jueves, 10 de julio de 2014

Doce cuentos peregrinos




Cosas extrañas que les suceden 
a los latinoamericanos en Europa




I de III
Además de sus novelas y guiones de cine, de sus notas, crónicas y reportajes periodísticos, el colombiano Gabriel García Márquez (Aracataca, marzo 8 de 1927-México, abril 17 de 2014) publicó cuatro libros de cuentos: Los funerales de la Mamá Grande (1962), La increíble y triste historia de la cándida Eréndida y de su abuela desalmada (1972), Ojos de perro azul (1974) y Doce cuentos peregrinos (1992), que incluye un prólogo firmado en “Cartagena de Indias, abril, 1992”, en el que, a la luz de su fallecimiento, descuella un pasaje que parece un cuento breve y que a la letra dice: “La primera idea se me ocurrió a principios de la década de los setenta, a propósito de un sueño esclarecedor que tuve después de cinco años de vivir en Barcelona. Soñé que asistía a mi propio entierro, a pie, caminando entre un grupo de amigos vestidos de luto solemne, pero con un ánimo de fiesta. Todos parecíamos dichosos de estar juntos. Y yo más que nadie, por aquella grata oportunidad que me daba la muerte para estar con mis amigos de América Latina, los más antiguos, los más queridos, los que no veía desde hacía tiempo. Al final de la ceremonia, cuando empezaron a irse, yo intenté acompañarlos, pero uno de ellos me hizo ver con una severidad terminante que para mí se había acabado la fiesta. ‘Eres el único que no puede irse’, me dijo. Sólo entonces comprendí que morir es no estar nunca más con los amigos.”
(Diana,  8ª impresión, México, 1993)
        En “Por qué doce, por qué cuentos y por qué peregrinos”, el citado prólogo, Gabo dice que fueron concebidos en un margen de “dieciocho años”; que “cinco de ellos fueron notas periodísticas y guiones de cine, y uno fue un serial de televisión”; que empezaron a ser escritos en un cuaderno escolar donado por sus hijos; que el cuaderno de apuntes anduvo con su familia en sus estancias y viajes por distintos lugares del globo terráqueo hasta que se extravió hacia 1978, al parecer en algún extermino de papeles en la biblioteca de su casa de la Ciudad de México; que de los “sesenta y cuatro temas anotados” y perdidos reconstruyó una treintena (luego fueron dieciocho y finalmente doce); que los cuentos más antiguos datan de 1976: “El verano feliz de la señora Forbes” y “El rastro de tu sangre en la nieve” —de lo mejor de entre los Doce cuentos peregrinos—, mismos que publicó “enseguida en suplementos literarios de varios países”; y que las fechas finales de cada uno corresponden al tiempo en que los empezó a escribir (entre 1976 y 1982).

