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lunes, 7 de noviembre de 2022

El castillo de Barbazul

 

Esa casa es un agujero negro

 

I de VII

Editada por Tusquets en la Colección Andanzas, en marzo de 2022 apareció, en México y España, El castillo de Barbazul, tercera entrega de Terra Alta, serie de novela negra del escritor español Javier Cercas (Cáceres, 1962), protagonizada por Melchor Marín, “el héroe de Cambrils”.

           

Colección Andanzas, Tusquets Editores
Ciudad de México, marzo de 2022

           Vale recordar, brevemente, que Melchor Marín —según se lee en Terra Alta (Planeta, 2019)—, entonces un mosso d’esquadra de una comisaría de Nou Barris (empeñado, en secreto, en localizar a los asesinos de su madre), la madrugada del 18 de agosto de 2017 iba manejando su auto
“a veinte kilómetros de Tarragona”, cuando recibió otra llamada de la comisaría que le ordena desviarse “hacia Cambrils”, pues “Parece que puede haber otro atentado terrorista”. Inesperado encontronazo que ipso facto lo convirtió en el mediático y sonoro “héroe de Cambrils”, pues fue él quien liquidó, con su atronadora arma, a cuatro terroríficos yihadistas. Entonces, para proteger su identidad y su vida fue destinado a la comisaría de la Terra Alta, en el pueblo de Gandesa; en cuya Biblioteca Municipal conoció a Olga Ribera, la bibliotecaria, quince años mayor que él, con quien se casó y tuvo una hija: Cosette. Pero Olga Ribera murió en el hospital, en 2021, tras ser embestida por un vertiginoso auto que le quebró el cráneo y se dio a la fuga. Crimen con el que, desde la sombra y el anonimato, se pretendía advertir y aterrorizar al policía Melchor Marín para que dejara de investigar, por su cuenta, el oscuro intríngulis del caso Adell, por entonces irresuelto y “archivado de manera provisional”.

            Según se lee en Independencia (Tusquets, 2021) —segunda entrega de la serie Terra Alta—, el poli Melchor Marín, desde hace cuatro años, en el cementerio a las afueras del pueblo, casi cada sábado coloca “flores frescas y limpia con un paño la lápida, donde se lee: ‘Olga Ribera, Gandesa, 1978-2021’”. Y por invitación expresa del inspector Blai, flamante jefe del Área Central de Investigación de Personas en Egara (el complejo de los Mossos d’Esquadra próximo a la Ciudad Condal) y otrora sargento y su jefe en la escueta Unidad de Investigación de la comisaría de la Terra Alta, se incorpora, en julio de 2025, a la Unidad de Secuestros y Extorsiones para, ex profeso, investigar el chantaje del que está siendo objeto Virginia Oliver, la alcaldesa de Barcelona. Investigación que el poli Melchor Marín resolvió a la vanguardia, en solitario y tras bambalinas, cubriendo sus pasos de sabueso rastreador y justiciero irredento. Es decir, el vídeo sexual con que amenazaban a la alcaldesa nunca se hizo público y la policía dio por cerrado el caso. Pero Melchor, que recuperó el vídeo y evitó que la alcaldesa renunciara, se lo entregó a esta con un pacto de silencio entre ella y él. Y por azares y confluencias del destino, pudo, durante la pesquisa, encontrar y ajusticiar a los violadores, torturadores y asesinos de su madre.

            En este sentido, diez años después, en 2035, en una conversación informal en la masía de Rosa Adell, “para evitar los silencios incómodos y tal vez para intentar distraer a Melchor” (quien a la mañana siguiente volará a Mallorca en busca de Cosette), “saca a colación la noticia político-mediática del día: Virginia Oliver, exalcaldesa de Barcelona y actual presidenta de la Generalitat, acaba de anunciar que, a pesar de que había contraído el compromiso solemne de no ocupar el cargo durante más de ocho años, volverá a presentarse a las próximas elecciones”. Tema que da pie a que Paca Poch, sargento y jefa de la Unidad de Investigación de la comisaría de la Terra Alta, le pregunte a su jefe el inspector Blai: “¿es verdad que usted y Melchor se ocuparon del chantaje que intentaron hacerle cuando era alcaldesa?” Y se lo pregunta “Porque lo ha leído en las novelas de Cercas” —un botón de muestra del recurrente divertimento del autor de colocarse en la urdimbre de la trama, clisé iniciado en Independencia—. “Eso”, y el “vídeo sexual”, “es casi lo único que es verdad”. Le responde Blai.

Javier Cercas

      “Eso y que me cargaron el caso a mí cuando estaba en Egara. Fue justo antes de volverme aquí, harto de comerme marrones. ¿Verdad, Melchor?

 “Melchor asiente, pero no dice nada, y, mientras se toman la macedonia que ha preparado Ana Elena [la sirvienta boliviana], los dos policías [Paca y Blai] y Rosa hablan sobre el caso. Este fue muy sonado, no tanto por el asunto en sí, sino porque se había resuelto al mismo tiempo que perecían, en un incendio ocurrido en la Cerdanya, el exmarido de la alcaldesa [Daniel Casas], el primer teniente de alcalde del Ayuntamiento [Enric Vidal] y el líder de la oposición conservadora [Gonzalo Rosell], así como el jefe de la guardia pretoriana de la alcaldesa [Hematomas] y otra persona cuyo cadáver jamás se llegó a identificar [Ricky Ramírez, el soplón y grabador del vídeo sexual]. La simultaneidad entre esas cinco muertes y el fin del chantaje a la primera regidora disparó conjeturas, la más insistente de las cuales afirmaba que la escabechina había sido el resultado de una lucha gansteril por el poder de la capital catalana, que los muertos habían intentado extorsionar a la alcaldesa para arrebatarle el bastón de mando y que la alcaldesa había aprovechado la coyuntura para desembarazarse de ellos ordenando aquella masacre disfrazada de accidente.

“—Eso no es lo que cuenta Cercas —asegura Paca Poch.

“—A Cercas, ni caso —recomienda Rosa—. Se lo inventa todo.

“—No sé lo que cuenta Cercas, pero la del asesinato es la versión que se ha impuesto —sostiene Blai, con una mueca despectiva—. Y es falsa. Aquello fue un accidente, no un asesinato. Lo que pasa es que eso a la gente le parece demasiado prosaico. Prefieren inventarse una conspiración, que mola más. La realidad nos aburre, esa es la triste verdad. Preferimos la fantasía. No tenemos remedio, Paca: somos una panda de idiotas.”

 II de VII

La novela El castillo de Barbazul comprende cuatro partes, con sus correspondientes capítulos, más un “Epílogo”. Y cada una de esas cuatro partes está precedida por un capítulo en letra cursiva, en el que se bosqueja, sobre todo, la biografía, el ideario y la perspectiva mental y sexual de Cosette, la hija de Melchor Marín, huérfana de madre desde los tres años, pasando por el dilema psíquico y nodal que la aqueja en 2035, cuando a sus 17 años descubre en la web, por su cuenta e incitada por los dichos y rumores de sus compañeras del último curso de bachillerato en el Instituto Terra Alta, que su madre no murió en un accidente, sino que fue atropellada por un auto que conducía Albert Ferrer, el entonces marido de Rosa Adell y progenitor de sus cuatro hijas; y que tal aciaga muerte, supone, puedo evitarse si su padre, el policía Melchor Marín, no hubiera insistido en investigar los ocultos y hediondos trasfondos del caso Adell: la tortura y masacre de los padres de Rosa y el asesinato de la camarera rumana. 

         

Ilustración de Wischniowski

      Ese hallazgo es para Cosette un shock de lo más traumático y revulsivo: se avergüenza por segunda vez de su papá, su otrora inmaculado héroe, una especie de idealizado paladín cubierto de una armadura resplandeciente, que ahuyentaba el peligro y vencía a los malos; y se siente engañada y traicionada por quien ahora ve como el asesino de su madre; lo cual se refleja en la neurótica y agria acritud y distanciamiento ante él y frente a su círculo de amigas; en el creciente desinterés escolar y ante sus vaporosas expectativas universitarias en Barcelona. De modo que Cosette, que previo a la Semana Santa había ido a pasar cinco días de vacaciones en Mallorca con su amiga Elisa Climent, no regresa con esta y se queda allá. Según le dice Elisa a Melchor al llegar a la estación de autobuses de Gandesa, “Cosette está bien. Me ha dicho que se quedaba porque necesita pensar. Y que cuando llegara, le llamara a usted para decírselo.” A lo que de inmediato se suma el hecho de que Cosette no le toma la llamada y de quien luego recibe un imprevisto wasap: “Papá, no me llames, por favor”; “No quiero hablar contigo. Estoy bien. No te preocupes y déjame respirar un poco.” Oscuro trasfondo que se agudiza aún más cuando, tratando de localizarla con apoyo policíaco de la comisaría de Terra Alta y del sargento Pol Cortabarría, jefe de la Unidad Central de Personas Desaparecidas en Egara, recibe un par de wasaps aún más desconcertantes cuando ya anda en la isla de Mallorca rastreando a su hija: “El primero contiene una ubicación de la plaza del Duomo, en Milán; el segundo, un mensaje. ‘Papá, sé que me estás buscando’, dice. ‘Déjame en paz, por favor. Estoy muy bien, pero no quiero saber nada más de ti. He conocido a una persona y no pienso volver a casa. No vuelvas a llamarme ni escribirme, porque no te voy a contestar. Adiós.’”

III de VII

Vale decir que en 2035, Melchor Marín, el legendario “héroe de Cambrils”, hace cinco años dejó la policía y se convirtió en bibliotecario en la Biblioteca Municipal de Gandesa; es decir, se da por entendido que concluyó, a distancia, sus estudios de biblioteconomía en la Universitat Oberta de Catalunya —algo que ya estaba haciendo hace una década, según se lee en Independencia—. Y esa modesta labor de gris bibliotecario (que comparte con una colega llamada Dolors) avergonzó, por primera vez, a su hija Cosette, quien entonces tenía doce años y aún creía que su padre era una especie de héroe, el paladín de la armadura resplandeciente que luchaba contra los malos y la protegía de los peligros. No obstante, pese a su modesto empleo, Melchor es amante de Rosa Adell, la acaudalada heredera del emporio transnacional fundado con Gráficas Adell por su asesinado padre. Rosa Adell, una exitosa mujer de negocios, también es quince años mayor que Melchor Marín; es decir, tiene 55 años y en la infancia fue amiga de Olga Ribera. No obstante, pese a su edad, a sus cuatro hijas y a sus nietos, es bastante sensual y cachonda; de ahí que en un pasaje erótico diga de sí misma: “Soy una vieja lujuriosa”. Y si fuera por ella se casaría de inmediato con él. Curiosamente, al final del pasaje, que se lee en Independencia, donde infructuosamente Rosa trata de introducirlo en su recámara en un hotel de Barcelona, “le dice, señalándolo con su índice admonitorio”: “No te engañes, Melchor”. “Tú siempre serás un poli.”

            Y parece que es así —inextricable al hecho de que en el fondo de sí mismo es un irrefrenable justiciero de armas tomar—, pues diez años después, en la isla de Mallorca, pese que no tiene placa de policía (ni de detective privado) y a que allí no tiene conocidos ni ninguna jurisdicción, en busca de su hija hace una pesquisa detectivesca que lo lleva a descubrir y a toparse con la corrupción policial y sistémica que gira en torno a uno de los hombres más ricos y poderosos del globo terráqueo: Rafael Mattson, un supuesto filántropo y benefactor de la infancia más desvalida que posee una delirante mansión en el Cabo de Formentor.

          

Ilustración de Christoph Wischniowski

         
Y aquí vale subrayar que, junto a su habilidad e instinto de sabueso rastreador, a Melchor Marín lo asiste su buena estrella en momentos clave. En Terra Alta esclarece el caso Adell y el asesinato de su esposa Olga Ribera (pese a que el reconocimiento a la postre se lo cuelga, con el pecho inflado, el sargento Blai) gracias al empujoncito tras bambalinas que le brinda un poderoso capo mexicano, cuyos guardaespaldas lo secuestran y lo llevan a suite de lujo en Barcelona, donde lo pone al tanto de sus particulares y remotas razones para mover las piezas del abstruso ajedrez. En Independencia da con los asesinos de su madre al investigar la extorsión y el chantaje del que está siendo víctima la alcaldesa de Barcelona y los liquida sin dejar ningún rastro. Y En el castillo de Barbazul recibe en su correo electrónico un anónimo mensaje que lo lleva a Can Sucrer, la casa rural donde vive Damián Carrasco, un viejo cuya imagen a Melchor Marín le traen a la memoria “estampas de viejos guerreros, o de samuráis”. Damián Carrasco supone que el recién llegado quiere comprar la casa y va a remitirlo con el propietario, un tal Biel March; pero Melchor lo interrumpe: “No quiero comprar nada [...] Vengo de Cataluña. Mi hija se perdió aquí hace dos días y me han dicho que hable con usted.” El viejo le pregunta si “¿Ha oído hablar de Rafael Mattson?”. El supramediático “financiero, el magnate, el filántropo, el gran hombre [...] Tiene una casa aquí al lado, en Formentor. Una mansión, más que una casa. Lo más probable es que su hija esté ahí. O que haya estado ahí.”

