Donde hay un sol caliente que huele
a guayabas y a caimán dormido
Quizá el título y el grueso del libro urdido por el colombiano Dasso Saldívar (San Julián, Antioquia, 1951): García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía —la ladrillesca primera edición data de 1997 y fue impresa en Madrid por Alfaguara—, hagan suponer al lector que accederá a un largo y minucioso ensayo biográfico casi sobre el total de la vida, la leyenda, la obra y los milagros del legendario y mítico Gabriel García Márquez, nacido en Colombia, en el pueblo bananero de Aracataca, a las 8:30 de la mañana del domingo 6 de marzo de 1927. Sin embargo, pese a que Dasso Saldívar inextricablemente alude o bosqueja el contenido de buena parte de los libros de Gabriel García Márquez anteriores y posteriores a Cien años de soledad (1967), e incluso anécdotas y señalamientos que refieren aspectos de su vida ocurridos o adoptados muchos años después de la edición príncipe de tan angular novela, su biografía está orientada a narrar la génesis y un sinnúmero de intríngulis implícitos e inmersos en la creación y en el vertiginoso y multitudinario boom de Cien años de soledad en Buenos Aires, México, Latinoamérica, Europa y Estados Unidos, ponderándola, incluso, con los términos apoteósicos con que fue sopesada y deificada desde el inicio: “una obra maestra, una novela que, como en el caso del Quijote, partiría en dos la historia de la narrativa en lengua castellana”.
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(Alfaguara, Madrid, marzo de 1997) |
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(Folio, Barcelona, segunda edición revisada, 2007) |
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"Portada de la edición príncipe de Cien años de soledad, impresa en Buenos Aires por Sudamericana el 30 de mayo de 1967." |
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"Portada de la segunda edición de Cien años de soledad, con diseño de Vicente Rojo, impresa en Buenos Aires por Sudamericana en junio de 1967." |
De ahí que sobre la gabomanía de Dasso Saldívar se pueda decir casi lo mismo que él observa en Mario Vargas Llosa al bosquejar el diálogo sobre La novela en América Latina que el cataquero y el arequipeño sostuvieron en 1967, en Lima, Perú, “los días 5 y 7 de septiembre en el Auditorio de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniería” (apenas tres meses después de la pública aparición, en junio y en Buenos Aires, de la primera edición de Cien años de soledad impresa en mayo, en la capital argentina, por Editorial Sudamericana): “Con su visión abarcadora de la novela y su obsesión analítica de la misma, Vargas Llosa fue el brillante conductor e interrogador, aunque a veces se intercambiaban los papeles. Y es que el peruano tenía otra obsesión más reciente: entender y explicar en su conjunto el proceso múltiple que había conducido a García Márquez hasta Cien años de soledad, empresa que acometería dos años después en su monumental Historia de un deicidio [Barral Editores/Monte Ávila Editores, 1971], un libro que, aunque telegráfico y poco afinado en la parte biográfica, sigue siendo insuperable en la captación y análisis del entresijo literario.”
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(Barral Editores/Monte Ávila Editores, Caracas, 1971) |
La biografía de Gabriel García Márquez escrita por Dasso Saldívar, cuyo prologó lo firmó en “Madrid, 13 de agosto de 1996”, está dividida en trece capítulos; el conjunto de “Notas” a que remiten los pies de tales capítulos; una breve y anotada sección iconográfica en blanco y negro que incluye un plano y la reconstrucción dibujística de la casa de Aracataca, la casa de los abuelos maternos donde nació y vivió el escritor hasta los 10 años (se dice aquí), y que, como se sabe, tiene que ver con episodios de su medular novela, con otros textos y con sus nostalgias y evocaciones más íntimas, según se lee al inicio de sus memorias: Vivir para contarla (Diana, 2002) y en el primer fragmento de “Los suyos”, capítulo de El olor de la guayaba (La Oveja Negra/Diana, 1982), el libro de crónicas y conversaciones con Gabo escrito y publicado por Plinio Apuleyo Mendoza (Tunja, 1932) meses antes de que el cataquero recibiera el Premio Nobel de Literatura 1982. Luego sigue un grupo de “Árboles genealógicos”; un “Índice onomástico” y otro “de obras”.
