Soy un mero ejecutor de la justicia
I de XV
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Borges prologó y presentó el libro de cuentos de María Esther Vázquez: Los nombre de la muerte. La imagen registra un momento del acto realizado en 1964. |
Tras la caída de Perón en septiembre de 1955, Borges, que ya tenía prohibido leer y sólo veía el color amarillo, fue nombrado director de la Biblioteca Nacional (ubicada en la calle México 564) y dejó de serlo tras el regreso de Perón a la Casa Rosada en octubre de 1973. En diciembre de 1958, Borges escribió “El poema de los dones”, reunido en El hacedor (Emecé, 1960), donde expresa y canta la paradoja de disponer —en esa ciudad de libros: la Biblioteca Nacional— de ochocientos mil libros y no poder leer ninguno. Durante años “El poema de los dones” estuvo dedicado A María Esther Vázquez, a quien Borges conoció en 1957 durante el empleo que ella obtuvo en el Departamento de Extensión Cultural de la Biblioteca (ella era la única empleada y Horacio Armani su jefe y su futuro marido desde el 15 de diciembre de 1965), que incluía servir de amanuense en la escritura de ciertos poemas y prosas que le dictaba el director, e incluso de textos dictados por José Edmundo Clemente, el subdirector. El 24 de enero de 1963, Borges fechó el prólogo que preludia y signa Los nombres de la muerte, el primer libro de cuentos de ella publicado por Emecé en 1964 con auspicio del Fondo Nacional de las Artes. En marzo de 1964, en compañía de ella —en calidad de asistente y lazarilla—, Borges viajó a la República Federal Alemana invitado al Congreso por la Libertad de la Cultura, donde reforzó su antipatía por los ideólogos de izquierda; pero antes, en Berlín Occidental, participó en “un congreso de poetas de la negritude”, pese a sus consabidos prejuicios hacia la raza negra. E invitado por la UNESCO, en París dio una conferencia en el homenaje a Shakespeare por el cuarto centenario de su nacimiento celebrado el 23 de abril (conferencia en cuya preparación oral, del español al francés, ella colaboró en la intimidad doméstica del parisino departamento de Néstor Ibarra); además, fue entrevistado por la Radiotelevisión Francesa (¡mil dólares por el show!) y la revista parisina Cahiers de L’Herne publicó el legendario y voluminoso número 4 dedicado a su vida y obra. El 24 de agosto de 1965 el viejo y ciego Borges cumplió 66 años. Veinte días antes, María Esther Vázquez —joven escritora y amiga con la que él soñó casarse— había cumplido 28 años. Pero el caso es que el 5 de agosto de 1965, con el auxilio y la complicidad de ella, Borges publicó en Buenos Aires: Introducción a la literatura inglesa, número 64 de la Colección Esquemas de la Editorial Columba, ensayo de 66 páginas donde, lapidario, pontifica con acritud:
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(Buenos Aires, Columba, 1965) |
“Sir Arthur Conan Doyle (1859-1930) fue un escritor de segundo orden a quien el mundo debe un personaje inmortal: Sherlock Holmes. Este ser casi mitológico está construido sobre el caballero Dupin de Edgar Allan Poe, pero goza de una vitalidad que no tiene su precursor. Aparece en Un estudio en escarlata, de 1882 [sic], cuyo título podría ser de Oscar Wilde; luego reaparecería en La señal de los cuatro, El sabueso de los Baskerville y en diversos volúmenes de memorias y aventuras.”
No
obstante, en Los mejores cuentos
policiales, antología pergeñada entre Borges y Adolfo Bioy Casares
(1914-1999), impresa en 1943 por la porteña Emecé, incluyeron, con traducción de
ambos, “La Liga de los Cabezas Rojas” (The
Red-Headed League), relato de 1891 que sir Arthur Conan Doyle (escocés de
ascendencia irlandesa) compiló en su libro Las
aventuras de Sherlock Holmes (The
Adventures of Sherlock Holmes, 1892). Mientras que en el “Prólogo” datado en
“Buenos Aires, 19 de octubre de 1981”, que precede a la coedición de Los mejores cuentos policiales (2) que
Emecé y Alianza imprimieron en Madrid, en 1983, con el número 950 de la serie
El libro de bolsillo —que es una selección de 15 de los 17 relatos de la
citada antología de 1943—, postulan categóricos:
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(Madrid, Emecé/Alianza, 1983) |
“En The Murders in the Rue Morgue [1841], en The Purloined Letter [1845] y en The Mystery of Marie Roget [1842-1843], Edgar Allan Poe [1809-1849] crea la convención de un hombre pensativo y sedentario que, por medio de razonamientos, resuelve crímenes enigmáticos, y de un amigo menos inteligente, que refiere la historia. Estos dos personajes, meras abstracciones en los textos de Poe, se convertirán con el tiempo en Sherlock Holmes y en Watson, que todos conocemos y queremos.”
Lo
cual contrasta con el hecho de que en la colección de novelas policiales El Séptimo Círculo, que Borges y Bioy
seleccionaron para Emecé entre 1945 y 1955 no figura ninguna de las cuatro
novelas de Arthur Conan Doyle protagonizadas por Sherlock Holmes y el doctor Watson:
Estudio en escarlata (A Study in Scarlet, 1887), El signo de los cuatro (The Sign of Four, 1890), El sabueso de los Baskerville (The Hound of the Baskervilles, 1901-1902)
y El valle del miedo (The Valley of Fear, 1914-1915). Esto,
ahora mismo en la web, se puede
observar en la numerada lista de los títulos de El Séptimo Círculo que se lee en el blog Oye Borges, donde el
narrador Pablo De Santis dice que Borges
y Bioy participaron activamente en la selección de los primeros 120 volúmenes.
Mientras que en la página 6 de Museo.
Textos inéditos (Buenos Aires, Emecé, 2003) —libro póstumo de Borges y Bioy—, Sara Luisa del Carril y Mercedes
Rubio de Zocchi, las antólogas y editoras, apuntan que seleccionaron ciento once títulos.
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(Barcelona, Tusquets, 1994) |
Se puede especular que, por lo que evoca Bioy en el capítulo “19” de sus Memorias (Barcelona, Tusquets, 1994), tal vez intentaron incluir en El Séptimo Círculo alguna de las citadas cuatro novelas de Conan Doyle, pero se toparon con la propiedad de los derechos de autor; pues, por ejemplo, dice: “el trabajo en la editorial nos asomó a los problemas de los derechos de autor, que hasta entonces habíamos ignorado [...] Nos enteramos así que algunas novelas que deseábamos incluir en El Séptimo Círculo no estaban libres. Quisimos incluir Asesinato de Roger Ackroyd [The Murder of Roger Ackroyd, 1926], de Agatha Christie [1890-1976]. La habíamos elegido por ser la única novela de la autora que nos gustaba y por su importancia en el género; se la tenía por ser la primera en que el narrador del relato resulta el asesino.
“Los
derechos de Agatha Christie habían sido comprados por otra editorial. Otra
novela que no pudimos publicar fue El
socorro de la muerte [Death to the
Rescue, 1931], de Milward Kennedy [1894-1968].” De la que Borges, en una
breve nota impresa en la revista El
Hogar el 3 de septiembre de 1937,
dijo: “sin duda la mejor de las nueve o diez novelas que ha publicado Milward
Kennedy”. No obstante, en El Séptimo
Círculo sí lograron publicar dos novelas de éste: en 1945, con el número 6:
El asesino de sueño (The Murderer of Sleep, 1932); y en 1947,
con el número 8: La muerte glacial (Corpse in Cold Storage, 1934).
O
quizá la exclusión obedeció, sino a ellos (Borges veía a El sabueso de los Baskerville como un clásico menor), a algún prejuicio, capricho o visceral maledicencia
de los subterráneos personeros de Emecé, pues según dice Bioy: “En la editorial
había un ex seminarista español que miraba con malos ojos a clásicos
protestantes y que sentía la mayor desconfianza por cualquier autor posterior
al siglo XVI.” El caso es que también dice: “Por alguna razón misteriosa
tampoco pudimos publicar Monkshood
(nombre de una raíz venenosa, que no sé cómo traducir) de Eden Phillpotts, un
autor predilecto de Borges, del que publicamos otras excelentes novelas. Emecé
se negó a publicarlo. Monkshood [1939]
no era un libro escandaloso ni tenía intención política. Llegué a pensar que la
circunstancia de que nos gustara tanto les pareció sospechosa. Otra posibilidad
que barajamos era la de poner un dique a nuestra soberbia por el éxito de la
colección. Motivos no nos faltaban, porque la nuestra era, entre las publicadas
por Emecé, la única colección exitosa. No me asombró que las otras fracasaran.”
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(Buenos Aires, Hypamérica, 1985) |
Véase, entre paréntesis, que Eden Phillpotts (1862-1960), británico nacido en la India, es el único autor antologado dos veces en Los mejores cuentos policiales; en la edición de 1943 aparece con “El ananá de hierro” (The Iron Pineapple), traducido por Borges y Bioy; quienes allí también antologaron y tradujeron de Poe: “La carta robada” (The Purloined Letter). Y en la selección de 1951, Segunda serie, Phillpotts figura con “Tres hombres muertos” (Three Dead Men), traducido por Cecilia Ingenieros. Milward Kennedy, por su parte, aparece en la de 1943 con “El fin de un juez” (End of a Judge), traducido por los antólogos. Y Agatha Christie en la de 1951 con “La señal en el cielo” (The Sing in the Sky), traducido por las crípticas siglas M.C. Mientras que en El Séptimo Círculo, Borges y Bioy eligieron y editaron cinco novelas de Eden Phillpotts. En 1945, con el número 12: El señor Digweed y el señor Lumb (Mr. Digweed and Mr. Lumb, 1933), traducida por Leonor Acevedo de Borges (1876-1975), la madre de Georgie; en 1947, con el número 38 y traducción de Marta Acosta van Praet: Eran siete (They Were Seven, 1944); ese mismo año, con el número 42 y traducción de ésta: Los rojos Redmayne (The Red Redmaynes, 1922); en 1951, con el número 80 y traducción de Lucrecia Moreno Sáenz: Una voz en la oscuridad (A Voice from the Dark, 1925); y en 1954, con el número 120 y traducción de Josefina Martínez Alinari: El cuarto gris (The Grey Room, 1921). La citada traducción de Los rojos Redmayne, además, fue publicada en 1985, en Madrid, por Hyspamérica Ediciones con el número 39 de la Biblioteca Personal de Jorge Luis Borges, precedida por el prefacio de la colección (una poética oda al libro y al hábito de la lectura) y por el “Prólogo” ex profeso, ambos del celebérrimo seleccionador.
