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domingo, 3 de diciembre de 2023

Proverbios del Infierno y Hombre Muerto

La voz del Diablo

 

I de VII

Emanuel Swedenborg
(1688-1772)

Una y otra vez el argentino Jorge Luis Borges (1899-1986) recordó que el sueco Emanuel Swedenborg (1688-1772) solía recorrer las regiones de los cielos y de los infiernos y conversar con los muertos, con los demonios y con los ángeles. Precedido por premoniciones oníricas, todo comenzó una fría y brumosa noche de 1745 en las calles de Londres, cuando Swedenborg fue seguido por un desconocido que luego apareció en su cuarto. Allí el desconocido le dijo que era el Señor (Jesús o Dios) y le encomendó la tarea de rehabilitar la decadencia de la Iglesia fundando una tercera: la Nueva Jerusalén. Arduo empeño al que Swedenborg se dedicó el resto de sus días estudiando en hebreo los libros sagrados y escribiendo en latín toda su extensa y voluminosa obra basada en tales lecturas, en sus oníricos y visionarios viajes, y en sus conversaciones metafísicas.

Emecé Editores España
(Barcelona, 1996)

          El “camino de salvación” signado por Swedenborg implica la práctica de una vida ética e intelectual, a lo que el británico William Blake (1757-1827), “discípulo rebelde de Swedenborg”, añadió “el ejercicio del arte”, dice Borges. De Swedenborg
—además de “una iglesia, que es muy linda”: “una suerte de invernáculo, como de cristal”—, “Quedan algunos testimonios de sus últimos días, de su anticuado traje negro de terciopelo y de una espada con una empuñadura de forma extraña. Su régimen de vida era austero; el café, la leche y el pan eran su alimento. A cualquier hora de la noche o del día, los sirvientes lo oían caminar por su habitación, hablando con sus ángeles.” Esculpe Borges con la sierra y el martillo en “Emanuel Swedenborg”, su prefacio a Mystical Works (edición neoyorquina, sin fecha, de la New Jerusalem Church), compilado en su libro Prólogos con un prólogo de prólogos (Buenos Aires, Torres Agüero, 1975), póstumamente reunido en el volumen Obras completas IV (Barcelona, Emecé editores, 1996), donde también figura Borges, oral, libro que reúne la transcripción de las cintas magnetofónicas, a cargo de Martín Müller, de las cinco conferencias que Borges dictó, en junio de 1978, en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires; la tercera de ellas también se titula “Emanuel Swedenborg”, ídem el poema de Borges que cierra su citado prefacio a Mystical Works. Pero también en ese tomo IV figura el libro Biblioteca Personal. Prólogos, previamente publicado en Buenos Aires, en abril de 1988, por Alianza Editorial con el número 7 de la serie Alianza Literatura, y por ende allí se halla el prólogo de Borges a la Poesía completa de William Blake, libro coeditado en Barcelona, en 1986, por Hyspamérica y Orbis, con el número 4 de la Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges.

   

William Blake (1807)

Retrato de Thomas Phillips

           El conocimiento heterodoxo de Swedenborg que tuvo William Blake comenzó con el hecho de que su padre era un “no conformista de tendencia swedenborgiana”, anota el poeta español Luis Cernuda (1904-1963) en su preámbulo a la edición bilingüe que en 1983 hizo la madrileña Colección Visor de Poesía de Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793), Cantos de inocencia (1789) y Cantos de experiencia (1789-1794), libros de William Blake, traducidos del inglés al castellano por Soledad Capurro. Conocimiento no exento de crítica, antagonismo, acritud, sosa cáustica y bilis negra de predicador gesticulante y callejero, como bien puede leerse, por ejemplo, en una página del citado Matrimonio del Cielo y del Infierno:

     

Colección Visor de Poesía, Volumen LXXXVII
Madrid, 1983

          “Siempre me ha parecido que los Ángeles tienen la vanidad de hablar de sí mismos como los únicos sabios; lo hacen con una confiada insolencia nacida del razonamiento sistemático.

            “Así Swedenborg alardea de que lo que escribe es nuevo, aunque sólo es un Índice o Catálogo de libros ya publicados.

            “Un hombre llevaba consigo un mono para mostrarlo, y como era algo más sabio que el mono, se envaneció y se consideró a sí mismo más sabio que siete hombres. Así es con Swedenborg: él muestra la idiotez de las iglesias y denuncia a los hipócritas, hasta que imagina que todos son religiosos y que él es el único sobre la tierra que nunca rompió una red.

            “Ahora escucha un hecho claro: Swedenborg no ha escrito una verdad nueva.

            “Ahora escucha otro: ha escrito todas las viejas falsedades.

            “Y ahora escucha el motivo. Él conversaba con los Ángeles, que son todos religiosos, y no conversaba con los Demonios que odian todos la religión, porque él era incapaz por sus engreídos conceptos.

            “Así, los escritos de Swedenborg son una recapitulación de todas las opiniones superficiales y un análisis de las más sublimes, pero nada más.

            “He aquí otro hecho evidente: cualquier hombre de talento mecánico puede sacar de las obras de Paracelso o Jacob Böhme diez mil volúmenes de igual valor que los de Swedenborg, y de las de Dante o Shakespeare un número infinito.

            “Pero cuando lo haya hecho no le dejéis que diga que sabe más que su maestro, porque sólo sostiene una vela en pleno sol.”

II de VII

Mas si Swedenborg visitaba los cielos y los infiernos y discutía con los demonios y con los ángeles e incluso con Cristo, William Blake tuvo sus propias visiones: “ocho años tenía cuando vio un árbol poblado de ángeles”. Y antes o después, Dios mismo asomó su rostro a la ventana de su cuarto y miró al niño Blake. Y cuando ya “es alumno del grabador Basire, con el cual estudia siete años, durante los cuales traza copias de las tumbas y esculturas yacentes en la abadía de Westminster”, en ésta tiene “otra de sus visiones: un día ve a Cristo y los doce apóstoles recorriendo una de las naves”.

   

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 96

        Siendo las cosas así de tangibles y fehacientes (ídem el beso de la princesa que transformó en príncipe al horrorosísimo sapo de las cavernas de ultratumba), no sorprende que también visitara las regiones del más allá y retornara convertido en el incontestable cartógrafo de los cielos y de los infiernos: “No salió nunca de Inglaterra, pero recorrió, como Swedenborg, las regiones de los muertos y de los ángeles. Recorrió las llanuras de ardiente arena, los montes de fuego macizo, los árboles del mal y el país de tejidos laberintos. En el verano de 1827 murió cantando. Se detenía a ratos y explicaba ‘¡Esto no es mío, no es mío!’ para dar a entender que lo inspiraban los invisibles ángeles. Era fácilmente iracundo.” Cincela Borges en su citado prólogo a la Poesía completa de William Blake. De ahí que se tenga la mórbida impresión de que William Blake era un gruñón marca Diablo que descubrió la gnóstica fórmula para llegar a la Isla Perdida después mordisquear el prohibido fruto del Árbol del Conocimiento, y entonces supo, para decirlo con Umberto Eco, cómo atrapar un basilisco con la sola ayuda de un espejuelo de bolsillo y de una fe inconmovible [tanto] en el Bestiario, como en la Biblia.

        


        Uno de los títulos más célebres de William Blake es Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793). A tales páginas pertenecen los Proverbios del Infierno que tradujo al español el poeta mexicano Xavier Villaurrutia (1903-1950), reeditados en abril de 1994 por Fósforos, colección dirigida por Raúl Renán y Alfredo Herrera. Se trata de una pequeña caja, cuyo diseño, a partir de la idea original del poeta Carlos Isla, semeja ser una cajilla de cerillos de cocina, con hojas sueltas y sin número de páginas, coeditada en la Ciudad de México por Verdehalago, Revista quincenal de poesía y La Máquina Eléctrica.

    Aunque no se apunta en la minúscula edición de Fósforos, los setenta Proverbios del Infierno traducidos por el autor de Nostalgia de la muerte (Buenos Aires, Sur, 1938) aparecieron por primera vez, en la capital mexicana, en el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), junto a otros textos iniciales de Matrimonio del Cielo y del Infierno.

 

Edición facsimilar 
Col. Revistas Literarias Mexicanas Modernas, Vol. II, FCE
México, 1981

            En la “Visión memorable” que precede a los Proverbios del Infierno traducidos por Xavier Villaurrutia para la revista Contemporáneos, William Blake reporta su viaje al Infierno y el origen de éstos:

     “Mientras paseaba entre las llamas del Infierno, deleitado con los goces del genio que a los ángeles parece tormento y locura, recogí algunos de sus proverbios pensando que, así como los dichos de un pueblo llevan el sello de su carácter, los proverbios del Infierno muestran la naturaleza de la Sabiduría Infernal mejor que ninguna descripción de edificios o vestiduras.”

           

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 163

           Uno de tales Proverbios describe los rasgos de lo que parece un fantástico, espeluznante y luciferino ser del averno, un diablo hediondo a azufre:

      “Los ojos de fuego, la nariz de aire, la boca de agua, la barba de tierra.”

      Lo que imanta, con los pelos de punta a la ponketa de huitlacoche, la enigmática imagen de un demonio que traza William Blake en la citada “Visión memorable”:

   

Poesía completa (Hyspamérica, 1986), de William Blake
p. 234

         “Cuando volví a mi casa, sobre el abismo de los cinco sentidos, allá donde una doble llanura se desploma sobre el presente mundo, vi un poderoso demonio envuelto en nubes negras, aleteando en las paredes de las rocas; con llamas corrosivas escribió la sentencia siguiente, comprendida por el cerebro de los hombres y leída por ellos en la tierra: ¿No comprendes que cada pájaro que hiende el camino del aire es un mundo inmenso de delicias cerrado para tus cinco sentidos?”

III de VII

Quizá el desocupado lector, lectora o lectore, haya visto en la pantalla grande, en DVD, en Blue-Ray o en streaming, la película Dead Man (1995), en español: Hombre Muerto, wéstern guionizado y dirigido por el cineasta norteamericano Jim Jarmusch (Akron, Ohio, 1954), cuyo epígrafe de Henry Michaux reza: “Es preferible no viajar con un hombre muerto.” Sugestiva y por instantes distorsionada y estridente música de Neil Young con su lira eléctrica, en cuyo soundtrack en CD se llega a oír fundida al estruendo del oleaje marino, e incluso se llega a escuchar la voz del contadorcito William Blake (Johnny Depp) recitando unos versos del poeta maldito William Blake. Magnética fotografía en blanco y negro de Robby Müller. Sugerentes localizaciones, escenarios, vestuarios, y tipología de indos pieles rojas y hombres blancos (caras pálidas). Persuasivas actuaciones de Johnny Depp (William Blake) y Gary Farmer (el piel roja Xebeche, alias Nobody o sea: Nadie), etc.; en cuyo reparto descuella la breve aparición de Robert Mitchum corporificando al duro, autoritario y vengativo John Dickinson, dueño de la metalistería de Machine, avérnico e inmoral pueblo extraviado en lo profundo del salvaje y lejano Oeste, que le pone precio a la cabeza de William Blake (homónimo del poeta, pintor y grabador inglés), el joven contadorcito de Cleveland atildado como payaso de circo, quien tras un largo viaje en tren, ingenuamente llega a Machine (al término de la línea ferroviaria) en busca de empleo en las oficinas de la Dickinson Metal Works (lleva consigo una inútil carta de aceptación datada hace dos meses). Pero al enredarse en un inesperado y sorpresivo crimen en un cuarto del hotel (mueren baleados el hijo del señor Dickinson y la ex amante del vástago, ex prostituta y vendedora de flores de papel en la cantina del pueblo), se transforma ipso facto en un asesino y en un perseguido.