          

Ilustración de Wischniowski

         
Damián Carrasco, un fortachón y sesentón que fue guardia civil, le asegura “que Mattson es un depredador sexual”. Y algo ve y advierte en Melchor (quizá al “héroe de Cambrils”), pues además de resumirle, con la lengua floja y la mandíbula aceitada, que Rafael Mattson tiene bajo su nómina a policías, jueces y magistrados, le dice: “En esta isla, quien no está a sueldo de Mattson sabe que hay cosas sobre las que es mejor no preguntar... Mattson tiene cogida por los huevos a un montón de gente. En esta isla y fuera de la isla. Y por eso hace lo que le da la gana.” Y le pide a Melchor que le muestre la grabación que obtuvo (a través de un contacto de Blai) en la que se observa a “su hija saliendo de [la discoteca] Chivas la noche que despareció.” Damián amplía la grabación en su computadora, localiza la imagen y le dice de la mujer que acompaña a Cosette: “Se llama Diana Roger. Es una de las conseguidoras Mattson.” Y según le dice, la mayoría de las chicas que desaparecen en la mansión de Mattson vuelven a aparecer: “Unas reaparecen al cabo de un tiempo. Otras se quedan con Mattson o con gente de Mattson, trabajando para él o haciéndole compañía o lo que sea. Las que desaparecen probablemente estén muertas. Algunas de ellas son de aquí, de la isla, chicas normales y corrientes, pero la mayoría son turistas... En fin, esa casa en un agujero negro.” Por la que ha desfilado el rutilante y fétido mundillo del alto pedorraje de la jet set: “magistrados, ministros, celebridades, periodistas estrella, banqueros, presidentes del Gobierno... La cr
ème de la crème. Y, como la casa está llena de cámaras, Mattson los ha filmado a todos.” O sea: “las juergas sexuales que les organiza a sus invitados, y por supuesto las suyas, que para eso es un narcisista de manual.” Y, según le dice, el epicentro (el corazón delator) de la mansión de Mattson es lo que él llama “la cámara del tesoro” (ídem el gabinete secreto y prohibido de Barbazul, el celebérrimo coleccionista de sanguinolentos cadáveres de mujeres asesinadas por él); pues como “Mattson es un depredador sexual”, “se puede imaginar lo que guarda allí. Fotos, grabaciones, papeles, trofeos, de sus víctimas...” O sea: “ropa interior, pulseras, pendientes, pelo público, chicles mascados, de todo. Es posible que también guarde partes de cuerpo conservadas en formol, cosas como lóbulos de orejas, dientes o pezones... En fin, lo que necesita un depredador para revivir el momento en que abusó de sus víctimas.” 

       

Ilustración de Christoph Wischniowski

          Y, según le asegura, como si viera el futuro en una bola de cristal: para acabar con ese ser de las tinieblas “Lo que hay que hacer es entrar en esa habitación, llevarse el disco duro del ordenador donde Mattson guarda las fotos y las grabaciones y, si es posible, fotografiar el resto. Y luego hay que dar a conocer todo eso, enseñárselo al mundo para que quede claro qué clase de individuo es Mattson [...] Esa es la forma de acabar de una vez por todas con ese hombre.”

   

Ilustración de Wischniowski

       Y antes de que el bibliotecario se marche de Can Sucrer, Carrasco le dice, luego de levantarse del sillón de orejas y de escribirle algo en una hoja de papel: “Piénselo. —El antiguo guardia civil dobla la hoja por la mitad y se la tiende—. Hágame ese favor. Y, si decide echarme una mano, ahí tiene mi teléfono. Llámeme y hablamos. Hace tiempo que espero una oportunidad. —Carrasco le pone el papel en la mano y se la cierra sobre él—. Usted decide si ese tipo sigue haciendo de las suyas o no. Pero recuerde bien lo que le he dicho: no va a recuperar a su hija sin destruir a Mattson.”

           Para refrendar tal aserto, Damián Carrasco previamente le resumió el declive de su actividad policíaca, lo cual ocurrió “doce años atrás, cuando el antiguo guardia civil era un capitán recién ascendido y acababan de nombrarlo jefe del puesto de Pollença”. Por un par de denuncias sobre muchachitas desaparecidas y sexualmente abusadas, empezó a investigar a Rafael Mattson. Y en un momento “empezó a detectar irregularidades: lentitudes y torpezas inexplicables, pruebas que no se practicaban o se practicaban mal y a destiempo, testigos que no querían declarar después de haberse ofrecido a hacerlo. Las justificaciones del jefe de la Policía Judicial [...] no le convencieron, y elevó el caso a sus superiores en Inca y en Palma.” Y luego de la persistente vigilancia y de las amenazas con que fue acosada la esposa de Carrasco (“le habían pedido que le dijera a su marido que tuviese mucho cuidado y que no metiera las narices donde no debía”), una abogada del magnate lo visitó e intentó amortiguarlo, pero no pudo. “Por entonces la Guardia Civil y la Policía Nacional de Mallorca investigaban desde hacía unos meses a un cártel de tráfico de estupefacientes que operaba en todo el archipiélago y, poco después de la visita de la abogada de Mattson, se desencadenó una operación contra esa red en la que detuvieron a doce personas, una de las cuales declaró durante los interrogatorios subsiguientes que el jefe del puesto de la Guardia Civil de Pollença estaba vinculado a la organización. Ese mismo día, agentes de la Guardia Civil de la comandancia de Palma irrumpieron en casa de Carrasco y hallaron en un armario doscientos gramos de cocaína y trescientos mil euros en billetes de cincuenta. Carrasco fue detenido, interrogado y juzgado y, aunque se hartó de proclamar que ni la cocaína ni el dinero eran suyos y que era víctima de un complot urdido contra él por no haber cedido a las pretensiones de Mattson, terminó expulsado de la Guardia Civil y condenado a ocho años de prisión, de los cuales cumplió dos y medio.”

          

Ilustración de Wischniowski

           
Pero además le muestra, en un oculto habitáculo de Can Sucrer, el archivo que ha conformado durante “diez años de trabajo”, “de trabajo y de preparativos” para derrotar a Mattson: “Distribuidos por la estancia, hay un arcón, un catre, un escritorio, sillas y archivadores; pero lo que sobre todo atrae la atención de Melchor son las paredes, todas ellas forradas de fotografías, recortes de periódicos y revistas, fotocopias, gráficos, diagramas, dibujos, croquis y toda clase de documentos —centenares, miles de ellos— relacionados con Rafael Mattson. Deslizando una mirada atónica en torno a él, Melchor siente que aquel lugar tiene la forma exacta de una de esas pesadillas irrespirables en las que el vértigo de la lucidez se confunde con el de la locura.” Todo un delirante y pesadillesco gag de set cinematográfico, característico de un psicótico sumergido y perdido en un mundo paralelo.

           

Ilustración de Wischniowski

         El caso es que esa misma tarde, al salir de Can Sucrer y tras arrancar el Mazda alquilado con cuyo navegador y voz de robótica fémina se mueve y guía por la isla, descubre una llanta pinchada. Un par de jóvenes, una mujer y un hombre, se le acercan para ayudarlo. Pero en realidad lo golpean y secuestran. Y al recuperar el sentido, auxiliado por una camarera sudamericana que le da un analgésico, observa que se halla en el gimnasio de la mansión de Mattson; quien casi media hora después aparece, con un par de matones, disculpándose con mucha hipocresía, pavoneo y palabrería, haciendo énfasis en el dizque deferente trato que le brinda por ser “el héroe de Cambrils”, casi el legendario sastrecillo valiente que mató a siete de un golpe: “Matar a cuatro terroristas de una sola tacada no está al alcance de cualquiera, ¿sabe usted cuántas vidas pudo salvar? Supongo que se lo habrán preguntado muchas veces”. Y además de descalificar las supuestas e inofensivas mentiras que sobre él deglute y rumia el otrora guardia civil Damián Carrasco, con mucho cinismo no niega que Cosette estuvo en su casa y se acredita que gracias a él la ha encontrado, pues, le dice, como si cantara un aleluya o el Himno a la alegría, ya está de regreso en el hostal Borr
às, donde se hospedó con Elisa Climent al llegar a Port de Pollença, y donde Melchor también lo hizo para buscarla por la isla, y por ello le presta un móvil para que llame y constate. El gerente del hostal le responde: “Ha aparecido su hija [...] La he llevado a su habitación.” Y Melchor le pide o le ordena: “No deje entrar a nadie en esa habitación”. “Ponga a un camarero en la puerta y espéreme a la entrada del hotel. Voy para allá.” “Melchor recorre en poco más de diez minutos el trayecto que separa Formentor de Port de Pollença, con los neumáticos del Mazda agarrándose entre chirridos a las curvas de los acantilados sobre el mar, que a esa hora es un gran lienzo oscuro picoteando aquí y allá por lucecitas temblorosas.” Y antes de verla “acostada en la cama, de espaldas a él en posición fetal”, el gerente le dijo: “Le he llamado varias veces a su teléfono, pero no me contestaba [...] Un coche la ha dejado tirada en la acera. Eso me han dicho. Yo no lo he visto. La pobre chica... No sé qué le ha pasado, pero algo le ha pasado.”

IV de VII

Melchor Marín regresa con su hija a Gandesa. Al trauma psíquico con el que Cosette partió de vacaciones a la isla de Mallorca, se le ha sumado el trauma por el abuso sexual del que fue víctima entre los dos días y medio en que estuvo desparecida en la mansión del magnate Rafael Mattson. En medio de su hermetismo y de los temas tabú (al parecer vergonzantes y culposos), Cosette prácticamente se la pasa encerrada en su cuarto y distante de su padre; no se incorpora a la escuela, ni quiere hablar con sus amigas ni ver a nadie. “De hecho, Cosette se pasa los días enteros encerrada en su habitación, tumbada en la cama, la mayor parte del tiempo durmiendo o mirando el techo o acurrucada en la misma postura fetal en que Melchor la encontró en su habitación del hostal Borràs al salir de la mansión de Rafael Mattson, de vez en cuando leyendo o mandando wasaps o viendo programas o series de televisión en su tableta. Come poco y mal, y parece víctima de un agotamiento permanente y una tristeza sin fondo, cada vez más delgada, más pálida y más encogida en sí misma.” No obstante, da indicios de querer salir de la evanescencia y del profundo pozo negro porque, sin esfuerzos, acepta que su padre la lleve con una psicóloga que a Melchor Marín se la recomienda Rosa Adell. La psicóloga diagnostica una anemia y una depresión provocada por los abusos sexuales y vejaciones a los que fue sometida durante dos días y medio. Y para su tratamiento le recomienda a Melchor que la interne en la Clínica Mercadal, en Vallvidrera; cosa que Cosette acepta y cuyo alto costo subsidia Rosa Adell. Y si bien Melchor no logra comunicarse con su hija durante las visitas que le hace en la clínica, a través de los diálogos que tiene, con el doctor Mercadal y con la doctora Ibarz, va enterándose de ciertas menudencias (y con él el desocupado lector) y de su paulatino proceso de resarcimiento.

            Y al unísono de sus devaneos mentales y de su rutina laboral en la Biblioteca Municipal de Gandesa, fermenta en Melchor Marín la propuesta justiciera que le hizo el viejo Damián Carrasco en Can Sucre. De modo que desde la biblioteca marca el número que le rotuló en el papelito. Pero Damián Carrasco lo manda a la porra. No obstante, al poco tiempo le llega una carta postal en la que, además de sugerirle adquirir un móvil ex profeso para comunicarse con él al número de un móvil que le da —puesto que el otro lo supone pinchado por la gentuza de Mattson—, le resume su plan para colarse a la mansión y sustraer el disco duro del “cofre del tesoro”. Según le dice, junto a él participará un especialista que conocerá a su debido tiempo. Y además de que le encomienda conseguir las armas y los artilugios y pertrechos para el asalto nocturno, debe integrar a siete participantes más, pues, según le apunta, deben ser diez elementos en total.      

     En resumidas cuentas, Melchor obtiene el aval financiero de Rosa Adell para conseguir en el mercado negro el armamento y los demás chuchulucos de avanzadilla. Y además ella propone (y luego consigue) que la noticia que eclosionará y divulgará la identidad predadora de Rafael Mattson haga boom a través de “Caracol Televisión, el canal más importante de Colombia”, a cuyo presidente, Gonzalo Alvarado, conoció, en una finca a tres horas y media de Medellín, a través de un amigo del novelista Javier Cercas: el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, célebre por su memorioso libro El olvido que seremos (2006), adaptado al cine en la homónima película estrenada en 2019, con la dirección de Fernando Trueba y el papel protagónico del actor Javier Cámara. Para conformar el comando de ocho asaltantes (Melchor incluido), explora en la dark web el catálogo de mercenarios y sus costes. Pero también empieza una labor de persuasión y reclutamiento entre sus conocidos. La sargento Paca Poch acepta de inmediato y también el exsargento Vàzquez, a quien hace una década apoyó y cubrió ante el síndrome bipolar que lo aqueja y que lo descarriló de la investigación del chantaje a la alcaldesa de Barcelona. Vàzquez, a quien no veía desde hace dos lustros, le dice que ya leyó “Las novelas de Cercas” donde aparece “el héroe de Cambrils”. 

   

Javier Cercas

         La segunda, Independencia, en la que se narra el caso de la alcaldesa de Barcelona, la leyó porque Vero, su mujer, le dijo que salía él. Y, le comenta, que en esa novela no se “dice lo que ahora dice todo el mundo, o sea, que a los tres tenores y a Hematomas se los cepilló la alcaldesa... Lo que dice es que te los cepillaste tú, porque descubriste que habían matado a tu madre. —En la semioscuridad del zaguán [del criadero de perros en el municipio La Seu d’Urgell] Vàzquez sonríe con todos los dientes, abriendo mucho los ojos y moviendo a un lado y otro la cabeza—. ¿Qué te parece?... En fin, es lo que dice Vero: las mentiras venden más que la verdad, porque son más resultonas y más fáciles de contar.”