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(Diana, México, octubre de 2002) |
La obsesión garciamarquina de Dasso Saldívar tras su lectura de Cien años de soledad, se remite al inicio de los años 70 y por ende implica el principio de su ardua, fervorosa y prolongada investigación. Si sus páginas, casi siempre amenas y repletas de minucias, translucen una indiscutible devoción y asombro por la obra narrativa y periodística de Gabriel García Márquez, por su leyenda y aventuras de trotamundos, lo cual a veces lo induce a la idolatría y a la mitificación, también se advierte en ello un autoimpuesto y maniático rigor por no equivocarse, por fundamentar y remitir a los documentos y fuentes de cada una de las cosas que sostiene y relata; de ahí su tenacidad por precisar el tiempo en que ocurrieron las anécdotas y las fechas de todo tipo de sucesos y publicaciones; por discutir, corregir o colocar los puntos sobre las íes ante un buen número de testimonios y versiones erradas o contrapuestas, dichas o escritas por el propio Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y otros.
En este sentido, El viaje a la semilla supone la pormenorización del mundo de la infancia de Gabriel García Márquez en Aracataca y del orbe que lo antecede (como es el origen y los actos de los abuelos y de los padres del escritor) y más aún: todo un imbricado catálogo de elementos genealógicos, vivenciales, históricos, literarios e imaginarios que empezaron a transponerse y a fermentar en La casa (el legendario “mamotreto”), la trunca y seminal novela que el escritor comenzó a escribir en 1948, que es el lejano y borroso embrión de Cien años de soledad, la novela que escribiría, afiebrado y endeudándose, durante 14 meses (entre mediados de julio de 1965 y mediados de 1966) en “La cueva de la mafia”, el cuarto de la casa que los García Márquez rentaban en San Ángel, en la Ciudad de México, y al que sólo tenían acceso Mercedes Barcha Pardo (Magangué, noviembre 6 de 1932) —su esposa desde el 21 de marzo de 1958—, Álvaro Mutis, Carmen Miracle, Jomi García Ascot y María Luisa Elío, pero sólo a los dos últimos dedicaría Cien años de soledad, por el simple y singular hecho de que eran sus escuchas más entusiastas, sobre todo ella, a quien prometió dedicársela.
Así, si durante más de 20 años el delirante biógrafo leyó, redactó borradores, viajó, hurgó en bibliotecas y hemerotecas, entrevistó, soñó, tuvo pesadillas e insomnios, y no obstante a que por antonomasia toda lectura implica una particular reescritura, se puede decir que a Dasso Saldívar sólo le faltó hacer lo que hizo “la mejor lectora de Cien años de soledad”, según le contó Gabo a Plinio Apuleyo Mendoza en El olor de la guayaba al responderle a la pregunta: “¿Quién ha sido el mejor lector del libro para ti?”:
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(La Oveja Negra/Diana, México, 1982) |
“Una amiga soviética encontró una señora, muy mayor, copiando todo el libro a mano, cosa que por cierto hizo hasta el final. Mi amiga le preguntó por qué lo hacía, y la señora le contestó: ‘Porque quiero saber quién es en realidad el que está loco: si el autor o yo, y creo que la única manera de saberlo es volviendo a escribir el libro’. Me cuesta trabajo imaginar un lector mejor que esa señora.”
