sábado, 6 de diciembre de 2014

La posada de las dos brujas y otros relatos


El calor de la vida en un puñado de polvo

Con traducción del inglés al español de Javier Alfaya y Barbara MacShane, el libro La posada de las dos brujas y otros relatos es una antología (sin firma) de Joseph Conrad (1857-1924), cuya primera edición en la serie El libro de bolsillo de la madrileña Alianza Editorial data de 1988 y de 2006 la primera edición en la serie Biblioteca de autor. Ni la editorial ni los traductores informan de qué libros de Conrad fueron traducidos y seleccionados y sólo la anónima nota de la cuarta de forros dice que las narraciones fueron “escritas entre 1898 y 1915”. Quizá sea así. Lo cierto es que sólo uno de los cuatro cuentos tiene fecha y tal dato no es fortuito. 
(Alianza, Madrid, 2006)
       
El joven Borges
(Mallorca, 1919)
        Firmado en “Junio de 1913”, el cuento “La posada de las dos brujas: Un hallazgo” está narrado por un alter ego de Joseph Conrad que evoca el encuentro de un manuscrito, no “en un libro” —tal y como canta el sonoro título del poema “Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad”, que Borges en 1943 agregó a su segundo poemario: Luna de enfrente (Proa, 1925)— sino en el fondo de “una caja de libros comprada en Londres, en una calle que ya no existe, en una tienda de libros de segunda mano en la última fase de su decadencia”. Así, tal alter ego narra y reconstruye, con comentarios y reflexiones, el contenido de ese manuscrito incompleto redactado a mediados del siglo XIX, y cuyo autor, un tal Edgar Byrne, entonces sesentón, comenzó su historia apuntando: “En 1813 tenía 22 años”. Y tal es la fecha en que ocurre su aventura, cuando era un joven “oficial de la flota de Su Majestad”, quien al mando de una corbeta inglesa, en la costa “septentrional de España”, envía un bote, en el que Cuba Tom, un fuerte y diestro marino, tiene por misión llevar un mensaje a los guerrilleros independentistas del entorno de un empobrecido caserío asturiano; pero, luego de que Cuba Tom se ha internado en ese territorio guiado por un astroso guía, los malos augurios e indicios inducen al joven oficial Edgar Byrne a desembarcar en solitario e incursionarse en esa peligrosa región a merced de ladrones, forajidos y esbirros de José Bonaparte, cuyo punto culminante empieza a gestarse en la posada del título, donde descubre un cadáver oculto en un armario y un artilugio mecánico y asesino (descendiente del lecho de Procusto) camuflado en lo que una gitana llama “la habitación del arzobispo”.

Joseph Conrad en 1873
          Es consabido que buena parte de la obra narrativa de Joseph Conrad tiene su fuente en su trayectoria marítima y “Juventud” (1902), el segundo cuento antologado, es un ejemplo fehaciente, no obstante que en el conjunto se trasmina tal impronta, inextricable a su poder narrativo, ya para urdir la trama, el suspense y el giro sorpresivo, o para con unos cuantos trazos dibujar la pinta de un personaje o de un lugar.