     


         Pues bien, el regordete y bufonesco piel roja Xebeche alias Nobody, como prefiere llamarse, está muy lejos del retorcido o convencional raciocinio de un colono sin escrúpulos de origen europeo, de esos que se mueven bajo las pulsiones de la codicia, del exceso, y de la azarosa y cruenta ley del revólver: o matas o te matan. Su idiosincrasia y psique es la de un esquizoide cuyo pensamiento y cosmovisión oscilan entre lo mágico, supersticioso, ritual, poético y mítico. Piénsese, por ejemplo, que cuando tropieza con el cuerpo de William Blake, herido por una bala cerca del corazón, trata de rehabilitarlo con el poder de sus canturreos, malabares, sahumerio y rudos apretujones sobre la herida: como hundiéndole la bala, en vez de sacársela con la punta de un arma blanca y unos tragos de aguardiente, según presupone el consabido canon cinematográfico. “Hay metal de los blancos cerca del corazón”, le dice. “Traté de sacarlo, pero está muy profundo. Mi cuchillo cortaría tu corazón y sacaría el espíritu de ahí. Estúpido, maldito hombre blanco.”

   Después de consultar la omnisciente sabiduría de las piedras, el indio piel roja, con un matiz de vidente y médium, le dice a William Blake: “Las piedras redondas bajo la tierra han hablado a través del fuego. Las cosas que son parecidas crecen así por naturaleza. Las piedras que hablan vieron mucho el sol. Unos creen que bajan con el rayo. Yo creo que están en la tierra y el rayo las hunde más.” Y luego, no menos enigmático, da por hecho que el contadorcito es un hombre muerto: “¿Mataste al hombre blanco que te mató?”. Lo cual se agudiza in extremis al enterarse, con asombro y un susto que lo catapulta hacia atrás, que el contadorcito se llama William Blake, pues ipso facto supone que corporifica al poeta y grabador inglés (una sombra, un fantasma de carne y hueso). “Tú fuiste poeta y pintor. Y ahora eres asesino de hombres blancos”, le receta; dado que en su niñez conoció, en Inglaterra, la biografía, los poemas y las imágenes del artista y poeta William Blake, luego de que unos soldados ingleses se lo llevaron de Norteamérica a Europa encerrado en una jaula en calidad de criatura salvaje para exhibición, observación y tipificación.

         De ahí que empiece a parlotearle al contadorcito William Blake citando los proverbios del poeta William Blake (que el cara pálida ignora y no comprende): “Cada noche y cada mañana algunos nacen para la miseria”. “Cada mañana y cada noche, unos nacen para un dulce placer. Otros nacen para la noche eterna.”

    Y más adelante, el indio piel roja, con su olfato de perro de caza, le advierte a William Blake que lo están siguiendo para matarlo (pese a que según él ya es un hombre muerto): “Muy seguido, el hedor del hombre blanco lo antecede.” Y entonces el contadorcito lo interroga sobre lo que deben hacer y Nobody le responde manipulando uno de los Proverbios del Infierno: “El águila perdió mucho cuando se conformó con aprender del cuervo”, que Xavier Villaurrutia tradujo así: “Nunca perdió más tiempo el águila que cuando escuchó las lecciones del cuervo”.

   Ironía a la que el piel roja vuelve a recurrir después de abandonarse —oculto bajo una enorme, negra y peluda piel de oso o de búfalo, a una fiera comunión sexual con una voraz y feraz india: “Levántate y guía tu carreta y tu arado sobre los huesos de los muertos” (“Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos”, según Villaurrutia), proverbio precedido por una de sus paródicas lisuras de autor de sus propios proverbios: “No dejes al sol hacer un hoyo en tu trasero”.

         

Fotograma de Hombre muerto (1995)

             Al inicio del vínculo con el indio, el contadorcito William Blake ignora la destreza de las armas de fuego, pese a que por un reflejo, defensivo y de autoconservación, mató al hijo del señor Dickinson. Y aunado a su presunta amnesia o dizque modesto olvido de sus versos que Xebeche le atribuye, el indio piel roja le vaticina la cifra de su destino de hombre muerto: “Esa arma sustituirá tu lengua. Aprenderás a hablar con ella y tu poesía se escribirá ahora con sangre.” Cosa que William Blake cumple al pie de la letra sin evitarlo y con la eficacia que pergeña su meteórica leyenda negra: destino de poeta maldito (muerto y sin espíritu) extraviado en el infierno del salvaje y lejano Oeste, donde escribe con sangre sus rápidos y onomatopéyicos asesinatos-poemas; incluso, en un pasaje, esgrime como suya la borrosa e inasible identidad del verdadero poeta: “¿Eres William Blake?”, le rebuzna uno del par de marshals, calvos y cazarrecompensas, que lo rastrean para matarlo. Y él responde: “Sí, lo soy. ¿Conocen mis poemas?”. Y ¡pum! ¡pum!, truenan los balazos que los borran del mapa del tesoro andante, lo cual el contadorcito rubrica con uno de los proverbios de William Blake que le oyó al vociferino Xebeche: “Algunos nacen para la noche eterna”.

 


         En el wéstern de Jim Jarmusch el lejano y salvaje Oeste es un infierno, una laxa e inmoral tierra de nadie donde los pieles rojas, los caras pálidas y los negros son unos demonios, recíprocamente desconfiados y mezquinos, que se embriagan, fornican, engañan, insultan, maldicen, manipulan, hacen trampas, roban y matan por la menor causa, precio, equívoco, capricho, orden o provocación. Recuérdese, entre otras cosas, lo relativo a Johnny The Kidd Pickett, un jovencillo pistolero de raza negra, con una cicatriz de arma blanca en el lado izquierdo del rostro, que ya ha matado a 14 personas; pero sobre todo lo que concierne a Cole Wilson, el diabólico pistolero antropófago que asesinó y se comió a sus propios padres (y que luego asesina y devora, incluso chupándose los dedos, al pistolero hablantín que dormía con un osito de peluche), vestido de negro (con botonadura plateada, balas de plata y cacha de nácar) como dicta al canon del más malo y maldito del Oeste, quien además conlleva al demoníaco ángel exterminador que le clava la última bala a la leyenda negra del contadorcito William Blake, ya en la canoa de su viaje al más allá. 

     

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

            O el nocturno asesinato de los tres tramperos en un claro del bosque que incita Xebeche con el contadorcito como carnada, donde una de las víctimas, el ridículamente travestido de tosca mujer, relata, alrededor de la hoguera y mientras cocina y sirve en platos metálicos, varias visiones del infierno dentro del infierno:

 

Ilustración de Arthur Rackham para
Ricitos de Oro y los tres osos

          “...con el cabello dorado [mamá osa] le hizo un suéter al osito”, dice al contar, frente a la hoguera, una chusca versión de Ricitos de Oro y los tres osos. Y luego relata un sangriento pasaje pseudohistórico, extirpado de la noche de los tiempos, que evoca el legendario y encarnizado festín caníbal de Vlad Tepes El Empalador: “Hoy recuerdo al emperador del mal, Nerón Augusto. Iba a arrasar con todos los cristianos.” “Para entretener a sus invitados, Nerón iluminaba su jardín con cuerpos de cristianos quemándose vivos en aceite atados en cruces flamantes; crucificados. Y durante la cena ordenaba que frotaran a los cristianos con hierbas de olor y ajo. Les cortaban el sexo y en costales los arrojaban a los perros salvajes.” Lo cual es signado por la cruenta y negra bendición a los frijoles sazonados con especias, leída heréticamente dizque de la Biblia, que resulta el presagio y preámbulo del asesinato a balazos de los tres tramperos: “Este día Dios te entregará en mis manos y yo te destruiré y decapitaré y daré el cadáver del anfitrión de los filisteos a las aves del aire y a las bestias de la tierra. Amén.”                    

     

Vlad Tepes almuerza rodeado de empalados

          En este sentido, el asesinato no riñe y hace íntimas migas (y danza de cachetito la macabra danza de la muerte) con algunos de los Proverbios del Infierno que parecen una apología o incitación al asesinato y a considerar el asesinato como una de las bellas artes, para deglutirlo y rumiarlo con el llevado y traído título de las memorias de Thomas de Quincey (1784-1859). “El asesinato exige, en su opinión, ser tratado estéticamente y apreciado desde un punto de vista cualitativo a la manera de una obra plástica o de un caso médico”, pontifica el heresiarca surrealista André Breton sobre De Quincey en su Antología del humor negro, urdida y prologada en 1939 e impresa al año siguiente en París, en francés, por Les Editions du Sagittaire.  

   

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

         ¡Ha llegado el tiempo de los asesinos!, podría gritarse a los cuatro pestíferos y deletéreos vientos bajo los efectos de varias onzas de Rimbaud y Diablo Verde, sintiéndose, obviamente, el más malo y maldito pistolero del viejo, lejano y salvaje Oeste, echando bala en las inmediaciones de la cantina de Machine. Véanse, si no, algunos maléficos y atronadores ejemplares de los Proverbios del Infierno de William Blake traducidos por Xavier Villaurrutia, publicados en el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), junto con otros textos iniciales del libro al que pertenecen: Matrimonio del Cielo y del Infierno (c. 1790-1793):

   

Xavier Villaurrutia (c. 1930)

Foto: Manuel Álvarez Bravo

           “Un cuerpo muerto no venga las injurias”; “Antes asesina a un niño en su cuna que nutras deseos que no ejecutes”; “Sumerge en el río a aquel que ama el agua”; “El gusano perdona el arado que lo aplasta”; “Del agua estancada espera veneno”; “Nunca pregunta el manzano o el haya cómo crecer, ni el león al caballo cómo coger su presa”; “Los tigres de la cólera son más sabios que los caballos del saber”; “La cólera del león es la sabiduría de Dios”.

    “Era fácilmente iracundo”, vale repetir que sigue puntualizando Borges de William Blake en el susodicho prólogo a su Poesía completa.  

   

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 4

Hyspamérica Ediciones Argentina/Ediciones Orbis
Barcelona, 1986

          Pero como tan solo en unas cuantas líneas de William Blake apenas corrieron algunos chorreantes baldes de sangre, tal vez quepa sacar de la chistera un cuchillo sin hoja al que le falta el mango de Geor Christoph Lichtenberg (1742-1799), traducido del alemán por Juan Villoro en el breviario Aforismos (México, FCE, 1989): “Siempre es preferible darle el tiro de gracia a un escritor que perdonarle la vida en una reseña”.