   Algo de esfuerzo y rispidez le cuesta a Melchor involucrar a Ernest Salom, el excaporal y su otrora compañero, guía y amigo tras su llegada a Gandesa en 2017, quien ahora tiene 62 años (“Vive en Prat de Comte” y “cuida de las casas rurales de sus hijas”) y con quien no hablaba desde que en 2021 lo descubrió involucrado en el encubrimiento de Albert Ferrer, autor intelectual del asesinato de sus suegros y el asesino de Olga Ribera; complicidad por la que Ernest Salom pasó siete años y medio en la cárcel de Lledoners. El sesentón e inspector Blai —uniformado jefe de la comisaría de la Terra Alta—, con quien Melchor, cada mañana se toma un café y chismorrea en el bar del japonés Hiroyuki (de quien se dice “había llegado a España con la intención de aprender flamenco, pero la leyenda local, que el interesado desmiente con grandes risotadas y aspavientos, afirma que se esconde de uno de los clanes de la yakuza, que lo persigue para descuartizarlo), se niega con rotundidad, bemoles, palabrotas y reproches. Pero a la hora en que Paca Poch, Vàzquez, Salom y Melchor están sesionando en el departamento de este, llega a integrase, pero con muchas ganas de irse y de no participar, y sólo porque de algún modo Rosa Adell lo convenció. El corro discute los pros y contras de incluir a tres mercenarios, pues según el plan de Carrasco deben ser diez los participantes en el asalto. Pero como no se fían de los mercenarios, deciden que irán a Mallorca sólo ellos cinco y esto sólo lo sabrá Carrasco cuando ya estén reunidos en un departamento en Pollença, un día antes del asalto. Por ende, con Damián Carrasco y el especialista que resulta ser una diminuta exguardia civil llamada Caty (“un mujer muy pequeñita, delgadísima, morena y compacta, con un rostro infantil y una mirada nerviosa”), que conoce y domina el sistema de seguridad que protege y blinda la mansión de Mattson, conforman el número siete; que, quizá no es casualidad, es el arquetípico número de Los siete samuráis (1954), el clásico del cine japonés de Akira Kurosawa; y del wéstern Los siete magníficos (1960), remake y entertainment hollywoodense dirigido por John Sturges; donde, en cada caso, siete diestros valentones y justicieros intervienen para defender y derrotar a una depredadora banda de forajidos que expolia a una vulnerable comunidad campesina que ignora el manejo de las armas y por ende no sabe defenderse y guerrear contra los intrusos; en el primer caso, los humildes samuráis lo hacen por el honor, la heroicidad, el sentido de la justicia y un poco de arroz; en el segundo caso, los magníficos pistoleros, sin ocupación y sin un clavo en el bolsillo, lo hacen por el arrojo, la aventura y unos cuantos dólares que son nada.

   

Fotograma de Los siete magníficos (1960)

         El sábado que Melchor vuela a Mallorca rumbo al asalto, ya en el aeropuerto, “justo a las doce, la hora indicada por el doctor Mercadal, llama a Cosette. Por precaución, lo hace desde el mismo teléfono que usa para comunicarse con Carrasco y con los demás y lo primero que le pregunta su hija es por qué ese sábado no irá a verla. El tono de la pregunta no es quejoso sino despierto, casi festivo, y en ese momento Melchor toma una decisión irracional, que a él mismo le sorprende: contarle a Cosette la verdad” de lo que va a hacer en la isla de Mallorca con el apoyo de los conjurados en el asalto nocturno. Al final de la paciente escucha, Cosette le dice:

—Papá.

“[...]

“—¿Qué?

“¿Puedo pedirte una cosa?

—Claro.

“Cosette tarda un segundo en contestar:

“—Acabad con él.”

Fotograma de Los siete samuráis (1954)

V de VII

El asalto a la mansión de Rafael Mattson debe ocurrir, y ocurre, la noche del domingo, entre las 21:30 y las 23:30. Esas dos horas son un regalo de los dioses para los siete justicieros, pues además de que el magnate no está en la isla ni habrá orgía, durante ese lapso ocurrirá la final de la Champions entre el Barça y el Madrid; un tiempo durante el cual, canturrea Carrasco con retórica de hincha futbolero, “el planeta Tierra dejará de girar, las calles se vaciarán, la gente contendrá la respiración, se hará un silencio sideral”. Además del plano de la casona y del entorno, Carrasco, el indiscutible mariscal de campo, provee el plan de incursión y fuga, y distribuye posiciones, movimientos y responsabilidades. Según Caty, el sistema de seguridad que blinda la fortaleza de Mattson “se llama Odín” y es el mismo “que protege el Congreso de los Diputados y la Moncloa”. Según dice en esa reunión sabatina y casi nocturna en el departamento de Pollença, el programa de “Odín es tan sofisticado que no necesita que lo reinicien, él mismo lo hace sin que nadie se lo ordene... Siete minutos, tarda en hacerlo. Siete minutos exactos: ni uno más ni uno menos. Durante ese tiempo, toda la seguridad de la casa de Mattson estaría bloqueada, suspendida. Eso significa que no funcionarán ni las cámaras de vigilancia, ni las alarmas, ni el sistema de reconocimiento del iris. Nada. Durante siete minutos, la finca entera se quedaría a la intemperie, sin ninguna protección. Desamparada. Uno podría entrar en ella y andar de un lado para otro como Pedro en su casa... Para el sistema, es un punto ciego, su talón de Aquiles.” Y Caty, como especialista que conoce al dedillo ese sofisticado programa de seguridad porque trabaja en la empresa que lo instaló, puede “engañar al sistema, hacerle creer que ha cometido un error”, y por ende propiciar que se reinicie y que la mansión de Mattson sea una inocua coladera durante siete cabalísticos minutos.

            Pero ojo: luego de ese lapsus provocado por Caty con un ciberataque a distancia, la fortaleza de Mattson, como por arte de birlibirloque, se convertirá en una mortal ratonera y los ratones un fácil blanco, pues según les informa: “Al cabo de esos siete minutos todo volvería a la normalidad [...] El sistema volvería a activarse y seguirá funcionando, igual que si no hubiese ocurrido nada. Pero Odín es Odín y, si ese patrón no ha sido un simple error del propio sistema, si no ha sido espontáneo, si alguien lo ha provocado, él sabe que algo raro pasó. Es decir, al cabo de ese paréntesis de siete minutos el sistema se da cuenta de que el error no ha sido suyo, de que alguien le ha obligado a reiniciarse, de que le han engañado y de que, en realidad, ha sido víctima de un ciberataque [...] Por lo tanto, actúa en consecuencia y, para protegerse, blinda la casa, cierra las puertas y ventanas y lanza chorros de humo para cegar a los intrusos e impedirles escapar... A partir de ese momento, ya es imposible salir del cofre del tesoro. De ahí y de toda la casa, que se cierra a cal y canto, herméticamente [...] Dicho de otra manera, en teoría, el parón en el sistema os daría siete minutos para entrar en la casa, llegar al cofre del tesoro, coger el disco duro y volver a salir.”

         

Ilustración de Wischniowski

            Y según precisa Carrasco, “el ordenador en cuestión posee un disco duro dotado de una memoria de veinte terabytes, suficiente para no necesitar conectarse a la nube y para resultar, por lo tanto, invulnerable a las incursiones de los hackers.” “Ese es el cofre del tesoro [...] Toda la casa está blindada con la idea de protegerlo. O, para ser más preciso, toda la casa está blindada con la idea de proteger el disco duro que contiene la torre del ordenador.” Y según apostrofa sobre el asalto nocturno: “Lo ideal sería que hiciéramos todo eso en tres minutos.” Y luego hay que darles una copia a los colombianos para que emitan rápidamente las imágenes. “Esto es importante. Importante, no: importantísimo. No hay que dar tiempo a que Mattson reaccione. Hay que mantener el efecto sorpresa. Por eso la rapidez es fundamental.”

           


       El caso es que tres de los siete paladines, camuflados en la oscuridad con indumentaria táctica, son los que entran a la boca del lobo: Damián Carrasco, Melchor Marín y Paca Poch, quien convertida en la lady flash de los siete fantásticos de la Liga de la Justicia, se mete a toda celeridad hasta lo profundo de la peliaguda “cámara del tesoro” (el gabinete prohibido de Barbazul) y extrae el disco duro de la computadora y sale corriendo a toda ultrasónica máquina. En la refriega, Melchor resulta herido en una rodilla y por ello será un diablo cojuelo por el resto de sus días. Mientras Ernest Salom, que se metió entre las balas para rescatarlo y salvarle el pellejo, resulta herido por un proyectil que le entró por debajo del chaleco antibalas y salió de su cuerpo sin causar ningún daño de gravedad, pese al sangrado y demás etcéteras.

 

VI de VII

Dos días después de que Rosa Adell, en Bogotá, le entregara a Gonzalo Córdoba una copia del disco duro sustraído de la computadora del supuesto benefactor de la humanidad cuya ONG, Loving Children, “dedicada a combatir las enfermedades y la desnutrición infantiles en el Tercer Mundo”, tiene su sede en Estocolmo, precisamente “El 26 de mayo de 2035, el informativo nocturno de Caracol TV se abre con una exclusiva mundial: el equipo de reporteros de la cadena televisiva se halla en posesión de documentos que muestran al magnate y filántropo norteamericano Rafael Mattson realizando actividades sexuales con menores de edad. Según los presentadores del noticiario —M.ª Teresa Orozco y Kevin Martínez, acaso la pareja más influyente del periodismo colombiano del momento—, las imágenes fueron tomadas en una mansión de recreo que Mattson posee en el Municipio de Pollença, España, son numerosísimas y en ellas no sólo aparece el célebre multimillonario de origen sueco, sino también un nutrido elenco internacional de personalidades de las finanzas, la política, la televisión, el cine, el deporte y el periodismo, a quienes Mattson invitaba a sus esparcimientos sexuales y, verosímilmente, grababa sin su consentimiento. Los dos presentadores puntualizan que, a pesar de que se trata de imágenes que pueden herir la sensibilidad de la audiencia, por su valor periodístico la cadena se siente en la obligación, tanto moral como profesional, de emitir una pequeña muestra espigada del conjunto. Acto seguido, ponen en pantalla tres breves fragmentos en blanco y negro, de calidad desigual pero suficiente para identificar sin posibilidad de duda a quienes los protagonizan, aunque a las presuntas víctimas de Mattson se les ha difuminado el rostro para que resulten irreconocibles. En el primer fragmento, Mattson aparece completamente desnudo y cercado por varias adolescentes; el magnate las besa, las acaricia y se deja acariciar y besar mientras todos bailan, beben, fuman y esnifan un polvillo blanco que lo más probable es que sea cocaína. En el segundo fragmento, Mattson fuerza a una menor de edad con la ayuda de una mujer y un hombre. En el tercero, otra menor le realiza un masaje a Mattson, que yace tumbado en una camilla, hasta que la grabación se corta cuando la chica empieza a masturbarlo. Mientras se emiten las imágenes, los dos periodistas se alternan describiéndolas o comentándolas, como si por sí solas no fueran lo bastante explícitas, y al terminar de hacerlo afirman en tono solemne que la cadena se ofrece a proporcionar una copia de los documentos que obran en su poder a las autoridades competentes españolas, con el fin de que estas emprendan las acciones judiciales oportunas.

            “La noticia es una bomba viral. Inmediatamente satura las redes sociales y se hacen eco de ella cadenas de televisión, radios, ediciones digitales de periódicos y medios informativos de todo el mundo, que reutilizan con permiso de Caracol TV las imágenes o parte de las imágenes difundidas por el noticiero.”

           

Ilustración de Wischniowski

          Todo ello incide, y era de esperar y era el propósito, en la fractura y desmoronamiento, a nivel global, de la impoluta imagen pública de Rafael Mattson. Y cuando la estridencia del caso Mattson aterriza en España y se remite a Palma de Mallorca, el juez del juzgado de instrucción número 2 de Inca lo archiva, dado el mafioso influjo corruptor del magnate. Pero el escándalo mediático sigue in crescendo y la justicia española es cuestionada y puesta en entredichos; en consecuencia, ese juez es apartado de su cargo a la espera de juicio y el caso se traslada a los tejemanejes del juzgado número 3 de Inca, cuyo juez también tiene cola que le pisen: estaba en la nómina de Mattson, según se desvela en el artículo “El juez estrella”, publicado en el Diario de Mallorca por Matías Vallés, “el periodista estrella” de ese periódico digital que el bibliotecario Melchor Marín lee en la Biblioteca Municipal de Gandesa. No obstante, según narra la omnisciente voz narrativa:

            “La primera diligencia que ordena Ricardo Lozano, titular del juzgado de instrucción número 3 de Inca y juez instructor del caso Mattson, sorprende a propios y extraños, pero sobre todo sorprende a los abogados de Mattson: consiste en dictar una orden de entrada y registro de la mansión del magnate en Formentor. Un doble propósito anima el procedimiento: por un lado, hallar evidencias y preservar pruebas de los delitos que le imputan a Mattson, antes de que alguien pueda destruirlas; por otro, verificar que las imágenes difundidas por Caracol TV —una copia de las cuales ha sido remitida motu proprio al juez por el medio colombiano— se grabaron efectivamente en esa casa, como sostienen los periodistas [quienes además, para que las pruebas no sean invalidadas durante el juicio, ‘ya han dicho un montón de veces que un desconocido dejó el disco en la redacción’].

