domingo, 2 de diciembre de 2018

La amargura del condenado

En busca del rinconcito perdido

Con el número 5011/11 de la colección Biblioteca Maigret y dentro de la serie de bolsillo Booket, Tusquets Editores publicó en Barcelona, en 2003, La amargura del condenado, novela policíaca del inagotable narrador belga Georges Simenon (1903-1989), traducida al español por Joaquín Jordá, cuya primera edición en francés (La guinguette à deux sous) data de 1931. Y cuenta con dos adaptaciones a la pantalla chica: The Wedding Guest (1962), filme de la BBC para la televisión británica dirigido por Terence Williams, con Rupert Davies en el papel del inspector Maigret; y La guinguette à deux sous (1975), película de la televisión francesa dirigida por René Lucot, con Jean Richard en la caracterización del comisario Maigret.
(Tusquets, Barcelona, 2003)
       La intriga policial de La amargura del condenado se desglosa en once capítulos con rótulos. La tarde del “27 de junio” (un día muy luminoso) el comisario Maigret va a la prisión Santé. Su objetivo (como si fuera el defensor de oficio) es informarle a “Jean Lenoir, el joven jefe de la banda de Belleville”, que el presidente de la República rechazó su indulto y que su ejecución en la guillotina “tendrá lugar mañana al amanecer”. Acojonadora y sonora noticia (con cuenta regresiva) que “A esa misma hora” se puede leer “en los diarios de la tarde que corrían por las terrazas de los cafés” de París.

Según la voz narrativa, “Había sido precisamente Maigret quien, tres meses antes, había echado el guante a Lenoir en un hotel de la Rue Saint-Antoine. Un segundo más, y la bala que el delincuente disparó contra él le habría alcanzado de pleno en lugar de perderse en el techo.” El condenado a muerte, Jean Lenoir, es un joven malhechor de 24 años que desde los 15 colecciona delitos y condenas. Su autoimpuesto “código de honor” le impide delatar a sus cómplices. Y en un instante de amargura exclama: “¡Si al menos me acompañaran todos los que se lo merecen!” Cuyo deshago es la anécdota que le narra al comisario Maigret en torno a un hecho impune que él, a sus 16 años, dice, presenció junto a su colega Victor (que ya tosía, por la tuberculosis, y que “debe estar ahora en un sanatorio”). Es decir, hace ocho años, vagando por las calles de París, a eso de las “tres de la madrugada” vieron que un tipo sacó un cadáver de una casa, lo subió a un coche, manejó un trayecto y luego lo arrojó a las aguas del canal Saint-Martin. Algo muy pesado debió llevar en los bolsillos porque el cuerpo se hundió de inmediato. Hecho esto, le dice Lenoir, “En la Place de la République, el hombre se detuvo para tomar una copa de ron en el único café que seguía abierto. Luego llevó el coche al garaje y se metió en su casa. Mientras se desnudaba, vimos su silueta recortada en las cortinas.”  
    Los jovenzuelos pudieron seguir al tipo y averiguar el sitio donde vivía porque se subieron al parachoques del auto. Y según añade el condenado: “Victor y yo lo chantajeamos durante dos años. Éramos novatos. Y como teníamos miedo de pedir demasiado, exigíamos cien francos cada vez. Un día el tipo se mudó y no logramos dar con él. Hace menos de tres meses lo vi por casualidad en el Merendero de Cuatro Cuartos y él ni siquiera me reconoció.”
     El comisario Maigret ignora dónde se halla el Merendero de Cuatro Cuartos. Y pese a que en los “archivos de los asuntos sin resolver  de aquel año” ve que “en el canal Saint-Martin habían encontrado por lo menos siete cadáveres”, esa anécdota carcelaria, contada en la antesala de la muerte, hubiera caído en el olvido si el comisario no se hubiera tropezado con una circunstancia fortuita. El sábado 23 de julio, casi un mes después de la ejecución de Jean Lenoir, Maigret se alista para viajar en ferrocarril a Alsacia, pues su esposa ha ido allí “a casa de su hermana, donde, como todos los veranos, pasaría un mes”. Puesto que el bombín que usa está roto y su mujer le ha “dicho cientos de veces que se comprara otro” (“¡Acabarán por darte limosna en la calle!”), Maigret entra en una sombrerería del Boulevard Saint-Michel “para probarse sombreros hongos”. Allí, un cliente de unos 35 años, con un “traje gris muy corriente”, solicita una chistera de modelo antiguo, pues, le dice al vendedor, “es para una broma, una boda de mentira que hemos organizado unos amigos en el Merendero de Cuatro Cuartos. Habrá una novia, una suegra, testigos y todo lo demás. ¡Como en una boda de pueblo, vaya! ¿Comprende ahora lo que necesito? Yo hago de alcalde del pueblo.”
   