       Dado que el leitmotiv de los doce cuentos son “las cosas extrañas que les suceden a los latinoamericanos en Europa”, Gabriel García Márquez dice que hizo un viaje de reconocimiento a los sitios del Viejo Continente donde ocurren los relatos: “A mi regreso de aquel viaje venturoso reescribí todos los cuentos otra vez desde el principio en ocho meses febriles en los que no necesité preguntarme dónde terminaba la vida y dónde empezaba la imaginación, porque me ayudaba la sospecha de que quizás no fuera cierto nada de lo vivido veinte años antes en Europa. La escritura se me hizo entonces tan fluida que a ratos me sentía escribiendo por el puro placer de narrar, que es quizás el estado humano que más se parece a la levitación. Además, trabajando todos los cuentos a la vez y saltando de uno a otro con plena libertad, conseguí una visión panorámica que me salvó del cansancio de los comienzos sucesivos, y me ayudó a cazar redundancias ociosas y contradicciones mortales. Creo haber logrado así el libro de cuentos más próximo al que siempre quise escribir.” 
Sin embargo, pese a su enorme e indiscutible talento, a la exultante autocomplacencia del autor y a que la mayoría son de primera, Doce cuentos peregrinos tiene textos que parecen ejercicios de aprendiz, de tallerista amateur que busca “mantener el brazo caliente”: “Espantos de agosto” y “La luz es como el agua”, muy menores si se observan en el contexto de la obra mayor y total de Gabriel García Márquez. 
Gabriel García Márquez con su mujer Mercedes Barcha Pardo y
sus hijos Gonzalo y Rodrigo cuando en Barcelona escribía
El otoño del patriarca (1975)
       No obstante, y frente el citado prefacio, se puede inferir que el verdadero acto preparatorio y los avatares del proceso creativo de los Doce cuentos peregrinos siguen siendo una experiencia íntima y secreta, pues al simple mortal todo lo que resume Gabriel García Márquez en su prólogo le resulta tan vago y difuminado, como el hecho de que nunca precisa el nombre de sus dos hijos (Rodrigo y Gonzalo) ni el de su mujer (Mercedes Barcha Pardo); ni siquiera el nombre de los cuentos que fueron artículos periodísticos, guiones de cine y el serial televisivo (mucho menos las fichas técnicas de las películas y de la serie de televisión), ni los títulos de las notas de prensa (ni menciona el medio donde fueron publicadas por primera vez ni el libro donde posteriormente fueron reunidas). Así, un curioso y tercermundista lector de a pie de las nuevas generaciones que busque acceder a tales menesteres y realizar un examen crítico del itinerario y del conjunto de las vertientes de los Doce cuentos peregrinos tendrá que hacer su propia peregrinación, pesquisa y acopio de las distintas versiones, escritas y visuales, a lo que tal vez (o ineludiblemente) añadirá una exploración biográfica, pues el propio Gabriel García Márquez menciona en su prefacio que los cuentos partieron de experiencias personales vividas por él; de ahí que en los Doce cuentos peregrinos, entre los latinoamericanos en Europa, el propio escritor esté presente, ya en la voz narrativa, en el papel de un reconocible alter ego o personaje que corresponde a sus rasgos. 

Gabriel García Márquez
         Por ejemplo, en “El avión de la bella durmiente” no es difícil reconocer al Premio Nobel de Literatura 1982 en la silueta y las cavilaciones del hombre entrado en años que se abandona a la azarosa y feliz experiencia de contemplar (casi como un rito japonés) el sueño de una bellísima y joven mujer que vuela dormida junto a él de París a Nueva York. Cuento fechado en “Junio 1982”, cuya homónima versión periodística figura en el volumen Notas de prensa. Obra periodística 5. 1961-1984 (Diana, 2003), donde se lee que fue “Publicado originalmente el 22 de septiembre de 1982.”

      Fechado en “Marzo 1980”, “Me alquilo para soñar” (cuento homónimo de un artículo reunido en el citado volumen de Notas de prensa, cuya fecha de publicación data del “7 de septiembre de 1983”) es narrado por la voz del Gabriel García Márquez de fama internacional, quien en rincones de Barcelona y en su casa de allí, vive un efímero encuentro con Pablo Neruda y su esposa Matilde durante una escala de su viaje en barco que de Nápoles los lleva a Valparaíso. La fecha de tal encuentro podría ser 1968, pues trece años antes, según narra, conoció en Viena a Frau Frida, una mujer nacida en Colombia que tiene la virtud de ver el futuro de las personas a través de los sueños que ella tiene, la cual, a través de una advertencia onírica, en 1955 lo hizo huir para siempre de la capital austríaca. Frau Frida también es pasajera del trasatlántico que va de Nápoles a Valparaíso; y a pesar de que a Neruda le resulta antipática bajo el unilateral y obnubilado dogma de que “sólo la poesía es clarividente”, el poeta y la adivina viven una borgeseana confluencia onírica, pues al unísono (y cada uno por su lado) sueñan que uno está soñando con el otro. Los años de 1955, 1968 y 1989, que es el del comienzo del cuento en La Habana, pueden deducirse porque según anota Dasso Saldívar en García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía (Alfaguara, 1997), el Gabo de carne y hueso vivió en Viena, en septiembre de 1955, la experiencia con la mujer vidente del Caribe que le dio el personaje y el tema del cuento, pues además del vaticinio onírico que le hizo, “efectivamente, se ganaba la vida alquilándose para soñar en el seno de una familia vienesa”.
 
Gabo en le época que escribía El otoño del patriarca (1975)
Foto: Rodrigo García Barcha
      Vale añadir que en 1992, basado en el cuento “Me alquilo para soñar”, el brasileño Ruy Guerra —director de Eréndida (1983), película guionizada por Gabriel García Márquez— estrenó, con guión de éste, una homónima miniserie televisiva de seis capítulos (protagonizada por Hanna Schygulla), producida por Televisión Española y el Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficas. Y con el mismo título en 1995 se coeditó en Bogotá un libro que centralmente compila la transcripción de un taller de guión dictado y coordinado por el propio Gabo en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de Santiago de los Baños, Cuba, fundada el 15 de diciembre de 1986. 



