Rompecabezas/Modelo para armar
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Dedicada “A Patricia” (su esposa) e impresa por primera vez en Barcelona, en 1965, en la serie Biblioteca Formentor de la Editorial Seix Barral (cuyas cubiertas fueron ilustradas por Antoni Tàpies), La casa verde —una de las grandes novelas del peruano Mario Vargas Llosa— ganó en 1966 el Premio de la Crítica Española y en 1967 el Premio Nacional de Novela del Perú y en Venezuela el Premio Internacional de Literatura “Rómulo Gallegos”. Desde entonces, en el contexto del boom de la literatura latinoamericana y más allá de él (y en otros idiomas) ha sido reeditada numerosas veces.
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Mario Vargas Llosa y Patricia Llosa
Portada del estuche que resguarda el volumen de Mario Vargas Llosa Obras completas I. Narraciones y novelas (1959-1967), editado por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores (Barcelona, 2004) |
Una edición singular es la impresa en Barcelona, en 2004, por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores. Se trata de su acopio en el tomo I de sus Obras Completas. Narraciones y novelas (1959-1967), que es una “Edición del autor al cuidado de Antoni Munné”, volumen que además reúne su libro de cuentos Los jefes (1959), su novela La ciudad y los perros (1963), su relato Los cachorros (1967), y a manera de “Apéndice”: Historia secreta de una novela, cuya primera edición en español apareció en Barcelona, en 1971, impreso por Tusquets Editor con el número 21 de la serie Cuadernos Marginales, el cual es una conferencia en torno a La casa verde, firmada en “Lluc Alcari, Mallorca, junio de 1971”, “originalmente escrita en un rudimentario inglés [dice el autor en la nota preliminar] que mi amigo Robert B. Knox mejoró, fue leída en Washington State University (Pullman, Washington, el 11 de diciembre de 1968).” Pero la lectura de tal conferencia en el presente volumen y su comparación con la susodicha primera edición (impresa en tinta verde), revela que además de una elemental enmienda, corrigió las fechas correspondientes a los dos periodos que vivió en Piura (1946 y 1952) y por ende están en consonancia con lo que evoca y relata en los capítulos I y IX de su libro de memorias (autobiográficas y políticas) El pez en el agua (Seix Barral, 1993) y en varios textos del Diccionario del amante de América Latina (Paidós, 2006), que es una antología de artículos y notas de Mario Vargas Llosa, previamente publicada por Plon en lengua gala, en 2005, en cuya recopilación y edición participaron su antigua colaboradora Rosario Muñoz-Nájar de Bedoya y su traductor al francés Albert Bensoussan, quien además es el director artífice del volumen misceláneo y colectivo Mario Vargas Llosa. Vida que es palabra (Nueva Imagen, México, 2006), cuya primera edición en francés se tiró en París, en 2003, por Èditions de L’Herne.
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(Nueva Imagen, México, 2006) |
Pero además, el presente tomo de sus Obras completas está precedido por un largo prólogo ex profeso: “Contar historias”, firmado en “Lima, febrero de 2004”, especie de autobiográfica declaración de principios, en la que afirma: “La literatura era el aire que respiraba cada día, lo que aderezaba y justificaba la vida, mi razón de ser. La Casa Verde, que escribí después de La ciudad y los perros, de principio a fin en París, así como el relato Los cachorros, son un canto de amor a la literatura, desde su primera hasta la última frase, un reflejo muy exacto de ese ‘estado de literatura’ en que creo haber vivido todos mis años de París [1961-1967].” Al cual se suman dos breves prólogos: el que antecede a La ciudad y los perros, firmado en “Fuschl, agosto de 1997”, y el que preludia a La casa verde, firmado en “Londres, septiembre de 1998”, el cual dice a la letra:
“Me llevaron a inventar esta historia los recuerdos de una choza prostibularia, pintada de verde, que coloreaba el arenal de Piura el año de 1946, y la deslumbrante Amazonía de aventureros, soldados, aguarunas, huambisas, shapras, misioneros y traficantes de caucho y pieles que conocí en 1958, en un viaje de unas semanas por el Alto Marañón.
“Pero, probablemente, la deuda mayor que contraje al escribirla fue con William Faulkner, en cuyos libros descubrí las hechicerías de la forma de la ficción, la sinfonía de puntos de vista, ambigüedades, matices, tonalidades y perspectivas de que una astuta construcción y un estilo cuidado podían dotar a una historia.
“Escribí esta novela en París, entre 1962 y 1965, sufriendo y gozando como un lunático, en un hotelito del Barrio Latino —el Hôtel Wetter— y en una buhardilla de la rue de Tournon, que colindaba con el piso donde había vivido el gran Gérard Philipe, a quien el inquilino que me antecedió, el crítico argentino Damián Bayón, oyó muchos días, ensayar, horas enteras, un solo parlamento de El Cid de Corneille.”