El meollo de “Juventud” está evocado y narrado por Marlow, ese alter ego de Conrad que también figura en su relato o novela corta El corazón de las tinieblas (1899) y en sus novelas Lord Jim (1900) y Azar (1913).  
En “Juventud”, Marlow, con 42 años a cuestas (pero parece sesentón), se halla en la mesa de un bar londinense entre cinco viejos camaradas que otrora iniciaron “la vida en la marina mercante”. Y entre trago y trago, amén de que hace la apología y celebración de su ímpetu juvenil, les narra los pormenores de su primer viaje a “los mares de Oriente”, “el primero como segundo de a abordo”, ocurrido hace 22 años, cuando acababa de cumplir dos décadas de edad. Antes, dice, pese a sus ya “seis años en el mar”, “sólo conocía Melbourne y Sydney”, y “había servido en un espléndido clipper australiano como tercer oficial”.
Si bien su naciente entusiasmo se centra en el hecho de embarcarse rumbo a Bangkok a bordo del Judea, un recién remozado y añejo barco, que tras zarpar de Londres va a un puerto del Mar del Norte a cargar el carbón que llevarán hasta esa dársena del Oriente, todos los episodios de su aventura están marcados por las tribulaciones y contratiempos que sufre el navío y por el progresivo desastre que culmina con un incendio y el consecuente hundimiento del Judea, ya en las inmediaciones de la isla de Java, “las puertas del Oriente”, a las que él, hipercansado, llega en un bote —su primer mando—, junto con un par marineros. 
  La peculiaridad del joven Marlow, como alter ego de Conrad, no se limita a ser un transmisor y un cedazo de la cotidianidad marinera en un carguero que va de adversidad en adversidad, sino que también denota su inclinación por la lectura, pues después del mal pasar “el famoso temporal de octubre de hace 22 años”, mientras el Judea permanece un mes en un muelle del Tyne, lee “por primera vez Sartor Resartus [de Thomas Carlyle] y Excursión a Khiva, de Burnaby”. Y en otro episodio en Falmouth, tras luchar (bombeando agua) y sobrevivir a un posible hundimiento (“¡Por Júpiter! Es una aventura maravillosa, de esas que se leen en los libros; y es mi primer viaje como segundo oficial”), cuando ya se han convertido en familiares para los lugareños y éstos y los niños se burlan de ellos (“¿Creen ustedes que alguna vez llegarán a Bangkok?”), Marlow consigue “tres pagas y un permiso de cinco días” y se va a Londres (“un día para llegar y casi otro en volver”) y entre lo que adquiere y se trae vienen las flamantes “Obras completas de Byron”. 
Soup for the three cents (1859), de
James McNeill Whistler (1834-1903)
        Con la sabia perspectiva de un sesentón de apenas 42 años, Marlow, en ese bar londinense, evoca su indeleble “primer suspiro del Oriente” e inextricable a ello festeja su juventud, su implícita sustancia volátil, casi tan efímera como la vida misma: “Me acuerdo de los rostros ojerosos, las abatidas figuras de mis dos hombres y me acuerdo de mi juventud y del sentimiento que jamás volveré a tener: el sentimiento de que podía resistir para siempre, sobrevivir al mar, a la tierra y a todos los hombres; ese engañoso sentimiento que nos eleva hacia las alegrías, hacia los peligros, hacia el amor, hacia el vano esfuerzo, hacia la muerte; la convicción triunfante de la fuerza, el calor de la vida en un puñado de polvo, el resplandor en el corazón que cada año se hace más débil, más frío, más pequeño, y expira, expira demasiado pronto, demasiado pronto, antes que la vida misma.” 

Joseph Conrad, nom de guerre de Józef Teodor Konrad Korzeniowki
(Berdyczów, diciembre 3 de 1857-Binshopsbourne, agosto 3 de 1924)
       En “El socio” el alter ego de Joseph Conrad es un cuentista, muy enterado del tráfago portuario, quien durante un mal tiempo (adecuado para contar y oír historias), en el “salón de fumadores de una hotel pequeño y respetable” en Westport, conoce y dialoga con un viejo jactancioso y gruñón, quien propicia el acercamiento porque dizque quiere saber cómo se hacen “los cuentos, los cuentos para los periódicos”. A tal cascarrabias, que le da la impresión de no haber salido nunca de Gran Bretaña, le irritan los barqueros de Westport que cuentan historias a los veraneantes, quienes también le disgustan. El intríngulis de tal enfado sólo se despeja por completo al final del relato. Pero lo que sí se advierte luego del inicio es que ese gruñón, “un rufián viejo e imponente”, también es un contador de historias, pero oral, quien le narra al otro mirando la pared como si viera un cuadro o una película y se la estuviera proyectando allí, y lo hace, para que el escritor, su “socio”, la reescriba a su manera. Así que cuando el viejo le dice: “¿Ha visto usted alguna vez rocas tan tontas como ésas? [las de Westport]. Parecen ciruelas sobre un trozo de pastel frío.” El escritor comenta: “Las miré: un acre o más de puntos negros esparcidos entre las sombras gris acero de un mar liso, bajo una niebla gris, vaporosa y uniforme, una mancha informe más clara a un lado: la velada blancura de un peñasco que se desprendía como un resplandor difuso y misterioso. Era un cuadro delicado y maravilloso, expresivo, sugestivo, y desolado, una sinfonía en gris y negro: un Whistler.”

