viernes, 19 de octubre de 2012

El departamento de Zoia



En el lado oscuro de la Revolución de Octubre

El departamento de Zoia (FCE, 1987)
Ilustración de Mijaíl Cheremnyl para el poema
"Sobre la tontería" de Vladimir Maiakovski
El drama fársico El departamento de Zoia, del ruso Mijaíl Bulgákov (1891-1940), se terminó de imprimir en México, “el 22 de mayo de 1987”, con el número 40 de la serie Cuadernos de La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (“3000 ejemplares más sobrantes para reposición”); con tal libreto se les brindó, a los borrosos y tercermundistas lectores de la geografía mexicana, un minúsculo destello de la escritura de un narrador y dramaturgo sucesivamente olvidado o desconocido en Latinoamérica. 
Selma Ancira (Ciudad de México, 1956) es quien tradujo del ruso al español El departamento de Zoia, quien el miércoles 22 de octubre de 2008 recibió, en la embajada rusa en la capital mexicana, la Medalla Pushkin, y de quien en el bisemanario Punto y Aparte (julio 30 de 2009) el presente tecleador reseñó las dos versiones que ella ha traducido, del griego al español, de Sueño de un mediodía de verano (FCE, 1986 y 2005), poemas en prosa del poeta griego Yannis Ritsos (1909-1990).
En el prólogo ex profeso para El departamento de Zoia, Selma Ancira acuña una breve semblanza biográfica de Mijaíl Bulgákov; dice que misérrimo y las más de las veces censurado y marginado por la comisión de vigilancia del repertorio de los teatros bajo el totalitarismo de la Unión Soviética, tuvo, sin ser nunca un exiliado, al exilio como un tema frecuente en su dramaturgia, de la cual El departamento de Zoia es un ejemplo fehaciente. 
Estrenado en 1927, pero firmado en 1935 (lo que sugiere que fue sujeto a enmiendas y modificaciones), el libreto teatral El departamento de Zoia se sitúa en el Moscú de la segunda década del siglo XX. Dispuesto en tres actos, todo ocurre, en mayor medida, en el domicilio de la protagonista que alude el título. En esa morada, para impedir que los burócratas del Estado bolchevique se apropien de ella, se erige una supuesta escuela y taller de costura que, más que nada, es el escaparate que encubre y maquilla una urdimbre ilegal que confabula y pugna por el exilio, y que rememora y trata de reproducir la megalomanía y las glorias de la aristocracia zarista. 
Mijaíl Bulgákov
En el desarrollo de la trama es notable el ojo cáustico, humorístico y sardónico de Mijaíl Bulgákov. Con habilidad incisiva construye personajes que ilustran tanto la decadencia de los atavismos decimonónicos, como la temprana esclerosis múltiple de la Revolución de Octubre de 1917. Las corruptelas burocráticas las encarnan y protagonizan Ganso, director de comercio de los metales refractarios, quien posee los vicios y los privilegios de un vulgar burgués; Portupeia, presidente del comité habitacional, quien acepta el soborno para otorgar privilegios ilícitos; los desconocidos, quienes llegan al departamento dispuestos a ser parroquianos de las prostitutas, pero que ante las flagrantes evidencias ideológicas y antisistémicas se ven obligados a quitarse la máscara y a agachar la cabeza y cumplir con su ortodoxo, represivo y triste deber bolchevique-político-policíaco.
Entre el aristócrata despojado que evoca los privilegios de los tiempos idos y los réprobos que no aceptan el curso coercitivo y obtuso del statu quo y que suspiran y sueñan con emigrar de la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas), están Zoia y los socios con los que pertrecha el taller-escuela, que en realidad es un burdel clandestino. 
Aquí hay que volver a subrayar que Mijaíl Bulgákov, aún vertido al español, es de una inventiva excelente: la nota cómica y el ritmo se encuentran urdidos y trasvasados lo mismo en las características de los personajes, en las propuestas escénicas, en el factor sorpresa, en la fluidez de las acciones, de los diálogos, del habla, ya salpimentada con expresiones y palabras en francés (matiz y contrapunto lúdico, inherente y evocativo, al que se aúnan los cantos y los ruidos que se escuchan afuera y en el entorno del departamento), o ya cuando se trata de tipificar y parodiar el modo de hablar de un chino. 
Vale distinguir que en los dos primeros actos predomina el jugueteo fársico y paródico. Y en el tercero y último, sin abandonar lo anterior, es un inesperado crimen lo que suscita el derrumbe del negocio y el desenlace de la obra. El exilio, entonces, se vuelve intempestiva y mordazmente utópico e imposible para estos personajes ordinarios, proscritos, subterráneos, libertinos, drogadictos, concupiscentes, como al parecer lo fue el propio Mijaíl Bulgákov, muchas veces hereje y sumergido en el lado oscuro del drenaje bolchevique, pero también alguna vez apapachado y bendecido por el dedo flamígero del todopoderoso, sanguinario y genocida José Stalin (1878-1953).


Mijaíl Bulgákov, El departamento de Zoia. Prólogo y traducción del ruso al español de Selma Ancira. Cuadernos de La Gaceta (40), FCE. México, 1987. 88 pp.







