Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Narrativa. Mostrar todas las entradas

martes, 13 de septiembre de 2016

Dos veces única (1 de 2)

  Y Prieta Mula por siempre

I de VII
En la copiosa y polifacética obra de Elena Poniatowska (París, mayo 19 de 1939), pese al sucesivo reconocimiento de que es objeto por tirios y troyanos, abundan los lapsus y los yerros, y ejemplo de ello es el sonado y polémico caso del poema apócrifo atribuido a Jorge Luis Borges en “Un agnóstico que habla de Dios” —su texto incluido por Miguel Capistrán en la “Nueva edición” de la antología Borges y México (Lumen, 2012)—, los que se leen en el texto y en la iconografía de Octavio Paz. Las palabras del árbol (Plaza & Janés, 1998), en sus esbozos biográficos recogidos en La siete cabritas (Era, 2000) y en sus novelas Tinísima (Era, 1993) y Leonora (Seix Barral, 2011). En sentido, Dos veces única (Seix Barral, 2015), novela sobre la vida de Lupe Marín (1895-1983), no es la excepción.
En la foto: Diego Rivera y Lupe Marín con
su primera hija en la casa de Mixcalco 12
(México, c. 1925)

(Seix Barral, 1ª ed. mexicana, septiembre de 2015)
  En Dos veces única, Elena Poniatowska no optó por una novela exhaustiva, analítica y biográfica en sentido estricto; es decir, por una obra donde con hilo sutil y de manera inextricable se entretejiera la hipótesis, la conjetura, la anécdota y la imaginación literaria con los datos fehacientes e históricos, cuyo basamento y argamasa implica la consabida investigación preliminar y la ineludible consulta documental, bibliográfica y hemerográfica. Desde luego que la narradora hizo sus parciales indagaciones, lo cual refleja en su prefacio, en la postrera lista de entrevistados, en la bibliografía y en las citas y transcripciones insertadas en el cuerpo de la obra. No obstante, su opción narrativa —fragmentaria, esquemática, desparpajada, dicharachera, lúdica y arbitraria— presupone toda la libertad que se permitió para construir la personalidad o el perfil de sus protagonistas, para hacerlos hablar, dialogar y actuar, y para manipular a su antojo y como le venga en gana el tiempo y la cronología, las consabidas leyendas que pululan sobre los personajes y los consabidos episodios de la historia de la cultura y de la política del siglo XX mexicano, más los datos documentales y bibliográficos.

Elena Poniatowska coronada Reina de la Intelectualidá
por Eugenia León y Jesusa Rodríguez
  Ilustrada con viñetas de Carmen Irene Gutiérrez Romero, Dos veces única está dividida en 50 capítulos numerados y con rótulos. Parte del escenario del México de los años 20 en que Lupe Marín surge como modelo y esposa por la iglesia de Diego Rivera (1886-1957) y luego musa y esposa por lo civil de Jorge Cuesta (1903-1942), sin dejar de aludir el núcleo familiar del que provenía y el pueblo del estado de Jalisco donde nació (“Zapotlán el Grande el 16 de octubre de 1895”), hasta su fallecimiento en la Ciudad de México casi a los 88 años (“La mañana del 15 de septiembre de 1983”). Debe su título no sólo al obvio hecho de que fue mujer de Diego Rivera y de Jorge Cuesta (con el pintor tuvo dos hijas y con el poeta un hijo), sino también al relevante rasgo de que, según lo narrado, estuviera donde estuviera e hiciera lo que hiciera Lupe Marín se sentía “única”, y a que escribió dos “únicas” novelas con transposiciones autobiográficas y mucha mala leche (“no escribió con sangre sino con caca”, dijo alguna vez Octavio Paz de Salvador Novo); una de ellas titulada con tal apelativo: La Única (Editorial Jalisco, 1938), y la otra: Un día patrio (Editorial Jalisco, 1941), cuyo rótulo, curiosamente, prefigura el día que habría de morir 32 años después.  

   
Portada de La Única, libro escrito por Guadalupe Marín Preciado (1938),
Dibujo al carbón de Diego Rivera. La cabeza de la izquierda corresponde
a la autora y la de la derecha a su hermana Isabel 
 [más bien es al revés].
En la cabeza seccionada de Jorge Cuesta se aprecia claramente el párpado
izquierdo más abajo que el derecho. Se aprecia también que el trazo
que corresponde al ombligo del cuerpo bicéfalo está formado por las letras
C y J, iniciales de Jorge Cuesta.

Pie de foto que se lee en la 
“Iconografía” del volumen
Jorge Cuesta. Obra reunida III (FCE, 2007), editado por
Jesús R. Martínez Malo, Víctor Peláez Cuesta y Francisco Segovia.
     
Página interior de La Única (Editorial Jalisco, 1938)
Dibujo de Diego Rivera
      Según dice Elena Poniatowska en su prólogo: “Lupe Rivera Marín leyó la versión íntegra de Dos veces única como también lo hizo Juan Coronel.” Lo cual no significa, se infiere, que aprobaran o estuvieran de acuerdo con todo lo narrado por ella ni con la ligereza y el desparpajo con que lo hace ni con los sesgos, matices y omisiones que aplica. Esto puede suponerse porque el trazo de la Lupe Marín de la novela es muy negativo (y no sólo en lo que concierne al hecho de que fue una pésima madre) y muy simplista en numerosos casos y porque algunos de los fallos en que incurre la autora se los pudieron haber enmendado. Más bien, se colige, significa que respetan su perspectiva y su libertad para narrar y cuestionar no sólo a las personas y al poder político y gubernamental, pues por ejemplo, en el “Capítulo 36/Adiós al maestro”, la auscultación crítica de Elena Poniatowska también bosqueja los arribistas y pecuniarios beneficios que implicó la militancia de Guadalupe Rivera Marín en el hegemónico, antidemocrático, corrompido, ominoso y demagógico PRI:
   
Lupe Marín y la dos hijas que tuvo con Diego Rivera:
Ruth (Chapo) y Guadalupe (Pico)
       
Diego con sus hijas Pico y Chapo
       “También Lupe Rivera se aficiona a los elogios. En la Cámara, en el Senado, la costumbre es rendirse ante el poder. Premios como el de Economía justifican todos los maltratos del pasado. Al darle México su lugar, Lupe entra al mundo de los desayunos políticos en Sanborns, las reuniones con diputados, las prebendas, las cenas y los cocteles en los que la reconocen y festejan la más nimia de sus palabras. Imposible permanecer ajena a las reverencias o los halagos. De niña, su madre la humilló tanto que ahora los premios la compensan. Ya no son suficientes los vestidos que le cose su madre, ahora en su clóset se acumulan los trajes para cada ocasión. Si el traje es azul, los zapatos son azules, la bolsa azul, las joyas de lapislázuli, la mascada en torno al cuello hace juego con el resto del atuendo. La uniformidad es la regla en la Cámara; todos dicen al unísono y las prebendas se acumulan en bonos, prestaciones; hay un Cadillac en el futuro de cada uno, la casa en las Lomas, la de los fines de semana en Cuernavaca o Tepoztlán, el club de golf, el de Industriales, la mesa reservada en el Ambassadeurs. La Cámara es una madre más amorosa de lo que fue jamás Lupe Marín, el gabinete le es tan familiar como su propia casa. ‘Lupita, dichosos los ojos’. Los presidentes de la República la abrazan, Adolfo López Mateos y Gustavo Días Ordaz la invitan a Los Pinos; ahora la valora su antiguo pretendiente, Luis Echeverría, así como los jefazos del Ejército cuajados de medallas y condecoraciones. El general [Alfonso] Corona [del Rosal] le pide consejos.
  “El embajador de Italia echa la casa por la ventana para recibirla: ‘Tu sei la Regina!’. Cuando el presidente le ofrece ser senadora —seis años en la cúspide del poder—, la que antes fue Pico o Piquitos siente que ha llegado lejos por mérito propio. Vale por sí misma, no por ser hija de Diego Rivera. Embajadora en la FAO, logra que se instaure en Roma la Oficina de la Mujer. ¿Qué diría Diego si la viera en su curul?”
Diego Rivera con sus hijas Guadalupe y Ruth
y una mujer no identificada por mí