Georges Simenon
(1903-1989)
          Dentro de la sombrerería, el comisario Maigret, todo oídos, aún no ha “experimentado lo que solía llamar la ‘vuelta de llave’”, “aquel pequeño pellizco” [debajo de la tetilla izquierda, diría el teniente investigador Mario Conde], aquel desfase, en suma, aquella vuelta de llave que lo zambullía en la atmósfera de un caso”. Pero el hecho de oír el retintín del nombre del Merendero de Cuatro Cuartos y dado su intrínseco instinto y pulsión de sabueso, empieza a seguir al hombre de la chistera y traje gris. A bordo de un taxi persigue el coche del tipo, que se detiene en la Rue Vieille-du-Temple, donde entra “en una tienda de ropa de segunda mano y al cabo de media hora salió con una enorme caja alargada y plana que debía contener el traje adecuado para la chistera”. “Después enfilaron a los Campos Elíseos, luego a la Avenue de Wagram. Un bar pequeñito, en una esquina. Sólo pasó allí cinco minutos y salió en compañía de una mujer de unos treinta años, rellenita y alegre.” El coche donde va la pareja se detiene “en la Avenue Niel, delante de un hotelito” de paso, en cuya “placa de cobre” se anuncia: “Se alquilan habitaciones por meses y por días”. “En la recepción, que olía a adulterio elegante”, Maigret muestra su placa de la Policía Judicial y la “encargada perfumada” le dice, sobre “la pareja que acaba de entrar”, que “Son personas muy correctas, casadas los dos, que vienen dos veces por semana”. Mientras los amantes están refocilándose en el cuarto, Maigret lee en “la cédula del vehículo” el nombre y la dirección del galán de marras: “Marcel Basso. Quai d’Austerliz, número 32, París”. 
  Tras salir del hotel de paso, los tortolitos se van en el auto de Marcel Basso y se detienen “en la Place des Ternes. Se les veía besarse a través de la ventanilla trasera. Seguían cogidos de la mano cuando, con el coche al ralentí, la mujer salió del vehículo y paró un taxi.” Maigret, por su parte, le ordena a su taxista que vaya a Quai d’Austerliz, donde lee en un “cartel enorme” más datos sobre el galancete: “MARCEL BASSO. IMPORTADOR DE CARBONES DE TODAS LAS PROCEDENCIAS. VENTA AL POR MAYOR Y AL DETALL. REPARTO A DOMICILIO. PRECIOS DE VERANO.” Allí, “Una empalizada negruzca rodeaba unos almacenes de carbón. Enfrente, al otro lado de la calle, había un muelle de descarga de la misma compañía y garrabas inmóviles junto a los montones de carbón descargados ese mismo día.
     “En medio de los depósitos de carbón se alzaba una gran casa con jardín. Monsieur Basso aparcó el coche, con un gesto maquinal se aseguró de que no llevaba cabellos de mujer en los hombros y entró en su casa.
    “Maigret lo vio reaparecer en una habitación del primer piso, que tenía las ventanas abiertas de par en par, en compañía de una mujer alta, rubia y bonita. Los dos reían. Hablaban animadamente. Monsieur Basso se probaba la chistera y se miraba en un espejo.
   “Metían ropa en unas maletas. Apareció una sirvienta con delantal blanco.
   “Un cuarto de hora después —eran las cinco— la familia bajó. Un niño de diez años, con una escopeta de aire comprimido, abría la comitiva. Lo seguían la sirvienta, Madame Basso, su marido y un jardinero con las maletas.”
    En el auto de Marcel (que no es “de lujo”, pero sí “casi nuevo”), los Basso “se dirigieron a Villeneuve-Saint-Georges”. Maigret los sigue en el taxi. “Después tomaron la carretera de Corbeil. Cruzaron esa ciudad y enfilaron un camino lleno de baches, paralelo al Sena.” Y su destino final es una casa de campo llamada “El Reposo”, ubicada entre los poblados Morsang y Seine-Port. Maigret le pregunta al taxista si “¿Hay algún hotel o fonda por los alrededores?” Y el taxista le responde que “En Morsang está el Vieux Garçon. Y Marius, más arriba, en Seine-Port.” Pero ignora si en el Merendero de Cuatro Cuartos rentan habitaciones. 
 