        

Ilustración de Wischniowski

         
“Un dispositivo conjunto de guardias civiles y Policía Nacional lleva a cabo por sorpresa la operación, en presencia del propio juez Lozano y de un letrado de la administración de justicia, y aquel mismo día se filtran a la prensa imágenes de lo que Carrasco llamaba el cofre del tesoro; al cabo de apenas unas horas están dando la vuelta al mundo. El efecto que producen en la opinión pública mundial es demoledor para el maltrecho prestigio de Mattson —en una vitrina de cristal blindado se distinguen decenas de trofeos sexuales acumulados por el magnate, algunos conservados en formol— y el juez instructor dicta de inmediato una Orden Europea de Detención y Entrega (OEDE) contra Mattson, quien sólo en ese momento comprende que su blindaje está a punto de pulverizarse y olvida su soberbia y su elevado concepto de sí mismo e intenta ponerse a buen recaudo huyendo de Suecia. No lo consigue: la policía escandinava lo detiene en el aeropuerto de Arlanda, cuando se halla a punto de abordar un vuelo privado con destino a Brasilia, y, a la vista del alto riesgo de fuga que presenta el detenido, un tribunal reunido en el Palacio de Justicia de Estocolmo acuerda en un juicio de extradición su ingreso en la cárcel de Österåker en régimen de prisión preventiva. Cuatro días más tarde, cuando nadie se ha recuperado aún de la impresión de ver a Rafael Mattson esposado y escoltado por policías, con un aire aturdido de hombre que no sabe lo que está ocurriendo o que no se lo acaba de creer, el mismo tribunal sueco, tras considerar que las pruebas contra el filántropo son apabullantes y valorar la enorme alarma social creada por el caso, ordena extraditar a Mattson y trasladarlo sin dilación a España con el fin de que sea juzgado. Para acabar de complicar las cosas al magnate, una de las mujeres identificadas como víctimas suyas por el juez Lozano, gracias a las grabaciones conservadas en la mansión de Formentor, presenta una denuncia contra él justo el día en que aterriza en el aeropuerto de Mallorca, y en apenas dos días más lo hacen otras cuatro, dos de ellas originarias de Palma y otras dos de Barcelona.”

          

Ilustración de Wischniowski

         
Según reporta luego la omnisciente, minuciosa y engolosinada voz narrativa: a “mediados de septiembre, el caso Mattson ha adquirido una fisonomía distinta. Veintiséis mujeres han denunciado por el momento al magnate, acusándolo de diferentes delitos sexuales, y el número de imputados en la causa, entre ellos dos senadores estadounidenses, un jeque del pequeño emirato de Sharjah y un ex primer ministro sueco, asciende a diecinueve, todos ellos hombres identificados por sus víctimas en las grabaciones o las fotografías tomadas en la mansión de Formentor. Algunos de estos personajes han huido o desparecido y, aunque el juez Lozano emite órdenes de busca y captura contra todos ellos, no parece probable que vayan a ser extraditados en un plazo breve de tiempo de los países donde han buscado refugio, por lo que todo apunta a que el magistrado se verá en la obligación de crear una pieza separada del caso para juzgarlos cuando pueda tenerlos a su disposición, a ellos y a los demás sospechosos que aparecen en las imágenes y que aún no ha logrado identificar. Todo apunta también a que la instrucción de aquella macrocausa puede durar como mínimo dos años, que el fiscal puede acabar solicitando para Mattson una condena de siglos de prisión y que el tribunal puede acabar condenándolo a cuarenta y cinco años, la máxima pena prevista el código penal español. Y no faltan juristas que auguran que el caso Mattson podría dilatarse mucho más en el tiempo, y que, hasta pasadas las dos décadas que la ley española señala como fecha de prescripción de los delitos, podrían seguir siendo sometidos a juicio responsables de las tropelías cometidas en la mansión de Formentor. En cuanto a la opinión pública —que de manera un tanto arbitraria ha bautizado a ese lugar como El castillo de Barbazul—, el parecer generalizado es que el caso Mattson representa un parteaguas en el combate contra la impunidad de los abusos contra las mujeres, y muchos analistas lo comparan con el caso Weinstein, que casi veinte años atrás, al sacar a la luz los atropellos sexuales del todopoderoso mandamás de la industria cinematográfica norteamericana, catalizó la rebelión de las hembras de Occidente contra su sempiterno sometimiento a los varones y desencadenó el movimiento Me Too, que pretendió acabar con esa lacra secular para luego desinflarse progresivamente.”

 

Weinstein, “bendito” entre las mujeres de Hollywood 

VII de VII

Vale concluir la nota reportando que buena parte de quienes participaron en la conjura clandestina para descarrilar al predador Rafael Mattson se reúnen en una celebración, festiva y amistosa, en la masía de Rosa Adell, incluido Ernest Salom, otrora apestado y repudiado porque en 2021 encubrió a Albert Ferrer, el entonces marido de Rosa, quien contrató a los sicarios que mataron a los padres de ella y a la criada rumana, y luego mortalmente embistió con un auto a la bibliotecaria Olga Ribera, esposa del poli Melchor Marín y madre de Cosette, la niña de entonces tres años.

            “—¿Estás segura de que quieres ver a Salom? —pregunta él.

            “—Segurísima —contesta Rosa.

            “Siempre creí que Salom hizo lo que hizo por dinero —reflexiona luego Melchor—. Para pagar los estudios de sus hijas [universitarias en Barcelona]... Me equivoqué. No digo que el dinero no contase, pero también trató de ayudar a un amigo, igual que me ha ayudado a mí. Me ha costado quince años entenderlo, pero es lo que hizo. Bueno, quince años y una bala en la rodilla.

            “—No sé lo que hizo Salom —admite Rosa—. Pero, fuera lo que fuese, a ti te ha salvado. Lo uno va por lo otro.”

       Por otra parte, Melchor Marín, a través de una conversación telefónica con el artista Biel March, el dueño de Can Sucre, se enteró de algunas peculiaridades biográficas del exguardia civil y excapitán Damián Carrasco; por ejemplo, le pregunta al bibliotecario y justiciero: “¿Le dijo alguna vez que era comunista? [...] Pues lo era. Comunista de carnet... Increíble, ¿verdad? Debía de ser el único comunista de la Guardia Civil. No tenía dinero ni para comprarse unos zapatos, pero seguía pagando la cuota del partido, y eso que ya nadie sabe si queda un partido comunista en España... Yo me reía de él. Le decía: ‘Damián, debes ser el último comunista que queda en este país’. ¿Y sabe lo que me contestaba? ‘No me toques los huevos, Biel’, decía. ‘Mi abuelo era comunista, mi padre era comunista y me moriré siendo comunista.’” Quizá de corazón y de atávico, anacrónico y esclerótico ideario. Pero el meollo es que el camarada Karrascovich, luego del asalto a la mansión del controvertido y pestilente magnate, se quedó fijo como un clavo: como todo un samurái en estática posición de ataque (o de un estatuario pistolero del lejano y salvaje Oeste antes del duelo) no pestañeó ni se movió de Can Sucrer (donde un médico, amigo de Biel March, dio los auxilios preliminares a los dos heridos que luego regresaron a Gandesa, vivitos y coleando: Melchor y Salom). Y lo que hizo fue destruir su archivo e inmolarse. Pero antes liquidó a los cuatro matones de Mattson que fueron por él (cuatro de un golpe). Es decir, con esa acción de kamikaze evitó que algún indicio lo relacionara con los ocultos participantes en el asalto nocturno. Y más aún: evitó que los abogados del magnate acusaran que “Carrasco había robado las imágenes”, pues entonces “las pruebas contra Mattson serían nulas. Y, si no hay pruebas, no hay caso.” 

     Vale añadir que “Cosette abandonó la Clínica Mercadal dos semanas después del asalto a la mansión de Mattson, cuando el escándalo ya hacía tiempo que había estallado, pero ni siquiera lo comentó, no al menos con Melchor, ni con Rosa. Tampoco lo hizo las semanas siguientes.” Pese a que “A mediados de agosto”, el bibliotecario y su hija se fueron a vivir a la masía de Rosa Adell y por ello rentaron el departamento donde vivían en la calle Costumà, el mismo donde vivía Olga Ribera cuando él la conoció en 2017, recién desempacado en Gandesa.

   

Ilustración de Wischniowski

           Pero Cosette tampoco habla con su padre de su recuperación, que aún no es completa y quizá nunca lo sea, según el criterio compartido por los facultativos que la trataron en la Clínica Mercadal; y por ello aceptó proseguir con la terapia con un psicólogo de Tortosa. Lo cual evidencia que pone mucho de su parte para lograrlo; tanto como el hecho de que también denunciará al predador sexual, pese a que Melchor trata de disuadirla para que no lo haga, incluso con el infructuoso apoyo del inspector Blai. “Quiero declarar contra Mattson. Quiero contar lo que me hizo. Y quiero contárselo a él a la cara. A él y a los demás.” “Ha salido a su padre”, le dijo Blai a Melchor por teléfono luego de hablar con ella. “Terca como una mula... Te estamos esperando en comisaría para tomarle declaración.”

   Desde luego que la denuncia de Cosette podía ocurrir y Melchor no la descartaba. Y tampoco resulta muy sorpresivo e inesperado que su hija, en la misma tesitura en sordina de autorrecuperación a ultranza, se haya empeñado, motu proprio, en emparejase en sus estudios del último curso de bachillerato en el Instituto Terra Alta, tanto que al iniciar septiembre aprueba con un 8,3 el examen extraordinario de Selectividad para ingresar a la universidad en Barcelona. Pero el intríngulis es que contra todo pronóstico, dado que desde pequeña se distinguía en las matemáticas y para allá iba encaminada antes de que su cosmovisión se trastocara al descubrir el asesinato de su madre y lo que su padre nunca le dijo, no opta por ese ámbito del conocimiento y de las ciencias duras, sino por la mítica armadura del paladín de la justicia: “Voy a ser policía.” Le anuncia al bibliotecario Melchor Marín, muy seria

   

Ilustración de Christoph Wischniowski

             Con lo cual, al parecer, de algún modo se reconcilia con la imagen y el concepto que tenía de su padre durante la temprana infancia; una época ideal y onírica; y una nostálgica edad de oro para ambos, cuando él, antes de dormir, le leía libros del siglo XIX; y ella creía que su papá, el paladín de la armadura resplandeciente, estaba amasado con los mismos materiales que los protagonistas de las novelas de aventuras que, desde que tenía uso de razón, él le leía por las noches, con los mismos que los sheriffs o pistoleros de los viejos wésterns que le gustaban a Vivales y que este le leía, antes de dormir, cuando la acogía y protegía en su departamento en Barcelona (que luego les heredó); un entrañable abuelo para Cosette, una entrañable figura paterna para Melchor.

 

Javier Cercas, El castillo de Barbazul. Terra Alta III. Colección Andanzas, Tusquets Editores. Primera edición mexicana. Ciudad de México, marzo de 2022. 400 pp.

Nota: las ilustraciones de Christoph Wischniowski pertenecen a Barba Azul (FCE, 2012), adaptación del texto de Charles Perrault, traducido del francés al español por  Mariana Mendía.

 

lunes, 10 de octubre de 2022

Independencia

 

El verdadero animal político

 

I de VI

Editada por Tusquets en la Colección Andanzas, en marzo de 2021 apareció, en España y en México, el título Independencia, segunda entrega de la trilogía de novela negra protagonizada por Melchor Marín, “el héroe de Cambrils”, que el escritor español Javier Cercas (Cáceres, 1962) inició con Terra Alta, Premio Planeta 2019.

           

Tusquets Editores, Colección Andanzas
Primera edición mexicana: marzo de 2021

           A la puntillosa y amena trama de Independencia la preludia una especie de proemio sin título donde el poli Melchor Marín —sagaz detective que va de paisano e intrépido desfacedor de malolientes entuertos— exhibe su íntima y personal prerrogativa justiciera y sus particulares y peliculescas dotes para la violencia. Es decir, una madrugada (ya son más de la tres), solo y sin la autorización de sus mandos, llega al lujoso y variopinto burdel de un tal Papá Moon; en la barra pide al camarero un whisky (pese a que es abstemio y proclive a la Coca-Cola), quien lo reconoce por alguna ríspida y recién indagatoria. Y sin que lo busque ni lo llame se le acerca “un mulato vestido de oscuro, calvo y fortachón, de no menos de dos metros de altura”, quien le echa en cara que el juez ya “les dio la razón”. A esto Melchor le revira: “El juez no os dio la razón, capullo [...] Sólo dijo que no había pruebas contra vosotros. Pero no te preocupes, ya las encontraré. Ponme otro whisky.” El caso es que Melchor —reconocido por las putas y a quien sólo se le acerca una (“española, morena, madura, entrada en carnes”) que lleva “un corsé negro con los pechos al aire”—, le solicita al mulato que le dé entrada al despacho de su jefe, porque dizque quiere “pedirle disculpas”: “Por el juicio. Por las molestias. En fin, ya sabes.” Y en el culmen de ese diálogo privado, Melchor sorprende al padrote con una golpiza de antología y lo obliga a comprometerse a no extorsionar más y a no perseguir a las tres esclavizadas muchachitas “negras como la hulla” (dos de 17 años y una de 18), rescatadas por él, en esos instantes, con el subrepticio y paralelo apoyo de la puta de “los pechos al aire”. Es decir, “Melchor conocía a las tres. Habían nacido en Lagos, Nigeria, y sus historias no diferían en lo esencial. Las tres habían llegado a Madrid años atrás, huyendo de la miseria y con la promesa de que en España podrían estudiar. Allí les arrebataron el pasaporte y el móvil, les prohibieron ponerse en contacto con su familia y salir a la calle, les reclamaron sesenta mil euros por los gastos de viaje, y para aterrorizarlas, las sometieron a un ritual consistente en cortarles las uñas y el pelo, en afeitarles el sexo y las axilas y en forzarlas a beber un brebaje alucinógeno. A partir de entonces las obligaron a prostituirse. Fue así como empezaron un periplo por clubs de alterne de media España, en los que trabajaban de cinco de la tarde a cuatro de la madrugada con el fin de pagar la deuda que, en teoría, habían contraído con la organización que en la práctica las tenía secuestradas. Un periplo con el que Melchor había resuelto terminar allí, aquella noche.”