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(Madrid, Alianza, 1985) |
Pero hayan sido 111 o 120 las novelas elegidas por el dúo dinámico para El Séptimo Círculo, el caso es que en la última etapa de su vida, Borges, el 10 de junio de 1984, en el periódico argentino La Nación publicó “Sherlock Holmes”, un poema de extensión media, luego reunido en Los conjurados (Madrid, Alianza, 1985), el último poemario que publicó en vida, en cuyos versos iniciales celebra la índole imaginaria y literaria del inmortal y popular detective: No salió de una madre ni supo de mayores./ Idéntico es el caso de Adán y de Quijano./ Está hecho de azar. Inmediato o cercano/ lo rigen los vaivenes de variables lectores. Y en cuya última estrofa canta reconciliado (si acaso alguna vez se enemistó con el sobresaliente y presunto clásico menor de segundo orden), como ya lo estaba, en tándem con Bioy, en el citado “Prólogo” a Los mejores cuentos policiales (2): Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una/ de las buenas costumbres que nos quedan. La muerte/ y la siesta son otras. También es nuestra suerte/ convalecer en un jardín o mirar la luna.
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(Barcelona, Seix Barral, 1992) |
Y en Diálogos (Barcelona, Seix Barral, 1992) —antología de las entrevistas que Osvaldo Ferrari le hizo a Borges para Radio Municipal de Buenos Aires, entre marzo de 1982 y septiembre de 1985 —fechas en medio de las cuales Borges cumplió 85 y 86 años—, al hablar del cuento policial formula una vindicación de éste y pone en relieve la amistad que media entre Holmes y Watson (cosa que en otras ocasiones hizo con don Quijote y Sancho) como ingrediente quintaesencial de los relatos:
“[...] ya Bolieau lo dijo: todos los géneros son buenos salvo el género aburrido. Ahora, en el caso de Edgar Allan Poe, lo raro es que él fija ciertas leyes dentro del cuento policial, que han sido seguidas por los continuadores más famosos, como Conan Doyle, por ejemplo. Es decir, se trata de la idea de un detective, que es un particular que resuelve misterios —todo eso contado por su amigo, más bien estúpido, que lo admira—. Eso está esbozado en Auguste Dupin: es el amigo de él quien cuenta sus proezas. Luego eso lo tomó Sir Arthur Conan Doyle, y le dio un carácter de intimidad, que, desde luego, no existe. En los cuentos policiales de Poe, que pueden ser terroríficos —en el buen sentido de la palabra—: el caso de ‘Los crímenes de la calle Morgue’; o meros juegos intelectuales, como ‘La carta robada’, ciertamente no se encontrará la amistad que hay en los cuentos de Sherlock Holmes y de Watson.
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Norah y Borges |
“Yo estuve releyendo con mi hermana Norah los cuentos de Sherlock Holmes, lo cual es un modo de volver al pasado, ya que los leímos juntos hace tantos años, en diversas latitudes. Pero también pudimos comprobar que en esos cuentos de Conan Doyle, el argumento casi no importa; lo que importa es la amistad entre los dos personajes, y la relación —esa relación de amistad entre una persona que se supone muy inteligente (Sherlock Holmes) y una persona casi profesionalmente boba como el doctor Watson—. El hecho de que sean amigos, de que se quieran; de que uno sienta esa amistad, es más importante que lo que les sucede. Ahora, qué raro, le estoy diciendo estas cosas y recuerdo un libro argentino famoso: el Fausto [1866] de Estanislao del Campo [1834-1880]. Cuando uno ha releído el Fausto, siempre se dice a sí mismo que lo importante no es la ópera contada a su modo por un gaucho; lo importante es la amistad de los dos aparceros. Y lo mismo, yo diría, sucede con los cuentos de Sherlock Holmes; aun con el mejor, que sería ‘La liga de los cabezas rojas’.” De ahí que en “Credo de poeta” (la sexta conferencia que Borges dijo en inglés el 10 de abril de 1968 en la Universidad de Harvard) haya dicho: “No estoy seguro de si creo en el sabueso de los Baskerville. Estoy seguro de que no creo que me aterrorice un perro pintado de pintura luminosa. Pero estoy seguro de que creo en el señor Sherlock Holmes y en la extraña amistad entre éste y el doctor Watson.”
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Bustos Domecq. Serie de composiciones fotográficas inspirada en ideas de Francis Galton, realizada por Silvina Ocampo (Mar del Plata, 1942). |
Pero si en ese “Prólogo” de 1982 Borges y Bioy ponen en relieve el influjo de Poe en la intrínseca forja de Holmes y Watson, quizá en la demiúrgica creación de Isidro Parodi —el protagonista de los cuentos de Honorio Bustos Domecq—, quien resuelve crímenes encerrado en la celda 273 de la Penitenciaría de Buenos Aires, subyace (además de la ineludible impronta poeiana) el germinal surgimiento del detective creado por Arthur Conan Doyle en Estudio en escarlata. Es decir, en “La ciencia de la deducción”, el tercer capítulo de ésta, cuando es el 4 de marzo de 1881 y Holmes y Watson aún están recién llegados a su inicial convivencia en las habitaciones de Baker Street 221B, y el doctor está descubriendo la personalidad, el oficio y las actividades domésticas e intelectuales de ese singular y misterioso personaje con quien recién cohabita, tras los corrosivos comentarios que Watson hace sobre el artículo periodístico “El libro de la vida”, Holmes le revela que es de su autoría y que él es un detective asesor (de ahí la variopinta fauna de investigadores delictivos que día a día lo vistan y a quienes da consulta privada en la sala de estar) y que tal es su modus vivendi:
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Sherlock Holmes (Basil Rathbone) |
“—¿Pretende usted decirme —interrumpí— que sin salir de esta habitación se las arregla para poner en claro lo que otros, en contacto directo con las cosas y enterados de todos sus detalles sólo ven a medias?
“—Precisamente. Poseo, en ese sentido, una
especie de intuición. A veces surge un caso más complicado y entonces es
necesario ponerse en movimiento y dar algún vistazo. Sabe usted que he
atesorado una cantidad respetable de datos fuera de lo común; este conocimiento
facilita extraordinariamente mi tarea. Las reglas deductivas por mí sentadas en
el artículo que acaba de suscitar su desprecio me prestan además un inestimable
servicio. La capacidad de observación constituye en mi caso una segunda
naturaleza. Pareció usted sorprendido cuando, nada más conocerlo, observé que
había estado en Afganistán.”
II de XV
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Relatos I (Akal, 2022), p. 43 |
En “La Liga de los Cabezas Rojas” el doctor Watson narra el hilarante y caricaturesco engaño del que es víctima Jabez Wilson, un prestamista pelirrojo, viejo, astroso y solitario; pero no para robarle, matarlo, chantajearlo, hacerle manita de puerco o extorsionarlo con tortura china-narcomexicana o de sádicos marines en la Prisión de Abu Ghraib, sino para distraerlo de la subterránea maquinación del robo de unos treinta mil napoleones en oro francés que obran en el sótano de un banco contiguo a la parte posterior de su modesto negocio, que es también su modesta casa particular.
Los
intérpretes del inglés suelen traducir el título del cuento como “La Liga de
los Pelirrojos”. Pero la traducción de Borges y Bioy —cuya autoría fue
omitida en la citada coedición de Emecé y Alianza—, si bien comprime y transmite la pulsión
lúdica de la imaginación narrativa de sir Arthur Conan Doyle, se distingue por
las omisiones, libertades y meteduras de cuchara de Biorges, ese hipostático ser de dos cabezas y cuatro brazos que
cobraba vida cada vez que Borges y Bioy urdían un texto en colaboración, ya sea
un prólogo, una traducción, una antojolía,
un guion de cine, los cuentos policiales de H. Bustos Domecq o el relato de B.
Suárez Lynch prologado por Honorio. Por ejemplo, en la versión del cuento que
se lee en Todo Sherlock Holmes
(Cátedra, 6ª ed., 2008) el detective le dice a Watson: “Recordará usted que el
otro día, justo antes de que nos metiéramos en el sencillísimo problema
planteado por la señorita Mary Sutherland, le comenté que, si queremos efectos
extraños y combinaciones extraordinarias, debemos buscarlos en la vida misma,
que siempre llega mucho más lejos que cualquier esfuerzo de la imaginación.” En
el volumen Sherlock Holmes. Relatos I.
Edición anotada (Akal, 2ª ed., 2022) le dice así: “Recordará que el otro
día mencioné, justo antes de que nos ocupásemos del sencillo problema que nos
presentó la señorita Mary Sutherland, que si buscamos efectos extraños y
combinaciones extraordinarias, debemos hacerlo en la vida misma, que siempre va
más allá que cualquier esfuerzo de la imaginación.” Mientras que en la versión
de Biorges el detective le habla de tú al doctor, se omite el nombre de Mary
Sutherland —ingenua y cegata
víctima y protagonista de “Un caso de identidad” (A Case of Identity, 1891)— y se opta por un breve sesgo y por un cliché
de cuño borgeano, dada la consabida proclividad de Georgie por los laberintos: “Recordarás
que el otro día, antes de examinar el sencillísimo problema del laberinto
extraviado, observé que la realidad es más compleja que la ficción.”