En el centro:
Georges Simenon y Josephine Baker
        Para no desvelar todas las menudencias de la narración, vale resumir que ese ámbito cercano a París es un entorno de descanso y recreación para una multitud de gente clasemediera y pequeñoburguesa que suele ir allí los fines de semana a reposar, divertirse, convivir, comer, beber, pescar y navegar en el Sena, ya en bote o en embarcaciones de distinta catadura. Y Marcel Basso y los suyos (una de las pocas familias que poseen casa de campo y por ende no se resguardan en los hoteles) forman parte de una pandilla de conocidos entre sí que tienen al Merendero de Cuatro Cuartos (una modestísima taberna) como el punto central de sus comilonas y francachelas. Y Maigret, infiltrado entre ellos con su traje oscuro de ciudad (o sea: el notorio frijol en la sopa de letras campiranas), observa que, efectivamente, en el Merendero de Cuatro Cuartos se celebra una boda de broma en la que los alegres comensales están disfrazados. Marcel Basso caracteriza al alcalde de pueblo y la novia de la boda es nada menos que su amante furtiva, la misma fémina treintañera con que unas horas antes se regocijó en el hotelito de paso de la Avenue Niel, esposa, además de Feinstein, un cincuentón, muy serio y canoso, que está disfrazado de vieja, dueño de una camisería en el Boulevard des Capucines (en “la zona de los grandes bulevares” de París). Esa mujer, llamada Mado, era “la más ruidosa de todos. Estaba claramente borracha y se distinguía por su pasmosa exuberancia. Bailaba con Basso, tan pegada a él que Maigret desvió la mirada.” Y la cereza del pastel de bodas es otra escena pícara y libertina, pues la falsa novia y el falso novio son empujados al cuartito de la luna de miel, “y luego lo cerraron con llave”. Hay que recalcar que Marcel Basso, pese a la obvia y descarada cachondez en el baile frente a las narices del camisero, no es el falso novio, y por su papel de alcalde del pueblo le toca cortar “la liga de recuerdo” y repartirla en pedacitos; mientras que el falso novio, “con la cara embadurnada de blanco y maquillada”, “Iba disfrazado de campesino granujiento y risueño”.
 