II de VII
Guadalupe Rivera Marín y Juan Rafael Coronel Rivera figuran como coordinadores del volumen Encuentros con Diego Rivera (Siglo XXI, 1993), con cuyo auxilio —junto con otros libros, iconografías, visitas in situ y páginas de la web— pueden despejarse algunos de los yerros y falsedades en que Elena Poniatowska incurre en Dos veces única. En el “Capítulo 2/La Prieta Mula” —que es el mote con que en la obra Diego cariñosamente llama a Lupe— la voz narrativa (especie de dicharachera alter ego de la autora) cuenta que Rivera pinta el mural La Creación (1922-1923) en el Anfiteatro Bolívar de San Ildefonso porque se lo “aconseja Roberto Montenegro”, lo cual es falso, pese a que sea cierto en la verdad novelística. Según la narradora, “A Lupe, criolla de Jalisco, [Diego] la sitúa detrás de una mujer desnuda con un rostro faunesco. La cubre con un rebozo rojo.” Y nada más. No narra otra cosa sobre la notoria y relevante presencia de Lupe Marín en ese mural. Vale recordar, entonces, que en su ensayo sobre La Creación que se lee en el volumen Diego Rivera. La obra mural completa (Taschen, 2005) —pesado librote no exento de yerros y contradicciones (ídem el citado Encuentros)— Juan Rafael Coronel Rivera apunta: “Una de sus modelos para este mural fue Lupe Marín (María Guadalupe Marín Preciado), a quien conoció entre diciembre de 1921 y febrero de 1922. Ella posó para tres figuras y para todas las manos que se representan en la obra; aquellas fueron La Fuerza, El Canto y La Mujer, y Lupe posó en ese orden. Para la última figura del listado, ella es una desnuda mujer que por aquel entonces inició una relación sentimental con el pintor.” 
     
Retrato de Lupe Marín (1924),
óleo sobre tela de Diego Rivera
     
Retrato de Lupe Marín (1938),
óleo sobre tela de Diego Rivera
     
Retrato de Lupe Marín (1945),
óleo sobre tela de Juan Soriano
       Es decir, las manotas que se ven en La Creación son las manotas que a Lupe Marín la hacían “única” —y que Diego Rivera inmortalizó en dos célebres retratos al óleo (uno data de 1924 y otro de 1938) y que Juan Soriano también inmortalizó en su Retrato de Lupe Marín (1945) y en varios cuadros de la serie de Lupes abstracto-figurativas que hizo entre 1961 y 1963— y esa primigenia mujer desnuda de supuesto “rostro faunesco” también es el rostro de Lupe Marín, como primordialmente y sin ninguna duda lo es en la imagen de La Fuerza —que Raquel Tibol, en su ensayo sobre La Creación que se lee en Diego Rivera, luces y Sombras (Lumen, 2007), describe así: “ojos claros, mirando a lo lejos, las manos una encima de otra, sobre el borde del escudo y tendiendo ancho puñal de combate está La Fortaleza, su escudo es rojo carmín, bordado de bermellón, en el centro un sol de oro”. No obstante, si bien se ve, el rostro de La Danza —que baila con los brazos en alto al son del Canto y de La Música, observada por la sedente y bobalicona “mujer desnuda con un rostro faunesco”—, pese a que no posee el color verde de los ojos de Lupe, tiene un dejo ella. 

 
El rostro de Lupe Marín es el rostro de La Fortaleza,
detalle de La Creación (1922-1923),
mural a la encáustica de Diego Rivera
en el Anfiteatro Bolívar de San Ildefonso
     
Detalle de La Creación donde se aprecia a la alegoría de
La Fortaleza con el rostro de Lupe Marín
     
Detalle de La Creación donde Lupe Marín posó para
las alegorías de El Canto y La Mujer
   
La Creación (1922-1923), mural a la encáustica de Diego Rivera
Anfiteatro Bolívar de San Ildefonso
Centro Histórico de la Ciudad de México
     Vale añadir que tal especie de “ceguera” también se observa en otras minucias de Dos veces única; por ejemplo, en el “Capitulo 23/Los subrealistas”, se lee: “Mientras Lupe disfruta sus últimos días en París, Diego y Frida llegan a Detroit el 20 de abril de 1932. Edsel Ford, hijo de Henry Ford, ofrece veinte mil dólares por unos murales en el patio interior del Instituto de Arte. A los costados del panel central Rivera pinta dos mujeres gigantescas: una rubia y otra morena que llevan en sus brazos frutas y verduras del mercado de Michigan.” Pero lo cierto es que —ambas desnudas y sedentes— la rubia sólo sostiene entre sus brazos espigas de trigo y la morena sólo manzanas.
La rubia con espigas de trigo.
Detalle de La industria de Detroit (1932-1933),
fresco de Diego Rivera.
 
La morena con manzanas.
Detalle de La industria de Detroit (1932-1933),
fresco de Diego Rivera
     
Detalles de La industria de Detroit  (1932-1933),
fresco de Diego Rivera.
Instituto de Artes de Detroit, muro este.
        Y en el “Capítulo 32/El primer nieto”, donde se cuenta que “el 2 de junio de 1947” nace el primer hijo de Lupe Rivera Marín, registrado con el nombre de “Juan Pablo Gómez Rivera”, apunta la voz narrativa: 
    “Diego, indiferente a todo lo ajeno a su pintura, levanta al niño en brazos. Pronto se fastidia. Solo le gustan los niños que pinta. 
“—Si este es hijo de un Gómez Morín espero que el próximo no sea de Francisco Franco —arremete contra su hija.” 
Diego Rivera retratando a su hija Guadalupe Rivera Marín y a su nieto Juan Pablo Gómez Rivera en
Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central  (1947),
fresco en el desparecido Hotel del Prado
  Pero lo que olvida o ignora la “omnisciente” novelista es que ese mismo año de 1947, en el Hotel del Prado, Diego pintó a Lupe Marín y a las dos hijas que tuvo con ella: Lupe y Ruth (Pico y Chapo), en el extremo del lado derecho de su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central, y que su hija Lupe posó para él cargando a su nieto, el bebé Juan Pablo, ataviado con un largo ropón de niña; y que el inmortal retrato de éste en el mural le salió con una enorme cabezota y retocados rasgos aniñados y amujerados. 

   
Detalle de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947) donde se aprecia
el rostro de Lupe Marín, el rostro de Ruth Rivera Marín y el rostro de Guadalupe Rivera Marín
cargando a su hijo el bebé Juan Pablo Gómez Rivera.
       Y luego, sobre tal mural, en el “Capítulo 35/El último autorretrato”, después de que el pintor, según la narradora, regresa de la URSS (donde se trató el cáncer en la próstata), dizque “a los setenta y un años” —que en rigor debió cumplir el 8 de diciembre de 1957, pero murió el 24 de noviembre de ese año—, quesque “Lo primero que hace Diego al regresar de la Unión Soviética es eliminar la frase del Nigromante en su mural del Hotel del Prado: ‘Dios no existe’. En su lugar escribe ‘Constitución de 1917’.” El cambio 
—precisa Raquel Tibol en su citado libro— en realidad ocurrió “el 15 de abril de 1956” después de permanecer “oculto durante ocho años”; y lo más relevante y trascendente del cambio: la frase que Diego escribió para sustituir el “Dios no existe” no fue “Constitución de 1917” (lo cual sería incongruente y absurdo), sino “Conferencia en la Academia de Letrán el año de 1836”, tal y como se puede ver y leer en el Museo Mural Diego Rivera; histórico acto registrado por periodistas y fotorreporteros que estuvieron presentes, entre ellos Héctor García, de quien en la página 261 de Pata de perro. Biografía de Héctor García (CONACULTA, 2007), volumen de Norma Inés Rivera, se aprecia una foto, con su correspondiente pie, que lo testimonia; y en la página 495 del citado librote Diego Rivera. La obra mural completa se ve otra imagen del mismo fotógrafo y en la página 494 una foto a color del detalle del mural donde, bajo la imagen tutelar de Benito Juárez (1806-1872), se observa al maduro pensador liberal Ignacio Ramírez (1818-1879), quien firmaba sus artículos periodísticos con el pseudónimo de El Nigromante, sosteniendo el pergamino donde se lee: “Conferencia en la Academia de Letrán el año de 1836”; leyenda que remite al hecho histórico de que siendo un joven estudiante de la Academia Literaria de San Juan de Letrán pronunció un discurso que causó revuelo (sobre todo entre católicos y conservadores) al declarar: “No hay Dios; los seres humanos se sostienen por sí mismos.” 
     
Detalle de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947) donde El Nigromante
sostiene el pergamino que reza: 
“Conferencia en la Academia de Letrán el año de 1836”,
sitio donde originalmente Diego Rivera escribió la revulsiva frase para

los católicos y la intolerante derecha:“Dios no existe”.
     