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Biorges (Buenos Aires, 1944) Retratos y superposición de Gisèle Freund |
No extraña, entonces, que Borges y Bioy omitan el nombre del banco londinense, mismo que se lee en otras versiones: “sucursal de Coburg del City and Suburban Bank” (Cátedra); “sucursal Coburg del City and Suburban Bank” (Akal); “sucursal Coburg del City and Suburban Bank” (Penguin, 2017); “sucursal de Coburg del banco City and Suburban Bank” (Alma, 2018); “sucursal en Coburg del City & Suburban Bank” (Valdemar, 2020). Baste añadir que, entre otras menudencias y divergentes detalles, en la versión del dúo dinámico, en el momento en que Holmes y los suyos emboscan y sorprenden in fraganti a los delincuentes, el detective no usa un látigo para desarmar al ladrón John Clay, sino que lanza un puñetazo (fulgurante y sonoro, sin duda):
“Sherlock
Holmes había salido de su escondite y agarrado al intruso por el cuello. La
cabeza roja había desaparecido rápidamente. Un instante brilló el cañón de un
revólver, pero un puñetazo de Holmes lo hizo rodar por el suelo.”
En este sentido, al término —tras el aforismo en francés que Holmes, al día siguiente, le recita a Watson mientras sorben unos tragos de whisky and soda en el relax y la comodidad de Baker Street— bautiza “Jorge Sand” a George Sand, célebre pseudónimo de la narradora y periodista francesa Amantine Aurore Lucile Dupin (1804-1876):
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George Sand (1864) Foto: Nadar |
“—Bueno, quizá sirva de algo —dijo—, L’homme c’est rien, l’œuvre c’est tout [El hombre no es nada, la obra lo es todo], como escribió Flaubert a Jorge Sand.”
III de XV
(México, Mirlo, 2016) |
Entre las mil y una ediciones de la obra holmesiana de sir Arthur Conan Doyle que proliferan y pululan sin cesar en el orbe del idioma español, figura la edición de la novela Estudio en escarlata editada en México, en marzo de 2016, por Editores Mexicanos Unidos dentro de la serie Arte y Letras de Editorial Mirlo. A priori el libro resulta atractivo: circa 17 x 25 cm, sobrecubierta (cuya ilustración alude a la casa deshabitada donde una madrugada de 1881 se descubre un cadáver tirado en la duela de una desnuda y solitaria habitación y gotas de sangre en su entorno), pastas duras (cuya portada encuadra el detalle de una puerta de macizos tablones de madera oscura en la que figura, con caracteres dorados, la legendaria cifra alfanumérica de Baker Street: 221B), listón separador, guardas ilustradas con pequeños microscopios (remember que la primera vez que Watson ve a Holmes: lo observa absorto en el laboratorio de química del Barts y luego eufórico y exultante por el hallazgo de un reactivo que se precipita en la hemoglobina), viñetas y láminas en color (semejantes a recuadros de historieta o de novela gráfica), y páginas de grueso gramaje y tonalidad crema o de hueso humano. Pero además de que las láminas (del dúo Quirarte + Ornelas) no están debidamente compaginadas con lo que se narra in progress, la traducción anónima al castellano no está exenta de errores y erratas. De hecho, los descuidos comienzan desde la segunda de forros; allí, en el último fragmento, errada y burramente una voz anónima anuncia y pregona ante los cuatro pestíferos vientos de la recalentada aldea global: “Estudio en escarlata (1887) es el primero de los sesenta y ocho relatos en los que figura el detective de ficción más famoso de todos los tiempos, quien habría de popularizar y cambiar la historia de la novela de intriga policiaca.” Lo cual contrasta con el hecho de que Benito Taibo, en el “Prólogo” —ex profeso para tal edición mexicana— contabiliza, con acierto, “cuatro novelas y 56 relatos cortos” en el canon holmesiano. (Véase que ese yerro de 68 relatos también se lee en la segunda de forros de El perro de los Baskerville, novela editada en 2011, en Madrid, por Nórdica con el número 16 de la Colección Ilustrados; que a su vez recuerda otro yerro que se lee al inicio de la segunda de forros de El sabueso de los Baskerville, libro editado en 2017, en Madrid, por Cátedra con el número 23 de la serie Letras Populares: “Artur Conan Doyle nació el 22 de mayo de 1854 en Edimburgo, Escocia”; pues de sobra es consabido que fue en 1859 y no en 1854.)
IV de XV
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(México, Mirlo, 2016) |
Al “Prólogo” de Benito Taibo que precede la anónima traducción de Estudio en escarlata, le sigue un prefacio de Alejandro Sordo dispuesto en dos secciones; en la primera le canta loas a los libros de la serie Arte y Letras editados por Mirlo; y en la segunda magnifica las ilustraciones en color y el proceso creativo de Quirarte + Ornelas (Anabel Quirarte y Jorge Ornelas), quienes —se lee en la tercera de forros— con diversos estudios, diversidad creativa y trayectoria expositiva en galerías y museos, “trabajan en colaboración desde 2004”.
En
su “Prólogo”, Benito Taibo, implícitamente dirigiéndose al lego y quizá al
remiso o anacrónico y evanescente chaval recién iniciado, hace un breve bosquejo
de la paralela biografía, leyenda y personalidad del detective Sherlock Holmes
y de su autor Arthur Conan Doyle. Y si hace página autobiográfica (quizá
imaginaria) cuando apunta: “Me enamoré de Holmes desde el mismo instante en que
mi padre puso, cuando yo tenía doce años, una de sus aventuras narradas
magistralmente por Sir Arthur Conan Doyle, en mi mesita de noche, sin
premeditación, ni alevosía ni ventaja.” Sin duda sí hace literatura, impregnada
de reminiscencia dickensiana, cuando al inicio narra:
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Un niño idéntico al niño Benito Taibo leyendo el cuento sobre la muerte de Sherlock Holmes. |
“De niño, lo que más quería en la vida, además de ir a África, era convertirme en uno de los irregulares de Baker Street. Me refiero a esa pandilla de harapientos y sagaces personajes que deambulaban por todo Londres al amparo de las sombras, buscando basura, mirando por las ventanas, asomándose a los callejones, metiendo las narices allí donde se hacían los más turbios y siniestros negocios.
“Esos
niños y adolescentes a los que ninguna puerta cerrada les parecía infranqueable;
capaces de escurrirse en cualquier sitio, con los oídos abiertos y los ojos
escudriñadores que lo miraban todo porque sabían que en cada nimio detalle, en
un guante perdido, una manzana a medio comer, una risotada fuera de lugar, un
poco de ceniza, un tonel de cerveza movido misteriosamente podría haber la
solución de un misterio.
“Ésos,
que hacían extraños trueques, conocedores de pasadizos y buhardillas, de salas
de hospital y asilos tenebrosos eran incondicionales a la vida y sobre todo, al
detective más extraordinario de todo el mundo y de toda la historia, el
inigualable señor Sherlock Holmes.
“Y
yo, uno de ellos.”
Viene
a colación esto porque Benito Taibo da el gatazo de que los irregulares de
Baker Street figuran (él entre ellos y el sucesivo lector de marras también)
inmiscuidos en mil y una aventuras a lo largo de toditito el canon holmesiano. Pero no es así.
En Estudio en escarlata, cuyo presente se
sucede en 1881, en un momento del “Capítulo VI” irrumpen, con infantil algarabía,
en los aposentos de Baker Street 221B, cuya renta Holmes y Watson comparten para aligerar
los gastos del día a día —tras recién haberse
conocido, ex profeso para esto— en el aludido laboratorio de química del Barts (el antiguo
colegio médico y hospital San Bartholomew de Londres). Es decir, mientras se oye
el avance de los ruidos y voces infantiles en el vestíbulo y en las escaleras,
“acompañados de audibles muestras de disgusto por parte del ama de llaves”, el
detective le anuncia al doctor: “Va usted a conocer el ejército de policías que
tengo a mi servicio en Baker Street”. Por ello reporta el doctor Watson:
“[...]
en ese momento se precipitaron en la habitación media docena de los más
costrosos pilluelos que haya visto.
“—¡Atención!
—gritó Holmes con bronca voz y los seis bribones se alinearon derechitos y
horribles como seis estatuillas.”
Estudio en escarlata (Mirlo, 2016), p. 82-83 |
Entre ellos, vale resumir, destaca Wiggins, que parece el líder de la manada (y lo es). Y luego de que se hayan marchado tras recibir, cada uno, un chelín por sus servicios, Holmes los elogia: “Puede más uno de estos piojosos que doce hombres de la fuerza regular [...] Basta que un funcionario parezca serlo, para que la gente se llene de reserva. Por el contrario, mis peones tiene acceso a cualquier sitio y no hay palabra o consigna que no oigan. Son además vivos como ardillas; perfectos policías que sólo necesitan que uno dirija sus acciones.”
En El signo de los cuatro, cuya indagación
detectivesca ocurre en 1888, en el séptimo capítulo, titulado “Los irregulares
de Baker Street”, irrumpen en medio de las voces y objeciones de la señora
Hudson. Según narra el doctor Watson en la versión (de Silvana Appeceix) que se
lee en Sherlock Holmes anotado. Las novelas (Madrid, Akal, 2009) —ilustrado volumen que reúne las
cuatro novelas de Arthur Conan Doyle con edición y notas, a dos tintas, de Leslie S. Klinger (más investigaciones adicionales
de Janet Byrne y Patricia J. Chui):
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Estudio en escarlata (REI, 1988), p. 84 |
Este
es Wiggins, desde luego. Y, como en la anterior novela, Holmes lo elige para
sea el vocero que entre en la casa y le informe a él.
Véase
que Klinger, en su aledaña nota 169 a El
signo de los cuatro, observa: “Los irregulares parecen atrapados en un
vacío temporal, ya que como mínimo tendrían que haber pasado siete años desde Estudio en escarlata y, sin embargo,
Wiggins, el líder, es todavía ‘un espantapájaros pequeño y desaliñado’.” No
obstante, Klinger yerra estrepitosamente en su nota 168 al repetir lo que
apuntó en la nota 179 de Estudio en
escarlata: que de los irregulares de Baker Street sólo se menciona a
Wiggins en ésta y en El signo de los
cuatro, y a Simpson en “La aventura del hombre que reptaba”. Pues si bien
no se equivoca con las novelas, sí lo hace con ese cuento, cuya pesquisa
detectivesca gira, en septiembre de 1903, no ante un crimen, sino en torno a la
lunática y nocturna conducta de antropoide que periódicamente trastorna al
profesor Presbury (o Pressbury, según la traducción que se trate), catedrático
de la Universidad de Camford (famoso en
toda Europa), ya sesentón, quien —para
rejuvenecer ante una hermosa joven veinteañera (implícitamente hasta los
dientes y los cojones)— se ha aplicado, en secreto, inyecciones de suero de un langur de cara negra.
