martes, 4 de agosto de 2020

Bartleby, el escribiente


 Encerrado en sí mismo

Todo indica que Jorge Luis Borges (1899-1986) prologó tres veces el cuento “Bartleby, el escribiente” del neoyorquino Herman Melville (1819-1891), autor de Moby Dick (1851), “la novela infinita que ha determinado su gloria”. El primer prólogo fue para Bartleby, traducido del inglés por el propio Borges, número 1 de la Colección Cuadernos de la Quimera, impreso en Buenos Aires, en 1943, por Emecé Editores, según se asienta en la página 64 de Jorge Luis Borges: bibliografía completa (Buenos Aires, FCE, 1997), de Nicolás Helft; prólogo antologado por el autor en Prólogos con un prólogo de prólogos (Buenos Aires, Torres Agüero, Editor, 1975), donde está datado en 1944 y seleccionado así en el Ficcionario (México, FCE, 1985), antología de textos de Borges, con “Edición, introducción, prólogos y notas” de ese exhumador, compilador y coleccionista de curiosidades borgesanas que fue el uruguayo Emir Rodríguez Monegal (1921-1985), autor de la espesa y voluminosa Borges. Una biografía literaria (México, FCE, 1987), y, con el cubano Enrique Sacerio Garí, de la antología y edición de Textos cautivos. Ensayos y reseñas en “El Hogar” (1936-1939) (Barcelona, Tusquets Editores, 1986). 
La Biblioteca de Babel núm. 9, Ediciones Siruela
Madrid, septiembre de 1984
  El segundo prólogo fue para Bartleby lo escrivano, ex profeso para La Biblioteca di Babele, la espléndida colección de lecturas fantásticas que Borges, con el tácito e implícito auxilio de María Esther Vázquez, dirigió y prologó a petición de Franco Maria Ricci, quien la editó en italiano, en Parma y Milán, entre 1975 y 1985; en ésta apareció en 1978 con el número 7 de la serie de 33 números, la cual fue publicada en español, en Madrid, por Ediciones Siruela, entre 1983 y 1988, en cuya segunda de forros, de cada número, se lee: “ha querido respetar el diseño original, haciendo honor a la colección ideada por Ricci”. En Siruela, Bartleby, el escribiente, con la traducción de Borges, se publicó en 1984 con el número 9 de La Biblioteca de Babel; pero en 1978, prólogo y traducción, habían aparecido en Buenos Aires con el número 5 de los 6 números de la serie editados por Ediciones Librería de la Ciudad entre 1978 y 1979. 

Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges núm. 21
Hyspamérica Ediciones
Madrid, 1985
  El tercer prólogo precede la trilogía de cuentos de Herman Melville: Benito Cereno, Billy Budd, y Bartleby, el escribiente (los dos primeros son traducciones de Julián del Río y el tercero es la susodicha traducción de Borges), que conforman el número 21 de la serie Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, impreso en Madrid, en 1985, por Hyspamérica Ediciones; colección de 75 libros, tres de ellos sin prólogo de Borges, dirigida y seleccionada por éste con el auxilio de María Kodama, quien entonces era su secretaria, lazarilla y compañera. 

       
Herman Melville
(Nueva York, agosto 1 de 1819-septiembre 28 de 1891)
         Pese a que en esencia abordan los mismos puntos, se trata de prólogos distintos. El primero, al que en 1974 el autor le añadió una breve “Posdata”, es una revaloración de la obra de Herman Melville a la luz del conocimiento de la lengua y de la literatura inglesa que tenía Borges; en este sentido refiere las afinidades que encuentra entre Melville y otros autores como G.K. Chesterton, William Shakespeare, Thomas de Quincey, Thomas Browne, Thomas Caryle, Charles Dickens, y señala, además, a quienes posteriormente se ocuparon de él hasta convertirlo, con la participación de la publicidad y los anónimos lectores, en “una de las tradiciones de América”. “Typee, su primer libro, data de 1846”, apuntó en el segundo prólogo: “En 1851 publicó la novela Moby Dick, que pasó casi inadvertida. La crítica la descubriría hacia 1920. Ahora es famosa; la ballena blanca y Ahab tienen su lugar en esa heterogénea mitología que es la memoria de los hombres.”

   
Jorge Luis Borges
(Buenos Aires, agosto 24 de 1899-Ginebra, junio 14 de 1986)
     Vale destacar lo que Borges dijo en el primer prólogo con relación a Franz Kafka (1883-1924), lo cual implica que Herman Melville pudo ser nombrado en su canónico ensayo “Kafka y sus precursores”, publicado en el periódico porteño “La Nación, agosto 19 de 1951”, luego incluido en su libro Otras inquisiciones (1937-1952) (Buenos Aires, Sur, 1952), del cual dice Emir Rodríguez Monegal en la nota 73 del Ficcionario: “Esta presentación retrospectiva desarrolla en forma de ensayo una idea que ya había ficcionalizado en ‘Pierre Menard, autor del Quijote’[cuento publicado por primera vez en el número 56 de la porteña revista Sur, correspondiente a mayo de 1939]. Este trabajo sobre Kafka se ha convertido en uno de los más seminales de la nueva crítica literaria. Gerard Genette en 1964 y Harold Bloom en 1970 han elaborado y ampliado la perspectiva abismal que contiene.” 
 