Detalle de Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947) donde
se aprecia al pensador liberal Ignacio Ramírez (1818-1879)
bajo la imagen tutelar de Benito Juárez (1806-1872)
      Pero el caso es que en la novela, luego del regreso de Moscú en 1956, dizque “a los setenta y un años”, y de haber dizque cambiado la mentada frase del Nigromante por “Constitución de 1917”, “Lola Olmedo lo invita a Acapulco”, pues “Alega que vivir al nivel del mar le hará bien”; y dizque “Allá pinta, en 1954, su último autorretrato: un Diego enflaquecido que sostiene con una mano la paleta y con la otra su corazón, la tristeza dibujada en su rostro.” ¡En 1954! O sea, que Diego Rivera, acompañado de la galerista Emma Hurtado, su última y tercera esposa desde el 29 de julio de 1955, no sólo en 1956 regresó de Moscú a la Ciudad de México y luego, convaleciente, viajó a Acapulco, sino que viajó a dos años antes, a 1954, para pintar “su último autorretrato”. ¡Recontra viaje al pasado! Sin duda a través de la máquina del tiempo. ¡Ciencia ficción pura!

Diego Rivera y Emma Hurtado en el hospital de Moscú
Invierno de 1955-1956

III de VII 
Según dice Elena Poniatowska en su prólogo: “tanto Dos veces única como Leonora o Tinísima pueden ser el punto de arranque para que un verdadero biógrafo rescate la vida y obra de personajes fundamentales en la historia y en la literatura de México.” Quizá. Pero lo cierto es que en Dos veces única abundan las nimiedades parecidas a las expuestas y numerosas aseveraciones erradas y pasajes controvertidos que por igual implican e incitan el desacuerdo, la consulta y la polémica. Por ejemplo, pese a que los estridentistas (1921-1927) nunca conformaron una brigada vasconcelista ni se integraron a las misiones culturales de José Vasconcelos, secretario de Educación Pública entre el 1º de octubre de 1921 y el 27 de julio de 1924, en el “Capítulo 6/La italiana”, se lee: “En las misiones culturales Luis Quintanilla, el grabador Leopoldo Méndez y el autor de El café de nadie [Ediciones de Horizonte, 1926], Arqueles Vela, Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide y Fermín Revueltas se convirtieron en educadores y ordenan la vida de los demás antes que la suya. Primero son los niños sin escuela y luego los campesinos de calzón de manta los que observan al bellísimo Leopoldo trazar las letras del alfabeto sobre un pizarrón o sobre la arena de la playa o sobre un muro en la calle o sobre un grano de arroz. Para complacerlos, Méndez dibuja a cada uno de sus espectadores y arranca las hojas de su cuaderno: ‘Toma, toma, toma tú, toma, ándale’ y les regala el único retrato que tendrán en la vida. Al despedirse insiste en repetir: ‘Ustedes son la semilla de nuestro continente’.”
Los estridentistas en Xalapa (c. 1926):
Ramón Alva de la Canal, Germán List Arzubide, Manuel Maples Arce,
Arqueles Vela y Leopoldo Méndez.
          Otro ejemplo de añadido de su cosecha se lee en el “Capitulo 23/Los subrealistas”, cuando en el supuesto abril de 1932, ya separada de Jorge Cuesta y recuperada de un trastorno corporal y psicológico, Lupe Marín está en París, porque Rivera le paga el viaje, y se hospeda en el “Hotel de Suez en el Boulevard Saint Michel, donde solía hospedarse Diego” —dice el Ilya Ehrenburg de la novela—; pero el que se hospedó allí, entre mediados de junio y mediados de agosto de 1928, fue el Jorge Cuesta de la vida real. Guiada por el guatemalteco Luis Cardoza y Aragón —quien no deja de galantearla y en tratar de ligar un acostón con ella—, Lupe Marín le pide que la lleve a “conocer a Marika, la hija de Diego, para ver si de veras se parece tanto a él como cuentan”. (La muy morbosa también quiso ver el sitio en la Catedral de Notre Dame donde el 11 de febrero de 1931 se suicidó Antonieta Rivas Mercado con la pistola de José Vasconcelos). 

     
Antonieta Rivas Mercado
(1900-1931)
Foto: Tina Modotti
      Según dice la voz narrativa: “En la casa casi vacía la joven Marika, de dieciocho años y mirada triste, saluda con gracia. Es alta, de cabello oscuro”. Tras examinarla, Lupe confirma: “No hay duda, te pareces a Diego más que nadie que haya visto jamás.” Pero en la vida real —y es de sobra consabido—, Marika, la hija que Diego Rivera tuvo con la pintora rusa Marevna Vorobieva-Stebelska (1892-1984), nació el 13 de noviembre de 1919, en París, “en un hospital de beneficencia pública” (murió en Londres el 14 de enero de 2010). Esto lo argumentan varios historiadores (que varían la castellanización del apellido de Marevna), entre ellos Olivier Debroise en la página 101 de Diego de Montparnasse (FCE, 1979). No obstante, desde junio de 1911 la esposa de Diego Rivera era la pintora rusa Angelina Beloff (1879-1969), quien lo recuerda en sus póstumas Memorias (UNAM, 1986) y a quien conoció en Brujas, Bélgica, en el verano de 1909. O sea, Marika Rivera, en la vida real, a mediados de 1932 tenía 12 años y no 18, y su rostro para nada se parecía al rostro de Diego Rivera. Esto puede observarse, por ejemplo, en Casanova (1976), película dirigida por Federico Fellini, donde Marika Rivera hace el papel de Astrodi; y en la página 138 del citado Encuentros con Diego Rivera, donde se reproduce en blanco y negro un retrato a la acuarela, sin fecha, que Marevna Vorobieva le hizo a su joven hija; más una fotografía de su rostro, con atavío y pose de actriz de cine, que Marika Rivera le envió, en 1954, al pintor “con una dedicatoria [manuscrita] en el reverso”: “Marika to mon cheri papa Diego”.

     
Retrato de Marika Rivera, acuarela sin fecha
de Marevna Vorovieba-Stelbelska
       
Marika Rivera en 1954. Foto enviada a Diego Rivera con una
dedicatoria en el reverso
”:
Marika to mon cheri papa Diego
     
Marika Rivera
(1919-2010)
      Y en Diego Rivera. Palabras ilustres 1886-1921 (MCEDRFK/INBA, 2007) se reproduce a color, sin fecha y en dos páginas contiguas (342-343), un retrato colectivo de Marevna Vorobieva-Stebelska de largo título: Homenaje a los amigos de Montparnasse: Diego Rivera, Marevna y Marika, Ilya Ehrenburg, Chaim Soutine, Amadeo Modigliani, Jeanne Hebuterne, Max Jacob, Moises Kisling y Zborowsky
El retrato de Diego Rivera con sombrero, bigotillo y barba que se ve en la reproducción del lienzo evoca los conocidos retratos fotográficos del Diego Rivera de los años de su primera estadía estudiantil en España y de la posterior época cubista en Montparnasse; además, se observa que la niña Marika Rivera no tenía un pelo de parecida con el pintor. 
Diego Rivera
(París, c. 1911)

     
Detalle de Homenaje a los amigos de Montparnasse, lienzo sin fecha de Marevna Vorovieba,
donde se observa a ésta con su hija Marika Rivera y a Diego Rivera con sombrero,
bigote y barba
     
Homenaje a los amigos de Montparnasse: Diego Rivera, Marevna y Marika,
Ilya Ehrenburg, Chaim Soutine, Amadeo Modigliani, Jeanne Hebuterne,
Max Jacob, Moises Kisling y Zborowsky
, lienzo sin fecha de Marevna Vorovieba
         Vale añadir que la idea de que Marika Rivera se parecía muchísimo al pintor, Elena Poniatowska ya la usó en la supuesta voz de Angelina Beloff, precisamente en la carta al muralista fechada el “28 de enero de 1922” que se lee en
Querido Diego, te abraza Quiela (Era, 1978), nostálgica, melancólica y entrañable narración construida a través de doce misivas de la pintora al pintor, fechadas entre el “19 de octubre de 1921” y el “22 de julio de 1922”, ella esperándolo en la pobreza en París y él progresando en México, cuya información, dice la autora en una postrera nota, mucho le debe a La fabulosa vida de Diego Rivera, biografía de Bertram D. Wolfe, cuya primera edición neoyorquina en inglés data de 1963 y en español de 1972, traducida por Mario Bracamonte.
 