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Relatos I (Akal, 2022), p. 596 |
Veamos: el cuento “La aventura del hombre que reptaba” figura en el volumen Sherlock Holmes. Relatos II. Edición anotada (Akal, 2ª ed., 2022) —cuya edición y notas también son de Klinger y la traducción de Lucía Márquez de la Plata— con el título “La aventura del hombre que trepaba” (The Creeping Man, 1923) y Simpson no aparece allí, sino en “El jorobado” (The Crooked Man, 1893), cuento cuyo caso ocurre en 1888 o 1899 y que se lee en el citado volumen Sherlock Holmes. Relatos I. Edición anotada (Akal, 2ª ed., 2022) —con traducción de la misma Lucía Márquez de la Plata—, precisamente en el pasaje donde Watson narra que le pregunta a Holmes sobre Henry Wood, el hombre encorvado, otrora apolíneo pretendiente de la entonces señorita Nancy Devoy:
“—¿Pero cómo sabe que seguirá allí
cuando lleguemos?
“—Puede estar seguro de que
tomé mis precauciones. Teng
“Llegamos a la escena de la
tragedia a mediodía y, guiado por mi compañero, nos dirigimos enseguida a
Hudson Street. A pesar de su capacidad para reprimir sus emociones, saltaba a
la vista que Holmes se encontraba en un estado de excitación contenido,
mientras que a mí me cosquilleaba aquella sensación placentera, medio
deportiva, medio intelectual, que experimentaba siempre que me asociaba con él
en sus investigaciones.
“—Ésta es la calle —dijo
cuando enfilamos un corto pasaje flanqueado por sencillas casas de ladrillo de
dos pisos—. Ah, aquí está Simpson para informarnos.
“—Está en casa, señor Holmes,
exclamó un pillastre que venía corriendo hacia nosotros.
“—¡Bien, Simpson! —dijo Holmes
dándole unas palmaditas. Venga, Watson, ésta es la casa.”
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Las novelas (Akal, 2009), p.99 |
Véase que Klinger, en su nota 12 de tal cuento, si bien ignora su citado yerro, se corrige apuntando: “A pesar de su estatus casi mítico, los ‘chicos de Baker Street’ o los ‘Irregulares de Baker Street’ sólo se mencionan en Estudio en escarlata, El signo de los cuatro y ‘El jorobado’. (Cartwright, que ayudó a Holmes en El sabueso de los Baskerville, tenía un empleo retribuido como cartero de distrito [en realidad es el mensajero o chico de los recados]. Los Irregulares mencionados con nombre son Wiggins (Estudio en escarlata) y Simpson (‘El jorobado’).” No obstante, a Klinger, quizá dando una cabezada, se le olvidó allí que Wiggins también es mencionado por su nombre en El signo de los cuatro; léase, si no, en la citada versión (muy castiza) del volumen Sherlock Holmes anotado. Las novelas (p. 305):
“—Aquí tenéis —dijo Holmes dándoles
algunas monedas de plata—. En el futuro, pueden informarte a ti, Wiggins, y tú
a mí. No puedo permitir que invadáis mi casa de esta manera. Sin embargo, es
mejor que todos escuchéis mis instrucciones. Quiero encontrar el paradero de
una lancha a vapor llamada Aurora,
cuyo dueño es Mordecai Smith; es negra con dos rayas rojas, la chimenea, negra
con una banda blanca. Está río abajo en algún lugar. Quiero que un muchacho permanezca
en el embarcadero que hay enfrente del Milbank para ver si el bote regresa.
Debéis dividiros entre vosotros la tarea y vigilar ambas orillas con gran
cuidado. En cuanto descubráis algo, me lo comunicáis. ¿Está claro?
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Las novelas (Akal, 2009), p. 306 |
“—Si [sic], jefe —dijo Wiggins.
“—La paga de siempre, y una
guinea para el muchacho que encuentre el bote. Aquí tenéis la paga de un día
por adelantado. Ahora, ¡largo de aquí!
“Le dio un chelín a cada uno
[apunta Watson], y se fueron corriendo por las escaleras. Un segundo después
los vi alejarse a toda prisa por las calles.”
Véase que “El jorobado”, en el
tomo Relatos I, figura entre los
cuentos que conforman el título Las
memorias de Sherlock Holmes (The
Memoirs of Sherlock Holmes, 1893); y, en el volumen Relatos II, figura “La aventura del hombre que trepaba” entre los
cuentos del libro El archivo de Sherlock
Holmes (The Case-Book of Sherlock
Holmes, 1927). Y que en la trilogía de pesados y gruesos volúmenes (con sobrecubierta
y en cartoné) que compilan las 60 narraciones del canon holmesiano editado por Akal —con notas y un ensayo de Klinger
y aportaciones y apostillas de otros autores—, las imágenes en blanco y negro
del histórico acervo iconográfico (a veces no muy legibles) suelen estar
compaginadas con lo que se va narrando in
progress. No obstante, en los textos no faltan las erratas y los errores —abundan
sobremanera en el tomo Las novelas—,
e incluso elementales descuidos sintácticos en sus traducciones al español. Por
ejemplo, en la página 315 de Las
novelas, correspondiente a El signo
de los cuatro, Watson lee en el Standard
al inicio de una nota periodística sobre la búsqueda del lanchero Mordecai
Smith y su hijo Jim (desaparecidos hace tres días a eso de las tres de la
madrugada):
“Desaparecido. Mordecai Smith,
barquero, y su hijo Jim zarparon del muelle de Smith el pasado martes alrededor
de las tres de la tarde por la mañana
[cursivas del reseñista], a bordo de la lancha de vapor Aurora, negra con dos líneas rojas, chimenea negra con una banda
blanca.”
Compárese, para apreciar aún
más el galimatías y la burrada, con la versión que se lee en la página 630 del
tomo de Cátedra:
“DESAPARECIDO.— Mordecai Smith, barquero, y su hijo Jim, zarparon del embarcadero de Smith a eso de las tres de la madrugada del martes pasado, en la lancha de vapor Aurora, negra con dos franjas rojas, chimenea negra con franja blanca.”
V de XV
En la página 501 del volumen Relatos I, Klinger dice en su primera nota sobre el cuento “La Gloria Scott”: “se publicó en la Strand Magazine en febrero de 1893 y en el Harper’s Weekly (Nueva York) el 15 de abril de 1893.” En Todo Sherlock Holmes ese cuento, traducido por María Engracia Pujals, se titula “La corbeta Gloria Scott”. Y en su postrera nota 2, Urceloy, el editor, apunta: “Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de febrero de 1893. Formó posteriormente parte del libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, Georges Newnes, Ltd., 1894”. Pero Klinger, en la página 386 del susodicho volumen, dice que ese libro londinense apareció “el 13 de diciembre de 1893” y que “La primera edición norteamericana fue publicada el 2 de febrero de 1894 por Harper & Brothers”.
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(Madrid, Valdemar, 2a ed., 2013) |
Y Juan Antonio Molina Foix, si bien coincide con esa fecha de la primera edición londinense (y con que tuvo “90 ilustraciones de Sidney Paget”), en la nota 22 del prefacio a su traducción y edición anotada de Las memorias de Sherlock Holmes (Valdemar, 2004) dice que “la primera edición americana en forma de libro se llamó The Adventures of Sherlock Holmes (1894), pues no adoptó el título definitivo de Memoirs of Sherlock Holmes hasta la ‘nueva edición revisada’ (1895)”. Y en su nota 1, correspondiente a “La Gloria Scott”, consigna: “Publicado en The Strand Magazine, 5, en abril de 1893 [págs. 395-406], con siete ilustraciones de Sidney Paget. Harper’s Weekly publicó una edición americana el 15 de abril de 1893 con dos ilustraciones de W.H. Hyde. Título original: ‘The Gloria Scott’.”
¿Cuál es el editor que acierta
por los cuatro costados? ¿Quién de los tres yerra más, o menos? ¿Fulano, zutano
o mengano?
En el cuento “La Gloria Scott”, Holmes, en el interior de
Baker Street 221B, le relata a
Watson su presunto primer caso supuestamente detectivesco, ocurrido cuando era
un joven universitario y aún no tenía previsto que se convertiría en un
investigador criminal de índole privada. Y lo hace dándole a leer, como
preludio, un mensaje en clave que, al leerlo, suscitó que el juez de paz de un
caserío en Norfolk (el padre de su único
amigo íntimo en la universidad) entrara en un fóbico y angustioso frenesí
que antecede un súbito ataque de apoplejía y su fallecimiento al día siguiente.
En la versión de Esther Tusquets que se lee en la edición de Las memorias editado por Penguin (2ª
ed., 2023) el críptico mensaje reza así: “El lugar de juego y caza ha sido casi
terminado. Junto al Hudson un faisán ha volado y cantado. El zorro escapa pero
vuelve enseguida.” En la citada de Cátedra: La
negociación de caza con Londres terminó. El guardabosque Hudson ha recibido lo
necesario y ha pagado al contado moscas y todo lo que vuela. Es importante para
que podamos salvar con cotos la tan codiciada vida de faisanes. En la de
Akal: “El suministro de caza para Londres aumenta regularmente. Creemos que ya
se le ha comunicado al guardabosques en jefe Hudson que reciba todos los
pedidos de papel atrapamoscas y que conserve la vida de sus faisanes hembra.” Y
en la de Valdemar: “En casi todo Londres se comenta que ya se acabó la
provisión de caza. Hudson, jefe de los guardabosques, ha efectuado sus pagos al
contado. Tras las oportunas instrucciones, todo parece resuelto. Si ahora
escapa a sus ineludibles obligaciones para proteger faisanes-hembras, será
imposible salvar, como suele ser preceptivo, la indispensable y siempre
estimada vida de las mencionadas aves.”
