Estoy aquí para morir matando
Alfaguara, 5ª edición española Valladolid, abril de 2015 |
Reza el consabido dicho que los perros se parecen a sus dueños; y aquí, en el bestiario perruno que pulula en las páginas de la novela, esto es norma e hilarante tipología, pues la humanizada caracterización y conducta del catálogo de perros (incluso su habla, proclive a los refranes y a los aforismos) es radiográfica parodia de la conducta humana y de ciertos modos de hablar, vociferar, insultar y maldecir. En este sentido, el perro que al parecer se parece al novelista Arturo Pérez-Reverte (“miembro de la Real Academia Española”) es Agilulfo, “un podenco flaco, filósofo y culto” (que además de recitador de mitos, leyendas y atavismos, suele pontificar con frases en latín y en español), cuyo “dueño es un humano con biblioteca grande y que va mucho al cine”. “Ser o no ser, como dijo el bardo”, sentencia en su idioma canino.
Arturo Pérez-Reverte, Tintín y Milu |
Agasajándose con el anisado, Agilulfo y el Negro comentan la misteriosa desaparición, desde hace dos semanas, de Teo y Boris el Guapo. Teo es un sabueso rodesiano que era el mejor amigo del Negro, cuyo distanciamiento empezó al estrecharse el vínculo sexual que Teo estableció con Dido, “una setter irlandesa tirando a rubia, de andares elegantes”. Según jadea el Negro con los párpados a media asta y lamiéndose los bigotes: “Dido era un definitivo pedazo de hembra. Estaba tan buena que derretía el asfalto con sólo mover el rabo, y bastaba con verla caminar para comprender que lo sabía. Ellas, las perras, siempre lo saben.” Y del efebo Boris el Guapo, “un lebrel ruso de ojos dorados”, baste apuntar que “había ganado premios” y que “lo cruzaban de vez en cuando con espléndidas hembras de pelo rubio y largas patas, de esas que sólo ves fotografiadas en la revista Perros y Perras”.
Arnold Schwarzenegger |
Durante un par de años el Negro fue un aguerrido perro de pelea; un temible campeón, célebre entre las jaurías (y entre la pestilente hez de la canalla: las hordas de negociantes clandestinos y apostadores del género infrahumano). Ahora es un ex combatiente a quien a veces se le va la chaveta con pesadillescas visiones de encarnecidas riñas y se pone rabioso, como ladrándole a la Luna sin ton ni son (obvio síndrome postraumático). Logró retirarse del coso de arena, y convertirse en un perro guardián de garaje doméstico, mediante una estratagema que narra. Apenas “cosa de un año atrás, recién retirado yo de los garitos de pelea”, dice, fue cuando allí, lengüeteando en el Abrevadero de Margot, conoció a Teo: “una noche en que cada uno bebía en el canalillo por su cuenta”.
Por lealtad a esa amistad es que el Negro emprende la detectivesca búsqueda de Teo y de Boris el Guapo (“Un perro no es más que una lealtad en busca de una causa”). El Negro no le tema a nada, salvo a las furgonetas verdes de la perrera municipal, pues el apaño de esos empleados municipales implica el “camino de la Puerta Sin Retorno, la inyección letal y la Orilla Oscura”. El norte del sitio al que fueron a parar Teo y Boris se lo brinda Rufus, un galgo español, consejero de Tequila, “una xoloitzcuintle mexicana, inmigrante”, cuya “banda de perros callejeros controlaba todo el tráfico de huesos y restos de carnicería aprovechables al otro lado del río, cerca del puente nuevo”. El precio por la información (que no circuló a través de la frecuencia de Radio Perro) fue el robo de un solomillo (de unos tres kilos) que colgaba en la carnicería al fondo del “supermercado junto al puente”.
El caricaturesco, jocoso y paródico trazo de la imagen y de la leyenda de la perra Tequila (descendiente de Xólotl) ilustran (aún más) por dónde van los ladridos de la narración. Custodiada en un callejón “por dos mastines del Pirineo grandes como hipopótamos, uno blanco y otro negro, que daban miedo con sólo mirarlos”, la madriguera de la mexicana es un característico “garaje abandonado”. Según ladra el Negro:
Tequila |
También las cánidas pueden
ladrarte peligrosas.
Cuando se enojan son fieras
esas caritas preciosas...”