            Esto es así porque uno de los cometidos justicieros de Melchor Marín, policía de la Terra Alta asentado en el pueblo de Gandesa, es propinarle una golpiza al machote que maltrata y golpea a una mujer. De ahí que la voz narrativa diga de su intrínseco “vicio”: “No fallaba: individuo denunciado por pegar a una mujer en la Terra Alta, individuo que se llevaba una paliza que, al menos en comisaría, todo el mundo sabía quién le había pegado, y que a todo el mundo le obligaba a hacer la vista gorda.” Incluso, vale recordarlo, pues se lee en Terra Alta, busca en Tortosa al exmarido de Olga Ribera: un tal Luciano Barón, a quien por haberla maltratado (“Le dejaba unos moretones tremendos”) le propina una golpiza, lo humilla y lo amenaza. Resulta coherente, entonces, que cuando en julio de 2025 se hospeda, con su hija Cosette, en la casa de Domingo Vivales —el abogado que otrora lo defendió, auspició sus estudios medios por internet desde la cárcel de Quatre Camins (concluyó la secundaria en el Institut Obert de Catalunya “la víspera en que cumplía veintiún años”) y auxilió, con tejemanejes, para salir del presidio sin ficha policial rumbo al Instituto de Seguridad Pública de Cataluña, donde se hizo mosso d’esquadra— se entera, en una fortuita conversación, que el picapleitos va a “defender a un tipo acusado de maltratar a su mujer” y que éste se llama Alexis Rosa, Melchor, por su cuenta, averigua su dirección, espía su llegada y le pone una golpiza de la santa madre que lo parió. Tal es así que luego Vivales le dice que el juicio “Se ha suspendido”, porque “Ayer el tipo se cayó por las escaleras de su casa y está en el hospital, con un par de costillas rotas y hecho polvo.”

           

Javier Cercas

             Pero el subyacente leitmotiv y piedra axial de ese comportamiento justiciero es, precisamente, el impune, sádico y espeluznante asesinato de Rosario Marín, su madre; cuyo crimen (no resuelto) se narra en Terra Alta y se evoca (y despeja) en Independencia. Es decir, Melchor es hijo natural y su madre, desde siempre, ejercía la prostitución. Y cuando cumplía su condena en la cárcel de Quatre Camins (por camello, pistolero y guarura de una banda de narcos colombianos que operaba en Barcelona) ocurrió el asesinato de su progenitora. El abogado Vivales, conocido de su madre, fue quien le dio la mala noticia (sin revelarle todos los pormenores del maltrato y la violación que él conocerá cuando ya es policía e investiga el caso por su cuenta y riesgo). Y luego de un ataque de rabia, de un autodestructivo período de depresión, y de atemperase a través de la lectura de Los miserables, la inmortal novela de Victor Hugo (su vademécum vital o particular I Ching) a la que accedió a través del Francés, el bibliotecario del presidio y su mentor (La mitad de un libro la pone el autor; la otra la pones tú, le decía), cuyo título lo atrajo porque le recordó “la repetida admonición de su madre”: Si quieres ser un miserable como yo, no estudies, tomando como arquetipo la figura del inspector Jarvet, el eterno perseguidor de Jean Valjean, decide hacerse policía para atrapar a los asesinos de su madre. Debido a esa infructuosa tarea, al margen de su labor policíaca en la comisaría de Nou Barris, en Barcelona, había ido a El Llano de Molina, en Murcia, a entrevistar a Carmen Lucas, otrora amiga de su madre cuando ambas se prostituían “en los alrededores del Camp Nou”; pero Carmen Lucas sólo pudo recordar y decirle que se había subido a un auto de lujo (un BMW, al parecer) en el que iba “Una panda de niños bien que han salido a divertirse con el coche de papá.” Según le dijo, “Primero se negó a meterse tras una negociación frustrada con sus ocupantes”; “y en el que más tarde, impulsada por la desesperación de una noche sin clientes, aceptó subirse”. De ahí venía, hecho una furia, cuando en la madrugada del 18 de agosto de 2017,
manejando “a veinte kilómetros de Tarragona”, recibe otra llamada de la comisaría que le ordena desviarse “hacia Cambrils”, pues “Parece que puede haber otro atentado terrorista”. Así que Melchor, según se lee en Terra Alta, que va con las pilas cargadas de adrenalina y frustración ante la imposibilidad de hallar y castigar a los criminales que violaron, torturaron y mataron a su madre, en una escena de acción peliculesca o de popular serie televisiva donde impera la ley del revólver del viejo, lejano y salvaje Oeste, balea a cuatro yihadistas con su atronadora y humeante arma de cargo (su poderosa “Walter P99 de 9 milímetros”), “mientras una frase de Los miserables no paraba de martillearle el cerebro: ‘Era un hombre que hace el bien a tiros’”. Según reporta la voz narrativa en Terra Alta, “El balance de los ataques fue devastador: dieciséis muertos y un centenar de heridos en Barcelona; un muerto y seis heridos en Cambrils. En total, seis terroristas abatidos, cuatro de ellos por Melchor Marín. Hazaña que lo convirtió ipso facto, dada la alharaca mediática y política, en “el héroe de Cambrils”. Y por ende, para proteger su identidad y su vida, fue destinado a la comisaría de Terra Alta, donde los únicos que conocían su heroica proeza eran el subinspector Barrera y el sargento Blai, jefe de la escueta Unidad de Investigación de la Terra Alta asentada en la comisaría de Gandesa, que a la postre es quien se cuelga en el cogote los créditos y reconocimientos por la resolución del caso Adell, resulto, tras bambalinas, por el justiciero Melchor Marín, gracias al secreto y táctico empujoncito que le dio un poderoso mafioso mexicano.

 II de VI

Además del proemio sin título, la novela Independencia comprende tres partes y un “Epílogo”, cada una con sus correspondientes capítulos. Aunque la mayor parte del tiempo presente de la obra transcurre en un promedio de algo más de trece días de julio de 2025, se prolonga hasta inicios de septiembre próximo, cuando, en Gandesa, empieza un nuevo ciclo escolar en el Instituto Terra Alta. En la primera página del primer capítulo, se lee que Melchor Marín, una “mañana de julio”, “como cada sábado por la mañana desde hace cuatro años (salvo cuando tiene guardia)”, ha ido al cementerio, “a las afueras de Gandesa”, a colocar “flores frescas” y a limpiar la lápida de quien fuera su mujer, quince años mayor que él: “Olga Ribera, Gandesa, 1978-2021”, con quien procreó a su hija Cosette, bautizada así por el nombre de la hija putativa de Jean Valjean.

            Olga Ribera era bibliotecaria en la Biblioteca Municipal; y en ese trabajo Melchor Marín la conoció cuando en 2017, para eludir una probable represalia yihadista, se ocultó en Gandesa y en la comisaría de Terra Alta. Y en su memoria, y porque es un empedernido lector de novelas del siglo XIX (de hecho en los capítulos iniciales, antes de dormir, le lee a su hija algunas páginas de Miguel Strogoff, la novela de Julio Verne) está estudiando a distancia biblioteconomía; o sea: “el grado de Información y Documentación en la Universitat Oberta de Catalunya”, con miras de dejar su labor de policía. De modo que está en espera de que “salga una plaza de ayudante de bibliotecario” para presentarse. Y ya con la carrera terminada podría “ser director de una biblioteca”. Por lo pronto, en su calidad de poli aficionado a la lectura, echa “una mano en la biblioteca donde había trabajado Olga” (antes de que la embistiera con un auto el entonces esposo de Rosa Adell) y es miembro del jurado de un concurso literario organizado por la Biblioteca Municipal y el Instituto Terra Alta, junto con “dos profesores, un poeta local” y “la directora de la biblioteca”. De modo que en medio de sus ocupaciones policiales lee los textos concursantes, además de que en septiembre próximo, en “la víspera del primer día del nuevo curso académico”, tendrá que dar un discurso (el primero de su vida): un “elogio de la lectura”.

            Ese caluroso sábado de julio de 2025, el exsargento Blai, al oírlo parlotear sobre sus expectativas de dejar la policía y transformarse en ratón de biblioteca, lo mira “como si acabara de comunicarle que va a someterse a una operación de cambio de sexo” y por ende le receta: “Perdóname que te lo recuerde, chaval [...] Pero tu mujer está muerta, murió hace cuatro años, entérate de una vez, que ya va siendo hora [...] Además, te vas a ahogar afuera de la comisaría. Una cosa es ayudar de vez en cuando en la biblioteca y otra es pasarte el día entero allí, ordenando libros, atendiendo a viejos, leyéndoles cuentos a los niños y llevando novelas en un carretón a la piscina, a ver si les entran ganas de leer a unos adolescentes que no piensan más que en follar, te lo digo yo, que tengo unos cuantos en casa. En fin, eso no lo aguantas tú ni una semana. Como que me llamo Blai. ¡Pero si eres el poli más poli que he visto en mi puta vida, hombre!”

            Y el exsargento Blai le suelta esa perorata porque, ahora como inspector destinado en la central de Egara (el “vasto complejo que alberga el cuartel general de los Mossos d’Esquadra”), donde es jefe del Área Central de Investigación de Personas, ha llegado desde Barcelona para que se integre, en comisión, a la Unidad de Secuestros y Extorsiones, “Sólo unos días, lo suficiente para resolver el asunto” que lo abruma y que le encargó resolver en un tris el comisario Vinebre, el mero jefe de los Mossos d’Esquadra. Es decir, han amenazado “a la alcaldesa de Barcelona con divulgar una grabación de contenido sexual”; y “si ella no quería que se divulgase, debía desembolsar trescientos mil euros”. (Amenaza a la que luego se le añaden otros trescientos mil euros y la exigencia de su dimisión.) Y el inspector Blai necesita al policía Melchor Marín, no sólo porque le resulta “el poli más poli” que conoce, sino porque, según dice: “no me fío de nadie [...] Mucho Egara, mucho Egara, pero aquello está lleno de pijos y figurines; policías de verdad, pocos.” Y además necesita que vigile y le informe sobre el sargento Vàzquez, el jefe de la escueta Unidad de Secuestros y Extorsiones, porque se le va la olla y se le aflojan los tornillos.

 III de VI

Vale subrayar que esa alcaldesa de Barcelona no es Ada Colau. Y por ello, en un pasaje aleccionador, el arquitecto Manel Puig, amigo del letrado Vivales y “uno de los tres socios de un reputado despacho de arquitectura, Pere Chimal Arquitectos”, que hace “mucha vivienda pública” con el erario del Ayuntamiento, le dice a Melchor sobre la funcionaria amenazada: “llegó al Ayuntamiento y lo primero que hizo fue abolir la ley Colau sobre vivienda. Esa que decía que todo promotor privado debía reservar el treinta por ciento del techo construido para vivienda pública. Yo nunca fui un fan de Ada Colau, que también era una actriz de primera, eso ya lo sabéis; pero lo del treinta por ciento estaba bien hecho. Y, en cuanto esta mujer lo liquidó, me dije: aquí llega una política business friendly; o sea, átate los machos que viene un gobierno de ladrones.” Coloquial indicio de la consabida y sonara corrupción y malversación de fondos en el gobierno municipal de Barcelona, ratificada en la sarcástica respuesta que Vivales le formula a Melchor cuando le pregunta: “¿Conoces a alguien en el Ayuntamiento?”: “¿En el Ayuntamiento? ¿Pero tú por quién me has tomado, chaval? Yo sólo me trato con gente honrada, y es más fácil encontrar una puta virgen que un hombre honrado en el Ayuntamiento.”

           

Ada Colau
Alcaldesa de Barcelona

      Cuando la alcaldesa acudió al jefe de los Mossos d’Esquadra, ya había recibido una amenaza en la que le exigieron trescientos mil euros por no divulgar ese vídeo sexual. Apoyada por una agencia privada de detectives, los colocaron “en un punto concreto de la playa de
Gavà”; pero no pudieron emboscar a los extorsionadores ni dieron con su pista; perdió el dinero y no recuperó la grabación.

     La pesquisa policial, por orden de Blai, la encabeza el sargento Vàzquez, jefe de Secuestros y Extorsiones, y Melchor es su segundo. No obstante, pronto Vàzquez se desentiende de la indagatoria, debido al síndrome bipolar que lo aqueja y derrumba, ídem una neurasténica y llorosa Magdalena, pese a que es un calvo hombretón que luce una “musculatura marmórea” y monta una rugiente moto de matón de vecindario. De modo que, además de auxiliarlo en su domicilio (ídem una noble monjita de la Caridad del Cobre) y encubrirlo ante Blai y sus colegas, Melchor actúa solo en la indagatoria; pero con el paralelo apoyo a distancia del inspector Blai y de varios polis de la unidad y de otras unidades de Egara.

    Luego de la inicial entrevista con la alcaldesa, en la que están presentes Blai, Vàzquez y Melchor, lo primero que hace “el héroe de Cambrils” es informarse a través del par de entrañables compinches del abogado Vivales, amiguetes desde la mili: el citado arquitecto Manel Puig y Chicho Campà, “catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad Autónoma de Barcelona”. Y lo hace teniendo como preludio la cena gourmet que Campà prepara en casa de Vivales y que cierran con el tabaco y los licores que consumen a lo largo de la informal charla (hasta quedar hasta las manitas canturreando a gaznate pelado y aguardentoso), y en cuyo meollo hacen una crítica y corrosiva disección del statu quo en el Ayuntamiento, de la personalidad de la alcaldesa y sus cambios de piel, del comportamiento arribista y demagogo de la estereotipada clase política, del acontecer político en Barcelona y en Cataluña, de la Generalitat y del Procés: “El Procés no ha cambiado casi nada, ni de Barcelona ni de Cataluña ni de ninguna parte: el Procés lo único que hizo fue cambiar algo, muy poquito y muy anecdótico, para que nada esencial cambiase. De eso precisamente se trataba.”