Obsérvese, entonces, que si entre las reputadas traducciones
al español del canon proliferan las
mil y una variantes y discrepancias entre sí, incluso en los lapidarios, documentales,
fehacientes e inamovibles datos bibliográficos y hemerográficos, las erratas y
los errores —ya sea uno o dos o tres o una horrenda plaga— parecen signar su inmortal
destino en el disperso archipiélago de
soledades del idioma de Cervantes.
Por ejemplo, en la página legal
de la edición de Estudio en escarlata
impresa en México, en 1988, por REI (Red Editorial Iberoamericana), se acredita:
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(México, REI, 1a ed., 1988) |
La presente obra es traducción directa e íntegra del original inglés en su primera edición, publicada originalmente en la revista anual Beeton’s Christmas, número 28, 1887, editada más tarde en libro por Ward [sic] Lock, Londres, 1888.
Las ilustraciones, originales de Geo
Hutchinson, que aparecen en esta edición acompañaron el texto de la primera
edición inglesa ilustrada [sic],
publicada por Ward [sic] Lock, Bawden
[sic] and Co., Londres, 1891.
O sea: REI reproduce el
contenido de la edición tirada en Madrid, en 1982, por Ediciones Generales
Anaya, con traducción al español y notas al pie de página de Amando Lázaro Ros,
“Apéndice” de Juan José Millás, y las históricas ilustraciones en blanco y
negro del británico George Hutchinson (1852-1942) —incluso en los capitulares—,
publicadas en la edición de A Study in
Scarlet impresa en Londres, a fines de 1891, por Ward, Lock, Bowden &
Co. No obstante, la primera edición inglesa
ilustrada en formato de libro no fue ésta, sino la editada en Londres, en
julio de 1888, por Ward, Lock & Co., pues se hizo con seis estampas de Charles
Altamont Doyle (1832-1893), el padre del escritor.
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Las novelas (Akal, 2009), p. 133 |
Y en la “Segunda parte” de Estudio en escarlata, titulada El país de los santos en la edición de REI —que es un relato largo o novela corta narrada por una voz anónima y no por la comentarista y narrativa voz del doctor Watson— la fecha seminal (y relevante) en que los solitarios sobrevivientes John Ferrier y la niña Lucy confluyen, en el desierto salado, con la caravana de cerca de diez mil mormones polígamos que encabeza y lidera el polígamo Brigham Young en pos de Sion (la supuesta tierra prometida, por el supuesto soplo divino, al supuesto pueblo elegido) figura como “día 4 de mayo de 1845”, ídem en la traducción de Molina publica por Valdemar en septiembre de 2000, y en la traducción de Julio Gómez de la Serna reunida en Todo Sherlock Holmes (y sin crédito en la 5ª edición impresa en marzo de 2002 por Editorial Óptima), lo cual, puede suponer el anónimo lector del español (¿o no?) es una errata entre las visibles erratas que adornan y recaman el libro, dado que la fecha que se lee en otras traducciones es el “día 4 de mayo de 1847”, fecha cercana al histórico 24 de julio de 1847, Día del Pionero en el Estado de Utah. Por ejemplo, en la anónima traducción editada por Mirlo; en la traducción de Silvana Appeceix editada por Akal; en la traducción de Esther Tusquets Guillén y Néstor Busquets Tusquets editada en 2017 por Penguin; y en la traducción de Alejandro Pareja Rodríguez editada en 2018 por Alma Clásicos Ilustrados.
¿Quiere decir esto que 1845
figura en las germinales ediciones británicas y 1847 en las norteamericanas?
VI de XV
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(Madrid, Cátedra, 6a ed., 2008) |
Véase —para agitar aún más las preguntas y el desconcierto del anónimo y subterráneo lector del español perdido o resguardado en las catacumbas de la recalentada aldea global— que Todo Sherlock Holmes reúne en un ladrillo (tamaño Pequeño Larousse Ilustrado) las 60 narraciones del canon holmesiano —con 60 postreras notas numeradas (una por cada narración) que no registran los títulos originales en inglés—, ordenado, no por su progresiva aparición en los consabidos nueve libros del canon que Doyle publicó durante su vida de escritor, sino por el presunto orden cronológico, según la presunta biografía de la mancomunada asociación del detective Sherlock Holmes y su cronista el doctor John H. Watson. Planteamiento fragmentariamente bosquejado y editado por Jesús Urceloy —con “Introducción, notas y apéndices” suyos (y traducciones al español de los textos de Conan Doyle, sin notas, de Julio Gómez de la Serna, Ramiro Sánchez, María Engracia Pujals y Juan Manuel Ibeas)—, quien en buena medida sigue los seminales preceptos urdidos por William S. Baring-Gould (1913-1957) en su legendario volumen The Annotated Sherlock Holmes (New York, Clarkson N. Potter, 1967) y en su biografía, documentada e imaginaria, impresa originalmente en inglés en 1962: Sherlock Holmes de Baker Street (Valdemar, 1999)—. Tomo de pastas duras, con listón separador y sin estampas ni viñetas en las páginas interiores, impreso por primera vez en Madrid, en octubre de 2003, por Ediciones Cátedra en la espléndida Bibliotheca AVREA. Su única imagen es la que ilustra la portada: allí, si crédito en ninguna parte del volumen, se ve al célebre actor Basil Rathbone caracterizando a Sherlock Holmes con pipa y gorro de cazador con orejeras.
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Relatos I (Akal, 2022), p. 48 |
No obstante, Jesús Urceloy, pese a que se muestra muy marisabidillo y parlanchín, tampoco está exento de yerros y cabezadas. Por ejemplo, en su nota 13 sobre “La Liga de los Pelirrojos” dice que “Ocurre desde el sábado hasta el domingo 30 de octubre de 1887”; pero la nota que el prestamista Jabez Wilson leyó hace exactamente dos meses, dice y la exhibe ante Holmes y Watson, data del 27 de abril de 1890 y del 9 de octubre de 1890 el anuncio de la disolución de tal Liga. Y en su nota 15 sobre “El carbunclo azul” (The Blue Carbuncle, 1892) dice que “Ocurre todo el martes 21 de diciembre de 1887.” Pero al inicio del cuento data Watson: “Dos días después de la Navidad [o sea: el 27 de diciembre], pasé a visitar a mi amigo Sherlock Holmes con la intención de transmitirle las felicitaciones propias de la época.” A lo que se añade el relevante hecho de que el robo del carbunclo azul ocurrió Exactamente, el 22 de diciembre, hace cinco días, dice Holmes, quien refrenda ese día en la nota periodística que lee a continuación frente a Watson y al recadero Peterson. Y más aún: según apunta Klinger en su nota 21: diciembre de 1889 (no de 1887) es la fecha generalmente admitida como correcta para “El carbunclo azul”. Lo cual coincide con lo que Molina apunta en su nota 1, correspondiente a ese relato, que se lee en Las aventuras de Sherlock Holmes (Valdemar, 2002) y en Sherlock Holmes. Cuentos completos. Vol. I (Valdemar, 2020): “la mayoría de cronologistas coincide que debió ser el año 1889”.
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Relatos I (Akal, 2022), p.70 |
Otro ejemplo, entre otros, es el hecho de que en su útil y postrera “Relación completa [que no lo es] de personajes aparecidos en todas las aventuras de Sherlock Holmes”, Urceloy apunta que Athelney Jones, inspector de policía de Scotland Yard, aparece en El signo de los cuatro y en “La liga de los pelirrojos”. Pero si bien el inspector Athelney Jones en esa novela (cuyo presente se sucede en septiembre de 1888) intenta resolver, con torpeza y en un tris, el misterio de un asesinato de cuarto cerrado (y el robo de un cofre), el policía que en el cuento participa en la nocturna emboscada y detención del ratero John Clay y su cómplice pelirrojo, no es el inspector Athelney Jones, sino el agente Peter Jones, pese a que comparta la irónica perspectiva que el inspector tiene de Holmes (quizá se la oyó y la repite) y a que esté enterado del asunto del asesinato de los Sholto y del tesoro de Agra, meollos que se narran en El signo de los cuatro. No obstante, en sus dichos en corto al doctor Watson, Holmes minimiza al par de Jones y los hace papilla de camote de Puebla con su trituradora verbal y con sus exitosas indagatorias de sabueso rastreador y raciocinador cinco estrellas; clisé que inicia, y se luce, en Estudio en escarlata con Lestrade y Tobias Gregson, flamantes inspectores de Scotland Yard que acuden, motu proprio y por separado, al interior de Baker Street 221B en busca de la consulta y el auxilio del agudo y singular detective Sherlock Holmes; pero en el fondo (y tras las bambalinas periodísticas y los reconocimientos y los laureles mediáticos que a sí mismos se otorgan) para que les resuelva el caso, dado que no dan pie con bola.
VII de XV
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Arthur Conan Doyle |
Expuesto lo anterior, casi resulta tautológico decir que el acceso al auténtico canon sherlockiano tendría, o tiene que hacerse, en el idioma de Shakespeare (quizá a través de una reconocida edición anotada o de varias) y que su azarosa lectura en el idioma de Cervantes, a través de las numerosas versiones de nunca acabar y sus infalibles variantes, arbitrariedades, erratas, errores, omisiones y antagonismos, sólo plantean un acercamiento, una evanescente o cambiante idea de la obra original, casi de inestable puzle, ya sea a través de versiones sin prefacios ni comentarios, o de las ediciones críticas y anotadas que, por sus yerros y mediocres descuidos, no pueden ser ni canónicas ni definitivas. Más aún cuando, por ejemplo, Klinger —sabelotodo, gurú y sacerdotiso del “juego” (que postula que Holmes y Watson existieron en realidad y que éste tenía una connivencia editorial con el narrador y dramaturgo sir Arthur Conan Doyle)—, curándose en salud y lavándose las manos apunta en su “Prefacio” a Las novelas: “Ésta no es una obra dirigida al estudiante serio de Arthur Conan Doyle.” Ya lo dijo Borges en “Sherlock Holmes” (su citado poema de senectud): Inmediato o cercano/ lo rigen los vaivenes de variables lectores.