Vale añadir, entre paréntesis, que ese prototipo de inmigrante no es el único. Por ejemplo, hay por allí “Un tal Moro”, “un chucho flaco y pulgoso”, “venido de Marruecos o de un sitio de ésos escondido en un camión”, a quien tres bestias neonazis (dos dóberman y un pastor belga) están a punto de destripar; pero el Negro y Mórtimer, un pequeño teckel, los surten. Helmut, el líder de esas tres bestias neonazis, dice peyorativo de Tequila: “esa traficante panchita de mierda”. Y sobre su pandilla perruna ladra una consubstancial supremacía racista y una xenofobia de puertas cerradas parecida a la que el megalómano y egocéntrico Donald Trump ladra sobre los inmigrantes sin papeles (de origen mexicano y centroamericano) en Estados Unidos: “Tiene pulgas la cosa. Esos inmigrantes vienen y se instalan aquí como en su casa. Delincuentes, es lo que son. Escoria. Y nadie hace nada... Europa se va al carajo y nadie hace nada.”
Donald Trump |
Para no desvelar todos los vericuetos de la travesía para rescatar a Teo y a Boris el Guapo, vale resumir que el Negro, quien dice y repite que no es muy listo (pero esto nadie lo cree ni yendo a bailar a Chalma), logra infiltrarse en la Cañada Negra, un asentamiento irregular de miserables chabolas en los sucios márgenes de la urbe, donde un grupúsculo delincuencial tiene sus camuflados reales. Allí, custodiadas por un dogo mestizo (el guardia de seguridad), hay una serie de jaulas en las que subsisten encerrados una veintena de perros de distinta catadura (cada uno en su correspondiente jaula), robados o capturados en la calle para que sirvan de sparrings (carne de cañón) ante un perro de pelea. Y, eventualmente, si poseen la debida fortaleza y ferocidad (es decir, si matan a su contrincante), son trasladados a la Barranca, donde sólo hay dos o tres jaulas con los auténticos perros de combate, los cuales son entrenados, alimentados y dopados para confrontarlos a muerte en el Desolladero. O sea al mismo cruento sitio (más o menos encubierto) donde el Negro peleó y fue campeón durante dos años. Y que al oírlo pronunciar por Rufus, apunta: “Aquella palabra siniestra me hizo volver de nuevo atrás. El Desolladero: una nave industrial abandonada en las afueras de la ciudad, donde se celebraban las peleas de perros. Prohibidas por las leyes de los humanos, pero con la policía —ella sabría por qué— haciendo la vista gorda. Humo de cigarros, sudor, griterío cruel, billetes grasientos que cambiaban de dueño. Allí no tenías enfrente a sparrings más o menos indefensos, sino a perros entrenados como tú. Profesionales de colmillos aguzados, músculos duros e instinto ciego de matar, ante los que te situabas vaciando la mente de todo cuanto no fuera pelear para sobrevivir. Para esquivar una vez más, sin saber cuántas veces aún podrías conseguirlo, la Orilla Oscura.”
Alfaguara, 1ª edición mexicana México, junio de 2018 |
“Durante la noche me habían puesto un cacharro con agua y unos pocos restos de comida de humanos en un cuenco. Despaché con apetito la comida, me enjuagué el hocico dolorido con el agua antes de bebérmela toda, y luego, sin prisas, estudié los alrededores; chabolas, coches grandes nuevos y viejos, abollados y polvorientos, objetos inservibles y amontonados: frigoríficos, televisores, lavadoras. Unos niños de aspecto sucio jugaban entre ellos, y un grupo de mujeres de faldas largas y pañuelos en la cabeza charlaban a lo lejos. A veces, ante la indiferencia de los críos y las mujeres, algún humano de mal aspecto, flaco y cochambroso, se acercaba por el camino que llevaba a la carretera de la ciudad, entraba en una chabola, salía al poco rato para sentarse cerca y se metía algo con una jeringuilla en un brazo y o en los muslos, o los tobillos. Todo tenía un aspecto sórdido y siniestro.”
