domingo, 18 de mayo de 2014

Santuario



Una negra amenaza sin nombre

Reza la somera leyenda que después de publicada su novela The Sound and the Fury (Jonathan Cape & Harrison Smith, Nueva York, 1929), William Faulkner (1897-1962) escribió, en tres semanas de ese aciago año, la primera versión de Sanctuary, cuyo tremendismo a uno de los editores le pareció impublicable (“Ambos terminaríamos en la cárcel”) y a él “barata”, “concebida para hacer dinero”. Pero tras recibir las galeras, Faulkner la reescribió y fue publicada en Nueva York, en 1931, por Jonathan Cape & Harrison Smith. Su truculencia la convirtió en su obra más vendida y en 1933 fue traducida al francés y adaptada en Hollywood en un filme de la Paramount dirigido por Stephen Roberts y protagonizado por Miriam Hopkins: The Story of Temple Drake.  
William Faulkner en 1931
La presente traducción del inglés al castellano de Santuario hecha por José Luis López Muñoz de la edición revisada por Faulkner en 1958, ha sido ampliamente difundida en el ámbito del idioma español, ya porque la comercializa la poderosa trasnacional Grupo Santillana Ediciones Generales a través del sello de Alfaguara y porque figura cedida y antologada en el tomo I de las Obras completas de William Faulkner editado en España, en 2004, por Aguilar, donde es precedida por un prólogo de Michael Millgate. Tal traducción también fue impresa en 1982, en Barcelona, por Ediciones Orbis, con el número 1 de la serie Los Premios Nobel, cuya distribución se hizo a través de estanquillos de periódicos y revistas, incluso de la Ciudad de México y de Xalapa.
Serie los Premios Nobel
(Orbis, Barcelona, 1982)
Pese a que al término la novela se debilita con el esbozo biográfico del matón Popeye, Santuario es una obra maestra inscrita en la saga del condado de Yoknapatawpha. En tal imaginario ámbito geográfico de la zona sur del río Mississippi (que oscila entre las inmediaciones y las poblaciones de Jefferson, Kinston, Oxford, Jackson y Memphis), Faulkner comprime una visión crítica y corrosiva en torno a los atavismos, la idiosincrasia, los prejuicios puritanos e intolerantes, la xenofobia, el machismo, la misoginia, los hábitos, los usos, las costumbres, las tradiciones, la división de razas y clases sociales, y la podredumbre social del orbe sureño de Estados Unidos en medio de la prohibición (históricamente sucedida entre 1919 y 1933). Todo lo proscrito por la ley seca (fabricación, transporte, distribución, venta y consumo de alcohol, y tácitamente la exportación e importación) ha sido trastocado y en ese mercado negro confluyen fabricantes y contrabandistas, y toda una gama de civiles y autoridades policíacas, judiciales y políticas. En ese sentido descuella “la casa del Viejo Francés”, una astrosa casona “construida antes de la Guerra Civil” (1861-1865), ubicada en una demarcación rural no muy lejos de Oxford y de Jefferson, que es el escenario donde desde hace cuatro años opera Lee Goodwin, fabricante de whisky, y donde coincide un grupo de bandoleros y contrabandistas. Pero también la casa de citas que en Memphis regentea la vieja Reba Rivers, bebedora de cerveza y de ginebra, quien fanfarronea sobre su poder y fama: “Cualquier persona de Memphis te dirá quién es Reba Rivers. Pregunta a cualquiera que te encuentres por la calle, tanto si es un policía como si no. He tenido a algunas de las personas más importantes de Memphis en este casa: banqueros, abogados, médicos; todos han venido. Tuve a dos capitanes de la policía bebiendo cerveza en el comedor y a su jefe en el piso de arriba con una de mis chicas. Se emborracharon, tiraron la puerta abajo y se lo encontraron en cueros, bailando como un loco. Un hombre de cincuenta años, que medía siete pies, con la cabeza de un alfiler. Buena persona. Me conocía bien. Todos conocen a Reba Rivers. Se gastaban aquí el dinero a manos llenas, ya lo creo que sí. Todos me conocen. Nunca he engañado a nadie, corazón.”
Dispuesta en XXXI capítulos, Santuario dosifica las anécdotas, los datos, el perfil psicológico y la personalidad, los lugares y tiempos, los matices y el suspense con enorme maestría y riqueza narrativa (incluidos rasgos y pasajes humorísticos) y por ende el lector se mantiene en vilo armando el rompecabezas. Los episodios nodales se suceden entre mayo y junio. Gowan Stevens, joven nacido en Jefferson y egresado de la Universidad de Virginia (donde dizque aprendió a beber como un caballero), tras un baile nocturno y una necia borrachera sucedida un viernes en Oxford, al día siguiente lleva en su auto a la joven Temple Drake, de 17 años, hasta la casa del Viejo Francés, donde sólo quería comprar una botella (se desviaron de su ruta a Starkville donde asistirían a un festivo partido). Pero está tan briago que choca su auto contra el tronco que interrumpe la trocha que lleva a la casa. En la espera de conseguir un coche que los saque de allí, aumenta su borrachera y se suceden violentos altercados con los contrabandistas, quienes no dejan de percibir la inquietante, delgaducha, semianiñada y pelirroja presencia de Temple, débilmente protegida por Ruby Lamar, la humilde y astrosa mujer de Lee Goodwin con un sórdido historial, y por Tommy, quien descalzo y sigiloso sigue los pasos del matón Popeye. 
