domingo, 21 de febrero de 2016

Baudolino


Los Reyes Magos, el aleph y las  mil y una aventuras 
                                   

I de II
El celebérrimo semiótico, catedrático y narrador Umberto Eco (Alessandria, Piamonte, enero 5 de 1932-Milán, Lombardía, febrero 19 de 2016) tiene en su haber siete novelas: El nombre de la rosa (1980), El péndulo de Foucault (1988), La isla del día de antes (1994), La misteriosa llama de la reina Loana (2004), El cementerio de Praga (2010), Número cero (2015) y Baudolino, la cual apareció por primera vez en “piamontés” el año 2000, editada en Milán por Bompiani; y en español, traducida por Elena Lonazo Millares (quien acota sus avatares en sus postreras “Notas al margen de la traducción”), fue impresa en Barcelona, en el 2001, por Editorial Lumen.
Palabra en el Tiempo núm. 309, Editorial Lumen
Barcelona, 2001
  Baudolino es una novela fantástica, donde ocurren mil y una aventuras. En ella hay una fecha alrededor de la cual se dibuja un círculo: miércoles 14 de abril de 1204, día de la caída de Constantinopla en manos de las saqueadoras huestes de la cuarta Cruzada. Esto es así porque los sucesos de la novela comienzan y casi concluyen ese día, cuando el héroe de la narración: Baudolino, salva a Nicetas Coniates en la Iglesia de Santa Sofía y lo esconde con sus amigos genoveses. Nicetas Coniates, además de sibarita y ministro del Imperio Romano de Oriente, también es historiador, y por ende Baudolino se propone contarle los pormenores de su vida, para que luego Nicetas los escriba, y para ello le entrega el manuscrito de su primer intento de escribir su autobiografía (capítulo con que inicia la novela), el cual data de “diciembre de 1155”; es decir, de cuando tenía 14 años de edad y alrededor de un año antes de que lo adoptara Federico I Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano, quien durante un viaje por Italia, al atravesar la Frascheta, tierra donde Baudolino nació en 1141, oyó el parloteo de éste, dizque visionario y clarividente. 

   En este sentido, la novela de Umberto Eco, con 40 capítulos titulados, se desglosa en dos vertientes entreveradas entre sí. Por un lado transcurre la degustación culinaria y el diálogo que el historiador Nicetas Coniates y Baudolino sostienen, mientras éste le cuenta sus vivencias y andanzas, ya ocultos en la casa de sus amigos genoveses (en tanto arde y es atracada Constantinopla), ya disfrazados en la caravana que los lleva de Constantinopla a Selimbria y cuando ya están exiliados allí. Por el otro, se suceden los episodios donde Baudolino rememora las extraordinarias aventuras y las peripecias de su destino, las cuales casi concluyen ese miércoles 14 de abril de 1204, pues tal día se entroncan con su encuentro y rescate de Nicetas Coniates a punto de ser ultimado por los crucíferos en la Iglesia de Santa Sofía. 
 
Umberto Eco
(1932-2016)
        En la urdimbre de su novela, Umberto Eco empleó fechas, datos y nombres históricos (Nicetas Coniates y Federico Barbarroja, por ejemplo) y un abundante acopio bibliográfico no sólo relativo a la Edad Media. En este sentido, Baudolino es un divertimento dirigido al eterno joven que habita en todo lector (sea viejo o no) y que a Umberto Eco lo convierte en una fina aleación en la que confluyen y subyacen Alexandre Dumas, Emilio Salgari, Julio Verne, Marco Polo, el capitán Richard Francis Burton y demás estirpe, heredero de la insaciable tradición oral que engendró Las mil y una noches y los mitos y supercherías que trazaron las estampas de la zoología fantástica que habita en los bestiarios del Medioevo y que un neófito lector de estas latitudes del idioma español puede entrever y apreciar, por ejemplo, en El libro de los seres imaginarios (Kier, Buenos Aires, 1967), de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero; en el Diccionario ilustrado de los monstruos (José J. de Olañeta, Editor, Barcelona, 2000), de Massimo Izzi; y en Animalesfabulosos y demonios (FCE, México, 2010), de Heinz Mode. Bagaje complementado, si se quiere, por algún diccionario de símbolos: el Diccionario de símbolos (Paidós, Barcelona, 1993), de Hans Biedermann (“Con más de 600 ilustraciones”), el Diccionario de símbolos (Siruela, Madrid, 7ª ed., 2003), de Juan Eduardo Cirlot (con su buen acopio de imágenes) y el Diccionario de los símbolos (Herder, Barcelona, 5ª ed., 1995), de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant (voluminoso, ilustrado y erudito).
   
