Las amargas lágrimas de Petrolina von Samsa
(o la pobrecita señora X)
Elfriede Jelinek Premio Nobel de Literatura 2004 |
Colección Áncora y Delfín núm. 1014, Ediciones Destino México, 2004 |
En la interior bodega
de mi Amado bebí, y cuando salía
por toda aquesta vega
y cosa no sabía
y el ganado perdí que antes seguía.
El tema medular de esta novela de Elfriede Jelinek es bastante simplote: en un frío y nevado pueblo alpino de la Austria aún actual (fines del siglo XX), Hermann, el adinerado director de una fábrica de papel, somete a Gerti, su mujer, a continuas vejaciones sexuales en las que impera el sadomasoquismo y lo escatológico. Tales relaciones son narradas sin ninguna estética erótica y sí de una forma directa, pornográfica, soez y hosca. El hijo de ambos, llamado “el niño” por Elfriede Jelinek, quien al parecer tiene menos de 14 años (se dice en la página 23, pero en la 211 aún le quedan “dientes de leche”), ha observado por las cerraduras el grotesco y pestilente ayuntamiento de sus padres. Sin buscarlo y sin eludirlo, Gerti, quien ya no es una mujer joven, tiene una aventura con un muchacho desconocido que la aborda: Michael, un junior con estudios de derecho que boga ya “en el árido camino que ha de cubrir de alto funcionario hasta su sólido y hereditario lugar en el cartel electoral del Partido Popular Austríaco”; quien es uno de los numerosos jóvenes turistas de invierno que infestan el pueblo para esquiar y quien se hospeda en su paterna residencia de fines de semana y de vacaciones; cuyo fortuito vínculo sexual, narrado por Elfriede Jelinek con el mismo desenfado y crudeza, también se distingue por sus indicios sadomasoquistas y escatológicos. Lo cual se repite cuando Gerti, después de ir a la peluquería, lo busca de nuevo y él la usa frente a la complicidad y el voyeurismo de sus jóvenes amigas y amigos.
Elfriede Jelinek |
De regreso en la casa familiar, mientras el director está en el baño preparándose para un nuevo fragor sexual en la alcoba (a veces nauseabunda recámara de gases: “La familia se sigue besando y pedorreando”, se lee en la página 205), se sucede el trágico asesinato que interrumpe la novela con un fin inconcluso: Gerti asfixia a su hijo y deposita su cuerpo en la corriente del río.
Lo relativo a estos cuatro personajes y lo que hacen y sucede entre ellos y alrededor de ellos es contado y delineado por Elfriede Jelinek de una forma vaga, sardónica, esquemática y burda (además de fragmentaria y zafia). Y así ocurre con casi todos los temas y subtemas que aborda cambiando, súbita e inesperadamente, de persona y de asuntos como le viene a su regalada, libertina y cáustica gana. Y si parece afirmar (no sólo con su constante repetir y repetir las escenas libidinosas y lo relativo a los genitales) que, en general, las actividades y el pensamiento del hombre y de la mujer giran en torno al sexo y al dinero, esto es tan reduccionista, vulgar y falaz como las numerosas falacias que plagan su novela.
En sus múltiples digresiones y cambios de persona (a veces trata que el lector, como si lo agarrara de las mechas) se involucre o identifique con el “tú”, con el “usted” o con el “nosotros” o “nosotras”), Elfriede Jelinek se hace presente y mete su cuchara en la olla y se chupa el dedo: “¡Sin duda los tres han sido hechos por un mismo Padre, pero han sido ideados por mí!”, dice (parlanchina y muy pagada de sí misma) en la página 209 sobre los protagonistas de su “sagrada familia” que se las da de “culta”: oyen música clásica y el niño estudia violín sin ningún entusiasmo y el coro de obreros de la fábrica es el hobby y la extorsión del director. Y a lo largo de las páginas la novela es tan endogámica, tan localista, que parece que la autora (acérrima, deslenguada, burlona misántropo y anacrónica enfant terrible) se limita a mirarse y fustigarse el ombligo y el sexo, así como se los mira y fustiga a sus congéneres y compatriotas austríacos, pues una y otra vez, además de comentar y contrastar ciertos usos, costumbres, hábitos, atavismos y circunstancias sociales y económicas de “los pobres” y “los ricos”, vierte o lanza ironías y puyas en contra de la familia, del hombre, de la mujer, de los turistas invernales, del deporte, de los deportistas, de los habitantes del pueblo, de la fábrica de papel, de los obreros y desempleados, de la destrucción de los ecosistemas y de los hábitats naturales, de la Iglesia, de la creencia en Dios, del gobierno, de Austria, del entorno socialcristiano y de todo aquello que se le ocurra o se le atraviese.
Elfriede Jelinek |
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