IV de VII

Al vaticinio que el indio piel roja Xebeche, alias Nobady, le cifra al contadorcito de Cleveland (homónimo del poeta y grabador inglés William Blake) sobre el destino que lo arrastra en el infierno del salvaje y lejano Oeste (hombre muerto, sin espíritu, que escribirá sus poemas con sangre) mientras el impoluto cara pálida viaja en tren observando las mutaciones del desolado paisaje (mira grandes y solitarias estructuras rocosas en lontananza, carretas deshilachadas y tipis abandonados) y las características de los cambiantes pasajeros que lo observan a él—, lo preludia el presagio que al inicio del wéstern, sin decir aguas negras van, le recita, casi como un acertijo, el fogonero analfabeta maquillado de hollín, el mismo que le señala que esos cazadores del vagón (ataviados con ásperos gorros y abrigos de pieles peludas) que de pronto por las ventanas disparan sus fusiles Winchester, ya han masacrado un millón de búfalos el año pasado y que Machine es el infierno y que tal vez allí halle su tumba:

  “Mira hacia la ventana”. “¿No recuerdas esto cuando vas en un barco? Y más tarde en la noche, estabas recostado viendo el cielo y el agua en tu cabeza no era distinta del paisaje y piensas: ¿por qué será que el paisaje se mueve pero el barco está inmóvil?”.

    Palabras-espejo (en lo futuro), pero un galimatías para el pálido y lampiño contadorcito William Blake que tampoco las entiende mirándose la nariz y parando las orejas, y cuyo sentido se explica por sí solo al término del filme, cuando Xebeche ha dispuesto bocarriba, en una canoa que evoca la mítica barca de Caronte, el cuerpo moribundo del contadorcito. Canoa india preparada por el piel roja con ramas de cedro, tabaco, un retrato en miniatura del hombre muerto y otros enseres, que transportará a William Blake por el Gran Mar al ámbito donde se halla su espíritu, el sitio de donde supuestamente vino.

 

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

        Sin embargo, el sentido de las palabras-espejo empieza a prefigurarse mucho antes; por ejemplo, cuando ambos van a caballo en el bosque y se encuentran, clavados en los troncos de varios árboles, los primeros retratos hablados del rostro de William Blake con el clásico: “Se busca”, “500 dólares”. Pero ante el desconcierto y berrinche del contadorcito, Xebeche le cifra uno de sus propios proverbios: “No pararás las nubes construyendo un barco”. Lo cual irrita aún más al contadorcito cara pálida, harto de las para él ininteligibles frases (los Proverbios del Infierno de William Blake), junto con los retruécanos y proverbios de su autoría con que el piel roja le parlotea. Pero éste sólo remata, burlándose, con el repetitivo, variado y bufo estribillo del tabaco (que incluso reitera casi al término de la película): “¿Seguro que no tienes tabaco?”

V de VII

El indio piel roja Xebeche, alias Nobody, le narra al joven William Blake su índole mestiza y marginal, y el significado de su nombre y sobrenombre, y la causa de que vague solo por el solitario bosque:  

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

             “Mi sangre está mezclada. Mi madre era Ungumpe Piccana. Mi padre Absolucca. Esta mezcla no fue respetada. De niño, seguido me dejaban solo, así que pasé meses acechando a la gente alce para probar que sería buen cazador. Un día, mis parientes alces, se compadecieron y un joven alce me dio su vida. Sólo con mi cuchillo le quité su vida. Cuando iba a cortar la carne vinieron hombres blancos a mí. Eran soldados ingleses. Corté a uno, pero me dieron en la cabeza con un rifle. Todo se volvió negro. Mi espíritu pareció dejarme. Luego me llevaron al Este. En una jaula. Me llevaron a Toronto [en tren], luego a Filadelfia y luego a Nueva York. Y cada vez que llegaba a otra ciudad de algún modo, el blanco, había pasado a su gente allá, adelante de mí. Cada ciudad nueva tenía la misma gente que la anterior y no podía entender cómo una ciudad de gente podía moverse tan rápido. Finalmente, me llevaron en barco a través del Gran Mar a Inglaterra. Me pasearon ante ellos como un animal cautivo. Una exhibición. Entonces yo los remedé imitando sus modales, esperando que perdieran interés en ese joven salvaje. Pero su interés sólo aumentó. Así que me metieron a una escuela de blancos. Y ahí fue que descubrí las palabras que tú, William Blake, escribiste. Eran palabras poderosas y me hablaron. Pero hice planes cuidadosos y finalmente escapé. Una vez más crucé el gran océano. Vi muchas cosas tristes de camino a la tierra de mi pueblo. Cuando se dieron cuenta de quién era, los relatos de mis aventuras los enojaron. Me dijeron mentiroso: Xebeche. El que habla fuerte sin decir nada. Me ridiculizaron. Mi propio pueblo. Me dejaron vagar solo por la tierra. Soy Nadie.”

          Pero el sentido nodal y nom plus ultra del filme de Jim Jarmusch, es el que gira en torno al hecho quintaesencial de que para el indio piel roja Xebeche, el contadorcito de Cleveland es un hombre muerto, un muerto sin espíritu que es el poeta, pintor y grabador inglés William Blake. Así, la misión que el indio colige y se impone a sí mismo hasta las últimas consecuencias (jugarse la vida en todo momento e incluso renunciar a ella) es conducir al hombre muerto al lugar “de donde vinieron todos los espíritus. Y a donde todos los espíritus vuelven.”

          Su asumida misión de guía al más allá empieza a cobrar un rumbo más definido cuando en uno de sus personales ritos de brujo sabio, visionario y vidente, ingiere peyote, que él llama el Abuelo Peyote, el alimento del Gran Espíritu: “los poderes de la medicina te dan visiones sagradas que no son para ti, William Blake”, le dice. Y en tales visiones le mira el rostro, al hombre muerto, como si fuera el cráneo de un esqueleto, en cuyas mejillas le traza un par de símbolos semejantes a rayos, cuya críptica índole sólo entiende el indio.

        No obstante, Xebeche induce al contadorcito al ayuno: “Buscar la visión es una bendición. Para hacerlo, debemos ir sin comida, ni agua, pues todos los espíritus sagrados reconocen a aquellos que ayunan. Es bueno prepararse así para un viaje.” Ayuno, tácita e implícitamente salpimentado y reforzado con peyote, lo que explica las alucinaciones pesadillescas que luego tiene William Blake: mientras desde su diálogo y fantaseo consigo mismo se prepara para aclararle el equívoco al señor Dickinson (el dueño de la metalistería de Machine que le puso precio a su cabeza), oye aullidos y ve a hieráticos y dispersos pieles rojas maquillados de mapaches que lo observan confundidos y ocultos entre las ramas de la floresta; pero luego, en el mismo follaje, como si se tratara de un móvil y cambiante trampantojo, sólo mira a un solitario mapache que se aleja entre las matas. Más tarde halla, abandonado en un claro del bosque, a un pequeño ciervo con el sangrante y cauterizado orificio de una bala en el corazón, casi su espejo o su doble, puesto que imita su postura y sueño eterno al dormir junto al animal.

 

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

         Pero el instante climático de las vertientes míticas y poéticas de la película empieza a entreverse en las palabras que Xebeche le dice al hombre muerto al cruzar, cada uno montado en su caballo, un paraje de árboles inmensos, luego de canturrear para sí una cantaleta, con soniquete de vocalización india, que parece un sarcástico blues: “No me importa si te casaste 17 veces. Aún te amo”. Chispa que es una minucia de toda la dosis de comedia y humor (muchas veces negro) que el filme también tiene. “Te llevaré al puente hecho de aguas”, le dice Xebeche. “El espejo. Te llevarán al siguiente nivel del mundo. El lugar de donde vienes, William Blake. Donde debe estar tu espíritu. Debo ver que pases por el espejo donde el mar se une al cielo.”

VI de VII

Que había en William Blake una buena pócima de veneno, una negra toga y un matiz de vidente, oráculo de las tinieblas, herético profeta, psicótico y tóxico poeta maldito, ni duda cabe. Los Proverbios del Infierno lo refrendan. E incluso él mismo, en cierto modo (y de muchos modos) lo dijo. 

     

Libro del Cielo y del Infierno (Emecé, 1999)
p. 61

          En una nota de William Blake al “Discurso VIII” de Sir Joshua Reynolds (director de la Royal Academy a la que el poeta, pintor y grabador ingresó en 1778) que cita Luis Cernuda en su citado prólogo a la edición conjunta de Matrimonio del Cielo y del Infierno, Cantos de Inocencia y Cantos de Experiencia, se lee: “Sentía el mismo desprecio y aborrecimiento que siento ahora. Se burlan de la inspiración y la visión. Inspiración y visión eran entonces, son ahora, y espero que sean para siempre, mi elemento, mi morada eterna. ¿Cómo podría oír que las condenan sin devolver desprecio por desprecio?”. Intrínseca, visceral y ortodoxa declaración de principios, equivalente a la milenaria ley del talión, que ineludiblemente remite a uno de sus Proverbios (traducido por Villaurrutia): “Como el aire al pájaro o el agua al pescado, así el desprecio al despreciable.”  

         

Libro del Cielo y del Infierno ((Emecé, 1999)
p. 55

          Y si otros Proverbios del Infierno implican una apología o incitación al asesinato (y por ende a reflejar, en un espejo de piedra, que el verdadero culpable y asesino es el hipócrita lector), citados en la segunda parte de la presente cibernota, y a considerar (por capricho o sin él) el asesinato como una de las bellas artes
“Tenía ganas de envenenar a un monje”, apostilló Umberto Eco sobre la idea seminal que daría cosmológico origen a El nombre de la rosa (1980)—, su petulancia de inspirado, visionario y vidente, también se transluce en el que postula: “El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría.” (Parecido al que reza: “Nunca sabrás lo que es suficiente a condición de que sepas lo que es más que suficiente”, según Villaurrutia.) Cuyo sentido evoca un fragmento de la carta que el enfant terrible Arthur Rimbaud (1854-1891) le dirigió, el 15 de mayo de 1871, a Paul Demény:

 

La nave de los locos núm. 27, Premià editora
Tercera edición, México, 1981

        “Digo que es preciso ser vidente, hacerse vidente.

       “El Poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de sufrimiento, de locura; él busca por sí mismo, agota en él todos los venenos para conservar sólo las quintaesencias. Inefable tortura en la que hay necesidad de toda la fe, de toda la fuerza sobrehumana, en la que él llega a ser entre todos el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito ¡y el supremo Sabio! Porque él llega a lo desconocido: ¡Puesto que él ha cultivado su alma, ya rica, más que ningún otro! Llega a lo desconocido, y cuando, loco, termina por perder la inteligencia de sus visiones, ¡él las ha visto! ¡Que reviente en su salto por las cosas inauditas e innombrables: vendrán otros horribles trabajadores: ellos comenzarán por los horizontes en los que el otro se ha desplomado!” (Versión del francés al español de Marco Antonio Campos, incluida en la edición bilingüe de Una temporada en el Infierno, publicada en México, por Premià, en 1979, con traducción, prólogo, una nota y un poema suyos.)

VII de VII

En los Proverbios del Infierno de William Blake (traducidos por Xavier Villaurrutia) late una visión maldita, anarca y herética de la vida terrestre, entendida como una temporada en el Infierno, donde el hombre, ser infinitesimal, efímero, contradictorio, y plagado de debilidades y defectos, apenas vislumbra una minucia de lo cosmogónico e inescrutable que lo rodea: “El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar tempestuoso y la espada destructora son porciones de eternidad demasiado grandes para el ojo del hombre.” La religión (católica y protestante), dueña y manipuladora del pensamiento (de los anhelos de trascendencia, de los sueños, de las pesadillas), y los hipócritas religiosos (feligreses y prelados), son una despreciable ralea digna de su flagelo y de la condenada eterna a las llamas del averno: “Las prisiones están construidas con piedras de la Ley; los burdeles con piedras de la Religión”; “Así como la oruga elige las hojas más hermosas para poner sus huevos, el sacerdote deposita su maldición sobre los mejores goces”; “La Prudencia es una vieja solterona rica y fea cortejada por la Incapacidad”.