VIII de XV
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(Madrid, Akal, 2009) |
En la página 2 de Sherlock Holmes anotado. Las novelas —volumen editado en Madrid, en 2009, por Akal—, se observa una reproducción, en blanco y negro, de la portada del anuario Beeton’s Christmas-Annual de noviembre de 1887, donde se publicó por primera vez la novela A Study in Scarlet. En ella se lee el crédito de la editora Ward, Lock & Co. y que tenía presencia en Londres, Nueva York y Melbourne. No obstante, a modo de preludio de las mil y una erratas que plagan el volumen, Klinger, en su contigua nota 1, apunta: “Estudio en escarlata fue publicado [sic] en el Beaton’s [sic] Annual de 1887 junto con (dos obras de teatro: Food for Powder de R. Andre y The Four-Leaved Shamrock de C.J Hamilton. La primera edición en formato de libro fue publicada por Ward, Lock & Co. en julio de 1888 [...]” No obstante, en la página xxvii de la “Introducción” del citado volumen Sherlock Holmes. Relatos I. Edición anotada —cuya primera edición de Akal data de 2010— el mismo Klinger se contradice y yerra, luego de citar la primera edición de A Study in Scarlet, en 1887, en el susodicho anuario: “La historia fue publicada en una edición independiente [cursivas del reseñista] en 1888 ilustrada por el padre de Conan Doyle, Carles Doyle.”
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Las novelas (Akal, 2009), p. 2 |
Y si no bastara uno o dos frijolillos saltarines al inicio de la sopa de letras, en el pie de imagen de esa portada del anuario exhibida en la página 2 de Las novelas —donde en la icónica estampa se ve a Holmes de espaldas y a medio levantarse de su silla hacia la flama de una lámpara colgante y frente a una doméstica mesa de laboratorio (remember que antes de ocupar las habitaciones de Baker Street 221B, Holmes le dice a Watson: “Suelo trastear con sustancias químicas y de vez en cuando realizo algún experimento”)— se afirma que es de “Autor desconocido”. Quizá; pero tal vez la hizo el británico David Henry Friston (1820-1906), el ilustrador de esa edición prínceps en Beeton’s Christmas-Annual, con cuyas tres estampas en las que figuran sus siglas: DHF, más otra sin éstas, Penguin Random House publicó en España, en abril de 2017 y en la serie Penguin Clásicos, una Edición conmemorativa del 125 aniversario. En una de esas tres con las siglas DHF (p. 46) se ve el perfil del rostro de Holmes; está de pie, con sombrero y enfundado en una gabardina con capa sobre los hombros, observando a través de una lupa la palabra “RACHE” (venganza en alemán) rotulada en el muro; por ende el pie reza: “Examinó con su lupa la palabra escrita en la pared, revisando cada una de las letras con minuciosa exactitud.”
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Estudio en escarlata (Penguin, 9a ed., 2023), p. 46 |
Y en otra, agachado (p. 41), Holmes palpa el cadáver tirado en la duela; por ende el pie dice: “Mientras hablaba, sus ágiles dedos volaban aquí y allá y a todas partes.”
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Estudio en escarlata (Penguin, 9a ed., 2023), p. 41 |
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Las novelas (Akal, 2009), p. 135 |
Y el pie de la estampa que carece siglas (p. 98) dice de los mormones: “Uno de ellos cogió a la niña y se la subió a los hombros.” Tal imagen también se reproduce en la página 135 de Las novelas, en cuyo pie se lee: “Uno de ellos levantó a la niña y la sentó sombre su hombro. W.M.R, Quick (probablemente, Quick fuera el grabador, y D.H. Friston, el artista), Beeton’s Christmas Annual, 1887.”
Obsérvese, entre paréntesis y
para contrastar y acrecentar las contradicciones y los interrogantes, que Juan
Antonio Molina Foix apunta en la página 23 de su “Introducción” a Estudio en escarlata (Valdemar, 2000):
“La novelita fue publicada en noviembre de 1887 en el anuario navideño Beeton’s Christmas Annual de Ward, Lock
& Co [sic] (con tres
ilustraciones de D.H. Friston y una de W.M. Hyde) y en julio del año siguiente
en forma de libro por la misma firma inglesa (con ilustraciones de Charles
Doyle, padre del autor).”
Véase, además, que en la edición de Penguin de Estudio en escarlata las siglas de DHF son legibles en las tres estampas de
Friston (p. 41, 46 y 121); pero en la edición de Akal únicamente son legibles
en una: la que se halla en la página 58, cuyo pie reza: “Mientras hablaba
[Holmes], sus ágiles dedos volaban por todos lados. D.H. Friston, Beeton’s Christmas Annual, 1887.” En las
otras dos estampas de Friston (p. 63 y 163), dadas las deficiencias en la reproducción,
no se leen las siglas y sólo se acredita la autoría en los pies que las
acompañan, cuyas líneas en español, relativas al episodio narrativo que
ilustran, son traducciones del inglés de la edición prínceps.
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Las novelas (Akal, 2009), p. 2 |
Luego, en la siguiente página 4 del volumen Las novelas, donde Klinger continúa su larga nota 1, se ve, se dice, una reproducción (muy deficiente) de la portada de la primera edición del libro A Study in Scarlet; en ella se acredita a la editorial Ward, Lock & Co., con presencia en Londres y Nueva York; y en el pie, en español, sin prescindir de la infalible y chambona errata (falta la coma después de Ward), se apunta el año: 1888. Pero lo que Klinger omite en su larga nota 1, y en ese pie de imagen, es que la primera edición británica en formato de libro se hizo con las seis estampas del citado Charles Doyle, el padre del polígrafo Arthur Conan Doyle, quien era dibujante, ilustrador, acuarelista, gris burócrata, pobretón, epiléptico y borrachín. No obstante, diseminadas entre las imágenes que ilustran la parte correspondiente a Estudio en escarlata, en el volumen Las novelas se reproducen esos seis dibujos de 1888, en cuyos pies faltan las comas después de Ward (páginas 56, 87, 99, 132, 159 y 190). Y si bien no fueron ni son de calidad gráfica superlativa, tienen un valor documental, histórico y anecdótico.
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Relatos I (Akal, 2022), p. 105 |
Obsérvese, en torno a esas primeras estampas, que la imagen del detective Sherlock Holmes que perdura y pulula en el imaginario colectivo de la aldea global hasta estas alturas del siglo XXI (con su pipa, gorra de cazador con orejeras, macferlán con capa sobre los hombros, nariz aguileña y lupa) —parafraseada y recreada sin cesar por generaciones de ilustradores y creadores teatrales, cinematográficos y televisivos de todos los lugares y tiempos— deviene de las estampas de Sidney Paget (1860-1908), creadas ex profeso para la progresiva publicación de los relatos en la revista londinense The Strand Magazine —según rezan los expertos: la espigada figura de su hermano el ilustrador Walter Paget (1862-1935) le sirvió de modelo para Holmes—, visibles ahora en The Arthur Conan Doyle Enciclopedia, sitio web dispuesto para su libre consulta en casi toda la aldea global. En su “Introducción” a El sabueso de los Baskerville (Cátedra, 2017), Julián Díez dice que Paget “ilustró treinta y ocho de los cuentos de Holmes en las páginas de The Strand. El famoso gorro [con orejeras] se muestra por primera vez en ‘El misterio del valle de Boscombe’ (1891), la sexta de las aventuras holmesianas. [Y vuelve a aparecer hasta Estrella de Plata (Silver Blaze, 1892).] La pipa curva fue una aportación del actor William Gillette (1853-1937), que interpretó al personaje en el teatro a comienzos del siglo. En las historias, Holmes cambia de pipa dependiendo de su estado de humor. [No obstante, en varias fuma cigarros y no pipa.] Este tipo concreto fue escogido por Gillette porque le permitía declamar y ser escuchado de forma más clara”.
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William Gillette |
IX de XV
El libro Las aventuras de
Sherlock Holmes (The Adventures of
Sherlock Holmes) —dice Klinger en Relatos
I sobre su publicación en Londres— fue “Recopilado y editado por primera
vez por George Newnes, Limited, el 14 de octubre de 1892, con una tirada de
10.000 copias. Contenía 104 ilustraciones de Sidney Paget. La primera edición
norteamericana fue publicada al día siguiente por Harper & Brothers de
Nueva York (4.500 copias).” Las memorias
de Sherlock Holmes (The Memoirs of
Sherlock Holmes), dice, fue “Recopilado y editado por primera vez (sin
incluir ‘La caja de cartón’) por George Newnes, Limited, como volumen tres de The Strand Library, el 13 de diciembre
de 1893, con una tirada de 10.000 copias. Contenía 90 ilustraciones de Sidney
Paget. La primera edición norteamericana fue publicada el 2 de febrero de 1894
por Harper & Brothers de Nueva York e incluía ‘La caja de cartón’.”
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(Barcelona, Penguin, 10a ed., 2023) |
De ahí que las legendarias y germinales estampas de Sidney Paget se reproduzcan con pies (pequeñas y a veces algo oscuras) en el par de libros de Doyle, traducidos al español por Esther Tusquets (de una tácita edición, quizá norteamericana y no británica), editados en Barcelona por Penguin Random House, cuyo cintillo, trazado en la parte inferior de las tapas en cartoné, pregona: Con las ilustraciones originales de Sidney Paget. Así, Las aventuras de Sherlock Holmes (Penguin, 2017) compila doce cuentos; cuya estampa de la tapa se ve en la página 174 dentro del relato “El hombre del labio torcido” (1891); en ella, Holmes de perfil, ataviado con lo que parece un amplio abrigo (debería ser un batín azul) y sentado sobre cojines, medita toda la noche sin dormir y fuma pipa y por ello, Watson, que ha dormido frente a él, dice en el pie: “La pipa seguía entre sus labios”. Y en el cuarto lugar del libro se lee “El misterio de Boscombe Valley” (1891) con diez estampas; en tres de ellas Holmes aparece, por primera vez en la historia —rezan los expertos—, con su icónico gorro de cazador con orejeras.