   Vale resumir que la alcaldesa (“una chica normal y corriente, nacida en una familia trabajadora y criada en La Salut...”) llegó al poder del Ayuntamiento encumbrada por un partido político fundado ex profeso por Daniel Casas al que se sumó Enric Vidal, amigos desde siempre y miembros de acaudaladas, poderosas y rancias familias catalanas. Que la alcaldesa se casó con Casas (con quien tiene “dos hijas” o “una hija”); que se separó de él “hará cosa de un año, después de que ella volviera a ganar las elecciones”. Que Casas abandonó el partido, pero Vidal no (o sea: tiene aspiraciones políticas); quien además es “el primer teniente de alcalde”; es decir, el segundo de la alcaldesa y su mano derecha, y el que puede asumir el poder si ella renuncia; pero con el que está peleada y ni se hablan. Esto lo sabe la vox populi de Barcelona (“¡Pero si viene en todos los periódicos!”), tanto como el hecho de que es el capo de las cloacas de los Vidal Boys. En este sentido, alecciona el docto Campà al pueblerino Melchor: “En el Ayuntamiento de Barcelona, el primer teniente de alcalde siempre había mandado mucho, era la mano derecha del alcalde y la persona que llevaba la maquinaria interna del Ayuntamiento. Ahora eso sigue siendo así, pero corregido y aumentado, entre otras razones porque la alcaldesa le dio desde el principio a Vidal algo que, hasta donde yo sé, no había tenido nunca un primer teniente de alcalde, para poder combatir la psicosis que ella misma había creado [el miedo colectivo y la xenofobia ante las oleadas de inmigrantes después de los atentados yihadistas de agosto de 2017] y con la que llegó a la alcaldía [...] Vidal ha hecho crecer esa área en una forma monstruosa [...] Tradicionalmente, la Guardia Urbana [sin atributos judiciales] tenía un servicio de información muy pequeño. Se encargaba de la seguridad del alcalde y poco más; el resto lo llevabais vosotros, los Mossos. Bueno, pues Vidal ha creado una servicio potentísimo, formado por no se sabe exactamente cuántos policías, en todo caso una auténtica guardia de corps que está a su exclusivo servicio y el de la alcaldesa. Y que se dedica a armar todo tipo de martingalas.”

     Tal es así que Puig dice de ese poder mafioso encastrado en el Ayuntamiento: “Son gente muy poco recomendable, los mamporreros de Vidal, de la alcaldesa y de su marido. Sirven lo mismo para un barrido que para un fregado: pegan palizas, compran policías, jueces y periodistas, preparan dossiers con los trapos sucios de todo quisqui... Así que a ver quién tiene narices de meterse con ellos. El más peligroso es el que los manda, Juan María Lomas se llama, el inspector Lomas, aunque todo el mundo le llama Hematomas, no hace falta que te diga nada más. No sé vosotros, pero yo no le tenía miedo a la policía desde la Transición, y con estos tipos he vuelto a tenérselo.”

     Vale contrastar que Puig supone, pese a las visibles fracturas, una inquebrantable complicidad y amalgama entre la alcaldesa, Casas y Vidal. Pero Campà difiere y parece constatarlo el hecho de que la alcaldesa, para confrontar la extorsión, no acudió a ninguno de sus dos supuestos aliados. En este sentido, dice Campà: “Igual que no creo que la alcaldesa sea instrumento de Casas y su familia, o no más de lo que Casas y su familia son instrumento de ella. Y lo mismo digo del Ayuntamiento. Allí la que manda es la alcaldesa. Allí y en su partido. No os engañéis. Vidal se cree muy listo, y Casas también, pero la lista de verdad es ella. Tan lista que les hace creer que los listos son ellos, que ellos son los que mandan. Tan lista que sabe hacerse como nadie la tonta. Ella es el verdadero animal político, la que tiene el instinto asesino que tienen los políticos auténticos. No os quepa duda...”

     De ahí que infiera que el objetivo último de la alcaldesa catalana es su independencia, pero no de España ni del gobierno central en Madrid ni de la monarquía, sino de Casas y Vidal: “pensad que esto ha pasado en política desde que el mundo es mundo: un don nadie llega al poder aupado por los poderosos, el poder convierte al don nadie en líder carismático (es lo que hace casi siempre el poder, por muy tonto que sea el don nadie) y el líder carismático se deshace o intenta deshacerse de los poderosos que lo auparon. Desde que el mundo es mundo.” “Es lo que suele pasarles a los políticos cuando llegan al poder, sobre todo si es por mayoría aplastante, como le ha pasado a la alcaldesa”. Lo cual Puig interpreta así: “al final lo que quiere es librarse de ellos y de todos los que la han aupado, y montar su propia compañía”. No obstante, Puig había observado sobre la complicidad de esa “mujer y su pareja de socios”: “Han creado un partido que ha cambiado de pe a pa la política catalana y la agenda de la política española; gobiernan por mayoría absoluta en el Ayuntamiento y todas las encuestas dicen que, si se presentan a las elecciones autonómicas, las ganarán.”

 

Fotogramas de Zelig (1983), película
protagonizada y dirigida por Woody Allen.

            Sin embargo, parece que la alcaldesa busca su independencia con un carisma público y con un retórico mimetismo que evoca las sucesivas metamorfosis de Zelig, el hombre camaleón de la película de Woody Allen, interpretado por él, pues Campà dice de ella: “Esa mujer es un camaleón. Si habla en una radio de derechas, parece de derechas; si habla en una radio de izquierdas, parece de izquierda; y, si habla en una radio mediopensionista, parece mediopensionista. Eso es nuestra alcaldesa: una serie de máscaras. La pregunta es qué hay detrás de todas esas máscaras. Y la respuesta es nada: las máscaras que esconden su cara son su auténtica cara. Esa mujer tiene menos convicciones que un mosquito; en lo único que cree es en acumular poder.” De ahí que observe: “¿Cómo es posible que nadie recuerde ya que esta mujer era hace cuatro días el adalid de los refugiados? Y, si alguien recuerda eso, peor que peor: ¿cómo es que nadie se lo recuerda, ahora que se ha convertido en azote de la inmigración? ¿Cómo es que nadie le pregunta por qué ha cambiado? ¿Qué pasó para que esa señora diga sobre este asunto, y sobre tantos otros, exactamente lo contrario de lo que decía hace sólo unos años?” 

   

Ayuntamiento de Barcelona

           Respuestas que resultan implícitas en el hecho de que, según dictamina Campà: “Esa mujer sabe lo que la gente quiere antes de que la gente sepa lo que quiere.” “Yo creo que empezó a saberlo después de los atentados islamistas de 2017.”

   

Fotograma de Zelig (1983), filme
dirigido y protagonizado por Woody Allen.


           Sobre los cambios de piel de la alcaldesa y su postura sexual, quizá vale contrastar lo que ella dice de sí misma, tomando en cuenta que la mancomunada ligereza de su matrimonio también estaba en la incendiaria comidilla de la vox populi, pues según dice Puig: “todo el mundo sabía que cada uno tenía sus rollos por su cuenta, sobre todo la alcaldesa [...] y eso que ahora predica la castidad, el retorno a la familia tradicional y la necesidad de tener hijos para preservar la civilización cristiana y que los musulmanes no nos invadan y toda esa mierda xenófoba.” Lo que Campà resume así: “cuando era activista predicaba el amor libre y alardeaba de sus experiencias homosexuales [...] Esta mujer ha hecho de su propia vida un argumento político. Antes daba lecciones de moral de izquierdas y ahora de moral de derechas. El caso es dar lecciones de moral.” En este sentido, la alcaldesa, que en la primera entrevista con los tres policías elude los detalles del contenido del vídeo sexual con el que la están chantajeando, le responde a Vàzquez cuando le pregunta si sus relaciones prematrimoniales eran “normales”: “¿Me está preguntando si me he acostado con mujeres? [...] ¿Si he participado en orgías? ¿Eso me está preguntando?” Y añade, muy docta, “con un tono distinto, que, con razón o sin ella, Melchor identifica con el que emplea ante los periodistas”: “Mire sargento [...] Yo en mi vida en cometido muchos errores. Muchos. Pero he aprendido de ellos. He evolucionado. A los veinte años era un tipo de persona; ahora soy otro. A los veinte años creía en unas cosas y ahora creo en otras: entonces no creía en el matrimonio, y ahora sí creo en él; entonces no creía en la importancia de la fidelidad conyugal, y ahora sí creo en ella; entonces no creía que el cristianismo fuera importante, y ahora sí creo que lo es, y mucho... Es lo que dijo Keynes: ‘Cuando los hechos cambian, cambio de opinión. ¿Qué hace usted?’ [...] La gente que piensa siempre lo mismo no piensa. Y yo pienso mucho, así que he cambiado mucho. Sólo hay una cosa constante en mí: soy una mujer libre. Lo fui de joven y sigo siéndolo ahora, cuando ya no soy tan joven. El espíritu gregario no es mi fuerte. Ni la corrección política. Creo que en mi vida pública he dado muestras sobradas de ello. Por lo demás, déjeme decirle que, a su edad, ya debería usted saber que la normalidad no existe. Es una estafa. En el sexo y todo lo demás.”

Águeda Bañón, activista post porno y directora de 
comunicación del Ayuntamiento de Barcelona


 IV de VI

Parece que el resentido y vengativo soplón que grabó el vídeo sexual de la alcaldesa, y los privilegiados y pudientes Daniel Casas y Enric Vidal, nunca oyeron los consabidos y arcaicos refranes que rezan: el pez por su boca muere y más pronto cae un hablador que un cojo. Resulta lógico que el soplón, acorralado y bebiendo whisky durante un largo interrogatorio clandestino al que lo somete Melchor en una solitaria masía, suelte la sopa y toda la recontrasopa (y muchísimo de su patética y lastimosa autobiografía) inducido por su personal e intrínseca venganza contra “los tres tenores”: Casas, Vidal y Rosell; aunado esto a la supuesta promesa y compromiso de que el rudo poli (sin jurisdicción en Andorra) lo va a ayudar a salir librado del embrollo delictivo en que se encuentra. Pero Daniel Casas y Enric Vidal, en sus correspondientes entrevistas con el policía que los investiga, incurren en sorprendentes infidencias y pedanterías que, quizá, si fueran de carne y hueso, eludirían decir y vociferar a toda costa, dada la posición que tienen en el ámbito de la alta sociedad catalana, de los lucrativos negocios en Cataluña, y del poder y la política en Barcelona.

            El parlanchín y locuaz Daniel Casas, con fama de ser el cerebro gris de la alcaldesa y de operar en lo oscurito, es “accionista principal y propietario de varias empresas [entre ellas 12TV, órgano de propaganda al servicio de su ex], la más conocida de las cuales es Clave Barcelona [donde Melchor lo entrevista], una consultora especializada en mejora de reputación, comunicación corporativa y asesoramiento de empresas privadas del sector tecnológico.” Esto concuerda con la especie de declaración de principios que, según recita el soplón, alguna vez le dijo: “Hay que quedarse en una posición discreta, en la penumbra, en un segundo plano”; “Que sean los pobres desgraciados que no pueden elegir los que salgan en los periódicos y en la tele, lo que dejen que los focos los achicharren. Nosotros, mientras tanto, a lo nuestro...” No obstante, ante el poli, Daniel Casas coloca los proyectores hacia su ego y subestima a su exmujer sin ningún escrúpulo y se pavonea de ser el estratega que la encumbró en el Ayuntamiento, de “que el poder municipal no es poder de verdad”, de que sin él ella no es nadie y de que en política no tiene futuro. Por ejemplo, le dice: “Mira, Virginia no es un político, no tiene madera de político. Nunca la tuvo. En realidad, se metió en política porque se casó conmigo, porque yo la convencí de que se metiera, porque a mí me interesaba; si no hubiera sido por eso, habría hecho otra cosa, habría seguido con la matraca de los refugiados o algo así. Esa es la verdad.” Y agrega, sin que venga al caso, y para aliñar la supuesta “borrachera” de su exmujer, pero sobre todo por su irrefrenable pulsión de bocazas: “Te diré más. Los catalanes no sabemos hacer política. Sabemos hacer algunas cosas, pero política no. Haciendo política somos pésimos. ¿Y sabes por qué? Pues porque desde hace siglos el poder político no ha estado en Cataluña. Eso significa que estamos poco familiarizados con él, que no sabemos manejarlo, que en el fondo nos da miedo. Y también significa que, cuando lo tenemos, nos emborrachamos. Claro, el poder emborracha siempre, pero, si nunca lo has probado, emborracha mucho más. ¿Te acuerdas del Procés? Bueno, pues el Procés fue en parte, en grandísima parte, el resultado de una borrachera de poder... Pero estábamos hablando de otra cosa, ¿no?” Así que para sacar al buey de la barranca, donde se metió solito, y encaminarlo por donde Melchor quiere, lo induce a que le revele el nombre del que hizo la grabación de la orgía donde se le ve a él, a Vidal, a Rosell y a la alcaldesa: “Claro. Se llamaba Ricky Ramírez. Virginia tiene razón: él fue quien nos grabó. Era un compañero de carrera en Esade.” Y luego añade, también sin que el poli le pregunte: “hace un par de meses me enteré de que había muerto. Me lo contó Enric, que sí mantuvo el contacto con Ricky. Pregúntale a él.” No obstante, la alcaldesa, en la primera y única entrevista que tuvo con Blai, Vàzquez y Melchor, sólo dijo sobre el borroso personaje que hizo la grabación (con una cámara oculta en un cuarto aleñado y sin que ella lo supiera con antelación): “No sé quién era, sólo estuve con él esa noche. Dani nunca me habló de él, que yo recuerde [...] En fin, sigo insistiendo en que lo que deberíamos hacer es pagar.”