II de III
En “Espantos de agosto” —otro de los Doce cuentos peregrinos—, pese a que la voz narrativa nunca proclama: “somos la familia García Barcha”, ni dice el nombre de cada uno de los cuatro consabidos y célebres miembros, al aficionado lector tampoco le cuesta nada suponer o advertir que los protagonistas de tal relato corresponden a las características de Gabriel García Márquez y de su mujer Mercedes Barcha Pardo y de los hijos de ambos: Rodrigo y Gonzalo, con nueve y siete años, quienes hacen una visita al histórico castillo renacentista que en Arezzo, en la campiña toscana, ha adquirido el escritor venezolano Miguel Otero Silva, donde pese a la incredulidad racional de los padres de los niños, tienen ocasión de constatar, al despertar en otro dormitorio y a través del intenso olor a fresas recientes que los rodea, que a partir de la medianoche vaga por las habitaciones del castillo el fantasma chocarrero, macabro y sanguinolento de Ludovico. 
   En “Tramontana” la voz narrativa, que a todas luces es un homónimo alter ego del escritor, observa en un cabaret de Barcelona la inequívoca y aterrorizada premonición de un jovenzuelo veinteañero del Caribe que hace todo lo posible por no retornar a Cadaqués, dado que tiene la fóbica certidumbre de que si regresa lo espera algo terrorífico y demencial, pues se da por supuesto que la tramontana es “un viento de tierra inclemente y tenaz, que según piensan los nativos y algunos escritores escarmentados, lleva consigo los gérmenes de la locura.” Tal episodio es evocado a partir de otro caso de muerte espeluznante inducida por el mismo trastorno (el suicidio del portero) que Gabo y su familia vivieron en un edificio de Cadaqués en torno a la tramontana, a quienes es posible entreverlos en el siguiente pasaje:
    “Entonces empezó el viento. Primero en ráfagas espaciadas cada vez más frecuentes, hasta que se quedó inmóvil, sin una pausa, sin un alivio, con una intensidad y una sevicia que tenía algo de sobrenatural. Nuestro apartamento, al contrario de lo usual en el Caribe, estaba de frente a la montaña, debido quizás a ese raro gusto de los catalanes rancios que aman el mar pero sin verlo. De modo que el viento nos daba de frente y amenazaba con reventar las amarras de las ventanas.
      “Lo que más me llamó la atención era que el tiempo seguía siendo de una belleza irrepetible, con un sol de oro y el cielo impávido. Tanto, que decidí salir a la calle con los niños para ver el estado del mar. Ellos, al fin y al cabo, se habían criado entre los terremotos de México y los huracanes del Caribe, y un viento de más o de menos no nos pareció nada para inquietar a nadie.”
Gabo y Mercedes con sus hijos Gonzalo y Rodrigo
(Barcelona, 1972)
        La voz narrativa de “El verano feliz de la señora Forbes” es la de un chaval de nueve años, quien con su hermano de siete, viven las exploraciones y aventuras de unas vacaciones de verano “en la isla de Pantelaria, en el extremo meridional de Sicilia”. Primero, felizmente con sus padres del Caribe y un par de nativos de la isla: Oreste, un diestro buzo y pescador veinteañero, y Fulvia Flamínea, la cocinera que siempre deambula seguida por una ronda de gatos (¿cómo olvidar a Mauricio Babilonia y las mariposas amarillas que siempre lo rondan en Cien años de soledad? —una y otra vez machacadas en el estribillo de “Macondo”, la canción que sin cesar interpreta Oscar Chávez); luego, infelizmente cuando sus padres se han ido a un viaje de “cinco semanas por las islas del mar Egeo” y se quedan encadenados al rígido régimen de la institutriz alemana contratada para el caso: la señora Forbes, quien traza el síndrome de su doble vida, demencial delirio y decadencia psíquica signada por los poemas de Schiller, la cual concluye en un lunático y patético charco de sangre (recibió 27 puñaladas). 

