Cosas extrañas que les suceden
a los latinoamericanos en Europa
I de III
Además de sus novelas y guiones de cine, de sus notas, crónicas y reportajes periodísticos, el colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, marzo 8 de 1927-México, abril 17 de 2014) publicó cuatro libros de cuentos: Los funerales de la Mamá Grande (1962), La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada (1972), Ojos de perro azul (1974) y Doce cuentos peregrinos (1992), que incluye un prólogo firmado en “Cartagena de Indias, abril, 1992”, en el que, a la luz de su fallecimiento, descuella un pasaje que parece un cuento breve y que a la letra dice: “La primera idea se me ocurrió a principios de la década de los setenta, a propósito de un sueño esclarecedor que tuve después de cinco años de vivir en Barcelona. Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. ‘Eres el único que no puede irse’, me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos.”(Diana, 8ª impresión, México, 1993) |
Dado que el leitmotiv de los doce cuentos son “las cosas extrañas que les suceden a los latinoamericanos en Europa”, Gabriel García Márquez dice que hizo un viaje de reconocimiento a los sitios del Viejo Continente donde ocurren los relatos: “A mi regreso de aquel viaje venturoso reescribí todos los cuentos otra vez desde el principio en ocho meses febriles en los que no necesité preguntarme dónde terminaba la vida y dónde empezaba la imaginación, porque me ayudaba la sospecha de que quizás no fuera cierto nada de lo vivido veinte años antes en Europa. La escritura se me hizo entonces tan fluida que a ratos me sentía escribiendo por el puro placer de narrar, que es quizás el estado humano que más se parece a la levitación. Además, trabajando todos los cuentos a la vez y saltando de uno a otro con plena libertad, conseguí una visión panorámica que me salvó del cansancio de los comienzos sucesivos, y me ayudó a cazar redundancias ociosas y contradicciones mortales. Creo haber logrado así el libro de cuentos más próximo al que siempre quise escribir.”
Sin embargo, pese a su enorme e indiscutible talento, a la exultante autocomplacencia del autor y a que la mayoría son de primera, Doce cuentos peregrinos tiene textos que parecen ejercicios de aprendiz, de tallerista amateur que busca “mantener el brazo caliente”: “Espantos de agosto” y “La luz es como el agua”, muy menores si se observan en el contexto de la obra mayor y total de Gabriel García Márquez.
Gabriel García Márquez con su mujer Mercedes Barcha Pardo y sus hijos Gonzalo y Rodrigo cuando en Barcelona escribía El otoño del patriarca (1975) |
Gabriel García Márquez |
Fechado en “Marzo 1980”, “Me alquilo para soñar” (cuento homónimo de un artículo reunido en el citado volumen de Notas de prensa, cuya fecha de publicación data del “7 de septiembre de 1983”) es narrado por la voz del Gabriel García Márquez de fama internacional, quien en rincones de Barcelona y en su casa de allí, vive un efímero encuentro con Pablo Neruda y su esposa Matilde durante una escala de su viaje en barco que de Nápoles los lleva a Valparaíso. La fecha de tal encuentro podría ser 1968, pues trece años antes, según narra, conoció en Viena a Frau Frida, una mujer nacida en Colombia que tiene la virtud de ver el futuro de las personas a través de los sueños que ella tiene, la cual, a través de una advertencia onírica, en 1955 lo hizo huir para siempre de la capital austríaca. Frau Frida también es pasajera del trasatlántico que va de Nápoles a Valparaíso; y a pesar de que a Neruda le resulta antipática bajo el unilateral y obnubilado dogma de que “sólo la poesía es clarividente”, el poeta y la adivina viven una borgeseana confluencia onírica, pues al unísono (y cada uno por su lado) sueñan que uno está soñando con el otro. Los años de 1955, 1968 y 1989, que es el del comienzo del cuento en La Habana, pueden deducirse porque según anota Dasso Saldívar en García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía (Alfaguara, 1997), el Gabo de carne y hueso vivió en Viena, en septiembre de 1955, la experiencia con la mujer vidente del Caribe que le dio el personaje y el tema del cuento, pues además del vaticinio onírico que le hizo, “efectivamente, se ganaba la vida alquilándose para soñar en el seno de una familia vienesa”.