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

            Y aquí se podría recordar un pasaje del wéstern Hombre Muerto, donde un vendedor de municiones (estereotipo de religioso que manosea la religión a su antojo como si fuera el coño de una prostituta) le dice al contadorcito William Blake que las balas que vende están bendecidas por un obispo de Detroit (cosa posible); así, cuando el piel roja Xebeche asoma la cabeza y entra al tendajón con su enorme penacho de plumas y el vendedor de municiones le niega el tabaco que exhibe frente a sus narices (al blanco se lo regala), esgrime el persignarse a modo de escudo protector y su verborrea religiosa a modo de flamígera, corrosiva y xenofóbica arma infalible: “Que Jesús lave la tierra con su santa luz y lave los sitios más oscuros de salvajes y filisteos”.

Fotograma de Hombre Muerto (1995)

             Y en el intento de frustrar su inminente asesinato por parte de William Blake que lo apunta de frente con su revólver (después de que primero el vendedor de municiones intentara matarlo a traición de un balazo), le dispara y vocifera su última maldición dizque creyente y religiosa: “Que Dios condene tu alma al fuego del Infierno”.

        Sin embargo, pese a lo antes dicho, otros Proverbios del Infierno de William Blake (oh paradoja) parecen un allegro de palpitación angelical y divina: las sabias y cantarinas consejas de una tierna abuela en tiempos de Navidad; o las observaciones de un benévolo y recto moralista con pulsiones puritanas y religiosas de hueso colorado (¡aleluya!): “Jamás se convertirá en estrella aquel cuyo rostro no irradie luz”; “El acto más sublime consiste en colocar otro delante de ti”; “El alma llena de dulce placer no puede ser manchada”; “El necio no ve el mismo árbol que el sabio”; “En tiempo de siembra, aprende; en tiempo de cosecha, enseña; en invierno, goza”; “Usa número, pesa y medida en un año de escasez”; “Como el arado obedece las palabras, Dios recompensa las plegarias”; “La abeja laboriosa no tiene tiempo para la tristeza”; “El que agradece lo que recibe soporta el peso de su abundante cosecha”; “Aquel que desea pero no obra, engendra peste”; “El pájaro, un nido; la araña, una tela; el hombre, la amistad”; “Está pronto a decir siempre tu opinión, y el ruin te evitará”; “El reloj cuenta las horas de la locura, pero ningún reloj puede contar las horas de la sabiduría”; “Exceso de pena, ríe. Exceso de alegría, llora”; “Piensa por la mañana, obra al mediodía, come por la tarde y duerme por la noche”; “Ningún pájaro se eleva demasiado alto, si vuela con sus propias alas”; “Las plegarias no aran; las alabanzas no maduran”; “El orgullo del pavo real es la gloria de Dios”; “La zorra se provee; pero Dios provee al león”; “Lubricidad del chivo, generosidad de Dios”.

          Por otro lado, el que reza: “La maldición, fortifica; la bendición relaja”, parece recordar el carozo de la mazorca de la vulgarizada apología del hombre fuerte atribuida a Friedrich Nietzsche: “Lo que no me mata, me fortalece”. (Que Efraín Huerta reviraría, quizá, con el consabido refrán a modo de poemínimo: “Lo que no mata, engorda.”)

      Pero también, entre los setenta Proverbios del Infierno que Xavier Villaurrutia tradujo al español para el número 6 de la revista Contemporáneos (noviembre de 1928), hay algunos (verdaderas illuminations, quizá cantaría exultante algún Rimbaud de vecindario perdido en el ciberespacio) que más o menos (o totalmente) reconfortan y reconcilian al ateo de a pie, al panteísta en el laberinto, al agnóstico de bolsillo, o al esteta intelectual, con lo efímero e inescrutable de la existencia no siempre placentera ni divina: “La desnudez de la mujer es la obra de Dios”; “La Eternidad está enamorada de las obras del tiempo”; “Crear una sola flor es trabajo de siglos”; “Un pensamiento llena la inmensidad”.

 

 

Audiovisual

Jim Jarmusch, Dead Man/Hombre Muerto. DVD. Film House, México, 2006.

Neil Young, Dead Man. CD. Soundtrack de Dead Man (1995), largometraje en blanco y negro con guion y dirección de Jim Jarmusch. Cuadernillo adjunto con textos e iconografía. Vapor Records. New York, 1996.

 

Bibliografía

Bioy, Casares Adolfo y Borges, Jorge Luis, Libro del Cielo y del Infierno. Antología de textos de Emanuel Swedenborg y otros autores. Prólogo de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares fechado en Buenos Aires, 27 de diciembre de 1959. Iconografía anónima y sin datar en blanco y negro. Emecé Editores. Buenos Aires, junio de 1999. 192 pp.

Blake, William, “El matrimonio del Cielo y del Infierno”, “Proverbios del Infierno”, etcétera. Traducción del inglés de Xavier Villaurrutia, en Contemporáneos núm. 6, noviembre de 1928, en Contemporáneos, tomo II (de XI), Septiembre-Diciembre de 1928, p. 213-243. Edición facsimilar. Colección Revistas Literarias Mexicanas Modernas/FCE. México, abril 15 de 1981.

Blake, William, Matrimonio del Cielo y el Infierno. Los cantos de Inocencia. Los cantos de Experiencia. Traducción del inglés de Soledad Capurro. Prólogo de Luis Cernuda. Colección Visor de Poesía, Volumen LXXXVII. Madrid, 1983. 212 pp.

Blake, William, Poesía completa. Traducción del inglés de Pablo Mañé Garzón. Prefacio de la serie y prólogo de Jorge Luis Borges. Ilustraciones anónimas en blanco y negro. Colección Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 4, Hyspamérica Ediciones Argentina/Ediciones Orbis. Barcelona, 1986. 256 pp.

Blake, William, Proverbios del infierno. Traducción del inglés de Xavier Villaurrutia. Cajita con hojas sueltas s/n de páginas. Colección Fósforos. Verdehalago/Revista quincenal de poesía/La Máquina Eléctrica. Ciudad de México, abril de 1994.

Borges, Jorge Luis, Biblioteca personal (prólogos). Alianza Literatura núm. 7, Alianza Editorial. Buenos Aires, abril de 1988. 136 pp.

Borges, Jorge Luis, Obras completas IV. Emecé Editores España. Barcelona, 1996. 550 pp.

Borges, Jorge Luis y Ferrari, Osvaldo, Diálogos. Editorial Seix Barral. Barcelona, abril de 1992. 384 pp.

Breton, André, Antología del humor negro. Traducción del francés de Joaquín Jordá. Compactos núm. 33, Editorial Anagrama. Barcelona, 1991. 406 pp.

Eco, Umberto, “Apostillas a El nombre de la rosa”, p. 631-664, en El nombre de la rosa. Traducción del italiano de Ricardo Pochtar. Traducción de los textos en latín de Tomás de la Ascensión Recio García. Colección Palabra Seis núm. 2, Editorial Lumen. 2ª reimpresión de la 3ª edición mexicana. México, diciembre de 2001. 672 pp.

Lichtenberg, Geor Christoph, Aforismos. Antología, prólogo, notas y traducción del alemán de Juan Villoro. México, febrero de 1989. 304 pp.

Märtin, Ralf-Peter, Los “Drácula”. Vlad Tepes, el Empalador y sus antepasados. Traducción del alemán de Gustavo Dessal. Iconografía en blanco y negro. Fábula núm. 150, Tusquets Editores. Barcelona, noviembre de 2000. 232 pp.

Miller, Henry, El tiempo de los asesinos. Un estudio sobre Rimbaud. Traducción del inglés de Roberto Bixo. El libro de bolsillo núm. 975, Alianza Editorial. Madrid, 1983. 128 pp.

Rimbaud, Arthur, Una temporada en el infierno. Edición bilingüe. Prólogo, antología, poema, y traducción del francés de Marco Antonio Campos. Ilustraciones en blanco y negro. La nave de los locos núm. 27, Premià editora. 3ª ed., segundo semestre de 1981. 120 pp.

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Trailer de Hombre Muerto (1995), wésterm con guion y dirección de Jim Jarmusch.

 

 

domingo, 22 de mayo de 2022

Noticias del gran mundo

Un balneario de aguas medicinales

 

I de VII

En 2016 la prolífica narradora y poeta norteamericana Paulette Jiles publicó en Estados Unidos su novela News of the World a través de la editorial William Morrow and Company; sonoro best seller, traducido a otros idiomas, que dio pie a la homónima versión cinematográfica basada en el libro, estrenada en 2020 con la dirección de Paul Greengrass y la presencia estelar del celebérrimo actor Tom Hanks en la caracterización del capitán Jefferson Kyle Kidd. Wéstern visible en Netflix, la popular plataforma en streaming (plagada de churros de baja estofa y con poco cine de arte), donde se puede ver y oír con subtítulos en español bajo el rótulo Noticas del gran mundo. Esto explica, por obvias razones de mercadotecnia, que la Editorial Almuzara, que en febrero de 2021 publicó (con algunas erratas) la traducción al español de Ignacio Alonso Blanco, haya optado por ese rótulo en lugar de la traducción literal: Noticias del mundo; y que en la misma portada (con diseño de Ana Cabello) lo reafirme con un eslogan que va directo al grano de a libra: “La novela que inspiró la película protagonizada por Tom Hanks”. 

       

(Almuzara, 2021)

        Y que lo reitere en el fragmento que en la segunda de forros cierra el bosquejo biográfico de la autora: “Jiles vive en un pequeño rancho en San Antonio, Texas (junto a la fortaleza de El Álamo). Su novela Noticias del gran mundo fue finalista en el National Book Award y vendió cuatrocientos mil ejemplares tan solo en los Estados Unidos, para después ser traducida a numerosas lenguas y adaptada al cine en la película protagonizada por Tom Hanks.” Y haciendo efemérides, y literatura, Almuzara rotula en el colofón ese título cinéfilo: “La impresión de Noticias del gran mundo concluyó el 1 de febrero de 2021. Tal día del año 1861, en el marco de la guerra civil estadounidense, el estado de Texas abandona los Estados Unidos de América para incorporarse a los desaparecidos Estados Confederados de América.”

           

(William Morrow, 2016)

          Y si bien en la página legal del libro editado en España por Almuzara se lee: “Título original: News of the World”, algo que chirria o extraña es la ausencia del copyright de la primera edición norteamericana, dato que por lo regular las editoriales suelen acreditar. A esto se agrega que allí se anuncia ubicado en la “Colección Novela Histórica”; pues si bien a lo largo de las páginas se transluce la minuciosa documentación histórica que hizo Paulette Jiles para urdir numerosos detalles (elípticos y resumidos) y la trama de su obra, de ninguna manera es una “Novela Histórica”.

