término de la novela y sobre las probabilidades y razones que movieron a Stoker a prescindir de tal fin.
En el cuarto, “Recepción crítica”, Oscar Palmer Yáñez seleccionó diez fragmentarias opiniones sobre Drácula publicadas, en 1897, en diversos medios británicos (en ninguna menciona a los autores ni dice si sin anónimos, pero afirma que la mayoría proceden de una recopilación hemerográfica y de una edición anotada de la novela), más una del 17 de diciembre de 1899, la cual, en el San Francisco Chronicle, se ocupó de la primera edición norteamericana de la novela, impresa dicho año.
En el quinto se lee una breve “Entrevista con Bram Stoker” que la periodista Jane Stoddard publicó “en el semanario British Weekly  del 1 de julio de 1897”.
En el sexto se enlistan las fichas bibliográficas de 29 “Libros consultados por Stoker para la redacción de Drácula”, en las que con un asterisco se indica si transcribió: el narrador hacía “una marca junto a todos aquellos de los que llegó a copiar notas”.
En el séptimo figura un pasaje de Un informe sobre los principados de Valaquia y Moldavia (1820), de William Wilkinson, que Bram Stoker encontró en la biblioteca municipal de Whitby, mientras en 1890 veraneaba allí. En tal libro, Stoker se tropezó con la palabra Drácula (que “en el idioma valaco significa Diablo”), lo cual incidió en que su vampiro en ciernes dejara de llamarse Conde Wampyr (“Los valacos”, apuntó Wilkinson, “entonces como ahora, estaban acostumbrados a darle ese nombre a cualquier persona que se hiciera notar, bien por su valor, su crueldad, o su astucia”).
Puntualiza Oscar Palmer Yáñez que “el libro de Wilkinson sigue siendo la única fuente de información demostrable consultada por Stoker al respecto del Drácula histórico, cuya más bien tenue relación con el vampiro literario ha sido enormemente exagerada las últimas tres décadas”. Y en un pie a la reproducción de una página mecanografiada por Stoker y con correcciones manuscritas insertada en el séptimo apéndice, agrega que el novelista “copió también una mínima descripción de las hazañas del voivoda, que posteriormente describiría de modo muy similar en capítulo III de Drácula”. 
Vlad Tepes 
(1431-1476)

Vlad Tepes el Empalador

Vlad Tepes en un grabado del siglo XV


Estampa reproducida en la página 654
Drácula (Valdemar, Madrid, 2005)
No era muy alto, pero sí corpulento y musculoso. Su
apariencia era fría e inspiraba cierto espanto. Tenía
una nariz aguileña, fosas nasales dilatadas, un rostro
rojizo y delgado, y unas pestañas muy largas que daban
sombra a unos ojos grandes, grises y bien abiertos;
las cejas negras y tupidas le daban un aspecto amenazador.
Llevaba bigote, y sus pómulos sobresalientes hacían
que su rostro pareciera aún más enérgico. Una cerviz 
de toro le ceñía la cabeza, de la que colgaba sobre
anchas espaldas una ensortijada melena.

Descripción de Vlad Tepes por Nikolaus Modrussa,
delegado papal en la corte húngara