Gabo en le época que escribía El otoño del patriarca (1975) Foto: Rodrigo García Barcha |
II de III
En “Espantos de agosto” —otro de los Doce cuentos peregrinos—, pese a que la voz narrativa nunca proclama: “somos la familia García Barcha”, ni dice el nombre de cada uno de los cuatro consabidos y célebres miembros, al aficionado lector tampoco le cuesta nada suponer o advertir que los protagonistas de tal relato corresponden a las características de Gabriel García Márquez y de su mujer Mercedes Barcha Pardo y de los hijos de ambos: Rodrigo y Gonzalo, con nueve y siete años, quienes hacen una visita al histórico castillo renacentista que en Arezzo, en la campiña toscana, ha adquirido el escritor venezolano Miguel Otero Silva, donde pese a la incredulidad racional de los padres de los niños, tienen ocasión de constatar, al despertar en otro dormitorio y a través del intenso olor a fresas recientes que los rodea, que a partir de la medianoche vaga por las habitaciones del castillo el fantasma chocarrero, macabro y sanguinolento de Ludovico.
En “Tramontana” la voz narrativa, que a todas luces es un homónimo alter ego del escritor, observa en un cabaret de Barcelona la inequívoca y aterrorizada premonición de un jovenzuelo veinteañero del Caribe que hace todo lo posible por no retornar a Cadaqués, dado que tiene la fóbica certidumbre de que si regresa lo espera algo terrorífico y demencial, pues se da por supuesto que la tramontana es “un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura.” Tal episodio es evocado a partir de otro caso de muerte espeluznante inducida por el mismo trastorno (el suicidio del portero) que Gabo y su familia vivieron en un edificio de Cadaqués en torno a la tramontana, a quienes es posible entreverlos en el siguiente pasaje:
“Entonces empezó el viento. Primero en ráfagas espaciadas cada vez más frecuentes, hasta que se quedó inmóvil, sin una pausa, sin un alivio, con una intensidad y una sevicia que tenía algo de sobrenatural. Nuestro apartamento, al contrario de lo usual en el Caribe, estaba de frente a la montaña, debido quizás a ese raro gusto de los catalanes rancios que aman el mar pero sin verlo. De modo que el viento nos daba de frente y amenazaba con reventar las amarras de las ventanas.
“Lo que más me llamó la atención era que el tiempo seguía siendo de una belleza irrepetible, con un sol de oro y el cielo impávido. Tanto, que decidí salir a la calle con los niños para ver el estado del mar. Ellos, al fin y al cabo, se habían criado entre los terremotos de México y los huracanes del Caribe, y un viento de más o de menos no nos pareció nada para inquietar a nadie.”Gabo y Mercedes con sus hijos Gonzalo y Rodrigo (Barcelona, 1972) |
Pues bien, tampoco hay que romperse la crisma para suponer y entrever que para narrar “El verano feliz de la señora Forbes”, Gabriel García Márquez lúdicamente tomó como modelos las infantiles identidades de sus dos hijos: Rodrigo y Gonzalo, el primero nacido en Bogotá, el 24 de agosto de 1959, y el segundo en la Ciudad de México el 16 de abril de 1962. Así, el chiquillo de nueve años, quien encarna la voz narrativa, burlonamente describe a su papi como “un escritor del Caribe con más ínfulas que talento” y a su mamita: “siempre tan humilde como lo había sido de maestra errante en la alta Guajira”. Pero también formula su reclamo y lamento ante la rutina gris, de camisa de fuerza, manita de puerco y tortura china, que les espera bajo la férula y el látigo de la señora Forbes: “De modo que ninguno de los dos debió preguntarse con el corazón cómo iba a ser nuestra vida con una sargenta de Dortmund, empeñada en inculcarnos a la fuerza los hábitos más rancios de la sociedad europea, mientras ellos participaban con cuarenta escritores de moda en un crucero cultural de cinco semanas por las islas del Mar Egeo.”