lunes, 8 de octubre de 2012

La Chunga



Entre lo que pudo ser y no ser

Mario Vargas Llosa
En La Casa Verde (Seix Barral, 1966), la célebre novela del peruano-español Mario Vargas Llosa (Arequipa, marzo 28 de 1936), se tiene noticia por primera vez de “los inconquistables” de Piura. Entre el mosaico de tiempos, lugares, voces y sucedidos que comprende la obra, se ubican sus correrías en el barcito de la Chunga y en el segundo burdel la Casa Verde que edifica ésta; pues la primera Casa Verde, que “los inconquistables” no frecuentaron (eran unos churres) la construyó, en el limítrofe arenal de Piura, el entonces advenedizo, joven, fornido y rico don Anselmo, y fue destruida por un incendio que suscitó y encabezó el Padre García el día que los piuranos supieron del secuestro, del secuestrador y de la muerte de Toñita (y del nacimiento de la Chunga). No obstante, para la segunda Casa Verde, levantada unos 25 o 30 años después, la Chunga contrata a don Anselmo, su lejano padre, quien por entonces, además de vivir en el miserable barrio de la Mangachería, es un arpista ciego, quien ya contratado, con el Bolas en los platillos y percusiones y el Joven en la guitarra y la voz, amenizan las largas y ardientes noches de las habitantas.
En la novela policial ¿Quién mató a Palomino Molero? (Seix Barral, 1986) es 1954 y los mismos “inconquistables” de Piura, en el segundo capítulo, son situados en la cantina de la Chunga mientras parlotean de soslayo del burdel la Casa Verde, pero no se desarrollan sus andanzas ni sus rasgos; simplemente son un pie que utiliza el autor para delinear a uno de ellos, quien aparece en su papel de policía: el guarda Lituma, el más suertudo del corro, pues en La tía Julia y el escribidor (Seix Barral, 1977), en uno de los radioteatros de Pedro Camacho, es tocayo de un disciplinado y cincuentón sargento de la Cuarta Comisaría del Callao en Lima (amén de que también reaparece o se transforma en otros protagonistas de posteriores y delirantes radioteatros); y en “Un visitante” —cuento de Los jefes (Rocas, 1959), su primer libro de ficción (publicado en Barcelona)— también es un sargento que, como miembro de un pelotón policíaco de la cárcel de Piura, participa en la detención de un fugitivo que se escondía en el entorno del agreste y aledaño arenal; mientras que en Historia de Mayta (Seix Barral, 1984), el Cabo Lituma, bajo las órdenes del Teniente Silva, que también es su coprotagonista en ¿Quién mató a Palomino Molero?, perteneció al grupo de guardias civiles que partieron de Huancayo a Jauja para aprender a los patéticos insurrectos (ladrones de bancos y supuestos abigeos) que pretendían realizar, en 1958, la primera revolución comunista en el Perú y en América Latina.
Y en Lituma en los Andes (Planeta, 1993), el susodicho personaje, costeño de Piura, es un cabo (que termina de sargento) quien se halla en Naccos, un caserío minero de los Andes, a cargo del puesto de la Guardia Civil, una casucha de techo de calamina y piso de tierra que comparte con su único adjunto: el guardia Tomasito Carreño, en cuyas fragmentarias e interrumpidas conversaciones, sobre todo al mencionar a Mercedes, la piurana que erosionó a éste, Lituma evoca a “los inconquistables”, sus compinches, con los que asistía al prostíbulo la Casa Verde y al barcito de la Chunga, donde Josefino, uno de ellos, para seguir jugando una partida de dados, alquiló a la Meche a la Chunga. Meche era una trigueña de maravilla que Lituma conoció de churre, la cual, después de quedar depositada esa noche en el barcito, desapareció sin que nadie supiera más de su destino. 
Estos asuntos, que una y otra vez evoca el protagonista en Lituma en los Andes, no sólo remiten, como saben los empedernidos lectores de Mario Vargas Llosa, a La Casa Verde, a ¿Quién mató a Palomino Molero? y a la obra de teatro La Chunga (Seix Barral, 1986), sino que además, al término de la fragmentaria serie de charlas y de Lituma en los Andes, todo sugiere que la Mercedes que azotó a Tomasito Carreño es la misma que el cabo Lituma conociera en Piura.
Después de La señorita de Tacna (Seix Barral, 1981) y de Kathie y el hipopótamo (Seix Barral, 1983), La Chunga es el tercer libreto teatral de Mario Vargas Llosa, quien lo firmó en “Firenze, 9 de julio de 1985”. No obstante, en sus memorias El pez en el agua (Seix Barral, 1993) el autor narra que en 1951 escribió su primera obra de teatro: La huida del inca (aún inédita), misma que, siendo alumno de quinto de secundaria en el Colegio San Miguel de Piura, dirigió y estrenó, el 15 de julio de 1952, en el teatro Variedades, y dizque ¡“desde entonces” lleva “en la cartera, como amuleto”, “el descolorido programa del espectáculo”! (habría que ver en qué condiciones está). 
En el libreto La Chunga es 1945 y “los inconquistables” de Piura se hallan en el barcito-restaurante de la arisca y solitaria mujer y su negocio es una cosa aparte del burdel la Casa Verde. En ese lugarejo de paredes de adobe, techo de calamina y piso de tierra, “los inconquistables”: José, el Mono, Lituma y Josefino, como únicos clientes, beben cerveza, vociferan su himno a gaznate pelado (“Somos los inconquistables/ Que no quieren trabajar:/ Sólo chupar, sólo vagar,/ Sólo cachar./ Somos los inconquistables/ ¡Y ahora vamos a timbear!”) y juegan una partida de dados mientras la Chunga, soñolienta en su mecedora, les responde sus lisuras y bromas y les sirve cuando lo solicitan. 
Puesta en escena desde enero de 1986 en diversas y lejanas partes del mundo,
La Chunga se presentó, de jueves a domingo, a las 8 pm, entre el 1 de octubre
 y el 13 de diciembre de 2009, en el Teatro Mario Vargas Llosa,  en Lima, con
la dirección de Giovanni Ciccia y las actuaciones de Mónica Sánchez,
Stephanie Orúe, Oscar López Arias, Emilram Cossío, Alberick García y Carlos Solano.