(José J. de Olañeta, Editor, Barcelona, 2000)
     Para ejemplificar el bestiario que pulula en la novela de Umberto Eco, se podrían enumerar los nombres y las características de la monstruosa e híbrida fauna que Baudolino y los suyos, disfrazados de los doce Reyes Magos, encuentran al salir de las tinieblas de Abcasia, donde la mordida y el veneno de un mantícora ponen punto final a Abdul, uno de los entrañables amigos del protagonista desde sus juveniles correrías de estudiantes en París. El catálogo de ejemplares (enredados en eternas disquisiciones de sus teologías bizantinas) que once de los supuestos doce Reyes Magos hallan en Pndapetzim, la ciudad escarpada y rocosa donde una horda de eunucos mantiene vivo y distante a un joven enfermo y velado, el Diácono, supuesto sucesor del Preste Juan, cuyo cristiano reino en Oriente aún está lejos, se dice, y donde desde hace cientos de años se espera el retorno de los doce Reyes Magos. 
 
(Emecé Editores, 9ª ed., Buenos Aires, mayo de 2005)
        El mórbido Diácono es un ávido e insaciable lector de los prodigios de Occidente y antes de escuchar fascinado los relatos que le narrará Baudolino y por ende hacerse su amigo, pide que los once Reyes Magos le hablen de las maravillas de las que él ha leído, entre ellas un orificio en una escalera que a todos luces es una especie de aleph de prosapia borgeseana, incluida la enumeración, dado que Borges era proclive a ellas (y su homónimo alter ego las utiliza al enumerar las simultáneas visiones que observa a través de “la pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor”): 
 
Borges y el aleph
         “[...] Si en aquella misma ciudad [se refiere a Roma] había una gran construcción circular donde ahora los cristianos se comían a los leones y en cuya bóveda aparecían dos imitaciones perfectas del sol y la luna, del tamaño que efectivamente tienen, que recorrían su arco celeste, entre pájaros hechos por manos humanas que cantaban melodías dulcísimas. Si bajo el suelo, también él de piedra transparente, nadaban peces de piedra de las amazonas que se movían solos. Si era verdad que se llegaba a la construcción por una escalera donde, en la base de un determinado escalón había un agujero desde donde se veía pasar todo lo que sucede en el universo, todos los monstruos de las profundidades marinas, el alba y la tarde, las muchedumbres que viven en la Ultima Thule, una telaraña de hilos del color de la luna en el centro de una negra pirámide, los copos de una sustancia blanca y fría que caen del cielo sobre el África Tórrida en el mes de agosto, todos los desiertos de este universo, cada letra de cada hoja de cada libro, ponientes sobre el Sambatyón que parecían reflejar el color de una rosa, el tabernáculo del mundo entre dos placas relucientes que lo multiplican sin fin, extensiones de agua como lagos sin orillas, toros, tempestades, todas las hormigas que hay en la tierra, una esfera que reproduce el movimiento de las estrellas, el secreto latir del propio corazón y de las propias vísceras, y el rostro de cada uno de nosotros cuando nos transfigure la muerte [...]”