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(Debate, Colombia, 2009) |
Cabe observar que el británico Gerald Martin (Londres, 1944), autor de Gabriel García Márquez. Una vida (Debate, 2009), si bien bosqueja y biografía episodios personales, familiares, literarios, cinéfilos y periodísticos de Gabo, de su activismo ideológico y político de izquierdas (descollando su proclividad hacia el gobierno prosoviético y totalitario de la Revolución Cubana y en el epicentro de ello hacia el dictador Fidel Castro, no obstante ser un burgués cada vez más rico) y de sus actos públicos hasta 2007, en lo que concierne a sus ancestros y al lapso que parte de su niñez hasta la génesis y el boom de Cien años de soledad (“un cuento de hadas”, Jorge Ruffinelli dixit) —la mayor parte del volumen—, varias veces coincide o diverge, o cita y aprueba o cuestiona las aseveraciones de Dasso Saldívar o las abunda, como es, por ejemplo, todo lo que se desconocía de la relación amorosa (un amour fou) que el biografiado vivió en París, en 1956, con la española Tachia Quintana (País Vasco, 1929), mientras en la miseria urdía su novela El coronel no tiene quien le escriba (Aguirre Editor, 1961). O el caso del legendario enfrentamiento, en Barrancas, del coronel Nicolás Márquez Mejía (el abuelo materno del escritor) con el joven Medardo Pacheco; para ambos biógrafos ocurrió el 19 de octubre de 1908; según Dasso fue un novelesco duelo de honor y según Gerald fue un asesinato artero, pues Medardo iba desarmado. O la fecha del trascendental viaje (para su obra) que el escritor hizo con su madre, de Barranquilla a Aracataca, para vender la casa de los abuelos donde Gabito vivió su primera infancia y a la cual no iba desde 1937 o 1938; para Gerald esto empezó el sábado 18 de febrero de 1950 y con tal fecha coincide con el propio García Márquez, quien narra la anécdota al inicio de Vivir para contarla; para Dasso, en cambio, tal seminal viaje ocurrió en 1952 cuando “la canícula de marzo estaba en su apogeo...”
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(Diana, México, 2003) |
En torno a tal fecha, en el tomo de Gabriel García Márquez: Textos costeños. Obra periodística I. 1948-1952 (con recopilación y prólogo de Jacques Gilard, editado en 1981 e impreso por Diana en 2003) hay una carta escrita en “Barranquilla, marzo de 1952” (publicada el 15 de tal mes en el “Magazín Dominical de El Espectador”, periódico de Bogotá), dirigida a Gonzalo González (Gog) y en la que Gabo le platica de su cuento “La mujer que llegaba a las seis”, listo para la rotativa; del rechazo que Editorial Losada hizo de La hojarasca (según Gerald esto sucedió a principios de febrero de 1952); de su cuento en ciernes “El ahogado que nos traía caracoles”; y en cuyos penúltimos fragmentos le habla de un reciente viaje a Aracataca y de la escritura de La casa:
“Acabo de regresar de Aracataca. Sigue siendo una aldea polvorienta, llena de silencio y de muertos. Desapacible; quizás en demasía, con sus viejos coroneles muriéndose en el traspatio, bajo la última mata de banano, y una impresionante cantidad de vírgenes de sesenta años, oxidadas, sudando los últimos vestigios del sexo bajo el sopor de las dos de la tarde. En esta ocasión me aventuré a ir, pero creo que no vuelva solo, muchos menos después de que haya salido La hojarasca [Ediciones S. L. B., 1955] y a los viejos coroneles se les dé por desenfundar sus chopos para hacerme una guerra civil personal y exclusiva.
“También estuve en la provincia de Valledupar. Allí la cosa cambia. Sigo perfectamente convencido de que esa gente se quedó anclada en la edad de los romances antiguos. Hay unas peloteras tremendas relatadas en los paseos, que todo el mundo canta. Definitivamente, Dios debe de estar medito en alguna de las tinajas de La Paz o Manaure. Había pensado escribir la crónica de este viaje, pero ahora dispuse reservar el material para La casa, el novelón de setecientas páginas que pienso terminar antes de dos años.”
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Gabriel García Márquez con el ejemplar número uno de la Edición Conmemorativa de Cien años de soledad (¡un millón de ejemplares!), editada en 2007 por la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española. |
Dasso Saldívar, García Márquez. El viaje a la semilla. La biografía. Iconografía en blanco y negro. Ediciones Folio. 2ª edición revisada. Barcelona, 2007. 546 pp.