Tal episodio transcurre durante una media o una hora antes de las doce de la noche, el tiempo suficiente para que la patrona se decida a cerrar; pero mientras esto sucede, los amigos le preguntan a la Chunga y se preguntan ellos por Meche, la mujer que hace un tiempo Josefino trajo al barcito y que desde entonces, luego de pasar la noche en el dormitorio de y con la Chunga, desapareció misteriosamente.
Es así que entre las cervezas, las obscenidades, el juego, la evocación de Meche y las conjeturas alrededor de su paradero (el plano realista), la obra abre paréntesis escenográficos donde la acción se traslada y sumerge en los linderos del pasado y de la memoria, pero también en las ambigüedades y entresijos de los íntimos deseos de los personajes y de sus ocultas fantasías y secretos pensamientos.
Si la inicial reminiscencia de la Chunga y el onanismo voyerur de José dan pie para escenificar la llegada de Meche y el probable vínculo lésbico entre ellas, el fantaseo de Lituma permite entrever que se considera tímido ante las mujeres y canina y brutalmente enamorado de Meche, en clara desventaja frente a Josefino, quien es mujeriego y proxeneta de las hembras que conquista y deposita en la Casa Verde. Algo semejante pasa con las visiones del Mono en su urdimbre subjetiva, pues en ellas solamente se vislumbra una situación sexual violenta y traumática sucedida cuando fue churre, por lo que fermenta y recrea un sentimiento de culpa que expresa en su carácter reprimido y en su ansiedad masoquista de ser castigado a golpes.
"Los inconquistables", Meche y la Chunga
Pero lo que vislumbra Josefino quizá oscila entre lo que pudo ser cierto y no ser cierto; allí se ve en el papel del cafiche machote que fracasa en su intento de asociarse con la Chunga para convertir el barcito en un boyante burdel que les brinde la vida ricachona y regalada de un par de blancos. 
Vale puntualizar que el recuerdo-imaginación de Josefino (como en sus correspondientes episodios el de José, Lituma y el Mono) se desprende de su cuerpo (quien se supone continúa en la mesa donde al unísono sigue el juego, la conversación y la francachela) y se sucede en su cabeza (literalmente frente a él, conformando así un segundo plano) y sus visiones se entrecruzan con las visiones de la Chunga (el tercer plano), cuyo conjunto tridimensional simultáneamente se desglosa en el mismo escenario adquiriendo así un remanente aún más equívoco; no obstante, cada fantaseo patentiza su origen.
Ahora, lo que quizá no es posible determinar, porque así lo plantea el libreto (pese a los indicios), es si en realidad hubo un acto lésbico, si verdaderamente Meche se evaporó esa noche porque se fue de Piura tras las reprimendas y persuasiones morales de la Chunga o si Josefino la mató, cosa que infiere sobre todo Lituma con las acotaciones burlescas de “los inconquistables”. 
En este sentido, el lector puede conjeturar o elegir las hipótesis que mejor lo persuadan, dado que la verdad está extraviada e intoxicada en lo acontecido, lo evocado, lo omitido y lo ilusionado.
"Los inconquistables" y Meche
En su prólogo concluido en “Firenze, 9 de julio de 1985”, Mario Vargas Llosa apunta: “he intentado en La Chunga proyectar en una ficción dramática la totalidad humana de los actos y los sueños, de los hechos y las fantasías”. Aplicada a tal libreto, dicha prerrogativa resulta desproporcionada. Los alcances de la obra se circunscriben y limitan al microcosmos de los personajes, quienes no corporifican una parábola que resuma o simbolice “la totalidad humana”. A través de su estructura anecdótica, sólo propone una construcción escénica a partir de lo lúdico de lo fútil y vulgar y en la visualización plástica y dramática de recuerdos, deseos, sueños y fantasías. Difícilmente el machismo procaz de “los inconquistables”, la androfobia y el posible lesbianismo de la Chunga, así como el dócil sometimiento de Meche, pueden significar una generalización universal en el sentido que acota el dramaturgo y narrador. Sus ejemplares, además de estar restringidos por su tiempo y espacio, lo están por su falta de profundidad. 
Para aplicar una técnica teatral que corporifique los deseos y las fantasías de los personajes en una escenificación que esté más allá de lo que según el autor son “los tres modelos canónicos del teatro moderno que, de tan usados, comienzan ya a dar señales de esclerosis: el didactismo épico de Brecht, los divertimentos del teatro del absurdo y los disfuerzos del happening y demás variantes del espectáculo desprovisto de texto”, se debe partir de un libreto innovador que lo implique y provoque. Piénsese, por ejemplo, en Las criadas (1947), de Jean Genet, donde un dúo de sirvientas (representadas por un par de actores gays hasta la médula) juegan a escenificar y a urdir sus deseos, sueños y frustraciones más íntimas confundiendo y mezclando identidades hasta llegar, sino a representar “la totalidad humana”, sí a trastocar su condición individual, patética y dramática.
Vargas Llosa reconocido y aplaudido
Y si bien Rashomon (1950) es, por antonomasia, un clásico del cine dirigido por Akira Kurosawa a partir de la adaptación de dos cuentos de Ryunosuke Akutagawa (“Rashomon” y “En el bosque”), alguna vez el reseñista presenció una adaptación de tal filme en una obra de teatro montada en Xalapa, a principios de los 80, con actores de la compañía teatral de la Universidad Veracruzana dirigidos por Martha Luna. En el Rashomon teatral cada uno de los tres personajes que se ven envueltos en un asesinato, así como el alma del asesinado a través de la médium-bruja, relatan e imaginan versiones distintas del mismo crimen, basándose en sus particulares intereses, perspectivas, sueños, fantasías y deseos más íntimos. El intríngulis de cada ángulo resulta persuasivo, verosímil, tiene sentido pese a constreñirse a lo intrínseco de cada individuo; así, el contraste de perspectivas escenifican y articulan una reflexión poliédrica y especular sobre las telarañas subjetivas, ineludibles, que tornan incierta e inasible la objetividad, circunstancia que tanto caracteriza y matiza la comunicación y la condición humana habida y por haber. 