Josephine Baker
(1906-1975)
      James, un británico, miembro de la pandilla, quien bebe y bebe sin caerse ni perder lucidez, es el que trata a Maigret como si fuera un invitado más del grupo e incluso le ofrece su habitación de hotel sino encuentra sitio en el Vieux Garçon. Maigret supone que entre esos alegres comensales hay un asesino camuflado y por ciertas miradas que le dirigen algunos, colige que saben que es policía. 
   La tarde del día siguiente, domingo 24 de julio, Maigret es invitado a jugar bridge en la casa de campo de Marcel Basso, la cual se localiza exactamente frente al Merendero de Cuatro Cuartos; es decir, cruzando el Sena en bote de remos, en balandro de vela o en lancha de motor. Luego de unas dos horas de jugar, beber y bailar en la casa de los Basso, la pandilla decide regresar al Merendero. Maigret lo hace en el balandro de vela de James, pero van remando con lentitud porque no sopla viento. Mientras que el camisero Feinstein y Marcel Basso en unos instantes cruzan el río en la lancha de éste. Cuando James y Maigret están cerca de la orilla se oye un disparo. El comisario se apresura batiendo los remos. Y detrás del Merendero observa la escena del sorpresivo crimen: el camisero Feinstein yace en el suelo y Marcel Basso, que empuña “un pequeño revólver con culata de nácar”, pregunta por su esposa (quien vestida de marinero se ha quedado en la casa de campo con el hijo) y repite fóbico y angustiado: “¡No he sido yo! ¡No he sido yo!”
  El comisario Maigret anuncia al corro que es de la Policía Judicial e inicia las diligencias policiales. Al médico (miembro de la pandilla) le ordena que vigile que nadie toque el cadáver. Y dado que no hay teléfono en la casa de los Basso ni en el Merendero, le ordena al tabernero que vaya en bicicleta a la esclusa y llame por teléfono a la gendarmería. Y puesto que Maigret “no estaba en misión oficial”, antes de irse delega “las responsabilidades” en los gendarmes, quienes detienen a Marcel Basso y avisan “al juez de instrucción”. Pero “Una hora después”, Marcel Basso, “sentado en la pequeña estación de ferrocarril de Seine-Port, flanqueado por dos brigadas”, empuja “a sus guardianes” y escapa corriendo entre la muchedumbre, cruza la vía y se pierde “en un bosque cercano”.
  Por orden del juez de instrucción, el comisario Maigret se hace cargo de las pesquisas de ese caso y al unísono investiga el crimen impune ocurrido hace “ocho años”, pues está seguro que el asesino (otrora chantajeado por Jean Lenoir y su compinche tuberculoso) es uno de los miembros de la pandilla del Merendero de Cuatro Cuartos.
  En el transcurso de los días, “El juez de instrucción encargado del asunto del Merendero” presiona a Maigret y lo mismo hace el Jefe de la Policía Judicial, pues por las vacaciones de verano “tenía pocos hombres disponibles, y éstos debían vigilar todos los lugares en los que el fugitivo podía presentarse”. El comisario Maigret, desde luego, resuelve ambos casos en unos cuantos días, pues ya muy entrada la noche del miércoles 3 de agosto va en tren, por fin, rumbo a Alsacia, donde en la estación lo esperan su esposa y la hermana de ésta; incluso su mujer lo recibe con unos “zuecos pintados”, adquiridos para él en Colmar. “Eran unos preciosos zuecos amarillos, y Maigret quiso probárselos antes incluso de quitarse el traje oscuro con el que había llegado, procedente de París.”
  Así como el sábado 23 de julio el azar llevó a Maigret a una sombrerería donde oyó hablar del Merendero de Cuatro Cuartos, en éste, la mañana del domingo 31 de julio (una semana después del asesinato de Feinstein) al oír la tos de un jovenzuelo (de unos 25 años) con pinta de vagabundo, infiere que se trata del cómplice de Jean Lenoir, que sin duda está ahí para cobrar el chantaje y por ende le pide su documentación. En su “mugrienta cartilla militar” lee que se llama Victor Gaillard. Y su última dirección, le dice el rapaz, fue el “Sanatorio municipal de Gien”, que abandonó “Hace un mes”. Y añade: “Estaba sin un céntimo. Por el camino he trabajado haciendo algunas chapuzas. Puede usted detenerme por vagabundeo, pero tendrá que enviarme a un sanatorio. Sólo me queda un pulmón.” Victor Gaillard niega haber conocido a Jean Lenoir y haber recibido de él una carta (enviada desde la cárcel) donde le indicó el sitio donde hallaría al tipo que otrora arrojó un cadáver al canal de Saint-Martin y que para él y Lenoir (durante dos años) fue la gallina de los huevos de oro. Y como Victor se obstina en no revelarle nada, Maigret lo encierra en una celda del Quai des Orfèvres. Allí lo interroga. Y como sólo puede acusarlo de vagabundeo, ordena que lo liberen a la una de la madrugada (del martes 2 de agosto) y que lo siga el brigada Lucas.  