 II de VII

Con algunas notas al pie de página del traductor, la novela Noticias del gran mundo se desarrolla en 22 capítulos numerados con palabras. Y sólo el primero tiene un título: “Uno. Wichita Falls, Texas, invierno de 1870”. Esto es así porque el capitán Jefferson Kyle Kidd, que es un viejo itinerante de 71 años que desde 1866 se gana la vida leyendo noticias en poblaciones del norte de Texas, llegó de Bowie “a Wichita Falls el día 26 de febrero” de ese año y casi enseguida se puso a clavar con chinchetas los carteles con que anuncia su inminente lectura, cuya entrada se paga en una lata metálica con monedas de diez centavos de dólar por cabeza. Y durante la lectura vio entre sus escuchas a un rubio que lo observaba sentado junto a dos indios de la tribu caddo. Pero lo más trascendente para él es que Britt Johnson, conocido del capitán, le hace señas para hablar con él después del término.

Paulette Jiles

        
Britt Johnson es un negro liberto, que labora de transportista con un par de carretas tiradas por poderosos caballos, junto con su hijo (quien en 1864, aún menor y con un hermano y su madre, fue cautivo de los indios kiowas durante un año), más dos estibadores: Paint Crawford y Dennis Cureton, también negros libertos. El capitán Kidd supone que Britt Johnson quiere hablar de la noticia que leyó sobre “La decimoquinta enmienda”, “ratificada el 3 de febrero de este año, 1870, que [dizque] concede el sufragio a todos los hombres cualificados para acudir a las urnas, sin distinción de raza, color o previa situación de servidumbre”. Pero en lugar de esto, Britt Johnson, en medio de la tupida e incesante lluvia, y a la entrada de la caballeriza, le muestra a una niña blanca, ojiazul y rubia, ataviada de india kiowa, que trae en la carreta desde Fort Sill, en territorio piel roja al otro lado del río Rojo, donde se la entregó Samuel Hammond, el agente indio, quien, según pudo averiguar, “se trata de Johanna Leonberger, raptada hace cuatro años, cuando tenía seis, cerca de Castroville. Allá abajo, por la zona de San Antonio.” Según le informa Britt al capitán, sus padres y su hermana menor fueron asesinados por indios kiowas durante un asalto. Pero ahora “los kiowas no la quieren”, dice. “Por fin se han dado cuenta de que lo único que consiguen teniendo cautivos blancos es que los muchachos de la caballería los vapuleen. El agente indio los amenazó con quitarles sus raciones y enviar al 9° y 12° tras ellos. Fue entonces cuanto la trajeron [a Fort Sill] y la entregaron a cambio de quince mantas de la bahía de Hudson, de esas que tienen cuatro rayas, y una vajilla de plata. En realidad, alpaca. La utilizan para hacer pulseras. La entregó la banda del Cuervo Silencioso.” Y además, le dice: “El agente tenía un papel de sus parientes, Wilhelm y Anna Leonberger; sus tíos. Y me dio una moneda de oro de cincuenta dólares por devolverla a Castroville. La familia se la había enviado a través de un comandante de San Antonio destinado al norte. Tenía que entregarla a alguien como pago por devolverla a casa. Le dije que yo la sacaría del territorio indio y que la llevaría al otro lado del río Rojo. No fue fácil. Casi nos ahogamos. Eso fue ayer.”

            Pero el meollo de ese diálogo es que Britt Johnson no puede completar el encargo porque él y sus colaboradores son negros; es decir, sería un mortal peligro transportar por esa zona y hasta el entorno de Castroville a una niña blanca. Y el capitán Kidd asume la encomienda no por un afán filantrópico ni monetario, sino por la abulia que lo abruma hasta los huesos, el cogote y el cráneo: “Su vida le parecía adusta, amarga y, en cierto modo, malograda; hacía poco que ese pensamiento había comenzado a rondar por su cabeza. Una lenta monotonía había penetrado en él como el gas del alumbrado y no sabía qué hacer al respecto, aparte de buscar soledad y silencio. Últimamente siempre se sentía impaciente por concluir sus lecturas.”

  Intríngulis y leitmotiv que compagina y se embona con la íntima y personal añoranza de que sus hijas, residentes en Georgia, regresen a Texas, recuperen la tierra de sus ancestros españoles (se remonta a 1733) contigua a la misión de Nuestra Señora de la Purísima Concepción de Acuña, y además ocupen la vetusta casona de los Betancur en el epicentro de San Antonio: “la gran Casa de la Dueña”, aún en pie y en la que residen “los descendientes de la familia Betancur”, “envejecidos como momias y quejándose por no poder conseguir pan blanco y tener que comer tortas”.

 

Fotograma de Noticias del gran mundo (2020)

           Vale resumir, entonces, que el capitán Kidd, nacido el 15 de marzo de 1798 “en Ball Ground, en las colinas de la cordillera Azul, Georgia”, luego de “concluir su periodo de aprendizaje como impresor en Macon”, instaló “su prensa en la plaza de las Islas”, en San Antonio, “también conocida como Main Plaza, en la planta baja de un moderno edifico de obra nueva perteneciente a un abogado llamado Branholme”. En su tarea de impresor se hallaba (incluso “Estudió español para así poder imprimir cualquier circular o periódico que fuese necesario”) cuando vio por primera vez, corriendo tras el lechero, a quien sería su joven y bella esposa: María Luisa Betancur y Real, miembro de una familia española de rancio abolengo, quien falleció en 1865, un año antes de que el capitán Kidd se viera obligado a emigrar al norte de Texas y a convertirse en un ambulante y azaroso lector de noticias expurgadas de diversos periódicos y de la información que a través del telégrafo divulga la Asociación de la Prensa. Es decir, durante la Guerra de Secesión que entre 1861 y 1865 confrontó a la abolicionista Unión con los esclavistas Estados Confederados, “En San Antonio, la oficina local de la Comisión de Apoyo a la Confederación lo amenazó con pena de cárcel si no invertía en bonos confederados, así que allá fue todo. Vendió su negocio de imprenta, saldó sus deudas y se echó a los caminos. María había fallecido un año antes, y fue como si se hubiese soltado algún tipo de atadura, como si se hubiera cortado la soga de amarre de un globo; el capitán, como el globo, se elevó, alejándose flotando, empujado por los vientos del destino.”

Fotograma de Noticias del gran mundo (2020)

         Para trasladar a la niña Johanna de Wichita Falls a las cercanías de Castroville, el capitán Kidd, con la “moneda de oro de cincuenta dólares” que le entrega el negro Britt Johnson (“una moneda española de ocho escudos acuñada en oro de veintidós quilates y con el borde perfectamente estriado, sin limar”), compra una carreta de segunda mano, una jardinera pintada de un “brillante color verde oscuro y con unas letras doradas a los lados que decían: Aguas Medicinales y Manantiales Termales del Este de Texas”, a la que suma el par de potros que posee y con los que ha venido haciendo sus viajes de lector de noticias: Pachá, su capón de monta, y Fancy, su yegua de tiro, que es el rocín que acarrea el carromato, mientras el orondo rocinante va amarrado en la parte de atrás. Y cuando ya están en Dallas dispuestos a pasar la noche en un par de cuartos de “un hotel de la Calle Stemmons Ferry” (mientras la viuda Gannet trata de calmar a la inquieta niña kiowa), el capitán Kidd, antes de su lectura en el teatro Broadway, escribe una carta a sus hijas Olympia y Elizabeth, quienes viven con esfuerzos en las ruinas de una “granja de New Hope Church, Georgia”. Olympia, la menor, es algo etérea y difícil; quedó viuda y sin hijos cuando Mason, su marido, recibió en Adairsville, pueblo de Georgia, un disparo de un yanqui de la Unión “durante la retirada de Johnson a Atlanta”. Y por ende vive refugiada en la granja con su hermana Elizabeth, quien tiene dos hijos y a Emory, su marido, manco del brazo derecho, pues al igual que Mason, sirvió en un regimiento de la Confederación en Georgia.

 

Guerra de Secesión (1861-1862)

          Esa larga misiva, pese a que se centra en inquietudes familiares, el capitán Kidd la inicia escribiendo con un criterio reporteril, de mensajero de noticias: “Las nuevas instituciones del Senado y la Cámara de Representantes del estado de Texas acaban de promulgar una ley que prohíbe a la población civil portar armas cortas, es decir, pistolas”. Y la respuesta a su carta el capitán Kidd la lee después del siguiente primero de abril, sentado en los escalones de la oficina de Correos de San Antonio, cuando ya ha cumplido 72 años y dejado a la niña Johanna en la granja de sus tíos Leonberger, quienes viven “en un arrabal llamado D’Hanis”, a 15 millas hacia al Oeste de Castroville, que a su vez está a 15 millas al Oeste de San Antonio. En esa misiva, escrita por su hija Elizabeth, lee que sus hijas, casi sin dinero, sólo podrán regresar “dentro de dos años”. Así que el capitán Kidd, luego de rescatar a Johanna del maltrato de sus tíos, sigue su vida de lector itinerante por el norte de Texas, pero ahora auxiliado por la legendaria niña Cautiva haciendo la tarea de recaudadora de las monedas de diez centavos que caen tintineando en el bote, hasta que tres años después (o sea: en 1873), ya instaladas sus hijas en la vieja y desocupada casona de los Betancur, “el capitán dejó de salir por los caminos tejanos”.     

Johanna/Cigarra
(Helena Zengel)

      Durante esa fraterna vida familiar, según cuenta la voz narrativa, Johanna, que se considera una india kiowa (llamada Ay-ti-Podle, o sea: Cigarra, cuyo canto indica que se acerca el tiempo de la fruta madura; hija del indio Remolino y de la india Tres Lunares), “Nunca aprendió a valorar esas cosas que los blancos tanto estimaban” y “seguiría siendo una kiowa hasta el fin de sus días”. No obstante, aprendió a comportarse como niña blanca y a montar a la amazona; y poco a poco aprendió el idioma del capitán Kidd, a quien cariñosamente llama kontah (abuelo), “aunque siempre hablaba con un ligero acento y siempre con problemas para pronunciar el fonema /r/.” Y con ese jocoso y peculiar modo de hablar con acento y yerros gramaticales, convino, motu proprio, su matrimonio con el futuro ganadero John Calley. O sea, cuando tenía unos quince años llegó cabalgando a San Antonio el tal John Calley y fue a presentarle sus respetos al capitán Kidd. Y en la escena del primer encuentro en la puerta de la casona, John Calley quedó flechado ante la metamorfosis de Johanna Kidd y empezó el galanteo correspondido casi ipso facto. Por ello Johana le dijo al despedirlo: “Aquí está tu somblelo. Nos gustalía mucho que vinieses a cena’.”

   

Edmund J. Davis

        Vale recapitular que John Calley es el joven a caballo de barba negra y piel oscura y ojos negros que, a la cabeza de un variopinto grupo de desarrapados salteadores con buenos caballos y bien armados con carabinas Spencer (“esas nuevas carabinas de repetición de cañón corto”), a ella, entonces una chiquilla india de diez años que no entendía el habla de los blancos, le regaló “un caramelo masticable lleno de pelusa” y al capitán le cobró medio dólar por entrar al poblado de Durand para hacer su lectura, no sin que uno de los bandoleros le cantara el incendiario polvorín político contra el gobernador de Texas; o sea: contra Edmund Jackson Davis, quien en la vida real fue el decimocuarto gobernador de Texas, entre el 8 de enero de 1870 y el 15 de enero de 1874: “Nadie que haya votado a Davis va a entrar en el condado de Erath”. Lo cual en cierto modo es ratificado por John Calley diciéndole al capitán que en Durand “no hay ninguna autoridad local”: “No hay sheriff. Los hombres de Davis echaron al último. No hay juez de paz, no hay alcalde y no hay ni comisarios ni comisionados ni nada. Davis y el ejército de los Estados Unidos los quitaron a todos. Todos habían servido en el ejército confederado, o como funcionarios bajo el Gobierno de la confederación, así que ese fue su final. Pero el señor Davis no ha enviado a nadie para sustituirlos. Así que nos encargamos nosotros de la tarea. Usted responde ante nosotros.”