II de II
Cerca de la escarpada y rocosa ciudad de los míticos monstruos: Pndapetzim, en el lago de un espeso bosque, Baudolino vislumbra la variante de una estampa clásica, una epifanía: la dama y el unicornio. Ella es Hipatia y con ella conoce la plenitud afectiva y erótica, pese a que debajo de su túnica descubre que la especie de las hipatias (cada hipatia con su correspondiente unicornio) son la contraparte de los sátiros (que nunca ha visto nadie, ni siquiera las hipatias, y a quienes ellas llaman “fecundadores”); es decir, su belleza de Venus acaba en el vientre, pues de allí para abajo tiene formas caprinas, piernas peludas y “dos cascos color marfil”. 
La dama y el unicornio (À mon seul désir)
Tapiz flamenco del siglo XV
Museo Nacional de la Edad Media de París (o Museo de Cluny)
   Al huir de Pndapetzim, invadida y masacrada por los hunos blancos, Baudolino y los suyos (de los supuestos once Reyes Magos que llegaron, ya sólo restan seis hombres y el esciápodo Gavagai) caen en las garras de los cinocéfalos, seres con cuerpos humanos y cabezas de perros, quienes los encierran en el castillo de Aloadin, del que otrora, en París, a Baudolino le narrara Abdul y donde éste estuvo preso de niño y donde conoció el paraíso onírico suscitado por la ingestión de la miel verde. Allí, los cinocéfalos los esclavizan durante varios años y sólo logran salir y huir prendidos de las patas de simbáticas y descomunales aves roqs. En la huída muere el esciápodo Gavagai (quien era un ejemplar de la especie de los rapidísimos y ágiles seres de Pndapetzim que sólo poseen una pierna) y también fallece el rabí Solomón (creyendo visualizar las diez tribus perdidas de Israel); no obstante, las aves roqs, adiestradas como pájaros mensajeros de Aloadin, los llevan en un larguísimo vuelo de días y noches hasta Constantinopla, donde la ocupación de los crucíferos de la cuarta Cruzada, a partir del miércoles 14 de abril de 1204, ya se avecina.    
  En tal sentido, la novela de Umberto Eco es también el recuento de los dramáticos fracasos que signan la vida de Baudolino. Fracasó ante Beatriz, la esposa de Barbarroja, de quien estuvo platónicamente enamorado. Ante Colandrina, la adolescente de Alejandría (en la Frascheta) que durante un brevísimo tiempo fue su esposa, quien muere embarazada de él bajo la estampida de un rebaño de ovejas. Ante la susodicha Hipatia, su amor más intenso, perdida, junto con el futuro vástago de ambos, ante la huída, matanza y destrucción suscitada en Pndapetzim por el ataque de los hunos blancos, cuyo fracaso es mayor (no obstante el humor de Umberto Eco al trazar la batalla), pues Baudolino encabezaría las columnas de los monstruos entrenados para la guerra por los suyos, además de que en el combate mueren buena parte de éstos (con Baudolino —ya lo apuntó el reseñista— eran once supuestos Reyes Magos y al huir de allí ya sólo quedan seis hombres y el esciápodo Gavagai). Tales siete sobrevivientes vivieron largos años presos, encadenados y esclavizados en el castillo de Aloadin, donde realizaban los trabajos más miserables y sórdidos; y en la fuga de allí a Constantinopla, prendidos de las patas de las aves roqs, también mueren —se anotó líneas arriba— el esciápodo Gavagai y el rabí Solomón. 
(FCE, 2ª  ed., México, 2010)
     La ruta del viaje y de las sangrientas batallas de la tercera Cruzada que encabeza Federico Barbarroja se interrumpe con la turbia muerte de éste, acaecida en 1190, en el castillo de Ardzrouni (cuya descripción hechiza), ubicado en territorio armenio. Es decir, Baudolino fracasa en su intento de que su padre adoptivo, Federico Barbarroja, emperador del Sacro Imperio Romano, llegara al cristiano reino del Preste Juan, allá en el lejano Oriente, cerca del Paraíso Terrenal, y le restituyera la joya más preciada de la cristiandad: el Santo Greal (que en realidad es la rústica escudilla de madera que en vida utilizó Gagliaudo, el padre biológico de Baudolino, pero sólo éste lo sabe). No obstante, Baudolino y los suyos, bajo el disfraz de los doce Reyes Magos, se disponen a viajar rumbo al lejano reino del Preste Juan. Entre los supuestos doce Reyes Magos llevarían preso al asesino y ladrón del monje Zósimo (quien otrora le plagió a Baudolino la carta del Preste Juan, inventada por Baudolino y sus amigos, y la hizo circular por los reinos de Europa como si el Preste Juan la hubiera escrito dirigida al monarca del Imperio Romano de Oriente), pues el monje Zósimo se dice conocedor memorioso del mapa de Cosme, donde está trazado el camino para llegar a las tierras del Preste Juan. Pero unas horas antes de partir, el monje Zósimo desaparece junto con una de las falsas cabezas de San Juan Bautista en cuyo interior, deducen, ha escondido el supuesto Greal, mismo que Kyot había guardado en un arca.
     En su azaroso viaje y búsqueda del reino del Preste Juan, Baudolino y los suyos, en su papel de los doce y luego once Reyes Magos, nunca logran llegar a tal sitio, ni tampoco logran atrapar al monje Zósimo ni recuperar el presunto Santo Greal. Pero el colmo de los fracasos de Baudolino parecen ser coronados ese fatídico miércoles 14 de abril de 1204 durante el saqueo e incendio de Constantinopla. Tal día, Baudolino y los últimos sobrevivientes de las mil y una aventuras (el Poeta, Boron, Kyot y el Boidi) ya deberían haberse marchado, dada la hecatombe que se avecina, pero la ambición y la locura del Poeta los retrasan y éste cita sólo a Boron, a Kyot y al Boidi en las catacumbas del antiguo monasterio de Katabates donde desencadena los sucesos que los separan para siempre: el Poeta les presenta al monje Zósimo convertido en un viejo ciego, tullido y mendigo, cuya dramática historia hace ver que únicamente creyó robarse el Greal. El Poeta, precursor de Maquiavelo, contrapone entre sí a sus tres viejos amigos acusando a cada uno del asesinato de Barbarroja y del robo del Greal. Baudolino, que oía escondido en la sombra, descubre y les descubre que él, sin saberlo, “durante casi quince años” ha llevado consigo el famoso Greal, oculto en una de las falsas cabezas de San Juan Bautista. Pero las mutuas recriminaciones, tergiversaciones y acusaciones incitan que el Poeta intente matar con su espada a Baudolino; pero éste, además de creerlo asesino de Federico Barbarroja, logra eliminarlo con sus dos puñales árabes otrora comprados en Gallípoli.
(Paidós, 1ª ed., Barcelona, 1993)
  Baudolino ya no se reconcilia ni con Boron ni con Kyot y cada uno toma su camino. Sólo hace migas con el Boidi, su paisano, quien le propone una forma fraterna de esconder el Greal (para que no cause más calamidades) en la cabeza de una estatua de un “viejecito encorvado” parecido a Gagliaudo, el padre consanguíneo de Baudolino, que hace tiempo, en 1174, donó a Rosina, su vaca, para salvar a Alejandría (en la Frascheta) del asedio del ejército imperial de Federico Barbarroja