En “La luz es como el agua” descuellan dos niños: “Totó, de nueve años, y Joel, de siete”, en cuyo trazo tampoco es aventurado suponer que subyacen las siluetas de Rodrigo y Gonzalo, pues los papitos de Totó y Joel son un par de colombianos en cuya modesta casa de Cartagena de Indias “hay un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes”; mientras que en Madrid, donde ocurre el cuento, viven apretujados con sus dos estudiosos hijitos “en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana”. Según dice la voz narrativa, alter ego del Gabriel García Márquez, “Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
“—La luz es como el agua —le contesté—: uno abre el grifo, y sale.”
Así, cuando los padres de los niños se van al cine, a éstos les da por llenar el departamento con chorros de luz y con su bote de aluminio y su equipo de buceo juegan a navegar y a bucear “como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas”, e incluso rescatan “del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad”. Lo más descabellado del caso, también para el feliz regodeo de los reporteros de nota roja, ocurre un miércoles en que los padres han ido a ver La batalla de Argel y los niños abren tantas luces que provocan una inundación interior y un desbordamiento exterior, de modo que “la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.” Por si fuera poco la desmesura de “realismo mágico”, “todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario” se ahogó ese miércoles “en el quinto piso del número 47 del Paseo de la Castellana”.
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Uno de los textos más célebres de los Doce cuentos peregrinos es “Sólo vine a hablar por teléfono”, esto por la distinta (pero afín) versión cinematográfica titulada María de mi corazón (1979), con guión de Gabriel García Márquez y Jaime Humberto Hermosillo, dirigida por éste y protagonizada por María Rojo (María Torres López) y Héctor Bonilla (Héctor Roldán). Otro texto famoso es “La santa”, por la versión cinematográfica Milagro en Roma (1988) —también con sus obvias variantes—, con guión de Gabriel García Márquez y Lisandro Duque Naranjo, dirigida por éste y protagonizada por Frank Ramírez (Margarito Duarte), Amalia Duque García (la niña Evelia Duarte), Gerardo Arellano (el tenor Antonio de Duque y Terán) y Lisandro Duque Naranjo (secretario de la embajada de Colombia en Roma). Gabriel García Márquez cuando era reportero de El Espectador y publicó en Bogotá su primera novela La hojarasca (1955) |
En el relato la niña muerta fue exhumada después de once años y su cuerpo aún se halla intacto, carece de peso, sus ojos abiertos parecen que miran a quien la ve y aún despide el vaho de las rosas frescas con que otrora la enterraron (y así permanece después de veintidós años).
Tiene razón Dasso Saldívar cuando señala que en el cuento Gabriel García Márquez “no ahonda para nada en la vida llevada por Margarito Duarte en Roma mientras espera la presunta canonización de su hija incorrupta, por lo que, la conclusión de que el verdadero santo es él y no su hija, no resulta verosímil, pues tendría que habérnoslo dicho el relato y no el autor en una intromisión que resulta arbitraria.”
Cesare Zavattini |
Vittorio de Sica |
Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez (Barcelona, c. 1972) |
(Diana, México, 2003) |
“‘Era un edifico muy viejo y reconstruido con materiales varios’, recordaría él, ‘en cada uno de cuyos pisos había un hotel diferente. Sus ventanas estaban tan cerca de las ruinas del Coliseo, que no sólo se veían los miles y miles de gatos adormilados por el calor en las graderías, sino que se percibía su olor intenso de orines fermentados. Mi buen acompañante, que se ganaba una comisión por llevar clientes a los hoteles, me recomendó el del tercer piso, porque era el único que tenía las tres comidas incluidas en el precio [...] Eran las cinco de la tarde y en el vestíbulo había diecisiete ingleses sentados, todos hombres y todos con pantalones cortos, y todos cabeceando de sueño. Al primer golpe de vista me parecieron iguales, como si fuera uno solo repetido dieciséis veces en una galería de espejos; pero lo que más me llamó la atención fueron sus rodillas óseas y rosadas [...] Sin embargo, no sé qué rara facultad oculta del Caribe me sopló al oído que aquella sucesión de rodillas rosadas era un mensaje aciago. Entonces le dije a mi compañero que me llevara a otro hotel donde no hubiera tantos ingleses sentados en el vestíbulo, y él me llevó sin preguntarme nada al piso siguiente. Esa noche, los diecisiete ingleses y todos los huéspedes del hotel del tercer piso se envenenaron con la cena.’”
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