Retrato de Angelina Beloff (1909),
óleo sobre tela de Diego Rivera
       
María del Pilar Barrientos de Rivera en 1917
   
La madre y la hermana del pintor Diego Rivera
         El familiar del muralista cuyo rostro era inequívocamente muy parecido al suyo era el de su madre: doña María del Pilar Barrientos de Rivera; pero también su hermana María —autora de Mi hermano Diego (SEP/GEG, 1986), libro biográfico y de memorias concluido en 1960— se parecía mucho a él; y tanto en éste, como en Encuentros con Diego Rivera, se observan varias fotos que lo confirman. Y la Lupe Marín de la novela debía de saberlo, pese a que parece que lo ignora, puesto que, según se lee en el “Capítulo 3/La boda de un comunista”, el “día de la boda” de Diego Rivera y Lupe Marín, celebrada “El 20 de julio de 1922” en la iglesia “de San Miguel Arcángel en la calle de San Jerónimo”, la madre del pintor estuvo allí. Pero ¿por qué el comunista y ateo de Diego Rivera se casó por la Iglesia? (remember la célebre y dogmática frase de Karl Marx: “La religión es el opio del pueblo”). Al parecer, no fue sólo para complacer a los padres y a la familia de la novia. Sobre ello, Juan Rafael Coronel Rivera, en su citado ensayo sobre La Creación, formula una respuesta: “Angelina Beloff aguardaba en París el regreso de su marido, pero las intenciones de Rivera ya eran claras: Angelina era cosa del pasado, y por ello no dudó en proponerle matrimonio a Lupe. Hasta su muerte, Marín decía que era la única mujer de Rivera, ya que sólo con ella se había casado por el rito de la Iglesia católica; más en realidad la situación era otra. Rivera no podía desposarse por lo civil debido a que, legalmente, no se había separado de Beloff. Diego Rivera y Guadalupe Marín contrajeron matrimonio en la Parroquia de San Miguel Arcángel, ubicada en la calle de San Jerónimo número 95, en la ciudad de México, el día 20 de julio de 1922; los bendijo el presbítero Enrique Servín.” 
Diego Rivera y Lupe Marín embarazada
(Iztacalco, Viernes de Dolores de 1924)

IV de VII
Otro ejemplo de lo omitido y arbitrario que se lee en Dos veces única puede ser lo relativo a Ulises (1927-1928), Revista de curiosidad y crítica coeditada por Xavier Villaurrutia y Salvador Novo (gracias al mecenazgo de Antonieta Rivas Mercado), que sólo hizo 6 números, y que es anterior a la revista Contemporáneos (1928-1931), que llegó al número doble 42-43. Sin precisar las fechas, los Contemporáneos ya lo son antes de serlo y dizque actúan en bloque o en comparsa; es decir, cuando aún son los Ulises y Jorge Cuesta inicia su cortejo de Lupe Marín y dizque asisten en manada a las tertulias que ella, al margen de su marido, celebraba en su legendaria casa de Mixcalco 12. Así, la narradora pone énfasis en el supuesto afrancesamiento de los Contemporáneos y en el supuesto hecho de que son contrarios a la pintura de Diego Rivera y a su ideología nacionalista y comunista. No obstante, omite el hecho de que en el número 5 de la revista Forma, editada en 1927, Xavier Villaurrutia publicó un breve y elogioso artículo ilustrado donde esboza de manera vaga y genérica la formación y trayectoria del pintor: “Historia de Diego Rivera”; y en el número 5 de la revista Ulises, correspondiente a diciembre de 1927, los Ulieses le rindieron un reconocimiento o tributo a Diego Rivera al reproducir, sin datar, dos óleos de caballete (característicos del estilo riverino en boga): el retrato de una niñita indígena y el retrato de un niñito indígena, y dos encuadres de sus murales que ilustran su nacionalismo y mexicanismo popular in progress. En ese momento, además, se ha concretado el galanteo de Jorge Cuesta y la ruptura de Lupe Marín y Diego, quien estaba en la URSS, invitado a los festejos conmemorativos del décimo aniversario de la Revolución de Octubre, cosa que los editores de Ulises enrevesada e irónicamente comentan sin firma en la sección “El curioso impertinente”: Para Rusia —¿se nos quedará en Alemania?— partió Samuel Ramos, acompañando a Diego Rivera —¡que no se nos quede en Rusia!— Esperemos, para verles de nuevo en México, que Alemania sea, para aquél, demasiado Oriente, y demasiado el Occidente, Rusia, para Diego.”
       
Xavier Villaurutia (c. 1930)
Foto: Manuel Álvarez Bravo
     
Jorge Cuesta (c. 1930)
Foto: Manuel Álvarez Bravo
   
Salvador Novo (c. 1930)
Foto: Manuel Álvarez Bravo
       En este sentido, en el “Capítulo 10/Los Contemporáneos” se lee en el único pasaje donde se menciona a la revista Ulises: “El ingenio de los Contemporáneos, su discurso sobre sí mismos y la revista Ulises hartan al Panzas, que conoce a fondo la vanidad de la bohemia. Alguna vez asistió al Teatro Ulises de Antonieta Rivas Mercado y vio al pintor Manuel Rodríguez Lozano huir despavorido como si fuera el diablo. A él, el sarcasmo de Novo no le dice nada. Los Contemporáneos aficionados a su Prieta Mula le ofrecen un dejà-vu de lo que conoció en el París de principios de siglo cuando lo llamaban le Mexicain.” 

    
Portada del número 1 de la revista Ulises
Mayo de 1927
     
Portada del número 1 de Contemporáneos
Junio de 1928 
     
Antología de la poesía mexicana moderna
firmada por Jorge Cuesta
Mayo de 1928
      Y luego, en el “Capítulo 12/El Monte de Piedad”, sin precisar la fecha de la edición (el número uno de la revista Contemporáneos data de junio de 1928), la narradora apunta en un breve pasaje: “En el primer número, el pintor Gabriel García Maroto critica a Diego Rivera. En respuesta, Diego arremete contra los Contemporáneos y los llama ‘maricas’.” Obviamente el conflicto no fue tan simple y lo que omite es que Gabriel García Maroto (1889-1969), pintor español, quien además diseñó la portada de la revista, era contemporáneo de Diego y no de los Contemporáneos, y que en su ensayo —repleto de generalizaciones, circunloquios y vaguedades—, pese a la crítica, al escarnio y al menosprecio, incluso en las postreras notas “a los grabados”, no deja de ponderar ciertos aspectos del talento artístico y técnico de Rivera. Y más aún: la respuesta a los Contemporáneos no se limitó a una exclamación visceral —Diego los “apodó ‘los anales’ (debido a la ostentación que algunos de ellos hacían de su homosexualidad)”, apunta Reyna Barrera en Salvador Novo, navaja de la inteligencia (Plaza y Valdés, 1999)—, sino que en el Corrido de la Revolución Proletaria, realizado 1928 en el segundo piso de la Secretaría de Educación Pública (donde Salvador Novo y Xavier Villaurrutia tenían sus oficinas), pintó un panel en el que se lee: “el que quiera comer que trabaje”, donde además de colocar cabizbaja y triste a la ricachona y filántropa Antonieta Rivas Mercado recibiendo una escoba de una revolucionaria con carruchera y rifle, ridiculizó a Salvador Novo, a cuatro patas y con orejas de burro, recibiendo una patada en el trasero de un niño revolucionario que parece ser un autorretrato del muralista y por ende también resulta un contraataque a los versos satíricos que Novo le endilgó in crescendo por esa época: “La Diegada”, “Sonetos a Diego”, “Décimas al mismo” y “Quintilla a lo mismo”. 
     
El que quiera comer que trabaje, panel del
Corrido de la Revolución Proletaria (1928),
fresco de Diego Rivera en el segundo piso de la SEP
       En su Guía de los murales de Diego Rivera en la Secretaria de Educación Pública (SEP, 1986), el crítico e historiador Antonio Rodríguez esboza así el panel El que quiera comer que trabaje: “El pintor responde aquí, en forma sarcástica, a los poetas y escritores que se burlaron de la pintura mural y de otras formas del arte afines al pueblo. Diego Rivera parece autorretratarse en el soldado que empuja con el pie al personaje elegante, pero con orejas de burro y en ridícula postura, que algunos consideran un retrato caricaturizado de Salvador Novo [apodado Nalgador Sobo, incluso se recuerda en el “Capítulo 21” de Dos veces única]. De hecho, el artista quiso simbolizar con ello a los representantes de un arte elitista, ajeno a las luchas e inquietudes populares y revolucionarias. La mujer con la escoba, a quien obligan a trabajar, representa a María Antonieta Rivas Mercado, promotora del grupo de teatro de vanguardia ‘Ulises’, y a quien debemos un importante epistolario.” 
El que quiera comer que trabaje (1929)
Foto: Tina Modotti


Elena Poniatowska, Dos veces única. Viñetas de Carmen Irene Gutiérrez Romero. Biblioteca Breve/Seix Barral. 1ª ed. México, septiembre de 2015. 416 pp.