        Pues bien, tampoco hay que romperse la crisma para suponer y entrever que para narrar “El verano feliz de la señora Forbes”, Gabriel García Márquez lúdicamente tomó como modelos las infantiles identidades de sus dos hijos: Rodrigo y Gonzalo, el primero nacido en Bogotá, el 24 de agosto de 1959, y el segundo en la Ciudad de México el 16 de abril de 1962. Así, el chiquillo de nueve años, quien encarna la voz narrativa, burlonamente describe a su papi como “un escritor del Caribe con más ínfulas que talento” y a su mamita: “siempre tan humilde como lo había sido de maestra errante en la alta Guajira”. Pero también formula su reclamo y lamento ante la rutina gris, de camisa de fuerza, manita de puerco y tortura china, que les espera bajo la férula y el látigo de la señora Forbes: “De modo que ninguno de los dos debió preguntarse con el corazón cómo iba a ser nuestra vida con una sargenta de Dortmund, empeñada en inculcarnos a la fuerza los hábitos más rancios de la sociedad europea, mientras ellos participaban con cuarenta escritores de moda en un crucero cultural de cinco semanas por las islas del Mar Egeo.”  
          En “La luz es como el agua” descuellan dos niños: “Totó, de nueve años, y Joel, de siete”, en cuyo trazo tampoco es aventurado suponer que subyacen las siluetas de Rodrigo y Gonzalo, pues los papitos de Totó y Joel son un par de colombianos en cuya modesta casa de Cartagena de Indias “hay un patio con un muelle sobre la bahía, y un refugio para dos yates grandes”; mientras que en Madrid, donde ocurre el cuento, viven apretujados con sus dos estudiosos hijitos “en el piso quinto del número 47 del Paseo de la Castellana”. Según dice la voz narrativa, alter ego del Gabriel García Márquez, “Esta aventura fabulosa fue el resultado de una ligereza mía cuando participaba en un seminario sobre la poesía de los utensilios domésticos. Totó me preguntó cómo era que la luz se encendía con sólo apretar un botón, y yo no tuve el valor de pensarlo dos veces.
“—La luz es como el agua —le contesté—: uno abre el grifo, y sale.”
Así, cuando los padres de los niños se van al cine, a éstos les da por llenar el departamento con chorros de luz y con su bote de aluminio y su equipo de buceo juegan a navegar y a bucear “como tiburones mansos por debajo de los muebles y las camas”, e incluso rescatan “del fondo de la luz las cosas que durante años se habían perdido en la oscuridad”. Lo más descabellado del caso, también para el feliz regodeo de los reporteros de nota roja, ocurre un miércoles en que los padres han ido a ver La batalla de Argel y los niños abren tantas luces que provocan una inundación interior y un desbordamiento exterior, de modo que “la gente que pasó por la Castellana vio una cascada de luz que caía de un viejo edificio escondido entre los árboles. Salía por los balcones, se derramaba a raudales por la fachada, y se encauzó por la gran avenida en un torrente dorado que iluminó la ciudad hasta el Guadarrama.” Por si fuera poco la desmesura de “realismo mágico”, “todo el cuarto año elemental de la escuela de San Julián el Hospitalario” se ahogó ese miércoles “en el quinto piso del número 47 del Paseo de la Castellana”.




III de III
Uno de los textos más célebres de los Doce cuentos peregrinos es “Sólo vine a hablar por teléfono”, esto por la distinta (pero afín) versión cinematográfica titulada María de mi corazón (1979), con guión de Gabriel García Márquez y Jaime Humberto Hermosillo, dirigida por éste y protagonizada por María Rojo (María Torres López) y Héctor Bonilla (Héctor Roldán). Otro texto famoso es “La santa”, por la versión cinematográfica Milagro en Roma (1988) —también con sus obvias variantes—, con guión de Gabriel García Márquez y Lisandro Duque Naranjo, dirigida por éste y protagonizada por Frank Ramírez (Margarito Duarte), Amalia Duque García (la niña Evelia Duarte), Gerardo Arellano (el tenor Antonio de Duque y Terán) y Lisandro Duque Naranjo (secretario de la embajada de Colombia en Roma).  
Gabriel García Márquez cuando era reportero de El Espectador
y publicó en Bogotá su primera novela La hojarasca (1955)