Mario Vargas Llosa, La Chunga. Biblioteca Breve, Seix Barral. 1ª reimpresión mexicana. México, agosto 22 de 1986. 124 pp.








sábado, 6 de octubre de 2012

¿Y quién es ese señor?



Cri-Cri es de todos y cada quien su Cri-Cri


El veracruzano Francisco Gabilondo Soler —el celebérrimo creador de Cri-Cri, El Grillito Cantor— nació en Orizaba el 6 de octubre de 1907 y falleció en su casa del Estado de México el 14 de diciembre de 1990. O sea que este año [2007], además del centenario de su natalicio (celebrado de diferentes modos en distintas partes de la geografía mexicana), se cumplieron 17 años de haber recibido “visa permanente para ingresar [con laureles] al País de los Sueños”.
Coeditado por la Coordinación Nacional de Desarrollo Cultural Infantil del CONACULTA y el Instituto Veracruzano de Cultura, apareció en 2000, con un tiraje de diez mil ejemplares y encuadernado en cartoné, el atractivo y vistoso libro ¿Y quién es ese señor? Antología ilustrada de un grillito fabulista y cantador (28.03 x 15.03 cm), cuyas viñetas y láminas a color surgieron de la creatividad de 33 artistas plásticos, entre quienes figuran Leticia Tarragó, Manuel Ahumada, Martha Avilés y Felipe Ugalde.