            Pero Enric Vidal, el “primer teniente de alcalde de Barcelona”, es todavía más verborreico y más propenso a las infidencias que Daniel Casas y muchísimo más avieso y ambicioso. Vidal cita a Melchor en el restaurante La Balsa. Y cuando el poli llega después de la comida y de una entrevista que a Vidal le hizo Denis Burton, un inglés que “es corresponsal del diario The Guardian y está escribiendo un libro sobre Barcelona”, los halla en una charla off the record en la que el primer teniente de alcalde vocea un chorro de opiniones y juicios que no debería de revelarle a un periodista que podría utilizarlas, pese a que el reportero le diga que no lo hará. Por ejemplo, le recita una frase que, dice, decía su padre: “El catalán que no quiere la independencia, no tiene corazón; el que la quiere, no tiene cabeza.” Primero le pide que no la cite. Y luego que si quiere citarla, lo haga, pero que no se la atribuya a su padre, porque “Pensarán que era un cínico redomado. Es lo que era, claro, pero...” Y luego, y sin que venga el caso y para lucir sus barrabasadas supremacistas, ladra sus miopes y cínicas falacias: “Mira, Denis, nosotros no podemos tener ideales, ni siquiera ideas. Ideas políticas, digo. Eso es un lujo que no podemos permitirnos.” Y ante la pregunta que le hace el corresponsal: “Cuando dice ‘nosotros’, ¿a quién se refiere?”. El fanfarrón contesta de perlas: “A nosotros. A los que mandamos. A los que tenemos el dinero y el poder, suponiendo que sean dos cosas distintas. Las ideas son para los intelectuales, y los ideales para la gente humilde; pero, en nuestro caso, serían una irresponsabilidad. Y sobre todo en un lugar como este.”

         

Manifestación del independentismo en Barcelona

           
Y luego de despotricar contra el Procés, al que considera un engañoso artificio creado por él y los suyos, niega que las manifestaciones del “Procés fueran manifestaciones”, a las que nunca fue: “Eran desfiles. ¿No te acuerdas? Todo el mundo uniformado, todo el mundo en su sitio, preparado para lo que ordenasen los organizadores, todo el mundo sabiendo qué debía hacer, todo listo para que lo filmasen las cámaras... ¿Cómo va a ser eso una manifestación? Y por eso nos fueron tan útiles. La gente, créeme, hace lo que se le dice, sobre todo si tienes de tu lado el dinero y el poder político, como teníamos nosotros, y encima tienes televisiones, radios, periódicos, redes sociales y todo lo que hay tener. A la gente es facilísimo sacarla de casa, sobre todo ahora. El problema es volver a meterla. [...] El problema fue que se nos escapó de las manos. [...] Nosotros teníamos en la Generalitat a nuestro hombre, que era Artur Mas. Un buen chaval. El heredero del patriarca Pujol [el controvertido presidente de la Generalitat entre 1980 y 2003, inclinado a la autocracia y a esconder el dinero en extranjeros paraísos fiscales] y el chico de los recados de su familia. Uno de los nuestros, que hasta hablaba castellano en su casa, como nosotros. Pero las cosas se liaron y a Mas le echaron de la presidencia y dejó a Puigdemont, un don nadie de provincia que no pintaba nada y no tenía poder ni predicamento. Todos dábamos por hecho que Mas lo controlaría sin problemas, pero nos equivocamos. Porque Puigdemont era un creyente, un talibán que se tomaba completamente en serio lo que para nosotros era sólo un juego, una añagaza, una estratagema destinada a salir bien parados de la crisis. Para él no era así: él estaba dispuesto a llegar hasta donde hiciera falta, o tenía más miedo de no hacerlo que de hacerlo. Total, un desastre.”

          

Carles Puigdemont firmando la 
Declaración de independencia de Cataluña
Octubre 10 de 2017

          
El caso es que en esa indagatoria, y cuando ya el reportero británico se fue, el incontinente Enric Vidal le resume al policía su verborreica y descarada declaración de principios supremacistas y gansteriles, porque además de envanecerse con la cloaca en la que chapotea en el Ayuntamiento, quiere desactivar y corromper al “héroe de Cambrils”, pues en un momento le ofrece el puesto represor que tiene Hematomas a la cabeza de los Vidal Boys: “Cuando se trata de política, sin ir más lejos, todo el mundo se llena la boca de Maquiavelo, y yo no digo que esté mal. Pero Montaigne es mucho más serio, mucho más radical, mucho mejor. Por ejemplo, él dice que el bien público exige que se traicione, que se mienta y que se asesine, y que para eso la política tiene que estar en manos de la gente más fuerte y con menos escrúpulos, gente capaz de sacrificar su honor y su conciencia por el bienestar del país. Qué te parece, ¿eh? Yo nunca he asesinado a nadie, desde luego [después se verá que sí, a quién, cuándo y cómo], pero lo otro más o menos sí lo he hecho. ¿Y sabes por qué? Porque yo no me engaño, porque yo sé muy bien que en política hay que hacer cosas que nadie quiere hacer, hay que ensuciarse las manos, pactar con el diablo si hace falta. Esa es la realidad, y quien no la conoce no debería dedicarse a la política, porque no sabe lo que es el poder.” Y añade casi repitiendo lo que a Melchor le dijo Casas: “Y, sí, ya sé que hay quien dice que los catalanes no sabemos manejar el poder, que no sabemos lo que es, que nos da miedo y que por eso somos malos haciendo política.” Y como Melchor, luego de oírle decir otras gratuitas linduras, le espeta a quemarropa: “¿Por qué me cuenta todo esto?” Vidal dizque se explica: “Lo que quiero decir es que yo puedo ser un hijo de puta, no digo que no. Pero no estoy chantajeando a Virginia. Piénsalo bien. ¿Qué ganaría con ello?” Entonces el policía le dispara ipso facto, en la cara, la conjetura que fermenta y que luego corroborará, en secreto, a través de la pormenorizada y larga delación que le hace Ricky Ramírez: “Conseguir que dimita y ponerse en su lugar [...] Y, de paso, acabar con su carrera política.”

            Ese garbanzo de a libra transluce que el gansterzuelo Enric Vidal, pese a su índole megalómana y supremacista y a dárselas de muy chipocludo y chingonauta, es incapaz de hacer alianzas y política democrática para asumir el poder en el Ayuntamiento de Barcelona y que pretende hacerlo a través, no de una maquiavélica intriga palaciega o partidaria, sino de una artimaña mafiosa y delincuencial, pues según le dice a Melchor en esa entrevista, el poder (implícitamente catalán) no está en el gobierno de Cataluña, sino en el gobierno de la ciudad de Barcelona; criterio en el que subyace la pretensión y el delirante espejismo de crear su propia “independencia” autocrática: una ciudad-estado que gire en torno a él, a su poder absoluto y al culto a su personalidad: “Ahora el poder no lo tienen sólo los estados; lo tenemos también las ciudades. Casi te diría que sobre todo lo tenemos las ciudades. Dime, ¿qué es más importante, Barcelona o Cataluña, que no es un estado, pero casi, porque tiene casi tanto poder como un estado? Mil veces más Barcelona. Y nosotros manejamos poder, vaya si lo manejamos. Poder del de verdad. O por lo menos estamos aprendiendo a manejarlo. Eso la primera que lo entendió fue Margaret Thatcher, y por eso canceló el área metropolitana de Londres: no quería que la ciudad volara sola, al margen de su país, y la ató corto para que no le hiciera sombra. Y eso es lo que hizo aquí Jordi Pujol con Barcelona. O lo que intentó hacer.”

 V de VI

A través de la creíble y triste historia que minuciosamente narra y desembucha el “cándido” y bocón Ricky Ramírez —de quien el desalmado Vidal sugiere un suicidio, pese a dizque el forense dijo que murió de un infarto y por ello dizque se hizo “cargo de los gastos del funeral y del entierro, porque él no tenía dónde caerse muerto”—, Melchor (y con él el desocupado lector) se entera que su difunto padre, miembro de una humilde familia oriunda de Albacete, que “al final de la dictadura y durante la Transición estuvo metido en las luchas obreras de Hospitalet” y fue un activo sindicalista de la UGT que ocupó “cargos cada vez más importantes, hasta que en los años noventa fue diputado en el Parlamento catalán. Diputado por el Partido Socialista... Estuvo allí ocho años, dos legislaturas, y se hizo conocido como azote de la corrupción”; y luego, por ello y para que no les pisara los sucios y pestilentes callos con su explosiva oratoria de kamikaze, los socialistas de Barcelona lo enviaron al “Congreso de los Diputados, en Madrid, en el centro del poder político”. Y allí estuvo, nadando de a muertito, hasta que un mediático y variopinto escándalo de corrupción en torno a las “tarjetas fantasmas” terminó con su carrera política y con sus privilegios pecuniarios; e incluso con los de su hijo, pues Ricky se vio impelido a dejar la universidad en el último año. Es decir, su padre, que por esa maraña estuvo en la cárcel y murió en la pobreza, pretendiendo que su retoño se educara y encumbrara entre la crème de la crème de la burguesía catalana, le financiaba sus estudios profesionales, no en una modesta universidad pública, sino en la costosa Esade, “la escuela de negocios adonde la élite catalana manda a sus cachorros para que aprendan cómo hacer dinero. Y cómo se conserva...” Y allí, en las aulas y pasillos de Esade, fue donde el soplón conoció y fue condiscípulo de “los tres tenores”: Daniel Casas, Enric Vidal y Gonzalo Rosell. De los que dice en la masía donde lo interroga el policía Melchor Marín: “Los tres son sobre todo unos hijos de papá. Unos hijos de puta también, pero sobre todo unos hijos de papá. Nacieron así y así morirán.” Y canta una ancestral y atávica cantaleta una oda al dinero que refleja la maníaca obsesión por acumularlo que caracteriza a Ricky Ramírez, pese a sus consecutivos fracasos: “Mi padre decía que Cataluña siempre ha estado en manos de un puñado de familias. Ellos mandaban antes del franquismo, mandan después del franquismo y mandarán cuando tú y yo estemos muertos y enterrados... El dinero es una cosa mágica, una cosa inmortal y trascendente. El dinero es la hostia. Es algo muchísimo más fuerte que el poder, porque el poder depende de él, y además sobrevive a todo, empezando por los cambios de poder. Bueno, pues mis tres amigos pertenecen a ese puñado de familias catalanas. Por eso me empeñé en ser amigo suyo.” Y porque su padre le machacaba al oído: “Arrímate a los buenos y serás uno de ellos.”

            Pero el meollo es que Melchor Marín, en su detectivesca investigación de solitario sabueso rastreador, localiza y entrevista a Herminia Prat, la exesposa de Ricky Ramírez, una ceramista con taller en su casa, que además da clases en “la escuela de arte de Torroella de Montgrí”, a quien le resulta inverosímil el supuesto suicidio de su exmarido: “Ricky no era de los que se suicidan. Era un superviviente. Hubiera sido capaz de vivir debajo de un puente antes que suicidarse. Eso te lo aseguro.” Y le da la pista que lo lleva al estrecho y mugroso cuchitril de su actual novia en el Raval: Marga Isern (la telefónica voz femenina que a la alcaldesa le antepuso un tercer pago y la dimisión). Y luego del agreste diálogo que tiene con esa infeliz novia con antecedentes penales por trapicheo con marihuana, quien le asegura que Ricky murió “De un ataque al corazón”, la empieza a seguir y por ello la ve charlar en un bar con Hematomas. Y ya en la madrugada, al regresar a pie de la cena con el Francés (en cuyo locutorio en el Raval le hicieron a Marga Isern una tarjeta SIM a nombre de un tal Farooq Hoque, para usarla en la segunda extorsión que la alcaldesa debería canalizar en criptomonedas), puesto que dejó su auto cerca del edificio donde subsiste esa Marga (a quien el Francés le clavaría algo más que el diente), sin preverlo ni buscarlo la ve salir en un auto al que sigue en el suyo hasta que ya en el amanecer entra en Sant Julià de Lòria, un pueblo en Andorra, donde en una masía a las afueras se esconde el supuesto suicida Ricky Ramírez.

            En su larga y pormenoriza autobiografía, Ricky Ramírez le cuenta a Melchor Marín que otrora montó un negocio de paquetería, cuya ruina implicó la ruina de la familia de Herminia Prat y la de su matrimonio; que se empeñó en la minería de bitcoins cuando se podía hacer desde una computadora casera; que tras fracasar en ello se dedicó al trapicheo de mota y le echaba la mano con la contabilidad a un par de pequeños negocios del barrio; pero antes anduvo en la compra y venta de bitcoins, hasta que en una desastrosa operación provocó que los matones de un narco gallego le dieran una golpiza que lo remitió al hospital. Fue por entonces cuando, con la muerte de su progenitor, le cayó su inesperada y desconocida herencia y pensó en forrarse en un santiamén chantajeando a “los tres tenores” con los vídeos pornográficos que su padre, al morir, le dejó en “una caja de seguridad del Banco Santander de Barcelona”, cuya renta siguió pagando en secreto desde la cárcel y después de salir de ella, pese a que “su pensión de jubilado”, en la casita donde se refugió en el pueblo de Torredembarra, “ni siquiera le alcanzaba para que una asistenta fuera a limpiar su piso y cocinarle dos veces por semana”.

