El hombre nunca ha sido
el ambiente propicio para el hombre
El primer relato, homónimo del libro, ha sido elaborado con cierta experimentación que le permite a William H. Gass salirse de los lineamientos tradicionales que suelen caracterizar el desarrollo formal de un cuento (con su presentación, nudo y desenlace). “En el corazón del corazón del país” está construido a retazos, dispuesto en una serie de fragmentos o breves capítulos con rótulo, cuya concreción implica una no concreción; es decir, el protagonista, un escritor envejecido (no se sabe si en años, pero sí en autoestima), arribó a un diminuto pueblo de Indiana, llamado B, para refugiarse consigo mismo. Su índole de forastero, advenedizo, solitario y comulgante de la vejez, lo aísla y lo hace deambular a imagen y semejanza de un fantasma invisible e inexistente, tanto por las calles, como por sus recuerdos y pensamientos. En este sentido, los fragmentos hacen pensar en las hojas dispersas, concisas, interrumpidas, fragmentarias y azarosas del diario íntimo de un individuo. Su secuencia no es lineal, sino discontinua: se dirigen a ninguna parte, su destino es la dispersión, la delicuescencia.
Tales fragmentos registran un conjunto de impresiones vagas, caprichosas, sintéticas y superficiales, no sólo de los vecinos inmediatos a la casa del escritor, de los habitantes y del lugar, sino también, como se apuntó, de sus reminiscencias y de él mismo. Las descripciones que hace sobre B, al ser simplemente enumerativas, resultan tan frías e impersonales que parece que el protagonista está hablando de una maqueta de plástico en miniatura y no de un pueblo vivo. Esto, sin embargo, a veces se entrecruza o adquiere un sentido distinto cuando el escritor refiere su soledad y la de los solitarios ancianos que lo rodean y observa.
William H. Gass |
Molinos de Viento núm. 62, Serie/Narrativa Universidad Autónoma Metropolitana México, 1989 |
En “Doña Malvada” el protagonista es también un escritor advenedizo que, no obstante la compañía de su mujer, es tan solitario e invisible como el otro plumífero. Y por igual, a la menor provocación, hace rápidas alusiones librescas, guiños para entendidos.
Tal escritor se halla en un pueblo semejante a B, con sus casas con porche y garaje que caracterizan la inmediatez, la distancia y la indiferencia de vecinos provincianos, estereotipadamente conservadores y gringos, que habitan una misma calle.
De nuevo el escritor se detiene a observar y a pormenorizar la vejez; pero al hacerlo ya no hay un dejo dramático, depresivo y desencantado, sino una visión grotesca, sardónica y mordaz, cuya caricaturización transluce la repugnancia que ello le provoca. En tal meollo, figura la delineación de una ama de casa, su vecina, tan desagradable y deforme como resulta el anciano Wallace, otro vecino, obsesivamente entregada tanto al inútil y exagerado cuidado de su jardín, como a la inescrupulosa y estridente tiranía que ejerce sobre su marido y sus hijos, todos prisioneros de un mórbido y voluptuoso juego donde se mezclan la afrenta, el castigo, el odio, el placer, el miedo, el rechazo y la aprehensión circular.
El protagonista, aún teniéndola enfrente de su casa, ignora su nombre y desde los atavismos morales que infestan su imaginación, reprueba lo perverso de su conducta y le cuelga una etiqueta con el mote de “Doña Malvada”.
Sin embargo, lo que a la postre resulta más relevante, es, precisamente, el trastoque y derrumbe de tales principios y prejuicios quezque morales con los que la censura y condena. No sólo el escritor desnuda en su imaginación, sin complicaciones de culpas, la fácil posibilidad de transitar impunemente entre el bien y el mal (sobre todo en éste), sino que como en un laberinto maligno al que cae seducido por un hechizo, termina abandonando su aséptica posición de voyeur y fantasioso, para entregarse a la persecución y hostigamiento de la mujer que le dizque suscitaba aversión.
“Orden de insectos”, el tercer y último cuento del libro, es más corto que los anteriores. Lo que lo distingue es la intensidad oral con la que está concebido. Ahora se trata del monólogo precipitado de una ama de casa, obsesiva en su pulcritud doméstica, quien habla primero del terror y el asco que le causaban unos insectos, para luego contar la extraña aparición de unos bichos bajo su alfombra, los cuales, posteriormente, la inducen no sólo a indagar todo lo que puede sobre esos parásitos, sino también a coleccionarlos como fetiches de su adoración con los que teje y entreteje la madeja de su ocio e intimidad.
William H. Gass |
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