Francisco Gabilondo Soler Cri-Cri
      
          El libro inicia con tres prólogos: de Susana Ríos Szalay, de Esther Hernández Palacios y de Emilio Carballido. Luego, precedida por una foto donde se ve a Francisco Gabilondo Soler sosteniendo al pequeño Grillito, sigue la parte medular, escrita por Elisa Ramírez, quien a través de cuatro capítulos hace la crónica y el cuento sobre la vida y la creatividad del compositor y sobre las aventuras del andante y juguetón Cri-Cri, cuyo objetivo, además, es intercalar 70 canciones del Grillito Cantor (cada una con su correspondiente estampa), entre las que se hallan “La muñeca fea”, “El ropero”, “El chorrito”, “Cucurumbé”, “Jorobita”, “Mi burrita”, “Negrito Sandía”, “El ratón vaquero”, “Chong-Ki-Fu”, “La jota de la j”, “La patita”, “Cochinitos dormilones”, “El jicote aguamielero”, “El ropavejero”, “El chivo ciclista”, “Canción de las brujas”, “Che Araña”, “Gato de barrio”, “Métete Teté”, “El comal y la olla”, “Di por qué”, “El venadito”, “Lunada”, “Fiesta de los zapatos” y “Papá elefante”.

(CONACULTA/IVEC, 2000)
O sea que si al leerlas viene a la memoria la música de la que son parte y uno las canturrea para sí, el juego de la lectura cognitiva implica tener a la mano las grabaciones, para oírlas y cantarlas con Cri-Cri, lo cual puede no ser fácil, dado que sus composiciones se hallan dispersas en mil y un discos que suelen repetir y repetir canciones que ya se tienen (una o más veces), lo cual, amén de que resulta una trampa y gancho de insaciables mercaderes de huitlacoche, recuerda el juego de nunca acabar que alguna vez atrapó al curioso Emilio Carballido [1925-2008] cuando era un mocosito en Córdoba, Veracruz: “Hablo de 1936 y 37. Había también unos caramelos Larín, envueltos en canciones del Grillito. Se compraban, se pegaban en un álbum especial. Al llenarlo venía el premio, otro álbum especial, supongo que más lujoso aunque nunca lo vi. Jamás junté la colección completa porque El teléfono en que hablaba sin parar doña Zorra y El baile de los juguetes eran imposibles de hallar. Unos primos envidiosos que fueron a Veracruz, descubrieron allá una mina de teléfonos y bailes de juguetes, llenaron su álbum, los premiaron. Y, por supuesto, no se les ocurrió traerme una envoltura de regalo, nomás me presumieron de las suyas.”
Enseguida de las susodichas cuatro partes, sigue una “Biografía de Francisco Gabilondo Soler” escrita por su hijo Tiburcio Gabilondo Gallegos. Un “Palabrario” donde Elisa Ramírez glosa el significado de voces y términos utilizados por Cri-Cri que tal vez ignoren los niños de ahora. Más los índices de las canciones y las estampas.
Cri-Cri, el Grillito Cantor
¿Y quién es ese señor? es un libro dirigido a los no siempre bien portados escuincles; pero un adulto, un viejito o una viejita también puede leerlo y disfrutarlo, ya sea complementando la lectura del chamaquito o chamaquita, o porque ineludiblemente las canciones de Cri-Cri remiten a la consubstancial e indeleble infancia de quien de niño las oyó y cantó desgañitándose. “Cri-Cri es de todos nosotros y cada quien tiene su propio Cri-Cri”, dice Susana Ríos Szalay como si con un dedo señalara el sol y dijera “el Sol”. Lo cual reafirma Esther Hernández Palacios: “Está de más decir que Francisco Gabilondo Soler —el Grillito que todos conocemos— creó uno de los grandes personajes de su mitología personal que, con el tiempo, se ha vuelto un rasgo distintivo del imaginario colectivo y, por tanto, de la identidad de todos los mexicanos. Cri-Cri ha sido el compañero de tanta infancia y de tantos sueños que nos acompañaron desde el despertar de la luz en la mañana hasta el telón sombrío con que la Tierra cerraba la gravedad de nuestros párpados. Como cada persona adulta, puedo decir que es suficiente un solo verso de Cri-Cri para que se derrame el caudal de la memoria y sus singulares significaciones imaginarias.”
Emilio Carballido de joven
Testimonio que también reitera Emilio Carballido, quien además de dramaturgo y narrador, es un valioso creador de literatura infantil: “Así como la mía, está permeada la infancia de cuanto ser mexicano conozco, y una buena ración de centro y sudamericanos. Tengo setenta y cuatro años y aún puedo cantar muchas de estas canciones, y al oírlas y al decir Cri-Cri vienen un número notable de recuerdos, surgen años enteros, atmósferas, amistades de infancia, y vívidamente todos nosotros pegados al radio, también mi abuela y mi madre, y todos disfrutábamos [...] Cri-Cri, un llamado a los recuerdos de infancia, a una zona proverbial, con frases de canciones filtradas en el habla cotidiana, con melodías para todas las ocasiones. Íbamos de excursión, y ya era secundaria, y preparatoria. Y alguien de pronto empezaba a cantar Caminito de la escuela, o El chorrito: venía el coro instantáneo, todos nos las sabíamos, a grito pelado, y ya bebiendo tequila, o pulque de la mejor calidad que comprábamos en el camino, gañanes aguardentosos entonábamos Cri-Cri a berridos, llenos de alegre entusiasmo.”
Tiburcio Gabilondo Gallegos dice que su padre fue autodidacta; que la abuela de éste tocaba el piano, cantaba y contaba cuentos; que practicó el boxeo, el toreo, la natación, la astronomía e hizo estudios de linotipia; que su interés por la música data de cuando tenía 19 años (allá por 1926 ó 1927): “Decidido a aprender, solicitó permiso para practicar en la pianola de unos baños públicos. Primero accionaba el mecanismo y se fijaba dónde bajaban las teclas, después él ponía los dedos en el mismo lugar. En la práctica continua aprendió a dominar el teclado y llegó a ser un excelente pianista. Se inició en bares tocando melodías de la época.” También dice que sus primeras composiciones datan de 1930: “tangos, danzones y fox-trot”. Y que en 1932, cuando se presentaba en la XYZ con música humorística, un tal “vate Ruiz Cabañas lo bautizó como ‘El Guasón del Teclado’”. Pero dos años después se inicia como compositor infantil en la XEW, gracias a que Othón Vélez, el gerente artístico, le dio una oportunidad: “El 15 de octubre de 1934, a la 1:15 de la tarde Francisco Gabilondo Soler interpretó sus primeras canciones de fantasía: El chorrito, Bombón I y El ropero. Fue un pequeño espacio de 15 minutos sin patrocinador ni publicidad, con poca paga y a prueba. Sólo contaba con su voz, el piano y mucha imaginación. Así, continuó sin aparente éxito con su programa sin nombre ni personaje. Aunque algunos creían que su número sólo duraría algunas semanas, se mantuvo en la radio durante casi 27 años.
“Iniciado el programa de radio, el gerente artístico de la estación sugirió que las canciones fueran las aventuras de algún animalillo. Cuando contaba ya con la ayuda de un violinista, Gabilondo pensó en un grillo, y por influencia del francés, decidió llamarlo Cri-Cri, El Grillito Cantor. A los quince días fue patrocinado por la Lotería Nacional [...] Con el tiempo la serie de radio aumentó a treinta minutos y creció en recursos, tanto técnicos como humanos. Se afianzó en el gusto del auditorio hasta convertir el anochecer del domingo en el momento de fantasía musical. Cri-Cri, El Grillito Cantor, dejó de transmitirse el 30 de julio de 1961. Fue el último programa hecho totalmente en vivo en esa emisora”: la XEW, La Voz de América Latina.
Dice Tiburcio Gabilondo Gallegos que “El repertorio de Cri-Cri incluye 226 canciones, 121 de ellas grabadas, más de 300 personajes, y 3,560 páginas de textos y cuentos”, lo cual denota lo mucho que aún lo desconoce el gran público que lo conoce y al unísono el olvido o el poco interés de las instituciones (públicas y privadas) para ordenar, catalogar, preservar y publicar lo publicable de todo ese riquísimo legado y trascendental acervo, que incluye numerosas fotos de su vida y trayectoria, como bien se pudo o se puede apreciar en la iconografía del libro de la periodista Elvira García: De lunas garapiñadas: Cri-Cri (Radio UNAM/FONAPAS, 1982); mi ejemplar yo lo compré en la librería de la UNAM que está en el Palacio de Minería, en la Ciudad de México, e hice sobre él un largo artículo que se publicó el domingo 19 de mayo de 1985 en el número 10 de Rayuela, suplemento del periódico El sol veracruzano, entonces dirigido por Sergio González Levet; le presté a éste mi libro para ilustrar lo escrito por mí, pero ya no lo recuperé porque, según me dijo, “alguien de talleres se lo quedó”; y ya no pude comprar otro porque la edición se agotó y no se volvió a reeditar, pese a que la Editorial Posada, en los estanquillos de periódicos hizo circular una versión más pequeña, más modesta y con menos imágenes. En octubre de 2007, durante una emisión del noticiario televisivo Ventana 22, Elvira García dijo que lo está corrigiendo y ampliando y que pronto aparecerá, lo cual nos alegra sobremanera.
Caja del Selecciones del Reader's Digest
con nueve elepés
Como a muchos niños de Xalapa, desde el kinder (y durante la primaria y la secundaria) mi madre (a mí, a mis tres hermanas y a mi hermano menor) nos hacía oír, de lunes a viernes, el programa radiofónico La legión infantil de madrugadores, conducido por Martín Casillas (su hijo homónimo y eventual gritón que gritaba la hora en las emisiones en vivo, fue coterráneo mío en la primaria Enrique C. Rébsamen), donde se escuchaban, y por ende aprendimos, las canciones de Cri-Cri. Ya adolescentes y semiadolescentes, mi madre nos compró, a través de la revista Selecciones del Reader’s Digest, una colección de nueve elepés que intercalan canciones y cuentos de él. Todavía tengo los acetatos (veo que los facturó la RCA y que el copyright data de 1970), aunque de tanto usarlos ya no se pueden oír. Y dado que soy cricristiano y un cricrisófilo de hueso colorado e incurable, alguna vez en Punto y Aparte (agosto 15 de 2002) reseñé el libro póstumo de Francisco Gabilondo Soler: Las hijas de Romualdo el Rengo y otros cuentos, coeditado, en 1998, por el CIDCLI y el CONACULTA, con ilustraciones a color de Irina Botcharova. 