James McNeill Whistler:
Nocturne (1879)
         En este sentido, el narrador oral también es un alter ego de Joseph Conrad, en cuya historia figura también un socio, el cual, no obstante, no es un escritor sino un delincuente sin escrúpulos, proclive a urdir intrigas y delitos con tal de enriquecerse en un tris. A tal bicho, llamado Cloete, el vejete, que fue o es “capataz de estibadores en el puerto de Londres”, otrora lo conoció recién desembarcado de Estados Unidos y seis meses después lo encontró hecho socio de George Dunbar, cuya oficina estaba “en una callecita ahora reconstruida por completo”, “a siete puertas de la hostería Chesire Cat [quizá un homenaje a Lewis Carroll], bajo el puente del ferrocarril”, donde Cloete solía “comer su chuleta y hacer reír a la camarera”. 

James McNeill Whistler:
Limehouse (1859)
      George Dunbar, con su socio Cloete, no tarda en verse a punto de perder sus negocios y el tren de su vida ricachona; así que Cloete le propone hundir el Sagamore, barco del capitán Henry, hermano de George, y cobrar el dinero del seguro, que los hará ricos a los tres. La intriga, tejida y narrada con maestría, no está exenta de imprevistos y funestos sucesos inesperados (la muerte de Henry, la locura de su mujer, la fortuna que se disipa, el asesino y ladrón imprevisto, la impunidad del culpable), que a lo postre revelan que el capitán Henry Dunbar, cuyo barco encalló entre las rocas de Westport, fue quien al vejete gruñón le dio su “primer trabajo de estibador a los tres días” de su matrimonio, y cuya estatura e integridad moral defiende en contra de los cuentos que esparcen los barqueros entre los veraneantes.

Joseph Conrad en cubierta
        “Una avanzada del progreso”, el cuarto y último cuento del libro, al igual que El corazón de las tinieblas, tiene su germen en el azaroso y desventurado viaje al Congo que Joseph Conrad hizo en 1890. No obstante, en “Una avanzada del progreso” no figura el capitán Marlow en su vaporcito fluvial, sino un par de ridículos blancos que la civilización europea, representada por la Gran Compañía Comercial, ha colocado allí, en medio de la selva africana y del poderoso río, en calidad de “jefe” y “segundo” de una minúscula y rudimentaria factoría, cuyo objetivo es adquirir, mediante el truque de chucherías, cachivaches y baratijas, el marfil que los negros y salvajes aborígenes les lleven. 

Antes de arribar al puesto, Kayerts, el “jefe”, había sido empleado en la Administración de Telégrafos, y Carlier, el “segundo”, vago y suboficial de un ejército mercenario. Trazado con humor e ironía, su risible, patético y vertiginoso deterioro físico y moral, que culmina con un asesinato involuntario y un suicidio, implica y refleja su ignorancia e ineptitud para desenvolverse y subsistir en ese agreste entorno. Si tal meollo conlleva una sarcástica crítica a la imperial civilización europea expoliando un vulnerable y selvático territorio del centro de África, al unísono se entreteje una cáustica mirada al mundo de los nativos, signado por la violencia y el tráfico de esclavos. 
El negro Makola, quien desprecia a los blancos y es el encargado del almacén de la factoría, y que además parla inglés y francés, redacta y sabe de contabilidad, es en realidad quien mantiene en pie el puesto. Así que cuando llegan siete negreros armados con mosquetes, dizque comerciantes de Luanda que traen marfil en sus canoas, es Makola, al margen de los blancos, quien urde y negocia el subrepticio y nocturno intercambio del marfil por los diez inútiles guerreros que el director de la Gran Compañía Comercial había dejado allí en calidad de empleados.  

Joseph Conrad, La posada de las dos brujas y otros relatos. Traducción del inglés al español de Javier Alfaya y Barbara MacShane. El libro de bolsillo/Biblioteca de autor (0823), Alianza Editorial. Madrid, 2006. 168 pp.

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Enlace a la voz de Jorge Luis Borges diciendo su poema "Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad".

Enlace a "Manuscrito hallado en un libro de Joseph Conrad", poema de Jorge Luis Borges recitado por él mismo.


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