Continúa y concluye en Dos veces única (2 de 2)

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Leonora


   
La yegua de la noche, la novia del viento
       
                             
I
La escritora mexicana de origen polaco Elena Poniatowska (París, mayo 19 de 1932) obtuvo con su novela Leonora el Premio Biblioteca Breve 2011 de la Editorial Seix Barral y por ende, en España y México, fue publicada por ésta en febrero de tal año. Leonora es una novela sobre la vida y obra de la pintora y escritora británica Leonora Carrington (Claytorn Green, Lancashire, abril 6 de 1917-Ciudad de México, mayo 25 de 2011) y por ello el frontispicio está ilustrado con una celebérrima fotografía en blanco y negro tomada por Lee Miller, en 1937, en Lambe Creek, la hacienda que Roland Penrose tenía Cornwall, Inglaterra, en la que Leonora Carrington posa entre Paul Éluard y Max Ernst, un fugaz episodio que data del por entonces aún reciente encuentro de Leonora y Max en Londres cuando ella tenía 20 años y él 46 y aún no se iba tras él a París (y luego al pueblo de Saint-Martin-d’Ardèche, en el sur de Francia) ni había escrito ningún texto surrealista ni pintado ni esculpido su trascendental obra; no obstante, la imagen está editada: fue positivada al revés y por ende los personajes figuran en sentido inverso y fue eliminada la cabeza del poeta belga E.L.T. Mesens que en la imagen original asoma detrás de Max Ernst. 
(Seix Barral, México, febrero de 2011)
Max Ernst, Leonora Carrington y Paul Éluard
Detrás: E.L.T. Mesens
(Lambe Creek, Cornwall, Inglaterra, 1937)
Foto: Lee Miller
  Vale adelantar que al final del libro, la multipremiada narradora, Medalla de Bellas Artes 2013 y Premio Cervantes 2013, incluye una “Bibliografía” (no fichada con rigor bibliográfico) que le sirvió de base documental y translúcido palimpsesto, misma que precede a los “Agradecimientos” donde dice sobre su novela (casi una declaración de principios): “no pretende ser de ningún modo una biografía, sino una aproximación libre a la vida de una artista fuera de serie”.

Elena Poniatowska en la Universidad de Alcalá de Henares
Premio Cervantes 2013
En el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, 
Elena Poniatowska muestra su Medalla Bellas Artes 2013
  Leonora se divide en 56 capítulos con rótulos. Sin rigurosidad cronológica y con innumerables caprichos y sin pretender ser una novela total ni analítica, va de la infancia a la vejez de la artista. Repleta de anécdotas, no es una obra psicológica que exhaustivamente explore la mente, los sueños, la idiosincrasia y la imaginación de la pintora, no obstante el perfil de su personalidad autoritaria, prolífica y liberal y el relato de ciertos conflictos que vive a lo largo de su vida signada por el arquetípico emblema de la yegua rebelde: ante el autoritarismo de su padre, en los colegios de monjas donde la expulsan, en su juvenil presentación en la corte de Jorge V, en su temprana opción por la pintura, en su fuga del hogar (a sus 20 años) tras Max Ernst, con éste en París y en el pueblo de Saint-Martin-d’Ardèche (subsidiada por su madre), cuando Max Ernst (por ser alemán) es confinado en campos de concentración en Francia tras estallar la Segunda Guerra Mundial, cuando deja Ardèche rumbo a la España franquista ya con síntomas de una psicosis que induciría a sus padres a recluirla en un manicomio de Santander (donde la someten a torturas con el cuerpo desnudo y atado y a un tratamiento con inyecciones de Cardiazol), cuando escapa en Lisboa de la custodia paterna y se refugia en la embajada de México donde pacta su matrimonio con Renato Leduc, previo a su viaje y estancia en Nueva York (donde se reúne con otros exiliados europeos que oscilan entorno al mecenazgo y protagonismo de Peggy Guggenheim) y luego en la capital mexicana, donde después de las diferencias y dificultades al cohabitar con Renato Leduc, se une al fotógrafo húngaro Emerico Weisz (alias Chiki), con el que tiene dos hijos: Gabriel (1946) y Pablo (1947), y con el que paulatinamente se va distanciando, hasta el punto de dejarse de hablar y verlo y tratarlo, bajo el mismo techo de la calle Chihuahua, a imagen y semejanza de un silencioso cero a la izquierda; amén de su aventura subrepticia y clandestina con un tal Álvaro Lupi, cirujano y avezado experimentador con alcaloides mexicanos (peyote y hongos alucinógenos).

Leonora Carrington y Emerico Chiki Weisz en Chapultepec
con sus hijos Pablo y Gabriel
Vale observar, además, que la novela narra una mínima pizca de la legendaria confluencia en Europa de Chiki Weisz con el celebérrimo fotógrafo húngaro Robert Capa (incluso cuando en Budapest aún era el joven Endre Friendmann, alias Bandi) y una minucia de su magnética personalidad y de la vida de éste y Gerda Taro, pero ni una palabra de cuando Robert Capa en 1940 estuvo en México unos seis meses trabajando de fotorreportero para la revista Life; ni tampoco cuenta el deceso de Chiki, a los 95 años, el 17 de enero de 2007; ni la fiesta de su boda con Leonora celebrada en 1946 en la casa que Kati y José Horna tenían en el número 198 de la calle Tabasco de la colonia Roma (según la novela, éstos “llegaron a México el 31 de octubre de 1939”) y de la que existen muy difundidas fotos tomadas por Kati Horna.

En la ventana: Benjamin Péret y Miriam Wolf
Sentados: Kati Horna, Emerico Chiki Weisz, Leonora Carrington y Gunther Gerszo


Día de la boda de Leonora y Chiki en la casa de Kati y José Horna
(México, 1946)


  Es larga y copiosa la trayectoria de la Leonora Carrington de carne y hueso y su obra literaria y artística es tan vasta, dispersa y compleja que difícilmente (o no sin dificultades) una novela podría bosquejarla y examinarla. La novela de Elena Poniatowska no esboza a conciencia la obra ni la analiza ni boceta el acto creativo de la protagonista (ya sea pictórico, dibujístico, escultórico, escenográfico, narrativo o dramatúrgico), sino que a través del cúmulo de minúsculas anécdotas transcritas y armadas a partir del soporte bibliográfico y sucesivamente dispuestas fragmentariamente con desparpajo y arbitrariedad, alude la creación y el título, y a veces el tema, de ciertas obras, no sólo de Leonora.

Emerico Chiki Weisz y Leonora Carrington el día de su boda en 1946
Foto: Kati Horna
  En muchos pasajes Elena Poniatowska cita datos, nombres y fechas precisas transcritas de la realidad histórica, bibliográfica y documental. No obstante, hay episodios en los que sobresale el yerro o el capricho literario. Por ejemplo, en la página 349 la voz narrativa dice que Gabriel, el primogénito de la pintora, nació “El 14 de julio de 1946, día de la toma de la Bastilla”; y en la página 360 apunta: “Un año después nace Pablo, su segundo hijo”. Pero en el “Capítulo 44”, “La desilusión”, que inicia: “En París, André Breton los ve entrar con temor a la rue Fontaine. Gaby y Pablo tocan sus tambores africanos y se ponen sus máscaras”, se infiere que es alguno de los años 50, pues “Francia todavía no se recupera de la guerra”; quizá es 1952, dado que ese año Leonora tuvo una muestra individual en la Galería Pierre, en París; y no podría ser 1959, cuando en la capital francesa Leonora participó en una muestra colectiva en la Galería Eros de Daniel Cordier. El caso es que en ese capítulo la voz narrativa dice que “Ya Lázaro Cárdenas no es presidente de la república” (lo fue del 1 de diciembre de 1934 al 30 de noviembre de 1940) y que “El nuevo presidente, Manuel Ávila Camacho tiene cara de plato”, lo cual es totalmente extemporáneo, pues Ávila Camacho fue presidente entre el 1 de diciembre de 1940 y el 30 de noviembre de 1946, cuando aún no nacía su hijo Pablo. Y más aún: da por supuesto que el exiliado ruso Victor Serge (el papá de Vlady), quien murió en México el 17 de noviembre de 1947, aún está vivito y coleando, pues según la voz narrativa: “A Breton le sorprende que Leonora no frecuente a Diego y a Frida [Rivera murió el 24 de noviembre de 1957 y la Kahlo el 13 de julio de 1954], y que sólo vea esporádicamente a Victor Serge y a Laurette Séjourné”. Y a la pregunta de Breton: “¿Conoces a algún seguidor de Trotsky?” Leonora responde: “Del único que sé algo es de Victor Serge y él sólo vive para escribir.”