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(Seix Barral, 18ª ed., Barcelona, 1979) |
A estas alturas del siglo XXI, en medio de la proliferación y expansión de la web, difícilmente un lector novicio atraído por la extensa obra de Mario Vargas Llosa iniciará la lectura de La casa verde sin ningún tipo de información sobre ésta y él. No obstante, quizá podría darse el caso. Y una de las primeras sorpresas con que se encontrará es lo intrincado de la trama (que es un conjunto de tramas paralelas, fragmentarias, polifónicas, que se suceden en varios lugares y tiempos, yendo y viniendo del presente al pasado y viceversa), lo cual podría desconcertarlo y hasta desanimarlo. Pero una vez metido en la obra, construyendo y armando el rompecabezas, ya no habrá quien lo detenga, es decir, cuando al unísono esté familiarizado con los personajes, con sus voces, con el vocabulario, y con las técnicas narrativas que una y otra vez utiliza y varía el autor para urdir el conjunto de las historias (que tienen como principales y antagónicos polos geográficos a la arenosa Piura y al pueblito Santa María de Nieva enclavado en la selva amazónica del Alto Marañón), los fragmentarios y dosificados suspenses, los equívocos, tintes y tonos difusos y no, los continuos cambios de tiempos y de personajes, de sitios y de diálogos en un mismo párrafo, y párrafo tras párrafo, capítulo tras capítulo.
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Una de tales intrincadas, laberínticas, fragmentarias y polifónicas historias es la que oscila en torno al prostíbulo que alude el título de la novela La casa verde. La primera Casa Verde, edificada en los aledaños arenales de Piura, la construyó don Anselmo, un hombretón entonces joven y fornido, con dinero (quien parece surgido de la nada), aficionado al trago y al arpa. Ésta desaparece con el fallecimiento de Toñita, la infantil, tierna y dulce adolescente (ciega y sin lengua) que don Anselmo se robara y encerrara en la torre de la Casa Verde, pues la noticia de su muerte (antes de acabar de parir a la futura Chunga), desvela —ante los ojos de la comunidad de Piura y de Juana Baura (la humilde lavandera de la Gallinacera que la prohijara tras el espeluznante asesinato de los Quiroga, los ricos padres adoptivos de la pequeña)— la identidad del furtivo rufián que, de la Plaza de Armas que colinda con La Estrella del Norte, se la había robado y secuestrado, y por ende, una airada multitud, precedida por el Padre García, marcha hasta la Casa Verde y la incendia.
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Estuche que resguarda el disco compacto donde la voz de Mario Vargas Llosa lee pasajes de La casa verde (1965), más un cuadernillo prologado por José Emilio Pacheco (Voz Viva de América Latina, UNAM, 2ª ed., México, 1998) |
Vale recordar que pasajes de tal fragmentaria y trágica historia figuran seleccionados y leídos por la voz de Mario Vargas Llosa en la grabación editada por la UNAM en la serie Voz Viva de América Latina, cuya primera edición en elepé data de 1968 y la segunda, en disco compacto, de 1998, en cuyo cuadernillo adjunto, además de los pasajes leídos por la voz del autor, se halla un largo y erudito ensayo preliminar que José Emilio Pacheco firmó en la “Universidad de Essex, enero de 1968”, a quien el peruano le dedicó, junto a su esposa Cristina Pacheco (antes Romo), su Historia de un deicidio (Barral Editores/Monte Ávila Editores, Caracas, 1971), el voluminoso ensayo que escribió sobre la vida y milagros de Gabriel García Márquez, cuyas posibles reediciones al parecer fueron prohibidas tras el legendario pleito, sucedido “el 12 de febrero de 1976” en el aeropuerto de la Ciudad de México, que truncó la amistad personal que desde 1967 cultivaban Gabo y Mario. No obstante, sí permitió su inserción en el tomo VI de sus Obras completas, Ensayos literarios I (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2005) y que breves fragmentos fueran incluidos entre los prefacios de la Edición Conmemorativa de Cien años de soledad (¡un millón de ejemplares!), impresa en Colombia en “marzo de 2007”, por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española.
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Un vagabundo del alba y Mario Vargas Llosa
Portada del estuche que resguarda el volumen de
Mario Vargas Llosa
Obras completas VI. Ensayos literarios I,
editado por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores (Barcelona, 2005)
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Pero además, en su citado Diccionario del amante de América Latina (Paidós, 2006) —amén de las varias elogiosas alusiones—, figura un apologético ensayo sobre Cien años de soledad (que abarca la obra y la leyenda biográfica acuñada y propagada por el propio Gabo) y una nota sobre Aracataca, el pueblito donde éste nació el 6 de marzo de 1927.
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(Paidós, Barcelona, 2006) |
La segunda Casa Verde la edifica la Chunga —alrededor de 25 o 30 años después del incendio de la primera—, mujer fría, seca, adusta, estricta, tildada de marimacho, quien se lleva a trabajar allí a don Anselmo, su padre (pese a que no lo trata con sentimentalismo, mas sí con respeto), cuando ya es un anciano ciego que vive en el populoso y miserable barrio de la Mangachería, pero que con intrínseco talento toca el arpa (pintada de verde) en una orquesta que en realidad sólo es un trío que integran él y sus discípulos: el Bolas, percusionista, y el Joven, quien rasca la guitarra y canta sus propias melancólicas composiciones.