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(Barcelona, Penguin, 2a ed., 2023) |
Y Las memorias de Sherlock Holmes (Penguin, 2013) reúne once relatos; en la estampa de la tapa el doctor y el detective dialogan en el compartimiento de un ferrocarril (él va con su gorro de cazador y Watson con bombín); es la primera de las nueve ilustraciones del cuento Estrella de Plata (1892) y se ve en la página 14 con un pie donde Watson dice: “Me resumía los acontecimientos que habían motivado nuestro viaje”. Esther Tusquets no tituló el cuento: Estrella de Plata, como suelen hacerlo otros traductores, sino Silver Blaze, el título del cuento en inglés y el nombre del codiciado caballo de carreras, ilustrado por Paget, al final, dentro de un semicírculo donde rotuló sus siglas SP y el apelativo del corcel.
Pero lo que descuella y chirría
en esa edición de Penguin que hace hincapié en las ilustraciones originales de Sidney Paget es la ausencia de “La caja
de cartón” (The Cardboard Box, 1893),
cuento del canon, presente en otras
ediciones de Las memorias; por
ejemplo, en el tomo Relatos I
editado por Akal con diez ilustraciones; ocho de ellas son reproducciones de
las ocho estampas de Sidney Paget publicadas con el cuento en The Strand Magazine en enero de 1893; en
la edición que Valdemar publicó en mayo de 2004 con “Prólogo, traducción y notas”
de Molina Foix; cuyo “Álbum de ilustraciones” sólo muestra una estampa de Paget
de “La caja de cartón”: donde se ve que el camarero Jim Browner está a punto de
golpear, con un pesado bastón de roble,
al marinero Alec Fairbairn, quien paseaba, remando un bote, con Mary Cushing,
esposa del camarero. Y, desde luego, “La caja de cartón” se lee en el sonoro y
alegre volumen Todo Sherlock Holmes
editado por Cátedra, en cuya nota 25 Urceloy apunta: “Publicado originalmente
en la revista The Strand Magazine, en
su número de enero de 1893. Pertenece al libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd., 1894,
y fue reeditado en el libro El último
saludo de Sherlock Holmes, Londres, John Murray, 1917.” Pero Klinger, además
contradecirlo y contradecirse en la datación de la primera edición
londinense de Las memorias citada
líneas arriba (en la página 385 dice que se editó en Londres “el 13 de
diciembre de 1893”), repite y apunta más datos en su nota 1 (p. 422):
“‘La caja de cartón’ apareció en la Strand Magazine en enero de 1893 y en el
Harper’s Weekly (Nueva York) el 14 de
enero de 1893. La primera edición de las Memorias
de Sherlock Holmes, publicada en Londres en 1894 por George Newnes,
Limited, contenía sólo 11 ‘memorias’, excluyendo a ‘La caja de cartón’ de la
serie de 12 que se habían publicado en la Strand
Magazine. La primera edición norteamericana de las Memorias de Sherlock Holmes, publicada por Harper aquel mismo año,
contenía las 12 historias completas, sin embargo, casi inmediatamente después
apareció una ‘nueva y revisada’ edición de Harper que, como la edición
británica, omitía ‘La caja de cartón’.
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Relatos I (Akal, 2022), p. 447 |
“Las teorías sobre las extrañas circunstancias de publicación de esta historia, son, como mucho, meras especulaciones. Arthur Bartlett Maurice, en un artículo titulado ‘Sherlock Holmes and His Creator’ (Collier’s, 15 de agosto de 1908) deduce que la historia, al ocuparse de un ‘asunto amoroso ilícito’, llevó a un cauto Doyle a retirar el relato cuando preparó la recopilación para ser publicada. [En su nota preliminar, Klinger afirma que Artur Conan Doyle lo retiró de las primeras ediciones de las Memorias juzgándolo inapropiado para los lectores más jóvenes.] El eminente librero David Randall, en su Catalogue of Original Manuscripts, etc., concluye posteriormente que Harper, el editor norteamericano, había leído la historia en la Strand, desconocía que Doyle tuviera alguna objeción en incluir las 12 historias para su edición en libro; una vez publicado, Doyle debe de haber expresado su protesta, de ahí la rápida reedición de unas nuevas Memorias. En la actualidad, la primera edición norteamericana es considerada como muy rara. Curiosamente, ninguno de los numerosos biógrafos de Arthur Conan Doyle explica el porqué de esta autocensura, ni el propio Doyle comenta nada en sus Memorias y aventuras.”
Habría que ver, con la lupa de Sherlock Holmes,
cada pedúnculo umbelífero de ese
acervo bibliográfico. Pero Molina en la nota 41 de su prólogo a su traducción y
edición anotada de Las memorias
(Valdemar, 2004) apunta sobre la autocensura de ACD y la posterior inclusión de
“La caja de cartón” en el libro Su
último saludo (His Last Bow,
1917):
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(Madrid, Valdemar, 2a ed., 2013) |
“Algo debió ocurrir en la vida de ACD desde que este relato apareció en la Strand Magazine hasta su publicación en forma de libro. Varias fueron las excusas que alegó para su omisión: que estaba fuera de lugar en una colección destinada al público juvenil (?), que la historia era poco sólida, o que su sensacionalismo sobrepasaba sus gustos. Más tarde explicaría en una postal autógrafa, que Sotheby´s subastó en 1999 por 7.820 libras [véase The Stranded, n° 13, otoño-invierno de 1999, pág. 46], que ‘había un cierto elemento sexual en La caja de cartón y por este motivo descarté el relato cuando [Las memorias] se publicó en forma de libro. Pero como contenía una buena muestra de razonamiento deductivo, la tomé y la introduje en otro episodio [se refiere a ‘El paciente interno’ (The Resident Patient, 1893), cuento incluido en Las memorias]. Años más tarde, al ir a publicar otra colección de Sherlock Holmes [se trata de His Last Bow] y andar algo corto, acabé añadiendo La caja de cartón después de todo. Pero se me olvidó que ya había usado un pasaje del mismo’ [al inicio de ‘El paciente interno’]. La primera edición americana [de Las memorias] de Harper & Brothers (febrero de 1894) incluyó ‘La caja de cartón’, omitida en la edición inglesa y en las siguientes americanas.”
Llama la atención, además, el locuaz
y mojigato comentario del argumento que hace Urceloy en su nota 25 sobre “La
caja de cartón”:
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Relatos I (Akal, 2022), p 431 |
“Tiempos duros debieron ser aquellos para las chicas. Y para los novios de las chicas. El caso es que entró uno en casa y todas se lo rifaron con mayor o menor suerte. Tres hermanas y un galán. Luego cada cual se casó con quien pudo y alguna no olvidó. [Son tres hermanas Cushing: Susan, la mayor, soltera, chica cincuentona, canosa, templada y sensata, quien alguna vez tuvo un compromiso con el camarero que se daba a la bebida al desembarcar, compromiso que él rompió y luego se distanció y la olvidó; quien, cuando residía en Penge, hace veinte años, para proveerse de ingresos rentó habitaciones a tres estudiantes de medicina que resultaron juerguistas y desordenados. Sarah, la chica de en medio, solterona, difícil, entrometida, intrigante, rencorosa, vengativa, traicionera y sedienta por el camarero: su obscuro objeto del deseo. Y Mary, la más chiquilla: angelical, ingenua y enamoradiza, quien es la única que se casó a los 29 años (Sarah tenía 33) y lo hizo con Jim Browner: camarero de un rutinario paquebote, alcohólico, machista, inculto, cretino y patán; y ya casada se hizo amiga y amante, al parecer, del marinero Alec Fairbairn.] El amor tiene sus virtudes. El problema radica en que el incesto se nota a la primera de cambio, y hasta un tanto de homosexualidad femenina familiar, si me apuran. [Mentirota tamaño caguama repleta de pestilente pus: en el cuento no hay ningún vínculo incestuoso ni lésbico ni visos de ello.] Esto y coleccionar cachitos de persona hacen de este relato algo de lo más escandaloso. [Ningún personaje colecciona trozos de alguien como para escandalizar, santiguándose, a la anacrónica y victoriana abuelita de Batman. Lo que ocurre es que el camarero Browner —celoso, impulsivo, colérico, irracional y briago— asesina a bastonazos a su esposa Mary y a su presunto amante Alec Fairbairn; y, antes de atar los cadáveres al bote y hundirlo para que no los hallen, con un cuchillo le corta una oreja a cada uno, y dentro de una caja de cartón con sal gorda las envía por correo, de Belfast a la casa de Susan en Croydon, distrito cercano a Londres, donde supuso que aún convivía Sarah (lo hizo durante medio año y hasta hace dos meses), la verdadera destinataria del espeluznante y macabro “regalito” en clave visceral; quien ahora reside en Wallington, a una milla de distancia de Croydon; quien durante un tiempo convivió con su hermana Mary y su cuñado Jim Browner en la casa matrimonial de estos en Liverpool, donde Alec Fairbairn solía visitarla y luego al matrimonio y por último sólo a Mary; quien se largó de allí enemistada, resentida y furiosa con él —dice el asesino en su postrera declaración ante el inspector Montgomery, de la comisaría de Shadwell—, después de que él rechazara el adúltero amorío que Sarah le insinuó tocándole la mano con ardor; y a quien culpa de que Mary se haya enredado con su pretendiente Alec Fairbairn y por ende la amenazó con enviarle una de sus orejas como recuerdo si él volvía a entrar en la casa, dado que ella lo introdujo.] Y la nueva afición de Holmes por coleccionar orejas. [Holmes no colecciona orejas a lo sosias de Jack el Destripador o de Landru, el Barbazul de Gambais, o del Carnicero de Kingsbury Run. Lo que le dice a Watson, ya de regreso en Baker Street 221B, es que en el Antropological Journal del año anterior puede leer dos monografías, escritas por él, sobre la anatomía de las orejas, que para él equivalen a las huellas digitales (se trata de un cuento fantástico, ¿o no?, de ahí la humorística falacia), pues le dice: Como médico, usted es consciente de que no hay parte del cuerpo que varíe más de un individuo a otro que la oreja humana. Cada oreja es, por lo general, única y diferente al resto de orejas. De ahí que el atento examen del par de orejas enviadas de manera anónima en la caja de cartón —comparadas con la oreja de la familia que observa en el perfil de Susan Cushing y en otras que ve en las fotos familiares que mira (y analiza para sí) en la casa de ésta—, incide en sus conjeturas y deducciones detectivescas para ubicar y atrapar al asesino a través de la mediación de Lestrade, el inspector de Scotland Yard que al inicio del meollo del cuento solicita por escrito la colaboración de Holmes para resolver el caso. Aunque carece de capacidad de razonamiento, una vez que ha comprendido lo que tiene que hacer, es tenaz como un bulldog, dice del policía el sarcástico y puntilloso Holmes.] Lo retiraron de la primera edición y tuvo que pasar mucho tiempo para verse de nuevo publicado [...]