Leonora Carrington y sus hijos Pablo y Gabriel
  En el mismo arbitrario tenor, en el “Capítulo 47”, “El peso del exilio”, Remedios Varo, en la página 405, le dice a Leonora: “Ya pinté Hacia la torre. ¿No lo recuerdas?” Y enseguida la omnisciente y ubicua voz narrativa apunta: “Además de las endemoniadas de Loudun, a las dos pintoras les fascinan las monjas poseídas por los diablos de Louvier, que derrotan al exorcista. A cada religiosa, la atormenta un demonio distinto. Sor María del Santo Sacramento es poseída por Putifar, Sor Ana de la Natividad, por Leviathan, Sor María de Jesús, por Faeton, Sor Isabel de San Salvador, por Asmodeo. Durante sus vacaciones en Manzanillo, Leonora las retrata a punto de ahogarse: Nunscape at Manzanillo. Remedios, educada en colegio de monjas, la aclama.” 

Hacia la torre (1960)
Óleo sobre masonite de Remedios Varo
(123 x 100 cm)
Nunscape at Manzanillo (1956)
Óleo sobre tela de Leonora Carrington
(100 x 120 cm)
Foto reproducida al revés en el volumen iconográfico de Whitney Chadwick:
Leonora Carrington, la realidad de la imaginación (Era/CONACULTA, 1994)
       Pero el gazapo radica en que Hacia la torre es de 1960 y Nunscape at Manzanillo de 1956, célebre óleo sobre tela que figura en famosas fotos en blanco y negro que a Leonora Carrington, en 1956, le tomó Kati Horna en el estudio de su casa en la calle Chihuahua (en varias posando el acto de pintar) y que, también por error, figura positivado al revés en la iconografía a color de Leonora Carrington, la realidad de la imaginación (Era/CONACULTA, Singapur, 1994), volumen con un ensayo preliminar de Whitney Chadwick, más una cronología de Lourdes Andrade y la famosa entrevista que Paul de Angelis le hizo en inglés a la artista, en Nueva York, en 1987, previamente publicada en español (traducida del inglés por María Corniero), con una rica iconografía en blanco y negro y a color, en el número 17 de la revista española El Paseante (Siruela, Madrid, 1990).

Leonora Carrington en su estudio junto a Nunscape at Manzanillo (1956)
Foto de Kati Horna tomada en 1956


II
Para la curiosidad o mala fortuna del lector, en la premiada novela de Elena Poniatowska sobre la vida y obra de Leonora Carrington abundan los casos semejantes a los citados en la primera entrega de la presente nota y sería largo y tedioso enumerarlos. Pero allí están: relucientes frijolitos negros en la sopa de letras, tan inverosímiles, hilarantes y caricaturescos como la recurrente proclividad de algunos personajes para hablar y dialogar con sentencias y aforismos. 
En el “Capítulo 49”, “Poesía en Voz Alta”, por ejemplo, Leonora Carrington y Octavio Paz, reunidos en la casa de Alice Rahon en San Ángel, “coinciden en que la poesía debe tomar la calle:
“—¡Hay que decirla en las plazas, en el atrio de la iglesia, en el mercado! —gesticula Alice Rahon—. México es poesía pura que debe estallar en la calle.” 
Leonora Carrington, Octavio Paz y Marie-José Tramini
  Además de que el grupo de exiliados surrealistas (y anexas) no practicaron ningún activismo ni didactismo social, la segunda frase es tan retórica y demagoga que evoca la que André Breton le dijo a Rafael Heliodoro Valle en su viaje a México en 1938: “México tiende a ser el lugar surrealista por excelencia” (y él mismo, ante el azoro y el enojo de León Trotsky, en una umbría iglesia de Cholula, cometió un inmoral acto “surrealista” al ocultar bajo su chaqueta un puñado de exvotos, “tal vez una media docena”, según el testimonio de Jean van Heijenoort, secretario particular de Trotsky). Pero el caso es que Alice Rahon, Leonora Carrington y Octavio Paz casi parecen los padres fundadores de Poesía en Voz Alta. Allí, Octavio le dice a Leonora: “y también quiero adaptar a Hawthorne. ¿Podrías hacer tú los decorados?.” [...]

“—Poesía en Voz Alta monta La hija de Rappaccini [la susodicha adaptación]. En un jardín de plantas venenosas cultivadas por el doctor Rappaccini, Beatriz, su hija, es un ‘viviente frasco de ponzoña’.
“—A Max Ernst le interesaron las plantas carnívoras que devoran los insectos —informa Leonora.
“—El jardín es el espacio de la relevación.” Se infiere que sentencia Paz a modo de réplica.
  Y en la novela (y en la vida real) Leonora hizo la escenografía y el incómodo vestuario. 
     Según apunta Antonio Magaña-Esquivel en el tomo V de Teatro mexicano del siglo XX (FCE, 2ª ed., 1980), “Poesía en Voz Alta era para minorías” [es decir, nada de multitudinario popularismo al aire libre]. Quizá haya sido el momento culminante del Teatro Universitario, cuando éste encontró, al fin, su sede permanente y definitiva, primero en el que antes se había llamado Teatro del Caballito, que fue derribado para abrir la prolongación de Paseo de la Reforma, y después en el que se llamaba Teatro Arcos Caracol”. El libreto de Paz, apunta, data de 1953 y se estrenó “en el Teatro del Caballito en 1956, en el segundo programa de Poesía en Voz Alta”. Y el propio Paz precisó la fecha del estreno en una nota que se lee en Obra poética I (1935-1970) (Círculo de Lectores/FCE, 1997), onceavo volumen de sus Obras Completas/Edición de Autor: “fue representada por primera vez el 30 de julio de 1956, en el Teatro del Caballito, en la ciudad de México”. Y según consigna Alberto Ruy Sánchez en Una introducción a Octavio Paz (Joaquín Mortiz, 1990), el libreto se publicó en el número 7 de la Revista mexicana de literatura, correspondiente a septiembre-octubre de 1956.



“La Sala Guimerà se convirtió en el Teatro del Caballito
donde se asentó el teatro universitario”


  Páginas adelante, en el mismo capítulo “Poesía en Voz Alta”, la voz narrativa dice de la pintora: “En cambio, se siente a gusto en la filmación de la película Un alma pura, basada en un cuento de Carlos Fuentes, que la entretiene con las caricaturas que dibuja de los famosos. Leonora interpreta a la madre de Claudia-Arabella Árbenz, y la dirige un fan de Klossowski que demuestra talento en cada escena, Juan José Gurrola.” Ante esto vale decir que el corto Un alma pura y el corto Tajimara, por decisión del productor Manuel Barbachano Ponce se convirtieron en episodios del filme Los bienamados (1965), y que Juan Ibáñez fue quien dirigió Un alma pura basado en un cuento de Carlos Fuentes, mientras que Juan José Gurrola dirigió Tajimara basado en el cuento homónimo de Juan García Ponce, también un fan de Klossowski que demuestra talento en cada página, autor del ensayo “La magia de lo natural”, prefacio del libro iconográfico Leonora Carrington (Era, México, 1974), no citado en la bibliografía de la novela.

