La
muerte siempre presente
Con
elitista y privilegiado “apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes”
de México, y a través de Casa de las Imágenes, el Centro de la Imagen y la
Dirección General de Publicaciones del CONACULTA (el extinto Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes), “el 2 de noviembre de 1997” se terminó de
imprimir Cárcel de los sueños, un
libro con formato de cuaderno escolar (17 x 24 cm), con sobrecubierta y pastas
duras con tela café y el título repujado, que reúne un conjunto de imágenes en
blanco y negro de la fotógrafa mexicana Vida Yovanovich. Prologado por la
narradora y periodista Elena Poniatowska, la tipografía se debe a Claudia
Rodríguez Borja, y el diseño y la puesta en página al fotógrafo y editor Pablo
Ortiz Monasterio.
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Casa de las Imágenes/Centro de la Imagen/ DGP del CONACULTA México, noviembre 2 de 1997 |
Hace un buen rato que Vida Yovanovich palpita
en el ajo de la foto que se factura en México (al parecer desde principios de
los años 80 del siglo XX, tras acercarse al Consejo Mexicano de Fotografía,
entonces encabezado por el fotógrafo Pedro Meyer); esto lo saben los curadores,
críticos e historiadores de la fotografía, las sucesivas generaciones de
fotógrafos, y los que ven imágenes en galerías, museos, libros, diarios, revistas
y en la web. Por ejemplo, en 1989, en
el Museo de San Carlos, estuvo entre quienes conformaron la muestra Mujer x Mujer/22 fotógrafas, organizada
por el CONACULTA y el INBA como parte de la conmemoración y celebración de los 150 años de la fotografía. Pero sobre
todo tienen celebridad sus autorretratos construidos y la serie de imágenes de
ancianas abandonadas en un mísero asilo ubicado en algún rincón de la Ciudad de
México. Verbigracia, varios autorretratos reunidos en Cárcel de los sueños fueron parte de la serie Interior/Autorretrato (1986-1992) con que en 1994 obtuvo una de las
seis menciones honoríficas de la VI Bienal de Fotografía; y seis fotos de la
serie Autorretrato interior (1993) con
que en 1996 participó en la Muestra de Fotografía Latinoamericana se ven en el presente
título. Y según se lee en la página 122 del número 13 de la revista fotográfica
Luna Córnea (CI/CNCA, sep-dic de
1997) —dedicado
a la “Identidad y Memoria”—, la
serie Cárcel de los sueños (homónima
del libro), “integrada por 46 fotografías”, se vio en la Galería de Artes y
Ciencias de la Universidad de Sonora: “del 4 al 30 de septiembre de 1997”.
Por aquel entonces, en el Centro de la
Imagen y con el mismo tema de las ancianas en la antesala de la muerte, Vida
Yovanovich exhibió una instalación: una especie de memento mori o círculo concéntrico signado por una música de antaño
que emergía del entorno y por el espejo de un tocador-altar que reflejaba el
cadavérico rostro del efímero visitante.
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Vida Yovanovich: Autorretrato (detalle) |
Sin embargo, quizá buena parte de los dispersos
lectores (de la aldea mexicana) que agotaron los dos mil ejemplares de Cárcel de los sueños (cuya edición
cuidó la fotógrafa) desconocen su origen (sus padres eran yugoslavos y nació La
Habana, en 1949), aprendizaje, ideas, actividades e itinerario, entre ello lo
que concierne a las fotos del libro. De ahí que sea una descortesía para el
lector que adquirió el libro (muchos años antes del boom de la web y de las chismosas
y amarillistas redes sociales) que no se haya incorporado una ficha informativa
sobre Vida Yovanovich y su trabajo fotográfico. Oquedad e interrogantes que
ahora pueden sustanciarse con la entrevista que cierra el libro de Claudi
Carreras: Conversaciones con fotógrafos
mexicanos (Barcelona, FotoGGrafía, Editorial Gustavo Gili, 2007), donde las
respuestas están complementadas con fotos de los 22 fotógrafos entrevistados
por él (9 mujeres y 13 hombres), con retratos que a éstos les hizo Ernesto
Peñaloza, y con las postreras y enciclopédicas “Notas biográficas de los
fotógrafos”, resultado de la investigación y redacción de Estela Treviño. En la
nota que le corresponde a Vida Yovanovich se lee:
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(Gustavo Gili, 2007) |
“Originaria de La Habana, reside en México
desde la infancia. Su trabajo ha abordado la situación de la mujer, prestando
especial interés al paso del tiempo, la soledad y el abandono. Su ensayo
fotográfico Cárcel de los sueños es
una referencia clave para acercarse al trabajo de esta autora. Este trabajo fue
objeto de una exposición itinerante en la República Mexicana y se editó en un
libro prologado por Elena Poniatowska. También realizó la muestra itinerante Fragmentos completos a finales de los
años noventa en España, Holanda, Austria, Eslovenia, República Checa y
Dinamarca.