   Sin embargo, el clímax de tales fracasos ocurre poco después en Selimbria. En casa de Teofilacto, donde Baudolino, Nicetas y su familia están exiliados y acogidos, el historiador hace venir a Pafnucio, un anciano ciego y docto que conoció el castillo de Ardzrouni y los artilugios mecánicos y alquímicos a los que éste era aficionado. Su relato y sus deducciones le revelan a Baudolino que el día que Barbarroja al parecer murió en la cerrada recámara principal del castillo de Ardzrouni, primero entró en un estado cataléptico, dados los efluvios del humo de la chimenea que respiró mientras dormía o intentaba dormir, y que sólo murió ahogado cuando estaba en las aguas del río Kalikadnos y por ende propició su fallecimiento quien lo arrojó a la corriente. Así, Baudolino, que a sus 63 años —ante el historiador Nicetas Coniates y ante quien quisiera oírlo— se vanagloriaba de nunca haber matado a nadie, pese a los enfrentamientos y a las mil y una sangrientas guerras vividas por él, no sólo el 14 de abril de 1204 se vio obligado a matar al Poeta, su más viejo amigo y cómplice desde su juventud en París, sino que se descubre el verdadero causante de la muerte de Federico Barbarroja, su querido y entrañable padre adoptivo.  
  Allí en Selimbria, para expiar sus culpas, Baudolino se encarama en la cima de una alta columna que otrora utilizaron los antiguos ermitaños. Y además de los pájaros que lo infestan, de la suciedad y del abandono que lo invaden y de los feligreses que lo rodean, adquiere fama de santo y sabio, pues suelen acudir a pedirle consejo y él les responde con parábolas de místico. Sólo se baja de la columna de los ermitaños después de ser apedreado por el cura de la Iglesia de San Mardonio y ciertos acérrimos fieles. Y pese a su edad de viejo, hace los quijotescos preparativos para marcharse de Selimbria y a Nicetas Coniates le cifra los tres propósitos que lo mueven y que parecen imposibles: un sueño guajiro, inasible y evanescente. 
Umberto Eco
(1932-2016)
   Uno: construir una lápida y una capilla en el remoto lugar donde enterraron a Abdul, quien murió por el ataque del mantícora en la lejana frontera de las tinieblas de Abcasia. 
   Dos: llegar al reino del Preste Juan. Según Nicetas Coniates, el historiador bizantino, Baudolino comprobó que no existe. Pero si Baudolino y los suyos encontraron sitios fantásticos, legendarios y míticos, como por ejemplo el negro y espeso bosque de Abcasia, el río Sambatyón, el castillo de Aloadin y la ciudad de Pndapetzim, ¿por qué en Oriente no habría de existir el cristiano reino del Preste Juan, que, se dice, colinda con el Paraíso Terrenal? 
 Tres: buscar y encontrar a Hipatia y al monstruito patas de cabra, el hijo de ambos, y protegerlos como es su deber de esposo y padre.    


Umberto Eco, Baudolino. Traducción al español y nota sobre la traducción de Helena Lozano Millares. Palabra en el Tiempo núm. 309, Editorial Lumen. Barcelona, 2001. 542 pp. 


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