Líneas abajo, la voz narrativa dice: “Cuando Luis Buñuel la llama para ver si quiere participar en la película En este pueblo no hay ladrones, de Alberto Isaac, un amigo suyo campeón de natación, piensa que sería bonito pasar el día al lado de Gabriel García Márquez —con su peinado afro—, de Juan Rulfo, de Carlos Monsiváis, del caricaturista Abel Quezada y de María Luisa Mendoza, que la elogia y la hace reír. Buñuel le especifica: ‘No tienes que decir una sola palabra. Quiero que te sientes con los demás en una mesa de café a platicar.’ En el último momento, el I Ching le aconseja no ir.” Esto, más que un yerro, parece una broma para narrar que la artista no daba un paso sin consultar el I Ching, pues en la vida real sí fue al rodaje y en la película, datada en 1964, figura, sin decir una palabra y vestida de negro, entre los fieles de la iglesia donde el cura (Luis Buñuel), desde lo alto del podio, vocifera un furioso sermón contra los ladrones, no sólo contra quien se robó las bolas del billar. Mientras que la breve aparición de Gabriel García Márquez, en el papel del boletero del cine del pueblo, permite ver que cuando se filmó la película no tenía la greña a la afro, sino casi a la casquete corto.
Luis Buñuel en el papel del cura y Leonora Carrington vestida de negro entre las fieles de la iglesia.
Fotograma de En este pueblo no hay ladrones (1964), película dirigida por Alberto Isaac,
basada en el cuento homónimo de Gabriel García Márquez.
  Otro ejemplo de lo caprichoso y omitido, en el mismo capítulo “Poesía en Voz Alta”, ocurre cuando en un breve pasaje la voz narrativa dice: 

“Salvador Elizondo funda S.nob y le pide a Leonora que haga la portada.
“—La revista será ‘menstrual’.
“Elizondo tiene genio pero le disgusta lo de ‘menstrual’.”
De pie: dos jóvenes y Gabriel Weisz Carrington
Sentados: Salvador Elizondo, María Reyero, Leonora Carrington, Marie-José y Octavio Paz
      Vale puntualizar que de la revista S.NOB, editada en 1962 con la dirección de Salvador Elizondo, sólo se publicaron 7 números y fue ideada como semanario: “S.NOB se publica semanalmente”, “Aparece los viernes”, se lee en el directorio de los primeros 6 números (patrocinados por el productor de cine Gustavo Alatriste), e incluso, en los primeros 4 así se pregonaba y anunciaba en la portada: “hebdomadario”. El 1 data del “20 de junio” (en él no colaboró Leonora), el 2 del “27 de junio”, el 3 del “4 de julio”, el 5 del “18 de julio”, el 6 del “25 de julio”, y el 7, ilustrado en la portada con un espléndido dibujo de Leonora, apareció hasta el “15 de octubre” (con patrocinio del británico Edward James) y fue el único en cuyo directorio se dice, con humor: “revista menstrual”, “Aparece el día quince de cada mes”. Por si fuera poco, en el segundo y último párrafo de su editorial S.NOB anuncia: “Esperamos por otra parte que el cambio de periodicidad de la revista contribuya a difundir su aceptación y que el carácter menstrual que ahora tiene permita a los lectores una justa valoración de su contenido que, como corresponde, llega a ellos concentrado en materiales de mucha mejor calidad que anteriormente.” Vale añadir que en las colaboraciones de Leonora Carrington, del número 2 al 7 de S.NOB, descuellan sus lúdicos, irreverentes y escatológicos cuentos para niños magníficamente ilustrados por ella, ubicados en una sección denominada “Children’s corner”, y que la narración del número 5, “El cuento feo de las carnitas”, fue escrito “en colaboración con José Horna”; mientras que el texto del número 4, “De cómo fundé una industria o el sarcófago de hule”, un relato para grandes (pero que los chicos pueden leer), figura en la sección “La ciudad” —compilado en su libro El séptimo caballo y otros cuentos (Siglo XXI, 1992)—, cuyo surrealista humor negro remite a la Antología del humor negro, de André Bretón, cuya primera edición en francés “salió de la imprenta el 10 de junio [de 1940], día de la caída de París”, editada por Éditions du Sagittaire, pero no pasó la censura y sólo empezó a circular hasta mediados de 1947 —según apunta Mark Polizzotti en Revolución de la mente. La vida de André Bretón (Turner/FCE, 2009). En la Antología del humor negro (Anagrama, 1991), Leonora Carrington figura con “La debutante”, breve cuento-fábula basado en su debut en la corte de Jorge V, publicado originalmente en francés por Editions G.L.M. en 1939, en París, en La dame ovale, su segundo librito, con cinco cuentos de ella y siete collages de Max Ernst; librito editado en México, en 1965, por Ediciones Era, con traducción al español de Agustí Bartra. Pero Leonora no fue incluida en la primera edición precedida por el prólogo que André Breton firmó en 1938, sino en la edición revisada y aumentada de 1950 (Sagittaire) y por ende en la definitiva de 1966 (Pauvert) —el año que murió Breton—, y es por ello que el antólogo, en el prefacio que precede a “La debutante” alude “sus admirables telas que ha pintado desde 1940” y su período en el manicomio de Santander, España (3 meses de 1940 donde le aplicaron 3 dosis de Cardiazol, “una droga que inducía químicamente convulsiones semejantes a los espasmos de la terapia con electrochoques”) y a En Bas, su testimonio de tal temporada en el infierno dictado en francés a Jeanne Megnen durante 5 días de agosto de 1943, impreso en París, en 1945, en el número 18 de la Collection l’age d’or, dirigida por Henri Parisot, de las Éditions Revue Fontaine (las Memorias de abajo, según el título en español fijado por la autora y el traductor Francisco Torres Oliver), cuya primera edición apareció en inglés, en Nueva York, traducidas del francés por Victor Llona, en el número 4 de la revista VVV —fundada y dirigida por André Breton— correspondiente a febrero de 1944; pero además éste evoca en la Antología: “De todos aquellos que invitó frecuentemente a su casa de Nueva York [cuando entre 1941 y 1943 estaba casada con Renato Leduc], creo haber sido el único en hacer honor a ciertos platos a los que había dedicado horas y horas de cuidados meticulosos ayudándose de un libro de cocina inglés del siglo XVI —remediando de manera intuitiva la carencia de algunos ingredientes inencontrables o perdidos de vista desde entonces (reconozco que una liebre a las ostras, que ella me obligó a festejar en sustitución de todos aquellos que prefirieron limitarse al aroma, me indujo a espaciar un poco de estos ágapes).” Vale añadir que sobre la Antología del humor negro la novela de Elena Poniatowska no cuenta nada.

(Anagrama, Barcelona, 1991
  Un ejemplo más de lo caprichoso. Casi al inicio del “Capítulo 48”, “Desastre a tiempo”, la voz narrativa dice que Wolfgang “Paalen se suicida en Taxco el 24 de septiembre de 1959”, cuando en realidad fue cerca de tal pueblo platero, “en las afueras de la Hacienda de San Francisco Cuadra”. Pero seis páginas adelante da por hecho que después del suicido de Paalen llega Renato Leduc a la casa de Leonora en la calle Chihuahua para que ella le ilustre su libro Fabulillas de animales, niños y espantos, siendo que en la vida real tal libro, publicado por Editorial Stylo, data de 1957. En fin.



III
En la primera página del “Capítulo 53”, “Díaz Ordaz, chin, chin, chin...”, a la pregunta que a Leonora Carrington le hace su hijo Gabriel, ya un joven universitario que escribe y quiere escribir poemas: “¿Tú para quién pintas?”, la artista responde:
“Para mi padre, nunca creí que me dolería su muerte y hasta hoy me doy cuenta de que al inicio de cada cuadro pensaba en él. También pinto para ti y para Pablo, y para Kati y para Chiki, y para Remedios. Sobre  todo pinté para Edward y lo extraño más que a nadie.”
Emerico Chiki Weisz y sus hijos Pablo y Gabriel
       Vale observar que resulta plausible que Leonora, en 1968, año en que se ubica el presente de tal capítulo, diga que pinta para sus hijos Gabriel y Pablo y para su marido Emerico Chiki Weisz, y para sus entrañables amigas Kati Horna y Remedios Varo (fallecida el “8 de octubre de 1963”); pero resulta raro que diga que pinta para su padre, muerto “en enero de 1946”, a quien nunca volvió a ver después de que en 1937 se fugó tras Max Ernst, preludio del infierno que le hizo vivir al recluirla en un manicomio de Santander durante tres meses de 1940; y muy inverosímil que afirme: “Sobre todo pinté para Edward y lo extraño más que a nadie.” Es decir, se relata y se colige que primordialmente pintó para Max Ernst (quien, casado con Peggy Guggenheim, siguió su ruta en Nueva York cuando en 1943 ella viajó a México casada con Renato Leduc) y que es a él a quien extraña “más que a nadie”, aún entrada en años (y en los últimos capítulos), y no sólo durante sus estancias y caminatas en Nueva York después del 7 de octubre de 1968. Pues luego de su breve aprendizaje en la Chelsea School of Art (en Londres) y sobre todo en la pequeña academia de Amédée Ozenfant (en West Kengsinton), Max Ernst fue su maestro angular, su introductor en el grupo surrealista precedido y comandado por André Breton, y quien ilustró sus dos primeros libritos, el primero con prefacio de él: La maison de la peur [La casa del miedo] (París, 1938) y La dame ovale [La dama oval] (París, 1939). Y si bien el riquísimo y excéntrico Edward James fue su amigo desde 1944 (no sin episodios espinosos y controvertidos), con quien salía y se escribía cartas, su mecenas y primer coleccionista de su obra que promovió su primera muestra individual en 1948 en la Galería Pierre Matisse de Nueva York y frecuente visitante en el estudio de su casa en la calle Chihuahua cuando Gabriel y Pablo aún eran chicos (“Edward es ya el benefactor de los Weisz: se siente con derecho a dejar sus horribles calcetines amarillos en cualquier rincón de la casa y Pablo se ofende”), y en cuya singular casona en la calle Ocampo de Xilitla (en la Huasteca potosina) —regentada y a nombre de Plutarco Gastélum Esquer— ella pintó dos figuras “murales de enormes y fantásticas criaturas con tetas y colas enroscadas en color ocre” (la voz narrativa alude una: “pinta con colores sepias en un muro a una mujer alta y delgada con cabeza de carnero”), cinco páginas adelante, en medio de la efervescencia del Movimiento Estudiantil, Edward James los visita en un breve pasaje que alude su característica extravagancia (quería que Las Pozas fuera también reserva de animales), signada por un fabuloso festín de Esopo:

Leonora Carrington pintando en un muro de la casona que Edward James,
en la calle Ocampo de Xilitla, compartía con su administrador
Plutarco Gastélum Esquer y la familia de éste
  “Edward James trae dos boas constrictor, y le dice a Pablo [estudiante de medicina en la UNAM]:

“—¿Podrías conseguirme unas ratas para alimentarlas?
“—Las que tenemos en el laboratorio son para los experimentos.
  “Con gran dificultad, Pablo encuentra dos ratas gordas y se las da a Edward, que las echa a la tina de su habitación del Hotel Francis, donde tiene a las boas. Dos días más tarde, James entra al baño y las ratas se han comido a las boas.”
Edward James en Las Pozas de Xilitla
Foto: Michael Schuyt
  Y más aún: en 1968 el vínculo con Edward James no estaba trunco como para que la agobiara la nostalgia y por ende prologó el catálogo de la retrospectiva individual de ella inicialmente montada en Nueva York, en 1975, en la homónima galería del marchante Alexander Iolas, donde brinda un testimonio sobre el estudio de Leonora en su casa de la calle Chihuahua a la que a mediados de los años 40 empezó acceder cuando se convirtió en su comprador, coleccionista y mecenas, según transcribe Susan L. Alberth en la página 75 de Leonora Carrington. Surrealismo, alquimia y arte (Turner/CONACULTA, China, 2004): “El estudio de Leonora Carrington tenía todo lo necesario para ser la verdadera matriz del arte verdadero. Sumamente pequeño, estaba mal amueblado y no muy iluminado. Nada en él hacía que mereciera el nombre de estudio, salvo unos pocos pinceles gastados y algunos paneles de yeso, colocados sobre un piso poblado de perros y gatos y de cara a una pared blanqueada y desconchada. El lugar era una mezcla de cocina, guardería, cuarto de dormir, perrera y almacén de chatarra. El desorden era apocalíptico; los accesorios, pobrísimos. Comencé a sentirme muy esperanzado.”

Que no todo era miel sobre hojuelas entre Edward James y Leonora se transluce en un pasaje de “Hijo bastardo de un rey”, capítulo 050 del volumen De vacaciones por la vida (Trilce/CONACULTA/UANL, 2011), dizque las “Memorias no autorizadas” del pintor Pedro Friedeberg, “Relatadas a José Cervantes”, repletas de sabrosos chismes, humor, innumerables datos, anécdotas y no pocos yerros: 
Gabriel Weisz, Kati Horna, Edward James, Leonora Carrington y Pedro  Friedeberg
  “Yo fui a Las Pozas cuando estaba en proceso de construcción [en 1962, a sus 26 años, Pedro Friedeberg diseñó, con un dibujo, las monumentales esculturas de manos que se hallan en la entrada]; después regresé a principio de los años noventa. Más tarde me enseñaron unas fotos del lugar, tomadas con motivo de la visita que había efectuado al sitio un ballet japonés. En ellas vi que habían alterado algunas de las esculturas pintándolas de colores. Cuando Leonora Carrington se enteró por esas fotos casi cae desmayada, ya que le pareció un sacrilegio haber modificado así esas obras; pero, por otro lado, le dio gusto porque odiaba un poco a Edward, y dijo: ‘Se lo merece por mezquino y por los chistes malvados que le gustaba hacer’. O se hacía el pobre o no tenía tanto dinero como creíamos. A Leonora le compró como cuarenta cuadros, pero cada día le bajaba el precio por pagar: ‘Te compro esto y esto y esto por mil doscientos dólares’. Y cada día iba bajando un poco, hasta que Leonora lo echó de su casa. Al tercer día, él se daba cuenta de que su actuación no había sido muy correcta y rectificaba.”

La noche de Tlatelolco 
(Ediciones Era, ejemplar 1019 de la 37ª ed., México, marzo 24 de 1980)
  Como lo implica el susodicho título del “Capítulo 53” de Leonora: “Díaz Ordaz, chin, chin, chin...”, la voz narrativa y sus transcripciones y anécdotas bosquejan el histórico Movimiento Estudiantil de 1968 —tema que Elena Poniatowska abordó e ilustró (con apoyo iconográfico) en su polifónico y fragmentario libro La noche de Tlatelolco (Era, 1971)—, truncado con la masacre del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas y con las múltiples detenciones de estudiantes y maestros y gente ajena y afín, en el cual, Gabriel y Pablo, los hijos de Leonora y Chiki, participan con entusiasmo y pasión crítica e ideológica, y que a la pintora personalmente le tocó, no sólo por el activismo de sus hijos, sino porque “Cinco días después de la masacre, el 7 de octubre, Elena Garro denuncia a escritores, pintores y cineastas que asistieron a las asambleas en la Facultad de Filosofía y Letras. Según ella, azuzaron a los muchachos: Luis Villoro, José Luis Cuevas, Leopoldo Zea, Rosario Castellanos, Carlos Monsiváis, Eduardo Lizalde, Víctor Flores Olea, José Revueltas, Leonora Carrington y hasta Octavio Paz, embajador en la India. Una llamada anónima aterra a Leonora: ‘Los tenemos fichados.’ Suena el teléfono:

“—Mucho cuidado con tus hijos, Leonora —dice Renato.”
Los hermanos Pablo y Gabriel Weisz Carrington
  De modo que en medio de esa enrarecida atmósfera de peligro y terror que le recuerda el asfixiante y letal clima europeo de la Segunda Guerra Mundial, Leonora, con sus hijos, se resguarda en Estados Unidos (ella en Nueva York), menos Chiki, por carecer de pasaporte.

Vale subrayar que los insultos al otrora intocable presidente de la República, el autoritario, impune y demagogo genocida Gustavo Díaz Ordaz (se dice que documentos desclasificados revelan que fue informante de la CIA cuando era secretario de gobernación del presidente Adolfo López Mateos), son un uso reivindicativo de la libertad de expresión, siempre acotada en los medios impresos y electrónicos (salvo honrosas excepciones), que también se observa en el florido vocabulario con que habla Renato Leduc, jerga mexicana que Leonora aprendió lo suficiente para asaetar, fustigar y dejar en la lona en el momento preciso, por lo que se infiere que fue un corrector español quien metió su manita de gato un par de veces. En la página 139 se lee: “Max va al pueblo a por cemento y barro”. En España se dice y se escribe así, pero en México no y por ende Elena Poniatowska, quien en su cuenta de twitter declara ser “Más mexicana que el mole”, debió escribirlo sin la preposición “a”. Lo mismo ocurre cuando en la página 141 se lee: “alega Max frente a Fonfon cuando va al pueblo a por el vino y el pan”.
No obstante, al corrector de marras se le fueron algunas erratas. Por ejemplo, en la página 275 se lee: “Peggy atraviesa nerviosa los salones de exposición.” Allí faltó el artículo “la”. 


Elena Poniatowska, Leonora. Seix Barral. México, 2011. 512 pp.

******