Francisco Gabilondo Soler, ¿Y quién es ese señor? Antología ilustrada de un grillito fabulista y cantador. 70 canciones de Cri-Cri. Ilustraciones a color de 33 artistas. Prólogos de Susana Ríos Szalay, Esther Hernández Palacios y Emilio Carballido. Textos y selección de canciones de Elisa Ramírez. Semblanza biográfica de Tiburcio Gabilondo Gallegos. CONACULTA/IVEC. México, 2000. 168 pp.

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jueves, 4 de octubre de 2012

Cartas de mamá



Instalado ya donde siempre había sido el amo

Cartas de mamá (Nórdica, 2012)
A estas alturas del siglo XXI, en el orbe del idioma español, circulan varias ediciones que reúnen la obra cuentística completa y las obras completas, tanto de Jorge Luis Borges (1899-1986), como de Julio Cortázar (1914-1984). Así que un librito con solapas como el publicado en el número 08 de la Colección Minilecturas de la editorial española Nórdica Libros (el cual “se acabó de imprimir en Salamanca el día 10 de febrero de 2012) es apenas un entremés, un aperitivo en el que, según se anuncia en el frontispicio, confluyen ambos. Es decir, con una excelente caricatura de Julio Cortázar trazada por Fernando Vicente, se pregona a los cuatro pestíferos vientos de la recalentada aldea global que a Cartas de mamá lo preludia un “Prólogo de Jorge Luis Borges”.
Y aparentemente es así, pues en el interior hay un prefacio dizque firmado por Borges en “Buenos Aires, 29 de noviembre de 1983”. Y según el copyright de éste (perteneciente a María Kodama, la heredera universal de los derechos de autor de Borges) es el “Prólogo de Jorge Luis Borges, recogido en Biblioteca personal”. Y es en tal aseveración donde empieza a descollar el bemol, el sonoro pedúnculo umbelífero, pues el preámbulo atribuido a Borges que precede a la presente edición de Cartas de mamá no es el “recogido en Biblioteca personal”. Y más aún: a todas luces es un texto apócrifo, quizá urdido por un oscuro plumífero que parafrasea y trata de emular a Borges, pero sin lograrlo. 
Los libros de la Biblioteca personal —“Colección dirigida por Jorge Luis Borges (con la colaboración de María Kodama)”— fueron editados por Hyspamérica a mediados de los años 80 del siglo XX, en España y en Argentina. Son libros de pastas duras, de color negro y dorados el logo, las letras y el recuadro. Borges seleccionó 100 títulos, pero, dada su muerte en Ginebra el 14 de junio de 1986, sólo 66 aparecieron con prólogo (4 de ellos en 2 tomos). Además del prólogo del libro elegido, cada título incluye un mismo retrato en blanco y negro de Borges sonriendo y el mismo prefacio que éste, con María Kodama como amanuense, escribió ex profeso para explicar y justificar la serie. Allí, después del tributo que le rinde a ella, concluye: 
“Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. La rosa es sin porqué, dijo Angelus Silesius; siglos después Whistler declararía El arte sucede.
“Ojalá seas el lector que este libro aguardaba.”
Los 66 prólogos de la Biblioteca personal de Borges y su prólogo general fueron publicados de manera conjunta, por primera vez, en 1988, en Madrid y en Buenos Aires, por Alianza Editorial, con el rótulo Biblioteca personal (prólogos). Allí figuran con una anónima y preliminar “Nota del editor” que empieza diciendo: “En 1984 [no en 1983], la editorial argentina Hyspamérica —dedicada a la venta de libros en quioscos de prensa— propuso a Jorge Luis Borges la selección de cien obras de lectura imprescindible que, prologadas por él mismo, formarían una colección cerrada con el título de ‘Biblioteca personal’”. Y en las páginas finales se lee un “Apéndice” en el que se enlista la “Relación de los títulos de su ‘biblioteca personal’ prologados por J.L. Borges”, los “Títulos que circularon sin prólogo de J.L. Borges” y la “Relación de títulos preseleccionados por J.L. Borges y eliminados de la selección definitiva”. En 1996, en el tomo IV de las Obras completas de Borges, publicado en Barcelona por Emecé, se compiló el libro Biblioteca personal (prólogos), pero sin el “Apéndice” y con otra anónima nota del editor que a la letra dice: “Biblioteca personal reúne los prólogos que Jorge Luis Borges escribió para los libros que integraron una colección de cien obras de lectura imprescindible que fue publicada por Hyspamérica en 1985. La selección de los títulos estuvo también a cargo de Borges que sólo llegó a escribir sesenta y cuatro prólogos, pues su muerte impidió que la colección prevista se completara. Hemos seguido aquí la edición de Biblioteca personal (prólogos), Alianza Editorial, Madrid, 1988, que reúne sesenta y seis prólogos, pero hemos omitido dos de ellos: “Wilkie Collins, La piedra lunar” y “Edward Gibson, Páginas de historia y autobiografía”, porque integran el libro Prólogo, con un prólogo de prólogos, Torres Agüero Editor, Buenos Aires, 1975, y se encuentran respectivamente en las páginas 48 y 66 de este volumen.” Vale observar que en la “Nueva edición revisada y corregida” de tal tomo IV de las Obras completas de Borges, publicada por Emecé en “abril de 2005”, en Buenos Aires, su correspondiente nota del editor figura en términos parecidos.
Cuentos, antología de Julio Cortázar, fue y es el número uno de la serie Biblioteca personal de Jorge Luis Borges; apareció en mayo de 1985 (el querido o vilipendiado cronopio había muerto en París el 12 de febrero de 1984). El primer párrafo del prólogo de Borges es celebérrimo porque comentaristas y biógrafos de ambos autores suelen aludirlo o citarlo; por ejemplo, Alejandro Vaccaro lo transcribe en la p. 458 de Borges. Vida y literatura (Edhasa, 2006). Y dice a la letra:
“Hacia mil novecientos cuarenta y tantos, yo era secretario de redacción de una revista literaria, más o menos secreta. Una tarde, una tarde como las otras, un muchacho muy alto, cuyos rasgos no puedo recobrar, me trajo un cuento manuscrito. Le dije que volviera a los diez días y que le daría mi parecer. Volvió a la semana. Le dije que su cuento me gustaba y que ya había sido entregado a la imprenta. Poco después, Julio Cortázar leyó en letras de molde ‘Casa tomada’ con dos ilustraciones a lápiz de Norah Borges. Pasaron los años y me confió una noche, en París, que ésa había sido su primera publicación. Me honra haber sido su instrumento.”  
Sólo el primer párrafo del prólogo que figura en el librito editado por Nórdica emula, varía y parafrasea el prólogo de Borges urdido para la serie Biblioteca personal; el resto es otra cosa y está encaminado a ponderar Las armas secretas (Sudamericana, 1959) —libro de Cortázar— y el cuento “Cartas de mamá”, donde fue recogido; pero el conjunto transluce que el autor no es Borges. De serlo y de haber aparecido en algún libro (no se dice que era inédito), hubiera sido compilado y datado en Textos recobrados 1956-1986 (Emecé, Buenos Aires, 2003), póstumo y misceláneo tomo de textos dispersos de Borges, con “Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Socchi”.  
El párrafo inicial del apócrifo prólogo que precede a la presente edición de “Cartas de mamá”, dice a la letra:
“Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un previsible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula ‘Casa Tomada’. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me confió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra.”
“Casa tomada” se incluyó en Bestiario (Sudamericana, 1951), el tercer libro de Cortázar y su primero de cuentos (impreso el año que emigró de Buenos Aires a París con una beca del gobierno francés). Y además de que fue antologado en la segunda edición de la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1965) —de Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo— es uno de los textos que se oyen en su voz en el disco compacto que editó Difusión Cultural de la UNAM en 1997, reedición del elepé editado, en 1968, con el número 9 de la serie Voz Viva de América Latina, en cuyo cuaderno adjunto, además de los textos de Cortázar, figura un ensayo preliminar de Carlos Monsiváis. 
En Cuentos, tomo uno de las Obras completas de Julio Cortázar, editado en Barcelona, en 2003, por Galaxia Gutenberg y Círculo de Lectores, Saúl Yurkievich apunta que “‘Casa tomada’ se publicó previamente en Anales de Buenos Aires (núm. 11, 1946) y ‘Bestiario’ en la misma revista (núm. 18-19, 1947). Mientras que “Cartas de mamá”, el cuento inicial de Las armas secretas —anota—, “se publica en 1959 en el segundo número de la revista Américas”.
Mario Goloboff, en Julio Cortázar. La biografía (Seix Barral, 1998), además de enumerar varios textos de ficción que Cortázar publicó antes de “Casa tomada”, debate la supuesta primicia en el número 11 de la revista Los Anales de Buenos Aires (diciembre de 1946) con un dejo de acritud: “Ya es casi un tópico hablar de este ‘primer cuento’ publicado a instancias de Borges, e ilustrado por su hermana. A decir verdad, Cortázar no pareció excesivamente contento con tales ilustraciones. Refiriéndose a ellas —eran dos—, dijo alguna vez, respondiendo a la pregunta [el biógrafo no acredita la fuente]: ‘¿Tan malos son los dibujos de Norah?’. ‘Me gusta el de los hermanos; el otro —la casa— no es lo que yo puse en el cuento. La casa es muy distinta, pero la imagen de los hermanos bajo la lámpara me parece bien.”
Emir Rodríguez Monegal, en Borges. Una biografía literaria (FCE, 1987), apunta que “Fue en marzo de 1946 cuando [Borges] aceptó una nueva tarea como director [no ‘jefe de redacción’] de la revista literaria Los Anales de Buenos Aires, lanzada [en la Argentina] por una institución similar a la Société des Annales de París”, presidida por la señora Sara Durán de Ortiz Basualdo. Edwin Williamson, en Borges, una vida (Seix Barral, 2004), reporta que “‘El Zahir’ fue el último texto sustancial que Borges escribiría para Los Anales de Buenos Aires. Unas semanas después de que apareció, en julio de 1947, renunció a la dirección de Anales luego de una discusión con la propietaria, y su actividad literaria disminuyó notablemente a partir de entonces: en los nueve meses siguientes, publicaría alguna traducción o prólogo ocasional y un puñado de reseñas breves y ‘notas’ literarias.”
Vale decir que tanto Monegal, como María Esther Vázquez en Borges. Esplendor y derrota (Tusquets, 1996), bosquejan una pizca de Los Anales y la difícil relación del escritor con la señora Ortiz Basualdo. 
En cuanto a “Cartas de mamá”, por fortuna está bien. Los argentinos Luis y Laura, después de un poco más de dos años de residir en París, aún continúan coexistiendo con el innombrable y pesadillesco fantasma de Nico, hermano de él, muerto de tisis cuando Luis y Laura vivían su luna de miel en un hotel de Adrogué. Nico era el novio de Laura cuando Luis empezó su galanteo. Una carta de mamá les informa que “Esta mañana Nico preguntó por ustedes”. Otra les anuncia que Nico viajará a Europa. 


