Los únicos jefes de las dos escuelas pictóricas de México
Algunos libros de la historiadora y crítica de arte Raquel Tibol (Basavilbaso, Provincia de Entre Ríos, Argentina, diciembre 14 de 1923-Ciudad de México, febrero 22 de 2015) tienen su origen en los numerosos artículos publicados por ella desde mediados de 1953 (recién llegada a México) en revistas y suplementos mexicanos. Por ejemplo, Pasos en la danza mexicana (UNAM, 1982); Gráficas y neográficas en México (SEP/UNAM, 1987); Episodios fotográficos (Proceso, 1989); Diversidades en el arte del siglo XX. Para recordar lo recordado (Galileo/UAS, 2001); Ser y ver mujeres en las artes visuales (Plaza & Janés, 2002); y Nuevo realismo y posvanguardia en las Américas (Plaza & Janés, 2003).
Raquel Tibol en 1978 (foto: Pedro Meyer) |
La índole ecuménica de sus libros es innegable. Así que si un lector del siglo XXI quiere acceder a una semblanza de, por ejemplo, Anna Sokolow, Xavier Francis y Guillermina Bravo, acudirá, sin duda, a los indispensables libros de Alberto Dallal; pero también, dada la calidad y el polémico prestigio de la pluma, contrastará lo consignado por Raquel Tibol.
Algo parecido puede acotarse sobre Gráficas y neográficas en México. Además de ensayos sobre el decurso de tales vertientes plásticas, el libro comprende “Retratos segmentados”, tanto de José Clemente Orozco, como de Alfredo Zalce, Elizabeth Catlett, Mauricio Lasansky, Francisco Moreno Capdevila, Jesús Martínez y Antonio Martorell.
En Episodios fotográficos se pueden leer ensayos que abordan aspectos técnicos e históricos de la foto y eventos relativos a la fotografía; pero también breves acercamientos a fotógrafos cuya presencia en el México del siglo XX es trascendental: Tina Modotti, Manuel y Lola Álvarez Bravo, Henri Cartier-Bresson, Nacho López, Héctor García, Graciela Iturbide, Lourdes Grobet, Carlos Jurado, Pedro Meyer, entre otros.
Confrontaciones (Sámara, 1992) |
Confrontaciones: crónica y recuento (Sámara, 1992) es un libro diferente. Raquel Tibol no se limitó a reproducir exclusivamente su voz, sino que a través de documentos y fragmentos de entrevistas y artículos compilados por ella (que es la guía con sus lógicos énfasis y matizaciones), conformó un libro colectivo, con numerosas voces (artistas, críticos, periodistas, museógrafos, funcionarios) y opiniones antagónicas que ilustran sobre ciertos sucesos relativos al movimiento plástico mexicano, ocurridos entre 1964 y 1979. El título del libro no lo sugiere únicamente el nombre que Vicente Rojo propuso para Confrontación 66, sino sobre todo el clima de controversia que se respira en cada página.
Confrontaciones no es un libro concluyente ni definitivo. Es un bosquejo que coadyuva a comprender el itinerario, los intríngulis y el mapa de algunos episodios que son parte de la historia de la plástica mexicana del siglo XX. Ejemplos: los enfrentamientos entre realistas y abstractos que tuvieron como escenarios el Salón Esso que en 1965 se montó en el Museo de Arte Moderno; y la legendaria y no menos polémica Confrontación 66, cuyos capítulos se suman a las semblanzas visuales, a las cronologías y ensayos reunidos en Ruptura 1952-1965, el defectuoso y visualmente frustrado catálogo de la exposición montada, en 1988, en el Museo Carrillo Gil. En tal catálogo se reproducen, entre otras cosas, “La cortina de nopal” que José Luis Cuevas publicó por primera vez, en 1956, en México en la Cultura, suplemento de Novedades, y la conferencia que Juan García Ponce leyó en Confrontación 66, que según Raquel Tibol se llama: “Algunos ejemplos individuales de pintura mexicana dentro de diferentes estilos, tendencias y soluciones, con mirada hacia el pasado y proyección hacia el futuro”; lo cual supone completar el numerito: imprimir en un sólo libro las otras conferencias y la memoria (si es que existe) de las mesas redondas.