“Como fotógrafa, ha expuesto
individualmente en Cuaba, Austria, Yugoslavia, Estados Unidos, España y México.
Desde 1983 ha participado en más de noventa exposiciones colectivas de todo el
mundo, y ha recibido diversas becas y distinciones, como el reconocimiento de
la Fundación Guggenheim a su trayectoria en el año 2000. Su obra figura en las
colecciones del Museo de Bellas Artes de Houston (EE UU), en la Caja de Ahorros
de Asturias (España) y en el Salón Fotografije Belgrado (Yugoslavia), entre
otras.”
En Cárcel
de los sueños las imágenes no tienen título y no acreditan las técnicas
empleadas por la fotógrafa, ni el lugar ni la fecha, ni el nombre ni la edad de
las ancianas. El único rótulo es el nombre del libro. Y los únicos comentarios
sobre Vida Yovanovich y sus fotos son los que vierte Elena Poniatowska en su
prólogo; entre ello algunas palabras de la fotógrafa, al parecer recogidas en
una entrevista, como ese fragmento que da ligeros visos del tiempo que duró su
pesquisa fotográfica “en el único asilo en el que le permitieron trabajar”:
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Cárcel de los sueños |
“A través de los años me volví
transparente. Me volví una de ellas, me volví parte del lugar. Era
impresionante quedarse allí durante la noche. En la oscuridad, las mujeres que
durante el día habían sido mis amigas, se convertían en mis enemigas y me
gritaban que me fuera. Pasaron tres años antes de que yo fotografiara un cuerpo
desnudo. Tomar a una anciana desnuda fue una maravilla, fue mi liberación,
porque como mujer, ver el de otra destruido por el tiempo es muy impactante.
Fue para mí un verdadero examen de conciencia. Me acostumbré a la decrepitud y
dejó de aterrarme.”
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Cárcel de los sueños |
En Cárcel
de los sueños las fotos se dividen en dos series. La primera, entre el
ensayo y el testimonio fotográfico, la integran las imágenes de las anónimas
ancianas. Así, el hecho de no acreditar el asilo, ni el nombre ni la edad de
las abuelas, ni el tiempo en que realizó su trabajo, implica —inextricable al
trastoque visual de varias de sus tomas—
que, más que documentales, son subjetivas, dramáticas, atemporales y
arquetípicas; lo cual parece responder a esa premisa que le confesó a Claudi
Carreras: “He redescubierto que la fotografía sí es pintar con luz.” Se
observa, además, que pocas veces son imágenes esteticistas. En este sentido,
cobra notable relevancia el caso de la foto que ilustra la portada, donde una
anciana de espaldas, sentada ante su plato de comer, recibe la visita (¿o la
anunciación?) de dos palomas que posan en el quicio de la entreabierta ventana.
O sea: parece o resulta una terrenal, instantánea, volátil y poética epifanía.
En torno a esa foto, Vida Yovanovich le dice a Claudi Carreras:
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Cárcel de los sueños |
“[...] en Cárcel de
los sueños la muerte está muy presente. Las palomas no solamente son la
libertad de forma simbólica sino que, de alguna manera, son la representación
de esa muerte, la muerte siempre presente. La primera vez que llegué al asilo
estaba lleno de palomas. Sólo me dejaban estar durante una hora, cuando las
mujeres tomaban el sol en el jardín. La vejez es tan lenta que las palomas iban
y venían, se detenían en los brazos de las sillas o, sin mayor susto en los
regazos de las mujeres mismas. La fotografía de la portada del libro fue un
regalo que me dio la vida. Llevaba yo ya tiempo de visitar el asilo. La mujer
comía en el mismo sitio todos los días, las palomas por la ventana se acercaban
y comían de su plato, o a veces ella les daba un poco de tortilla. Un día
llegué como siempre y con mi tripié me paré justo detrás, las palomas se
espantaron... Estuve inmóvil mucho tiempo, por fin las palomas empezaron a
entrar y, con emoción, suavemente, empecé a tomar una y otra fotografía, 36 del
mismo rollo y, como siempre pasa, la última fue la mejor. Justo al tomarla
sentí cómo el rollo se atoraba. ‘¡No puede ser!’, me dije... Salí corriendo a
casa para revelar el rollo y asegurarme de que sí la tenía. El rollo
definitivamente se había terminado, pero la imagen alcanzó a entrar en el
cuadro con la pequeña parte nebulosa al final de la película. Funcionó muy bien
para la portada, lo nebuloso remitiendo a los sueños del título.”