Julio Cortázar, Cartas de mamá. Prólogo [dizque] de Jorge Luis Borges. Colección Minilecturas (08), Nórdica Libros. Salamanca, 2012. 76 pp.

Nota publicada en Punto y Aparte (septiembre 6 de 2012)




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Cartas de mamá (Nórdica, 2012), nota bene 
                                          

El pasado jueves 6 de septiembre de 2012, en Punto y Aparte reseñé el librito Cartas de mamá (Nórdica Libros, Colección Minilecturas núm. 08,  Salamanca, 2012. 76 pp.), cuento de Julio Cortázar (1914-1984), precedido por un prefacio, en cuyo correspondiente copyright se dice: “Del prólogo de Jorge Luis Borges, recogido en Biblioteca personal, 1995, María Kodama”. Como lo expuse en mi artículo, tal prefacio no es el prólogo de la celebérrima Biblioteca Personal. No obstante, hubiera desarrollado mi cuestionamiento de distinto modo si con antelación hubiera conocido un dato que recién hallé en la p. 123 del libro Jorge Luis Borges. Bibliografía completa (FCE, Col. Tezontle, Buenos Aires, 1997, 292 pp.), de Nicolás Helft. Allí se data que Cartas de mamá, con 43 páginas, fue publicado en Buenos Aires, en 1992, con el sello de Proa. Y su telegráfica notita informa: “Prólogo fechado ‘Buenos Aires, 29 de noviembre de 1983’. El prólogo le fue dictado a Roberto Alifano y debía ser incluido en el libro Cuentistas y pintores argentinos. Finalmente no fue incluido allí y Alifano lo publicó en esta plaqueta.”
Borges y su amanuense Roberto Alifano
      De tal aserto, se infiere que Roberto Alifano publicó el prólogo de Borges con la anuencia (o sin la anuencia) de María Kodama, su viuda y heredera universal de sus derechos de autor, quien judicialmente lo ha demandado por diversas causas relativas a la propiedad intelectual y literaria de Borges, entre ellas, según se informa en la página web del 11 de julio de 2012 de la revista Ñ del diario Clarín.com, “la de haber falsificado textos del escritor al conmemorarse 25 años de su muerte” (“‘Falsificaron 25 textos de Borges haciendo collage y los vendían como inéditos al extranjero’, había alegado entonces”). Y que esa curiosa plaqueta de 43 páginas tuvo un tiraje restringido y una distribución limitada. Es, entonces, un librito raro, del que numerosos lectores de la aldea global —por no decir la mayoría— no tienen noticia. 
En este sentido, el desacierto de los editores de Nórdica se restringe a dos faltas irrefutables: no haber acreditado (o reseñado en una nota) esa primera edición de Cartas de mamá y afirmar que se trata del prólogo “recogido en Biblioteca personal”. 
Cartas de mamá (Proa, 1992)
Vale reportar que, al parecer, aún es posible que algún privilegiado coleccionista del globo terráqueo adquiera uno de esos raros ejemplares de Cartas de mamá, pues en la página web de la Librería Helena de Buenos Aires, librería inscrita en la Asociación de Libreros Anticuarios de la Argentina, junto a la imagen de la portada, se datan sus flamantes características: 
Cartas de Mamá 
      Autor: Cortázar, Julio  
      Buenos Aires. Proa. 1992. 34,1 x 24,9 cm. 43 pp. Bellísima plaquete con prólogo de J. L. Borges, un dibujo y una viñeta de Guillermo Roux, acuarelado original. Edición bajo el cuidado de León Benarós y Roberto Alifano. Se han impreso 200 ejemplares en papel Conqueror Vergé Ivory, de 130 gramos, numerados del 1 al 200. 30 ejemplares numerados del I al XXX firmados por Guillermo Roux, siendo éste el ejemplar II/XXX .”
Por otro lado, en la página 114 de la susodicha Bibliografía completa se data ese otro raro libro con selección y prólogos de Borges, pese a que se omite la coedición con Círculo de Lectores: “Cuentistas y pintores argentinos. Buenos Aires: Ediciones de Arte Gaglianone, 1985. 280 p.”, cuya nota reporta: “Recopilación de los prólogos de folletos publicados individualmente por Ediciones de Arte Gaglianone. Cada uno con un prólogo de Borges y un cuento del autor.” 
Hay que decir, por último, que la edición de tal Bibliografía completa, impresa en “noviembre de 1997” en Buenos Aires, sólo constó de “2000 ejemplares”; y que su adjunto e interactivo CD-ROM, “compatible con computadoras tipo PC, con sistema operativo Windows 3.1 o superior (por ejemplo, Windows 95)”, rápidamente se tornó anacrónico y obsoleto, amén de que la bibliografía borgeana siguió aumentando.  