Franz Kafka
(1883-1924)
    En este sentido, dice Borges en el prólogo de 1943: “Bartleby” está escrito “en un idioma tranquilo y hasta jocoso cuya deliberada aplicación a una materia atroz parece prefigurar a Franz Kafka [...]”; “yo observaría que la obra de Kafka proyecta sobre ‘Bartleby’ una curiosa luz ulterior. ‘Bartleby’ define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas. Por lo demás, las páginas iniciales de ‘Bartleby’ no presienten a Kafka; más bien aluden o repiten a Dickens... En 1849, Melville había publicado Mardi, novela inextricable y aun ilegible, pero cuyo argumento esencial anticipa las obsesiones y el mecanismo de El castillo, de El proceso y de América; se trata de una infinita persecución, por un mar infinito.”
       El prólogo para el libro de la serie La Biblioteca de Babel, más breve que el anterior y sin el compendio enciclopédico, alude de nuevo la coincidencia entre la locura de Ahab, el capitán mutilado por la Ballena Blanca, y la locura de Bartleby, el copista encerrado en sí mismo, cuya obstinación y desvaríos (evidencias de una extrema soledad y abandono que lo conducen a la muerte) trastocan los sentimientos, la conducta y la psique de quienes los rodean. Así, este prólogo, apoyado por la tácita asimilación de “la primera monografía americana” sobre el autor de Moby Dick: Herman Melville, Mariner and Mystic (1921), de Raymond Weaver, y por la biografía crítica Herman Melville (1926), de John Freeman, es una suerte de ensayo breve y biografía sintética, semejante a las breves reseñas y biografías sintéticas que Borges ejercitó en la revista El Hogar en los años 30; pero también es un prólogo parecido a los prólogos que hizo para la susodicha colección de libros editados por Hyspamérica, en cuyo correspondiente prefacio bosqueja: “Bartleby, que data de 1856, prefigura a Franz Kafka. Su desconcertante protagonista es un hombre oscuro que se niega tenazmente a la acción. El autor no lo explica, pero nuestra imaginación lo acepta inmediatamente y no sin mucha lástima. En realidad son dos los protagonistas; el obstinado Bartleby y el narrador que se resigna a su obstinación y acaba por encariñarse con él.”
      En el prólogo para el libro de La Biblioteca de Babel, Borges resume un curioso retrato de la personalidad que Nathaniel Hawthorne hizo de Hermann Melville, que revela, además, la ascendencia, el sello y el destino de Maqroll el Gaviero, el marino y aventurero acuñado por el colombiano Álvaro Mutis (1923-2013), ganador en España del Premio Cervantes de Literatura 2001: “Siempre estaba impecable, aunque su equipaje se limitaba a un bolso ya muy usado, que contenía un pantalón, una camisa colorada y dos cepillos, uno para los dientes y otro para el pelo. El reiterado hábito de la marinería habría arraigado en él esa austeridad. El olvido y el abandono fueron su destino final.”

Herman Melville
       No obstante, lo que descuella en tal prólogo de Borges es de nuevo la alusión de Herman Melville como precursor de Kafka, más concisa pero más feliz: “En la segunda década de este siglo, Franz Kafka inauguró una especie famosa del género fantástico; en esas inolvidables páginas lo increíble está en el proceder de los personajes más que en los hechos. Así, en El proceso el protagonista es juzgado y ejecutado por un tribunal que carece de toda autoridad y cuyo rigor él acepta sin la menor protesta; Melville, más de medio siglo antes, elabora el extraño caso de Bartleby, que no sólo obra de una manera contraria a toda lógica sino que obliga a los demás a ser sus cómplices.”
   
Marginales núm. 92, Tusquets Editores
Barcelona, septiembre de 1986
       Cabe añadir que el temprano fervor del argentino por Franz Kafka, que Borges podía leer en alemán, lo llevó, además de ocuparse de él en la sección “Libros y autores extranjeros” de la revista de señoras elegantes El Hogar (el “6 de agosto de 1937” comentó una edición de El proceso en inglés), a publicar en Buenos Aires, en 1938, a través de Editorial Losada y con el número 1 de la serie La Pajarita de Papel, la primera traducción al español de La metamorfosis (1915), que Borges no tradujo, 
“pese a que figura como traductor del libro (ni tampoco tradujo “Un artista del hambre” ni “Un artista del trapecio”), pero sí prologó; celebérrimo y erudito prefacio antologado por él en Prólogos con un prólogo de prólogos, libro incluido, en 1996, en el póstumo tomo IV de sus Obras completas, editadas en Barcelona por su viuda María Kodama y Emecé Editores. 
     