Los 
Drácula (Tusquets, Fábula, Barcelona, 2000)
Ralf-Peter Märtin
Vlad Tepes almuerza rodeado de empalados
Tales señalamientos remiten al pie que figura bajo la estampa del rostro de “Vlad Tepes en un grabado del siglo XV” (página 654), imagen tan célebre y multirreproducida (no sólo en ediciones de Drácula), como aquella (no incluida en el presente volumen) bajo la cual se suele incluir al pie la breve descripción del voivoda forjada “por Nikolaus Modrussa, delegado papal en la corte húngara”; o esa otra donde “Vlad Tepes almueza rodeado de empalados” (tampoco incluida). En el pie de la página 654, Oscar Palmer sostiene: “A pesar de las afirmaciones de los investigadores Radu Florescu y Raymond T. MacNally recogidas en su libro de 1972 In Search of Dracula (adaptado al cine en un documental en el que el papel del Empalador corría a cargo de Christopher Lee, lo que sin duda reforzó el vínculo entre el personaje de Stoker y el histórico), lo cierto es que no existen pruebas concluyentes al respecto.”
     Tal comentario está vinculado a su nota 41 del capítulo III de la novela y que vale el placer transcribir por su índole aclaratoria, polémica e ilustrativa: “Tanto MacNally y Florescu como Molina Foix identifican a este voivoda, o príncipe rumano, como Vlad Tepes el Empalador (1431-1476), gobernante de Valaquia de 1456 a 1462. Sin embargo, y aunque dicha posibilidad sea perfectamente razonable, es harto improbable que Stoker tuviera constancia de la existencia de Vlad Tepes como tal, al que sólo debió conocer como ‘voivoda Drácula’, único nombre que aparece en las escasas notas que copió del libro de William Wilkinson Account of the Principalities of Wallachia and Moldavia, fácilmente identificables como origen de este parlamento. ‘Su VOIVODA (DRÁCULA) cruzó el Danubio y atacó a las tropas turcas. Triunfo estrictamente momentáneo. Mahomet [sic del reseñista] II le hizo retroceder hasta Valaquia, donde le persiguió y derrotó. El VOIVODA huyó a Hungría y el Sultán hizo que su hermano Bladus (sic) tomara su lugar. Firmó un tratado con Bladus mediante el que los valacos debían rendir tributo a perpetuidad, poniendo los cimientos de una esclavitud aún no abolida’.”
Sobre tal Bladus, dice el editor en su nota 42 del mismo capítulo: “Radu el Hermoso —que no Bladus—, hermano pequeño de Vlad, subió al poder en 1462, siguiendo una política completamente proturca.”
El lector, por su parte, puede encontrar en la novela varias alusiones superficiales y mitificadas que remiten al Drácula histórico; por ejemplo, cuando en el “Diario de Mina Harker”, correspondiente al “30 de septiembre” de 1893, los conjurados oyen en el discurso del doctor Abraham Van Helsing que preludia la búsqueda, caza y exterminio del vampiro: 
     “Le he pedido a mi amigo Arminius, de la Universidad de Buda-Pest, que recogiera su historia; y después de consultar todas las referencias existentes, esto es lo que me ha contado. No hay duda de que se trata realmente de aquel Voivoda Drácula que ganó su nombre batallando contra el turco a través del gran río, en la frontera misma de su imperio. De ser así, estamos hablando de un hombre que ya era extraordinario en vida; pues no sólo en sus tiempos, sino durante siglos venideros, estuvo considerado como el más inteligente y más astuto, así como el más valiente hijo del ‘país de más allá del bosque’ [‘traducción literal de Transilvania’, colindante del territorio de Valaquia, en la actual Rumanía]. Su poderoso cerebro y su férrea resolución le acompañaron a la tumba, y ahora se ha alzado en nuestra contra. Los Drácula fueron, afirma Arminius, una estirpe noble e ilustre, aunque en ocasiones engendraran vástagos de los que sus coetáneos sospecharan que tenían tratos con el Maligno...”
En el octavo “Apéndice” se leen unos fragmentos de Supersticiones transilvanas, de Emily Gerard, artículo “aparecido en la revista The Nineteenth Century, correspondiente al mes de julio de 1885”, los cuales, afirma el editor, son “particularmente ilustrativos de la influencia de Gerard sobre Stoker”.
Por último, en el noveno “Apéndice” figura “Vampiros en Nueva Inglaterra”, en cuyo comentario dice Oscar Palmer Yáñez: “Stoker recortó y pegó en sus notas preparatorias para Drácula este fascinante artículo [de autor anónimo], aparecido en el New York World del 2 de febrero de 1896, probablemente durante la gira americana de 1896 del Lyceum [el teatro en Londres y la compañía teatral del actor británico Henry Irving para quien Stoker trabajó de administrador y manager durante 26 años, entre 1878 y 1904]. Para entonces, la redacción de su novela ya estaba bastante avanzada, pero sin duda debió satisfacerle comprobar que el tema elegido no sólo no resultaba remoto e ignoto para el hombre contemporáneo, sino que además había llamado la atención de la prensa americana.”

Bram Stoker, Drácula. Traducción del inglés al español, prólogos, notas, antología de imágenes y de textos anotados y edición de Oscar Palmer Yáñez. Colección Gótica (59), Valdemar. Madrid, 2005. 688 pp.