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Cárcel de los sueños |
La
muerte toma siempre la forma de la alcoba/ que nos contiene, reza Xavier Villaurrutia al inicio del “Nocturno
de la alcoba”, uno de sus poemas de Nostalgia
de la muerte (1938). Y tal fragmento podría ser el epígrafe del libro, dado
que la mayoría de las ancianas se halla en la recámara-antesala-de-la-muerte,
con los cuerpos decrépitos, enfermos, seniles, lastimosos, desahuciados; e
incluso, entre las yacentes en la cama, no faltan las que reproducen posturas
mortuorias y rasgos y rictus cadavéricos; por lo que posiblemente sea una negra
y macabra ironía (como pelarle los dientes a la pelona —un humor muy mexicano—) que
el libro se haya terminado “de imprimir el 2 de noviembre de 1997”.
Se ven tan patéticas, tan dolorosas,
tan abandonadas, tan solitarias, tan restos de naufragios, que difícilmente
ante ellas se puede pensar en un arte de
bien morir y mucho menos suponer que sus estertores preludian la eterna e
infinita comunión amorosa que se idealiza, se sueña y se canta en los dos
últimos endecasílabos de “Amor más allá de la muerte”, soneto de Góngora: serán ceniza, mas tendrán sentido;/ polvo serán, más polvo enamorado.
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Cárcel de los sueños |
Cada una, prisionera en el laberinto
de sus rasgados sueños, parece susurrar con palabras de Villaurrutia: estoy muerta de sueño/ en la alcoba de un mundo en el que todo ha
muerto (de “Nocturno de la estatua” y “Nocturno amor”). Así, o si acaso es
así, cifran su propia nostalgia de la
muerte, no sólo con su penosa vejez, a veces terrible y obscena (como un
escupitajo al rostro del voyeur o del
fortuito intruso que observa sin pudor por el ojo de la cerradura... o de la
cámara), sino también con un fragmento que se lee en la contraportada y que
representa (quizá) la voz de todas ancianas habidas y por haber: “Yo ya me
quiero morir... pero Dios no me quiere llevar, es porque estoy pagando mis
culpas pero, ¿sabes qué?... Ya ni me acuerdo cuáles son.”
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Cárcel de los sueños (1997) Contraportada |
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Rosario Castellanos (1962) Foto: Kati Horna |
¿Qué se
hace a la hora de morir?, se sigue interrogando Rosario Castellanos desde
la ventana del más allá. ¿Cuál es el rito
de esta ceremonia?/ ¿Quién vela la
agonía? ¿Quién estira la sábana?/
¿Quién aparta el espejo sin empañar?/
/Porque a esta hora no hay madre y deudos./
/Ya no hay sollozo. Nada más que un
silencio atroz.
Y lo mismo (al parecer) se pregunta
y afirma Vida Yovanovich al espejearse en las ancianas de sus retratos, de
quien dice Elena Poniatowska: “Ella quiso verse a sí misma vieja antes de
tiempo. Quiso mirarse en el espejo, quiso volverse una anciana en un asilo
dejado de la mano de Dios. Quiso retratarse al retratar a otras.”