  John Calley, que a los 17 años era combatiente en la Guerra de Secesión, asistió a la lectura que el capitán Kidd empezó a las ocho de la noche en el “nuevo edificio comercial” de Durand (rentado ex profeso por un dólar pagado con calderilla). Pese a que la Ley Marcial (del supuesto “gobierno de la reconstrucción”) prohíbe portar armas cortas, varios de los asistentes las llevan y por ende el “soldado del ejército estadounidense” que los cachea a la entrada, apila en un asiento “siete u ocho revólveres y una de esas diminutas pistolas de dos disparos”. Y pese a que el capitán Kidd tuvo el cuidado de que ningún artículo mencionara “la situación política en Texas”; o sea: “a Davis o a Hamilton, ni el asunto del derecho al voto de los negros en Texas, lo ocupación militar o la política de pacificación”, su lectura fue interrumpida por una risible, pero sintomática y violenta pelea entre partidarios de las dos facciones republicanas que vociferan y berrean contra el “chaquetero Hamilton y el corrupto Davis” (“¡Cuando Davis haya terminado su legislatura, cada uno de sus malditos compinches tendrá el camino pavimentado hasta la puerta de casa!”), que hizo que el militar se esfumara como por arte de birlibirloque y que las monedas de diez centavos cayeran del bote y se desparramaran por el suelo; y entonces John Calley (ahora con la barba recortada, buena ropa y buenas botas) se presentó al capitán y lo auxilió para reunirlas pues, humillado, las recogía a cuatro patas. “No deberíamos haberle cobrado esta mañana. Lo lamento.” Le dijo John Calley.

   Por lo poco que se lee en la parte postrera de la novela, el matrimonio entre Johanna y John Calley fue venturoso: “entraron en el nuevo siglo, conduciendo ganado a través [de] los pastos de Texas. Vivieron para ver a un avión aterrizar en Uvalde. Fueron de la mano, acompañados por sus dos hijos ya crecidos, para ver el aparato golpear el suelo tejano y al piloto salir caminando tranquilamente, como si hubiese hecho todo aquello a propósito.”

   También se lee que en algún momento Olympia se volvió a casar, “lo cual fue un alivio para todos”. Y Elizabeth se entregó a la crianza de sus dos hijos y a la documentación y estudio para recuperar la tierra de sus ancestros aledaña a la misión de la Concepción. Emory, su marido manco, con cierto empeño, “adquirió la tienda de ropa de Leon Moke y la convirtió en una imprenta”, donde, con alguna asesoría de su suegro, “trabajaba con gran interés y deleite manejando su nueva Babcock, una prensa rotativa, mientras el capitán se sentaba en un escritorio atestado con clavijas de composición e inspeccionaba cada tirada”.

  Con anterioridad, cuando con la Cautiva aún recorría los caminos y pueblos del norte de Texas, el capitán Kidd había comenzado “a recoger por escrito palabras en lengua kiowa con la intención de elaborar un diccionario, pero se sintió abrumado por la dificultad de concretar la miríada de tonos diacríticos y acabó apartando el proyecto.” Años después, ya casada Johanna y él retirado en la Casa de la Dueña, lo volvió a retomar “hasta que tuvo problemas de visión”. Es decir, al parecer no lo concluyó. Y al parecer fue un tranquilo nonagenario o quizá centenario. Y su críptica forma de salir de la escena del gran mundo no pudo ser menos lúdica y poética: “En su testamento, el capitán Kidd pidió ser enterrado con su uniforme de mensajero. Lo había conservado desde 1814. Dijo que tenía que entregar un mensaje. Su contenido se desconoce.”

 III de VII

Cuando se sucedía “la guerra de 1812, que duró hasta 1815”, el joven Jefferson Kyle Kidd, integrado a las milicias de las colinas de Georgia, “marchó hacia el oeste para combatir a las órdenes del general Andrew Jackson en la batalla de Horseshoe Bend, Alabama”, la cual ocurrió en la vida real, y en la novela, “El 27 de marzo de 1814”. Allí “recibió un disparo en la zona exterior de su cadera derecha que desgarró sus pantalones caseros dibujando una larga línea de tela quemada, carne despedazada y sangre roja y brillante”. Por una intrépida hazaña en esa histórica batalla, a sus 16 años fue nombrado sargento. Y poco después, “En Pensacola, el ejército le encargó el traslado de prisioneros.” Infame y cruel tarea en la que “Aprendió todas las técnicas de interrogatorio y los códigos secretos con los que los prisioneros británicos se comunicaban entre sí; también a emplear llaves de lucha libre para someter a un prisionero rebelde, como la llave del pulgar. Aprendió el uso de los grilletes y esposas de hierro y el mantenimiento de las prisiones en las cálidas arenas del golfo de Florida. Pocos meses después logró salir de la unidad del capitán preboste, apartase de la autoridad de su comandante en jefe e ingresar al cuerpo de mensajeros. Los corredores.” Faena que desempeñó entre 1814 y 1815 y que lo marcó de por vida como mensajero de noticias y luego impresor: “Le encantaba imprimir, sentía que hacía lo correcto al expedir información al mundo. Independientemente de cuál fuese su contenido.” De ahí que atesorara como trofeo su uniforme de mensajero durante todo el inescrutable porvenir y que lo haya requerido para presentarse y cuadrarse con él en el más allá, pues implica y simboliza la simiente de su aprendizaje y trabajo en la imprenta, de su distinguida participación en su “segunda guerra”, y de su tarea de itinerante lector de noticias en los pueblos del norte de Texas, en la última etapa acompañado de la Cautiva. En este sentido, se lee sobre su primigenia actividad en el cuerpo de mensajeros durante la guerra de 1812, también llamada guerra anglo-estadounidense:

 

General Andrew Jackson

     “Allí por fin hizo algo que de verdad le gustaba: llevar información en persona, solo, a través de las tierras salvajes del sur; mensajes, órdenes, mapas. El ejército de Jackson [quien sería el séptimo presidente de EU, entre el 4 de marzo de 1829 y el 4 de marzo de 1837] no disponía de ningún tipo de sistema de comunicación, no como la Armada. El capitán Kidd [entonces sargento] ya superaba los seis pies de altura y tenía músculos de corredor. Tenía buenos pulmones y conocía el territorio [...]

 “Por entonces su cabello era de color castaño oscuro [en 1870 lo tiene absolutamente blanco], lo llevaba recogido en una coleta y nada le gustaba más que viajar libre y ligero, solo, con un mensaje en la mano, llevando información de una unidad a otra sin preocuparse lo más mínimo por su contenido, indiferente a lo allí escrito y ordenado. Corría hasta el extremo más alejado del ejército de Jackson, los regulares de Tennessee, equipados con cartucheras blancas cruzadas. Saludaba al oficial de apoyo logístico, recibía las órdenes pertinentes, guardaba los mensajes en su zurrón y partía a la carrera.

  “Correr era un gozo vivificante. Se sentía como un banderín bordado con alguna insignia real que portaba los mensajes de gran importancia a él confiados. Le habían dado una placa del cuerpo de corredores hecha de un metal plateado. La frotó con grasa de panceta, cubriéndola después de polvo para que no brillase y delatase su posición al correr por las colinas del interior o en las llanuras costeras, arenosas y repletas de palmas. También le dieron una pistola de chispa, pero era un objeto pesado y el pie de gato siempre estaba enganchándose en algo, así que decidió descargarla y guardarla en su mochila.”

Pistola de chispa


 

General Zachary Taylor

        Por su papel en ese cuerpo de mensajeros, cuando se sucedía la intervención estadounidense en México; o sea: la guerra de Estados Unidos-México o guerra mexicano-estadounidense (que históricamente ocurrió entre el 23 de mayo de 1846 y el 2 de febrero de 1848), el impresor Jefferson Kyle Kidd, residente en San Antonio, fue llamado a filas “a pesar de su edad. Tenía que organizar el sistema de comunicaciones de las fuerzas de Taylor, y con ese fin le facilitaron una pequeña prensa portátil para imprimir las órdenes del día. Nunca había visto una prensa tan diminuta. Redactaba las órdenes de Taylor, se las entregaba al capitán Walker, de los rangers de Texas, y los jinetes de este partían a galope tendido para llevar los mensajes desde puerto Isabel, en el golfo de México, hasta la ubicación del ejército acampado en el norte de Matamoros, a orillas del río Grande.” El general Zachary Taylor en persona —quien en la vida real sería el doceavo presidente de los Estados Unidos (entre el 4 de marzo de 1849 hasta su muerte acaecida el 9 de julio de 1850)— “lo nombró, nominalmente, capitán de la 2
° división para que pudiese organizar el cuerpo de mensajeros y conseguir cualquier cosa que necesitase: papel, tinta o caballos. Su servicio en la guerra de 1812 lo avalaba en el cargo. A partir de entonces sería conocido como capitán Kidd.”

  Curiosamente, pese a rondar la cincuentena, en sus divagaciones mentales, en medio de esa contienda bélica, el capitán Kidd abriga un idealismo ingenuo y anacrónico sobre el poder de la divulgación informativa, casi adolescente y trasnochado: “Si la gente tenía un verdadero conocimiento del mundo quizá no recurriese a las armas y así, a lo mejor, podría dedicarse a facilitar información relativa a lugares lejanos y entonces el mundo sería un lugar más tranquilo. Lo pensaba en serio. Esa ilusión duró desde los cuarenta y nueve hasta los sesenta y cinco años.” 

   

Batalla de la Resaca de Guerrero
(Brownsville, Texas, mayo 9 de 1846)

       Lo cual asombra y resulta contradictorio, pues, por ejemplo, el capitán Kidd, “presente en la batalla de la Resaca de Guerrero” la cual históricamente ocurrió el 9 de mayo de 1846 en Brownsville, Texas, y en la que fue derrotada la tropa mexicana bajo el mando de Mariano Arista—, fue testigo de la consabida conducta que signa al género humano que guerrea entre sí desde la noche de los tiempos. Es decir, “uno de los proyectiles de doce libras disparado por la artillería de Arista atravesó la tienda de apoyo logístico e hizo pedazos la mesa colocada frente a él, a tres pies de distancia. El combustible de las lámparas roció la lona con grandes gotas transparentes. Un comandante se levantó y se quedó quieto, con una astilla de madera atravesándole el cuello [...] Contra todo pronóstico el oficial sobrevivió.” Y luego el capitán Kidd oyó “Las llamadas de alarma de la guardia enemiga cuando los hombres desbordaron las líneas de Arista.” Y después vio regresar a las huestes del general Taylor “vitoreando por el botín conseguido: la mesa de plata del general mexicano [José Mariano Martín Buenaventura Ignacio Nepomuceno García de Arista Nuez], su escritorio y el estandarte del batallón de Tampico. ¿Qué sentido tiene ganar una batalla sin su correspondiente saqueo? Uno los vence primero y se lleva sus cosas después... Es el abecé del mundo militar.” Que allí convalida el capitán Jefferson Kyle Kidd.

