“Háganse pelotas” (y pelotas se hicieron)
El británico Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) fue uno de los escritores de lengua inglesa elegidos por el todopoderoso dedo flamígero del polígrafo argentino Jorge Luis Borges (1899-1986). Lo tradujo; lo antologó; sobre su vida y obra escribió innumerables notas, prólogos, ensayos; y lo celebró en mil y una charlas, entrevistas y ponencias. En una de las conferencias que dictó en 1978, en la Universidad de Belgrano, en Buenos Aires, recordó lo que había dicho y escrito en otras partes: “Chesterton, el gran heredero de Poe”, “—me parece a mí— es superior a Poe”. Y en la revista de señoras elegantes El Hogar, un año después de la muerte de Chesterton, Borges sigue recomendando: “para trabar conocimiento con Chesterton”, “como libro inicial y de iniciación”: “cualquiera de los cinco volúmenes de la Gesta del Padre Brown... o El hombre que fue Jueves...” —Ver: Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939) (Barcelona, Tusquets, 1986), página 172—.
Gilbert Keith Chesterton (1874-1936) |
Resulta comprensible que no pocos lectores hispanos (dispersos en las catacumbas de la recalentada aldea global) se acerquen a Chesterton bajo la bendición de Borges. Y en México, ante la novela El hombre que fue Jueves, no faltan quienes también lo hacen bajo la salutación y el tamiz del mexicano Alfonso Reyes (1889-1959). Chesterton tenía 34 años cuando en 1908 la publicó en inglés. Alfonso Reyes, en 1919, la prologó y tradujo al español con unas cuantas anotaciones que esclarecen ciertas minucias. Así, fue impresa en 1922, en Madrid, por la editorial que fundara Saturnino Calleja Fernández (1853-1915). En México, en 1985, 63 años después, el Fondo de Cultura Económica —en la Colección Popular y con diez mil flamantes ejemplares— recuperó tal versión y preámbulo.
Artemio de Valle Arizpe, Alfonso Reyes y el coronel Pérez Figueroa en la Legación de México en Madrid (1922) |
Repleta de anacronismos, El hombre que fue Jueves es una antigualla que ahora resulta cursi y amanerada en numerosas minucias; pero sobre todo es una espléndida novela de aventuras, una novela juego, fantástica, terriblemente bufa, que es, al unísono, “una novela policíaco-metafísica”.
Todo se desencadena durante un filoso duelo verbal entre un par de decimonónicos dandys antagónicos, dos poetas estereotipos: Gregory comulga con el anarquismo, Syme con la ley y el orden. Gregory parece un anarca de verborrea químicamente puritanoide al que Syme no le cree. Así, herido en su orgullo, Gregory hace que Syme le jure que no revelará a la policía nada de lo que oiga y vea, y lo conduce a un bunker secreto y subterráneo donde conspiran los anarquistas de Londres. La burocracia anarquista va a elegir su delegado ante el Consejo Central Anarquista, constituido por siete miembros (número cabalístico), cada uno de los cuales es bautizado con el nombre de un día de la semana. Syme, antes de la elección, hace que Gregory le jure no revelar a la prole anarquista que él es un policía de Scotland Yard. Y frente al azoro de Gregory, que tiene que morderse la lengua y atarse las manos, Syme, con un explosivo discurso, gana el sitial y las insignias del hombre Jueves.
(FCE, México, 1985) |
Syme, el policía infiltrado con el camuflaje de Jueves, se halla en un laberinto. Pero en realidad éste comenzó en su infancia: en su odio al caos y a lo cruento y explosivo de los dinamiteros anarquistas, lo cual se enfatizó al convertirse en detective especializado en el exterminio de la plaga anarquista. Ahora, el Consejo Central Anarquista, manipulado por Domingo, quien lo preside, se ha propuesto asesinar al zar de todas las Rusias y al presidente de Francia. Mientras esto se pergeña, Syme, en la madeja de sus fobias, se extravía en la serie de inusitadas e impredecibles aventuras que caracterizan sus interrogantes y pesquisas. Lo singular estriba en que, en el curso de los hechos, su reclutamiento y doble identidad (en cuyo fondo late el corazón y el idealismo de un hombre bueno y religioso) resultan muy semejantes a los reclutamientos y a las dobles identidades de los otros cinco miembros del Consejo; es decir, los seis anarquistas (de Lunes a Sábado) son policías infiltrados. Cada uno ignora la doble identidad de los otros. Todos juraron a alguien no decir nada a la policía. Y a todos los reclutó y dio de alta un hombre gordo y corpulento, que en cinco casos les habló en un cuarto oscuro y al que nunca le vieron la cara, quien no es otro que Domingo, el presidente de la conjura anarquista.
Así, atiborrada de rasgos visuales, episodios teatrales, parafraseos, parodias, y hazañas caricaturescas, transformistas, absurdas e increíbles, la novela plantea una guerra-juego entre el bien y el mal, el orden y la anarquía, la fe católica y el ateísmo. En este sentido, el buen Syme, que una y otra vez invoca y se encomienda a San Jorge, literalmente empuña la espada y se bate contra el malvado Satanás; pero también persigue al demoníaco dragón, que en este caso es corporificado por el gordinflón Domingo encaramado en un enorme elefante y luego en un globo aerostático.
G.K. Chesterton |
Cuando casi al término los seis detectives se asocian y deciden enfrentarse a Domingo y descubrir el trasfondo de su juego y doble identidad, acceden a una serie de revelaciones tan fantásticas como paradójicas, imposibles y apoteósicas. En medio de una zona edénica (vegetación, fauna, felicidad atmosférica e infantil, castillo, carruajes, lacayos, corte) se sucede una fiesta de disfraces, una exultante mascarada. Están allí representados todas las cosas y seres no sólo concebidos por Dios. Y en el centro del festejo: los tronos de los siete días de la Creación, representados por el simbolismo, según el “Génesis”, impreso en el vestuario, en simbiosis con el carácter interior de cada uno de los detectives. Y en el epicentro aparece Domingo, la eterna, universal, inescrutable, inextricable, complaciente y beligerante dualidad en uno y en todo, quien dice ser Sabbath, la alianza de Dios, pese a que en el orbe continúen los abandonos, las paradojas, los antagonismos y las confusiones metafísicas (ab origine y ad infinitum): “¡Y tú eres la paz de Dios!”, le reprocha Lunes al gordinflón Domingo. “¡Oh, yo puedo perdonarle a Dios su ira, aunque destruya las naciones; pero no puedo perdonarle su paz!”.
Borges en su despacho de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires, la cual dirigió entre 1955 y 1973 |
En la conferencia citada al inicio de la nota, reunida en Borges oral (Buenos Aires, Emecé/Universidad de Belgrano, 1979), Borges (ateo, agnóstico y aficionado a las supercherías religiosas) afirmó lo que muchas veces dijo: la novela policíaca, “leída con cierto desdén ahora, está salvando el orden en una época de desorden”. Tal afirmación, en el ámbito literario, es un voto por la imaginación razonada; pero en el caso de la novela de Chesterton implica una onírica y recóndita nostalgia por la armonía universal y la conciliación de los contrarios: el utópico anhelo de que la ética, la ley y el orden de la idealizada razón católica, gobiernen y predominen así en el Cielo como en la Tierra.
Gilbert Keith Chesterton, El hombre que fue Jueves. Prólogo y traducción del inglés al español de Alfonso Reyes. Colección Popular núm. 307, FCE. México, 1985. 244 pp.
excelenete
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