   Victor, que merodea por Les Halles y luego duerme en un banco hasta que a las cinco de la madruga lo despierta un gendarme, sabe que un poli lo sigue. Y temprano en la mañana de ese martes 2 de agosto, Lucas le deja un aviso a Maigret para que acuda a la Rue des Blancs-Manteaux. De su oficina en el Quai des Orfèvres, el comisario va a pie a esa calle del barrio judío donde se ubican “la mayoría de las tiendas de objetos usados, a la sombra del Monte de Piedad”. Victor, que se hace el remolón y merodea frente al escaparte del tendejón donde se anuncia: “HANS GOLBERG, COMPRA, VENTA, OCASIONES DE TODO TIPO”, no le revela al comisario Maigret por qué hizo que el brigada Lucas lo siguiera hasta allí y él se apersonara en ese sitio. Entonces Maigret le ordena a Lucas que no lo pierda de vista y él entra al tendejón e inicia las averiguaciones en torno al propietario: el judío Hans Golberg, dueño del negocio desde “Algo más de cinco años”; y sobre el anterior propietario: el tío Ulrich,  judío, también dedicado a la compraventa de cachivaches y usurero clandestino, misteriosamente desaparecido del mapa. 
  “Sumergido entre viejos archivos” policiales, Maigret halla algunos datos sobre el tío Ulrich que resume en “una hoja de papel”:
  “Jacob Ephraim Levy, llamado Ulrich, sesenta y dos años, natural de la Alta Silesia, chamarilero, Rue des Blancs-Manteaux, sospechoso de practicar regularmente la usura.
  “Desaparece el 20 de marzo, pero los vecinos no acuden a la comisaría para denunciar su ausencia hasta el día 22.
  “En la casa no se encuentra ningún indicio. No ha desaparecido ningún objeto. Se descubre la suma de 40.000 francos en el colchón del chamarilero.
  “Este, al parecer, salió de su casa la noche del día 19, como hacía con frecuencia.
  “No hay información sobre su vida privada. Las investigaciones realizadas en París y provincias no dan resultado alguno. Escriben a la Alta Silesia y, un mes después, una hermana del desaparecido llega a París y pide entrar en posesión de la herencia.
  “Al cabo de seis meses la hermana consigue un certificado de desaparición de Ulrich.”
Luego, hacia el mediodía de ese martes 2 de agosto, Maigret, en la comisaría de La Villete, recaba información sobre un cadáver sacado el “1 de julio” del canal Saint-Martin, después “Trasladado al Instituto de Medicina Legal”, donde “no pudo ser identificado”. No obstante, pese a los pocos indicios, Maigret concluye que “Poseía datos sólidos”: “El tío Ulrich es el hombre al que asesinaron hace seis años y al que arrojaron después al canal Saint-Martin.” Vale observar, no obstante, que Jean Lenoir, ejecutado en la guillotina el pasado 28 de junio a los 24 años, le contó que ese asesinato ocurrió a sus 16 años, o sea hace ocho años y no hace seis.
   A Maigret ahora sólo le resta indagar por qué lo mataron y quién es el asesino, sin duda oculto entre los miembros de la pandilla del Merendero de Cuatro Cuartos, de la que James, el inglés, es el cofrade fundador (hace “siete u ocho años”) y “el más popular”.
  Sobre el cadáver del camisero Feinstein, muerto por una diminuta bala salida del pequeño revólver de su joven y licenciosa esposa, “El martes [26 de julio] por la mañana, el médico forense entregó su informe: el disparo se había efectuado a una distancia de unos treinta centímetros. Era imposible determinar si el autor del disparo era el propio Feinstein o Monsieur Basso.” 
  El jueves 28 de julio la policía aún no atrapa al prófugo y presunto homicida. Y la tarde de ese jueves, sentado con James frente a una mesa de la Taverne Royale, Maigret murmura “como para sus adentros”: “La hipótesis más sencilla, la que sugieren los periódicos”, “es que Feinstein, por algún motivo, atacó a Basso, y éste se apoderó del arma apuntada contra él, disparando sobre el camisero”. 
   