                                                                                                     Nota publicada en Punto y Aparte (septiembre 13 de 2012)




domingo, 30 de septiembre de 2012

Las relaciones peligrosas


Vemos la hermosura de una isla, precisamente cuando no vemos la isla



Christopher Hampton
Traducido al español por el poeta Tomás Segovia, Las relaciones peligrosas (Alianza Editorial Mexicana, 1988) es el libreto teatral que el británico Christopher Hampton (Faial, Azores, enero 26 de 1946) urdió al adaptar al teatro la novela, de la que tomó el título, del francés Pierre-Ambroise-François Choderlos de Laclos (1741-1803), cuya primera edición data del 23 de marzo de 1782. Vale destacar, además, que Christopher Hampton también la adaptó al cine para la película homónima de 1988 (obtuvo el sonoro y rutilante Oscar al Mejor Guión Adaptado), dirigida por Stephen Frears y protagonizada por John Malkovich, Glenn Close, Michelle Pfeiffer, Uma Thurman, Keanu Reeves y otros actores del stars system hollywoodense. 
Si uno de los rasgos que particulariza a la única novela que en IV tomos urdió Choderlos de Laclos es su carácter arquetípicamente epistolar, en la cuasi minimalista versión teatral de Christopher Hampton esto ha sido reducido a hitos exclusivamente mencionados entre los parlamentos. Pero además, el sentido cáustico y retratista sobre la decadencia, el amaneramiento y la promiscuidad de la aristocracia francesa del dieciochesco fin de siècle ha tomado, por la distancia y el ensamblaje, un matiz más cómico y lúdico que melodramático y dramático. No obstante, el ingrediente pasional y trágico es lo que constituye el meollo del intríngulis y lo que suscita el triste desenlace. 
Los sucedidos de Las relaciones peligrosas, el libreto de Christopher Hampton, tienen “lugar en varios salones y dormitorios de cierto número de residencias y castillos de París y sus alrededores, y en el bosque de Vincennes, un otoño e invierno de un año de la década de 1780”. Dispuesta en dos actos, cada uno en nueve escenas, la obra conlleva dos momentos climáticos. Uno lo entretejen el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil a través de una serie de trampas, intrigas, engaños, teјemaneјes y espionajes que entre los dos y cada uno arman para lograr dos objetivos. El vizconde de Valmont —a imagen y semejanza del clásico clisé del libertino, mujeriego y vividor que en el siglo XVIII acuñó Giacomo Girolamo Casanova de Seingalt (1725-1798) en sus escritos memoriosos y autobiográficos—, entregado a su pasatiempo de cazador virtuoso e irreductible que lo ha hecho célebre, se propone seducir a la señora de Tourvel, entusiasmado e inducido, en buena medida, porque se trata de una mujer religiosa, fiel a su matrimonio y a sus cánones éticos.   
La marquesa de Merteuil, mientras tanto, por medio del vizconde de Valmont, busca vengarse de un amante que la desdeñó, pero, sobre todo, trata de cumplir con el cometido que define su retorcida conducta: vindicar al sexo femenino y dominar al hombre. Tal quid, entre otros menos relevantes, en el que había predominado el divertimento, se torna dramático y tiene su clímax cuando la señora de Tourvel, en medio de una lucha interna que la transtorna y conmociona, casi cede al asedio del vizconde de Valmont al confesarle que lo ama; no obstante, le suplica que se aleje de ella. Ante esto, él, en contra de su habitual juego fársico que puntualiza sus facultades de insaciable sátiro, deja traslucir algunos gestos que develan emociones producidas no por una simple conmiseración ante la integridad moral de la señora de Tourvel (y dado su debate íntimo y secreto), sino por un inusitado enamoramiento.
Si bien la maquiavélica complicidad entre el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil se urde porque ambos se necesitan, ésta, por su carácter autoritario y liberal, así como por su subestimación y exacerbada androfobia, trata de tomar las riendas de las maquinaciones.
El otro episodio climático de Las relaciones peligrosas ocurre en el segundo acto, cuando la señora de Tourvel se ha rendido a la conquista del vizconde de Valmont; y entonces la rivalidad tácita e implícita que existe entre él y la marquesa de Merteuil se agudiza. Ambos observan, cada uno dentro de su venenosa naturaleza, que su hegemonía pierde poder. 
Christopher Hampton
     La marquesa de Merteuil, sin embargo, no acepta ser sometida ni se rinde con facilidad; lo desafía y el resultado no puede ser menos trágico. Cuando la señora de Tourvel, tras el fracaso amoroso, yace moribunda en un convento, y cuando el vizconde de Valmont sabe sobremanera que será imposible recuperarla dada la mortal y dolorosa herida de chinahuate que le provocó (y se causó), se deja matar en un duelo que trama la marquesa de Merteuil, como una forma de sacar el pecho y asumir su capitulación ante ésta, y como una manera romántica, idealizada y subliminal, de expresar su desesperanza e impedimento de subsistir lejos, muy lejos y para siempre, del amor que él truncó y quebrantó. 
Los parlamentos y las réplicas de Las relaciones peligrosas, el libreto teatral de Christopher Hampton, gozan, además, de previsibles ingredientes para que en el montaje se juegue con el doble sentido y el devaneo erótico y soez, elementos escénicos y parlanchines que tanto atraen, como espectáculo teatral, en una sociedad voyeur, ansiosa y reprimida, pese a la liberalidad del siglo XX (y por ende del XXI), a los antros permitidos y tolerados, y a los reductos clandestinos e íntimos de fragor sexual. A esto se añade la tensión y la intriga que el embrollo suscita; enredo una y otra vez aderezado con vueltas de tuerca y con el factor sorpresa.

Christopher Hampton, Las relaciones peligrosas. Traducción al español de Tomás Segovia. Alianza Editorial Mexicana. México, 1988. 104 pp.



Enlace a un trailes del filme Las relaciones peligrosas (1988)http://www.youtube.com/watch?v=YYfVipxrz64&feature=related
Enlace a un trailes del filme Las relaciones peligrosas (1988)

https://www.youtube.com/watch?v=wr4gX7dNqOo