(Emecé Editores, Barcelona, 1996)

        Escrito en 1853 e incluido en The Piazza Tales (1856), “Bartleby, el escribiente” es la historia de “un hombre por naturaleza y por desdicha propenso a una pálida desesperanza”. La voz narrativa es la de un abogado que tenía su bufete en el segundo piso de un alto edificio de Wall Street. Tras recibir el nombramiento de agregado a la Suprema Corte del Estado de Nueva York, se vió en la necesidad de contratar a un nuevo copista. Bartleby es quien acudió al llamado de su anuncio. Y a partir de esa figura que se le presenta: “¡pálidamente pulcra, lamentablemente decente, incurablemente desolada!”, el abogado evoca la serie de impertinencias y singularidades que trastocan su tranquilidad interior y la rutina de sus oficinas. El abogado, para contrastar y contextualizar el extraño y patético comportamiento del escribano, refiere las útiles y perniciosas características de la fauna que lo rodea: Turkey, Nippers y Ginger Nut, sus otros empleados. 
   Sin embargo, tanto la voz narrativa como el lector ignoran el pasado, los pensamientos, los sentimientos, los sueños y la imaginación de Bartleby. Sólo se asiste a las tribulaciones del abogado, a su punto de vista en torno a Bartleby, a la forma en que reflexiona en el laberinto de sus cavilaciones y dudas, a la manera en que trata de resolver, decorosa y piadosamente, el problema del triste y solitario escribiente que se apoderó de su oficina y de su cotidianidad a través de una conducta, sino premeditada, sí reflejo de una especie de autismo, de una perniciosa psicosis, y de un abandono que trasmina la miseria de su mundo interior y exterior. “El tema constante de Melville es la soledad; la soledad fue acaso el acontecimiento central de su azarosa vida”, dice Borges, quien también observa: Herman Melville “padeció rigores y soledades que serían la arcilla de los símbolos de sus alegorías”. “Hubiera querido ser cónsul pero tuvo que resignarse a un cargo subalterno de inspector de aduana de Nueva York, que desempeñó durante muchos años. Este empleo, lo salvó de la miseria, fue obra de los buenos oficios de Hawthorne. Nos consta que Melville, entre otras penas, no fue afortunado en el matrimonio. Era alto y robusto, de piel curtida por el mar y de barba oscura.” 
   En el absurdo y patético decurso de “Bartleby, el escribiente” se pueden destacar varios aspectos: Bartleby llegó al bufete a solicitar el empleo (lo cual implica que tal vez no estaba tan mal); copia con esmero todos los documentos que el abogado le indica, pero se niega a hacer otra cosa escudándose con el estribillo: “preferiría no hacerlo”, las únicas (o casi las únicas) palabras que emite; su dieta se restringe a biscochos de jengibre; ahorra dinero en un pañuelo oculto; no sale nunca de las oficinas; y sin autorización y casi sin pertenencias se queda a vivir allí. Poco después decide dejar de copiar los documentos, pero no abandona el sitio tras el biombo, su ermita, que elige para estar fijo (al parecer), sin hacer nada y mirando la pared (o el vacío o quién sabe qué demonios). El abogado, luego de intentar disuadirlo y protegerlo de mil paternales y benevolentes formas, se cambia de edificio. El nuevo inquilino se desespera y Bartleby, que sigue allí y después en ámbitos del edificio, termina sus días en la cárcel. En ésta, pese al insistente paternalismo y protección del abogado, no habla, no come, no acepta dinero ni auxilios y sólo mira la pared (o el vacío o el silencio o quién sabe qué tipo de fantasmas o pesadillas).
  “Bartleby es más que un artificio o un ocio de la imaginación onírica; es, fundamentalmente, un libro triste y verdadero que nos muestra esa inutilidad esencial, que es una de las cotidianas ironías del universo.” Dice Borges al término de su prólogo. 
 
(Alfaguara, México, 1997)
       No extraña, entonces, que la legendaria traducción al español que hizo de “Bartleby, el escribiente” sea el primer texto elegido por Augusto Monterroso (1921-2003) y Bárbara Jacobs en su Antología del cuento triste (México, Alfaguara, 1997).


Herman Melville, Bartleby, el escribiente. Prólogo y traducción del inglés al español de Jorge Luis Borges. La Biblioteca de Babel núm. 9, Ediciones Siruela. Madrid, septiembre de 1984. 84 pp. 


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