El caso es que el domingo por la mañana (casi al final de la novela se sabe que era el 12 de mayo), Gowan Stevens, con una mezcla de cobardía y vergüenza ante sus desfiguros, abandona allí a Temple (un taxi pagado por él debía recogerla, pero nunca llega). Ella, escondida por Ruby para eludir el posible abuso de alguno de los contrabandistas, pasó la noche en el tapanco del desvencijado granero. Poco después de que despierta, Popeye se introduce en éste y se desencadena lo atroz: Tommy es asesinado de un balazo en la cabeza y Temple violada y secuestrada por Popeye, quien se la lleva en su poderoso Packard y la conduce hasta una habitación que en Memphis le renta a Reba Rivers. 
Horace Benbow, nacido en Jefferson y abogado en Kinston, recién dejó a su mujer después de diez años de matrimonio, más que por el asco a las gambas que semanalmente adquiere ésta, por la atracción incestuosa que experimenta ante su hijastra, la pequeña Belle. En su regreso a Jefferson (tiene una casa allí y su hermana Narcissa vive a cuatro millas del pueblo) pasó bebiendo, sin proponérselo, una noche en la casa del Viejo Francés. Allí conoció al matón Popeye, a Tommy, a un anciano ciego y sordo, a Lee Goodwin y a Ruby, quien tiene un bebé de éste. Al enterarse de que Goodwin está en la cárcel de Jefferson y que se le imputa el homicidio de Tommy y por tal será condenado a la horca, intuye la identidad del verdadero asesino y por ende, dada su estima por Ruby y por un personal sentido de la justicia, se propone, como abogado defensor, reunir las pruebas que demuestren su inocencia.
Goodwin y Ruby, por miedo, no quieren señalar a Popeye como el asesino; pero ella le confiesa la presencia de Temple en el escenario del crimen. El senador Snopes le vende a Horace la información de que Temple está en el burdel de Reba Rivers. Horace viaja a Memphis y trata de convencerla para que su testimonio salve a Goodwin de la horca.
Ya durante el juicio, que empieza el 20 de junio y concluye el día siguiente, Horace espera que Temple libre al acusado. Temple aparece el día 21 acompañada por su padre, que es juez en Jackson, y por sus cuatro hermanos. Pero ella no revela la identidad del asesino, sino que culpa a Goodwin. Y no es que por pánico encubra a Popeye, sino que por tácitas instrucciones de su padre dizque protege la reputación de éste y el supuesto honor de ella, pues así se elude ahondar en torno a los trasfondos del objeto que el fiscal del distrito exhibe como prueba hallada en el lugar del crimen: una mazorca que parecía “haber sido sumergida en pintura de color marrón oscuro”: el instrumento con que Popeye violó a la joven de 17 años, preludio de su secuestro. 
Ese interés por maquillar la reputación del juez de Jackson y de la propia Temple no es más que un indicio de la generalizada hipocresía y del intolerante puritanismo que impera y trasmina el corrompido orbe del condado de Yoknapatawpha. Las bebidas alcohólicas están prohibidas, pero se producen, contrabandean y circulan a raudales, incluso entre los estudiantes de Oxford, de cuyo “gallinero” (la residencia femenina) solía escaparse por las noches la locuaz y libertina Temple Drake. El vínculo agresivo y sadomasoquista que ella entabla con el matón Popeye, no es el de una víctima martirizada en contra de su voluntad, sino el de una hembra que, inquilina en un prostíbulo, juega con su papel de mantenida y “amante” de un matón que es impotente y al que le gusta mirar cómo otro hace lo que él no puede hacer. Narcissa, la acomodada hermana de Horace Benbow, para protegerlo del qué dirán, trata de que no viva en la casa de Jefferson sino en su residencia y de que pronto regrese a Kinston con su mujer, y de que ante todo abandone la defensa del acusado y la protección pecuniaria que les brinda a Ruby Lamar y a su bebé, porque las habladurías en Jefferson dan por supuesto que Goodwin es un asesino y ella una furcia con la que Horace se acuesta y que para sostener tal circunstancia, no lo saca de la cárcel. Tal es así que Horace no puede, en su casa, darles refugio a Ruby y a su bebé. Los instala en un hotel, pero poco después un puritano comité de señoras de la Iglesia baptista presiona al dueño para que los expulse. Ruby y su bebé se resguardan en la cárcel, gracias a la bondad de una mujer. Horace les busca nuevo alojamiento y sólo lo encuentra en la marginal casucha de una humilde anciana a la que dan por loca y bruja que prepara bebedizos para los negros. Horas después de que Lee Goodwin fue condenado a la horca, ya pasadas las 12:30 de la noche, una horda de enardecidos e intolerantes habitantes de Jefferson incendia la cárcel y así queman vivo al supuesto asesino; y cuando aparece por allí Horace, se oyen voces que amenazan con quemarlo, sólo por haber buscado que declararan inocente al creen el homicida. 
Siendo así de predecibles y normales las cosas que suceden en tal mórbido y violento entorno, no sorprende que el matón Popeye, quien gasta a manos llenas (mientras su madre lo “creía recepcionista en un hotel de Memphis durante el turno nocturno”), haya ido de crimen en crimen con elocuente impunidad. Cuando en agosto de ese año Popeye es “detenido en Birmingham por el asesinato de un policía” ocurrido el “17 de junio” “en una pequeña ciudad de Alabama”, se da el caso de que en realidad ese día él estaba en otro sitio matando a otra persona. No obstante, Popeye —quien siempre viste un ajustado traje negro, fuma como chacuaco y no bebe una gota de alcohol— prácticamente no mueve un dedo para defenderse y por esa errada imputación es ahorcado. 


William Faulkner, Santuario. Traducción del inglés al español de José Luis López Muñoz. Serie Los Premios Nobel (1), Ediciones Orbis. Barcelona, 1982. 336 pp.





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