Si el término ruptura lo usó Octavio Paz en “Tamayo en la pintura mexicana”, ensayo firmado en París, en 1950, cuando dijo que “La aparición de un nuevo grupo de pintores —Tamayo, Lazo, María Izquierdo, etcétera—, entre 1925 y 1930, produjo una escisión en el movimiento iniciado por los muralistas”, y que en este sentido “La ruptura no fue resultado de la actividad organizada de un grupo sino la respuesta aislada, individual, de diversos y encontrados temperamentos”, en 1988 José Luis Cuevas refrenda el término para su molino y generación: “Me parece muy acertado llamar a esta generación a la que pertenezco la de la ‘Ruptura’, porque efectivamente todos abrimos nuevos caminos para el arte en México. A partir de nosotros la plástica nacional sufrió un cambio y las generaciones más recientes mucho nos deben por ello.”
Confrontaciones, dentro de los lapsos temporales que abarca, da cuenta de excesos bizantinos, de rivalidades, dimes, diretes, conjuras, asambleísmos y anquilosamientos en que incurrieron numerosos artistas y críticos. Por ejemplo, a Tamayo (quien en 1965 figura como el dedo flamígero que impidió que Benito Messeguer ganara el primer premio del Salón Esso) en medio del fragor que suscitó Confrontación 66 se le ocurrió pontificar con la porra en la vociferina: “Los únicos jefes de las dos escuelas pictóricas de México somos David Alfaro Siquieros y yo, y como jefes somos los únicos que podemos ser jurados en cualquier tipo de confrontación, porque nosotros sabemos quién es quién.”
Desde los años 50 Raquel Tibol publicó artículos y entrevistas que le hizo a David Alfaro Siqueiros. Como en 1967 éste destinaba sus energías a lo que se iba a llamar La marcha de la humanidad hacia la lucha por su liberación y que debido a las presiones del eje Miguel Alemán-Manuel Suárez-Zabludowsky terminó llamándose La marcha de la humanidad en la Tierra y hacia el cosmos, la esculto-pintura del Polyforum que Tibol hizo polvo con sus críticas de fines del 71 y comienzos del 72, se acordó que ésta redactaría, con las ideas de Siqueiros, el Mensaje a un joven pintor mexicano, publicado el mismo año de la encomienda y con la firma del muralista dentro de la colección Mensajes de Empresas Editoriales.
Si bien en Siqueiros no sorprende la retórica, lo panfletario, las repeticiones, lo obnubilado, la apología y el abecé del realismo y de la Escuela Mexicana de Pintura y la obtusa y obsoleta convicción de que para el arte de Estado: “el arte público”, sólo “el Estado debe ser el director, el guía, como lo fue el Vaticano para el arte católico”, no deja de sorprender la actitud sectaria, la ortodoxia y el anacronismo en que incurrieron los artistas (parecían artisdoides de vecindario) que se agruparon en el supuesto Salón Independiente a raíz de su desacuerdo con los términos en que el INBA y el programa cultural de la XIX Olimpiada convocaron a la Exposición Solar 1968.
Entre los acontecimientos sintomáticos que registra Confrontaciones, está, por ejemplo, la efímera estancia en México del crítico argentino Jorge Romero Brest, autor de La pintura del siglo XX (1900-1974), breviario del FCE cuya primera edición se remonta a 1952, pero que en 1965, tras un viaje a Nueva York, ignoraba lo que ocurría en México. Algunos proyectos museográficos de Fernando Gamboa empeñado en favorecer a los jóvenes en el extranjero y no sólo a la vieja guardia: las crónicas que Tibol le dedica hacen pensar en la obligación moral (aún no cumplida) de producir una exposición-homenaje mucho más amplia de la montada, en 1990, en el Museo Cuevas: Pintura mexicana 1950-1980 (con la misma obra expuesta antes en Nueva York y que fue la última muestra que organizó antes de morir en un accidente automovilístico), como de la importancia de escribir su biografía, compilar sus declaraciones y escritos, y el itinerario y las características de sus aportaciones en el desarrollo de la museografía en México.