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La historiadora



En busca de la tumba perdida

En 2005 apareció en Nueva York la primera edición en inglés de La historiadora, la voluminosa y excéntrica novela de la norteamericana Elizabeth Kostova (New London, Connecticut, 1964), que además de obtener el Premio Hopwood en la Universidad de Michigan, casi de inmediato se convirtió en un best seller que saltó, con enorme y apabullante publicidad, a Europa y a América Latina.
Elizabeth Kostova
(foto: Marion Ettlingrer)
En la segunda de forros de la traducción al español (hecha por Eduardo G. Murillo) que aterrizó en México en octubre de 2005, se dice que es la “primera novela” de Elizabeth Kostova y que “es el resultado de diez años de investigación”. Esto parece cierto, pues en la rica y fantástica urdimbre de la trama y del suspense (o de los suspenses y de las detectivescas indagaciones e interrogantes que suscita), descuella una erudición magistral, extraordinariamente seductora y placentera para los bibliófilos de toda laya, cuyas mil y una minucias y anécdotas no se pueden enumerar ni resumir en una reseña.
(Umbriel, España, 2005)
En la frase inicial del capítulo uno, dice la protagonista cuyo oficio titula la novela: “En 1972 yo tenía dieciséis años”; y su preliminar “Nota para el lector” la firma en el futuro: “Oxford, Inglaterra”, “15 de enero de 2008”; o sea, a sus 52 años (edad que tenía su madre, en 1983, a la hora de morir de “una enfermedad cruel”). Sin embargo, las dos principales vertientes temporales en las que discurre la novela se sitúan con 20 años de diferencia. 
En 1954 ocurre la misteriosa y extraña desaparición del profesor Rossi de su cubículo de su universidad gringa y la intelectual y detectivesca búsqueda de éste que emprenden Paul y Helen (alrededor de un mes) en lejanos sitios como Estambul, Hungría y Bulgaria. 
En 1974, Paul, historiador y padre de la futura historiadora, en la Universidad de Oxford, tras consultar la colección de vampirismo que se guarda en la Cámara Radcliffe, desaparece y le deja a su hija un paquete de cartas donde le dice: “He ido a buscar a tu madre”, a quien creía muerta, en 1957, nueve meses después de su nacimiento.
Antes de que Master James la regrese de Oxford a Ámsterdam, donde Paul y ella tienen su domicilio, la adolescente va con Barley, su joven acompañante, a hojear el libro decimonónico que leyó su padre antes de irse súbitamente y en él da con el capítulo “Vampires de Provence et des Pyrénées” donde leen: 
“Existe también la leyenda de que Drácula, el más noble y peligroso de todos los vampiros, adquirió su poder no en la región de Valaquia, sino mediante una herejía surgida en el monasterio de Saint-Matthieu-des-Pyrénées-Orientales, un convento benedictino fundado en el año 1000 de Nuestro Señor [...] Se dice que Drácula visitaba el monasterio cada dieciséis años para rendir tributo a sus orígenes y renovar las influencias que le han permitido vivir en la muerte [...] Los cálculos efectuados por el hermano Pierre de Provence a principios del siglo diecisiete indican que Drácula visita Saint-Matthieu durante la media luna del mes de mayo.”
Tales datos son suficientes para que la adolescente y futura historiadora, seguida por Barley, no se dirija a su casa de Holanda, sino a los Pirineos Orientales, a Les Bains, donde estuvo con su padre un año antes y que es un montañesco pueblo en las inmediaciones del antiguo monasterio de Saint-Matthieu.  
Hay que subrayar, entonces, que la erudita obra de Kostova, con remanentes de novela victoriana (como son las diversas cartas) es un obvio homenaje y tributo a Drácula (1897), la novela de Bram Stoker (1847-1912). Así, y sólo por decir algo, cada una de las tres partes en que están agrupados los 79 capítulos inicia con un significativo epígrafe que son tres fragmentos de la obra de Stoker.
Vlad Tepes
 (1431-1476)
No pocos lectores de distintas latitudes e idiomas han supuesto que el legendario y sangriento Empalador, Vlad Tepes (1431-1476), influyó en Bram Stoker para crear su vampiro —uno de los casos más notables de los últimos tiempos es Drácula de Bram Stoker (1992), la película de Francis Ford Coppola; pero Oscar Palmer Yáñez, en su edición crítica y anotada de Drácula (Valdemar, 2005), bosqueja que fue muy poco lo que Stoker supo del príncipe valaco y que todo se limitó a lo leído en Un informe sobre los principados de Valaquia y Moldavia (1820), de William Wilkinson, entre ello la palabra “Drácula”, lo cual incidió en que su personaje en ciernes dejara de llamarse Conde Wampyr.