 IV de VII

Cuando el capitán Kidd observó por primera vez a la chiquilla kiowa en la carreta del negro Britt Johnson, constató que “La niña parecía tener unos diez años” (“Esta niña parece de mal fiar, además de malvada”, dijo al verla) y que “estaba ataviada al estilo indio, con un vestido recto de piel de ciervo que lucía cuatro filas de dientes de wapití cosidos en la pechera. Una gruesa manta le cubría los hombros. Tenía el cabello del color del azúcar de acre y dos moños bajos sujetaban sus bucles con minúsculas agujas; entre ellos pendía en diagonal una rémige de águila real atada con un hilo delgado. Estaba sentada, guardando una compostura perfecta, y lucía la pluma y un collar de abalorios de cristal como si fueran preciados ornamentos. Tenía los ojos azules y su tez mostraba ese extraño color brillante que adopta la piel clara cuando está quemada y curtida por el sol. Su rostro no era más expresivo que una castaña.”

         

Johanna/Cigarra
(Helena Zengel)

         
Esa vestimenta india le fue arrancada, y cambiada, en Wichita Falls por las matronas que la asearon y despiojaron con fuerza y determinación. Pero lo que no pudieron quitarle fue su rostro inexpresivo, ni su tendencia a permanecer inmóvil como figura sedente esculpida en piedra, ni su hábito de caminar descalza (ahora con los zapatos colgados del pescuezo), ni su gusto y deleite de bañarse en paños menores en las pozas de los ríos. Y si bien a lo largo de la travesía hasta la granja de sus tíos Leonberger se observa el paulatino aprecio que va mediando y creciendo entre ambos viajeros, al unísono se ve que para nada es una niña inútil e inactiva, pues además de las manualidades y de las labores domésticas y culinarias que desempeña por sí misma (a veces acompañándose con melodías o cantos en kiowa), incluso ante Pachá y Fancy (y frente al par de gallinas que ella le roba al fabricante de duelas y escobas de Durand), es, por antonomasia, una niña guerrera con un ágil instinto guerrero y destreza para moverse en silencio entre la floresta. Capaz de improvisar y armar con celeridad un trashumante travois (“Especie de trineo formado por varas cruzadas que los indios de las Praderas solían emplear para transportar sus pertenencias”), dado que “El mayor orgullo de los kiowas era salir adelante sin nada, empleando cualquier cosa que tuviesen a la mano; para ellos casi era un motivo de vanidad su pericia para andar sin agua, alimento o refugio. La vida no era segura [...]” De ahí que la omnisciente voz narrativa apunte: “Su familia y su tribu habían combatido contra los utes, sus enemigos ancestrales, y los caddos. Habían mantenido una larga guerra de guerrillas, primero contra los colonos y los rangers de Texas y después contra el ejército estadounidense. Bastante a menudo se habían enfrentado a los poderosos y tenaces males de las llanuras: el hambre, los tornados y la escarlatina. No necesita que nadie le dijese nada, solo que había enemigos persiguiéndolos, y eso ya se lo imaginaba.”

 

Indios americanos con travois de caballo

          Lo cual se desencadena la noche del “5 de marzo” tras la lectura del capitán en el teatro Broadway de Dallas, pues al concluirla se le acerca el rubio que vio durante su lectura en Wichita Falls en compañía del par de indios caddos. El rubio, que le pareció verlo entre la audiencia de su lectura en Spanish Fort, dice llamarse Almay; y con brusquedad y amenazas pretende comprarle (o arrebatarle) a la chavala: “¿Cuándo quiere por la niña?”, “Las niñas rubias son mercancía de primera; de primera clase.” El caso es que con un engaño a ese tratante de niñas blancas, el capitán Kidd logra escabullirse y salir huyendo con Johanna en la parte posterior de la carreta, corriendo y dando tumbos durante toda la noche (ella envuelta en su jorongo mexicano). Y ya al amanecer, medio ocultos en una parte alta del entorno del río Brazos, mientras la niña prepara el almuerzo y el capitán se toma un breve e inquieto descanso, Almay y el par de indios caddos empiezan a amagarlos a balazos y a voces. Enfrentamiento de violencia y acción en el que descuella el papel protagónico de la niña guerrera, no sólo al indicarle al capitán que los cartuchos de perdigones del rifle pueden ser cargados de un modo letal con las monedas de diez centavos recaudadas durante sus lecturas. Cosa que la niña hace a su lado, codo con codo, sonriente y con prontitud. 
       
Fotograma de Noticias del gran mundo (2020)

          Esto le permite al capitán, casi sin parque, eliminar al rubio de un disparo: “Las monedas de diez centavos salieron rugiendo del cañón a una velocidad de seiscientos pies por segundo, produciendo una llamarada de dos pies de largo. La humareda de pólvora se expandió formando una densa nube y la culata golpeó el hombre del capitán casi con fuerza suficiente para dislocarlo. Acertó en la frente de Almay con una carga de flamantes monedas de diez centavos estadounidenses. Las monedas, al salir de la camisa de papel, volaron de canto, de modo que al llegar a la frente de Almay parecía como si de pronto le hubiesen imprimido unos guiones. El rubio cayó hacia atrás, con la cabeza en dirección al fondo de la garganta. El capitán sólo podía ver las suelas de sus botas.” Otro disparo semejante dio “contra la zona posterior de un caddo herido”. Pero el par de pieles rojas salieron huyendo al oír la voz de la niña entonando “el triunfal cántico kiowa, el cántico de arrancar cabelleras”. Cosa que la niña guerrera ya iba a ejecutar con el “cuchillo de carnicero” con el que momentos antes cortara “la panceta con mucha pericia”: “La niña se encaramó en un saliente rocoso, con sus sayas y enaguas recogidas como un pantalón turco y el cuchillo de monte sostenido en lo alto. Ya había cubierto la mitad del recorrido cuando el capitán la alcanzó, sujetando por la falda.” “No, cariño, nosotros no... Eso no se hace”, le dijo. “No. De ninguna manera. Nada de arrancar cabelleras. —La levantó llevándola sobre cornisas rocosas, y después continuaron andando. Añadió—: Ese acto se considera muy poco cortés.”

 V de VII

Ese peligroso y violento capítulo de la travesía, el capitán Kidd lo etiqueta como si se tratase del titular impreso en alguno de los periódicos que compra para hacer sus lecturas de noticias en los pueblos del norte de Texas: “Gran Tiroteo de los Diez Centavos en el Brazos, a orillas del manantial Carlyle”. Y jubilosamente lo parafrasea, dándoselas de bandido (o de caballero andante rescatador de una princesa cautiva), cuando acaba de rescatar a la niña kiowa de la tiranía del par de ogros: sus tíos Leonberger: “Y si alguien tiene algo que decir, le pegaremos un tiro de diez centavos.”

      Pero si la inmoral tarea de los matones caddos a sueldo de un proxeneta sin escrúpulos le hace pensar, con asombro, en “La agresividad y la depravación humana”, esto también se refleja, como un continuo ad infinitum y perenne telón de fondo del statu quo posterior a la cruenta y destructiva Guerra de Secesión, y en la latente amenaza que no sólo implica el pillaje y los asesinatos cometidos por las tribus de pieles rojas. Por ejemplo, “Los comanches asesinaron a Britt Johnson, Paint Crawford y Dennis Cureton en 1871, durante un viaje de transporte, cerca de Graham, en el norte de Texas.” O el pintoresco caso, casi del novelesco y hollywoodense salvaje y lejano Oeste, que en Lampasas protagoniza la banda de los hermanos Horrell, quienes le parlotean del caos y el desgobierno emponzoñado en el pueblo: “El gobernador Davis echó a to’s los que eran de la Confederación y nunca los reemplazó. Algunos militares pasan a veces por aquí. Supongo que probablemente esos sí pondrían ojeciones” (a sus crímenes y fechorías). Le recita el bandolero Merritt al capitán Kidd, empeñado, con su banda de cinco hermanos Horrell con los que imponen la ley del revólver, que en el aguardentoso (y prostibulario) salón La Gema, y no en el salón El Gran Oeste, lea noticias de viva voz sobre su infame turba de nocturnas aves (que nunca se han reportado): que “cuente cómo perseguimos a los indeseables pieles rojas y to’ eso, y los hermanos Higgins cruelmente asesinados, et cetera. Y a pesar de los despiadados agentes del estado esos de Davis y to’ eso.” Y además le declara, fanfarroneado, que para salir en los periódicos del Este, han matado “a un buen montón de mexicanos”, como si se tratase de serpientes de cascabel, conejos de la mala suerte o Speedys Gonzales correteando por el desierto. 

         

Speedy Gonzales

           Y según se lee en la parte postrera de la obra: “Los Horrell continuaron perpetrando su oleada de crímenes en la Texas central y Nuevo México hasta que varios fueron muertos en el Tiroteo de la Plaza de Lampasas, en 1877. Debido a ese suceso, por fin aparecieron en los periódicos del este.”

   Y también se observa, semejante a un fétido aliento de alcantarilla que no cesa, en el relato con que los tíos Leonberger le ilustran al capitán el sanguinario asesinato de los padres de Johanna y de su hermana menor, tomando en cuenta que son germanos de origen asentados en una comunidad de alemanes que no hablan bien el inglés. En este sentido, le dice el tío Wilhelm Leonberger sobre su hermano Jan y su esposa Greta: “Los encontramos con los sesos desparramados [...] Los salvajes les sacaron el cerebro y los rellenaron con hierbas. Los cráneos. Como si fuesen nidos de gallina.” “A su madre hicieron atrocidades.” “Después, mataron despedazando.” Y la tía Anna, la esposa de Wilhelm, añade sobre la menor: “A la hermana pequeña mataron al cortarle la garganta [...] La colgaron por una pierna en un gran árbol del Sabinal, donde está la tienda [...] La persecución no los atrapó. Los hombres todos fueron a perseguir. Reventaron sus caballos persiguiendo.”

         Pero además, esos tíos Leonberger, en su granja particular, no cantan mal las rancheras a cogote pelado. Pues el capitán Kidd ve que son excluidos por los religiosos y fraternos miembros de “la comunidad de D’Hanis” reunida, ex profeso, para celebrar “la liberación de uno de los suyos de manos de los salvajes”. Es decir, nadie les dirige la palabra, porque esos tíos Leonberger, duros de roer, no son peritas en dulce. Adolph, uno de los comensales de esa bienvenida, le revela al capitán Kidd de qué lado masca la iguana; es decir, esos tíos tenían un sobrino, sin adoptar, que huyó de ellos a Frío, “por el camino de Nueces”, “Porque lo hacían trabajar como un chino.” Y por esa apestosa y supurante mala entraña no cree que adopten a la niña Johanna, porque “entonces estarían obligados por ley a mantenerla y, según la costumbre, a proporcionarle una dote.” Y le aconseja al capitán, casi a quemarropa, agarrándolo por una manga: “No puede dejarla aquí.”