Se alude una muestra colectiva que se inauguró el 10 de noviembre de 1971 en la Galería de Arte Edvard Munch, organizada para conmemorar la represión del Jueves de Corpus de ese año. El mural (o más bien mosaico) colectivo que en 1968 realizaron varios pintores sobre las láminas de cinc que en Ciudad Universitaria cubrían los restos del otrora monumento a Miguel Alemán, hecho pedazos por segunda vez en 1965 con una carga explosiva que lo dañó para siempre. En tal pasaje que menciona las represiones al movimiento estudiantil, Tibol regaña y pone como camote a Francisco Icaza por el sólo hecho de haber pintado en las láminas de cinc una caricatura de Siqueiros con una etiqueta que decía “Presidente de la Zona Rosa”, en vez de compenetrarse con las razones del movimiento y del supuesto mural. Por si fuera poco, Tibol defiende a Siqueiros y lo hace figurar como todo un heroíno. Desde luego que se advierte idolatría, padecimiento que contagió a más de uno. El fotógrafo Héctor García, por ejemplo, quien fue un huérfano patito feo de la Candelaria de los Patos que llegó a subsistir en una correccional, lo llamaba “Maestro”; y sobre su actitud reverente alguna vez le confesó a Elena Poniatowska: “es el único que me ha hablado de mi padre”.
Raquel Tibol dándole una cachetada a Nuestra imagen actual Ilustración de El Fisgón publicada en La Jornada Miércoles 20 de enero de 1993 |
Cabe señalar que así como para el presente libro Raquel Tibol actualizó sus comentarios en lo que respecta al Salón Esso: hace aparecer a Olga Tamayo como “pitonisa de la perestroika”, pues gritaba en medio de la trifulca, de los jaibolazos y de las trompadas que se dieron José Luis Cuevas y Francisco Icaza: “¡Son los ardidos comunistas! ¡Pero sepan que se acabaron las hoces y los martillos!”, así también —pese a que más adelante relata las divergencias que tuvo con Siqueiros y la estruendosa cachetada que Tibol le dio en 1972 durante una de las sesiones del quimérico Primer Congreso Nacional de Artistas Plásticos— pudo haber actualizado su comentario sobre el muralista. Carlos Monsiváis, dentro de la añeja crónica que le dedica al pintor en su libro Amor perdido (Era, 1977), además de su índole estalinista y de su triste y terrorista asalto a la casa de Trotsky en Coyoacán (perpetrado el 24 de mayo de 1940), recuerda que Siqueiros apoyó incondicionalmente la invasión rusa que puso fin a la lucha por democratizar el socialismo que implicó en Checoslovaquia el movimiento de la Primavera de Praga; que después de la masacre del 2 de octubre del 68 visitó al general Marcelino García Barragán, Secretario de la Defensa; que asistió a las urnas en julio de 1970; y que depositó “manifiestas esperanzas” en el presidente Echeverría.
Sin embargo, así como en Episodios fotográficos Raquel Tibol observa que las fotos que Héctor García le tomó al muralista: “serán siempre necesarias y aun indispensables para completar la imagen de Siqueiros”, el estudio de su ideario implica la lectura de las entrevistas, de los artículos de Tibol y del añejo Mensaje, por ende habrá que acudir a Palabras de Siqueiros (FCE, 1996), cuya selección, prólogo y notas se deben a ella, y que parece la culminación de otros libros anteriores (que enumera en la “Advertencia”) y de “unos 200 artículos, entrevistas, conferencias y emisiones radiofónicas en torno al autor de La marcha de la humanidad”.
Pese a la portada dizque subliminal hecha en computadora por Pablo Rulfo y Juan Antonio García a partir de reproducciones fotográficas de una obra sin título ni fecha de Fernando García Ponce y Nuestra imagen actual (1947) de Siqueiros, el libro, desde el punto de vista plástico, no es atractivo ni ingenioso: tiene erratas y carece de iconografía.
Raquel Tibol, Confrontaciones: crónica y recuento. Ediciones Sámara. México, 1992. 280 pp.