        En García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía (Alfaguara, 1997), Dasso Saldívar le recuerda al lector que los gérmenes de la historia que muchos años después sería “La santa” fueron vividos por el cataquero a partir de agosto de 1955, cuando en su flamante papel de corresponsal en Europa de El Espectador se había instalado en Roma, precisamente en una pensión del “tranquilo barrio de Parioli, cerca de la Villa Borghese”, donde también habitaba el tenor colombiano Rafael Ribero Silva y a donde arribó, recomendado por el cónsul de Colombia, la persona que se trasformaría en el Margarito Duarte del cuento, quien “había llegado desde su lejano pueblo de los Andes colombianos, gracias a una colecta pública, por un motivo más serio: alcanzar la canonización del cuerpo de su hija muerta a los siete años”, desenterrada años después con el cuerpo intacto, por lo cual hacía todo lo posible por vencer los mil y un impedimentos y a la burocracia eclesiástica y lograr por fin una entrevista con el Papa. De ahí que en el cuento figure un personaje con el nombre y las características del tenor colombiano y que sea narrado por un personaje que responde a los rasgos de Gabriel García Márquez, y que más o menos a imagen y semejanza del escritor de carne y hueso intenta estudiar guión en el Centro Experimental de Cinematografía. —Según Dasso Saldívar, Gabo sólo pudo haber estudiado allí alrededor de dos meses: de finales de octubre a finales de diciembre de 1955, pues a partir de las Navidades de ese año se trasladó a París, donde, en medio de su problemática para subsistir, escribiría El coronel no tiene quien le escriba (Aguirre Editor, 1961)—.
    En el relato la niña muerta fue exhumada después de once años y su cuerpo aún se halla intacto, carece de peso, sus ojos abiertos parecen que miran a quien la ve y aún despide el vaho de las rosas frescas con que otrora la enterraron (y así permanece después de veintidós años). 
   Tiene razón Dasso Saldívar cuando señala que en el cuento Gabriel García Márquez “no ahonda para nada en la vida llevada por Margarito Duarte en Roma mientras espera la presunta canonización de su hija incorrupta, por lo que, la conclusión de que el verdadero santo es él y no su hija, no resulta verosímil, pues tendría que habérnoslo dicho el relato y no el autor en una intromisión que resulta arbitraria.” 
 
Cesare Zavattini
       Ahora que si bien en el cuento (no en la vida real) el joven estudiante de cine fue alumno de Cesare Zavattini, quien también figura como un personaje que especula sobre el argumento de una probable película basada en Margarito Duarte y su niña muerta, también resulta inverosímil que veintidós años después en un almuerzo que el narrador tiene en Roma con “la nueva gente de cine” nadie sepa quién fue (y es) Zavattini, pues se trata de la mancuerna de Vittorio de Sica, uno de los grandes directores del neorrealismo italiano, sin la cual son inconcebibles varios de sus grandes filmes, que son clásicos de todos los lugares y tiempos, tales como Ladrón de bicicleta (1948) y Milagro en Milán (1951). Desde luego que existen los desmemoriados y los ignorantes, no sólo en la célebre Escuela Internacional de Cine y Televisión de Santiago de los Baños, en Cuba, donde Gabo dio cátedra en el taller de guión; pero entre la sucesiva “nueva gente de cine” nunca falta el geniecillo tercermundista, incluso jarocho, que se las sabe de todas a todas, aún las por inventar.   
Vittorio de Sica
       En El viaje a la semilla, Dasso Saldívar varias veces cita y remite al libro Notas de prensa 1980-1984 (1991) de Gabriel García Márquez; por ejemplo, en el caso del tenor Rafael Ribero Silva, en el caso de Margarito Duarte y en el caso de los diecisiete ingleses envenenados que también descuellan en el cuento “Diecisiete ingleses envenenados”. 
En tal cuento, Prudencia Linero, una anciana de 72 años, llega al puerto de Nápoles, viaje que hizo en barco (“dieciocho días de mala mar”) desde el puerto de Riohacha (donde el 7 de febrero de 1864 nació el coronel Nicolás Ricardo Márquez Mejía, el abuelo materno de Gabo, fallecido en Santa Marta el 4 de marzo de 1937, dos días antes de que el futuro escritor cumpliera diez años de edad). Como el destino de Prudencia Linero es Roma para ver al Papa, desciende del buque ataviada con las sandalias, el sayal y el cordón de San Francisco, pues le ha prometido a Dios vestir así por el resto de sus días si le concede la gracia de ver al Sumo Pontífice. Como se encuentra obligada a esperar al cónsul de su país, se ve impelida a instalarse en “el hotel más decente de Nápoles”, que resulta ser “un vetusto edificio de nueve pisos restaurados, en cada uno de los cuales había un hotel diferente”. El maletero la lleva al tercer piso, donde se halla el único hotel con comedor. Pero al salir del ascensor la víscera cardiaca se le engurruña: “Un grupo de turistas ingleses de pantalones cortos y sandalias de playa dormitaban en una larga fila de poltronas de espera. Eran diecisiete, y estaban sentados en un orden simétrico, como si fueran uno solo muchas veces repetido en una galería de espejos. La señora Prudencia Linero los vio sin distinguirlos, con un solo golpe de vista, y lo único que le impresionó fue la larga hilera de rodillas rosadas, que parecían presas de cerdo colgadas en los ganchos de una carnicería. No dio un paso más hacia el mostrador, sino que retrocedió sobrecogida y entró de nuevo al ascensor.” Pide que el maletero la lleve a otro hotel, que resulta ser el quinto piso. Ese mismo domingo del mes de agosto de su llegada a Nápoles, después de haber comido en una fonda al aire libre (donde coincide con un cura pobre y gorrón) y de vivir ciertos avatares, Prudencia Linero regresa al hotel dispuesta a llorar a pierna suelta y se encuentra con la dramática noticia: todos los del tercer piso, incluidos los diecisiete ingleses, “se envenenaron con la sopa de ostras de la cena”.
Mercedes Barcha Pardo y Gabriel García Márquez
(Barcelona, c. 1972)
        Para concluir esta fragmentaria y caprichosa nota sobre algunos de los Doce cuentos peregrinos, vale citar el pasaje de El viaje a la semilla donde Dasso Saldívar refiere el suceso de los diecisiete ingleses envenenados vivido por Gabriel García Márquez el último domingo de julio de 1955, día que llegó a Roma (en Ginebra, donde cubrió su primera misión como corresponsal en Europa de El Espectador, “el diario le telegrafió diciéndole que se fuera a Roma por si el Papa se moría de hipo”), segmento que a su vez cita trozos de “Roma en verano”, artículo de Gabo reunido en el volumen Notas de prensa. Obra periodística 5. 1961-1984 (Diana, 2003), “Publicado originalmente el 9 de junio de 1982”:

 
(Diana, México, 2003)
  “El calor que lo sorprendió en la estación, aquel domingo último de julio, no tenía la humedad de Barranquilla, pero era igualmente infernal. O tal vez peor, porque eran treinta y cinco grados de calor amasados con el polvo milenario de la ciudad. ‘Esto es igual que Aracataca’, se dijo mientras buscaba a algún esquirol que le ayudara a cargar sus maletas de trotamundos en la ciudad paralizada. Lo encontró, y con él, al primer guía, que lo condujo hasta un modesto hotel de la cercana Via Nazionale.
   “‘Era un edifico muy viejo y reconstruido con materiales varios’, recordaría él, ‘en cada uno de cuyos pisos había un hotel diferente. Sus ventanas estaban tan cerca de las ruinas del Coliseo, que no sólo se veían los miles y miles de gatos adormilados por el calor en las graderías, sino que se percibía su olor intenso de orines fermentados. Mi buen acompañante, que se ganaba una comisión por llevar clientes a los hoteles, me recomendó el del tercer piso, porque era el único que tenía las tres comidas incluidas en el precio [...] Eran las cinco de la tarde y en el vestíbulo había diecisiete ingleses sentados, todos hombres y todos con pantalones cortos, y todos cabeceando de sueño. Al primer golpe de vista me parecieron iguales, como si fuera uno solo repetido dieciséis veces en una galería de espejos; pero lo que más me llamó la atención fueron sus rodillas óseas y rosadas [...] Sin embargo, no sé qué rara facultad oculta del Caribe me sopló al oído que aquella sucesión de rodillas rosadas era un mensaje aciago. Entonces le dije a mi compañero que me llevara a otro hotel donde no hubiera tantos ingleses sentados en el vestíbulo, y él me llevó sin preguntarme nada al piso siguiente. Esa noche, los diecisiete ingleses y todos los huéspedes del hotel del tercer piso se envenenaron con la cena.’”


Gabriel García Márquez, Doce cuentos peregrinos. Editorial Diana. 8ª impresión. México, noviembre de 1993. 248 pp.



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