Elizabeth Kostova, por su parte, deja claro en su obra que el Conde Drácula de Stoker no es el Vlad Tepes histórico y legendario; pero todo sugiere que tal acendrada confusión y tergiversación la indujo y sedujo a que el Vlad Tepes de su novela, extirpado de la historia y de la leyenda negra, sí sea un vampiro que en mayo de 1974 ya lleva casi 500 años ser un endemoniado No Muerto, bibliófilo, culto, apestoso y sanguinario.
Así, si en la novela de Bram Stoker se entabla una conjura de víctimas y asociados (precedida por el doctor Abraham van Helsing) para investigar, perseguir, cazar y eliminar al vampiro, en la novela de Kostova también se sucede una investigación, búsqueda, persecución y caza del vampiro que no sólo se restringe al lapso comprendido entre 1957 y 1974 (tiempo en que la erudita e inteligente Helen indaga y lo busca por todo el mundo llevando una vida secreta), sino que se remonta a 1477, cuando Su Majestad Mehmet II, el sultán que tomara Constantinopla en 1453 y acérrimo enemigo de Vlad, fundó la Guardia de la Media Luna, ex profesa para cazarlo y ultimarlo, aún activa en 1954 y a la que entonces pertenecen los turcos Turgut Bora y Selim Aksoy, eruditos y bibliófilos.
En la novela de Stoker, según la información recopilada por Van Helsing de su “amigo Arminius, de la Universidad de Buda-Pest”, el Conde Drácula y ciertos miembros de su “estirpe noble e ilustre”, “tenían tratos con el Maligno” y adquirieron “sus secretos en la Escoliomancia, entre las montañas que se alzan sobre el lago Hermannstadt, donde el diablo reclama a uno de cada diez pupilos como pago”.
En la novela de Kostova, Vlad Drácula, al parecer, se transformó en No Muerto en el susodicho rito herético celebrado en la antigua abadía de Saint-Matthieu-des-Pyrénées-Orientales.
El Conde Drácula, tras ser perseguido hasta el pie de su castillo transilvano y ejecutado por el machete de Jonathan Harker que le siega la garganta y el cuchillo de Quincey Morris que le hunde en el corazón, “en un respiro todo el cuerpo se deshizo en polvo y desapareció”. 
Mientras que Vlad Drácula, sorprendido en mayo de 1974 en la subterránea cripta de dicho monasterio (alrededor de su ritual llegada confluyen Paul; su hija y Barley; Master James, quien seguía a éstos; y Helen, quien arriba por su secreta pesquisa), muere por una certera bala de plata que tuvo que darle en el corazón (según dicta el clisé); entonces, apunta la historiadora, “Drácula no se movió tal y como yo había esperado un momento antes, sino que en lugar de abalanzarse sobre nosotros osciló, primero hacia atrás, de modo que su rostro pálido y cincelado se reveló un momento, y después hacia adelante, hasta que se oyó un golpe sobre la piedra, un ruido como el de huesos al romperse. Fue presa de convulsiones un segundo y luego quedó inmóvil. A continuación dio la impresión de que su cuerpo se transformaba en polvo, en nada, incluso sus ropajes se pudrían a su alrededor, marchitos a la luz desconcertante.”
Dado que un No Muerto puede transformarse en murciélago, lobo, perro, nube o neblina que repta y se mueve a voluntad, o puede controlar elementos de la naturaleza como la tormenta, el rayo y el trueno, e incluso “desvanecerse y llegar desapercibido”, no pocos lectores han supuesto que en realidad el Conde Drácula no murió, sino que sólo se esfumó, pues no fue eliminado con el riguroso ritual descrito y practicado con Lucy Westenra por el propio Van Helsing.
Vlad Tepes el Empalador
En este sentido, no resulta fortuito que la historiadora, en el “Epílogo” de la novela de Kostova, diez años después de que Paul, su padre, muriera en Sarajevo al pisar una mina antipersona, en un pequeño museo-biblioteca de Filadelfia donde se exhiben “notas de Bram Stoker para Drácula, seleccionadas de fuentes conservadas en la biblioteca del Museo Británico, y también un importante folleto medieval”, “cuarenta páginas impresas en un pergamino impoluto del siglo XV”, cuya portada muestra una xilografía del rostro de Vlad Tepes y que desde luego versa sobre su vida y crueldad, tras examinarlas y salir de allí, la bibliotecaria la alcance en la calle y le entregue una libreta que la historiadora creyó guardar en su bolso y un libro antiguo que la empleada supone olvidó y que resulta ser un ejemplar más (como con movimiento autónomo) de los libros vacíos con un dragón en el centro (traza el croquis de la supuesta tumba de Vlad en el Lago Snagov, en Rumanía) y que otrora, Vlad Drácula solía imprimir en su oculta y rica biblioteca y deslizar sin que lo vieran a quien sentía investigando y olisqueando muy cerca de sus talones (una críptica y elíptica advertencia para que se detuvieran o quizá para exacerbar el juego del gato y el ratón), tal y como otrora ocurrió con el profesor Rossi, con el estudiante Paul, con el historiador Hugh James, y con los eruditos Turgut Bora y Anton Stoichev.

Elizabeth Kostova, La historiadora. Traducción del inglés al español de Eduardo G. Murillo. Umbriel. España, 2005. 704 pp.