       

El tío Wilhelm Leonberger
(Neil Sandilands)

            
Así que el capitán Kidd se va y regresa de San Antonio con la zozobra del posible maltrato; atosigado y desbordado, además, por la dolorosa nostalgia de tener que abandonar para siempre a su “querida niña guerrera”. Y efectivamente, la conjetura del tal Adolph se cumple al pie de la letrina, pues oculto en la nocturna oscuridad la ve realizando un duro y patético trajo de mula de noria:

    “Ya era de noche cuando llegó a D’Hanis. Tomó el camino que llevaba a la granja de los Leonberger y pensó que, quizá, entonces se alegrasen de librarse de ella. O puede que no. No tenía idea de si iba a ser uno y otro modo. Dudaba que lograsen hacerla trabajar. Quizá propinándole unas buenas palizas...

            “Al acercarse a la granja, se detuvo en un pequeño mezquital. Se veía luz en la ventana. Permaneció un rato sentado en silencio, con la nariz apoyada en los nudillos, pensando.

            “Entonces vio a Johanna sola, en el herboso y llano campo. Cargaba varios ronzales de cuero sobre los hombros y caminaba con torpeza debido al caldero que tenía que sujetar con ambas manos. La habían enviado al exterior, sola y después del anochecer, a recoger los caballos. Trastabillaba andando sobre la hierba abrileña. Llamaba a los animales en kiowa, en voz baja, con gran discreción. Avanzaba a trompicones sobre un terreno irregular soportando el peso de los ronzales y un caldero de madera lleno de maíz sin descascarillar, con su cabello rubio oscuro cayendo como cuerdas sobre sus hombros. Solo tenía diez años y la habían enviado a la oscuridad de la noche cargada con veinte libras de arreos y maíz, además del pesado cubo de madera. A un paraje desconocido para ella.

    “El capitán se levantó. La llamó.

    “—¡Johanna!

    “La niña se volvió. Se detuvo y clavó su mirada en la jardinera, en Pachá y en el capitán. La alta hierba siseaba bajo el dobladillo de su falda, del mismo vestido que llevase la última vez; ni siquiera la habían bañado o cambiado de ropa.” A lo que se agrega, cuando la ve de cerca, “las oscuras líneas rojas a lo largo de sus manos y antebrazos. Pertenecían a una tralla. La ira que lo embargó hizo que casi se quedase congelado, que casi perdiera el control.”

         —Vámonos —le dijo, con voz calmada—. No pasa nada. Vámonos y ya está. Tira ese maldito caldero.”

 VI de VII

Como se ve: un tema medular de Noticias del gran mundo es el amor filial. El capitán Kidd, además de incidir en el reencuentro, la cercanía y la convivencia familiar y amorosa con sus dos hijas y sus seres queridos, es un padre amoroso, protector, educativo, civilizador y entrañable con Johanna; y, al unísono, ella es una entrañable y amorosa hija con él. Eso es patente en el decurso de la trama y queda enfatizado en la postrera anécdota que rodea la boda entre Johanna y John Calley que, en la Casa de la Dueña, un día de enero oficia el pastor episcopal de St. Joseph. Antes de dejar la recámara donde ambos dialogan, ella, ya vestida de novia, le pregunta al capitán: “Kontah, ¿cuáles son el mejores lecciones para casalse?” Y la jocosa respuesta de él no puede ser menos íntima y evocativa de lo que ambos vivieron entre Wichita Falls y la granja de los tíos Leonberger: “Bien, vamos a ver [...] Una: no vayas por ahí arrancado cabelleras. Dos: no comas con las manos. Tres: no mates a los pollos del vecino.” Es decir, el segundo consejo alude su elemental hábito kiowa al alimentarse; el tercero es una broma en torno al hecho de que ella, por cuenta propia, robó, degolló y cocinó a Penélope y a Amelia, el par de nutridas (y nutrientes) gallinas del susodicho fabricante de escobas y duelas de Durand. Y el primer consejo alude el final del “Gran Tiroteo de los Diez Centavos en el Brazos”; que además, por lo que se lee, se convirtió en una leyenda acuñada y propagada por el capitán y ella después de rescatarla de las garras y el látigo de sus tíos Leonberger:

          

Fotograma de Noticias del gran mundo (2020)

           
“Johanna y él salieron de San Antonio dirigiéndose de nuevo al norte, hacia Wichita Falls, Bowie y Fort Belknap. De vez en cuando viajaron en compañía de transportistas o militares. Él era el hombre que leía las noticias y ella la pequeña cautiva que había rescatado. [De hecho la llamaban la Cautiva, en español.] Según decían, le había cortado la cabellera a una bestia depravada llamada Almay, al más puro estilo indio, mientras yacía en su cochambrosa guarida y que, además, y antes de que el capitán hubiese podido impedírselo, lo había matado a golpes con una saca de monedas de veinticinco centavos. Pero miradla ahora, va bastante limpia, emplea jabón, lleva zapatos y cuida del dinero del capitán. Se los podía ver en invierno, en mesones, sentados en alguna de las mesas del fondo, con ella inclinada sobre un libro, escribiendo las letras con un lápiz mientras él guiaba su mano, paciente.”

            Al término de esa charla previa a la boda, el capitán Kidd le regala su viejo reloj de leontina a su “querida niña guerrera”; y ella, entre los apapachos y sollozos, le promete y le dice: “Vamos a visita’ a ti mucho”; “Tú eres mi aigua midicinal”. Es decir, como si el querido kontah, en sí mismo y por su trato, fuera un remedio curativo e infalible semejante a la panacea universal que buscaban los antiguos alquimistas. Lo cual parece estar cifrado, de un modo premonitorio, en el anuncio, con letras doradas, que se leía en la jardinera que los unió amorosamente de por vida: Aguas Medicinales y Manantiales Termales del Este de Texas. Lo cual también coincide con el intrínseco propósito de su labor de impresor en San Antonio y luego de mensajero de noticias por los pueblos del norte de Texas, pues el capitán Kidd, además de la previa censura que hace (para eludir que la sangre llegue al río en las confrontaciones verbales y físicas que antagonizan a los contendientes políticos), busca que las noticias que lee, de viva voz y ante su variopinta audiencia, sean sobre “Sucesos acaecidos en lugares lejanos”, “casi parecidos a cuentos fantásticos”. Meollo que ya fantaseaba y cavilaba desde la época en que fue nombrado capitán bajo los designios y órdenes militares del general Taylor, pues por entonces ya pensaba “que, en el fondo, la gente no sólo necesitaba información, sino también cuentos de lugares remotos, misteriosos, maquillados como piezas de información veraz. Y él, asumiendo la tarea de sus tiempos de corredor, ataviado siempre con su manchado delantal de imprenta, se los entregaría. Y entonces los oyentes, durante un breve periodo de tiempo serían transportados lejos, a un lugar de sanación. Como un balneario de aguas medicinales.” Y esto es precisamente lo que hace durante su última etapa como lector y mensajero de noticias acompañado de la Cautiva, como si fuera un ilusionista de salón ataviado con la venerable imagen del conocimiento y la sabiduría; o un mago oral con sombrero de copa capaz de crear, leyendo y por unos instantes, un evanescente aleph borgeseano: un simultáneo tejido espacio-tiempo paralelo al espacio-tiempo. Es decir, “imbuyéndose cada vez más profundamente en las historias de lugares remotos y pueblos extraños. Pedía que le enviasen periódicos de Inglaterra, Canadá, Australia y Rodesia.”

            “Comenzó a leer a su público cosas acerca de sitios lejanos y gentes exóticas. Leía sobre esquimales cubiertos con pieles de foca; las exploraciones de sir John Franklin; naufragios en islas desiertas; el outback australiano, el remoto y árido interior del país, con sus aborígenes de largas extremidades y cabello rubio, a pesar de que su piel fuese oscura como la caoba, que tocaban una música extraña que el autor consideraba indescriptible, y que el capitán Kidd deseaba escuchar.

           

Fotograma de Noticias del gran mundo (2020)

       “Leyó acerca del descubrimiento de las cataratas Victoria y avistamientos, reales o no, del Holandés Errante, y de las declaraciones de un testigo que hablaba de un hombre a bordo de ese barco que les enviaba mensajes con un foco de señales preguntando por gente muerta hacía mucho tiempo. Y ante esas historias, los tejanos, durante un breve periodo de tiempo, guardaban silencio y se inclinaban hacia adelante para escuchar. No importaba si llovía, nevaba, brillaba la luna o se apagaban las lámparas, ellos parecían no advertirlo. En cada parada, durante aproximadamente una hora, el capitán detenía el paso del tiempo.”

 

VII de VII

Paulette Jiles

Todo indica que la escritora Paulette Jiles (Salem, Misuri, abril 4 de 1943) —quien vive “en un pequeño rancho en San Antonio, Texas” (no muy lejos de la histórica fortaleza de El Álamo, actualmente museo)—, está familiarizada con el trato directo con yeguas y potros, y en general con el mundo equino y las distintas razas y mestizajes, y por ello, junto a sus indagaciones sobre los diversos rocinantes, las batallas y los hechos históricos (y sobre las publicaciones periodísticas, la geografía, la fauna, la flora, las vestimentas, los usos y costumbres, los modos de hablar, etcétera) no le resultó difícil construir ese sugestivo orbe del siglo XIX de su novela, donde las personas (incluidos los bandoleros y rufianes) se mueven a caballo o en vehículos tirados por caballos. Y donde las armas de fuego tienen su relevancia y su protagonismo, de ahí que la voz narrativa suela aludirlas o describirlas con escueta precisión. Por ejemplo, cuando el capitán Kidd se dispone a iniciar la arriesgada travesía de Wichita Falls hasta las inmediaciones de Castroville —un ámbito donde según la Ley Marcial están prohibidas las armas cortas y donde las cabalgatas del ejército pueden inspeccionar a los viajeros y exigirles que muestren o lleven el documento que acredita su lealtad a la Unión—, el negro Britt Johnson, que es un buenazo, le dice al capitán sobre el revólver de cañón corto que lleva “en una funda riñonera sujeta a la pretina”: “permítame ver el Slocum ese que carga”. Y cuando lo tiene sujeto, le comenta bromeando: “Capitán, esta es la clase de cosa que me regalaban por Navidad cuando tenía diez años” [...] Ni siquiera tiene la munición adecuada.” Así que en vez de devolverle el Slocum, desenfunda su revólver Smith & Wesson y se lo da. Y casi se burla del capitán al oír que, además, sólo lleva “Una escopeta del veinte”. Y eso que no le dijo que lo carga con inofensivos y escasos cartuchos de perdigones, útiles para cazar algún ave comestible. Y aquí vale subrayar, para concluir, que el peliculesco episodio de acción donde la niña kiowa y el capitán Kidd se confrontan con el rubio Almay y el par de indios caddos, está mucho más elaborado, y con más detalles y matices, que el episodio de la película protagonizada por Tom Hanks, donde tres malhechores blancos intentan matar al capitán y robarse a la niña ojiazul, blanca y rubia.

 

Paulette Jiles, Noticias del gran mundo. Traducción del inglés y notas de Ignacio Alonso Blanco. Colección Novela Histórica, Editorial Almuzara. España, febrero de 2021. 268 pp.

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Trailer de Noticias del gran mundo (2020), película dirigida por Paul Greengrass, basada en News of the World (2016), novela de Paulette Jiles.