Esta segunda Casa Verde es la que conocen y frecuentan “los inconquistables” de Piura: Lituma y los León: sus primos José y el Mono, mangaches del barrio de la Mangachería, y Josefino Rojas, gallinazo del extinto barrio de la Gallinacera, compinches bohemios, vividores y alharaquientos, que suelen vociferar y variar un lépero himno con el que pregonan la desfachatez de su mezquina identidad: “eran los inconquistables, no sabían trabajar, sólo chupar, sólo timbear, eran los inconquistables y ahora iban a culear”.
El punto de contacto entre Piura y Santa María de Nieva lo corporifican Lituma y Bonifacia, quien termina de habitanta (con el apodo de la Selvática) en la segunda Casa Verde, pues en una de las fragmentarias vertientes narrativas, Lituma es un honorable policía (un cachaco) que labora en Santa María de Nieva, en el Alto Marañón, donde conoce a Bonifacia (la futura Selvática) y se casa con ella en la iglesita y a toda orquesta, una indígena aguaruna de ojos verdes (quien en Piura dice ignorar su lengua nativa) llevada a vivir de pequeña a la Misión, en Santa María de Nieva, donde unas monjas católicas se dedican a evangelizar a un grupo de niñas indias, a enseñarles el español y ciertas labores manuales, costumbres, hábitos e idiosincrasia que las convierten en unas inadaptadas en sus originarias comunidades y por ende, dado el embrollo de corrupción que impera y domina allí entre el poder (gubernamental, militar, policíaco) y los traficantes y comerciantes de caucho y pieles, suscita que las indígenas “civilizadas” a la fuerza (las monjas las cazan y secuestran con el auxilio de los guardas civiles), terminen su infame destino en el esclavizante servicio doméstico en alguna ciudad (Iquitos, por ejemplo) y, en el peor de los casos, en los burdeles.
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“Niños aguarunas de una comunidad nativa del Alto Marañón”
Imagen que se observa a todo lo largo y ancho de la página 133 del volumen colectivo e icnográfico Mario Vargas Llosa. La libertad y la vida (Pontificia Universidad Católica del Perú/Editorial Planeta. Lima, 2008), armado con fotos y documentos de la muestra homónima, exhibida en la Casa Museo O’Higgins de la capital peruana, entre “agosto y septiembre de 2008”, “organizada por el Centro Cultural de la Pontificia Universidad Católica del Perú”.
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En este sentido, un gran y hormigueante cause narrativo de La casa verde traza, de un modo fragmentario, paralelo y alterno al mundo de Piura, todo un orbe —salvaje, corrupto, violento— enclavado en la selva amazónica del Alto Marañón y en los laberínticos márgenes del río homónimo, donde pululan las aldeas indias (aguarunas, huambisas, shapras, etc.). En tal ámbito descuella el modus operandi que tipifica a los hombres de la metrópoli y del poder (el cacique Julio Reátegui y sus aliados y comerciantes: los “patrones”), pues a través de manipular el gobierno y los destacamentos armados (militares y policías), se dedican a saquear a los ignorantes y vulnerables indios (sobre todo aguarunas) por medio de un inmoral y ventajoso trueque que recuerda el histórico vandalismo de los españoles de la Conquista: les intercambian baratijas y algunos instrumentos de trabajo (hachas y machetes) por pieles y caucho (que llaman jebe), cuyo auge se sucede en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. En tal entorno, el sádico castigo a Jum (un aguaruna de Urakusa que intentó la autonomía de su comunidad) es indicio de que será destruida toda cooperativa indígena que busque independizarse del sistema impuesto por “los patrones”.
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(Tusquets, Barcelona, 1971) |
Y compitiendo con tal saqueo y expoliación, deambula por allí un sanguinario bandido, prófugo de la justicia: Fushía, quien añoso, enfermo y pestífero, a lo largo de la novela, en sus correspondientes fragmentos, es llevado por el viejo Aquilino, oculto en la barca de buhonero de éste, a través del laberíntico río Marañón, de la usurpada ínsula del bandolero a San Pablo, un lugar donde por una suma aíslan y procuran a los leprosos. Más intrincado en esto, se relatan episodios de su origen brasileño, ascenso y apogeo: manipulando el odio de una horda de huambisas hacia los aguarunas, se dedicó a robar y a ultrajar sus aldeas (caucho, pieles, mujeres) y por ende llegó a poseer la citada isla, su guarida, donde además de Lalita —una niña cristiana adquirida en Iquitos a sus doce años (que además de su mujer llegaría a ser mujer del práctico Nieves y luego del Pesado)—, tuvo un harén de escuinclas indias.
Mario Vargas Llosa, La casa verde, en Obras Completas I. Narraciones y novelas (1959-1967), p. 509-916, Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores. 1ª edición. Barcelona, 2004.
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