            A través de un anónimo correo electrónico, el cándido Ricky Ramírez, en el mes de mayo, intentó chantajear primero a Daniel Casas, porque le pareció “el más vulnerable”, pues Gonzalo Rosell se había “convertido en regidor del PP en el Ayuntamiento” y “hacía tiempo que Vidal había dejado de ser líder del grupo socialista en el Ayuntamiento, se había integrado en el partido de la alcaldesa y ocupaba el cargo que ocupa ahora...” Pero Casas no respondió a su email. Y “Una tarde, poco después de mandar aquel mensaje a Casas”, dos matones de los Vidal Boys lo esperaron en la puerta del edificio donde vivía; le dieron una paliza y luego llegó Hematomas con Enric Vidal, al que no veía desde “Hacía casi veinte años”; quien, con rudeza y amenazas, direccionó la extorsión hacia la alcaldesa asegurándole: “Nosotros te hemos pillado en seguida”; “pero los Mossos no te van a pillar, porque te enseñaremos todo para que no te pillen.” Y le impuso la brillante idea de “protegerlo”, haciéndolo figurar oficialmente muerto y con una nueva identidad.

            Vale resumir que en la época estudiantil en que Ricky Ramírez se hizo compinche de “los tres tenores”, establecieron por costumbre que las francachelas y bailongos sabatinos terminaran en un abandonado “local de León XIII”, propiedad de la familia Casas, a donde, con engaños y una droga en el licor, llevaban a alguna desconocida jovencita. La violaban entre los tres, mientras Ricky, el voyeur de las orgías, hacía una grabación con una cámara oculta en un habitáculo adjunto al cuarto donde se sucedían los violentos abusos sexuales. El caso del vídeo de la alcaldesa rompe la regla, porque, le revela Ricky a Melchor, “no es la violación de una mujer por tres hombres sino la violación de tres hombres por una mujer...”: “Allí ellos quedan como unos peleles, a ratos están como hechizados, pero nada más, ya te digo que parecen víctimas, no verdugos.” Pero un caso todavía más rompedor y trascendente es cuando Ricky le relata las minucias de la violenta, sádica y espeluznante violación en grupo de una prostituta que terminó en golpes, tortura y asesinato. “Me acuerdo muy bien de aquella mujer, no hay un solo día que no me acuerde de ella... Tenía unos cuarenta años, conservaba un buen cuerpo y debía de haber sido guapa, iba muy pintada, era morena...”, le dice. “Ahora me acuerdo de otro detalle: íbamos en el BMW del padre de Vidal, no en el coche de ninguno de mis amigos, lo recuerdo porque el BMW era un coche muy grande y tenía los cristales de las ventanillas tintados, lo que se llama un chochazo.” El paroxismo extremo e irreflexivo de ese acto criminal descolocó a “los tres tenores”. Y fue Ricky el que propuso llamar a su padre, entonces diputado socialista, para que los auxiliara. El padre de Ricky los mandó a casa; los comprometió a no revelar a nadie lo sucedido allí. Y se hizo cargo de limpiar el local de León XIII (obviamente en secreto atesoró los vídeos) y del traslado y abandono del cadáver en “un descampado de La Sagrera, en Sant Andreu”, sitio donde la policía lo halló y del que hicieron su agosto los periódicos. Y cuyo nombre es indeleble para Ricky porque lo rastreó en internet: Rosario Marín. 

            Sin decirle nada a nadie, en el más absoluto secreto, Melchor Marín, el justiciero “héroe de Cambrils” consuma su venganza en el lugar donde Ricky y los tres violadores y asesinos de su madre solían ver los vídeos. Se trata de una solitaria cabaña ubicada en La Pleta de Bolvir, exleonera del padre de Enric Vidal. Según les comenta el inspector Blai a Melchor y al sargento Vàzquez: “Todo indica que fue un cortocircuito. Pero por lo visto la casa era de madera y, con este calor, ardió como una yesca. Encima era de noche, así debió pillarlos durmiendo, porque no se salvó ni uno. La casa estaba en medio del bosque, y cuando los bomberos llegaron ya era un montón de ceniza.” Allí encontraron los restos de “los tres tenores”, más los de Hematomas y el de un individuo aún no identificado. Según Vàzquez, “Hematomas debió subir a La Pleta de Bolvir por su cuenta” y “Los tres tenores fueron en el mismo coche. Torrent y Estellés los seguían, pero los perdieron a la salida de Barcelona. Normal, era viernes por la tarde y los túneles de Vallvidrera estaban colapsados.” No obstante, extraña y resulta muy raro, dada la calaña gansteril y mafiosa del primer teniente de alcalde, que “los tres tenores” se hayan desplazado sin ninguna pistolera escolta de los Vidal Boys.

            Vale recapitular que Melchor persuadió a Ricky para que, a través de Vidal, “los tres tenores” se reunieran con él en la cabaña de La Pleta de Bolvir, donde les diría algo sobre las grabaciones que aún no había revelado; algo sobre el chantaje a la alcaldesa que Vidal debería de saber antes de que se venciera el término antepuesto para la dimisión, que es el inminente sábado; o sea: la reunión será “Mañana por la noche. Antes de que venza el plazo del chantaje”. El sábado llegó (Melchor ya tenía tres días sin dormir) y la alcaldesa no renunció, pese a que aún el jueves y el viernes planeaba hacer pública su renuncia en una rueda de prensa. Y como no se pagó el monto de la tercera extorsión y los delincuentes no difundieron el vídeo sexual, Blai supone la posibilidad de que no lo tuvieran. Conjetura que apoya Vàzquez, así como el hecho de que “Si iban de farol, les ha salido de puta madre”, pues “Se han llevado el pastón de los dos rescates”; no obstante, dice: “nosotros seguiremos buscando la pasta. Aunque francamente, ahora mismo me parece bastante difícil que la encontremos. Sean quienes sean, esos cabrones seguro que ya han cogido las de Villadiego y a estas alturas vete a saber dónde andan.” Y también concuerda con Blai cuando declara: “Caso cerrado, como dice el inspector Gadget. ¿No, Vàzquez?” Lo cual implica que ya “el héroe de Cambrils” puede irse de rositas “a la paz de la Terra Alta”; donde, por fin, puede volver a releer Los miserables sin remordimientos ni sentimientos de culpa; y, donde luego, ya en septiembre (dejando atrás el súbito fallecimiento de Vivales por un cáncer secreto, cuyo sepelio convocó a una multitudinaria, variopinta y estrafalaria corte de los milagros), se reencuentra con el inspector Blai, pues dejó a los pijos y figurines de Egara; es decir, la jefatura del Área Central de Investigación de Personas, y aceptó “el puesto de jefe de la comisaría de la Terra Alta”, libre desde el pasado mayo.

            Vale añadir que Melchor, para despistar al inspector Blai, tuvo que desdecirse de las conjeturas básicas que le había comunicado durante la investigación. Por ejemplo, le dice sobre “los tres tenores” calcinados: “no creo que ninguno de los tres estuviese metido en la extorsión”. Y sobre Marga Isern, la novia de Ricky, quien “hizo en un locutorio una tarjeta SIM a nombre de Farooq Hoque”, le dice: “Es falso”. “El dueño del locutorio me engaño. Está enamorado de esa mujer, pero ella no le hace caso y él quiso vengarse contándome esa milonga”. Y sobre el hecho de que Marga dialogó con Hematomas, le asegura que “no se veían por lo de la alcaldesa”, sino “Porque Marga Isern era desde hace tiempo una confidente de Hematomas. La reclutó cuando estuvo en la cárcel. En el barrio es del dominio público.” Y como broche de oro: por teléfono persuadió a la alcaldesa de que no renunciara, comprometiéndose a entregarle el vídeo en su casa “mañana por la mañana”. Y luego de entregárselo en la mano, le antepone un pacto de silencio que incluye a Blai: “Usted y yo no hemos hablado, ni nos hemos visto. Nadie le ha devuelto el vídeo. ¿De acuerdo?”

 VI de VI

Al matiz lúdico e hilarante que implican los modismos y el habla deslenguado de buen parte de los personajes (sobre todo Blai y Vàzquez), se añade la índole fantástica que conlleva el hecho de que en Independencia se comenta Terra Alta, la novela de Javier Cercas donde Melchor Marín figura como “el héroe de Cambrils” que en Gandesa resolvió el caso Adell. El primero que lo hace es el comisario Fuster, precisamente el lunes de julio de 2025 que “el héroe de Cambrils” llega a Egara para integrarse a la Unidad Central de Secuestros y Extorsiones que investigará el chantaje a la alcaldesa. El comisario Fuster, aún ubicado en Información, fue quien en 2017 le recomendó a Melchor que se ocultara en la Terra Alta. Y ocho años después “le asegura que sigue siendo un símbolo vital para el cuerpo” y que “Es verdad que ahora mismo no hay ninguna razón para pensar que corra usted peligro, pero tenga por seguro que los yihadistas no le han olvidado.” El caso es que al final de ese diálogo de saludo y bienvenida, el comisario Fuster le pregunta sobre la novela Terra Alta, cuyo “autor se llama Javier Cercas”. Según le dice, “Mi mujer la ha leído [...] Dice que no está mal.” Pero Melchor ni sabía de su existencia ni la ha leído porque “no lee novedades literarias” (pero sí los textos inéditos del concurso de amateurs).

            La segunda persona que menciona la Terra Alta de Javier Cercas es la periodista Verónica, “la encargada de prensa del cuerpo”, quien con la anuencia del comisario Fuster, “unos meses después de los ataques islamistas de 2017, se desplazó hasta la Terra Alta para pedirle un favor: la televisión pública catalana estaba preparando un reportaje sobre los atentados, y los responsables querían entrevistarle”. Pero Melchor se negó, pese al ofrecimiento de aparecer de espaldas y con la voz distorsionada. Y ahora, en julio de 2025, Melchor y el sargento Vàzquez acuden al bar Roure, donde ella quiere que le confirmen si están “investigando un chantaje a la alcaldesa”. Y les adelanta que Roger Galí, “Un periodista del Ara”, va a publicar un artículo sobre los “rumores de que están extorsionando a la alcaldesa con un vídeo sexual” y que los Mossos d’Esquadra andan “detrás de los extorsionadores”. Verónica, además, le dice a Melchor que un amigo de ella, el cineasta Isaki Lacuesta, “tiene ganas de rodar una peli sobre los atentados de 2017”, que “Será un documental, nada de inventar nada, para qué.” Donde, si acepta, podría “desmentir lo que es mentira y confirmar lo es verdad” en la novela de Javier Cercas, donde se habla “sobre Melchor o sobre un tipo que se llama como Melchor y se parece bastante a Melchor... Se titula Terra Alta.” Pero “Melchor no contesta.” Es decir, se niega. (Vale comentar, entre paréntesis, que Isaki Lacuesta es el director de la película Un año, una noche basada en Paz, Amor y Death Metal, libro testimonial del español Ramón González editado por Tusquets el 2 de octubre de 2018, que aborda el ataque yihadista sucedido el viernes 13 de noviembre de 2015 en la sala Bataclán de París, filme que el jueves 17 de febrero de 2022 obtuvo en la Berlinale el Premio del Jurado Ecuménico.)

Javier Cercas

            Cuando el policía Melchor Marín va a la oficina de Clave Barcelona para entrevistar a Daniel Casas (donde en la pared hay “un Tàpies de gran tamaño, presidido por un calcetín auténtico, arrugado y pegado”, que quizá oculta el objetivo de una cámara), este lo recibe cantándole: “déjame que te diga que para mí es un honor recibirte. Uno no tiene cada día en su casa al héroe de Cambrils”. Aunque ya se publicó en Ara el reportaje sobre la extorsión a la alcaldesa, la fuente informativa de Casas sobre su vida le parece que es la novela de Javier Cercas, pues, adulador, le dice que el gobierno “debería haberte hecho un monumento. Me refiero a Cataluña en general. Si fuéramos norteamericanos, ya se habrían estrenado un par de series y un par de películas sobre lo de Cambrils, y David Fincher y Christopher Nolan se habrían dado bofetadas por firmarlas. En cambio nosotros tenemos que conformarnos con la novelita de Javier Cercas. Qué desastre, Dios santo, qué falta de autoestima. Y luego hay quien quiere que los catalanes seamos independientes.” Pero las minucias de la obra que Daniel Casas trata de cotejar con el hermético Melchor revelan lo que también translucen los comentarios sobre la novela que en su correspondiente entrevista le hace Enric Vidal: que la novela Terra Alta de ese Javier Cercas es exactamente la misma obra escrita por el narrador de carne y hueso.

           


              En este sentido, casi al final de Independencia, Rosa Adell —la heredera universal del imperio del fundador y exdueño de Gráficas Adell—, quien tiene la edad que tendría Olga Ribera si aún estuviera viva y que infructuosamente trata de seducir a Melchor, le dice que tome el libro que lleva en su auto, “ahí detrás”:  
“Melchor lo coge. El libro es una novela. La portada muestra a un hombre y a una niña cogidos de la mano y recortados contra un crepúsculo pálido, distante, nuboso y azul. Lee el nombre del autor y el título: Terra Alta.” Es decir, se trata de la misma portada con que Planeta la publicó en noviembre de 2019, en España y en México, con el cintillo rojo y los caracteres en blanco: “Premio Planeta 2019”.

 


Javier Cercas, Independencia. Terra Alta II. Colección Andanzas, Tusquets Editores. Primera edición mexicana. Ciudad de México, marzo de 2021. 400 pp.