Luego de exhibir aún más sus virtudes de perro de pelea, el cancerbero de las jaulas de la Cañada Negra, el dogo mestizo, se acerca a la jaula del Negro para averiguar quién cagarrutas es y le da la información que busca. Sobre Teo le dice: “no deja enemigo vivo”. “Lo tienen en el Desolladero.” “Por lo que cuentan, ha hecho ganar un costal de dinero a sus amos. Vive allí y pelea casi cada noche... Según parece, es un luchador nato. Un killer.” Y esa misma noche le facilita la salida del encierro y lo lleva a la jaula donde tienen preso a Boris el Guapo, que no es sparring ni mucho menos guerrero, sino un semental de lujo al que cruzan con perras finas para que el grupúsculo gansteril venda los costosos cachorros. Según le dice el propio Boris encerrado en una jaula con tres perras: “Estoy hecho una mierda, Negro. [‘Exprimido como un limón de paella’] Todo el día que te pego, y no paran de traerlas... Son insaciables, oye. Tremendas. No sabes cómo son, de verdad. Y cuando se juntan, ni te digo —miró de soslayo a las hembras dormidas—. Aquí tiras un cipote al aire y no toca el suelo.”
Brad Pitt |
Charlize Theron |
“—Date pog muegto, peggo español —gruñó el gabacho, bajito pero claro.
“—Antes me vas a chupar el ciruelo —respondí—. Franchute de mierda.
“Parpadeó, confuso.
“—¿El cigüelo?
“—La polla, subnormal.”
Vale ladrar que el aspecto de Teo es otro, el de un perro marcial que ha vivido una terrible temporada en el infierno, en lo profundo del corazón de las tinieblas. Según reporta el Negro: “Apenas lo reconocí. Le habían recortado las orejas y el rabo, y se veía más flaco y musculoso. Su pelo trigueño rojizo estaba rapado por todo el cuerpo, y en la piel del lomo, el pecho, las patas y el hocico tenía marcas y cicatrices recientes. Pero lo que me costó más trabajo de identificar fueron sus ojos: siempre habían sido de color castaño oscuro, con reflejos dorados —a Dido la volvían loca esos reflejos—, aunque ahora parecían haber cambiado de tonalidad, como si en las últimas semanas las cosas vistas y los horrores vividos los hubieran decolorado hasta convertirlos en dos círculos fríos de escarcha pálida, que miraban el mundo y me miraban a mí como si nada tuviera consistencia real.”
Perros de pelea |
Espartaco (Kirk Douglas) |
Así que “ocho meses después” de que Teo emprendiera su fuga al monte seguido por su tribu de bestezuelas depredadoras, Fido, el perro policía, les da la mala noticia cuando el Negro salía “del Abrevadero de Margot con Agilulfo y Mórtimer, el teckel”: “Les tendió una emboscada esa policía rural de los humanos, la Guardia Civil. Pillaron a varios atacando un redil de ovejas. Se estaban dando un banquetazo cuando les fueron encima. Teo estaba con ellos... Era el jefe, claro.”
Ante la deprimente y lastimera imagen que implica el “camino de la Orilla Oscura” (o sea: “perrera, inyección y a dormir el sueño eterno”), Agilulfo, exultante y proclive a imaginar y recitar mitos y leyendas, les puntualiza dando una vuelta de tuerca: “¿Pobre, dices?... ¿Teo?... Nada de eso. Pensadlo un poco. Ha sido feliz ocho meses, corriendo por los montes y los campos. Como él quería: libre. Un maquis canino. Con sus camaradas perros.” “Y sus camaradas perras”, añade Mórtimer, “relamiéndose el hocico”, “Que no habrán sido, reguau, mala compañía durante todo ese tiempo.”
Espartaco (Kirk Douglas) |
En esa jaula hay dos cánidos presos, quizá los únicos sobrevivientes de la guerrilla. Uno es un perro chicuelo y el otro es Teo el frío killer. Según apunta el Negro: “A diferencia del pequeñajo, al que superaba en tres palmaos de estatura, mi antiguo amigo no intentaba congraciarse con nadie. Miraba a la cámara erguido y firme, desafiante, como diciendo: ‘Lo haría otra vez en cuanto me soltarais’. Nunca lo había visto tan imperturbable, tan seguro de sí. Permanecía sentado sobre las patas traseras, musculoso y duro, con las fauces ensangrentadas y aquellos ojos que seguían pareciendo cuajados de escarcha, pero que ahora mostraban un brillo entre resignado y divertido. Un relampagueo irónico.”
Espartaco (Kirk Douglas) Fotograma de Spartacus (1960) |