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Las memorias (Valdemar, 2a ed., 2013), p. 35 |
“Destacan tres cositas y una deducción personal. Primero, el estado lamentable de las cuentas de Watson, que es un derrochador y, cuando nadie lo ve, debe ser un juerguista de órdago. Ya le pasó antes. [Nada de esto se lee ni se transluce en el cuento; que no parece suceder entre el 31 de agosto y el 2 de septiembre de 1889, como apunta Urceloy en su nota 25, sino en agosto de unos años antes o quizá de 1881, puesto que en enero de ese año —se narra en Estudio en escarlata— el detective y el doctor empezaron a convivir en las habitaciones de Baker Street 221B con tal de ir a medias con el alquiler, dado los magros recursos de cada uno.] Segundo, la afición desmedida que Holmes siente por Poe. [En la versión de María Engracia Pujals que se lee en Todo Sherlock Holmes (p. 894) el detective le dice a Watson: ‘Recordará usted —dijo— que hace algún tiempo, que cuando le leí aquel pasaje del cuento de Poe en el que un razonador muy hábil sigue los pensamientos de su acompañante sin que este haya dicho nada, usted consideró que todo el asunto como un mero tour de force del autor. Y cuando yo le dije que tenía por costumbre hacer lo mismo en todo momento, usted se mostró incrédulo.’ Y se lo dice, y luego discurre con Watson sobre ello, para persuadirlo de que leyó sus pensamientos sin que el doctor hablara. Lo cual no implica una afición desmedida por Poe, pero sí el influjo de éste en Doyle (y por ende en Holmes) con la tributaria y obvia alusión al canónico y seminal cuento ‘Los crímenes de la Rue Morgue’ (1841).] Y tercero, esa prodigiosa reflexión moral que Holmes suelta en el último párrafo. Para leer muchas veces o ninguna, que hace pupa. [Según el legañoso cristal con que se mira.]
“La deducción consiste en que
Mary Morstan debe ser una mujer mujer, de las que aúpa, ya que Watson se tira
las tardes en casa de Holmes y no en la suya. Los pequeños avatares del
enamoradizo de Watson.”
Este último párrafo es un pelo de la burra en la mano o sea: un botón de muestra más y
ejemplo fehaciente de las divagaciones especulativas e imaginarias en que
incurre Urceloy, quien quita y pone de su cosecha en sus notas y comentarios. Allá
el lector, lectora o lectore si se
las traga por completo o si muestra la campanilla a quijada batiente.
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Las memorias (Anaya, 1a ed., 1988), p. 183 |
Vale subrayar que también descuella que Urceloy, en su nota 25 sobre “La caja de cartón” (189
En este sentido, con la
traducción de Lucía Márquez de la Plata en Relatos
I, Watson narra en la página 609:
“No estoy seguro de la fecha
exacta, puesto que se han extraviado algunos memorandos sobre el asunto, pero
debía ser al final del primer año durante el cual Holmes y yo compartíamos
habitaciones en Baker Street. El clima estaba revuelto, como suele ocurrir en
octubre, y nos quedamos en casa todo el día; yo porque temía enfrentarme al
cortante viento otoñal, dada mi debilitada salud, mientras él se encontraba
sumido en alguna de aquellas complicadas investigaciones químicas que le
absorbían completamente cuando se dedicaba a ellas. Sin embargo, al caer la
noche, la rotura de un tubo de ensayo puso prematuro punto final a sus
investigaciones y saltó de su silla con una exclamación de impaciencia y ceño
fruncido.
“—Un día de trabajo perdido,
Watson —dijo dando grandes zancadas hacia la ventana—. ¡Ja! Han salido las
estrellas y ha disminuido el viento. ¿Qué le parece si damos un paseo por
Londres?”
Estos dos fragmentos —que no
figuran en la versión de María Engracia Pujals que se lee en Todo Sherlock Holmes—, descuellan aún
más porque Jesús Urceloy apunta en su nota 5 sobre “El paciente residente”,
obviamente con una buena dosis de desacierto:
“Ocurre el viernes 6 y el sábado 7 de octubre de
1886 [sic]. Holmes tiene 32 años y
Watson 39.
“Publicado originalmente en The Strand Magazine, en su número de
agosto de 1893. Formó posteriormente parte del libro Las memorias de Sherlock Holmes, Londres, George Newnes, Ltd.,
1894”
Y más aún porque en la página
207 del volumen de Cátedra, donde inicia “El paciente residente” —después del
primer párrafo y sin ninguna nota al pie (o a
posteriori) que explique el antagonismo, la incoherencia, la amnésica y por
ende las absurdas y burdas repeticiones de sastre remendón—, Watson dice (o
sea: primero el remendón ubica la anécdota en un día de octubre y enseguida en un día de agosto, que es el tempo de
alta temperatura que predomina en tal versión):
“Había sido un día de octubre [sic] cerrado y lluvioso.
“—¡Qué día más poco saludable, Watson! —dijo
mi amigo—. Pero la tarde ha traído algo de brisa. ¿Le apetecería salir a dar la
vuelta por Londres?
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Relatos I (Akal, 2022), p. 423 |
“Había sido un día de agosto pesado y lluvioso. Teníamos las persianas entornadas y Holmes estaba tumbado en el sofá leyendo y releyendo una carta que le había llegado en el correo de la mañana. En lo que a mí se refería, la temporada que había pasado sirviendo en la India me había preparado para aguantar el calor mejor que el frío y podía soportar sin agobiarme los 32° de temperatura que marcaba el termómetro. Pero el periódico carecía de todo interés. Las sesiones del Parlamento se habían suspendido; todo el mundo se había ido de la ciudad y yo suspiraba por encontrarme en los bosques del New Forest o en las playas de guijarros de Southsea. La situación de mi cuenta bancaria me había obligado a dejar mis vacaciones para mejor ocasión [...]”
Y en
la página 210, al final del insertado y retocado episodio (y perorata culterana)
sobre la lectura del pensamiento,
Watson, muy impresionado por las virtudes asociativas, intelectuales y
deductivas de su amigo detective, apunta que dice ¡y repite! Holmes lo
de salir a dar la vuelta por Londres. Es
decir, por lógica elemental, Watson, la coherencia y el seguimiento narrativo
de tal versión implica que aquí es el momento del caluroso día de agosto en que el detective formula la invitación de salir y
pasear por Londres y por ende no tendría por qué repetir la invitación del ventoso
y frío día de octubre que se lee en
la página 207:
“—Era totalmente superficial, querido Watson, se lo aseguro. De no haber
mostrado usted el otro día cierta incredulidad, no me hubiera entrometido. Pero
la tarde ha traído algo de brisa. ¿Le apetecería salir a dar una vuelta por
Londres?”
Véase
que sobre ese paseíto por la ciudad
que enseguida hacen el doctor y el detective la noche de ese caluroso día de agosto pesado y lluvioso, Watson narra a continuación en la misma página 210 de la versión de
Cátedra:
“Yo
estaba harto de nuestro pequeño cuarto de estar y consentí encantado. Estuvimos
vagando durante tres horas viendo el siempre cambiante calidoscopio de la vida
tal como fluye y refluye por Fleet Street y el Strand. La característica charla
de Holmes, con su profunda observación de los detalles y su sutil poder de
deducción, me mantenía divertido y cautivado.
“Dieron
las diez de la noche antes de que estuviéramos de vuelta en Baker Street. Una
berlina esperaba en la puerta.”
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(Penguin, 2a ed., 2023), p 195 |
Este par de fragmentos figuran, también, en la susodicha edición de Penguin (con las variantes de la coherente traducción de Esther Tusquets, quien titula al cuento “El paciente interno”) compaginados con la estampa de Sidney Paget en la que Holmes y Watson caminan en la calle muy abrigados (p. 195), pese a que se supone que en esa versión también es la noche de un caluroso y lluvioso día de agosto. El antagonismo entre el texto y la imagen se explica porque Paget hizo la ilustración para la primicia del cuento en la Strand Magazine. De ahí que en la versión que se lee en Relatos I, Watson sea congruente con el revuelto día de octubre en que la mayor del tiempo permanecieron resguardados en Baker Street, temiendo él enfrentarse al viento otoñal, dada su debilitada salud. Así que cuando Holmes le pregunta: “¿Qué le parece si damos un paseo por Londres?”, Watson narra en la página 609:
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(Valdemar, 2a ed., 2013), p. 41 |
“Estaba cansado de nuestra sala de estar y asentí con agrado, mientras me protegía del frío aire nocturno con una bufanda subida hasta la nariz. Paseamos juntos durante tres horas, observando el siempre cambiante caleidoscopio de la vida fluyendo arriba y abajo como la marea por Fleet Street y el Strand. Holmes se había desecho de su malhumor temporal, y su habitual conversación, con sus agudos comentarios sobre los detalles y su sutil capacidad deductiva, me divertía y fascinaba. Dieron las diez de la noche antes de que regresásemos a Baker Street. Una berlina esperaba en nuestra puerta.”
Nota: continuará en Estudio en escarlata (2 de 2)