Pero también se lo formula y poetiza
en los construidos y teatralizados autorretratos que conforman la segunda serie
de Cárcel de los sueños, más
sugestiva y magnética que la primera. Está allí, por ejemplo, el fragmento de
su rostro que prefigura el rictus de su futuro cadáver; su rostro cubierto con
la mortaja de un trozo de gasa-máscara; su evanescente fantasma difuminado en
la pared del baño; su onírica silueta que deambula sonámbula en medio de una
escarapelada recámara; el ensayo de un
crimen que es su imaginario y simbólico suicidio al pseudocolgarse del
techo de la alcoba; su cabeza enterrada en una pared derruida; llegando
incorpórea por la ventana (como proyección de linterna mágica) a una pieza
donde una cadavérica anciana, acostada en el camastro, conjura los últimos
suspiros al pie de dos dramáticos tanques de oxígeno; con un espejo en la mano,
cuyo reflejo, que no se ve, contrasta su rostro y las arrugas de la borrosa
anciana que la acompaña; su evanescente faz, en medio de un fondo negro, con un
grito congelado, desgarrado y silencioso, de claustrofóbica pesadilla, que
implica la angustia, el dolor y el miedo ante la existencia y el deceso, y cuya
circundante negrura supone y prefigura lo oscuro e insondable de la vida y de la
muerte, esas formas de la inasible y abstrusa eternidad, que ha estado allí cifrando
un enigma, desde siempre.
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Autorretrato de Vida Yovanovich |
En fin, siempre la muerte sin fin; la muerte no siempre catrina
(de hecho, en un autorretrato el cabello de Vida Yovanovich y su cortado rostro
sin ojos parafrasean a la Calavera
Catrina, el celebérrimo y popular grabado de Posada), la misma muerte que
se refleja en la gastada inscripción
escrita en el cráneo de un esqueleto, según se lee en “Inscripciones en una
calavera”, poema de José Emilio Pacheco: Este
cráneo se vio como hoy nos ve/ Como hoy lo vemos/ nos veremos un día.
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Cárcel de los sueños |
Tiene razón Elena Poniatowska cuando dice que
“Vida Yovanovich nos regala una visión desencantada de la etapa final de la
vida. La muerte prematura suele considerarse trágica. Vida lo contradice y nos
hace cuestionarnos acerca del drama que significa vivir solo, pachucho y
abandonado en un asilo donde la muerte es tan atroz como la que les toca a los
que mueren de hambre. Aquí los ancianos mueren de sí mismos, de necesidad, de
desamor. Solos se matan y solos se van muriendo. Ya no se hacen falta y se
dejan ir. No pueden más que abandonarse a la muerte. Sus cuerpos, esa materia
fofa, blanda, extinguida, son una envoltura de desecho, feos, listos para la
basura. En el asilo, los ancianos ya no entienden nada y han perdido la
habilidad de decirle sí a la vida. Acorralados, es imposible levantarse de la
cama, de la silla, del banco bajo la regadera. La muerte es un gran escándalo.
Aúlla. La vida también es cruel, pero menos que la cámara que revela las
arrugas, ensancha los poros de la piel, las manchas cafés que son señal
inequívoca de agotamiento. La misión de la cámara no es estética ni moralista.
Vida nos muestra el camino, enseña con toda crudeza lo que nos espera.”
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Elena Poniatowska (1962) Foto: Kati Horna |
Pero lo que resulta improbable es que las
ancianas de las fotos, tan ruinosas y hasta en silla de ruedas, sin una pierna o condenadas a
cama perpetua, se tiren una azarosa canita al aire bailando mambo, danzón y
chachachá (“algunos se mueven como si fuera cumbia y quebradita”, dice la Poni), durante el bailongo (¿otra
forma de la subyacente, ineluctable y medievalesca danza de la muerte?) que año con año organizaba el entonces Instituto
Nacional de la Senectud con el jocoso y freudiano rótulo: “Una cana al aire”.
Pero sí: para algunas es justo y necesario mover el
esqueleto al bailar “de vez en cuando un pasito tun-tun en el Salón Colonia o
en el California Dancing Club” o en otro sitio donde no las tomen por locas de
atar. No obstante, en caso de hacerlo, las decrépitas y enclenques viejecitas
no cometerían un delito y tal vez ni siquiera un deleite (que sería lo de menos
y lo más apropiado para la última
carcajada de la cumbancha), sino un suicidio por bailar el chachachá.
Vida
Yovanovich, Cárcel de los sueños.
Fotografías y autorretratos en blanco y negro de Vida Yovanovich. Prólogo de
Elena Poniatowska. Casa de las Imágenes/Centro de la Imagen/ Dirección General
de Publicaciones del CONACULTA. México, noviembre 2 de 1997. 100 pp.