Plaza Vendôme
       El británico James “trabaja en un banco inglés, en la Place Vendôme”. Y al término de la jornada, de lunes a sábado, a las cuatro de la tarde, se va a la Taverne Royale, donde entre las cinco y las ocho de la noche lee y bebe en su “rinconcito propio”: una “mesita de mármol” en la terraza de la Taverne Royale, desde donde observa “la columnata de la Madeleine a lo lejos, el delantal blanco de los camareros, la multitud de transeúntes y los coches en movimiento”.
Columnata de La Madelaine
  Marthe, su mujer, también es del grupo que los fines de semana se reúnen a retozar y a beber en Morsang y en el Merendero de Cuatro Cuartos. Llevan ocho años casados y no tienen hijos. Y al visitar a James en su estrecho departamento en el cuarto piso de un edificio de la Rue Championnet, Maigret entrevé las minucias y matices de ese matrimonio gris, insípido y asfixiante, donde cada uno hace su vida aparte, sin amor y sin comunicación. Y por ello comprende por qué James, filósofo de la abulia y de la aburrición, necesita ese “rinconcito propio”, “en la terraza de la Taverne Royale, delante de un Pernod”, donde tiene “un mundo propio, que creaba de pies a cabeza, a base de Pernods o de coñacs, y en el que se movía impasible e indiferente a la realidad”: “Un mundo un poco borroso, bullicioso como un hormiguero, poblado de sombras inconsistentes, en el que nada tenía importancia, nada servía para nada, donde caminaba sin rumbo, sin esfuerzo, sin alegría, sin tristeza, en una neblina algodonosa.”
   James, sin proponérselo, desde que conoce a Maigret la tarde del sábado 24 de julio en el Merendero de Cuatro Cuartos, se convierte en su principal informante. Por ejemplo, le dice que Mado, la esposa de Feinstein, “necesitaba hombres”, que había tenido aventuras con “la mayoría de los habituales de Morsang”; y que el camisero “pedía dinero a los amantes de su mujer” y “¡Les debía dinero a todos!” 
   Y sobre la bala que mató al camisero, James le dice a Maigret: “¡Entiendo tan bien lo que ha ocurrido! Feinstein necesitaba dinero y acechaba a Basso desde la tarde anterior [a su muerte], en espera del momento propicio. Incluso durante la falsa boda, cuando iba vestido de anciana, pensaba en sus letras, ¿me entiende? Miraba cómo Basso bailaba con su mujer... y al día siguiente habla con él. Basso, que ya le ha prestado dinero en otras ocasiones, se niega. El otro insiste, lloriquea: ¡la miseria!, ¡la deshonra!, mejor el suicidio... Le juro que debió ser una comedia de ese tipo. Todo transcurrió en un hermoso domingo con barquitas en el Sena.”
   Por órdenes de Maigret, el “experto en contabilidad” de la Policía Judicial revisa “la contabilidad de la camisería en los últimos siete años” y observa que Feinstein ha subsistido debiéndole a los proveedores, pero pagando sus deudas y siempre con el agua al cuello y al borde de la quiebra. Según ese contable, “En los libros de hace siete años aparece por primera vez el nombre de Ulrich. Préstamo de dos mil francos, un día de vencimiento.” Y después de una serie de préstamos y devoluciones (con intereses), pues “Feinstein es honrado”, “En el mes de marzo [de hace seis años], Feinstein debía treinta y dos mil francos a Ulrich.” Y el camisero no los retribuyó (porque el tío Ulrich despareció de su tienda en el barrio judío). Y “A partir de ese momento, ya no hay rastro de Ulrich en los libros.” 
  El sábado 30 de julio, Maigret, a las cinco de la tarde, entra a la Taverne Royale y habla con James, quien irá a Morsang (y por ende al Merendero de Cuatro Cuartos), “como todos los sábados”, pese a las dramáticas ausencias del camisero Feinstein y de Marcel Basso, quien sigue fugitivo. Un camarero le dice a Maigret que le hablan por teléfono. Al ir a la cabina telefónica descubre que es un engaño. Y alcanza a ver que James dialoga con Basso, quien viste ropas que le quedan chicas, y por ello parece “achicado, como si hubiera sufrido una transformación”, mientras “acechaba con ojos febriles la puerta de la cabina”. Al ver que Maigret lo ha descubierto, huye entre la multitud.
  James no le revela a Maigret lo que habló con Marcel Basso. Y pese a que “podría acusarlo de complicidad”, le dice, va con él a Morsang y ambos se instalan en el hotel Vieux Garçon. El comisario observa la fauna de los habituales, quienes lo evitan. Y al anochecer va a la casa de campo de los Basso, donde, bajo la vigilancia de sus agentes, han estado viviendo la esposa del rico carbonero y su hijo. 
 
Georges Simenon
    La mañana del domingo 31 de julio, mientras Maigret interroga a Victor Gaillard tras haberlo descubierto en el Merendero, se oye un disparo. Maigret le ordena al vagabundo tísico que no se mueva del Merendero y él va hacia la casa de campo de los Basso (donde se oyó el tiro) y se entera que James, manejando el coche nuevo del médico, se llevó, hecho un bólido, a la esposa de Marcel y a su hijo. Empieza la búsqueda del auto por todas las arterias. Y hacia las cinco de la tarde, Maigret recibe una llamada desde Montlhéry y le dicen que el auto corría en el autódromo y que el piloto era James. 
  Maigret va hacia allá con el médico, por ser el dueño del coche. No detiene a James, pero sí el auto, para que los expertos lo analicen. La respuesta de los peritos llega hasta las tres de la tarde del lunes 1 de agosto: el cemento Portland hallado en las llantas ha sido utilizado en la carretera que va de La Ferté-Alais a Arpajon, y por ende el rastreo policial se concentra en la zona de La Ferté-Alais, donde el martes 2 de agosto, por una circunstancia azarosa, los Basso son localizados ocultos en una pobrísima casucha. (Es decir, una humilde y solitaria anciana fue a comprar a una tienda del mercado “¡Veintidós francos de jamón!” y la empleada le dijo: “¡Parece que desde hace algún tiempo se cuida usted más!”, “¿Y piensa comérselo todo usted sola?”. Esto lo oyó el brigada Piquart, quien estaba allí enviado por su mujer para comprar cebollas, y por ello siguió a la vieja y avisó a la gendarmería.) Pero además, el lunes 1 de agosto, según indaga y descubre Maigret, a eso de las diez de la mañana, en el banco que negocia con la empresa de Marcel Basso (“La Banque du Nord, en el Boulevard Haussmann”), James se presentó en la ventanilla y cobró “un cheque de trescientos mil francos firmado por Marcel Basso”, fechado “cuatro días antes”; o sea: el viernes 29 de julio. Dinero que Basso, al parecer, iba a usar para su huida al extranjero. 
 Mientras ocurre la detención de los Basso en la zona de La Ferté-Alais, Maigret ha ido a la empresa de carbón en el Quai d’Austerliz. Y guiado por la secretaria, en el archivo personal de Marcel Basso el comisario hojea (y luego decomisa) un cuaderno de direcciones de “por lo menos quince años”, donde encuentra “Una dirección vergonzante, pues el comerciante de carbón no se había atrevido a escribir el nombre entero: ‘UL., Rue des Blancs-Manteaux, 13 bis’.”
 Luego el comisario Maigret va a la casucha donde los gendarmes mantienen detenido al carbonero. Allí, Marcel Basso le confiesa que solía prestarle dinero a Feinstein y que el domingo 25 de julio le pedía 50 mil francos; que durante la patética y lacrimosa petición amenazó con suicidarse con el pequeño revólver de su esposa, y que en el forcejeo para que lo no hiciera un tiro se disparó.  
  Sobre esa confesión Maigret le dice: “Creo que mató a Feinstein de manera involuntaria”. No obstante, quiere que le diga si Feinstein, para chantajearlo, “contaba con un arma más contundente que la infidelidad de su mujer”. Y mostrándole su viejo cuaderno de direcciones y abriéndolo “por la letra U”, le dice: “En pocas palabras, me gustaría saber quién mató hace seis años a un tal Ulrich, que vivía en la Rue des Blancs-Manteaux, y quién arrojó después su cadáver al canal Saint-Martin.”
  Esto provoca en Marcel Basso tal conmoción que se deshace en lágrimas repitiendo la palabra “¡Dios! ¡Dios!” Su mujer sale estrepitosamente del cuarto contiguo y grita: “¡Marcel! ¡Marcel! ¡Eso no es verdad! ¡Di que no es verdad!” Ambos lloran y el chiquillo también. E incluso la vieja (“la tía Mathilde”), que “a pasitos cortos y rápidos, sin dejar de resoplar, fue a colocar de nuevo la cacerola sobre el fuego, que avivó con un atizador”.
  Para resolver ese enigma y desvelar quién mató al usurero Ulrich hace seis años, Maigret, el miércoles 3 de agosto, hace coincidir a James y a Marcel Basso en una celda del Quai des Orfèvres, donde también encierra al vagabundo Victor Gaillard, quien le había exigido al comisario 30 mil francos (y luego 25 mil) para revelarte la identidad del asesino y todos los pormenores del chantaje. 
  

       Vale añadir que el misterio del asesinato del usurero judío en esa celda se aclara de un modo imprevisto; es decir, matizado por los yerros, las ambiciones, las contradicciones, las lealtades amistosas, las tentaciones sexuales y las debilidades humanas de James y Marcel Basso. Y que el otrora imprudente culpable, previo al arribo del juez de instrucción, le solicita al comisario Maigret: “Oiga, ¿me haría el favor de comentarle el caso? ¡Pídale simplemente que se dé prisa! Confesaré todo lo que quiera, pero que me manden lo antes posible a un rincón.”


Georges Simenon, La amargura del condenado. Traducción del francés al español de Joaquín Jordá. Colección Biblioteca Maigret, serie Booket número 5011/11, Tusquets Editores. Barcelona, 2003. 184 pp.  


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Josephine Baker, Sirena de los trópicos.

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